LA CARIDAD FRATERNA EN SANTA TERESITA DEL NIÑO JESÚS,
¿AMOR DE AMISTAD?
Carmelo de San José y Santa Teresa
Santa Fe de la Vera Cruz
A nuestros amadísimos hermanos y hermanas
del Carmelo Argentino, con inmenso cariño...
pidiéndole al Señor nos conceda un solo corazón
y una sola alma en el Amor y la Verdad ...
"ESTE AÑO, MADRE MÍA, QUERIDA,
DIOS ME HA CONCEDIDO LA GRACIA DE COMPRENDER LO QUE ES LA CARIDAD." (Ms C,11vº). (*)Cuando Santa Teresita escribe estas líneas, está muy cerca de su muerte, sólo le restan unos tres meses de vida. Y uno no puede dejar de maravillarse de que ella -la que precisamente se había esmerado TANTO por vivir la caridad fraterna a lo largo de los años de su corta existencia en el Carmelo- llegue a confesar que RECIÉN AHORA, en que se encuentra a punto de abandonar la tierra, Jesús le ha concedido "la gracia de penetrar las misteriosas profundidades de la caridad" (Ms C, 18vº) y lo que es mucho más grandioso aún: DE PODER VIVIRLA EN PLENITUD.
En realidad, esta revelación de Santa Teresita confirma una vez más que la caridad no tiene límites, y que mientras uno esté en este mundo se podrá CRECER en ella.(1) Más aún: que nuestra armonía de relación con los demás hombres siempre podrá distinguirse o refinarse todavía más en calidad, en la medida en que intensifiquemos nuestra unión con Dios en amor. Esto es lo que sucede con la Santa. En ella, la caridad se va apoderando progresivamente de todo su ser hasta llegar a arrebatar su alma de esta tierra. Esta "carrera de gigante" comenzará -como ella misma lo dice- el día 25 de diciembre de 1886 en que recibe "la gracia de Navidad" (Ms A, 44vº).
LA GRACIA DE NAVIDAD
"Aquella noche de luz...Sentí, en una palabra, que entraba en mi corazón la caridad" (Ms A, 45vº). Para poder vislumbrar lo que significó esta ‘gracia de Navidad’ en Teresita, habría que llegar a intuir hasta qué punto su corazón se encontraba totalmente incapacitado para vivir en relación con los demás. Es que su "natural amoroso y sensible" (Ms A, 4vº) se verá tremendamente afectado por las separaciones violentas que padecerá durante su niñez: en primer lugar, la muerte de su incomparable madre cuando tiene sólo cuatro años, luego la entrada al Carmelo de su entrañable "segunda mamá" Paulina, y finalmente la entrada también al Carmelo de María -su hermana mayor- a quien ella misma considera "indispensable" (Ms A, 41vº). Todo esto -demasiado para su temperamento tierno y en extremo afectivo- provocará una reacción de ‘aislamiento’. En efecto, Teresita acabará por ‘aislarse’ de las criaturas con tal de no volver a sentirse ‘defraudada’ por ellas: "Tan pronto como supe la determinación de María, resolví no poner nunca más mi placer en cosa alguna de la tierra" (Ms A, 42vº).
A esta época se refiere cuando cuenta que mientras sus compañeras de colegio se relacionaban abierta y espontáneamente con sus profesoras, ella en cambio "no sabía hablar con nadie..." (Ms A, 40vº). En sus años de colegiala se "sentía sola, muy sola" (Ms A, 41rº), no sabía relacionarse con nadie que no perteneciese a su cálido hogar de los ‘Buissonnets’. No tenía amigas. Su extremada sensibilidad la había replegado de tal forma dentro de sí, que se sentía incapaz de abrirse y consecuentemente de ENTREGARSE a los demás.
Cualquiera que desconozca la limitación gravísima que padecía el pobre corazón de Teresita, podría quedar un tanto perplejo ante aquellas palabras que escribe, cuando -mirando retrospectivamente esta etapa de su vida- exclama: "Cuántas gracias doy a Jesús por haber permitido que no hallase ‘más que amargura en las amistades de la tierra’!" (Ms A, 38rº).
Es que nadie como ella sabía que su corazón se encontraba "demasiado débil" y que FACILMENTE se "hubiera dejado abrasar toda entera por la engañosa luz (de la tentación), de haberla visto brillar ante (sus) ojos" (Ms A, 38vº). Teresita reconoce que carecía por completo de esa fortaleza que otras almas poseen para amar apasionada y desprendidamente a un mismo tiempo.
