FIESTA DE LA ANUNCIACIÓN DE LA
SANTÍSIMA VIRGEN MARÍA.
LA REVERENCIA QUE A ELLA LE DEBEMOS
“Desde ahora todas las generaciones me
llamarán bienaventurada” (Lucas I, 48).
Card. Newman
Hoy celebramos la Anunciación de la Virgen María, cuando el Ángel
Gabriel fue enviado, para decirle que iba a ser la Madre de nuestro Señor, y
cuando el Espíritu Santo descendió sobre ella, y la cubrió con el poder del
Altísimo. En aquel gran evento se cumplió con anticipación lo que está
expresado en el texto: Todas las generaciones la han llamado bienaventurada. El
ángel comenzó la salutación y le dijo, “Alégrate, María, llena de gracia,
el Señor está contigo, bendita eres entre todas las mujeres”. Y nuevamente
dijo, “No temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios; y ,mira,
vas a concebir en tu seno y vas a dar a luz un Hijo, a quien pondrás por nombre
JESÚS. El será grande y será llamado Hijo del Altísimo”. Su prima Isabel
fue la siguiente en saludarla con su apropiado título. Aunque ella estaba llena
del Espíritu Santo en el momento en que habló, para nada se consideró
igualada a María por tal don, sino que éste fue el medio que la motivó a
emplear las palabras más humildes y más reverentes. “Ella exclama con gran
voz y dijo, ‘Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno; y,
¿de dónde a mí que la madre de mi Señor venga a mí?... Luego repitió,
“Feliz la que ha creído que se cumplirán las cosas que le fueron dichas de
parte del Señor!!”. Y fue entonces, cuando María exclamó sus sentimientos
en el Himno que nosotros leemos en el Servicio Vespertino. ¡Cuántos y
complicados deben haber sido! En ella iba ahora a ser cumplida aquella promesa
que el mundo había estado esperando durante miles de años. La Semilla de la
mujer, anunciada a la culpable Eva, después de una larga espera, estaba
finalmente germinando sobre la tierra, e iba a nacer de ella. En ella los
destinos del mundo iban a ser invertidos, y la cabeza de la serpiente aplastada.
Ella fue agraciada con el más grande honor jamás depositado en individuo
alguno de nuestra raza caída. Dios estaba asumiendo (adoptando) su carne, y
humillándose a sí mismo para ser llamado su retoño; -¡tal es el profundo
misterio! Ella, por supuesto, sentiría su propia indignidad; y además, su
humilde suerte, su ignorancia, su debilidad a los ojos del mundo. Y ella tenía
además, bien podemos suponerlo, aquella pureza e inocencia de corazón, aquella
brillante visión de Fe, aquella confidente esperanza en su Dios, la cual
elevaba todos sus sentimientos a una intensidad, la cual nosotros, comunes
mortales, no podemos comprender. ‘Nosotros’ no podemos comprenderlos:
repetimos su himno día tras día, -no obstante, consideremos por un instante,
en qué modo tan diferente ‘nosotros’ lo decimos, del que ella lo exclamó
por primera vez. ‘Nosotros’ aún nos apuramos al decirlo, y no pensamos en
el significado de aquellas palabras que nacieron de la más agraciada y
enormemente dotada de los hijos de los hombres. “Mi alma engrandece al Señor,
y mi espíritu se alegra en Dios mi Salvador. Porque ha mirado la humildad de Su
esclava; por eso desde ahora todas las generaciones me llamarán bienaventurada.
Porque ha hecho en mí grandes cosas el Todopoderoso. Santo es Su Nombre y Su
misericordia llega a Sus fieles que le temen de generación en generación”.
Ahora, vamos a considerar en qué aspectos la Virgen María es Bendita; un
título que le fue otorgado primero por el Ángel, y luego por la Iglesia en
todas las épocas hasta hoy.
1) Yo observo que en ella la maldición pronunciada sobre Eva fue convertida en
una bendición. Eva fue condenada a concebir hijos con dolor; pero ahora, esta
misma dispensación, en la cual el signo de la ira Divina se transmitió, se
hizo el medio por el cual la salvación vino al mundo. Cristo podría haber
descendido desde el cielo, de la misma manera en que regresó a él, y en que
volverá otra vez. El podría haberse formado un cuerpo de la tierra, como le
fue dado a Adán; o ser formado, como Eva, de algún modo divinamente ideado.
