ADÁN: CAÍDA Y ARREPENTIMIENTO

P. Fr. Alberto García Vieyra O.P.

 

Muchas cosas hay que no fueron escritas. Han quedado guardadas en el secreto de las edades. La Historia no tiene derecho a referir más que lo patente en monumentos y documentos; tiene límites que no puede sobrepasar. Pero la inteligencia cuenta con el auxilio de la imaginación, y el sentido común puede reconstruir con imágenes, de modo conjetural, lo que no se puede rehacer con documentos.

Sobre Adán, los primeros hombres, como sobre ciertos pasajes evangélicos aquí apuntados, no tenemos más datos que los ofrecidos por la Escritura y la Tradición. Eso es lo cierto e indudable. Lo cierto sobre nuestros primeros padres es lo narrado en el Génesis. Es verdad que fueron expulsados del Paraíso y que vivieron muchísimos años. La edad de los Patriarcas es un misterio: ¿Qué hizo Adán en ese tiempo después de su expulsión del Paraíso? La Biblia nada dice, fuera de los hijos: Caín, Abel, Set. Después agrega el Sagrado texto:

"Vivió Adán ochocientos años después de engendrar a Set, y engendró hijos e hijas" (Gén. 5, 4).

Sobre este fundamento, para solaz de la mente, nos hemos permitido imaginar lo que Adán haría sobre la tierra durante su existencia. Nos parece obvio que visitaría a sus hijos, hablándoles de la escena del Paraíso, contándoles su caída, la promesa hecha por Dios para salvación de los hombres. Advertimos que los primitivos no eran hombres rudos, recién llegados a los rudimentos del saber, dotados de un saber inicial y elemental. Eso es mera fábula y no convence a nadie.

Los hombres primeros, recién salidos de las manos de Dios, eran verdaderos genios con la riqueza de una poderosa naturaleza.

El hombre es el único animal que nace desnudo, desprovisto de todo. Solamente posee la inteligencia, y la inteligencia práctica, para proveerse de lo necesario con su industria. Es el más pobre de todos los animales, pero el más capaz de todos. Si los primeros hombres hubieran sido rudos y apenas capaces de conocer, habrían sucumbido en la empresa de buscar su alimento, albergue, vestido. Hubiera pasado un buen tiempo antes que se les ocurriera tomar la piel de un animal para cubrirse. Antes de resolver estos problemas elementales para nosotros, ya habrían muerto.

Adán, expulsado del paraíso, no pierde su naturaleza y sus valores como tal, pierde los dones gratuitos, contrae la herida en su naturaleza, pero ésta no pierde todas sus riquezas: gran inteligencia, voluntad, sensibilidad. Nuestros primeros padres abandonan el Paraíso con la amargura interior y las nuevas inquietudes de sus almas atormentadas.

"Expulsó (Dios) a Adán y puso delante del jardín un Querubín que blandía flamante espada, para guardar el camino del árbol de la vida" (Gén. 3, 24).

Adán y Eva lo contemplaban. Poco a poco el Querubín iba perdiendo para ellos su forma perceptible en el horizonte. Ven también desdibujarse aquel fuego de amor, que sabían gozo de los bienaventurados y tormento del transgresor. Todo hemos perdido -dijo Adán- menos la fe, la esperanza, la Promesa que el Creador puso bajo nuestra custodia. Los dos permanecen en silencio. No es el silencio musical y gozoso del Paraíso. Caminan ahora por una tierra hostil y desolada; cambiadas sus piedras, sus plantas y animales en motivos de angustia y de terror. Debemos imaginar que la gran pérdida del Paraíso debía gravitar en aquellas naturalezas privilegiadas por haber salido de las manos del Creador.

Adán y Eva caminan por los campos silenciosos sembrados de cardos y espinas, insensibles a su dolor. La preocupación del padre del género humano es natural:

— Por nuestra culpa -dice Adán-, perecerá el hombre sobre la tierra, como mueren los animales, las aves del cielo y los peces del mar.

— La muerte será como la noche, -comentó Eva- ¿has visto las hojas secas de los árboles?

— Vamos mujer -replicó Adán- ten confianza; la tierra se poblará, la inmensidad de los campos acogerá multitudes, y esas multitudes vivirán de la Promesa, hasta el día del Señor, el triunfo del Linaje de la Mujer.

Al mencionar Adán el día del Señor, el triunfo, sonrió Eva por la primera vez, con la risa de Sara al nacimiento de Isaac (Gén. 21, 6). El recuerdo de la Promesa siempre abriría una puerta para el gozo.

El recuerdo de la Promesa de salvación eleva sus almas en un movimiento vertical hacia lo alto; quieren algo así como volver a Dios; algo que después se llamará oración; la oración, el culto sería practicado ya en el paraíso.

Nuestros primeros padres elevan sus almas al Creador:

— ¿No eres tú, desde antiguo, Yahvé mi Dios, mi Santo? No dejarás Tú, oh Yahvé, perecer al que estableciste para la justicia y fundaste sobre roca para ejecutar el derecho. Muy limpio de ojos eres para contemplar el mal, y no puedes soportar la vista de la opresión. Yo he comprobado tu misericordia: no quieres la muerte del hombre, y aunque el hombre se ponga en los lazos de la muerte, tú Señor lo salvas.

Una plegaria así podía estar en boca de nuestro primer padre: la justicia, el perecer, la salvación. El sabe que vendrán al mundo toda suerte de hombres. El mismo experimenta las sensaciones más diversas; por su mente no pasa solamente el dolor, la angustia; por momentos se enciende de soberbia, la excelencia de su naturaleza le exalta; el vigor y la belleza encienden su vanagloria; la vergüenza al recordar su caída y desnudez; la ira contra la hostilidad de la naturaleza.

— Sí -dice Adán-. Para nosotros la justicia significa perecer; sólo la misericordia nos salvará. En el fondo del corazón de Dios hay una inmensa compasión por la miseria nuestra.

— Realmente es miseria -comentó la mujer- y somos miserables. Recuerda la mentira, y cómo la creímos. Creímos a una creatura superior a nosotros pero deleznable; le creímos desobedeciendo al Creador, por encima de todas las creaturas. ¡Qué gran miseria! Recuerda aquellos hermosos discursos; aquel encadenamiento de vocablos musicales; toda una sinfonía; una cascada de medias verdades capaces de borrar todo temor o sospecha. Todo era placentero y bello, hasta que apareció la horrible mueca del engaño.

De pronto Adán se enciende en cólera; tiembla de furor y Eva se siente amenazada.

— ¡Acuérdate -le dice- que el Salvador saldrá de la mujer!

— Sí, -responde Adán- volviendo a la calma, como hundiéndose en el silencio de los campos y en el misterio de su alma atormentada. Realmente no podemos imaginarnos los tormentos de esta alma salida del soplo divino sobre el barro y caída en el pecado, lo más contrario a la voluntad de Dios, y sujeto a su Justicia inexorable.

— Recuerda cuando nos dijeron: "¡No, no moriréis!" ¿Quién podía pensar en la muerte en el Paraíso? La muerte estaba proscripta; el alma es inmortal, naturalmente inmortal en el bien o en el mal.

— Todo era suave, ordenado y perfecto -agregó Eva-, ahogando un gemido en su corazón; — yo vi deseable el fruto aquel para alcanzar la sabiduría (Gén. 3, 6).

— La sabiduría del mal se posesionó de nuestras almas -dijo Adán-. Todo saber tiende a informar la vida, y la sabiduría del mal tiende a la vida en el mal. Quedamos lejos de Dios, pero el Señor con bondad nos llamó; recuerda que llegó hasta nosotros preguntando: "Adán, ¿donde estás?". Entonces supimos por experiencia, por una nueva experiencia, la hondura de la misericordia del Creador. El Tentador nos dijo entonces; "¡Seréis como Dioses!"; no podía ofrecernos los reinos de la tierra porque ya los teníamos en nuestro poder. Nos ofrecía los reinos de la gloria, que él no posee, pero por algo es el padre de la mentira. Nosotros hemos perdido los reinos de la tierra, -agregó el primer hombre- pero siempre serán la ambición de muchos, y habrá guerras y rumores de guerra. Diciendo esto prosiguieron su camino. De pronto Adán se detiene.

— Pensemos cosas mejores -dice a la mujer-. Dios, el Creador, nos ha creado para el cielo, y no se ha retractado ni se retractará.

No podemos describir el misterio de gloria y de dolor de aquella naturaleza excepcional. Excepcional a pesar de su caída; una naturaleza humana formada por la misma mano de Dios, debemos suponer muy poco común. No es el antropoide de nuestros sapientes; es el hombre creado por Dios, y a pesar de su caída y privación de la justicia original, conserva en su naturaleza rastros de aquel antiguo esplendor y grandeza.

Adán siente el peso de la fatiga, las inclemencias del sol y de la noche; las bestias del campo no le obedecen; debe pensar en su propia subsistencia y en el misterio de la muerte que le asecha.

Prosigamos con la primera pareja humana. Adán contempla maravillado las piedras, el verde de los campos, los árboles, los animales a los cuales él mismo les puso nombre. Su mujer camina a su lado silenciosa — ¡Animo! -le dice Adán-; largo camino , innumerables carreras del sol nos quedan por recorrer.

— La naturaleza es bella -dice Eva- pero hemos perdido lo mejor...

— Tenemos que buscar el pan con el sudor de nuestra frente -recalcó Adán-. Existe un paralelismo entre el proceso de la mente y el de la alimentación. El proceso de la mente es asimilar cosas y elaborar conocimientos; el sustento del cuerpo también requiere asimilación, para dar lugar a la persona adulta.

— Y eso cada día -dijo la mujer-; bien merecido lo tenemos.

— Fíjate, carne de mi carne y hueso de mis huesos, podemos tomar los frutos de los árboles para alimento. Muchos están ya maduros, al alcance de la mano. Pero otros no.

Y añadió Adán: - Tenemos a nuestra disposición ganados, bestias y reptiles de la tierra; semillas de vegetales que deben germinar y producir su fruto. No tenemos casi nada en la mano, pero todo en el plan de la Providencia.

— Todo esto es misterioso -dijo la mujer-.

— Y de grandes perspectivas para el linaje humano -respondió el varón-. Hemos recibido del Creador, el agua, el fuego, la tierra y el aire; todo está a nuestro servicio. Debemos pasar la tierra, lo corpóreo, por el agua, el fuego y en el aire. Allí está la clave para el sustento del hombre. El hombre debe crecer con el animal y el vegetal, tratados convenientemente con los cuatro elementos de la naturaleza, combinados con inteligencia. Lo mismo que nos sirve como elementos de culto, en holocausto ante el Creador, nos sirve de sustento para el cuerpo.

— Pero el hombre puede abusar de los alimentos del cuerpo -dijo Eva- ¿no acabará suprimiendo la penitencia?

— ¡Ah, mujer!, -respondió Adán-. Para eso El Creador ha puesto en nosotros el arma de la Templanza. Esa arma debemos utilizar. Recuerda, aquél que nos dijo: "Seréis como dioses", ha dejado su huella profunda en nuestros apetitos. Para eso es la templanza. Son motivos de más para transmitir a nuestros hijos la Promesa.

