Edmundo García Caffarena, 

sacerdote y maestro

 

Dr. Héctor H. Hernández

 

La muerte del Padre Edmundo agita los recuerdos de los integrantes de una generación que se acercó allá por los años 60 a los estudios superiores en la Universidad Católica de Rosario. Siempre será imborrable para todo universitario el primer encuentro con un profesor de ese ámbito, y nosotros lo tuvimos precisamente con él. La materia se llamaba “Teoría gramatical y práctica idiomática”. ¿En los estudios de derecho? - Sí, como ha oído; utilísima. - Él mismo tomaba, aunque en serio el contenido, en solfa aquel nombre: “práctica idiótica”. Siempre jugaba con las palabras; lo hacía muy bien. (Este paréntesis integra desde luego su homenaje, pero va también para reprocharle, después de muerto, algo así como en un cordial “resentimiento” de viejo fervoroso lector aquel típico defecto suyo: la longitud de los paréntesis, y en el medio los guiones ... - defecto sí, pero cuánta riqueza de lenguaje- también agradecimiento, ¡qué tanto! Es que era un hombre al que le sobraban ideas... y nada digamos de las metáforas... Chestertoneano ... Le estallaban los signos... la estallaban los chistes ...). Aprendimos a reflexionar sobre el lenguaje. A distinguir el de la prosa y el de la poesía. Quizá a expresarnos mejor. O al menos a expresarnos. Pero antes ... a pensar ... . La tesis principal que nos quedó, y no es poco, fue que la palabra reflejara la esencia de las cosas. Era los días martes, a primera hora, cuando la Facultad funcionaba en el Colegio La Salle. Y el lunes -1961- había sido el acto inaugural. Por lo tanto fue para mi promoción de abogacía el primer profesor universitario en absoluto que encontró en su ingreso. -“Este tipo rechaza el estereotipo común que tenemos del sacerdote”, -debemos haber dicho casi todos nosotros. Es que la fe del cura era sobrellevada por un hombre que se presentaba con vasta cultura, con manejo de idiomas, con su pasado y criterios de abogado, Defensor del Vínculo en el Arzobispado, con sus aptitudes de conferenciante, poeta, colaborador del diario La Capital, predicador todos los domingos por Radio Nacional Rosario, de hombre que sabía estar en el mundo sin ser del mundo. Y con la fe de siempre. Sí, o fe de siempre o ésa no es la fe de la Iglesia... Otra enseñanza suya cuando con el Concilio querían cambiarla. Por algo el Fundador quiso que Ella se perpetuara por la palabra y el testimonio encarnado, antes que por el lenguaje escrito. Por la persona que da razón, con sus razones y con sus amores, de Cristo. ¡Qué testigo fue el P. Edmundo! ¡A cuántos nos salvó de muchos descarríos previsibles en que sin su autoridad testifical quizá hubiéramos caído! Porque la novedad se presentaba con notable fuerza ... Quienquiera poseyera dotes poéticas caía en uno de sus anzuelos y encontraba quien lo leyera, lo corrigiera y lo guiara. ¡Qué poeta García Caffarena! ¿Cuándo se reeditará su romance de la fundación de la Villa del Rosario de los Arroyos? (Le asigno la tarea al Padre Benítez). Sus versos a la Virgen, “madre de las chimeneas de Rosario”. O sus versos de su soledad en la ciudad de Roma (“Roma de cúpulas roja... ella sola y yo con nadie”). O esas estrofas tremendas sobre el adviento que rezaban: “Ven. Mi corazón como una carga de granaderos”. -Sólo un gran poeta, y que amaba mucho, podía expresar así la espera del Señor. Esas inquietudes se hacían grupo y hoy recordamos las jornadas de lectura poética en el salón del Colegio La Salle de la calle Mendoza. Hacer de una idea un deseo que se concreta en conductas comunes es crear ya una pequeña institución y convertirse en “fundador”. ¡Era un fundador el Padre Edmundo! Quienquiera tuviera vocación teatral en torno a él la canalizaba. Así no supiera que la tenía: ¡era un “descubridor” el P. Edmundo!. - De ahí vinieron las hermosas sesiones de teatro leído, o la puesta en escena de teatro-teatro, cuando Lauro Campos, hoy abogado e importante escritor y director teatral en Rosario, no usaba el actual sinónimo de Lauro Campos. Nos inició en la lectura y valoración de Marechal cuando sobre él todavía imperaba el silencio. Nos convertimos, capitaneados por Oscar Incicco, en “marechalianos”. Aplicábamos los personajes y enseñanzas de Adán Buenos Aires a la vida y las personas y situaciones de todos los días. Y nos reíamos. ¡Cuánto que nos reíamos, sobre todo si estaba Alfredo Rescia ! Esa vigencia de Marechal en la vida revelaba que el Maestro Edmundo no se había equivocado, porque era verdad que Marechal era un clásico ... Dije maestro. Nosotros prolongábamos su enseñanza marechaliana haciéndonos nacionalistas ... La prolongación -él no entraba en ella- era el debate sobre el peronismo, Con los que venían de trabajar en parroquias, y con nuevos que descubría y convertía... -¡evangelizaba el Padre!- creó el grupo de la Acción Católica Universitaria en la misma Facultad. Evangelizador, sí, nos acompañó en las peregrinaciones universitarias a Carmen del Sauce. Íbamos meditando en grupos de jóvenes a través de los campos del sur santafesino. En la primera que se hizo, creo recordar que en 1961, el tema central fue la parábola del hijo pródigo, y él mechaba los textos sagrados con la poesía y teología de San Juan de la Cruz ... Una vez que era noche y que llovía y en que no se veía nada e íbamos todos embarrados la lección versó, ¡ nada menos !, sobre “clara noche más que la alborada”. La noche de la fe pero la paradójica claridad de la fe. Sobre lo que también poetizó y un libro suyo de poesías lleva ese nombre. ¿Cómo olvidarme de esa jornada? ¿Cómo no agradecer enseñanza tan completa, ambientada, existencial? Sin proponérselo, qué didáctico. ¡Qué sacerdote el P. Edmundo! Quiénes no éramos artistas y nos interesábamos por la filosofía del derecho, tuvimos nuestras reuniones de iniciación en la doctrina ética, el acto humano, el derecho natural, siempre en la Biblioteca del Colegio de La Salle, en que funcionaba la Facultad. Universitario el P. Edmundo. Una vez que nos encontramos en la librería de Paulinas, en la calle Buenos Aires, mientras yo ojeaba “El hombre y el Estado” y meditaba la posible compra me enseñó, para siempre, la distinción de “los dos Maritain”. (Desde