Pero, lejos de esto, Dios envió a Su Hijo -como San Pablo dice- “nacido de
una mujer”. Porque ha sido Su gracioso propósito desviar ‘todo’ lo malo
que poseemos hacia el bien. Si así le hubiera complacido, El podría haber
encontrado, cuando nosotros pecamos, otros seres que lo sirvieran, arrojándonos
a nosotros al infierno; pero El se propuso salvarnos, y cambiarnos. Y de igual
manera a todo lo que nos pertenece: nuestra razón, nuestros afectos, nuestras
pretensiones, nuestras relaciones en la vida; El no necesita descartar nada en
Sus discípulos, sino que todo lo ha santificado. Por lo tanto, en lugar de
enviar a Su Hijo desde el cielo, lo envió como el Hijo de María, para
demostrar que todo nuestro sufrimiento y toda nuestra corrupción puede El
bendecirlos y cambiarlos. El mismo castigo de la caída, la misma mancha del
pecado original, admiten una cura por la venida de Cristo.
2) Pero hay otra parte del castigo original de la mujer, que
puede considerarse como revocada cuando Cristo vino. Se le dijo a la mujer, “Tu
marido te dominará”; una sentencia que ha sido sorprendentemente cumplida. El
hombre tiene fortaleza para conquistar las espinas y abrojos (cardos) con los
que está maldecida la tierra, pero la misma fortaleza ha probado siempre el
cumplimiento del castigo otorgado a la mujer. Mirad hacia el extranjero, hacia
el mundo Pagano, y ved cómo la mitad débil de la humanidad ha sido en todas
partes tiranizada y degradada por el fuerte brazo de la fuerza. Considerad
aquellas naciones orientales, las cuales nunca, en ninguna época, la han
reverenciado, sino que despiadadamente la han convertido en la esclava de todo
propósito malo y cruel. De este modo la serpiente ha triunfado, haciendo que el
hombre aún se degrade a sí mismo por la mujer, que originalmente lo tentó; y
ella, que lo tentó, ahora sufre por él que fue seducido. No sólo eso, aún
bajo la luz de la revelación, el castigo sobre la mujer no fue revocado de
inmediato pues, -en las palabras de la maldición- su marido la dominó. La
misma práctica de la poligamia y del divorcio, que se
sufrió bajo la dispensación patriarcal y Judía, lo prueban.
Pero cuando Cristo vino como la semilla de la mujer, El vindicó los derechos y
el honor de Su madre. No que la distinción de rangos quedara destruída bajo el
Evangelio; la mujer está subordinada al hombre, como éste a Cristo; pero la
esclavitud quedó terminada. San Pedro ruega al marido, “Sed comprensivos con
la mujer que es un ser más frágil, tributándoles honor como coherederas que
son también de la gracia de Vida” (l Pet. 3, 7). Y San Pablo, mientras manda
la sumisión de la mujer, habla de la especial bendición que a ella se le
otorgó al ser la puerta elegida por el Salvador para entrar al mundo. “Porque
Adán fue formado primero y Eva en segundo lugar; y el engañado no fue Adán,
sino la mujer, que seducida, incurrió en la transgresión”. Pero “Con todo,
ella se salvará por su maternidad”, es decir, por el nacimiento de Cristo de
María, que fue una bendición, tanto sobre toda la humanidad, como
particularmente sobre la mujer. Por esa razón, desde aquel momento, al
Matrimonio no sólo le ha sido restituida su dignidad original, sino incluso lo
ha dotado de un privilegio espiritual, el de ser el símbolo exterior de la
unión celestial entre Cristo y Su Iglesia.
Así la Santísima Virgen, al dar a luz a nuestro Señor, ha sacado o alivianado
la desgracia que la mujer heredó por seducir a Adán, santificando una parte,
aboliendo la otra.
