ANGUSTIA Y ESPERANZA

En el pensamiento del 

R. P. Fray Mario José Petit de Murat, O. P.

 

 

Pascual Viejobueno

 

 

Por ser la primera vez 

que yo en esta tierra canto 

¡Gloria al Padre, Gloria al Hijo,

Gloria al Espíritu Santo!

 

 

Así comenzaban antaño mis paisanos del Tucumán cuando echaban sus versos al aire. Estos cristianos criollos, campesinos formados en la tradición hispánica, y que sabían y frecuentaban las Escrituras Sagradas, prologaban con una alabanza trinitaria su canto.

Y así también quiero comenzar yo, con una alabanza.

Y ustedes se preguntarán ¿Pero este hombre, ha venido a hablarnos o a cantar?

He venido a cantar.

¡He venido a cantar la Gloria de Dios manifestada en uno de los sacerdotes más esclarecidos que tuvo la Argentina en este siglo, y que es el Padre, sacerdote dominico, Fray Mario José Petit de Murat!

Y como alguien pudiera pensar que esta afirmación no es más que exagerado homenaje de un alumno hacia su maestro, quiero traer aquí, no palabras mías, sino el testimonio del P. Marcos González, volcado en una carta escrita apenas unas horas después de muerto el P. Petit. Esta carta, dirigida a uno de los amigos tucumanos, está fechada en Paraná, el 9 de marzo de 1972, y dice así:

 

Paraná, 9 de marzo de 1972

Querido Enrique (González):

Recibí tu telegrama con la noticia del fallecimiento del P. Petit de Murat. No podía llegar para el entierro.

El P. Petit en su vida terrena nos dió un precioso ejemplo. Su recuerdo es santo e imborrable. Dios en su elección misericordiosa nos entregó con su vida la realidad y el signo de la oración, de lo sagrado, de la palabra y la nobleza.

El fue el profeta de la esperanza en Cristo. El que nos preanunció las desgracias de la multitud que lo abandona. El que no calló ante el sarcasmo y la ceguera de quienes lo tacharon de anticuado.

El fue el indomable que no quiso rendirse y prefirió morir antes que someterse a los embates del demonio y del mundo maligno que invadían como torrentes putrefactos los atrios sagrados del templo.

El nos mostró el valor de la belleza, de lo que es puro, noble, heroico.

El no rindió culto a los falsos próceres, remedos desdichados de los santos y los héroes.

Su muerte, más que una pérdida es una victoria asegurada en la esperanza cristiana. El libró el buen combate y Dios es justo y misericordioso.

 

Como también pudiera pensarse que esta apreciación es parcial, por provenir de un hermano de la misma Orden religiosa, oigamos las palabras del P. Castellani, o sea, oigamos el juicio de un jesuita acerca de un dominico. En una esquela escrita poco después de la muerte del P. Petit, a otro de los amigos, Agustín Pestalardo, le dice:

"Mucho siento la desaparición del P. Petit de Murat. Sus ensayos no me consuelan, antes me desconsuelan al ver lo que hemos perdido. En fin, él nos ayudará desde donde está. Tengo grandísimo aprecio de este hombre completo y eminente".

 

Y bien, antes de entrar en materia, y en consideración a quienes no le conocieron, permítanme señalar brevemente algunos datos de la vida de este hombre completo y eminente.

 

FRAY MARIO JOSE PETIT DE MURAT O.P.

 

En el buen vivir de la tierra

fue adquiriendo el Cielo.

 

Nació en 1908 en Buenos Aires en el seno de una familia que se caracterizó por un profundo sentido de la belleza y por la estrecha y alegre convivencia del clan alrededor, principalmente, de una madre que tuvo como desvelada misión educar las pasiones y el espíritu de sus hijos.

De entre ellos, Mario recibiría a fuego esa impronta que luego sería perfeccionada por la labor profunda, persistente y humilde de su inteligencia.

Dotado de singulares aptitudes para las artes plásticas, las desarrolló intensamente, desde la más temprana edad. Posteriormente, en el Taller de Ballester Peña, continuó la tarea de formación de su espíritu.

En 1930, en la austera provincia de La Rioja, donde fue a recuperarse de una enfermedad, Jesús, el Cristo, le atrajo para Sí con el Sermón de la Montaña. "Mi entrada a la Iglesia fue por las Sagradas Escrituras", confiesa.

A partir de allí, se planteó forjar su vida como el artista una obra. Conocedor de que no nacemos hechos, configurados, sino que la naturaleza humana es la más plástica del universo, que se nos forma hasta un cierto punto y luego se nos abandona, acometió pujantemente la talla de su personalidad, de terminar de darse forma humana a sí mismo, en cuya tarea mostró un marcado espíritu de conquista de la Sabiduría.

Transitando ese camino y después de madurar serena y reflexivamente su vocación, decide entrar en Religión, para lo cual ingresa, en el año 1938, en la Orden de Predicadores en Buenos Aires, realizando luego estudios en los conventos de San Maximino -Francia- y Salamanca -España-. Nuevamente enfermo, regresa a la Argentina en 1943. Después de una larga convalecencia y de haber finalizado sus estudios, es ordenado sacerdote en San Miguel de Tucumán, el 21 de diciembre de 1946.

