ANGUSTIA Y GOZO EN C.S. LEWIS

 

Jorge N. Ferro

 

Es por demás conocido que C.S. Lewis escribió largamente acerca del dolor, el sufrimiento y la pena. Bastaría recordar en particular dos de sus libros: The Problem of Pain y A Grief Observed, tan breve cuanto denso este último, y hoy reactualizado por la película Tierra de sombras. Y también es sabido que siempre se preocupó por responder de modo eficaz y directo a las necesidades de sus contemporáneos, sobre todo en su producción apologética. Sin embargo, no es fácil hallar en su obra referencias a esa peculiar forma de "angustia" que parece típica de nuestro siglo y que ha hecho correr tanta tinta y tanto celuloide.

Cierto es que Lewis no era dado en general a leer los autores de moda en su tiempo. Para él el dolor y el sufrimiento brotaban de males presentes con aristas bien definidas, y no tenía gusto ni inclinación por la literatura del absurdo ni por las "vanguardias". Así veremos que a aquello que por lo común mentamos como "angustia" él lo vinculaba de modo algo vago con un "existencialismo" genérico, sin hacer demasiadas precisiones.

Tal vez el texto más explícito al respecto lo encontraremos paradójicamente en una obra de corte académico: su English Literature in The Sixteenth Century. Excluding Drama. Allí, cuando habla del poeta Edmund Spenser (1552-1599), hace una llamativa disgresión, diciendo:

"El existencialista siente Angst porque piensa que la naturaleza del hombre (y por tanto su relación con todas las cosas) debe ser creada o inventada, sin guía alguna, en cada momento de decisión. Spenser pensaba que la naturaleza del hombre era algo dado, descubrible y descubierto; él no sentía Angst. A menudo estaba triste: pero no, en el fondo, preocupado." (1)

Lo primero que nos llama la atención es que no ha traducido el término alemán Angst. Es obvio que intenta conservar todas sus connotaciones y que no procura hallarle un equivalente inglés. Pero queda claro al lector a qué se está refiriendo. Es ese peculiar angostamiento del alma cuando se asoma a la Nada. Pensamos que Lewis hubiera reconocido perfectamente la caracterización que hace, con su incomparable poder de síntesis, nuestro padre Castellani:

"El objeto de la Angustia es la Nada. He aquí una proposición bien rara; pero con ella caemos en Sto. Tomás. Cuando uno se angustia de algo, por ejemplo, de un peligro, entonces no hay angustia, hay miedo. La angustia típica es cuando uno tiembla de nada." (2)

Este "temblar frente a la nada" se le aparece a Lewis como un rasgo típicamente moderno. Insiste mucho, a lo largo de diferentes obras, en que el hombre anterior al Iluminismo tenía una imago mundi acogedora y llena de sentido, y que en modo alguno experimentaba "el absurdo" o "el vacío". Vivía en un universo poblado de presencias, misteriosas sin duda pero reales. No podía sentirse "arrojado en el mundo". Sus dolores y tristezas tenían causas identificables, más allá del "sentimiento básico de indigencia" o de las heridas provocadas por la caída original.

Parece pues impacientarse frente a esta carencia de objeto de este tipo de angustia. La ve como la consecuencia inevitable del subjetivismo

moderno, del vaciamiento a que se ha sometido a la realidad exterior, del empobrecimiento de una visión de las cosas que no procura encontrar el sentido sino dominar despóticamente. En otras palabras, de la primacía de la praxis sobre la theoria. El desdibujarse de los contornos, lo indiferenciado y confuso no lo atraen. Sin embargo ...

Sin embargo hay un tema constante y central en la obra de Lewis al que podríamos considerar como una cierta contracara de la "angustia". Y que presenta algún rasgo superficialmente semejante, en cuanto a una relativa imposibilidad de delimitar claramente su objeto. Se trata de lo que él denomina "Joy", y que no resulta sencillo de traducir: ese gozo punzante que nos inunda súbitamente y que despierta en nosotros una "intensa añoranza", una nostalgia ardiente de algo que nos cuesta definir. Nostalgia de Dios, en definitiva. Gozo que entraña cierta pena, cierta "angustia", incluso, si recordamos aquellos versos suyos:

Armed thus with anguish, joy met us even in Youth -who forgets? (3)

