EL ÁRBOL DEL PARAÍSO

P. Fr. Rafael María Rossi O.P.

 

"... y en el medio del jardín el árbol de la Vida 

y el árbol de la ciencia del bien y del mal" (Gen. 2,9)

 

Dios creó el paraíso terrenal, luego colocó en él al hombre que acababa de formar. Dios plantó en el paraíso árboles frutales de los cuales podía comer, y principalmente el árbol de la Vida y el árbol de la ciencia del bien y del mal. Trataremos de descubrir el sentido de estos dos árboles.

Así como el primer hombre (Adán) pecó en un árbol, así también el segundo Adán (Cristo), el pleno Adán, por medio de un árbol nos redimió, es decir, el árbol de la Cruz. En el libro del Génesis, el árbol de la Ciencia del bien y del mal y el árbol de la vida estaban plantados en medio del paraíso (cfr. Gén. 2,9), ambos puestos en el lugar principal.

El árbol de la vida se llamaba así "porque su fruto tenía la cualidad de conservar la vida. El árbol de la ciencia del bien y del mal se llamaba así por lo que había de suceder, porque luego de comerlo, el hombre por la experiencia del castigo aprendió la diferencia entre el bien de la obediencia y el mal de la desobediencia" (I, q.102, a.1, ad 4m.). Ahora bien, ambas características se aplican perfectamente al árbol bendito de la Cruz: La Cruz es el árbol de la vida, pues por él Cristo venció la muerte, y nos alcanzó la vida eterna. Y es el árbol de la ciencia del bien y del mal, pues nos mostró la diferencia entre el bien de la obediencia de Cristo y el mal de la desobediencia de Adán. "Como por la desobediencia de uno, muchos fueron pecadores, así también por la obediencia de uno, muchos serán hechos justos... Así como reinó el pecado por la muerte, así también reina la gracia por la justicia para la vida eterna por Jesucristo Nuestro Señor" (Rom. 5, 19.21). Lo que Adán arrebató del árbol de la ciencia del bien y del mal, Cristo, el nuevo Adán, lo restituye en el nuevo árbol de la Cruz:

"Porque este género de muerte era el más conveniente para satisfacer por el pecado del primer hombre que consistió en comer de la fruta prohibida por el mandato de Dios. Por esto fue conveniente que Cristo, para satisfacer por aquel pecado, tolerase ser clavado en el madero, como si restituyese lo que Adán había arrebatado, según las palabras del salmo: `Lo que no arrebaté lo hube de pagar’. Por donde dice San Agustín en un sermón de la pasión: ‘Despreció Adán el precepto tomando la fruta del árbol; pero cuanto Adán perdió, Cristo lo encontró en la Cruz’" ( III, q.46 a.4)

Tanto el árbol de la Cruz como el árbol de la vida conducen a la sabiduría; el árbol de la vida del Paraíso, conduce a la sabiduría como disposición del alma; el árbol de la vida del Calvario, conduce a la sabiduría Encarnada, Cristo Nuestro Señor:

"La sabiduría es el árbol de la vida para quien la abraza; quien la consigue es bienaventurado" (Prov. 3,18); "el fruto del justo es el árbol de la vida, y el sabio roba los corazones" (Prov. 11,30).

El deseo bíblico del árbol de la vida y del árbol de la ciencia del bien y del mal es el deseo de la sabiduría, de la contemplación, de la visión de Dios (cfr. Gen. 3,6); la vida que proviene del árbol es un incremento de la sabiduría, vale decir de la contemplación de Dios, pues no es sólo saber sino saborear. "En efecto, si algún incauto accede a la sugestión de la serpiente que promete la ciencia divina, buscando más bien saber que saborear, más tener buena reputación que ser alimentado, más tener gloria por la ostentación que gozar con el fruto: inmediatamente nace la concupiscencia impúdica que desordena y desnuda, por la cual se incurre en la sentencia de muerte; y perdido el decoro de la semejanza divina, y puesta bajo el imperio de los sentidos, el alma prevaricadora es expulsada de las delicias del Paraíso, como indigna de ser alimentada con el fruto salvífico del árbol de la vida". (S. Buenaventura, Tratado de la plantación del Paraíso, nº 13 ). Adán murió porque deseó "saber y no saborear", quiso poseer algo para lo cual no estaba preparado, pues no podemos acercarnos a Dios por el sólo hecho de saber, sin desear saborear, o sea sin desear amar a Aquél a quien conocemos; como el demonio, que en su inteligencia angélica, superior a la del hombre, conoce a Dios pero no lo ama y por eso se precipitó a la muerte eterna.