A partir de su ordenación comienzan años de intenso ministerio sacerdotal y arduos trabajos con la única finalidad de ganar almas para Cristo: La predicación, la dirección espiritual, las largas horas en el confesionario -porque sabía dar a cada penitente el tiempo que necesitaba-, no impiden que se dedique, con el mismo celo apostólico, al gobierno, como Subprior y Prior de los P.P. Dominicos en Tucumán, en diversos períodos, y a la docencia, En este campo, enseñó Teología, Metafísica, Psicología, Filosofía del Arte e Historia del Arte y fue uno de los principales propulsores de los "Cursos de Filosofía Tomista", que se dictaron en Tucumán por espacio de varios años y que fueron el antecedente académico de la Universidad del Norte Santo Tomás de Aquino, de la cual fue Vice Rector. Cabe resaltar que la clase inaugural de dicha Casa la dictó el P. Petit, exponiendo su valioso ensayo titulado La verdadera Universidad.

En los años 1959 y 1960 es enviado a Buenos Aires como Maestro de Novicios y Estudiantes de su Orden. Allá, en contacto directo con los Hermanos y con religiosos del país y extranjeros, de distintas órdenes e incluso del clero secular, llega a palpar la disgregación y el individualismo de la vida religiosa contemporánea.

Vuelto a Tucumán y tras esa amarga comprobación, decide profundizar su vocación monástica inicial. Convencido que las muchedumbres de las ciudades, atiborradas de sacerdotes y sacramentos, escuchan la palabra evangélica como una opinión más, pide retirarse a lugar donde existen almas totalmente desprovistas de asistencia espiritual y predicar a Jesús en el silencio.

Después de muchos años de oraciones y de insistir en este propósito, consigue el permiso para atender una capilla rural en el Timbó Viejo, Tucumán, donde vivió los dos últimos años de su vida, signando de espíritu la tierra, signando de cielo los rostros.

Al evocar a Fray Mario y recordar nuestras caminatas por las colinas del Timbó, donde íbamos asiduamente a escucharle, podemos decir de él, con justeza, lo que los discípulos de Emaús se decían respecto del Señor Jesús: "¿No es verdad que sentíamos abrasarse nuestro corazón, mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras" (San Lucas, XXIV, 32).

Falleció el 8 de marzo de 1972.

El P. Petit no escribió mucho, pero sí son innumerables las predicaciones y clases que de él se conservan. De todo ese acervo y para no enterrar los talentos de ese "Varón de Dios", como lo llamara el P. Renaudiere de Paolis, 0. P., quiero participar a ustedes este centón, entretejido con sus palabras.

 

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Pasemos entonces al tema de estas jornadas amicales: La angustia y la Esperanza, de las cuales encontramos una exacta condensación en el Salmo XXII:

"Aunque anduviere en medio de las sombras de la muerte, no temeré lo malo, porque Tú estás conmigo".

Consideremos, en primer lugar, en qué consiste la esperanza. Sabemos por la Filosofía que lo primero que hay que atender es al fin. Por eso se dice: "Lo que es primero en el orden de la intención, es lo último en el orden de la ejecución".

¿Cuál es el fin del cristiano? El fin del cristiano es conquistar el Paraíso, ganarse el Cielo.

Recuerdo que de niño veía unos enormes crucifijos de madera, en cuyos cruceros estaba grabada la consigna: "Salva tu alma". Frutos de una evangelización, recordaban al pueblo fiel que lo más importante de todo es salvar el alma, la vida perdurable que pedimos rezando el Credo. El mal llamado "progreso" fue eliminando aquellas cruces y ya tan sólo se ve una que otra, en lugares muy apartados del campo.

Pues bien, ese "salva tu alma" es no sólo el programa y la finalidad de toda la vida del cristiano, sino también la esencia de la esperanza cristiana, según la definición que de ella nos da el P. Santiago Ramírez, O. P.

Dice el P. Ramírez: La Esperanza es la "Virtud teológica de la voluntad que tiende, firme y decididamente, a la consecución de la vida eterna, con la ayuda de la gracia de Dios".

Y éste es el sentido que tiene la esperanza en el pensamiento del P. Petit, que está en todo su itinerario espiritual, desde su conversión al Señor, hasta su muerte.

Y así encontramos, entre sus obras, una meditación de 1930, escrita en La Rioja, que lleva el por demás sugestivo título: "De la esperanza más cierta que un presente", que no puedo leerles en razón de ser extensa. Pero tomemos un ejemplo de cómo concebía a la esperanza, sacado de un retiro predicado en la Fiesta de Pentecostés del año 1953. Ya veremos, luego, a lo largo de todo este trabajo, cómo, siempre, está presente la esperanza.

Dice en el retiro de Pentecostés:

"Dios es buenísimo. No temamos. Basta encontrar el silencio y la paz para que en el fondo encontremos a Dios, sea en el consuelo o en la aridez, allí está Dios. Sepamos que cuando baja es para levantar. Si da muerte es para resucitar. Todo es para

provocar nuestro crecimiento hacia El. ¡Qué luminoso es el Señor. Simplísimo. Sólo nos dice: "Te amo, te daré felicidad ... pero a mi modo, no al tuyo".

Y continúa:

¡Hijas mías! ¡La olvidada pasión celestial de la Esperanza que nos hace dioses!. La Esperanza es fuego, Pentecostés que nos hace correr hacia la noche, hacia la Gruta, hacia la Virgen, y en su centro está el Niño. La Esperanza es la potencia distinta que está en nosotros. La jubilosa Esperanza que troca la vida en canto y el canto es la vida de Dios. Con ella descubrimos que el paraíso está a nuestro alrededor".