entonces supe ser, en el sentido técnico, “antipersonalista” ). Algunos teníamos el único mérito (¡qué no es poco, cuidado!) de ser sus paisanos por haber nacido en San Nicolás de los Arroyos. Por donde resultaba otro anzuelo, y se producía un fortalecimiento de vínculos con su siempre recordada ciudad natal. Fue nuestro profesor de Teología I en la segunda promoción. (A la primera la condujo también en filosofía). Su enseñanza central era que sólo la verdad nos hace libres. La doctrina era de San Juan y, por lo tanto, indiscutible. Y proponía didácticos ejemplos, si los hay, para manifestar el siempre difícil tema de la libertad y la gracia. Con el tiempo discutimos más la otra tan suya de que “la teología es una persona”. Pero su fuerza para la meditación y la vida era y es tremenda: se trata del Verbo encarnado... que es Persona, Sabiduría, Logos. “Teos” y “logos”. La más alta ciencia exige la respuesta vital. La entrega de la vida a Dios. Que lo enseñó, lo enseñó el P. Edmundo. Pero, ¿ lo vivió, que es lo importante? - Vaya si lo vivió... Y lo sufrió. Lo íbamos a visitar al Arzobispado. El medio cálido connatural para que el amigo y feligrés se abriera era abrirse él mismo. Su notable sensibilidad hacía que “todas las cosas le entraran”. Y que las trasmitiera. Con la propia confidencia obtenía la nuestra. Como con la pedagogía y la didáctica, y sin que se le notara, quizá sin que se lo propusiera muy conscientemente ... ¡qué psicólogo el P. Edmundo! Otras veces la visita era en las monjas de calle España, misa con desayuno incluido, siempre con frutas abundantes. Si el problema o la charla eran largos, - el problema era pretexto para la charla, y la charla para el problema, así nacía un tercer elemento: la amistad: - qué amigazo el P. Edmundo!- la cosa podía continuar en el Arzobispado ... Algunas veces se prolongaba en un almuerzo, hasta donde llegaba la demostración de sus capacidades: ahora la de saber elegir las comidas, por su gusto y por sus cualidades como alimento. ¡Cuántas cosas aprendimos del Padre ! ¡Qué padre el Padre ! Quienes integramos esa inmensa familia que fue el Colegio Mayor León XIII (centro de residencia y formación de universitarios provenientes de fuera de Rosario, que llegó a tener cuatro casas y más de 100 integantes), y sus muchísimos allegados, rosarinos o no, pudimos contar con sus aportes en las reuniones de Cine-Debate, donde desarrollaba otra faceta suya y nos aguzaba el discernimiento. ¡Crítico notable Don Edmundo Edgardo García Caffarena ! El cura y artista, conocedor de cine, no hacía la jugada típica del creyente que moraliza en actitud extrinsecista respecto del arte. Él sabía. En el mismo lugar explicó también Filosofía del Arte. Grabábamos sus clases y las transcribíamos con fervor. Disertó muchas varias veces en el grupo del Ateneo Universitario “Santa María de los Buenos Aires”, luego Ateneo del Rosario. En el Colegio Misericordia supo darnos un año unas ricas lecciones de teología moral. Era lógico que lo siguiéramos. Que lo acompañáramos a su conferencia en el Museo Castagnino, y aprendiéramos a tratar a sus destacados amigos, en el caso el Arquitecto Sinópoli. O a su conferencia en la cultural inglesa sobre Tomás Moro: tema cuidadosamente elegido. A tanto llegaba la cosa (digo de nuestro seguimiento a él) que el día del partido Argentina-Inglaterra del mundial 1966 me perdí la mayor parte por ir a una conferencia suya en la Facultad de Medicina, recuerdo que en un anfiteatro. (Allí un “libre pensador” le pidió explicaciones sobre la expresión de Nuestro Señor en la Cruz “Padre, ¿por qué me has abandonado?” - El evangelizador no perdía el tiempo y daba su testimonio en todas partes). Ese día, cuando se enteró de la famosa expulsión de Rattin, enterado de los “hechos” ya conocía el “derecho”: y en seguida tomó partido sin haber seguido el partido. (¿ Cómo lo va a seguir si en ese mismo momento estaba dando la conferencia?). Y nos dio una lección sobre los ingleses ... ¡Qué corazón también en esto tenía el argentino P. Edmundo! Sus colaboraciones en La Capital” para Navidad o, entre otras, para el 7 de octubre, eran tan habituales como de notable calidad. ¡Qué poeta religioso incomparable! Es cierto que tanta sensibilidad, tanta timidez, tanta inteligencia tan encarnada, debía estar como separada a veces del mundo nuestro de las personas comunes. Y nada digo del mundo de quienes se oponían al Mensaje. Y ni qué decir que por aquellos años, en la ciudad de Rosario de la Santa Fe, consta según datos de historiadores documentados que existía -¡cosa admirable!- el vicio de la envidia. Es cierto también que de tanto acertar intuitivo el Padre pudiera alguna vez equivocarse feo. Que su capacidad de metáfora y la defensa de su ironía podía ser arma mortífera que, así como amigos, cosechara enemigos. ¡Vaya si los cosechó! Era previsible que fuera perseguido. ¡Vaya su fue perseguido! Era lógico que así como no pocos viéramos en él cierta encarnación del triple ideal de la casa de estudios, Universidad, Católica y Argentina, otros lo sindicaran como rebelde, o como un preconciliar, un exagerado o “divididor”. También que entre tantas personas que lo rodeaban hubiera quienes encontraran en él como una patente de distinción, de “grupo elegido”, e hicieran -hiciéramos- por su cuenta, algún resto no justificado que se le “cobrara” inmerecidamente a él. Que, impactados por su personalidad, viéramos como “mediocres” a tantos que nunca, nunca podían alcanzar su altura. Pero nos parece que la síntesis del asunto estaba -y él tematizó la cosa- en que el Padre resultaba “un testigo incómodo” de Cristo Nuestro Señor. Incomodaba. Su liderazgo suscitaba envidias y removía conciencias. En algún lugar sin duda se volvió a decir lo que en el pasaje profético y se lo excluyó de la Facultad:  “Tendamos trampas al justo, porque nos molesta y se opone a nuestra manera de obrar; nos echa en cara las transgresiones a la ley y nos reprocha las faltas contra la enseñanza recibida..."    Es un vivo reproche contra nuestra manera de pensar Y su sola presencia nos resulta insoportable Porque lleva una vida distinta de los demás Y va por caminos muy diferentes...” (Sabiduría, 2, 12 y ss.).