El don de sabiduría es el que nos capacita para conocer a Dios; la sabiduría consiste en el conocimiento de las cosas divinas. Y el don del Espíritu Santo de sabiduría juzga o discierne de las cosas divinas por connaturalidad, como dice San Pablo: "el hombre espiritual juzga todo". Y dice S. Dionisio: Hieroteo es sabio no sólo aprendiendo, sino padeciendo lo divino (cfr. I, q.1,a.6 ad 3 m.).

La muerte de Adán y Eva se debió, entonces, a que se acercaron a algo tan inmenso que los superaba infinitamente, para lo cual les faltó esa capacidad infinita que da la connaturalidad con Dios, por el don de Sabiduría. Por eso dice Dios: "nadie puede verme y seguir viviendo", no porque Dios sea dañino, sino porque la capacidad humana no soporta la grandeza de Dios. Como la Beata Imelda, que murió luego de recibir milagrosamente su primera comunión, por la superabundancia del deseo de Dios, esa caridad divina que no destruye sino que agota lo humano.

"Bienaventurados los que lavaron sus túnicas (en la sangre del Cordero) para tener derecho al árbol de la vida y entrar por las puertas que dan acceso a la ciudad" (Ap. 22,14 y 7,14). A esta vida, que es la sabiduría y la contemplación, hay que acercarse debidamente preparados, hay que lavar la túnica "en la sangre del Cordero, en la gran tribulación" (Ap. 7,14); prepararse quitando lo que se opone a la sabiduría, la fatuidad, que es la negación de la sabiduría, y la estulticia: "la estulticia se opone a la sabiduría, pues la estulticia implica pesadez o embotamiento del corazón y cerrazón de los sentidos" ( II-II, q.46, a.1) "No es estulticia cualquier ignorancia de las cosas, sino la ignorancia viciosa" (S. Agustín, De libero arbitrio, lib. 3, cap. 24, nº 71). Esta estulticia viciosa viene de olvidar las cosas de Dios por estar desordenadamente ocupados en las creaturas, y por eso es un pecado: "en cuanto en hombre sumerge sus sentidos en las cosas terrenas, de donde se vuelve inepto para percibir las cosas divinas, como dice S. Pablo: ‘El hombre animal no percibe lo que es el espíritu de Dios’ (I Cor. 2,14); como el hombre que tiene el gusto (el paladar) infectado por una enfermedad, no saborea lo dulce. Y este modo de estulticia es pecado" (II-II, q.46, a.2).

Existe una relación muy estrecha entre liturgia y contemplación: en la liturgia "lo humano está ordenado y subordinado a lo divino, lo visible a lo invisible, la acción a la contemplación, y lo presente a la ciudad futura que buscamos" (Sacrosantum Concilium nº 2). "La fe vivificada por la caridad, la adoración, la alabanza al Padre y el silencio de la contemplación, serán siempre los primeros objetivos a alcanzar para una pastoral litúrgica y sacramental" (Juan Pablo II, 4 de diciembre de 1988). No siempre se respeta este orden de la contemplación. Por eso la estulticia, que está en contra de la sabiduría, se opone a la liturgia; vemos muchas veces en la liturgia, cómo en algunos lugares necesitan hacer la Misa más divertida, por la estulticia, porque por esa estulticia estamos cerrados a la Eucaristía; entonces en vez de ir a la Eucaristía por la sabiduría, por la contemplación, por la caridad, vamos por una diversión, una especie de show.