¡Qué magnánimas son, qué grandeza de corazón encierran aquellas almas que, habiendo entregado toda su capacidad de amor a una criatura, "se desasen de ella por fidelidad" a Dios! (cfr. Ms A, 38vº). Magnanimidad y generosidad tanto más grandiosas, cuanto más puro, intenso y hermoso fue el amor que dejaron por un Amor Mayor. ¡Sí! Teresita lo ve, pero su corazón débil e indefenso por entonces, no se sentía capaz de amar con ‘olvido de sí’ y mucho menos de RENUNCIAR LIBREMENTE a un amor así, por Dios. Es por ello que, encontrándose en tales condiciones, acaba preguntándose: «con un corazón como el mío...¿Cómo puede unirse íntimamente a Dios un corazón entregado al cariño de las criaturas?..." (Ms A, 38rº).
Será la Gracia de Navidad la que interrumpirá como una luz en la noche de su existencia, iluminándola. Esta abrazará y transformará de tal modo su corazón, que le abrirá todas sus compuertas cerradas hasta ahora, y la lanzará con ímpetu por los caminos sin fronteras del amor...
"Fue el 25 de Diciembre de 1886 (en el momento de comulgar) cuando se me concedió la gracia de salir de la infancia" (Ms A, 45rº). En esta noche, luminosa de Navidad, Teresita con casi 14 años de edad, recobra aquella fortaleza y equilibrio afectivo que había perdido con la muerte de su mamá y habrá ya de conservarlos para siempre (cfr. ms A, 45vº). Su corazón se ha fortalecido de tal modo que se encuentra dilatado de par en par, muy ajeno a permanecer encerrado dentro de sí. Es que el Amor la ha sacado ‘fuera de sí’ y siente, como nunca antes lo había sentido, la necesidad casi imperativa de entregarse a Dios y A LOS HOMBRES con mayor intensidad:
"la obra que yo no había conseguido realizar en diez años, Jesús la consumó en un instante, contentándose con mi buena voluntad, que, por cierto, nunca me había faltado... Sentí, en una palabra, que entraba en mi corazón la caridad, la necesidad de olvidarme de mí misma por complacer a los demás" (ms A, 45vº).
Y llena de entusiasmo prorrumpe gozosamente: "Desde entonces, fui dichosa!..." (ms A, 45vº).
Todo el gozo de Teresita procede de que ha recuperado la capacidad de ENTREGARSE, de AMAR. Para esto fue creado el corazón del hombre, y mientras esta vocación innata al amor se encuentre frustrada, el hombre nunca estará satisfecho. Sólo el amor es el que infunde sentido a la vida del hombre y es capaz de colmarlo de una alegría íntima que nada ni nadie jamás le podrá quitar. (2)
Esta gracia mística ‘extraordinaria’ que recibe Teresita la Nochebuena, sólo será el COMIENZO de una "carrera de gigante" en la que su apertura al Amor llegará recién a una plenitud inefable al término de su existencia. Ciertamente, aunque esta gracia la haya liberado de las barreras que le impedían la posibilidad de una autoentrega, el lastre del ‘hombre viejo’ volverá a reaparecer más de una vez y será motivo de constante lucha en ella. La apertura total e incondicional a Dios y a los hombres no se dará en ella sino LENTA y GRADUALMENTE. A este proceso interior es al que intentaremos acercarnos, deteniéndonos PARTICULARMENTE en su capacidad relacional para con el prójimo que día a día irá en aumento.
TERESITA Y CELINA: COMIENZOS DE UNA AMISTAD
"Celina se había convertido en confidente íntima de mis pensamientos. Desde la noche de Navidad estábamos ya en grado de comprendernos mutuamente; la diferencia de edad ya no existía. puesto que yo había crecido en estatura y, sobre todo, en gracia..." (Ms A, 47vº).
Es admirable constatar en Teresita lo PATENTE Y VISIBLE que se vuelve su crecimiento en el Amor de Dios a partir de la gracia de Navidad. Precisamente cuando su amor a Jesús se intensifica ("deseaba amar, amar[le] con pasión, darle mil muestras de amor" (Ms A, 47vº), transformándose en un amor de amistad profundo, Teresita se relaciona por primera vez con su hermana Celina de IGUAL A IGUAL. Comenzará para ella su primera amistad, amistad que nunca antes había podido entablar con nadie: "no sabía hablar con nadie, más que con él" (Ms A, 40vº). Y ciertamente, de no haber recibido la gracia de poder abrirse a los demás, su misma relación con Dios se habría estancado pues difícilmente podrá uno desentenderse de sí mismo para abrirse enteramente a Dios en la oración si es incapaz de olvidarse de sí en sus relaciones con el prójimo. Es por ello que Nuestra Santa Madre Teresa de Jesús antes de iniciar a sus hijas en la oración de contemplación perfecta pone como cosa absolutamente "necesaria" e indispensable, LA CAPACIDAD RELACIONAL: "amor de unas con otras" (cfr. Camino de Perfección Cap. 5 Códice del Escorial).