Tuvo su martirio. Pero es también muy cierto que todos quienes lo conocieron, se titularan “caffarenistas” (¡así fue!) o “anti” (que de hecho los había), hicieron, hicimos, todos o mejor dicho casi todos, el debido balance. Y no digo que se trate del balance benigno después de su tránsito en Rosario el 26 de febrero de 2000, balance que siempre traza la muerte. Es que hace ya bastante tiempo que casi todos, aún quienes en algún momento estuvieron en su vereda de enfrente, comprendieron que había en él, sobre todo, un alma buena, un tremendo amor, una gran fidelidad a la Iglesia; por sobre todas las cosas, un cristiano cabal y un sacerdote total. Me parece que hacía largo rato que nombrarlo suscitaba un reconocimiento amplísimo, ya casi olvidadas aunque nunca del todo aquellas luchas. Es que su perseverancia en el bien, en lo que se superó cada día a sí mismo, terminó siendo la prueba decisiva que convenció a todos. ¿Qué otra cosa que un gran amor explica que durante años y años, pasados los empujes juveniles y los años de la Universidad Católica, sin mayor retribución, sin casi ningún eco, grabara los evangelios del domingo para LRA 5 Radio Nacional Rosario una y otra y otra y otra vez? ¿Qué otra cosa sino un gran amor explica su constancia en las grabaciones para Canal 2, donde tuvo por muchísimos años las palabras de cierre, noche tras noche ? (Hoy lo reemplaza el Padre Ignacio, gran amigo suyo). ¿Quién puede decir que García Caffarena le haya dicho no, o haya “chicaneado” a alguien, cuando le hablaran de algún enfermo o de algún muerto o de recibir a alguien, en los años recientes o hace treinta o cuarenta años? ¡Qué antiburócrata el P. Edmundo! ¿Cuántas veces viajó, por ejemplo a San Nicolás, para hacer su tarea sacerdotal en una u otra de esas ocasiones? ¡Qué trabajador el P. Edmundo! ¿A cuántos jóvenes reunió, escuchó, acogió en su casa, y de cuántos soportó, una y otra vez, reunión tras reunión, aguantando las petulancias de los imberbes que proyectan y critican todo sin saber nada?”