3) Pero además, ella va a ser considerada sin duda bendita y agraciada en sí
misma, como también por los beneficios que nos ha hecho. ¿Quién puede estimar
la santidad y perfección de quien fue elegida para ser la Madre de Cristo? Si
alguien puede estimarlo, aún hay que agregarle más, y como la santidad y la
gracia Divina van juntas, lo cual sabemos expresamente, ¿qué debe haber sido
la trascendente pureza de María a quien el Espíritu Creador condescendió a
cubrirla con Su milagrosa presencia? ¿Cuáles deben haber sido sus dones, de
quien fue elegida para ser la única terrenal cercana del Hijo de Dios, la
única a quien El estaba obligado a reverenciar y respetar; la elegida para
criarlo y educarlo, para instruirlo día tras día, mientras El crecía en
sabiduría y edad? Esta contemplación conduce a un tema más elevado, si nos
animáramos a seguirlo; ¿para qué, pensareis vosotros, fue santificado el
estado de aquella naturaleza humana, de la cual Dios formó a Su Hijo sin pecado
(original); sabiendo como sabemos, “que lo nacido de la carne, carne es”, y
que “nadie puede crear algo puro de lo impuro?”
Ahora, después de haber hablado largamente sobre tales pensamientos, y cuando
retornamos a los Evangelios, yo creo que todos debemos sentirnos algo
sorprendidos, ante el hecho de que no se nos cuente nada más acerca de la
Santísima Virgen, de lo que allí encontramos. Después de las circunstancias
del nacimiento y de la infancia de Cristo, sabemos muy poco sobre ella. Poco se
dice en su alabanza. Se la menciona mientras asiste a Cristo en la cruz, y allí
El la encomienda al cuidado de San Juan; luego, se la menciona en continua
oración con los Apóstoles después de la Ascensión; y luego nada más sabemos
de ella. Pero, también así, en el silencio, encontramos, tanta enseñanza,
como cuando se la menciona.
1. Esto nos sugiere que la Escritura no se escribió para exaltar a este o a
aquél Santo en particular, sino para dar gloria a Dios Todopoderoso. Hubo miles
de almas santas, en aquél tiempo en que se relata la historia de la Biblia, y
de quienes nada sabemos porque sus vidas no entran en la línea de los tratos
públicos de Dios con el hombre. En la Escritura no leemos sobre todos los
hombres buenos que existieron durante aquellos tiempos, sino sólo de unos
pocos, en particular sobre aquellos quienes especialmente honraron el nombre de
Dios. Sin duda, ha habido muchas viudas en Israel, que servían a Dios con
ayunos y oraciones, como por ejemplo Ana, pero solamente se la menciona en la
Escritura cuando ella se encuentra en una situación en la que pudo glorificar
al Señor Jesús. Ella hablaba del niño Salvador “a todos los que esperaban
la redención de Jerusalén”. Y no sólo eso, sino que, por lo que sabemos,
una fe como la de Abraham, y un celo como el de David, también ardieron en los
corazones de miles cuyos nombres no tienen memorial; porque la Escritura está
escrita para mostrarnos la grande y maravillosa providencia de Dios, y oímos
sólo sobre aquellos Santos que fueron instrumentos de los propósitos divinos,
ya sea presentando o predicando a Su Hijo. El Apóstol favorecido de Cristo fue
San Juan, Su amigo íntimo, y no obstante, poco sabemos de San Juan en
comparación con San Pablo; y, ¿por qué? porque San Pablo fue el más ilustre
propagador y dispensador de Su Verdad. Como San Pablo dijo, que él “no
conoció a nadie según la carne”, así el Salvador, con una intención
similar, nos ocultó el conocimiento de Sus más sagrados y familiares
sentimientos hacia Su Madre y Su amigo. Sentimientos que no debían exponerse
por ser tan inadecuados como peligrosos para que el mundo pudiera conocerlos sin
riesgo de que el honor que estos dos Santos recibieron por gracia, pudiera
empañar en nosotros el honor debido a Aquél que los honró. Si María Bendita
hubiera sido conocida en su plena belleza celestial y dulzura de su espíritu,
es verdad que habría sido honrada, y sus dones claramente vistos, pero, al
mismo tiempo, el Dador de todo don habría sido algo menos contemplado, porque
ningún designio u obra Suya habría sido descubierta en la historia de María.