Con la esperanza descubrimos que el paraíso está a nuestro alrededor. ¡Qué hermosa enseñanza! Luego veremos cómo nos describe el paraíso.

Ahora bien, ¿qué es la angustia? Si queremos un desarrollo profundo del punto vayamos a los exhaustivos trabajos que sobre el tema escribieran el P. Armando Díaz y el Dr. Mario Caponnetto en el Nº 12 de los Cuadernos de Espiritualidad y Teología. Por ahora nos manejemos con la etimología de la palabra. Según Covarrubias, angustia es la congoja y apretamiento del corazón, el encogimiento del ánimo.

Pasemos ahora a indagar el concepto de la angustia en el P. Petit de Murat. El nos habla, a veces, de la angustia como pasión del ánimo, como la trata Santo Tomás, como podemos apreciar en este párrafo, entresacado también del Retiro de Pentecostés:

"La pasión que hunde al hombre es el miedo. Qué cosa rara el cristiano que teniendo a Dios dentro, teme horizontes y acechanzas que no existen. Hacemos muy mal de tener zozobras por el mañana que nos viene de Dios. Nada malo puede venir de sus manos que son toda luz, todo amor. Estad tranquilas, que todo lo que viene de Dios viene siempre con su bagaje de gracias. Los males sólo están en nuestra imaginación. En la imaginación estoy yo y en la realidad está Dios. ¡Qué maravilla es Dios y qué simples son sus cosas! ¿Qué pasó con los Apóstoles? Visitados por el Espíritu Santo perdieron su miedo; todo cambió en ellos y corrieron hacia Dios y hacia sus hermanos".

Vemos aquí que nos habla de la angustia del miedo, de la angustia como pasión, y nos enseña a superarla.

Pero el P. Petit nos trae también otro sentido de la angustia. La toma en un sentido diferente, en un sentido original, que es el que quiero hoy mostrarles.

Fray Mario, siguiendo el lema dominicano "Contemplata aliis tradere", contemplar para transmitir el fruto de la contemplación, volcó su apostolado en transmitir lo contemplado a través de la predicación de retiros, horas santas, clases de espiritualidad.

Fue un predicador cabal.

Y sostenía que el predicador debe sembrar alarmas. ¿Para qué? Para que no nos quedemos tranquilos pensando que somos buenos o que todo marcha bien. Para que no nos estanquemos en nuestra vida espiritual. Para que alcancemos a ver el estado del hombre actual, para ver el estado de la Iglesia, para ver el estado de la sociedad.

Con sus prédicas buscaba despertar las conciencias dormidas.

¿No es ésta, acaso, la enseñanza de Sócrates quien sostenía que el maestro debía ser "como tábano en caballo de buena raza"?

Sí, pero en el P. Petit de Murat encontramos a la par de la angustia metida como aguijón, la fulgurante esperanza cristiana.

Tenemos, entonces, este concepto de la angustia como aguijón, como acicate espiritual. Angustiar para levantar, porque siempre junto a la alarma viene el consuelo esperanzador de la palabra de Dios.

Y esto lo dice expresamente:

"Bueno, no nos quedemos en paz. Yo me daría por servido y moriría en paz, si supiera que en uno solo de ustedes he despertado alguna angustia. Porque estoy haciendo el esfuerzo titánico de ponerles al hombre auténtico delante. Para que ustedes no estén tan tranquilos /...../ Hoy como nunca hace falta ver al hombre auténtico y comparamos con él, a ver dónde estamos".

"Enhorabuena que yo despierte una sola angustia en ustedes. Que no sigamos el rodar de estos días muertos, vacíos y repetidos".

¿Ven, entonces, la angustia según Petit?

Estudioso de la Psicologia, distinguió y definió a la mentalidad reinante, la del hombre muchedumbre, la mentalidad burguesa.

Por eso afirmaba, y lo hacía en la práctica, que "antes que predicar a Cristo hay que predicar al hombre". Y en esto notamos una notable coincidencia con Castellani, quien sostenía: "Antes de leer la Imitación de Cristo hay que leer la Ética a Nicómaco".

Decía el P. Petit: "Hemos perdido de vista al ser humano; hemos jugado demasiado con él; con demasiados títulos de propiedad sobre nosotros mismos, nos hemos apartado insensiblemente de nuestra naturaleza. Estamos desplazados, desgajados de este ser que ignoramos y que llamamos hombre".

Y tiene una meditación del 4 de agosto de 1960, día de Santo Domingo de Guzmán, donde dice:

"Una sola cosa entendí en este día: Nuestro Padre aflora de un triple orden, del cual, nosotros, sus hijos, estamos muy distantes. Él es el fruto maduro de una Iglesia en espléndida sazón; de una tierra elaborada por gestas heroicas; de un linaje humano de alta nobleza.

El dominico supone ese triple sostén. Está para ordenar y explicar cosas ya existentes pues la Palabra es la epifanía de la triple realidad.

¡Ay, qué hace la Voz en una Iglesia enflaquecida, en una tierra yerta, en un hombre devastado por insólita degradación!

He pronunciado la palabra en ese desierto sin ecos. Las cosas han perdido su ser, las almas están extinguidas. No resisten: La Palabra los abruma.