Pero volviendo a Teresita, desde aquel 25 de Diciembre todo ha cambiado. Siente como nunca la necesidad de expansionarse íntimamente con su hermana Celina. La comunión que se establece entre estas dos almas ya no tiene límites y será una gran fuerza que la alentará en su caminar:
"Jesús, que deseaba hacernos avanzar juntas, formó en nuestros corazones unos lazos más fuertes que los de la sangre. Nos hizo ser hermanas de alma..." (Ms A, 47vº).
Toda la grandeza de esta unión profunda estribaba en que su fundamento no era otro que la MUTUA aspiración hacia un único fin, Dios:
"No sé si me equivoco, pero creo que la expansión de nuestras almas se parecía a la de Santa Mónica con su hijo, cuando en el puerto de Ostia quedaban ambos perdidos en éxtasis a la vista de las maravillas del Creador..." (Ms A, 48rº).
Esa fuerza interior que arrastra a Teresita a unirse con mayor intensidad a Jesús, es la misma que la impulsa a unirse profundamente a los hombres, especialmente a aquellos que se encuentran a su lado. Es que el amor a Dios y el amor al prójimo son inseparables hasta el punto de que no se puede hablar de DOS amores en el al- ma. (3) Cuando amamos al prójimo en Dios, el movimiento de amor que nos mueve a amarlo, es el mismo que nos une a Dios, pues al prójimo lo amamos en Dios, y por Dios.
"...Es necesario conocer hasta qué punto estábamos unidas... Era, por decirlo así, una sola y misma alma la que nos hacía vivir..." (Ms A, 49vº).
Cuando se ama al prójimo en Dios, no caben los ‘excesos’, pues la INTENSIDAD de amor que nos une con Dios es la misma que nos lleva a abrirnos y entregarnos sin límites a nuestro prójimos:
"Como un torrente que se lanza con impetuosidad al océano arrastra conmigo todo lo que encuentra a su paso, del mismo modo, oh, ¡Jesús mío!, el alma que se abisma en el océano sin riberas de vuestro amor lleva tras de sí todos los tesoros que posee...Señor, sabéis que mis únicos tesoros son las almas que os habéis dignado unir a la mía" (Ms A, 34rº).
Un amor al prójimo totalmente entregado, encarnado y espiritual a la vez, único e irrepetible para con cada uno, en una palabra: un amor "hasta el fin" como nos amó el Señor y -por otro lado- como nos lo reclama nuestro corazón, sólo es posible si todo nuestro ser está en tensión hacia Dios. (4) Si amamos de este modo a nuestro prójimo, y de modo más evidente a aquellos con quienes nos sentimos más íntimamente unidos, no seremos esclavos de nadie, sino LIBRES en el amor.
No deja de llamar la atención que erróneamente -las más de las veces- confundimos nuestra incapacidad para entablar una relación profunda con los demás como el resultado de una "mayor" unión con Dios, cuando en realidad se trata de que nuestra naturaleza caída aún no ha sido transformada por la caridad.
Y volviendo a aquello de que en nuestro amor al prójimo no caben los ‘excesos’, habría que recordar dónde radica entonces el problema de una desviación en el mismo. Si Jesús nos amó "hasta el exceso" y quiere que nos amemos mutuamente con su mismo Amor, entonces está bien claro que el problema no está en la intensidad. Siguiendo a S. Agustín y con él a toda la teología clásica sobre el amor, todo reside en el ORDEN: "la virtud es el orden en el amor". (5)
Ahora bien, la PRIMACÍA concedida al amor a Dios, estriba en que NADA se anteponga a Su Santísima Voluntad, lo que nos conduce a la siguiente pregunta: en el momento de escoger entre la Voluntad de Dios y nuestro amor a la criatura: ¿cuál elegimos? Es en nuestras decisiones diarias por Dios, en nuestra DULCE aceptación ante posibles separaciones dolorosas, en nuestra búsqueda apasionada por realizar en todo la Voluntad de Dios, donde se manifiesta de modo visible y palpable nuestro ORDEN EN EL AMOR. (6) Cuando Dios no ocupa el primer puesto en nuestro amor a la hora de escoger, entonces sí que podemos hablar con propiedad de un DES-ORDEN en nuestro amor. (7)
Teresita, a propósito de su viaje a Roma con Celina, nos revela hasta qué punto el amor que existía entre las dos era EN DIOS, sin dejar por ello de ser incomparablemente tierno y afectuoso:
"Los sacerdotes de la peregrinación notaban nuestro mutuo amor. Una tarde, estando en una reunión tan numerosa que llegaron a faltar las sillas, Celina me hizo sentar en sus rodillas; y nos mirábamos tan cariñosamente, que un sacerdote exclamó: ¡Cómo se quieren! ¡Ah! Esas dos hermanas nunca podrán separarse!’ Sí, nos amábamos. Pero era tan puro y tan fuerte nuestro amor, que el pensamiento de la separación no nos turbaba, pues sabíamos que nada en el mundo, ni siquiera el océano, podría alejarnos la una de la otra.." (Ms A, 62rº).