Aquí se detuvieron bajo un corpulento algarrobo que extendía sus ramas con una fuerza que sólo Adán podría penetrar. 

— Piensa, -dice a su mujer-, en la fuerza de este árbol, que levanta sus ramas a lo alto. Esta fuerza está en toda la naturaleza, en cada cual según su especie. El árbol, el caballo, el león, cada cual tiene su fuerza especial. Nosotros también, seres caídos en el mal, tenemos esta fuerza. El vigor que admiramos en la naturaleza, nosotros tenemos que administrarlo con la inteligencia.

— Dios no ha creado cosas raquíticas, -prosiguió Adán-. Dios es el autor de la fuerza, la libertad, el poder. El nos dio el poder sobre lo creado, pero somos limitados y tenemos en nosotros el misterio del mal. Por ese motivo, mujer, así como debemos administrar el apetito, debemos moderar nuestro vigor con la virtud propia del fuerte, la fortaleza.

— Dios maldijo la tierra por nuestra culpa -dijo Eva-.

— Es cierto, pero esa maldición debe ser superada por el esfuerzo, por el trabajo de las generaciones humanas.

— ¿Crees tú que las generaciones humanas vivirán en paz como para redimirse por el trabajo o por lo menos esperar al que vendrá?.

— No creo que permanezca una paz inalterable -respondió Adán-. Demasiadas cosas tenemos en nuestras almas que estarán en grado mayor o menor entre los hombres. Hoy tenemos paz y mañana la cólera nos invade; gozamos de las cosas y mañana queremos destruirlas. Es difícil que haya paz entre nuestros hijos, hasta que aparezca el Anunciado, que será el Rey pacífico, el Príncipe de la paz. Sin embargo, tenemos entre las riquezas de nuestra naturaleza, aquello que nos proyecta hacia el creador, para rendirle culto, lo que le es debido. Cada hombre deberá pensar lo que debe a otro. Esa deuda es una relación indudable, es un ligamen que no podemos evitar, aún por nuestras limitaciones.

— Todo está bien, -respondió Eva- pero el mal, la culpa, está entre todas aquellas cosas.

— Lo que dices es verdad, sin embargo la naturaleza no carece de poderes para restablecer el orden en el marco de sus posibilidades. Continuaron su camino; tenían que buscar aquel pan que se les había prometido ganar con el sudor de su frente. Pero en el Paraíso habían aprendido también que las primicias debían ser para el Creador.

Dijeron entre sí: busquemos los frutos de la tierra para ofrecer al Señor. Adán vio un gran peñasco cerca de la gruta elegida para pernoctar al abrigo de la intemperie. Ese peñasco serviría de altar; comenzaron a buscar algo digno para ofrecer al Señor; tomaron frutos de los árboles, berros de un arroyuelo cercano, y con gran sorpresa de Adán un cordero enredado entre unos matorrales. Recogieron todo, y elevando el corazón a Dios, ofrecieron los frutos al Señor. Mientras estaban en oración, con las manos extendidas sobre la ofrenda, como ocurriría después a Eliseo, bajó fuego del cielo que consumió la ofrenda. Añadamos que quedaron partes entre las brasas; Adán entendió que de lo ofrecido al Señor debe participar el hombre; así comieron de lo ofrecido al Señor; comida litúrgica para refección del alma y del cuerpo que anticipaba algo que vendría después, pero que Adán no podía imaginar.

Adán expulsado del Paraíso no pierde la fe ni la esperanza; experimenta el arrepentimiento por haber cedido a la tentación demoníaca; su voluntad actual vuelve sobre sus pasos al contemplar deshecho el ideal de bienaventuranza. Pero sabe que esto será transitorio para sus descendientes. Eso lo estimula a la oración y al culto del Creador, que no ha querido llevarlo a la muerte definitiva.

Dejemos a la primera pareja humana con su misterio interior. Misterio de gozo y de dolor mutuamente compartido que debía transmitirse a todas las generaciones humanas.

Hagamos explícitamente una advertencia. Pondremos al primer padre del género humano hablando de la escena del paraíso. Esto es de propia cosecha, de ninguna manera histórico. Si lo hacemos es que podemos suponer que él tendría gravada su conciencia por trasmitir la promesa de salvación. El contaría su caída y la promesa de salvación. Todas las conversaciones y palabras atribuidas a Adán son imaginarias; no están en ningún documento histórico. Queremos proporcionar una lectura estimulante para nuestra condición de católicos.

Agreguemos que en nada pensamos prevenir el juicio de la Iglesia. Todo lo sometemos a su juicio; hemos procurado interpretar sus enseñanzas y tradición.

Adán, como afirma la Escritura, tuvo hijos e hijas. Entre los tres que figuran en el texto sagrado, uno es Set. Dice Eva: "Me ha dado Yahvé, Dios, otro descendiente por Abel a quien mató Caín" (Gén. 4, 25). Evidentemente tuvieron Adán y Eva muchos otros hijos, aunque no se nombran para nada. Los nombrados son los que tienen alguna relación directa con la aparición del Mesías.

Estamos entre la tribus o familias descendientes de Set. Los grupos familiares habían construido sus viviendas aprovechando las cavernas en las rocas, haciendo empalizadas y cobertizos para protegerse del sol o del asecho de las fieras. Otros, más avisados, habían construido verdaderas casa de piedras, chozas con diversos elementos. El hombre debía proporcionarse el abrigo, el sustento con sus propias fuerzas. ¿Habrían pasado doscientos o trescientos años desde la escena del paraíso? No lo sabemos. Sí pensamos que la tradición estaría muy viva. El trabajo en la tierra inhóspita la redimía de los cardos y espinas, y la poblaba de sembradíos. El hombre debía vencer por su esfuerzo la resistencia de los elementos naturales.

En el tiempo a que nos referimos, las viviendas estaban implantadas al pie de las lomadas que rodeaban un cañadón poblado de pastos para los ganados y pequeñas parcelas sembradas. El mismo Dios había señalado al hombre cuál debía ser su alimento. El animal descubre por instinto cuál debe ser su alimento, el hombre, ser inteligente, hipersensible y genial podría mucho más.

Enós, hijo de Set, había construido su casa. Sentado junto a la puerta, con su mujer, Rut, trabajaba unas piedras. El hombre golpeaba las piedras para sacarles un borde suficientemente filoso. Rut contemplaba el trabajo de su marido. De pronto llega un vecino, Zafad:

— Buenos tiempos vengan del Creador -dice saludando.

El saludarse mutuamente nacía de lo hondo de aquellas ricas naturalezas. Aparecía como un sentimiento espontáneo. Aquello era más que sentimiento, un profundo vínculo de unión que después se llamaría justicia, amor al prójimo, indefinible entonces, pero real, que nacía de los vínculos que la ley natural pone entre los hombres. En aquellas primitivas edades, la misma naturaleza, por sus innatas riquezas, dictaba a grandes voces lo necesario para la convivencia humana.

Al saludo de Zafad contestó Rut: - El Señor te guarde. ¿Qué te trae por aquí?

— Quiero ver el trabajo de tu marido.

— Fíjate -dijo incorporándose Enós- he conseguido pulir estas piedras; tienen un borde tan filoso capaz de cortar las carnes de un animal. — Eres un artista -dijo Zafad-; mejor que Joel el que pinta las piedras de las cavernas.

— Me han dicho que es genial; pero no he visto nada todavía... Mis piedras son para los animales.

— ¿No es mala la muerte del animal? -pregunta Rut.

— De ninguna manera -contestó Enós-. El animal está al servicio del hombre, y el hombre debe servirse de él para comer. Eso es muy claro. Zafad escuchaba el diálogo entre los dos esposos. El asentía a las palabras de Enós, pero comprendía los escrúpulos de la mujer. De pronto los temores de Rut se concretaron:

— Dios quiera que esos instrumentos cortantes se utilicen solamente para los animales y no para los hombres; ¡Sería horrible!

— Sí, mujer -dijo Enós; sería un inmenso mal; el hombre es creado a la imagen y semejanza de Dios; debemos respetar esa imagen en nuestros prójimos. Entonces intervino Zafad: — es verdad, pero puede haber causas justas, para repeler el agresor. El asunto no es tan fácil como parece.

— Ya tuvimos la muerte dolorosa de Abel -dijo Rut-; no queremos un episodio semejante;

— El abuelo -dijo Enós- siempre llora el crimen de su hijo; pero no deja de añadir que la sangre de Abel encierra un misterio de vida incomparable-. Los tres quedaron pensativos, meditando en la gran historia que todas las familias humanas conocían.

Aquellos hombres primitivos, que pulían y afilaban las piedras para tener instrumentos de caza ya se imaginaban que aquellos podrían utilizarse también para dar muerte a un hombre. Quizás en los momentos de aquella conversación ya se habían empleado en algún entrevero. No podremos imaginarnos su asombro si vivieran en los tiempos actuales. Efectivamente, la humanidad crece en medios de destrucción y en medios de conservación y de vida. No cultivamos ningún pacifismo infantil; la técnica regida por la ciencia del bien, trae elementos de vida. La técnica regida por la ciencia del mal, trae elementos de muerte.

Enós siguió entretenido con sus piedras; los demás callaron dejándolo trabajar.

— Tu marido trabaja muy bien -dijo Zafad a Rut.

— Como que el filo de las piedras no sirva más que para los animales -comentó la mujer, que ya adivinaba otros usos, menos recomendables.

Llegó en esos instantes otro vecino, Tiel: — ¿qué dicen ustedes? -preguntó.

— Estábamos con las piedras trabajadas por Enós -dijo Zafad. — Este viejo trabaja admirablemente -agregó-. Y a tí ¿cómo te va con los sembrados?

— Bien; hemos notado que nos proporcionan alguna ventaja, y es el no tener que desplazarnos tanto buscando la caza.

— Es una ventaja -dijo Enós-; no hay mas que trabajar la misma tierra, y esperar las lluvias. La caza tiene la ventaja que tenemos la comida de inmediato. Todo tiene sus pro y sus contra.

La caza de animales, la pesca, los sembrados eran los primeros problemas planteados a la inteligencia humana en aquellos tiempos primitivos del hombre sobre la tierra. Las primeras comunidades humanas debían ingeniarse para subsistir. Ya era un hecho que se perfilaba la distinción de pueblos cazadores y agricultores; comenzaban a diversificarse las distintas actividades.

Estaban aquellos hombres conversando cuando llega el nieto de Enós, Malabael; llegó con la gran noticia esperada por todos:

— ¡Viene el Abuelo! creo que llegará de un momento a otro. Me enteré en el río, al ir a buscar agua. Allí me dijeron que el Abuelo vendría a visitarnos.

En la familia de Set todos guardaban gran veneración por el padre del Género humano. Abuelo era el nombre que todos reservaban para designar aquella paternidad común. El primer Hombre vivía rodeado de un respeto filial, entre aquellos hijos suyos. Otros habían emigrado lejos, pero llevarían el gran secreto del Paraíso.