Ante la atroz mentira levantada alrededor del hombre como un círculo perfecto, no cabe otra cosa que el mejor testimonio: El del silencio".

También, comparando nuestra época con la del Aquinate, decía:

"Santo Tomás de Aquino pudo ordenar en la verdad también las cosas humanas porque las almas y los bienes fundamentales estaban, en aquellos tiempos del mundo, entregados a Dios".

Por eso se ocupó de predicar al hombre, de mostrarnos el estado actual del hombre y mostrarnos también al hombre auténtico que podemos llegar a ser, con el auxilio de la Gracia.

Así, expresaba:

"Creedme que es tarea difícil hoy, la de tratar de salvar un alma; hay que enseñarle cómo debe ser el ser humano. ¡Está el hombre tan desquiciado, dependiendo de una infinidad de cosas pequeñas!".

Y respecto de ese hombre actual, desquiciado, aburguesado, sostenía, en una carta familiar del año 1952:

"Sólo Cristo es el mejor antídoto burgués. Todos somos burgueses sin saberlo. Hay un declive insensible en nosotros hacia un empozarse en la comodidad. A acomodarse en un bienestar material que, en realidad, encarcela poco a poco al alma. ¡Qué asfixia en medio de las paredes engrosadas de la comida segura; en medio de esa multitud de detalles desarrollados hasta convertirse en valores fundamentales de la vida! Sólo Cristo liberta.

¡Qué muerte en la impotencia ficticia del café con leche y la manzana, en el desarrollo de la vida en cosas que no sacian; tal conversación, tal cine! Parcelas, parcelas. /.../ Sólo Cristo nos despliega por encima del mundo deshumanizado y antihumano que nos envuelve y penetra.

¿Creemos que teniendo mentalidad burguesa vamos a ser cristianos? La mentalidad burguesa es esencialmente anticristiana".

El P. Petit tenla el raro talento de saber explicar los principios en sus aplicaciones más prácticas. Escuchémoslo en uno de sus últimos cursos, la "Estructura Psicológica esencial del hombre", del año 1971, donde nos habla del estado del hombre actual:

"El hombre muchedumbre no nota aún que ha sido despojado de la vida verdaderamente humana. El mundo del departamento, del aire acondicionado, la televisión, las comidas en latas, el cigarrillo, el maquillaje, el trabajo-rutina, ha resultado en la realidad cosa muy distinta a lo que la intención del hombre se proponía: duro yermo de acero, cemento, gases y lívidas energías que sitian al hombre impidiendo su vida.

No puede haber vida en departamento. Allí el marido tiene no-esposa; y ambos se ahogan bajo el peso de los hijos convertidos en flagelo insoportable. El aire acondicionado, además de anular las resistencias del organismo, impone encierro que no es cárcel más que en la opinión de los hombres. El automóvil relaja los tejidos, favorece la esclerosis, aletarga las funciones y embota el espíritu. La televisión aleja la amistad, pone distancias en la convivencia, fomenta la estulticia. El maquillaje miente. Y la máquina, en general, se interpone entre el hombre y la tierra.

La persona humana para nutrirse de realidad necesita un espacio geográfico proporcionado a él; estar envuelto por un compendio de estrellas, aguas, soles, pájaros, hierbas, humus, arenas o rocas que le pertenezcan de alguna manera, Tal enlace es indispensable, exigido por los modos de su naturaleza psicosomática".

Y remarca:

"Lo que hoy se oculta por completo es que esa relación hombre - tierra es trascendental, esto es, necesaria, no optativa, pues no existe para él otra entrada de la realidad en su espíritu que la de los sentidos. Si al niño se lo cría en un departamento y su prolongación, la ciudad, no se le ofrece otro contenido que un mundo subjetivo, exacerbado, de apetencias errantes, las cuales, a la postre, se devoran entre sí al faltarles la debida compensación: las marejadas de la realidad ubérrima del universo, la única correlativa -con relación de connaturalidad- a su apetitos".

Veamos cómo, a partir de esta afirmación, saca consecuencias prácticas:

"...hoy es muy difícil enseñar el catecismo a un niño urbano. Las obras que lo rodean hablan del hombre, dicen referencias al hombre. Conocen con gran erudición las distintas marcas de autos, pero ignoran las estrellas; saben algo del átomo porque con sus energías se pueden fabricar bombas "fabulosas". La vía señalada por San Pablo en su carta a los romanos (1, 20) para enseñar la existencia de Dios ha desaparecido en las cercanías del ser humano. "El entendimiento conoce las perfecciones invisibles de Dios por las cosas creadas: su eterno poder y su divinidad". Las criaturas del Señor han sido aventadas para que cedan su lugar a los artefactos. La Iglesia, sus templos, los que están en la ciudad, moran en el desierto".

Puede pensarse que este mostrar al desnudo el estado del hombre abrumara a quien lo oyera. Lo inquietaba, pero para no abrumarlo, acto seguido hacía ver la posibilidad y el camino para ser hombres verdaderos.

Veamos unos ejemplos:

"No somos tan libres como pensamos. Estamos regidos por un concepto del ser -estoy hablando de la estructura psicológica esencial de hombre- y lo tengo dentro quiera que no, y lo peor es que lo tengo inconscientemente, que lo he mamado con la leche de mi madre; en el trato que me daba mi madre en la cuna ya me estaba inculcando una mentalidad. Y después las lecturas, y el ambiente, y después todos los medios de saturación por la propaganda que existen, me van formando una mentalidad. Y no pensemos que somos libres, mientras no nos plantamos como una persona en el desierto, y solos revisamos todas las cosas y decimos: Esto sí y aquello no".