Lejos se encontraba de Teresita un amor estoico. La primacía que ocupaba Dios en toda su vida no disminuía en nada la pena y el dolor que pronto sentiría ante la separación que se le avecinaba a causa de su próxima entrada al Carmelo. Todo lo contrario, cuanto más intensamente amaba, más sensible se volvía el sacrificio de una separación. Es el precio que hay que pagar cuando verdaderamente se ama...
"Para comprender cuán grande era este sacrificio, es necesario conocer hasta qué punto estábamos unidas... Y apenas habíamos empezado a gustar este ideal de felicidad, era ya necesario renunciar a él libremente" (Ms A, 49vº).
¡Qué cambio se ha obrado en Teresita gracias a la bendita noche de Navidad del año anterior! Ahora se encuentra libre para la entrega, libre para amar... ¡Con qué altura se dirigirá a la ‘montaña’ del Carmelo, la mañana del 9 de abril de 1888! Con el corazón desgarrado se arrodilla ante su adorado y anciano padre para pedirle la bendición, abraza a su amada familia y con ella a su entrañable Celina, mientras todo su porte externo refleja una profunda paz interior imposible de describir... "Cuando me acuerdo del tiempo pasado...Se ha obrado en mí tal cambio, que no se me conoce..." (Ms A, 43rº).
TERESITA EN EL CARMELO
La "gracia" que Teresita ha recibido la noche de Navidad, será puesta a dura prueba cuando ella ingresa al Carmelo y comienza su vida EN COMUNIDAD. Esta "gracia" debía echar raíces más hondamente aún en su alma. Solo el sufrimiento será capaz de realizar tal obra. Un sufrimiento -que vivido en amor- irá ensanchando progresivamente su corazón...
Durante el retiro de su Toma de Hábito (nueve meses han pasado ya desde su entrada), Teresita escribe a su hermana Inés de Jesús, desahogándose del sufrimiento interior que padece a causa de la convivencia con algunas de las hermanas que hieren su sensibilidad:
"Corderito querido de Jesús... pedid a Jesús que sea muy generosa durante mi retiro. El me acribilla a alfilerazos, la pobre pelotita no puede más, está llena por todas las partes de pequeños agujeritos que la hacen sufrir más que si tuviera solo uno grande... Cuando es el dulce Amigo quien punza, El mismo, a su pelota, el sufrimiento no es sino dulzura, ¡es tan dulce su mano!... Pero las criaturas... Las que me rodean son muy buenas, pero hay en ellas un no sé qué que me repele..." (Carta 51. Enero de 1889).
Pero enseguida, en ésta misma carta, Teresita se repone y procura elevar todo su dolor abriéndose al amor mediante la fe:
"Me siento, sin embargo, muy dichosa, dichosa de sufrir lo que Jesús quiere que sufra."
Con todo, este sufrimiento volverá a producir en ella su antiguo mecanismo de defensa: el AISLAMIENTO de las criaturas: "Puesto que no puedo hallar ninguna criatura que me contente, quiero dárselo todo a Jesús, no quiero dar a las criaturas ni siquiera un átomo de mi amor" (Carta 50. Enero de 1889). Estas palabras reflejan, sí, un deseo verdadero de unirse a Jesús pero también una decepción en el amor hacia sus hermanas de comunidad. Todo lo cual la llevará a centrar su vida espiritual casi exclusivamente en su santificación PERSONAL. Sus cartas de este primer tiempo de vida religiosa lo atestiguan.
De esta tensión sin tregua por alcanzar la perfección brota un esfuerzo continuo por PRACTICAR la caridad: "Me dije a mí misma que la caridad no debía consistir en los sentimientos, sino en las obras" (Ms C, 13vº). Teresita, ante la lucha que le ocasiona el tratar con algunas hermanas ‘difíciles’, sólo encuentra un apoyo firme y seguro: JESÚS presente en las almas: "En los comienzos de mi vida religiosa, Jesús quiso darme a entender cuán dulce es verle a El en el alma de sus esposas" (Ms C, 30rº) Aún así, el ejercicio de la caridad -en este tiempo- se le vuelve difícil y costoso (cfr. Ms C, 29rº) Ya conocemos los actos interiores de paciencia que tenía que hacer en la oración cuando aquella hermana con su ‘ruidito’ la exasperaba o en el lavadero ante el descuido de quien lavaba a su lado. (cfr. Ms C, 30vº/31rº).