Efectivamente todos conocían el misterio de su existencia, su vida salida de las manos del mismo Dios; su alma ¿no era aquel soplo divino sobre el cuerpo de barro? Sus palabras, sus gestos, sus modales, su forma de tributar culto al Altísimo, sus enseñanzas sobre la concordia, la piedad, sobre el cultivo de la tierra, todo se guardaba religiosamente en la memoria. Todo lo que tenemos en los primeros capítulos del Génesis, y que conservaron las primeras tradiciones, eran sin duda enseñanzas del primer padre del género humano. No podemos imaginarnos un Padre de tal categoría como Adán, que no comunicara a sus hijos aquello que tanto les importaba, como su caída en el pecado, expulsión del Paraíso, y promesa de un Salvador. Esto último decía a todos que si bien eran caídos en la culpa, podrían resurgir a la justicia y amistad con el Creador.

El sol iba declinando cuando llegó Malabael con la noticia. La visita de Adán era todo un acontecimiento. Todo parecía revivir y renovarse. No era esta la primera vez que el Padre del género humano visitaba la estirpe de Set. Siempre la venida del Abuelo tenía el propósito de rememorar el Sagrado Secreto que guardaba en su corazón; los pasos decisivos de la historia primordial, que daría un sentido definitivo a los Anales de la Humanidad.

Enós, como hemos dicho, incluso Zafad y Malabael, pertenecían a la familia de Set, y guardaban las tradiciones religiosas, el culto, los sacrificios.

Al oír "¡Viene el Abuelo!" la conversación giró alrededor de su persona.

— Viene -comentó Rut-. Visita siempre a sus hijos para hablarles y estimularlos en las buenas obras. Yo lo he visto; contempla acongojado las consecuencias de su propio pecado, que es el nuestro.

— Recuerda el crimen de su hijo Caín -dijo Tiel-; piensa muchas veces que su posteridad por ligereza olvidará la divina Promesa.

— Exactamente -terció Zafad-. Por esos motivos frecuenta nuestras tribus y familias antes de morir. Quiere que esperemos al Nacido de Mujer, prometido por Dios en el Paraíso.

— Zafad, tienes bien grabadas en la mente las palabras del Abuelo; envidio esa retentiva.

— Procuro acordarme de lo que puedo. Hay muchas cosas que debemos transmitir a nuestros hijos.

— Tú estabas cuando habló de la germinación de las semillas -dijo Zafad a Tiel.

— Sí, recuerdo; habló del principio vital de las semillas y la aridez de las arenas del río. Todo ser vivo tiene en sí el principio vital capaz de reproducirlo.

— Todo es maravilloso en las obras del Creador -comentó Rut la mujer de Enós.

— La semilla, - dijo el viejo Enós- sufre un proceso maravilloso en el seno de la tierra; intervienen los cuatro elementos: el aire, el agua, la tierra y el fuego, o sea el calor y la luz solar. Sabemos lo que interviene, pero el misterio permanece.

— Es el misterio mismo de la vida -acotó Tiel.

— Es verdad -dijo Zafad.

— Sabemos muy poco -recapituló Enós, y volvió a inclinarse sobre sus piedras.

Eran los primeros coloquios, o la materia de aquellos primeros encuentros entre los hombres de aquellas primeras edades. Cada generación tomaba en sus manos lo que tenía por delante, y procuraba transformarlo en elementos útiles para la vida humana.

Malabael ya se había ido. Dio su mensaje y fue a avisar a todos los conocidos la próxima visita. Enós siempre había hablado a Malabael y a todos sus nietos del primer padre, Adán; por eso todos anhelaban su visita. Al caer la noche los contertulios de Enós se dispersaron; cada cual volvió a su casa, dirémosle así; almas generosas y simples podrían elevarse hacia el Creador, con el sentido de la fe y la esperanza, que les había dejado el Abuelo.

Adán llega a sus hijos. Su mirada iluminada refleja penitencia y santidad. La vida más accidentada, con los rastros de la angustia, del dolor, del gozo, de la exaltación de sí mismo y la depresión. En aquellos tiempos, cuando le vemos llegar a los suyos, una paz indecible mezclada de tristeza trasuntaba toda su personalidad. Adán era hermoso, como es de pensar en aquella naturaleza viril, nacida de las mismas manos de Dios. No en vano su formación y puesta en el mundo, había sido precedida de aquello: "Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza".

Aún colmado de años, no presentaba abundantes síntomas de vejez. Su robusta naturaleza, privilegiada por sus orígenes, y su paternidad para con todo el género humano, parecía reflejar aquel don sublime, perdido para siempre, que fue propiedad suya, la justicia original. La pérdida había causado una llaga profunda en su alma, pero no dejaba de ser una naturaleza humana salida, con prerrogativas excepcionales, de manos del Creador.

Al perder Adán, y todo el hombre con él, el don de la gracia santificante, entró en él y en el mundo el desorden de la naturaleza así creada por Dios.

A raíz de esta pérdida fundamental, mejor dicho de aquella desobediencia o sea el pecado original, viene la rebelión de la inteligencia a cumplir la ley del Señor; rebelión de la voluntad contra los dictados de la inteligencia; señorío de los apetitos inferiores del hombre sobre la misma persona humana. La soberbia de la vida, la concupiscencia de la carne y la de los ojos. Todo esto quedó entre los hombres y fue minando cada vez más la propia naturaleza humana. No vamos a enumerar todas las consecuencias del pecado original, la pérdida de los dones gratuitos, la misma naturaleza lesionada por el pecado, y debilitada en orden al bien.

El Padre del género humano pasó una vida de penitencia. Sensibilidad extraordinaria frente al mal, padecía horriblemente por su pecado. La naturaleza adámica tenía que sentir mucho más que nosotros el remordimiento de la conciencia con una violencia especial.

En nosotros, naturalezas nacidas en el pecado original, la culpa nos resulta a menudo agradable, o no tan detestable; nuestras naturalezas, viciadas desde el principio por el pecado, hacen que la culpa no gravite como un mal, o que no sea sentida como algo doloroso para el hombre.

En cambio en Adán, la culpa, el pecado, los apetitos desordenados se dan en una naturaleza que ha gozado del orden, fruto de la justicia original. Desde el primer instante de pecado, Adán y Eva se reconocen culpables, y se esconden, como dice el Génesis (3, 8). Nuestros padres vivieron en el mundo la experiencia de la muerte y del destierro. Solamente la Promesa formulada por el Señor en el Paraíso les era motivo de consuelo. Eva quería procrear para dar lugar al Mesías que debía llegar. Es así que vieron llegar al primer padre del género humano, a la tribu de Enós, hijo de Set, abrazando y bendiciendo a todos los suyos. Gran regocijo en todas las familias, deseosas de escuchar otra vez la historia del Paraíso, que debía transmitirse de generación en generación. Llegado el Abuelo creado por Dios, después de saludar a todos, sentóse en medio de los suyos. Contempló una vez más la marea creciente de las generaciones humanas, que se reproducían sin cesar, como obedeciendo al oráculo divino:

"Procread y multiplicaos y henchid la tierra" (Gén. 1, 28).

Al contemplar la multitud, aquella estirpe privilegiada de Set, cruzó por su mente el martirio de su hijo Abel, que había santificado toda aquella generación. Estaba en medio de los hijos de Dios, que querían escuchar de sus labios una vez más, aquella historia singular. Algunos la escucharían por la primera vez. Adán por su parte, tenía interés en contarla de nuevo, y grabar en sus mentes, lo que el tiempo podía desvanecer y reducir al olvido. Por gente que venía de regiones remotas, bien sabía que la historia había sido recubierta de fantasías y deformada.

Innumerables hombres y mujeres se habían congregado para escucharle; unos para conocerle, otros para hablarle de nuevo.

Lo que podríamos llamar casa de Enós estaba repleta de gente. Todos los ojos estaban fijos en él. Las poderosas inteligencias de aquellos primeros pobladores del planeta estaban listas para penetrar hondamente cada palabra; memorias prodigiosas, verdaderos archivos, iban a recibir un mensaje, que se desfiguraría en parte, en parte se perdería, pero que en algunos, por voluntad de Dios, iba a permanecer intacto, formando tradiciones permanentes, hasta consignarse en documentos escritos, hasta llegar a nuestro libro de los Orígenes del Mundo, el Génesis.

La palabra de Adán era escuchada como algo sagrado. Lo sagrado se conserva en el silencio. No nos imaginamos hoy el silencio de los campos en aquellas edades primitivas; el silencio que sugiere el culto del Creador, la contemplación, la guarda religiosa de la Palabra de salvación.

— Hijos míos -empezó diciendo Adán: Otras veces conté a vosotros todo lo relativo a la creación. El poder de Dios para sacar las cosas todas, todas las creaturas de la nada. Cuando nuestro pensamiento va a la nada, toca los bordes del misterio. Hoy nos toca hablar del Paraíso. Si la historia de los orígenes del mundo es importante, más nos interesa la historia del Paraíso, aun para aclarar nuestro misterio interior.

El hombre está rodeado de misterios, que le son exteriores; pero no es menos importante su misterio interior. La historia del Paraíso nos toca muy de cerca; es una realidad muy íntima.

"Plantó Dios un jardín en Edén al oriente, y puso al hombre a quien formara. Hizo Dios brotar en él de la tierra toda clase de árboles hermosos a la vista y con frutos sabrosos al paladar, y en medio del jardín, el árbol de la ciencia del bien y del mal".

Aquí se detuvo el anciano, como midiendo sus palabras, en el silencio y expectativa de todos los concurrentes. Debía confesar su caída. Un profundo dolor penetraba su alma con sus recuerdos. Era un mensaje cargado de esperanzas, a pesar del dolor de la culpa que atenaceaba su alma. El transmitía el mensaje y la culpa. La confesión de la culpa era parte del mismo mensaje. El sabía que la culpa iba a proseguir sola, por las edades del mundo, sin los atenuantes del mensaje.

— Pero la serpiente -prosiguió el Abuelo-, la más astuta de las bestias del campo que hiciera Dios, dijo a mi mujer: "¿Con que os ha encomendado Dios que no comáis de los árboles todos del Paraíso?"

Yo -dijo Adán- estaba parado cerca; la serpiente, el diablo, hablaba con Eva. Escuché la respuesta. Pensé que entraba a dialogar sobre algo que era mandato del creador, y por tanto indiscutible; pero permanecí en silencio. "De los frutos del paraíso comemos, dijo mi mujer; pero del que está en medio del Paraíso, Dios nos ha dicho: No comáis de él, ni le toquéis; no vayáis a morir".

La respuesta era poner a consideración del demonio el mandato del Señor. El demonio no podía menos que rehusarlo, declararlo inválido.

"No, no moriréis, dijo; el día en que comáis se abrirán vuestros ojos, seréis como dioses, conocedores del bien y del mal".