Y añade:

"Yo tengo un alma racional, no es animal, es humana, está sedienta de la luz de la razón. No tiene la noción definida, precisa, conmensurada perfectamente por la especie del instinto. Mi alma necesita que mi razón le de medida humana. Así es como voy a ser señor de mi vida y de mis actos. Así es como voy a ser verdadero varón sobre la tierra, o verdadera mujer."

Y en otro retiro:

"El hombre actual podrá conocer el placer de tal o cual sentido, de tal o cual glándula, cuanto más el de la imaginación.

Mas no conoce el gozo del hombre.

Excita sus sentidos y sus glándulas; abusa de ellos hasta convertirlos en llagas. De esta manera, no sólo nunca alcanza el noble y altísimo gozo que le corresponde como criatura racional -como persona-, sino que aún convierte en sucios dolores aquellos por los cuales perdió su verdadera ventura.

¿Quién nos librará de esta muerte vivida; de este ahogarnos en ese mar de glándulas venidas a más, entronizadas en el lugar de la Filosofía y las Artes, de toda actividad moderna?

Únicamente la gracia de nuestro Señor Jesucristo, la cual fructifica en penitencia, y ésta, en mortificación".

Y no sólo nos mostraba el estado del hombre sino también el de la Patria. Oigámoslo:

"País desolado la Argentina, nadie la ha visto aún, es tierra de nadie, no hay un solo rancho en cuya pared se haya intentado un monigote, y nuestros campesinos son hombres sin tierra. Están rodeados de una tierra ubérrima, que quiere brotar de

mil maneras, y están pensando: ¿qué haré hoy? Y la radio se enciende a las 7 de la mañana para oír una berriada de estupideces, para matar el día, para matar la inmensa oportunidad que es un día, que viene cargado de universo y con Dios mismo, Dios abierto de par en par, que no se pudo entregar al hombre más de lo que se entregó".

Claro que este triste estado no es sólo nuestro sino de todo el mundo. En una novena, señalaba:

"..... debemos seguir la norma que nos da Nuestro Señor cuando saca el ejemplo de la higuera que reverdece: "... así cuando veáis estas cosas sabréis que se aproxima el fin". Yo no os puedo describir todos los síntomas que hay de que muere una era histórica. Están en el ambiente y en nosotros mismos. Que va a haber un inmenso cataclismo, es verdad. Qué fecha, no lo sabemos porque el Señor no lo quiso decir, pero vendrá ciertamente. El mundo moderno está para morir. Nosotros tenemos que vigorizar nuestras vidas, hacernos auténticos Cristos para contrarrestar las horas de angustia que van a venir."

Siendo otros Cristos, contrarrestamos la angustia.

San Agustín adoctrina que la virtud propia del Pastor verdadero es el celo. Y el P. Petit, con amorosa solicitud, enseñaba, guiaba y cuidaba el rebaño de sus fieles, con celo doliente, al igual que el Fundador de la Orden.

¿No lloraba, acaso, Santo Domingo de Guzmán, en su celda de Osma, con lágrimas fructíferas, pensando en los pecadores que se pierden?

Y el celo de Fray Mario se extremaba cuando tenía que hablar de la religión y de la Iglesia.

Atendamos cómo enseñaba la religión:

"De la filosofía cartesiana deriva una psicología de conflicto. Según ella, están los sentidos, que engañan, que traicionan al hombre, y está esta otra parte segura, la espiritual. ¿Se dan cuenta que ésta es una creencia que se ha extendido y que se ha hecho común? ¿No piensan algunos cristianos que estamos en un eterno conflicto entre una felicidad terrena y una felicidad celestial y que el decidirse por una es morir a otra? ¿No se piensa que estamos en una disyuntiva, que nacemos en una disyuntiva? Que si yo me decido por la vida celestial entonces pierdo la vida terrena temporal, y que si me decido por la vida terrenal, pierdo la celestial, cosa que no es tal, porque en el buen vivir de la tierra yo voy a adquirir el cielo, y el cielo no se posterga, sino que viene a mí y va depositándose en mí, en la medida en que yo sea fiel a la esencia y a la definición que Dios me ha dado, en la medida en que yo sea auténtico hombre. 

¿Ven entonces aquí la decadencia del cristianismo (a partir de Descartes)? Ya no es una religión de vida como lo dice Jesús a cada paso, que El viene a devolvernos la vida, por esa infusión precisamente del cielo y del espíritu para que actúe en lo temporal y lo transforme. ¡Es perfectamente una carcajada de Satanás el que nosotros pensemos que el cristianismo es una religión para la muerte y después de la muerte! ¡Qué manera de ceder al demonio el terreno! Siendo cristiano yo voy a ser más hombre, siendo cristiano voy a cumplir y construir una vida verdaderamente humana. Siendo cristiano la vida se va a desbordar en mí hasta poder superar la muerte, la enfermedad, la tribulación, el engaño, el dolor y la calumnia. Siendo cristiano la vida jamás va a cesar en mí, y voy a poseer las cosas por dentro, voy a poseer las cosas en su intimidad secreta, en su esencia.