Durante esta etapa de su vida, la caridad en Teresita es principalmente en el orden negativo: No impacientarse, No juzgar... en una palabra, NO faltar a la caridad. Con el paso de los años esta visión de la caridad se irá transformando, adoptando una orientación mucho más positiva y por lo tanto mucho más profunda. De hecho, cuatro años más tarde, "hacia el 8 de diciembre de 1892" (Ms C, 20vº), Jesús, el dulce Pedagogo de las almas, comienza a sacar a Teresita de su ‘aislamiento’ concediéndole la posibilidad de HACER EL BIEN por "primera vez" a una hermana con quien "se entendía a las mil maravillas" y que "le encantaba por su inocencia, (y) por su carácter expansivo" (idem).
Ciertamente todos estos años de vida religiosa, habían anclado y fortalecido a Teresita en el amor a Jesús. El vacío en sus relaciones con los demás fue el medio del que Dios se sirvió para purificar su alma y dirigirla unicamente a El. Sin embargo era hora de que el amor en ella se volviese fecundo, preservándola así de caer en un intimismo alejado de la verdadera contemplación. Esta, cuando mas fijamente tiene su mirada en Dios, tanto mas se vuelve a los hombres, como nos lo enseñó Cristo en su vida.
LA CARIDAD EN TERESITA ANTE LAS SIMPATÍAS EN LA VIDA RELIGIOSA
Es el Señor quien comienza esta labor en Teresita, abriéndole los caminos y obrando con GRAN suavidad, respetando al máximo su naturaleza conforme a las leyes de la sana y humana pedagogía. En efecto, el verdadero amor fraterno consiste en tratar a quienes tenemos a nuestro lado como PRÓJIMOS, y para ello no hay mejor pedagogía que comenzar con aquellos que más nos gustan -para encendernos en el verdadero amor- y luego seguir con los que menos nos gustan.
En nuestras relaciones humanas siempre existen personas hacia las que sentimos una mayor inclinación o simpatía. Más aún: la simpatía constituye la misma naturaleza del amor que universalmente siempre se ha definido como ‘INCLINACIÓN DE NUESTRO AFECTO’ hacia alguien. Sería un error por tanto, querer anular la simpatía cuando se trata de vivir la caridad sobrenatural, pues aquella pertenece a nuestra misma naturaleza, lo cual significa que ES BUENA ya que nos fue concedida por creación. (8) En todo caso, habría que insistir en que todo el arte de una verdadera formación en el amor al prójimo, consiste en COMPLETAR esa simpatía con un amor más intenso y profundo que ya no sólo pone en juego nuestro afecto y sentimiento sino también nuestra voluntad.
Muchas veces, en nuestro amor al prójimo, confundimos lo que es PURA simpatía con el VERDADERO AMOR. Este último tiene un elemento que la mera simpatía no posee: se fundamenta en la VERDAD. El amor auténtico descubre al prójimo tal cual es y sabe amarlo en ‘su verdad’ con todo el corazón y con toda el alma. Con un amor así ama Teresita cuando cae en la cuenta que esta hermana con quien simpatiza tiene "muchas cosas que hubiera deseado ver corregidas..." (Ms C, 20vº). Sabe unir admirablemente una visión enteramente realista de su hermana con un amor delicado y tierno hacia ella que "no se cansa de esperar..." (Ms C, 21rº). Ante la miseria ajena obra con una delicadeza extrema, fruto de una CONFIANZA ILIMITADA en el poder de Dios capaz de transformar enteramente a las almas de buena voluntad:
"me guardaba muy bien de adelantar la hora de Dios, y esperaba pacientemente a que Jesús tuviese a bien hacerla llegar... a mi compañera, que, verdaderamente, tenía el corazón recto" (Ms C, 21rº).
Mientras tanto Teresita ora, da ejemplo, ama... hasta que llega la ocasión oportuna -una licencia con esta hermana- de manifestarle de corazón toda la verdad. Hacía tiempo ya que Teresita había tenido la oportunidad de comunicarse varias veces con ella, aunque de golpe comprende que es hora de decir la verdad, pues... ¿qué sentido podían tener sus licencias con esta hermana, si la comunicación mutua no se realizaba DESDE LA VERDAD Y PARA LA VERDAD, cuando el camino para ayudarse mutuamente a crecer en el amor no es otro que la verdad?
"Reflexionando un día sobre el permiso que nos habíais dado para conversar juntas y así ‘inflamarnos más en el amor de nuestro Esposo’ advertí con tristeza que nuestras conversaciones no alcanzaban el fin deseado. Entonces Dios me dió a entender que era llegado el momento, y que, o había de hablar claramente y ya sin temor alguno, o había de poner fin a unas conversaciones que tanto se parecían a las amigas del mundo" (Ms C, 21rº).