Tales fueron las palabras decisivas -dijo Adán, y añadió con pesadumbre:

— ¡Si vosotros hubierais escuchado esa voz musical! ¡aquellas frases seductoras que llegaban a nuestros oídos! ¡aquel lenguaje interrogativo, amistoso, como buscando una respuesta conciliadora! Era todo un lazo, un puente de amistad tendido entre creaturas bajo el mismo plan de la creación. No supimos que su lenguaje era un engaño; una creatura perversa, cargada de envidia por la felicidad ajena y el peso de la culpa en sus entrañas.

Era cierto que el fruto no podía ser causa de la muerte; pero sí la desobediencia, la profanación de lo sagrado. El fruto era de vida, y de una vida muy superior; su virtud intrínseca era la vida. Solamente su profanación pudo ser causa de la muerte. Por eso la serpiente no miente cuando dice: "no moriréis". Una mentira la hubiéramos reconocido inmediatamente. Nosotros sabíamos que no era fruto mortal. Era mortal su profanación, la desobediencia al creador. Nosotros nos precipitamos desobedeciendo la voluntad de Dios. En vez de escuchar al Creador y a los ángeles de Dios, escuchamos a los ángeles del Abismo. La libertad, la elección es un don divino puesto por el Creador en sus creaturas inmateriales. Nosotros también lo tenemos; y en vez de elegir el mundo de la Luz, elegimos el mundo de las Tinieblas.

Fue la tentación: escuchar el lenguaje del tentador.

Tal es la historia del Paraíso; no hay más, -terminó diciendo el Abuelo-. No fuimos castigados con el castigo que merecía nuestra culpa; se nos prometió un Reparador. Aun después escuchamos la voz de Dios que nos llamaba. No nos mandó al infierno con la serpiente, sino que nos concedió tiempo de penitencia, tiempo de reproducirnos en el mundo, y la promesa del Salvador.

— ¿Salvador de qué? -preguntó alguien de la multitud.

— Salvador del hombre que sería condenado por el pecado. Todos quedamos en un camino de muerte; Aquél nos pondrá en un camino de vida. Debemos esperar el Salvador; Aquel que pisará la cabeza de la serpiente, hoy vencedora.

Pidamos al Señor Altísimo que venga el Salvador, y guardemos la fe y la esperanza de la salvación.

Toda la concurrencia levantó las manos al cielo, pidiendo al Señor Altísimo el envío del Salvador. Después de unos momentos de oración alguien preguntó:

— Y ¿cuando vendrá ese salvador, que nos librará del castigo, si es que nos va a librar?

— No sabemos el tiempo ni el momento. Son secretos reservados por la Providencia, para mortificar nuestra curiosidad, para templar nuestra fe y la esperanza. Pero yo transmito lo que escuché después de nuestra vergonzosa caída: "Pondré enemistades entre ti y la mujer, entre tu linaje y el suyo. Este te aplastará la cabeza. Y tu le acecharás el talón" (Gén. III, 15). El Salvador es el Linaje de la Mujer; es un hombre, nacido de mujer; uno como nosotros, pero con poderes sobrehumanos, contra el demonio.

— Y nosotros ¿qué tenemos que hacer?

— Intensificar nuestra fe en el Salvador y en el misterio de salvación. Por eso son las visitas que os hago, para confirmar y corroborar vuestra fe; para que no sobrevenga impiedad e injusticia entre vosotros; que no existan entre vosotros envidias, engaños, homicidios, avaricia; todas son cosas de muerte; vosotros debéis vivir en la esperanza de salvación, y fe en el Creador, Dios verdadero.

— La fe en el Salvador -prosiguió el Abuelo-, debe ser un bien no solamente privado, sino bien custodiado por los jefes de las familias, las tribus y comunidades humanas que se irán formando, cada vez más diferenciadas unas de otras. No faltarán sembradores de cizaña; es menester estar avisados; la defensa pública de la fe es necesaria. La fe en el Salvador no es solamente un bien particular, para la intimidad del hombre, sino un bien público, a custodiarse por toda la comunidad humana. — ¿Y cómo tendremos fe en el Salvador sin conocerlo? -pre-guntó otro.

— Conocemos de él, lo que el Señor nos ha mostrado. Primero conocemos su palabra; la veracidad, El es la verdad. Nos ha dicho que se trata de aquel hijo de mujer, que aplastará la cabeza, o sea que vencerá al demonio. Nosotros creemos en El; son los datos que tenemos fundados en la verdad infalible. Con eso nos basta. Después sabremos más, y las generaciones coetáneas se gozaran en su día.

Así terminó de hablar el Abuelo aquella tarde.

Al día siguiente volvió a reunirse una gran multitud; la noticia de la presencia del Abuelo se había difundido por todas las tribus, clanes o familias, como se los quiera llamar. Muchos habían quedado con preguntas por hacer, y querían una palabra del Abuelo, el hombre salido de las manos de Dios, padre y jefe reconocido por todos.

Al llegar preguntó Adán: - ¿Qué os preocupa ahora? Hasta que el Señor me lleve quiero participar en todos vuestros problemas e inquietudes.

Entonces tomó la palabra Guimel: - Quiero que nos expliques qué fue aquello de la tentación, y cómo el diablo pudo tentar a nuestra abuela Eva.

— La pregunta es importante -dijo Adán-, porque la tentación no es un episodio aislado y pasajero; es algo que permanece en la potestad de la creatura superior caída en el pecado, como los estímulos para el bien están en la potestad de los ángeles buenos.

— Tentar, tentación... -repitió alguien.

— Tentar -dijo el Abuelo-, es sondear en el pozo de nuestras intenciones. Como quien introduce un palo en el lecho del río para apreciar la profundidad de las aguas. El diablo tuvo envidia del hombre. Tuvo una gran envidia de nuestro estado, tan próximo a la definitiva bienaventuranza. Tu madre Eva y yo, iríamos con seguridad a la definitiva gloria de lo alto. No creo inútil que pensemos algo sobre la tentación. Actualmente somos llamados a la gloria por la fe en la Promesa, de la cual hemos hablado muchas veces. El diablo nos tienta a olvidarnos de la Promesa y mandamientos de Dios.

— ¿Qué son los mandamientos de Dios? -preguntó Dalet.

— No son otra cosa que esas leyes de conducta y convivencia humanas grabadas por Dios en nuestros corazones. Leyes o mandamientos claros en todo hombre, pero que el demonio quiere extirpar.

— Así que la tentación es para extirparlos -comentó Dalet.

— Exactamente -dijo el Abuelo-; aunque la tentación tiene un campo más vasto. La tentación nos conduce al olvido de la Promesa, el olvido de la salvación, y nos incita a llevar nuestra voluntad contra los preceptos divinos. Es la labor del diablo. Contra él es nuestra lucha. Malabael escuchaba azorado las palabras del Abuelo. Sintióse dispuesto a pelear contra el demonio. Pero le asaltó una duda y preguntó:

— ¿Cómo podemos pelear contra los demonios si son invisibles? Con piedras y palos no se puede.

— Invisibles e impalpables -agregó el Abuelo-. Son ángeles, y los ángeles son las creaturas superiores e inmateriales del universo.

— Serán como el humo -opinó Jet-. El humo es inasible.

— No, hijos míos -rectificó el Abuelo-. La manera de luchar contra el demonio es obedecer a la voluntad de Dios. La obediencia al Creador pone al hombre en oposición al Abismo, donde no quiero veros llegar.

Tomó la palabra Enós, que había estado en silencio, guardando en su alma las palabras del abuelo:

— Es una lucha de realidades invisibles. La tentación sugiere una intención culpable. Contra eso debemos luchar, haciendo que triunfe el bien. La honestidad en la vida debe triunfar sobre el mal.

— Es verdad -dijo el Abuelo-. El demonio es ángel; es todo inteligencia y poder. Es todo saber, y esa fuerza que llamamos amor, querer. Toda la tentación es influir con ese poder, que como viento impetuoso arrastra hacia las cosas, hacia cualquier parte. En el ángel caído ese poder, ese viento arrastra a todo lo más opuesto a la voluntad divina. Nosotros los hombres, no tenemos otro recurso que asirnos a la voluntad de Dios. Por ese motivo la obediencia a los mandamientos divinos es nuestra victoria.

Esto debe quedar entre vosotros. Lo que yo aprendí tarde, os lo sugiero. No quiero que mi mal se comunique; sé que hay algo que se comunicará necesariamente; pero quiero poner remedio, o levantar vuestra esperanza al remedio que debe venir.

El Abuelo quedó en silencio; un inmenso dolor embargada su alma; él era el responsable de aquella comunicación del mal: anunciaba el remedio, la salvación; pero era el responsable del mal.

En la concurrencia estaba Yod, recién llegado, jefe de una tribu o grupo de familias muy importante. — ¿De qué hablan? -preguntó a su vecino Zafad.

— Del diablo, de la tentación y del mal -respondió aquél en voz baja.

— Pregúntale algo sobre eso -díjole a Zafad.

— Hazlo tú mismo -respondió aquél.

— Abuelo -dijo Yod-. He llegado tarde. Quiero que resumas en dos palabras tus enseñanzas sobre la tentación, el diablo y la culpa.

— Casi no es necesario; siempre tenemos la tentación como una falsa elección que parece surgir de los fondos de la conciencia, siempre como opción contra la ley del Creador.

— El mal se presenta muchas veces de manera brillante y seductora -dijo Yod.

— Efectivamente -respondió el Abuelo-. El mal siempre aparece como un bien. No como bien honesto, sino como bien útil; un bien de la vanagloria, de la lujuria, de la vida voluptuosa. Un llamado bien, pero que en verdad es un mal. Algo que lleva el sello de la culpabilidad.

— ¡Ah! -prosiguió el Abuelo-. Eso es terrible. Lo sabemos bien mi mujer y yo. Vimos un bien, algo agradable inmediato y sensible; poco después el abismo se abría debajo de nuestros pies.

Adán se detuvo pensativo; el dolor embargaba su alma. — Debemos tener esperanza -agregó-, hasta que venga el Vencedor, el Salvador, el Hijo de la Mujer. Su pensamiento siempre retornaba hacia sus imágenes favoritas: el Salvador, el Linaje de la Mujer.

Después vino una pausa. Adán debió entrar en la choza donde habitaba Enós, para hablar a solas con él. Había dicho a la multitud de esperar unos instantes . Formáronse grupos diversos que comentaban las palabras escuchadas. Así pasó el tiempo, hasta que la asamblea volvió a rehacerse, deseosa de aprovechar la permanencia de quien tenían por padre y maestro, que había salido de las manos de Dios. El pensamiento general era que había que aprovechar su presencia en las familias, pues eso confortaba a todos en el bien, en los caminos de la paz, de la concordia. Durante la permanencia de Adán los motivos de discordia se suavizaban o desaparecían.