Asistí una vez a una sesión de un pastor evangelista; estuvo hablando cuatro horas seguidas sin decir nada, sólo un montón de citas bíblicas, canciones, todo de un modo eufórico, entusiasta, pero sin contenido; eso va en contra de la Eucaristía; es deseable que las personas que no estén bien dispuestas para la Misa, se preparen para asistir a este banquete de la sabiduría, a este árbol de la ciencia del bien y del mal, al árbol de la vida que es Cristo Eucarístico: por eso dice Dios: "de este árbol no coman" porque no estaban preparados Adán y Eva: no vayan a comer porque van a morir.

Si no nos acercamos a comulgar con la preparación debida, es decir con ese deseo verdadero de la sabiduría y en gracia de Dios y con caridad, mejor es abstenernos de la comunión. Cuenta S. Juan de Ávila que, habiendo estado estudiando un tema de teología, por el modo de estudiar se le secó la devoción de la voluntad, y prefirió ese día no celebrar la Misa a causa de la falta de devoción. Este banquete no es un lugar de diversión sino que es el banquete en que Cristo se entrega como alimento para todos, pues todos hemos sido elegidos por Dios. Si estamos todo el día con la radio o la televisión, si buscamos estar siempre al tanto de lo que pasa en el mundo, ¡cómo vamos a pretender esta Sabiduría! El demonio quiso que comieran del árbol, no por la sabiduría sino tan sólo para conocer el bien y el mal.

En el libro de los Proverbios, cap. 9, se nos habla del banquete de la sabiduría:

"La sabiduría edificó su casa, levantó siete columnas, inmoló sus víctimas, mezcló el agua y el vino en la copa y preparó la mesa, y luego envió a sus siervas para que invitasen en voz alta, desde lo alto de las murallas, a venir a beber su copa diciendo: venid y comed mis panes y bebed el vino que he mezclado para vosotros todos los que sois simples".

Y comenta S. Cipriano (Epístola 56):  "Salomón habla del vino mezclado, es decir, anuncia proféticamente el cáliz del Señor mezclando agua y vino".

Todos los que son simples, es decir, como niños en la simplicidad de la vida cristiana; el hombre simple, que es sabio y prudente, que edifica la casa sobre roca; pero el necio la edifica sobre arena, sobre algo que no es de Dios.

Las víctimas que inmoló significan el Cordero Pascual inmolado y ofrecido en la Cruz; sus siervas son los apóstoles, los predicadores.

"Desde lo alto de las murallas"; es decir, de lo alto de la contemplación invitan a todos los hombres, a los que son simples y aquellos que no lo son, los invitan primero a la simplicidad, a la conversión, a la Sabiduría, a la contemplación para poder acercarse al banquete eucarístico.

Muchas veces el Señor habla del Reino de los Cielos como un banquete y llama a todos los que están en el camino. Primero llama a unos que se excusaron y no fueron, estaban muy ocupados; luego llama a los que están en el camino, pobres, enfermos, lisiados, para gozar del banquete del Reino.

También dice el Profeta Isaías, cap. 55; "vosotros los sedientos venid a las aguas, incluso los que no tenéis dinero, escuchad y comeréis lo que es bueno y vuestra alma se deleitará con manjares suculentos, sustanciosos"; esa invitación es desde la pobreza, es decir la humildad y la simplicidad, al banquete de manjares suculentos, es decir la Eucaristía, el Cuerpo de Cristo.

Dios es el que prepara el banquete y nos llama para estar con El, este banquete es sinónimo de la amistad. Cristo llamó a los apóstoles amigos. ¿Por qué amistad? Porque este banquete Eucarístico, este banquete de la Sabiduría nos une a Dios y la amistad es unitiva; por eso los llama amigos, no por la confianza que les tenga, simplemente, sino por la unidad espiritual, real, entre Dios y los que participan de la Eucaristía.