Aparentemente, ella habría sido presentada por sí misma, y no por El. Cuando
vemos a un Santo trabajando para un fin señalado por Dios, lo vemos como un
mero instrumento, un siervo, pero favorecido; y aunque lo admiramos, no
obstante, después de todo, glorificamos a Dios en él. Pasamos de él a la obra
a la cual él sirve. Pero cuando se presenta a alguien lleno de dones, pero sin
estar al servicio visible e inmediato de los designios de Dios, éste parece
revelado por sí mismo (por mérito propio). Nos quedaríamos tal vez en su
pensamiento, y pensaríamos más sobre la criatura que sobre el Creador. Así es
algo peligroso, es un privilegio demasiado alto para pecadores como nosotros,
conocer los mejores y más profundos pensamientos de los siervos de Dios. No
podemos soportar ver a tales hombres en su lugar, en el retiro de su vida
privada, y en la paz de la esperanza y la alegría. Cuanto más elevados son sus
dones, menos adecuados; (fitted = aptos) para ser vistos. Incluso el
Apóstol San Juan fue dos veces tentado a inclinarse en adoración ante un Ángel
que le mostró las cosas del porvenir. Y si él, que había visto al Hijo de
Dios, fue dominado por la criatura, ¿cómo es posible que pudiéramos soportar
contemplar la santidad de la criatura en su plenitud, especialmente cuando
deberíamos ser más dignos para entenderla y estimarla, y para comprender las
infinitas perfecciones del Dios Eterno?. Por lo tanto, muchas son las verdades,
como las “cosas que dijeron los siete truenos”, “selladas” para
nosotros. En particular, es por misericordia a nosotros que tan poco sea
revelado acerca de la Virgen Bendita, merced a nuestra debilidad, aunque de ella
hay “muchas cosas que decir” pero son “difíciles de explicar, porque nos
hemos hecho tardos de entendimiento.” (Ap. 10, 4; Hb. 5, 11).
2. Pero, además, cuanto más consideremos quién fue Santa María, más
peligroso parecerá ser tal conocimiento. Otros santos son sólo influenciados e
inspirados por Cristo, y hechos partícipes místicamente de El. Pero, en lo que
respecta a Santa María, Cristo derivó de ella Su humanidad, teniendo así una
especial unidad de naturaleza con ella; y esta asombrosa relación entre Dios y
hombre es tal vez imposible que nosotros podamos pensar mucho sobre ello sin
algo de perversión de sentimiento. Porque, verdaderamente, ella está elevada
por sobre la condición de los seres nacidos con pecado, aunque por naturaleza
fuera pecadora; ella está cerca de Dios, aún cuando es sólo una criatura, y
parece carecer de su adecuado lugar en nuestros limitados entendimientos, ni
demasiado elevado ni demasiado bajo. No podemos combinar en nuestro pensamiento
sobre ella, todo lo que le atribuiríamos, con todo lo que le negaríamos. De
aquí que, siguiendo el ejemplo de la Escritura, es mejor que pensemos en ella
con y para su Hijo, nunca separándola de El, pero usando su nombre como un
memorial de Su Gran complacencia en bajar del cielo, y no “aborrecer
(despreciar) el seno de la Virgen”. Y esta es la regla de nuestra Iglesia, que
ha seleccionado sólo ciertas Festividades en honor de María Santísima, que
también pueden ser Festividades en honor de nuestro Señor; la Purificación
conmemorando la Presentación del Niño en el templo, y la Anunciación
conmemorando la Encarnación. Y, con esta precaución, el pensamiento de ella
puede hacerse más provechoso para nuestra fe; porque nada está tan calculado
para impresionar nuestras mentes como que Cristo es partícipe de nuestra
naturaleza, y en todos los aspectos es hombre salvo en el pecado, como para
asociarlo con el pensamiento de ella, por cuyo ministerio El se hizo nuestro
hermano.