Como es de suponer, en aquellas reuniones no había tema fijado de antemano. Cada cual decía cualquier cosa; pero es evidente que todos querían escuchar al Abuelo, y el tema preferido era la gran historia del Paraíso; el gran Secreto, como decían algunos, o la Promesa de salvación. Lo más común era que alguien preguntara algo acerca de aquello que interesaba a todos. Las crónicas no revelan sobre si se ponían de acuerdo o no para preguntar. En esos momentos la pregunta estuvo en boca de Lamed:

— Dinos algo de la Mujer, ya que el Vencedor será nacido de mujer, el linaje de la mujer.

— ¡Oh, la Mujer! -dijo Adán-. Vendrá revestida del sol, coronada de estrellas y la luna debajo de sus pies. No puedo relatar todo el misterio que encierra... Adán se puso a contemplar unas niñitas que estaban en primera fila mirando absortas, con los ojos bien abiertos y dijo:

— Estas niñas encierran el misterio de la Mujer. Entre ellas está o estará, Dios lo sabe, la mujer prometida para remedio del pecado. No sabemos si está o estará frente a ellas el dragón, la antigua Serpiente, esperando que tengan el Hijo varón para perseguirlo (Apoc. 12, 13).

La mujer en general, y aquella en especial, suscita la especial enemistad de la Serpiente. Está inquieta esperando al Varón para hacerlo desaparecer. No está dispuesto el diablo a que le sean arrebatados sus dominios. Hoy está orgulloso por habernos derrotado; ya contempla los reyes de la tierra y señores del mundo que caerán bajo sus pies. Pero sabe también que aquello acabará con su derrota.

Aquí el Anciano se detuvo. Quedó un instante pensativo y prosiguió:

— Sí, veremos su derrota; un cielo nuevo y una tierra nueva, en lugar de este cielo y esta tierra. Pero todo empezará con la oposición entre la Mujer y la serpiente; el triunfo del Linaje de la Mujer, que "hace nuevas todas las cosas". Esa victoria es la que esperamos. Por ahora estamos vencidos. A duras penas se mantiene en las familias humanas la esperanza y la fe en el Enviado que ha sido prometido por la palabra del mismo Dios. — Es cierto -prosiguió Adán- que fuimos echados del Paraíso. Pero ¿qué significa el cielo nuevo y la tierra nueva? ¿Qué significa el tabernáculo de Dios entre los hombres... hombres que serán el pueblo de Dios?

La multitud escuchaba absorta las palabras proféticas del Abuelo. Después de un momento , rompió el silencio Lamed:

— Hemos escuchado algunas veces que la reparación de la caída en el pecado será obra del linaje de la mujer. No puedo darme cuenta de qué linaje se trata. Si será la obra de una raza, de una estirpe de hombres, o será de una persona particular; tampoco se precisa cuándo va a aparecer ese linaje.

— Puede ser una estirpe de guerreros -dijo uno-, he venido de lejos, y hay tribus que no reconocen al verdadero Dios Creador; han caído en la idolatría. Quizás el linaje de la mujer se refiere a los restauradores del culto en la familia de Dios.

— Algo de eso habrá -dijo el Abuelo. El joven Qof le interrumpió diciendo:

— Será un gigante para vencer la estirpe de Caín, y someter a todos bajo el verdadero Dios.

— Sin duda -dijo otro-, debe proceder de una mujer especial. El Abuelo había decidido dejarlos discutir.

— Habíamos quedado -dijo Dalet-, que la lucha era contra los demonios, seres invisibles e impalpables. El Linaje de la Mujer es visible y palpable. Entonces no puede ser ni un gigante, ni una compañía de guerreros en plan de batalla.

Todos estaban sobresaltados pues no comprendían a qué se refería aquello del linaje o familia de la mujer. Se daban cuenta que se trataría de una mujer especial; una especie de reina, con algo de lo que veían en la abuela Eva.

— Les diré lo que sé -dijo el Abuelo-. Referiré lo que se me ha dado, y nada más. Si agregara algo más, sería de mi propia cosecha, y quizás sería falso. Debemos esperar el curso de los tiempos, la marcha de los acontecimientos.

El "linaje" envuelve un misterio. Todo es misterio en la palabra de Dios. Se refiere a un hombre; un hombre que viene de Dios, sin dejar de ser hijo de una de nuestras mujeres.

El linaje de la Mujer, visible y palpable -dijo Adán-, con un poder invisible e impalpable, destruirá el poder invisible e impalpable del ángel de las tinieblas. Lo visible cumplirá el mandato divino, para despertar el poder invisible que destruirá el reino de Satanás.

No puedo decir más -dijo el Abuelo-; no se me ha dado más... le veo como el Fruto perfecto del árbol de la vida. Adoremos el misterio del Altísimo, el Linaje de la Mujer que vendrá, ciertamente, para salvarnos.

— Respetar el misterio del Altísimo es mejor que aclararlo de más -dijo Yod, el que había llegado retrasado. — En alguna parte el sucedáneo del Altísimo resulta que es el sol. Han cambiado al Señor Creador, por su creatura más brillante, pero al fin creatura.

— Los cielos cantan la gloria de Dios -dijo Enós-. Debemos venerar al Invisible.

— Y ¿La mujer y su linaje? -insistió intrigado Lamed. Replicóle Enós:

— Ciertamente, la Mujer y su Linaje encierran un misterio, que sólo Dios lo sabe.

— ¿Cuando veremos a esa mujer? -Preguntó Rut. Adán contestó mirando vagamente en lontananza:

— Aparecerá como estrella en el oscuro firmamento de las generaciones humanas; de pronto se verá un sol resplandeciente que iluminará las tribus y pueblos sentados en las sombras de la muerte; su resplandor será patente primero en las orillas del mar; vendrá con el poder de la vida; me parece verlo, pero no cerca, levantarse y sepultar el señorío de la muerte en los abismos de Dios.

— ¿Y cuándo veremos eso? -preguntó otra mujer.

— No me ha sido dado el tiempo -replicó el Abuelo- pero lo que digo es cierto. Así como las estrellas ponen en la inmensidad de los espacios la luz, así la Estrella del Mar, pondrá en la noche de los tiempos la luz verdadera para iluminar a todo hombre que viene a este mundo.

— Al hacer la luz -prosiguió el Abuelo- Dios ahuyentó las tinieblas, para que las cosas gozaran de visibilidad; la luz es como el paraíso de las plantas, los árboles, los animales; todo el universo revive por la luz; así la Mujer traerá la Luz verdadera entre los hombres; traerá de nuevo el Paraíso, si podemos hablar así.

Dijo Enós: - habrá entonces nueva luz y nuevo amor.

— ¡Es incomprensible! -comentó Zafad;

— ¡Completamente excepcional! -subrayó el Abuelo-. No sabemos más. Una Señora en quien el Todopoderoso hará grandes cosas; esas cosas no las conocemos; quizás las conocen por revelación divina los ángeles de Dios. No podemos penetrar tales misterios. Tenemos nosotros una inteligencia humana apta para el conocimiento de las cosas que nos rodean; si algo puedo referir de los misterios de Dios, es lo relativo a la Promesa; debo contar a mis hijos todo lo relativo al pecado y promesa divina de salvación...

— Pero la salvación, -apuntó Tiel, que había estado escuchando en silencio- es por el descendiente de la Mujer.

— Exactamente -replicó Adán-El es el Vencedor; aun el esplendor de la madre proviene del Hijo.

— Sí -dijo otro asistente a la reunión llamado Lamed- yo creo, como dice el Abuelo, que Dios mandará el vencedor o Salvador, para librarnos de la muerte.

— ¿De la muerte, dices? -pregunta Isacar.

— Sí, de la muerte -replicó Lamed.

— ¿Acaso se plantará un nuevo árbol de vida? volvió a preguntar Isacar.

— Sí -dijo el Abuelo-; un nuevo árbol de vida; aunque no como el que teníamos en el Paraíso. Después quedó pensativo...

— Es verdad -prosiguió- el Vencedor anulará la victoria del Demonio, y esa victoria es la muerte de los hombres. Es probable que los felices hombres del porvenir coman los frutos de un nuevo árbol de vida. — ¡Qué dichosos los hombres del porvenir! -oyóse a una mujer de nombre Isabel.

— Sí -replicó el Abuelo-, tendrán la muerte vencida por la vida. Torrentes de esperanzas inundaron aquella primitiva asamblea; elevaron su corazón a Dios pidiendo la pronta venida de la Mujer y su Descendiente.

— No puedo decir más sobre la mujer y su linaje; solamente puedo decir lo que el Señor quiere fijar en la memoria de los hombres, para alimentar su esperanza.

— He imaginado a veces -dijo Rubén-, que vendrá el Vencedor, y que tendrá ejércitos de ángeles para extirpar el mal.

Adán suspiró en silencio; pensó en la fragilidad de la imaginación del hombre, y cómo haría para mantener la Promesa en las generaciones humanas.

— No tendrá ejércitos, ni de ángeles ni de hombres; dominará los vientos y el mar, pero no hará uso de esa potencia sobrehumana para establecer su imperio. No os debéis confundir. ¿Quién creerá lo que hemos oído? ¿ A quién fue revelada la fortaleza de Dios? El misterio más grande rodea la Promesa. Crece ante la presencia del Altísimo como un retoño en tierra árida; no hay en él parecer ni hermosura que atraiga las miradas... Despreciado -añadió en voz baja- desecho de los hombres, varón de dolores, conocedor de todos los quebrantos... El tomó sobre sí nuestra enfermedad, el mal de la naturaleza, cargó con nuestros dolores... fue traspasado por nuestras iniquidades, triturado por nuestros pecados. El castigo salvador pesó sobre El, y en sus llagas hemos sido curados...

— Entonces, no será Rey ni Vencedor -comentó alguien.

— Será Rey y Vencedor -agregó el Anciano-. Vencedor de la muerte, pagando con muerte cruel por nuestros pecados. Son los misterios del Omnipotente, que apenas podemos vislumbrar, según las luces que recibimos de El.

El Justo, el Siervo del Señor, varón de dolores, recibirá el cetro, la corona de justicia.

Os aconsejo, hijos míos, buscad al Señor mientras puede ser hallado; sin salir de la fe y la esperanza, puede en verdad ser encontrado. Aún está cerca el Señor de vosotros. Muchos se alejarán, atravesarán montes y pasarán los mares hacia regiones lejanas de la tierra. El Paraíso será un recuerdo cada vez más borrado de la imaginación, o cambiado por otras cosas. El pensamiento de Dios quizás se identifique con los elementos de la naturaleza, tendrá el hombre dioses de piedra o de madera. Ha quedado muy frágil la mente de los hombres; por eso debéis adorar al Señor Altísimo, al Creador de todas las cosas.

No obstante todo aquello, vendrá la Redención, la salvación de los hombres; muchos vivirán en una vida nueva.

— Mandará Dios su salvación -acotó Enós.

— Hay algo de Dios que se opondrá a la maldición con fuerza divina -continuó el Abuelo-. Lo cierto es que el Hombre, o si se quiere, el hijo del Hombre, con la Mujer, que recibirá de El, vencerán al demonio.