Es entonces cuando Teresita le confía entrañablemente "todo lo que pensaba de ella", fiel al consejo de N.Sta. Madre cuando en una carta le escribe a la M. María de S. José: "la verdadera amistad no se ha de ver en encubrir lo que pudiera haber tenido remedio sin tanto daño" (21/12/1579).
Pero lo grandioso -y vale la pena insistir- en la pedagogía de Teresita es el MODO con que le dice la verdad:
"Yo yo, apoyando su cabeza en mi corazón, con lágrimas en la voz, le dije todo lo que pensaba de ella, pero con tan tiernas frases y manifestándole al mismo tiempo un cariño tan grande, que pronto sus lágrimas se mezclaron con las mías" (Ms C, 21rº/vº).
Amor y verdad... Estos son los dos ejes centrales sobre los que se funda la caridad. Esta relación de simpatía entre Teresita y su compañera de Noviciado se había ya transformado en un amor mucho más profundo: un amor de amistad. Teresita se pone enteramente a la altura de su hermana y viendo en ella a alguien capaz de SER mucho más, vuelca todas sus energías hacia su bien eterno. Ella sabe mejor que nadie -pues lo ha experimentado con el Amor que ha recibido de Dios- que nada ayuda tanto a los hombres a realizar su SER como cuando se sienten profundamente amados. (9) En su deseo de amar
EN LA VERDAD Y PARA LA VERDAD, pone en tensión toda su capacidad afectiva traduciéndola en un amor tierno, dulce y compasivo. Es que el amor, si ha de ser profundo y verdadero, reclama la TOTALIDAD de nuestro ser: por un lado, nuestras facultades superiores (inteligencia y voluntad) que ordenan nuestro amor en Dios y para Dios; por otro, nuestras pasiones, afectos y sentimientos que le confieren una fuerza extraordinaria para salir de nosotros mismos y entregarnos al otro. (10) He aquí el equilibrio sensible-espiritual al que es indispensable tender en el amor. El hombre, en el principio de la Creación, gozaba de una profunda armonía y unidad interior que fue luego rasgada por el pecado original. Sin embargo, Cristo con su Redención nos ha re-creado, concediéndonos la posibilidad de recuperar nuevamente esa UNIDAD que habíamos perdido. A ella debemos aspirar con todo nuestro ser si deseamos que esa Redención se realice plenamente en nosotros. Por ello hay que insistir en que una verdadera formación para el amor debe partir del hombre como ‘unidad sustancial de cuerpo y alma’, y hacia esa misma unidad -restaurada por Cristo- debe tender. (11)
Teresita refleja de una manera visible su empeño continuo por amar con TODO su ser, en su modo de proceder para con esta hermana. Su ternura y cariño no tienen nada de superficial o vulgar, antes al contrario, son la expresión de una realidad mucho más honda: un amor puro, desinteresado y apasionado a la vez. Este mismo amor es el que le lleva a hablar EN VERDAD con su hermana, cuyos defectos y miserias se reducían a uno solo: su incapacidad general para amar en profundidad, y en particular a su Madre Priora: "Le demostré que se amaba a sí misma y no a vos" (Ms C, 21vº). Seguidamente, consigue "explicarle en qué consiste el verdadero amor" para no aficionarse "de una manera enteramente material, como el perro se aficiona a su amo". Con ello nos deja un legado precioso sobre el amor verdadero al prójimo que lo resume con las siguientes palabras:
"El amor se alimenta de sacrificios. Cuantas más satisfacciones naturales se niega a sí misma el alma, tanto más fuerte y desinteresada se hace su ternura".
Cualquiera que haya leído de pasada estas palabras podría rápidamente tacharlas de un espíritu un tanto puritano. Sin embargo el modo de proceder de Teresita para con su hermana no refleja nada de estoicismo o puritanismo, lo acabamos de ver. Veamos en profundidad cuál es el contenido hondísimo que esconde ésta, su enseñanza.