Este banquete al cual nos invita Dios, se realiza en una montaña (Isaías 25,6): "Yahvé de los ejércitos preparará a todos los pueblos, en esta montaña, un banquete de manjares suculentos, un banquete de vinos excelentes". También en el libro de Enoc, que es un libro apócrifo, dice: "el Señor de los espíritus permanecerá con ellos y comerá con el Hijo del Hombre; se sentarán a su mesa por los siglos de los siglos", (62,14) es decir que este banquete futuro, escatológico, al fin del mundo, se caracteriza por ser un banquete con el Hijo del Hombre, con Cristo. Y así dice Nuestro Señor: "Yo preparo un Reino como mi Padre me lo preparó a Mi, para que comáis y bebáis conmigo en mi mesa, en mi reino"; (Lucas 22)

La sabiduría sin la cual no puede el hombre llegar hasta Dios, y por tanto a la Eucaristía, tiene ciertas características que muy bien explica San Buenaventura (Collatio II in Exaemeron):

"Respecto a la sabiduría hay que considerar cuatro cosas: su origen, su causa, su puerta y su forma. Origen y causa: la sabiduría es luz que desciende del Padre de las luces al alma, e irradiando sobre ella la hace deiforme".

Es decir le da la forma de Dios que diviniza al alma.

"Esta luz que desciende hace al intelecto hermoso, al afecto delicioso y al obrar robusto; esta casa está edificada con siete columnas, las cuales explica Santiago: ‘La sabiduría que desciende de arriba, además de ser honesta y llena de pudor, es pacífica, dócil, concorde con lo bueno, llena de misericordia y de excelentes frutos, no se pone a juzgar y está ajena de hipocresía’. De esta casa se dice en el capítulo 7 de San Mateo: "cualquiera que escuche estas mis instrucciones y las practica, será semejante a un hombre prudente, sabio, que fundó su casa sobre roca, sobre piedra". Este es el origen y la causa;

La puerta de la sabiduría, o cómo llegamos a la entrada de la sabiduría, es el deseo vehemente, como dice el salmo 80: "abre tu boca y yo la llenaré, la colmaré"; ese es el camino por donde viene a mí la sabiduría, por donde entro yo en la sabiduría y la sabiduría entra en mí, del mismo modo que la caridad; porque Dios es caridad y el que permanece en caridad permanece en Dios, y Dios en él.

Dice Sta. Catalina de Siena que para acercarse a comulgar, hay que hacerlo con mucho deseo; la puerta de la sabiduría es el gran deseo; cuanto más intenso el deseo, cuanto más abrimos la boca, más Dios la llena, más recibimos la sabiduría.

Dice S. Juan de la Cruz que por qué hay tan pocos contemplativos en el sentido espiritual o sobrenatural: porque nuestros deseos los derivamos o distraemos en muchas cosas que no son esto, es decir, este intenso deseo que debemos tener para unirnos a Dios por la Eucaristía, por la Sabiduría, por la contemplación, por la santidad, por la caridad. ¡Deseamos tantas cosillas, algunas quizás buenas!; pero poner el deseo, gastar nuestros deseos en otras cosas, hace que no podamos poner totalmente el deseo en lo único necesario, como dice Cristo. Por eso hay tan pocos contemplativos, por eso no somos contemplativos.

No es lo mismo el deseo que el pensamiento; si yo no pienso en Dios, no significa que no desee estar con Dios o que no desee agradar a Dios, puedo estar distraído, pensando en otras cosas, pero ¿dónde está el corazón?... por eso dice el Cantar (5,2) "Yo duermo pero el corazón vigila"; así mientras estamos con las ocupaciones que tenemos durante el día, no por eso se suprime el deseo, ese deseo que cada mañana repetimos como consagración a Dios, y a la Sma. Virgen, como ofrecimiento a Dios, que podríamos repetir varias veces al día; no por estar pensando en otra cosa se suprime el deseo; el deseo permanece aunque el pensamiento vaya por otros lados.