— ¿Y qué papel tendrá la Mujer? -insistió uno de los contertulios. — Es bastante claro que la Mujer dará a luz al Vencedor. Ella misma no será vencida por el poder de Satanás. Todos nosotros -dijo con voz entrecortada Adán- somos esclavos del demonio; no existe aún ninguna mujer u hombre que puedan vanagloriarse de ser libres del mal. Hemos pecado, y el pecado es la triste herencia, que de nosotros pasa a nuestros hijos. Solamente la penitencia, por ahora, es remedio de la naturaleza, pero aún así, no vemos la gran Luz. En cambio, después del vencedor todos los hombres verán o podrán ver la Luz.

— Entonces -comentó otro-, será la madre del vencedor.

— La madre, y más que la madre. Por algo se dice que sostendrá, ella misma, enemistades con el diablo. Esto significa mucho, es algo inimaginable. En ningún momento estará bajo el poder del diablo; esto es: estará sin pecado; el poder del demonio es sobre el pecado del hombre. Debemos guardar el recuerdo de la Promesa -dijo el Abuelo. — Dios quiere la fe en su Palabra, y no la debemos ni olvidar ni adulterar siquiera. Esperemos con veneración, esperando en la aparición de la doncella privilegiada que será la madre, que traerá a Dios entre nosotros, como Rey, vencedor. No tengamos la imagen de un guerrero, ni un jefe de tribu que vaya a combatir contra otros grupos humanos. Su combate a muerte será contra el Ángel de Maldición, que apartó la Bendición de entre nosotros. Su actitud entre los hombres será benévola y pacífica, aún más, se hará llamar: Rey Pacífico. Traerá la paz entre los hermanos; será un sembrador de amor, y por amor a una perfecta redención incorporará el dolor a su tarea de recuperación del hombre.

Después de algún intercambio de palabras, terminó la reunión aquella tarde, y todos quedaron pensando en el Rey Vencedor, Pacífico, y el misterio de la Mujer, Virgen-Madre.

Creemos verdaderamente que es materialmente imposible, que entre Adán y sus hijos no se haya hablado nunca de la Promesa del Redentor. Adán tuvo que trasmitirla, y con la devoción con que se trasmitían las tradiciones religiosas entre los hombres de las primeras edades. Retirado el Abuelo se generalizó la conversación, formándose distintos grupos que comentaban lo que habían oído. Es imposible transcribir todos los comentarios; pero es posible señalar la enorme impresión causada por aquella palabra que todos creían sagrada.

Todos acordaron que lo más claro era la promesa de liberación de la culpa, y la salvación. Lo contrario de lo que ocurre ahora, todos se sentían culpables; el sentido de culpabilidad por el pecado era muy fuerte, y gravitaba en las conciencias. Esto ocurría quizás por ser las primeras generaciones humanas, o bien por pertenecer a la estirpe de Set. La Biblia llama a la estirpe de Set "los hijos de Dios".

Todos coincidían en que la Palabra de Dios estaba empeñada en enviar un Salvador, y en la promesa de salvación; la memoria del Paraíso estaba muy cerca, a través de la palabra del Abuelo.

Un asunto más complicado era cómo iba a actuar el Salvador. Nosotros ya conocemos quién fue el Salvador del mundo, Nuestro Señor Jesucristo; ya conocemos lo que hizo para salvarnos y los medios de salvación que nos ha dejado. Nos ha dejado el encargo de pedir lo que nos falte al Padre, y pedirlo en su nombre. Para nosotros esas cosas no son problema, pero para aquellos primeros pobladores del planeta sí lo eran. Unos pensaban en Set, y en la generación de Set. El Salvador sería más que Set, y dejaría una definitiva generación sin pecado. Esto no era más que una opinión, por un cálculo de probabilidades.

Otros pensaban que sería un gran Jefe, cabeza de una estirpe de guerreros. El bien debía promoverse por una tribu belicosa, que extirpara el mal en el mundo.

Pero el Abuelo había señalado el enemigo, que no era de la especie humana, sino un ángel, el demonio. Aquel Jefe ¿debía luchar contra el demonio?

El demonio era bien conocido de todos. Era un ángel; un ser inmaterial; ¿cómo podría aquel Jefe, aunque tuviera tropas aguerridas, contra un ser inmaterial e impalpable? Si se trata de vencer -decía uno- vencer es dejar en el suelo exánime, sin vida. No sé como podrá dejar sin vida a un ser inmaterial. El Abuelo ya les había explicado que el Salvador vencería el poder de Satanás sobre el hombre; pero no todos oyeron o entendieron bien.

Otro asunto que intrigaba era el papel de la mujer. No se sabía quién era o quién iba a ser esa mujer. No sabían si estaba entre aquellas niñas que ellos veían o no. El Linaje de la mujer les indicaba claramente que el Salvador sería un hombre como todos. La mujer iba a sostener -decían- una pelea contra el demonio, y saldría vencedora. Después vendría el linaje. No sabían si la palabra linaje se refería a un hombre, o a toda una generación de aquella mujer excepcional.

No nos deben extrañar estas dudas y disputas entre aquellos hombres primeros en el planeta, que recibieron la primera revelación de lo acontecido y dicho en el paraíso, de boca del primer padre del género humano.

Evidentemente, sobre todo en esos momentos de la visita del Abuelo, nombre que daban al primer padre de todos, la cuestión del Salvador, del Enviado que Dios mandaría al mundo, era el tema principal. Pero no era la única preocupación. Tenían interés por los sembrados, por las sementeras, y en cuanto a los animales habían notado que si bien algunos eran feroces, otros eran mansos y podían ser utilizados por el hombre. Todo esto era objeto de comentarios; ellos avanzaban cada vez más en el conocimiento del mundo que les tocaba habitar. Los hombres de las primeras edades iban descubriendo cada vez, día por día, las cosas necesarias para la vida. No les interesaba solamente la vida del adulto, sino la de sus niños.

— No es posible -dijo Yod- que andemos siempre de caza, trasladándonos, y cambiando de lugar con toda la familia. Tenemos las semillas, lo que podemos cultivar para nuestro alimento, sin movernos de nuestra casa. Hay algunos que tienen sementeras.

— Sí -dijo Zayin- y otros han seleccionado entre los animales los que son benévolos con el hombre, y otros que son malévolos. Los hay feroces como el león y la hiena; pero los hay serviciales como el perro, los équidos, y otras especies domésticas y domesticables.

— Todas esas distinciones -dijo Yod- suponen un adelanto que debemos tomar en cuenta.

— He visto un muchacho -dijo Zayin- encaramarse en el lomo de un caballo. El animal pegó un salto y casi lo baja; el joven después se tiró al suelo, y no le pasó nada. Pero me di cuenta que dominándolo en alguna forma, se puede utilizar el caballo. No así el león, que sería peligroso quererlo usar.

Intervino Enós: — al decir el Creador que teníamos a nuestra disposición los animales, creo que eso perdura; el pecado lo que quitó es la obediencia inmediata de todos los animales hacia el hombre; pero algo quedó para ser utilizado; así lo entiendo -agregó.

— Evidentemente -dijo alguien- hay animales domesticables, y otros no. Entre aquellos debemos descubrir las líneas de utilidad que son posibles.

— El dominio sobre la naturaleza que tenemos -dijo Yod- es algo real, pero es algo relativo. Debemos acentuar el dominio sobre lo que es posible y dejar lo demás.

— La naturaleza está llena de misterios -dijo Dalet-. Pero el hombre, nosotros, debemos trabajar para descubrir esos misterios. Yo, personalmente tengo sementeras; es maravilloso cómo nacen las plantitas de las semillas arrojadas por nuestras manos. Cada semilla parece morir, para dar lugar al ser vivo de la planta. Cada semilla parece dar una conformación especial al vegetal. El trigo da una espiga; el maíz una espiga más gruesa, una caña redonda. Todo esto es elaborado en las entrañas de la tierra, con el agua, el aire y el sol.

La conversación se prolongó, hablando de los problemas que se les presentaban. Cuando no era la alimentación, era la vivienda, la defensa contra las inclemencias del tiempo, o la defensa contra las fieras del campo.

No había trascurrido mucho tiempo, cuando se enteraron que el Abuelo había ido de visita a la casa de Azov, de la familia de Caín.

Adán visitaba todas las familias y tribus, dentro de sus posibilidades para trasladarse y llegar. Como es de pensar las relaciones entre las comunidades cainíticas y setitas no eran del todo cordiales; pero Adán los visitaba lo mismo, ahogando en su corazón la pesadumbre por la muerte de Abel. En la familia de Caín algunos pretendían disculpar a su padre del crimen, otros se mostraban indiferentes o desdeñosos.

Dentro de la familia de Caín, la Biblia menciona a Enoc, señalando que fue el primero que hizo una casa; sería una choza mejor armada; la Biblia dice que edificó una ciudad (gen. 4, 17). En los momentos de nuestro relato, ya se habría generalizado el arte de la construcción. En el mismo contexto la Escritura señala algunos trabajadores en metales, forjadores de instrumentos músicos, y de instrumentos cortantes de bronce y de hierro. También el mismo contexto señala que Lamec, de aquella tribu o familia, rompe el primero la monogamia, al tener dos mujeres. Esto sería para Adán otro motivo de pesar.

Adán ya conocía todo lo que ocurría en la familia originaria de su primogénito. Pero fiel a lo propuesto de recordar siempre la promesa del Salvador, llegó a la casa de Azov, como hemos dicho.

Al llegar, salió a recibirle Ivana, la mujer de Azov, rodeada de algunos de sus hijos.

— Mi marido está en la chacra -dijo la mujer- pero ya lo mandé a buscar.

— El Creador sea contigo y con tu casa -dijo Adán- ¡Qué maravilla! ¿cuantos hijos tienes?

— Hasta ahora van catorce -dijo la mujer.

— Que Dios os bendiga -dijo Adán; en ese momento llegó Azov de su trabajo.

— ¿Cómo andan las cosas? -preguntó Adán.

— Andan mal: no pueden andar peor -respondió aquél-. Hice un trueque y me resultó malísimo. Cambié una bolsa de choclos por un cordero: le di los mejores choclos; me dieron un cordero flaco, que casi no puede tenerse parado. Ya no me pasará eso otra vez.

— Hay que tener paciencia -díjole el Abuelo-; ofrecer todo al Creador, lo bueno y lo malo. En compensación, tienes una excelente mujer, y una maravillosa colección de niños y niñas.

— ¿Estará entre ellas la Mujer de la cual hablaste algunas veces?

— Eso nadie sabe -respondió el abuelo-; es misterio del Creador. Siempre en todas las familias al presentarme las niñitas me preguntan que si entre ellas estará la mujer que va a tener enemistad con el demonio; la mujer que dará a luz al vencedor del demonio. Siempre tengo que responder que no lo sé. No se me ha dado el tiempo. Quizás deban pasar innumerables carreras del sol antes que llegue ese día. Yo, sin duda, no lo veré.

Los dos hombres quedaron en silencio, como si algo misterioso pasara sobre sus cabezas.

— Que Dios bendiga tu hogar -dijo Adán-, que los conserve por muchos años en la paz y armonía.