“¿Quién desfallece que no desfallezca yo? ¿Quién se escandaliza que yo no me abrace?” ( San Pablo, 2 Cor.,11, 24 y ss.).

¿A cuántos dio consejos de sacerdote, pero de padre o de madre o de sicólogo? ¿A cuántos nos abrió, como a mí, las puertas del diario “La Capital” o de LRA5 Radio Nacional Rosario para nuestras tempranas experiencias en esos medios? Quiero enhebrar la enseñanza de la primera materia que tuve con él ... “Teoría Gramatical”, primer martes hábil de 1961: me distinguió como paisano suyo, empezamos a reflexionar sobre el lenguaje, nos hizo redactar “por qué elegimos abogacía” ... Enhebro digo su primera lección, con la época de su segunda (Teología: 1962: la verdad os hará libres, la entrega personal a la Persona de Cristo) ... Enhebro digo su primera y su segunda, con su tercera y última, 1999. Fue, efectivamente, el año pasado. Había muerto su hermana Judith, de lo que no se repuso. Recordó las sucesivas generaciones de viejos y nuevos discípulos. Porque después de la generación de la Católica tuvo otras camadas de seguidores. Los chicos de la nueva Acción Católica. “El Twity” su discípulo seminarista. Los recuerdos de varios laicos que lo querían, le expresaban su afecto y cuyas fotos de familia numerosa lo rodeaban. Los reconocimientos que recibía de todos ellos. Pero se diría que repetía hasta demasiado todo esto. Que se emocionaba también y mucho, lágrimas y corte de voz incluido. (Estaba viejo, sí, el P. Edmundo, era la conclusión inevitable). Pero mucho y también y más, una y mil veces, es cierto que repetía y enseñaba y reenseñaba que todo era una gracia de Dios que él no había merecido. La gracia de Dios, siempre... - “Padre, ¿no tiene ganas de escribir?”. (Mi pregunta apuntaba a insinuarle unas “memorias” que nos sirvieran de otra enseñanza, pero plantearlo así parecía con la dureza de una despedida...) . - La respuesta negativa, en quien tanto y tan bien manejó la pluma, me resultó un claro signo negativo: ¿Cómo este hombre puede perder nada menos que las ganas de escribir? Sin su hermana, pobremente, sin poder celebrar misa ni caminar, sin ánimo de empuñar la pluma... Sin embargo, genio y figura, no faltó el invariable condimento de las bromas, los contrastes, la memoria lúcida y crítica de hechos y personas de hacía más de tres décadas. Pero, sobre todo, hizo una especie de oración virtual del justo que quiero enhebrar con sus cátedras de Teoría Gramatical y de Teología I: “Veremos el libreto que Dios tiene pensado para nosotros...”. , - dijo con la naturalidad y tranquilidad que sólo puede dar eso que él nos enseñó se llama gracia. Es el hombre que se abandona en el libreto de Otro. (El poeta manejaba la metáfora hasta en su última lección teológica...). No debe desorientarse el lector, pues que no se trata de un actor de teatro que se guía por el director. Es el hombre que cerca de la muerte pone nada menos que toda su vida, todo su ser, toda su libertad, toda su respuesta... en una planificación que no es la suya. Pero sabe que es la mejor pues es del “Otro”, de Dios. Sin dudas que la tercera y la última, fue su mejor enseñanza. O, si se quiere, el “trabajo práctico” de la materia de mi viejo profesor de Teología. Que se moriría muy pronto... Muchos, en Rosario de Santa Fe, en San Nicolás de los Arroyos, en la zona y en el país, debemos mucho al Padre Edmundo. Al testigo. Al poeta. Al fundador. Descubridor. Evangelizador. Universitario. Psicólogo. Amigazo. Padre. Crítico. Corazón grandote. Poeta religioso incomparable. Maestro y sacerdote. Al Padre García Caffarena.