Para concluir. Observad la lección que ganamos para nosotros de la historia de
la Bendita Virgen: que las más altas gracias del alma
pueden madurar en privado, y sin aquellas feroces pruebas a las cuales muchos
están expuestos para su santificación. Tan endurecidos están nuestros
corazones, que la aflicción, el dolor y la ansiedad son enviadas para hacernos
humildes, y disponernos hacia la verdadera fe en la palabra celestial, cuando se
nos predica. Pero es sólo nuestra extrema obstinación en la incredulidad lo
que hace necesario este castigo. Los auxilios que Dios da bajo la Alianza del
Evangelio (Cristiana), tienen poder para renovar y purificar nuestros corazones,
sin extraordinarias providencias para disciplinarnos a recibirlos. Dios nos da
Su Santo Espíritu silenciosamente; y las silenciosas obligaciones de cada día
(podría humildemente esperarse) son benditas para la santificación suficiente
de miles, a quienes el mundo no conoce. La Virgen Bendita es un memorial de
esto; y es consolador, como también instructivo saberlo. Cuando apagamos (quench)
la gracia del Bautismo, entonces necesitamos severas pruebas para que nos
restauren (restore). Este es el caso de la mayoría, cuyo mejor estado es
el del castigo, arrepentimiento, súplica, y absolución, una y otra vez. Pero
existen aquellos que continúan en un camino de paz y rectitud, aprendiendo día
a día a amar a Aquel que los redimió y venciendo al pecado de su naturaleza
por medio de Su gracia celestial, mientras que las varias tentaciones del mal se
presentan sucesivamente. Y de estos inmaculados seguidores del Cordero, María
Santísima es la primordial. Robustecida en el Señor, y en la fortaleza de Su
poder, ella “no se estremece ante la promesa de Dios por incredulidad”; ella
creyó cuando Zacarías dudó, -con una fe como la de Abraham ella creyó, y fue
bendita por su credulidad, y se realizaron en ella aquellas cosas que le fueron
dichas por el Señor. Y cuando el dolor vino sobre ella, fue sólo la bendita
participación en los sagrados dolores de su Hijo, y no el dolor de quienes
sufren por sus pecados.
Si nosotros, por medio del don indescriptible de Dios, en alguna medida hemos
seguido la inocencia de María en nuestra juventud, entonces hasta allí
bendigamos a Aquel que nos hizo capaces. Pero hasta donde seamos conscientes de
habernos apartado de El, lamentemos nuestra miserable culpa. Reconozcamos desde
nuestro corazón que no hay castigo demasiado severo para nosotros, ni ningún
dolor purificador que sea malvenido (aunque sea algo amargo aprender a dar la
bienvenida al sufrimiento), si éste tiende a consumir la corrupción que se ha
propagado dentro de nosotros. Tengamos todas las cosas como ganancia, que Dios
envía para borrar las marcas del pecado y la vergüenza que están sobre
nuestra frente. Finalmente, el día vendrá, cuando nuestro Señor y Salvador
descubrirá aquel Sagrado Rostro a todo el mundo, el cual ningún pecador en
toda su vida hasta ahora pudo ver y vivir. Entonces, todo el mundo será
obligado a contemplar a Aquel a quien ellos traspasaron con su maldad
impenitente; todos los rostros se mudarán de color. Entonces discernirán lo
que ellos ahora no creen, la total deformidad del pecado; mientras los Santos
del Señor, que en la tierra parecían tener el rostro de los hombres comunes,
despertarán uno por uno semejantes a El y temerán mirarlo. Y entonces se
cumplirá la promesa hecha a la Iglesia en el Monte de la Transfiguración.
Será “bueno” estar con aquellos cuyos tabernáculos podrían haber sido una
trampa (snare) para nosotros en la tierra, si se nos hubiera permitido
construirlos. Veremos a nuestro Señor, y a Su Bendita Madre, a los Apóstoles y
Profetas, y a todos aquellos hombres justos sobre quienes ahora leemos en la
historia y anhelamos conocer. Luego seremos instruidos en aquellos Misterios que
ahora están más allá de nuestro alcance de comprensión. Y en las palabras
del Apóstol: “Queridos, ahora somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado
lo que seremos. Sabemos que, cuando se manifieste, seremos semejantes a El,
porque le veremos tal cual es: “y todo el que tiene esta esperanza en El se
purifica a sí mismo, como El es puro”.