Aquí está la decadencia del cristianismo, en la cual estamos sumidos. Todo lo de hoy es decadencia del cristianismo. No conocemos al cristianismo porque no conocemos a Cristo. A Cristo se le quitó su poder con esta concepción dividida del hombre."

Y respecto de la Iglesia, exclamaba:

"Tengo el pecho cargado de lamentos por el estado de la amada y divina esposa de Cristo. ¡Cómo hemos afeado la virginal hermosura de su rostro! ¡Qué incomprendida va cargada con Cruz, tras las huellas de su adorado! ¡Si por lo menos un grupo de resueltos y encelados supiéramos hacer el oficio de la Verónica!

Y se hará. Dios escucha. Vendrán quienes sabrán limpiar el rostro de la ultrajada".

Y también sobre el mismo tema, la Iglesia, escribía en carta al benedictino Pablo Sáenz:

"Al final de cuentas (como siempre pasa en las cosas de este Señor de muerte y resurrección) está la esperanza que es más fuerte que dicho desastre. ¿La Virgen María, San José, Simeón, San Juan Bautista, no se cumplieron en una Judea y Sinagoga sumidas en ese mismo estado?

¿Y San Benito? La decadencia de Roma que arrastraba en pos de sí al clero de esos momentos, fue inmunda /...../".

Reitero, nos hacía ver la realidad al desnudo y hasta los tuétanos, pero no para abrumar, sino para sacudir, para despertar el alma dándole un cimbronazo.

Y una vez visto el estado de cosas ¿cómo salir de él? También nos lo enseñaba: Por el ejercicio de la racionalidad, con la práctica de las virtudes, pero sobretodo, con el auxilio de la Gracia.

Tiene Petit un pensamiento, tomado de un retiro del año 1941, que es todo un aforismo:

"Por atender y mirar la vulgaridad y la tibieza no hay que perder de vista el poder y la fecundidad de la gracia".

¿Y cómo podemos nosotros obtener el auxilio de la Gracia? También nos lo enseñó:

"...es urgente ... hacer mucho esfuerzo para volver a amar a Dios y a los ángeles para poder salir del pozo en que estamos.... hagan el esfuerzo de amar a los ángeles, pero amar así como a personas que son amigas y que están con nosotros y que nos ayudan y conviven con nosotros. Amar a los ángeles y a Dios, y a Jesús, para tener la figura de ellos. Que Santo Tomás también dice eso, que la perfección consiste en asemejarnos a la especie inmediata superior, en nuestro caso serían los ángeles; y la degradación, consiste en asemejarnos a la especie inmediata inferior, y eso serían los monos".

Y otro tanto nos dice, en distinta predicación, respecto de los Apóstoles:

"La importancia de los Apóstoles es suprema: invocadlos, son nuestros, están metidos en nosotros como módulos. Se comunica una gracia especial, nueva a nosotros, cuando invocamos y amamos a los Apóstoles; crece la fortaleza. Allí se encuentra la Iglesia tal cual es. Mirad que la Iglesia está cimentada en ellos y su piedra angular es Cristo.

Por la Encarnación, Cristo se encarna en María; por los Apóstoles, Cristo se encarna en nosotros. El salmo 50 dice: "Y levantaré al pobre del estiércol y lo sentaré en medio de los príncipes de su pueblo". ¿Cuál es el pobre? El que se desprende de todo. ¿Quiénes son los príncipes de su pueblo? Los Ángeles con respecto a los Apóstoles; los Apóstoles respecto a nosotros. Tenemos que escuchar ese rumor de la gracia que cual marea poderosa se desplaza de los Apóstoles y sube incontenible, desbordante, a través de nosotros, renovando todas las cosas".

Volvamos a su concepción de la esperanza: La Esperanza como fuego. "La jubilosa Esperanza que troca su vida en canto y el canto es la vida de Dios".

¿Y qué es Dios? ¿Cómo nos lo muestra a Dios? Escuchemos:

"Resulta anacrónico, atrasada en dos mil años, la mentalidad de aquellos católicos que conciben a un Dios lejano, escondido en un cielo remoto. Ignoran el tremendo título de nuestro júbilo: Dios mora en nosotros; quiere brillar en nuestras almas y nuestros ojos y visitar con nosotros a los hermanos muertos. Ellos y muchos otros intentan vivir una vida menuda. En cuanto pierden proporción con los tiempos, notan que los cielos están incendiados, que la tierra hierve en imprecaciones; que todo arde y se agrieta. Estamos en la Era del Fuego y del Espíritu".

Según Petit, con la Esperanza "descubrimos que el paraíso está a nuestro alrededor". El paraíso, fin de la vida cristiana, esencia de la vida cristiana. ¿Cómo nos lo explica?

Oigámoslo en la prédica de una hora santa del año 1954:

Jueves Sacerdotal 25 de Noviembre de 1954

 

"Amados hermanos: Ya sabéis que todas las pláticas de este año las hemos tomado para explicar los Mandamientos y que, por último, nos hemos detenido en la Caridad, y en ella estamos, interrumpiéndola según las conmemoraciones notables para hacer mención a ellas, pero siempre en tiempos comunes retomamos a este tema de la Caridad.