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CLARA NOCHE MÁS QUE LA ALBORADA

P. Edmundo García Caffarena

EL ÁNGEL

“En verdad os digo que sus ángeles 

ven de continuo en el cielo la cara de mi Padre”.

Como un pequeño dios, pero seguro
de que Dios lo ha sacado de la nada
sólo te exige un corazón más puro
para hacerse presente a tu mirada.

Éste que está sentado aquí, a mi mesa
la brújula contempla de mi suerte.
Este ingrávido ser que tanto pesa
Este ángel humilde de tan fuerte.

Era inútil decir: “era de nieve”
o que “era un ángel de cristal”
El poeta hasta al ángel se le atreve
Y no es extraño que lo nombre mal.

A veces me parece que me espía
como cuando era chico y me escapaba.
Yo, pensando que nadie me quería
Y el ángel, dulce trueno, me miraba.

Viajero y fiel, tendido como un arco
de sol, está en el cielo y va conmigo.
Se queda aquí, pero se irá en mi barco.
(Él va anotando todo lo que digo).

Tan consigue pasar inadvertido
que hasta parece que me lo han robado.
Pero si llega un verso hasta mi oído
es que el ángel camina a mi costado.

Un ángel tan discreto me rodeaba
de luz secreta en este mundo oscuro.
Iba conmigo y nadie lo notaba
como una sombra del color del muro.

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FE

Hay un ciego, mendigo
sentado bajo el árbol total de tu ternura.

Dicen que entre sus ramas
pasan cielos azules
cada vez más profundos y más puros

y que en la noche tiemblan
como hogueras lejanas, las estrellas

(Tú dices que en la noche
de tu alma hay un pájaro).

Y yo creo en los hondos, hondos
azules cielos.

¡Qué rápidos que pasan!
(Pero traen la dicha).

Por entre su ramaje
gotean esa miel de que los creo.

Como creo en las voces que incendias cada noche
(En la que un solo pájaro
guarda toda tu vida).

En tu vida hay un pájaro.

Porque soy un mendigo
ciego y feliz.

Y están lloviendo sobre mí todas las hojas
de las ramas de tu árbol de ternura.

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ADVIENTO

Ven

(Una gota. Otra gota. La lluvia
sobre el tejado, a destiempo).

Ven

(Mi corazón que salta como un conejo).

Ven

(Mi corazón como una carga de granaderos).

Ven

(Como el ciclón en las islas).

Tú, el Cordero. Dominador del mundo
Pisando las violetas del Adviento.

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AL QUE TIENE QUE VENIR EN NOCHEBUENA

Antes que el alba santa
inaugurara el monje con sus preces,
la palabra que canta,
la sílaba que tiembla y se levanta,
el surtidor desnudo entre cipreses.

No le daba reposo
su vuelo por la noche hasta mi duelo.
Antes fue que este gozo
-el gozo de mi pozo silencioso-
el agua que es de cielo y sube al cielo.

El ciego recorrido
con su voz heredada se ilumina.
Su silencio escogido,
su callar elogioso hasta el olvido,
la hierba dora que su pie domina.

Ahora se arrodilla
como una flor al viento que enamora
y el alma ve en su silla,
la clave de su propia maravilla,
el puente sobre el agua mugidora.

Al aire se parece
su cristal invisible y noble trino,
que sólo se merece
secreto bosque que en la noche crece
el corazón gastado y peregrino.

Temo mirar y puedo
no ver y a resolverme me resisto.
Y tembloroso quedo,
como en el aire su impalpable ruedo,
por no decirle al ángel que lo he visto.

No digo que la estrella:
inútil es la paz que se me canta.
Están los ojos de Ella,
y la mirada con que el alma sella
el amor que me asedia la garganta.

Gozo tres veces gozo,
y gozo simple al par que numerado,
el nombre del Esposo,
cantando en un idioma misterioso
y luego en el oído revelado.

De barro se ha vestido,
pero es la luz que atenta persevera.
Se equivoca el sentido,
engáñanse la vista y el oído,
este es el Sol y aquí la primavera.

Y no hay otra manera
de salir de este campo de tormento
que oír su voz entera,
orden pidiendo al que desorden era,
el mar calmado amordazando el viento.

Y no hay otro sentido
para la historia de este mundo loco
que enloquecer vencido,
por la razón que nadie habría sabido
si el que la tiene no nos daba un poco.