— Abuelo -dijo Ivana secándose las manos al salir de la coci- na-. Hemos visto algunos que tienen dos mujeres...

— Ese es un pecado que clama al cielo -respondió Adán-. No podrá menos que traer desgracias y castigos sobre la especie humana.

— Yo entendí siempre que el matrimonio es indisoluble -dijo Azov.

— Y es lo que se debe entender siempre -subrayó el Abuelo-. Acuérdate que la primera mujer fue, en cierto modo, sacada del hombre, Podemos afirmar de nuestras mujeres: "es hueso de mis huesos y carne de mi carne...dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer; vendrán a ser los dos una sola carne".

Será deber de cada generación humana restaurar la dignidad del matrimonio monogámico, antes que venga el vencedor y aclare todas las cosas, y siente su victoria sobre el demonio. Es sabido que el demonio querrá quebrantar la ley que el Creador ha puesto entre los hombres. Y digo ley del Creador, porque la ley del matrimonio no la he puesto yo sino que es divina. Yo la recibo como debemos recibirla todos. La familia es como una sola persona moral. El marido es cabeza de la mujer... el marido amará a su mujer como a su propio cuerpo; dejar la mujer para ir con otra es abandonar lo suyo y delinquir. No fue pues el matrimonio algo humano sino divino; debe realizarse mediante el libre consentimiento de uno y otra; una vez dado el consentimiento la unión es indisoluble.

La indisolubilidad matrimonial -prosiguió Adán-, asegura el primer bien que son los hijos. El género humano debe propagarse sobre la superficie del planeta; no deben quedar regiones desiertas sin hombres que las habiten. La propagación entra de lleno en los designios del Creador. La propagación es necesaria teniendo en cuenta el altísimo fin del hombre; creado a la imagen y semejanza de Dios, ha sido puesto en el mundo para merecer la bienaventuranza. Es cierto que hemos caído en el pecado; pero tenemos la promesa de podernos levantar.

Ya no eran solamente Azov e Ivana los que escuchaban al Abuelo. Muchos se habían acercado al lugar donde hablaba, en casa del mismo Azov. Algunos tenían sus dudas acerca de la santidad de la unión conyugal; otros no estaban muy seguros si esa unión tendría que ser de un hombre con una sola mujer. Otros pensaban que se podría matar al hijo defectuoso o enfermo. Todas estas dudas fueron disipadas por las palabras del Abuelo, salido de las manos de Dios, que todos respetaban. "No separe el hombre lo que Dios ha unido", terminó diciendo el Abuelo. "Cualquiera que repudia a su mujer y se casa con otra comete adulterio".

Así terminó aquel día la visita a la casa de Azov. Prosiguió la conversación sobre temas menos importantes, que no registra la crónica. Las sombras de la noche dispersaron la multitud. Adán había anunciado que al día siguiente iría a la casa de Irad, de mayor capacidad, para albergar una multitud que crecía por instantes. Así a la mañana siguiente lo vieron llegar a la casa de Irad, de la misma familia de Caín.

Irad lo esperaba; apenas lo vio acercarse dijo a su hijo Malaviel: — Llama a la gente, que el Abuelo está aquí.

Malaviel, un tanto díscolo le preguntó: — ¿Viene a contarnos otra vez el cuento de la serpiente?

— Apresúrate, déjate de zafadurías. Llama a la gente que quiere escuchar al Abuelo. No quiero pensar que mi hijo tenga una cabeza de alcornoque.

Malaviel ya había salido corriendo para avisar a todos los vecinos la gran novedad para todos. No había entre ellos una separación rigurosa; las tribus o clanes familiares estaban separados en grupos, sin fronteras definidas. La diferencia más notable era la existente entre las tribus de Set y de Caín. Estas últimas habían heredado algo así como una mayor familiaridad con el pecado; una mayor valoración por el dominio de las cosas del mundo; menor aprecio por lo sagrado. Es sabido por la Escritura que los cainitas no eran como la generación de Set. No quiere decir que fueran malos; la crónica asegura que unos eran mejores y otros peores. Adán trataba a todos por igual; no quería otra cosa que grabar el mensaje dado a él por Dios, de la venida del Salvador, y la victoria sobre la muerte.

— El Creador sea contigo y con tu casa -díjole Adán a Irad a modo de saludo. — ¿Cómo está tu familia?

— Bendice mi casa, Abuelo -dícele Irad-; mi mujer ya viene; está lavando al más pequeño.

Sentáronse a hablar los dos hombres; Adán contó de ciertos dolores de Eva, sin poder determinar de qué se trataba.

— El dolor ¿es castigo del pecado? -preguntó Irad.

— Sí -respondió el primer padre del género humano-. Pero a pesar de eso, es posible por medios naturales, mitigar las dolencias; el hombre debe cuidar su naturaleza, como cuidarse del pecado.

— Efectivamente -dijo Irad- en las tribus tiene que haber gente especializada contra el dolor y la enfermedad. Hay algunos que conocen el poder curativo de las hierbas del campo; es como un instinto que les lleva a reconocer el remedio.

— Ese instinto lo tiene mi mujer -dijo Adán-. Ella acertó siempre en las enfermedades de sus hijos. Tú sabes cómo nacemos, cómo venimos al mundo, en el mayor desamparo. Sólo la inteligencia de la madre, y ese instinto especial de que hablamos, es capaz de solucionar los problemas del que viene a este mundo.

— En cambio, el animal, nace provisto de todo -dijo Irad.

— Es que el animal nace para el mundo -explicó el Abuelo-; el hombre no nace para el mundo; aunque debe vivir en el mundo un tiempo, él nace para Dios. No obstante, todas las creaturas son "cielos que cantan la gloria de Dios", cada cual a su manera.

En estos coloquios estaban Irad y su huésped, cuando llegó Malaviel con una gran multitud. Todos querían verlo, saludarlo, estrechar su mano, escuchar sus palabras. Fácilmente ya había estado otras veces en familias vecinas. Muchos ya lo habían escuchado en casa de Enós, pero volvían como si no quisieran dejar de escuchar su voz y sus palabras. Aún aquellos indiferentes, experimentaban el deseo de escuchar. Otros habría que lo verían por la primera vez; sobre todo los jóvenes ardían en deseos de aprovechar la oportunidad.

En todas partes, el hombre salido de las manos de Dios, como se comentaba, el Padre del género humano, despertaba un gran interés. Cuando terminaron los saludos, el ruido, los comentarios, tomó asiento el Abuelo, y todos se acomodaron como pudieron. Cuando se hizo la calma, aquél comenzó diciendo:

— Hijos míos: Conocéis el objeto principal de mis visitas: fijar en vuestras almas la promesa del Creador; aquella promesa de un Salvador que vendrá. Todos conocéis la historia del Paraíso y la promesa del Creador; que la fe en la promesa se trasmita de generación en generación. Pero al margen de la Promesa, tengo gran interés por todo lo que se refiere a vosotros, a cada una de vuestras familias; recordad aquello: que el hombre no separe lo que Dios ha unido. La santidad del hogar es esencial para el bienestar de cada una de las comunidades humanas, que son y se formarán.

Todas estas cosas ya las conocéis; el Creador las ha grabado en nuestras almas. Me interesan muchísimo vuestros adelantos en las industrias. Azov me mostró un cuchillo hecho por él, y otros utensilios, no ya de madera o de piedra sino de metal. También he visto adelantos en la construcción, tanto aquí como en las tribus de Set. El incremento de las sementeras y el ganado doméstico, abre la oportunidad para el trabajo estable en un solo lugar, sin tener que andar detrás de la caza, siempre problemática.

— Sí, Abuelo -dijo la mujer de Irad-. Pero eso del Salvador no lo entiendo; me parece demasiado misterioso y remoto.

— Eso mismo digo yo -afirmó otro contertulio-. Satanás es un ángel; inmaterial, impalpable; la culpa, el pecado también es impalpable. No sé como el Salvador, siendo un hombre, vaya a luchar contra esos seres invisibles. No podemos estrangularlos con las manos.

— Esa dificultad -dijo el Abuelo- ya la vi aparecer otras veces. El demonio es inmaterial. El hombre no puede luchar contra el demonio; el poder del ángel es mayor que el poder del hombre. Pero el Linaje de la mujer que vencerá al diablo, tendrá poderes mayores. No se me ha revelado cuáles serán esos poderes; pero lo cierto es que el demonio será vencido. Debemos tener fe, y cultivar la fe en aquel que será el Vencedor...

Aquí hubo una pausa. Todos levantaron las manos a lo alto, invocando al Señor. De pronto el Abuelo volvió a tomar la palabra: — A nosotros toca la fe en la palabra del Creador. La salvación del hombre entra de lleno en el ámbito de la fe. Nosotros podemos explicar algo pero no todo. Lo que podemos hacer es organizar nuestras comunidades y tribus para que no desaparezca el culto al Señor, la fe y la esperanza de salvación.

— Esperamos al jefe -dijo Malaviel- que nos llevará a la conquista del mundo.

— Sí -contestó el Abuelo- será el Salvador un jefe; pero un jefe muy especial, no según el tipo común, que contemplamos aquí y allá. El se preparará un pueblo perfecto, y El pondrá su tienda en medio de aquel su pueblo. Es un gran misterio que vivirán las generaciones venideras, en el gozo de Yahvé.

Tomó la palabra Kamets:

— Nosotros estamos preparando el reino del Salvador que debe venir. Cuando hallamos edificado nuestras ciudades inexpugnables, y dominado toda la tierra, le prepararemos el reino. Si va a reinar por mandato del Creador, no nos podemos oponer; podemos prepararle el reino; llenar los graneros del fruto de nuestras sementeras; presentarnos como dominadores de lo que existe en el mundo. El dominio de la tierra está dado al hombre; no hay mayor problema: y cuando venga, lo sentamos en su trono. Seremos príncipes y grandes magnates -dijo Malaviel.

— Un magnífico proyecto -dijo Segol-. Lo hemos tratado algunas veces. Vendrá con poderes extraordinarios; oponernos sería una torpeza muy grande; mejor será ponerse a su lado; un gran príncipe merece ayuda. Nosotros mereceremos repartirnos la tierra como privilegiados auxiliares del rey.

El Abuelo escuchaba todo este proyecto en silencio. El reino del Salvador se entendía como el pequeño o grande reinado de un jefe de tribu. Eso no podía ser. Con la intención de aclarar las cosas les dijo: El reino del Salvador no será de este mundo. Reino por la fe y por la gracia, no apoyado en la fuerza de las armas. Es menester comprender, añadió, la naturaleza del reino. Ustedes pueden organizar su mundo para el reino; pero el reino de Dios tendrá sus leyes propias que no son de este mundo. Por ejemplo, el Salvador no podrá nombrarlos príncipes o magnates de grandes o pequeños territorios. El no hará uso de su poder sobre las cosas temporales.