Este deseo debe ir acompañado de la justicia, es decir, cumplir los mandamientos. Así dice el libro del Eclesiástico cap. 1; "Hijo, si deseas la sabiduría, guarda los mandamientos y Dios te la concederá". La observancia de la justicia dispone para poseer la sabiduría; así como el deseo de la materia inclina a la forma y la habilita para unirse a la forma, mediante las disposiciones; así el cuidado de la justicia introduce a la sabiduría. Por eso dice el cap. 7 de la sabiduría: "es el resplandor de la luz eterna, un espejo sin mancha de la majestad de Dios, una imagen de su bondad; con ser una sola lo puede todo, y siendo en sí inmutable, todo lo renueva y se derrama por las naciones en las almas santas"; el deseo, cuando es un deseo simplemente sensible, no me lleva a cumplir los mandamientos; pero cuando el deseo es verdadero y espiritual, me lleva a cumplir los mandamientos. Debemos distinguir el verdadero fervor espiritual del fervor sensiblero, ficticio, aparente o superficial; uno me lleva a cumplir los mandamientos, el otro no.

¿Cómo se posee la sabiduría? Dice el cap. 6 de la sabiduría; "el principio de la sabiduría es un deseo sincero de la instrucción, de la disciplina", es decir, de querer ser discípulo de Dios, "Procurar entonces la disciplina, es amar la sabiduría; amarla es guardar sus leyes, y la guarda de estas leyes es la perfecta pureza. La perfecta pureza une a Dios, luego el deseo de la sabiduría conduce al reino eterno"; por consiguiente, el deseo de la sabiduría engendra el deseo de la disciplina, el ser discípulo de Dios. Y volvemos a S. Juan de la Cruz: ¿por qué hay tan pocos contemplativos?; porque no todos queremos ser discípulos de Dios; queremos hacer las cosas a nuestra manera, a nuestro mejor criterio y no queremos dejarnos enseñar por Dios; y para esta sabiduría hacía falta dos clases de disciplina; una la disciplina escolar, es decir el estudio, la lectura, la meditación; y la otra la disciplina (el discipulaje) en las costumbres, en el obrar; porque no solamente escuchando sino cumpliendo uno llega a ser un hombre sabio; por eso dice el Salmo 118 respecto a la sabiduría: "enséñame la bondad y la disciplina y la ciencia", porque no se posee la ciencia, si no precede la disciplina, si no se posee la bondad; así por la bondad y la disciplina poseemos la ciencia; como el enfermo que no se cura escuchando al médico sino cumpliendo o tomando las medicinas que dice el médico, y por este camino van pocos y por eso pocos llegan a la verdadera sabiduría.

Una vez que el alma se ha hecho deiforme, enseguida entra en ella la sabiduría, que "se derrama por las naciones en las almas santas" (Sab. 7).

Por tanto, el deseo es la puerta; por eso dice: "A ésta amé y busqué desde mi juventud, y propuse tomármela por esposa mía, y quedé enamorado de su hermosura" (Sab. 8,2).

La forma de la sabiduría es maravillosa, admirable: consiste en la contemplación de los misterios, que son múltiples pero se reducen al único misterio que es Dios.

"Esta sabiduría está escondida en el misterio; se da en ella una operación que trasciende todo entendimiento, secretísima; lo cual nadie sabe, sino el que lo experimenta".

"Esta contemplación se hace por la gracia; y ésta es la suprema unión por amor. Lo dice San Pablo (Ef. 3, 17-20): "Arraigados y fundados en la caridad, para que podáis comprender con todos los santos, cual sea la anchura y largura, la altura y profundidad y conocer la caridad de Cristo, que supera toda ciencia, para que seáis llenos de toda plenitud de Dios" (S. Buenaventura, ibid.).