/...../

"Comprende entonces a ese segundo miembro del primer Mandamiento: tu prójimo. "Amarás a tu prójimo como a tí mismo". Retorna a la realidad. Si tú no descubres el alma de tu hermano, señal que estás todavía enterrado en la pasión. Si tú la descubres, señal que estás embebido en el amor universal que ha dado origen a la variedad y tú tendrás la inmensa dicha de poseer quizás el alma de tu hermano mucho más que lo que la posee él mismo. En tu alma abastecer tus necesidades en lo que puedas. Ante todo en la presencia de Dios. Con la perfección que tú trates de alcanzar estás levantando el nivel de todas las cosas. Cada uno tiene que ocuparse mucho de desarrollar al máximo el grado de perfección que Dios le ha dado, porque de esa manera uno lo eleva todo. Si nosotros nos ocupamos de ser fieles en el silencio, en el amor, en el recogimiento, en una fidelidad celosa de aprovechar mucho estos breves días que se nos otorgan para semejante dicha, si nosotros hacemos eso, todo lo demás se va levantando, es lo que importa. Comprendamos eso: que el amor de Dios quiere volvemos a la realidad porque la versión de la realidad que está en la mente divina es el Paraíso. El Paraíso en realidad es un estado, no un lugar. Puede ser que sea un lugar, pero ante todo es un estado. Aquella anécdota que ya he narrado otras veces de aquel hombre que andaba en gran nostalgia del Paraíso y que preguntaba a todos dónde podía estar el Paraíso; si ya se lo había perdido para siempre; si se lo podía recuperar... y un día se lo preguntó a un Ángel, y el Ángel le puso las manos sobre sus ojos y el vio que el Paraíso estaba a su alrededor. La versión divina de las cosas, ése es el Paraíso. El Paraíso está dentro del corazón del justo. ¡Si nosotros hacemos nuestra desdicha y nuestra felicidad! Según el espíritu que tengamos, así será nuestra vida. Si yo tengo el espíritu de Dios, Dios me entrega la perfección de todas las cosas. Si me vuelco en la pasión y en el pecado, entonces yo me estoy ahí enterrando, ahogando, colocándome en los límites mezquinos de la pasión, y yo hago mi infierno. Entonces comprendamos eso: que Dios es realidad y Dios es el origen de toda la realidad y que en El y por El hay una versión celestial de todas las cosas que es la que tendríamos nosotros que suscitar con nuestro amor".

 

He dejado para el final dos textos que me parecen significativos con respecto al tema de estas jornadas.

El primero, que cobra actualidad por la proximidad del nuevo milenio, del que tanto se habla y con el cual tanto se lucra. Se venden entradas para cenas de fin de siglo, se organizan conciertos en lugares insólitos para recibir el año 2000, en fin, mil trivialidades enlazadas con la ingenua creencia que las cosas cambiarán por el solo transcurso del tiempo.

Atendamos al maestro en una meditación acerca del "Año nuevo":

"No nos atrevemos a pronunciar el lugar común: "Feliz año nuevo". Para hacerlo sería necesaria mucha rutina o, en su lugar, otro tanto de cobardía e inteligencia roma.

Mentirnos prometiéndonos un año feliz, sería caer en la violencia irracional del optimismo. Debajo de cada optimista hay un cobarde, como debajo de cada pesimista un enfermo de orgullo. Tiene razón Chesterton al decir que el optimista termina suicidándose, devorado por sus propios problemas que nunca se atrevió mirar cara a cara.

La verdad es que si la Tierra surcara mares poblados de bestias fabulosas no estaría la Humanidad entera más minada por gravísimas amenazas.

Es hora de reconocer un hecho que nos debe llenar de alarma: observando los últimos acontecimientos -la obcecación de las naciones por un lado, de las clases sociales por otro- , llegamos a comprender que el hombre se ha disminuido hasta el punto de estar en desproporción para con su propia vida; lo mismo los pueblos.

Ni en los individuos ni en las sociedades hay una cabeza pujante que ponga orden y medida al conglomerado de fuerzas que forman la naturaleza humana.

No en vano se ha creído durante siete siglos que la inteligencia era una facultad vana, gastadora de ingeniosos juegos de salón.

Y, es claro, el hombre pagó caro el desprecio que ha hecho de esa potencia soberana, la única capaz de leer en la ley eterna el orden y fin de la compleja naturaleza humana, y aplicarlos con imperio a las fuerzas infrarracionales que la integran.

Así, abandonados a los apetitos, a los cuales la inteligencia no pone cauce en la razón de ser de los mismos, el varón y la mujer aparecen desgarrados por las exigencias estúpidas de esos apetitos salidos de madre, y por los ensayos clarinescos que la industria, las modas y las malas artes hacen por construir una bestia inverosímil donde el alma racional del hombre encuentre al fin en las pobres cosas de la carne y de la tierra, la saciedad perfecta, el júbilo consumado y la plena felicidad que, en verdad, únicamente en Dios puede hallar.

Da pena ver cómo, encandilados por esa promesa, hombres y mujeres danzan alrededor de los ídolos; se entregan con el mayor entusiasmo e incondicionalmente a todo lo que les va degradando poco a poco.

Cuando un individuo formado en esa escuela de confusión y extravío, es erigido en jefe de Estado, no por eso cambia dicha mentalidad. Sin cabeza para ver el último fin de la sociedad y regular los medios con respecto a ese fin, se encandila con intereses inmediatos animales, llevando los pueblos a la ruina.

Sobre la efervescencia de una humanidad en proceso de descomposición, no emerge un Hombre, no emerge la augusta presencia de una inteligencia.