Cordura su cordura
edificada sobre el desamparo
de todo lo que dura
lo que dura este mundo y su figura,
todo lo que dos veces cuesta caro.

De desnudez se viste
la paradoja de su suerte pura.
Encuentra al hombre triste.
Le dice: el llanto es lo mejor que existe,
y el resto -nada más- literatura.

Al alma perseguida,
al justo que se siente derrotado,
que de la torre erguida,
el fundamento ve como una herida,
le enseña que por bien se ha derrumbado.

Y al que conserva puro
el ojo y el afecto sin pecado,
y al que al lenguaje duro,
responde que el amor es más seguro,
a ese lo llama bienaventurado.

Por algo le ha creído
el hombre de la infancia rescatada.
Por eso no he dormido
pensando en ese reino prometido,
yo que no tengo y que no tendré nada.

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NAVIDAD

¡Cuánta palabra agraz, cuánto adjetivo
multiplicado sin hallar tu nombre!
Ya que para encontrar tu nombre vivo,
déjame que te mire y que me asombre.

¡Sólo mirarte, deja así, Dios vivo!
¡Y aun después que te hiciste barro y hombre!
El ángel, te nombró definitivo
con el único nombre que te nombre.

Heno de flor perenne, miel de flores
a balbucirte entre asno y buey me quedo.

Ángeles me daréis y ruiseñores
para poder decir lo que no puedo,
de aquel amor, cordero entre pastores
que una estrella señala con el dedo.

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SEMANA MAYOR

En Arezzo

I. VIERNES
(EN LA CATEDRAL)

En esta muerte tuya,
la mía es muy pequeña.
En tu mar, ya lo sabes, mi gota
no tiene aún gusto a sal.
Agudas catedrales lloran sobre las flores
muertas como los cirios de tu cara.
Y hay niños que te miran y no creen
quizás ni a las campanas más distantes.
¿Cómo será esta nada? ¿Y este silencio
-el mundo- que no respira todavía?
Y los labios, los tuyos, estos labios
míos, ¿qué deberían besar?
¿Qué decir? ¿Qué hablar por estos ojos
que tampoco comprenden?
¿No nos has olvidado? Di, Señor.
Porque Tú nos sostienes. Este pecho.
La enarbolada máquina del día.
La esperanza.
¡Oh, si estás muerto! ¡Cómo estás de muerto!
Y nada,
nada ni nadie acierta con su nombre.

II. SÁBADO
(EN LA CAMPIÑA)

Los montes son azules, casi un cielo
que tuviese raíces. los cipreses
arcángeles oscuros, enmudecen.
¿Dónde está, toda en flor, nuestra paz? Y callamos.
(El almendro, él también, porque está en gracia).

Arroyo de Toscana, escondrijo
de mi espera. Y tú pensante olivo,
¿no habéis visto a mi hermano?

Todo es rumor que no se acerca al alba
de la palabra. Abril lo toca todo con su dedo
de nubes. Nos curará los sueños.

¡Qué lejos voy! Pero las calles todas
llevan a ti, principalmente aquella
del corazón. Y entonces
no es inútil la mano. Ni este arroyo.
(Arroyo, flor de río, que no llegas
ni siquiera muriendo, hasta su puerta...)

Él resucita. Y tú, ya en la alta noche
vas vestido de luna para el día.

III. DOMINGO
(EN TODAS PARTES)

Y tú -lo sabes- no has bebido el cáliz
Pero tienes tu puesto a la derecha.
¡Alleluia! Te anuncio una alegría
clara como un cordero que se escapa
de tu costado izquierdo entre los brazos.
¡Alleluia! En tu Pascua. ¡Alleluia! ¡Alleluia!

Y ya está todo dicho. La pascua repica todavía.
Que la infancia es más fuerte que la muerte
Gritan. Y el misterio abre los ojos
y comprendemos cómo somos suyos.
Estas flores de incienso girando en luz y en aire.
Estas voces que guían el domingo a los pastos.

 

Tarde de Viernes Santo

I
Tarde sin luz del hombre sin mirada
cuando quedó sin sol tu vista pura.
Amarga tarde sólo comparada
con el propio amargor de la amargura.

De tanto amarnos sin amor gastada.
De tanto desamor siempre segura.
Tu corazón exige sepultura
Tarde que es noche descorazonada.

Tarde desierta, ciega y abrasada.
Tarde final extrañamente pura.
Crucificada tarde penitente.

Nada puedo agregar que te dé nada
más negra luz ni contrición más dura.
Y en ti empiezo a llorarme sabiamente.

II

Miro tu cruz total junto a la mía
Y por la tuya dices: Te perdono.
Con esa voz ahogada de armonía.
Con ese corazón hueco de encono.

