EL PARAÍSO
Beato Luis Guanella
El suelo de un huerto es fértil porque es bueno en sí, y además es cultivado con cuidado. Bueno es el suelo de tu corazón: ¿quién puede dudarlo, Filotea? Sin embargo, cultívalo cada vez mejor y obtendrás flores de virtud y frutos de mérito especial.
En el corazón del cristiano hay un germen divino, depositado allí por la piadosa mano de Jesucristo. Este germen es triple, es decir: la fe, la esperanza y la caridad.
De la semilla de las santas virtudes pronto se desarrolla un árbol que sube derecho a espaciar con sus ramas benditas hasta el medio del paraíso.
El germen de este árbol prodigioso es colocado en el corazón del creyente en el momento en que las aguas del bautismo son vertidas sobre la cabeza de quien es regenerado espiritualmente.
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Filotea, reconforta tu corazón. Entremos en el paraíso terrenal, en el huerto de la piedad cristiana, en el santuario de la perfección: el jardín de los sacramentos es el tesoro de tu corazón.
En esta huerta corren como ríos las aguas de los méritos de la Pasión y de la Muerte del Salvador. En esta huerta bendita nacen a la gracia las almas, y se fortalecen y nutren celestialmente, y si están enfermas o muertas, sanan. Allí las almas encuentran una guía para caminar seguras, una bendición para multiplicarse acá en la tierra y, finalmente, un amigo fiel, un compañero, un sacramento que de la tierra conduce al cielo. ¡Alégrate, alma mía, y alaba al Señor!
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Judas, apenas comulgó sacrílegamente, de inmediato fue atormentado por cientos de demonios furiosos.
Querida Filotea, tú comulgaste frecuentemente; pero, cuando no logres reverencia, haz que la supla un vivo amor.
Que tu vida sea una preparación constante a la Santísima Comunión. Desde que desarrollaste el uso de razón, comenzaste tu vida con la Santa Comunión. Desde el uso de la razón hasta tu última hora, ruega a Dios que puedas recibir a Jesús escondido en el Sacramento, para llegar muy pronto a verlo, descubierto, en el Santo Paraíso.
Los ángeles del cielo son felices, elevando cánticos de alabanza al Altísimo. Tú, Filotea, desahógate acá en la tierra, consumiéndote frente a Jesús, que por amor tuyo, tan profundamente se anonada y se humilla en el sacramento de la santísima Eucaristía.
Bendito sea Dios que, no satisfecho de quedarse con nosotros en el Santísimo Sacramento para guiarnos de la mano al Paraíso, se inmola además por nosotros en la Santa Misa, para trazarnos el camino hacia la gloria.
El Paraíso de Dios y de sus elegidos es tan hermoso, que Juan y Pablo, al verlo de lejos, casi desfallecieron de alegría. Filotea: mira allá arriba; el mismo Señor Jesucristo está constantemente vigilando para guiarte e introducirte en él.
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Filotea: quien te creó fue Dios; el Señor te ha conservado hasta ahora, ¿Qué piensas de esto?
Unete al Altísimo, que es tu Padre, y por ningún motivo temas a personas o a amenazas de quien se declara tu adversario.
Bernardo se decía a sí mismo: "¡Bernardo! ¿a qué viniste a esta soledad?". Al preguntárselo duplicaba su atención rezando, mortificándose tanto en el cuerpo como en el espíritu.
Filotea, pregúntate tú misma y de corazón: "¿Qué haces tú, ahora, aquí?", y dedícate con santa prontitud al bien, hasta que, finalmente, logres santificarte.
En esta tarea consuélate mirando al Paraíso. ¿Qué importan veinte o sesenta años de fatigas, si con esto te ganas el cielo bienaventurado?
En el Paraíso se está bien, porque se está con Dios, con la Virgen y con los Santos y los bienaventurados ángeles.
Para quedarse con Bernardo en la soledad de Claraval, príncipes y marqueses donaban su corazón a los pobres. Después miraban al Santo al rostro y su espíritu se inundaba de felicidad.
¡Y bien; piensa qué triunfo será vivir en la presencia del Altísimo, el Santo de los Santos, en el Paraíso!
(El Fundamento, Catecismo para las almas que aspiran a la perfección).