"El Señor miró desde el cielo a los hijos de los hombres, para ver si hay un inteligente, uno que busque a Dios. Todos declinaron sus caminos y se hicieron inútiles" (Ps. 13, 3-4).

Este estado de cosas no debe sumir en la desesperación al que lo vea tal como es.

Sabemos que disponemos -está en el Sagrario- de una Semilla que puede cambiar la faz de la tierra y que un vaso de agua dado con intensidad de Amor puede transformar el mundo. Así lo entendió un San Benito y encauzó a todo un continente en los caminos de una civilización incomparable. Con el mismo criterio procedieron Santo Domingo de Guzmán y San Francisco de Asís. Santa Catalina de Siena y San Vicente Ferrer salvaron al mundo de la ruina en momentos comparables a los presentes.

Si el Señor hubiera encontrado cinco justos en Sodoma, hubiera perdonado a todo el lugar por amor de los justos.

Cuando en cualquier rincón del mundo -puede serlo muy bien Tucumán- aparezcan los signos de una conversión al Señor que en intensidad compita con la iniquidad del mundo, podremos decir: "Feliz año nuevo"." (Cuaderno Aticus 175 págs, p. 42).

 

Y el último ejemplo que quiero traerles, es una carta, que aparte de la calidez que contiene, por su tono epistolar, cobra relevancia por estar escrita pocos días antes de la muerte de Fray Mario. Está fechada en el Timbó, el 10 de febrero de 1972, y dirigida a un ahijado suyo que estaba en Alemania, Horacio Saleme, que además de tener tal padrino tiene otra dicha: su hija Ana Inés fue consagrada ayer monja benedictina en la Abadía Gaudium Mariae.

Presten atención a la esperanzada angustia que contiene.

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"Fue un acierto venir a Timbó; con razón todo lo que me rodeaba no pronunciaba otra cosa: lo único que cabía era el destierro voluntario. Todo, sin excepción, me lesionaba como hombre, como religioso y como sacerdote. Dije destierro voluntario pero se ha dado la paradoja de siempre: el destierro ha resultado un casi solemne retorno al universo de Dios y a las almas. Como al convaleciente de una grave enfermedad se me dan todas las cosas de nuevo; las estrellas tienen el tamaño que tenían en mi infancia, los follajes se elevan anhelantes y translúcidos como cuando los descubrí en mi adolescencia y los ritmos que se multiplican y juegan en las cosas, las ramas, las nubes, las patas de los caballos, cantan la gloria de Aquél que los hizo. Todo viene a mí denso y jugoso: los patéticos telones de los crepúsculos de Tucumán -ignorados- que parecen prontos para correrse y darnos una nueva epifanía del Cristo.

Debajo de todo eso, envueltos por todo eso que no gustan, ausentes, nuestro pueblo -residuos, ilotas de Buenos Aires-, despojados: terribles en su absoluta conformidad con el despojamiento. No tienen nada, ni patrón que los explote pero que, al menos, les dé de comer.

Tengo que olvidar esta comprobación; verlos en los límites de lo que presentan de inmediato, no reciamente uncidos a una historia inexorable porque entonces creo que no podría resistir. Todos los pueblos pudieron desenvolver sus posibilidades -la China, India, Asiria, Grecia- como lo hacen las plantas, y alcanzaron espléndidas perfecciones; en cambio el nuestro fue masacrado en cuanto nació. No me digan que el 25 de Mayo y el 9 de Julio son las fechas de la patria, el 28 de Diciembre es su día: el de la matanza de los Inocentes. Apenas nacidos, Francia nos mató porque quería matar a Cristo. E Inglaterra ayudó porque necesitaba comprarnos y vendernos: Lo consiguió. Hoy, las vidrieras son el paraíso del argentino; el único paraíso.

Veo que mi carta es pesada; lo malo (es) que no puedo hablar de otra manera. Fabricar optimismo cuando la realidad está herida es propio de cobardes. Tampoco me pongo de parte del pesimismo. La historia, en cambio, es intensamente dramática, y la nuestra, su profundidad -para bien de Buenos Aires- aún no se la ha visto. Nos excede tanto más cuanto que estamos dormidos.

Ya conozco tu angustiada pregunta: "entonces ¿todo está perdido? Y nosotros ¿qué hacemos?" Ya conoces la respuesta: Forjar un hombre en tí, una mujer en Ana Inés. ¿Qué es lo positivamente real, lo concretamente real? Tú, Ana Inés, Pedro y Diego. Si tú plasmas en tí el hombre que Dios quiere en tí, ya poco importa que Pedro no lo haga.

Sé que están en ese tren, y me consuela.

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Timbó Viejo, 10/2/1972"

 

 

Entonces, que nos quede este anhelo: Que cada uno de nosotros sepa forjar el hombre o la mujer que Dios quiere en nosotros.

Les he hablado del P. Petit. Les he traído apenas partecita de lo que fue su Apostolado.

"Su sola presencia predicaba el gozo nuevo.

A todos llamó poderosamente la atención el júbilo de su rostro.

Porque había pasado por la Cruz, traía a las almas el esplendor de Cristo resucitado, de la muerte vencida".

¡Agradezco a Dios por haberle conocido!

Por eso y por ser la primera vez que yo en esta tierra canto, ¡Gloria al Padre, Gloria al Hijo, Gloria al Espíritu Santo".

 

 

San Luis de Loyola Nueva Medina de Río Seco de la Punta de los Venados, Junio 13, 1999.