Esta que ni es tristeza todavía.
Esto, que ni se acerca al abandono.
Este casi dolor, tierna alegría.
Y esta sombra de cruz, tienen mi tono.

En esta flor amarga persevera
buscando miel y cielo por el tilo
-campos de paz- mientras la luz me deja.

Tú eres mi tibio sol de primavera,
y mi aire en flor, Señor, cuando destilo
este sutil amor como una abeja.

EDICIÓN 1965

Dibujemos la cruz. Y ahora a Cristo.
(Verán que la memoria no perdona).
Se me figura ahora que lo he visto
caminar con mi cruz y mi corona.

Fue un Viernes. Hace mucho. A la hora nona.
Pero es viernes, Señor, desde que existo.
Porque mi mal no se descorazona,
te condeno, te injurio, te desvisto.

Hoy es viernes, mi Dios. En tu persona
se ha oscurecido el sol. Todo está listo
para mi mundo que se desmorona,

si a tu durable muerte me resisto,
a este dolor de cielo y tierra mixto,
al Cristo que en tus brazos se abandona.

LA LLAGA DEL COSTADO

Por la prudente herida,
el río subterráneo se desploma,
el río de la vida
que llega a quien lo toma,
erguido por su sangre de paloma

El fruto de la cruz está maduro.
Descenderá entre Juan y Magdalena.
A Tus rodillas, para más seguro,
blanco como la luz en la azucena.

Claro como un diamante entre la arena
y el barro de mi horror que lo hace oscuro,
rojo como la tierra de mi pena,
solo como el suspiro contra el muro.

Cargas con mi dolor, Madre morena.
Sus pañuelos en él la brisa empapa
lágrimas de jazmín y hierbabuena.

Tú en sol y soledad descolorida,
viendo que de tu amor otro hijo escapa,
te abismas en el ojo de esta herida.

CRÓNICA DEL VIERNES

“El sol se eclipsó y la oscuridad cubrió la tierra

 hasta las tres de la tarde”. - Luc. XXIII, 44.

I

(Para que la memoria no anestesie este grito
tengo marcado el Viernes a un costado: tres cruces).

Ahora la luz es roja y corre como sangre.
Para seguir mi canto me alumbro con su herida.
Sobre este pecho bárbaramente arado, leo
el verso descifrable sólo para el que mira.

El amor nos desborda. Ahora ha traspasado
de lejos la invisible barrera de la idea.
La red de las palabras lo quisiera cazar. Se le escapa.
Es el amor que nunca, nunca cabrá en mis brazos.
Pero sus pruebas cantan hasta la última gota.

El Evangelio trae la crónica del Viernes
contada por testigos.

La sangre empapa el valle, se ha subido a los árboles.
Colando por el pelo, encegueciéndonos, entrando en nuestra boca,
¡qué amargo gusto el gusto de la sangre del justo!

II

“Hemos encontrado a este hombre incitando a nuestro pueblo

 a la rebelión”. - Luc. XXIII, 2

Esta mañana acuñan un nuevo “slogan”: agitador de masas.
Una pedrada ha roto las vidrieras del día.
Para “revolución”, todavía es temprano.
Aunque ésta que ha venido a hacernos todos dioses
sí que se la merece.
Aunque hermano es más fuerte -¿o no?- que compañero.
Decirlo de verdad nos arranca los ojos
pero muere dichoso el que tuvo un hermano.

¡Qué inútil la custodia de una paz sin oídos
si el agua de Pilato enjuaga nuestras manos!

III

“Pilato mandó entonces azotar a Jesús. Los soldados tejieron una corona de espinas, se la pusieron sobre la cabeza; lo revistieron con un manto rojo y, acercándose, le decían: “Salve, Rey de los Judíos”. - Juan XIX.

Ni la blanca demencia que se olvida entre cisnes
ni el fervor escolástico -ser, no ser- ante un cráneo.
La más gruesa locura le da manto sangriento
erguido y coronado delirio de grandeza.

Los que se dicen Dios no deben andar sueltos.

Estás loco, Señor. Yo acaso lo sabía.
Para quererme así debes ser loco.
0 acaso no comprendo y la locura es mía.

Puedo tejer de dudas mi corona de espinas.
Y pueden exhibirme contigo en el pretorio.

IV

Y aprende, por amarme, que hasta un Dios puede ser crucificado.

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CÁNTICO DEL BANQUETE

El pan que no perece
sabe a toda delicia.

Busquemos el maná que no se agota.

Por el Pan que se sienta -pregunto- a nuestra mesa.
El pan que es Pan, y el Pan que es compañía.

El pan de intimidad, corazón en migajas,
sobre el que nos lancemos como perros hambrientos.

El pan que está amasado
en la Cruz.

Bendecido.

“No hay pan mejor
que el que bajó del Cielo.
Tenemos que vivir eternamente”.