En primer lugar, Teresita es la primera en admitir que en el amor se da una ley con-natural en la que cuando amamos lo hacemos de una manera gozosa y espontánea. (12) En efecto, el amor no es algo que se ‘fabrica’ ni que se ‘hace’. El amor tiene ese elemento pasivo del que nadie puede sustraerse, es algo que nos sobreviene y aquí la voluntad no tiene nada que hacer pues esta primera inclinación no es sujeto de nuestra elección: "Ciertamente, en el Carmelo no hay enemigos, pero al fin, hay simpatías. Una hermana os atrae, mientras que otra os hace dar un largo rodeo..." (Ms C, 15vº). Ahora bien, esta inclinación o simpatía que se da en los principios de todo amor, no sólo es buena, sino que ha de perdurar en nuestro amor hasta el fin, infundiéndole calidez y vigor siempre nuevos. (13)
Entonces, ¿cuál es el secreto para conservar este primer impulso en toda su fuerza y pureza, sin que se corrompa? O dicho de otro modo ¿cómo desarrollar y llevar a plenitud nuestra afectividad -fecunda en sentimientos y emociones- que ordenada al Bien, constituye la riqueza vital de nuestra existencia de donde nos vienen los más grandes bienes? Y aquí viene el contenido doctrinal de las palabras anteriormente citadas de S. Teresita: para conservar este primer impulso, hay que ‘PERDERLO’, igual que lo que nos enseña el Evangelio. Para que nuestro amor conserve la frescura e intensidad primera, hay que salir de sí buscando siempre y en todo el ENTREGARNOS, lo cual implica una continua renuncia de sí mismo. Quien se quiera DETENER en este primer impulso egoístamente, acabará por perderlo. Este es precisamente el gran pecado de nuestro tiempo: en el amor lo único que se busca es la autocomplacencia y todo se ordena a ello. Un amor así, lleva lentamente a que el hombre se encierre dentro de sí en un egocentrismo feroz, incapaz de entregarse al otro, acabando por destruir sus más nobles sentimientos que una vez despertaron su amor. Y cuando el amor no es entrega, ya no merece este nombre. Lo que el hombre de hoy ha olvidado es que toda la grandeza de este primer impulso reside, ‘precisamente, en que no constituye un fin en sí mismo, sino en un MEDIO cuya fuerza es capaz -como ninguna otra- de hacernos SALIR de nosotros mismos para entregarnos cada día con mayor intensidad, con mayor brío al otro, realizando así en nosotros esa capacidad innata de amar que todo hombre posee. Y este secreto para conservar, y más aún, para intensificar nuestro amor es válido en todos los órdenes: en el amor a Dios, en el amor esponsal, en el amor de amistad.
En suma, lo importante del primer impulso que se da en todo amor NO es la conmoción, sino lo que sigue a ella: el ‘salir de sí mismo’. De ahí que, en nuestra relación con Dios es importantísimo no DETENERNOS en los consuelos que podamos recibir o incluso en las gracias místicas, sino servirnos de ellas sólo como un MEDIO para intensificar nuestra entrega a Dios en todo momento. Desde esta perspectiva hay que leer todas las negaciones de N. P. S. Juan de la Cruz, cuando -por ejemplo en la Subida (cfr. 3S, 7ss...)- hablando sobre la purificación de la memoria, nos insta a que ‘olvidemos’ toda gracia espiritual que hayamos recibido, es decir, que la recibamos con desprendimiento teniendo el alma dirigida a Dios, es que sólo de este modo, tal gracia podrá echar hondas raíces en nuestro interior y dar mucho fruto. De otro modo, acabará por ‘perderse’, por muy real que haya sido en su momento.
Lo mismo sucede en nuestras relaciones con aquellos que amamos. Alguien, que fue un verdadero discípulo de N. P. S. Juan de la Cruz en toda su espiritualidad, nos ha dejado una hermosa carta que refleja la profundidad de un amor puro, sacrificado y ardiente a la vez. Se trata de la carta que escribe el B. Rafael Arnaiz-Barón a su tía María -la duquesa de Maqueda- después de despedirse de ella con todo el amor del alma, antes de entrar por segunda vez a la Trapa. Había llegado a entablar una relación muy íntima con ella, hasta considerarla su misma "hermana":
"Qué pena me dio el verte llorar en Ávila cuando nos fuimos...! Y que yo sea la causa! Todo sea por El.[...] ‘Ni cogeré las flores, ni temeré las fieras...’ Pues bien, con ese pensamiento y con la ayuda de María, hice todo el camino... Veía pasar pueblos, personas y paisajes, y con el volante muy apretado en las manos y ¿por qué no?, con muchas ganas de llorar, seguía, seguía la carretera sin detenerme [...] Acababa de dejar en Ávila muchas flores de las de S. Juan de la Cruz...El Señor me pide seguir y NO DETENERME ¿qué hacer?, pues lo de siempre: MIRAR ARRIBA, mirar muy alto... y seguir sin detenerme... Haz tú lo mismo. La Virgen te mira y Dios te ayuda; no te importe ni el llorar ni el reír, ¿qué más da? El barro es siempre barro y no nos podemos mudar. LO IMPORTANTE es que ese barro sea de Dios, que El haga lo que quiera, y que todo nos lleve a El..." (Carta del 8/11/1935).