— Es lo que yo digo -intervino Pataj-. Su reino no será de este mundo, como dice el Abuelo. El mundo es nuestro. El reino aquel será espiritual. Debemos trazar una firme línea divisoria entre lo espiritual y lo temporal. Somos los hombres los encargados de las causas segundas; aquel reino no tendrá nada que ver con el mundo. Es un asunto que debemos tenerlo bien en claro antes que venga. Somos hombres mayores de edad, y debemos nosotros organizar nuestro mundo.

— Tengamos cuidado, hijos míos -dijo el Abuelo-. Ya los tiempos nos irán indicando el camino a seguir. El mundo amenaza ser muy complejo, y no se amoldará a lo que pensemos. El reino, si llamamos así al pueblo del Salvador, no será de este mundo pero será en este mundo. Muchos problemas irán apareciendo; no nos apresuremos. Lo esencial será siempre la obediencia a lo que se presente como ley del Creador, o del Salvador.

— Es claro; no debemos apresurarnos -dijeron varios.

El Abuelo daba muestras de cansancio, tanto por los viajes como por los diálogos que debía mantener. El no tenía más empeño que poner de relieve la promesa de salvación. — El Salvador -dijo- traerá su ley de salvación al mundo; quienes le sigan se salvarán; quienes no le sigan se condenarán. El Creador de los espacios inmensos, quien ha formado los valles y desiertos del mundo, quien ha creado la inmensidad de los mares, hará al final de los tiempos una puerta angosta para pasar por ella, y un camino estrecho para transitar hacia el Paraíso, o hacia la felicidad sempiterna. Vendrán las multitudes, se agolparán junto a la puerta angosta; pasarán algunos, otros quedarán afuera; sin embargo estará abierta para todos-. Después de una pausa continuó:

— Mientras tanto será efectivo entre los hombres el dominio de la tierra, el señorío sobre las aguas del mar y de los espacios siderales. El reino del hombre sobre lo creado será cada vez más efectivo y real; pero, asimismo, el hombre no será nunca un ser ilimitado en su poder y obrar. Será un ser limitado en el tiempo por la muerte, en la vida por sus posibilidades y opciones. -Y terminó diciendo:

— Somos los reyes de la creación. Pero este rey siempre que quiera salvarse deberá pasar por la puerta estrecha de la humildad, de la penitencia, del amor a Dios y menosprecio de sí mismo.

Diciendo esto se retiró algunos momentos a descansar. Todos quedaron formando corrillos donde se comentaban las palabras escuchadas del Abuelo. Asegura la crónica que aquél se retiraba a propósito para dar lugar al cambio de ideas entre los concurrentes.

Al quedar solos dijo Kamets: - realmente no debemos darnos prisa para organizar un reino que no sabemos cómo ni cuándo ha de venir; por otro lado ya tiene su rey, el Salvador, que sabe cómo lo va a organizar. Lo importante es que nos reorganicemos nosotros, para poder presentarnos como auxiliares eficaces en la construcción del reino.

— Yo estoy con Pataj -dijo Supersónico-. El reino no será de este mundo. El mundo siempre será nuestro; nuestra voluntad debe imponer su ley al mundo. El que debe venir, no nos puede disputar el mundo, porque el mundo es nuestro-. El hombre estaba excitado; se sentía dominador sobre todas las cosas, y no pensaba ceder nada a nadie.

Kamets y Segol habían pensado colaborar en la construcción del reino de salvación. Incluso pensaban que ocuparían grandes cargos y puestos principescos. En cambio Pataj y Supersónico piensan ser ellos los constructores del mundo futuro; ellos pondrían la ley, y todo marcharía sobre ruedas.

No ocurrió ni uno lo otro. Los caminos de Dios no son los caminos de los hombres.

Mientras el Abuelo dormía fatigado por los viajes, la asamblea, llamémosla así, continuaba sus deliberaciones. Kamets empezó a hablar poniendo el acento en una colaboración de todos ellos con el Salvador que iba a venir.

— Creo que nuestra postura, y lo más acertado, es la de colaboradores para la edificación del mundo nuevo que creará el Salvador. El Salvador dirá lo que quiere; dará las normas, los elementos, los medios; nosotros colaboraremos. Creo podemos aportar los elementos temporales, que hemos visto dan estructura a nuestra vida y a nuestras tribus. Tales elementos temporales no pueden suponerse en contradicción con el reino. — Y ¿si se contradicen? -preguntó Supersónico, que no aguantaba mucho al orador.

— No podrán contradecirse -respondió aquél- el mismo Creador es el autor de la naturaleza y del reino. El problema es encontrar los mecanismos de articulación para la subsistencia e incremento de la naturaleza y el reino.

— Me parece que subsumes la naturaleza en el reino -dijo Pataj-; tu naturaleza no tiene vida propia.

— Lo que afirmas es todo imaginario. Existe la organización de la vida, la vida que estamos viviendo; y esta vida tiene sus leyes propias. Es una vida organizada en familias: padre, madre, hijos. Las familias son como las células de las tribus y clanes que estamos formando. Cada tribu, o como se la quiera llamar es un compuesto de familias, unidas por una línea generacional que les da su propia fisonomía. La tribu es un organismo patriarcal por depender del padre; desde todo punto de vista es un organismo natural y homogéneo. El reino, no vendrá a reabsorber las familias ni las tribus, sino a darles vigor.

Fuera de este organismo, existen entre los individuos diferentes habilidades u oficios. El oficio de uno es necesario a toda la comunidad. Esto crea vínculos entre los hombres que son tan naturales como necesarios. El arte de los sembrados es tan necesario como la construcción o la curación de enfermedades. No todos poseen la misma habilidad, pero todas las habilidades son necesarias. Ahora razonemos. Si las habilidades son puestas por el Creador para la normal convivencia humana, no puede venir a destruirlas o "subsumirlas" en el reino.

La multitud escuchaba atentamente los razonamientos de Kamets. Alguien quiso interrumpir pero fue inmediatamente acallado.

— No quiero abusar de vuestra atención -dijo el orador- pero todavía quedan otros vínculos naturales, que no pueden ser destruidos por la misma razón que hemos señalado. Es el de la propiedad y la defensa contra el agresor.

Quien ha hecho su casa, lo sabe por experiencia, adquiere como una nueva cualidad: es dueño. Es como si incorporara la casa a su persona. El terreno que ocupa, desde ese momento, ya no es de otro sino que es de él . Es lo que llamamos: propiedad, dominio. Y todos experimentamos que la propiedad es algo de la naturaleza, necesario para la estabilidad propia, de la familia, y de la tribu.

— Todo esto -agregó Kamets- tiene vida propia y va a seguir teniéndola. La defensa contra el agresor es también fuente de vínculos naturales que no van a desaparecer. Tendrá que haber encargados de dirimir los litigios entre vecinos, y una justa regulación de las actividades humanas, cuando sea menester.

Lo mencionado es fruto de la misma naturaleza. Son cosas puestas por el Creador entre los hombres para la vida humana; El mismo no puede venir a destruirlas. Nuestra colaboración estará en promoverlas y consolidarlas; nuestro trabajo en el mundo debe ser respetuoso de la naturaleza.

Todos habían escuchado la exposición de Kamets, y comprendido el carácter de colaboración que se debía prestar al advenimiento del reino del Salvador. Muchos siglos iban a pasar antes que el Salvador llegara; pero era el motivo de las visitas del primer padre del género humano, y todos se interesaban por ello. En los planes de la Providencia estaba, sin duda, el consolidar desde el principio la fe en el Salvador. Hemos advertido que estamos ante hombres de las primeras generaciones humanas, de gran talento a pesar de la naturaleza caída con los estigmas del pecado.

En esos momentos entró a hablar Supersónico:

— Coincido con Kamets -dijo con voz sonora- en que hay una línea divisoria entre el campo de actuación que tendrá el Salvador, campo desconocido para nosotros, y nuestras cosas del mundo. Así lo hemos entendido. Por otro lado se habla de reino, y ese reino sería en el mundo. Según entendí nuestra actividad temporal sería de colaboración con el reino; nuestras tareas en el mundo perderían su autonomía para reducirse a una colaboración.

— Entre el reino y nuestras tareas temporales, debe haber una distinción más radical -gritó Pataj.

— Si a eso iba -dijo Supersónico-. Nosotros somos los hombres de las causas segundas libres de toda dependencia; nuestra salvación está en el mundo; es salvarnos de la pobreza, de la miseria, por el progreso y el cultivo de las artes y manufacturas. Nuestra vida y actividades pertenecen al tiempo y al espacio; debemos fomentar el dinamismo del hombre y de la vida profana, que posee sus propios valores con independencia de toda otra cosa. El anuncio de una salvación, y un llamado de nuevo al Paraíso, no debe hacernos olvidar el mundo, que somos para el mundo y nuestras tareas son en el mundo. A estos olvidos los encuentro en el llamado a una mera "colaboración". Nuestro interés es el Hombre y la promoción humana; es el progreso y todo lo que puede influir en la evolución de la humanidad.

— Nadie ha puesto en tela de juicio -dijo Segol- la autonomía de las cosas creadas o causas segundas en orden a la Causa Primera que es Dios. La colaboración de la cual se habló, significa que debemos usar bien de aquella autonomía, sin causar interferencias al establecimiento del reino. Al referirnos a una autonomía de las creaturas, y de sus elementos de vida, no intentaremos prescindir de las influencias del Creador sobre nosotros. Sería nuestra muerte, y somos para la vida.

Entonces intervino Tarzán:

— Ustedes hablan de colaboración y de autonomía según les conviene. Pero en última instancia quieren la colaboración; quieren ver reducida a su última expresión la dignidad humana.

— Muy bien -corearon Supersónico, Pataj y otros.

— Nosotros -prosiguió Tarzán- somos los campeones de la libertad. Somos los hombres que quitan los obstáculos a su paso; el mundo tiene que ser nuestro o no será de nadie.

— El mundo será del Salvador -dijo Yod, que había llegado en esos momentos.

— El Salvador será Rey de reyes y Señor de señores -repitió Segol-. Ya el Abuelo enseñó que recibirá la potestad, el honor, el imperio. — ¡Espíritu de esclavos! -gritó Supersónico.

— Hermano del mono -le replicó Segol. (La crónica registra un tumulto donde hubo golpes, palos, pedradas y otros elementos contundentes). Al oír el ruido y los alaridos de la gente, acudió el Abuelo; al verlo se calmaron los ánimos.

— Sois un tanto irritables, hijos míos -dijo Adán al llegar. Ya traía experiencia de estos encuentros, y no le llamaba la atención el tumulto. — Quiero dejar establecido -dijo- que anunciado está el reino del Ungido. Además, contad con la conjuración de hombres y pueblos contra el Vencedor. Derrotado Satanás, movilizará todos los perversos instintos del hombre contra El; lanzará blasfemias contra el Hijo de la Mujer. No tomemos por dioses las cosas creadas, aunque sean esplendorosas como el sol. No tomemos por Dios al hombre ni a la bestia. Tengamos en cuenta el precepto, dado desde el principio:

"Adorarás al Señor tu Dios y a El sólo servirás".

Muchos habían escapado de la presencia del Primer Padre del género humano; los demás se dispersaron poco a poco.