Comamos el Cordero con lechugas amargas.
Comámoslo de pie, pues ya partimos.
Comámoslo de pie, con los lomos ceñidos.

El Cordero que muere y luego resucita,
hombre desmemoriado y recién revivido.

Ya tenemos el vino y el canto entre las manos:

“Porque era el jugo de la Vid
se hizo sangre de Cristo.

No moriremos para siempre”.

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POEMA PARA EL SAGRADO CORAZÓN
antes de que venga el mes de Junio


Quiero subir hasta tu corazón como a un monte
de donde las ciudades se ven como verbenas.

Tomar tu compañía como un vino caliente
y ver que el mundo gira, perdidamente, abajo.

Sentir tu altura como el corte súbito
de un grito que quedara pendiente en el vacío.

Asomarme, un instante, desarmado, a los ojos
donde sé que comienzan a nacer las mareas.

Imántame.

Quiero llegar a lo alto de tu Corazón como una torre
desde donde los vientos son ángeles de vidrio.

Y donde, desde siempre, me has visto como un niño.

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EL PURÍSIMO NOMBRE

Urgidos de hermosura
vámonos, lirio, hasta la albura
donde el blanco ya es blanco hasta el delirio.
Y a descubrir las playas de la nieve,
que ya presume menos de blancura,
cuando se espeja en la Señora Mía.

Si la nieve se atreve
a desvestir su palidez de nieve,
comparada a María,
se mira tan adolescente y fría,
que más que nieve ya es tristeza breve,
escolar en blancura,
ausente en alegría,
y analfabeta en la pureza pura.

Vamos, lirio, a la altura
de cuya claridad la luna aclara
su claridad en la corriente pura
con claridad que eternamente dura.

Vámonos por el día
que se pierde en el nombre de María
traducido hermosura.

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LETANÍA EQUIVOCADA A LA
VIRGEN DEL ROSARIO

Por cualquier lado que te mire,
eres hermosa, Amiga mía.
Y no es extraño que delire,
o enhebre mal la letanía.

Mientras repaso tu alabanza,
toda palabra se supera.
Y cada flor en su balanza,
pesa una estrella verdadera.

Todo me viene de Tu mano.
Es bien segura mi estadística.
No lo merezco ni lo gano.
Puedo llamarte Gracia Mística.

Cuando me aromas (¡alleluia!)
en cuanto sufres con mi pena
como si fuera cosa tuya,
entro en tu coro, Rosa Plena.


Y como no inventarán nada
que pueda un día derrotarte,
te he de pintar Torre Inviolada
en el azul de mi estandarte.

Eres mi clara compañía
(como en un Viernes la de Él).
Porque también te siento mía,
quiero decirle Madre Fiel.

En la dulzura de la acacia,
mi cielo impregnas con tu añil.
Torre de la Divina Gracia
y Santa Virgen de Marfil.

El que se anima a visitarte,
con tu Hijo en brazos te habrá visto.
Iglesia nuestra, y no por arte,
umbral de Dios, Casa de Cristo.

Gratia Mística
Rosa Plena
Turris Inviolata
Mater Fidelis
Turris Divinae Gratiae
Sancta Virgo Ebúrnea
Domus Christi...

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LA FUENTE

La ve. La escucha y sigue descreído,
cuando música y pauta
por fin se han escindido
y, trascendiendo sobre todo olvido,
húmeda es el alma de la flauta.

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Hipnotiza tu tema,
pues silogizas tan discretamente
fuente, que no hay problema
que no se aclare y cuente
con que lo expliques persuasivamente.

Estremecida al aire en la pradera,
tímida e insistente,
eres, joven, intacta y verdadera
la oración de la fuente,
imagen que es idea transparente.

Tú vienes de la Fuente de la fuente,
transfigurado río,
tu canto inteligente
que pretende durar eternamente,
eternidad con cara de rocío.

Ganado por la sombra,
eres ya Dios que brota en el silencio.
Sólo tu voz lo nombra
Señor, Te reverencio.

Será mejor que no hable,
Dios, que eres en la fuente inagotable.

Y se oiga solamente
el silencioso canto de la fuente.


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POR SI LA ROSA NO ABRE

Cuando pido una rosa, y es la rosa
cima glacial de mi oración prolija
porque me aleja un cielo de otra cosa,
por otra flor no es fácil que transija.

El arcángel de lata que se posa
sobre el techo en que el alma se cobija,
puede variar su orientación gozosa
y buscar otro viento que lo rija.

Si la rosa no viene. Si la rosa
falta a la cita que mi angustia fija,
y si sólo la espina cautelosa
logra otra rosa, por la sangre, mi hija.

Si la rosa me mata y crucifija.
Si todo mi color pide la rosa.