Ciertamente que el dolor ajeno a la experiencia de este gozo ("joy") es el dolor de la lejanía. Es la contracara de la angustia moderna pues su objeto no es la Nada sino precisamente el Ser. No es algo irreal, sino supremamente real. En la misma historia de la literatura donde menciona la Angst, también hablando de Spenser dice Lewis:

"Para un platónico cristiano esas imprecisas añoranzas aparecerían lógicamente entre las más sanas y fructíferas experiencias que tenemos; pues su objeto existe realmente y nos arrastra realmente hacia sí." (4)

Vemos que ahora si bien es cierto que esas añoranzas se nos caracterizan como "imprecisas", surgen de la fuente misma de lo real. Dios nos llama a través de esos particulares momentos, nos inquieta y

nos convoca irresistiblemente. El objeto inmediato del gozo no es la fuente del mismo, sino su ocasión. Por ello dice Lewis que siempre se nos aparece unido a la sensación de un recuerdo, de un "re-conocimento":

"Todo gozo recuerda. Nunca es una posesión, siempre es un deseo por algo muy anterior o muy lejano o todavía ‘por ser’." (5)

Esta cualidad dinámica del gozo hace que lo percibamos como ... "un deseo insatisfecho que es en sí mismo más deseable que cualquier otra satisfacción." Se distingue de la "felicidad" y del "placer", aunque tiene en común con ellos que cualquiera que lo haya experimentado lo ansía nuevamente. Tiene algo de la desdicha y de la pena, pero de un tipo que sin embargo buscamos (6), aunque por cierto no lo podemos provocar a voluntad. Es un don. Y respondiendo al moderno pansexualismo, como a todo otro reduccionismo de los varios que padecemos, nos advierte Lewis que este gozo ... "no es un sustituto del sexo; el sexo es muy a menudo un sustituto del gozo. A veces me pregunto si todos los placeres no son sustitutos del Gozo." (7)

Este tema del reconocimiento anejo al gozo no estaba ausente en otros autores cristianos ingleses. Chesterton trató como pocos la nostalgia de la casa del Padre, como cuando al final de su odisea los compañeros del Jueves pseudoanarquista llegan al jardín del Domingo, respecto del cual ... "cada uno de ellos declaró que podía recordar ese lugar antes de poder recordar a su madre" (8). Y su gran amigo Bentley se las arregla para deslizar la misma idea en una de sus novelas policiales, cuando el protagonista detective tiene una experiencia de ese tipo:

"Trent había descubierto el país de Costwold siendo muy joven [...] cuando lo había atraído con una compulsión irresistible. Hay algunos lugares que, vistos por primera vez, parecen sin embargo hacer vibrar una cuerda de remembranza. ‘Yo he estado antes aquí’, nos decimos, ‘y este es uno de mis verdaderos hogares’." (9)

Esto, nos dice Bentley, no resulta misterioso para aquellos filósofos que sostienen que todo lo que hemos visto y estamos viendo existe ya en un eterno presente. Por un resquicio del tiempo nos asomamos fugaz y todo lo que imperfectamente que se quiera a la eternidad. Experimentamos aquello de Sam en la tierra de Lorien, cuando le dice a Frodo: "Es como estar en casa y de vacaciones al mismo tiempo, si usted me entiende." (10)

Lewis no se detuvo en la angustia del sinsentido moderno, pues. La trató como al pasar. Pero en su detenida consideración del gozo, propone ciertamente el remedio.

 

ooooooooooooooo

NOTAS

(1) English Literature in the Sixteenth Century. Excluding Drama. Oxford University Press, 1973, p. 392.

(2) Castellani, L., De Kirkegord a Tomás de Aquino, Bs.As., Guadalupe, 1973, p. 192.

(3) "As one oldster to another." Poems, London, Geoffrey Bles, 1966, p. 42.

(4) English Literature in the Sixteenth Century..., p. 357.

(5) Surprised by Joy, Glasgow, Collins, 1978, p. 66.

(6) Surprised by Joy, p. 20.

(7) Surprised by Joy, p. 138.

(8) Chesterton, G.K., The Man Who Was Thursday. Penguin Books, 1967, p. 173.

(9) Bentley, E.C. Trent’s Own Case. En Trent’s Case Book, Madison, 1953, p. 152.

(10) Tolkien, J.R.R. El Señor de los Anillos, I, Buenos Aires, Minotauro, 1977, p. 512.