Considerando pues, la importancia vital del ‘olvido de sí’ en todo amor, no es raro percibir en nuestro tiempo la incapacidad total del hombre para mantener una relación PROFUNDA y ESTABLE. Visto así, en S. Teresita no hay nada de puritanismo cuando recalca la importancia de aprender a negarse y renunciarse en el amor, pues en ningún momento pretende con ello anular la fuerza interior de los sentimientos y afectos, sino todo lo contrario, lo que busca es POTENCIARLOS Y ACRECENTARLOS: "Compruebo con gozo que, amándole a él, se ha agrandado mi corazón, y se ha hecho capaz de dar a los que ama una ternura incomparablemente mayor que si se hubiese concentrado en un amor egoísta e infructuoso" (Ms C, 22rº).
Con todo esto, Teresita nos regala una magnánima doble lección sobre el amor: hay que aprender a amar APASIONADAMENTE (14) y hay que aprender a amar DESPRENDIDAMENTE. Y lo que hace posible un amor así, es que tal desprendimiento no procede de un desinterés frío por la criatura sino de un amor profundo hacia ella, fruto de una exquisita sensibilidad correctamente encauzada. En toda esta formación para el amor, Teresita procura llevar el corazón SUAVEMENTE, evitando las brusquedades y estrecheces de miras, respetando la naturaleza del hombre que fue creado para amar sin límites, con TODO sus ser, incluida su capacidad afectiva. Aquí Teresita se muestra verdadera hija de quien exclamó en el Camino de Perfección: "No dé el Señor a probar a nadie este trabajo en esta casa -por quien El es- de verse ánima y cuerpo apretadas" (8, 1-Códice del Escorial).
* * *
Quizá no hayamos reparado suficientemente en la confesión que Teresita nos hace de que su crecimiento espiritual se lo debe en gran parte al amor acogedor que recibió de su amada Madre Inés: "¡Oh, Madre mía! Volé por los caminos del amor, sobre todo desde el día bendito de vuestra elección" (Ms A, 80vº). El amor que recibe a raudales de su hermana Priora, le concede una fuerza extraordinaria para no sólo "correr" en su vida espiritual, sino "volar" desarrollando todas sus potencialidades como nunca antes lo había hecho: como escritora (escribe la historia de su alma y compone sus poesías), como artista (pinta los ángeles del oratorio), como ayudante en la tarea de formación de las novicias... Y finalmente hay que notar, que no es casual, que durante este trienio Teresita experimente a fondo el Amor Misericordioso de Dios. (Ms A, 84rº/vº).
En la vida de Teresita, la experiencia del amor humano la llevará siempre a crecer en el amor Divino. Aún antes de la elección de su hermana como Priora, cuenta ella que cuando se sintió "comprendida de un modo maravilloso, y hasta adivinada" (Ms A, 80vº) por el Padre Alejo, se atrevió a navegar "a velas desplegadas por los mares de la confianza y del amor".
Una vez más, se confirma en esta Santita -como en la vida de todos nuestros Santos Carmelitas- la verdad que brota de toda vida espiritual auténtica: LA AMISTAD LLEVA A LA CONTEMPLACIÓN Y LA CONTEMPLACIÓN DESBORDA EN LA AMISTAD. Amistad y contemplación... dos realidades inseparables, la una causa de la otra. Sólo han podido amar al prójimo profundamente y de corazón, aquellos que han experimentado de una manera realísima el Amor que Dios les tiene. Sin esta experiencia que nace de la contemplación, ello no es posible. Pero al mismo tiempo, Dios se sirve de los hombres para manifestarnos Su Amor, dulce y acogedor. Por ello todo hombre está llamado a ser portador del Amor de Dios. De ahí que una entrega de todo nuestro ser a Dios recibe el sello de la autenticidad sólo cuando refleja una donación de amor a los hombres o al menos el sincero empeño por ello.
Esta donación o entrega hacia los demás supone una actitud mucho más CONTEMPLATIVA de lo que habitualmente se cree. Es una apertura y confianza hacia el otro no sólo dando sino y sobre todo aprendiendo, escuchando, recibiendo y dejándose ayudar. Si el alma contemplativa es aquella capaz de permanecer a los pies del Divino Maestro escuchándolo, lo será REALMENTE, cuando esta actitud interior de escucha y docilidad se irradie ante cada uno de quienes la rodean. Todo ello supone nada menos que aquel GRAN desprendimiento del cual nos habla N. P. S. Juan de la Cruz, el más difícil de alcanzar: el de uno mismo. Aquí reside el contenido esencial de aquellas palabras que escribe: "Déjate enseñar, déjate mandar, déjate sujetar y despreciar, y serás perfecta" (Dichos de luz y amor). Se trata de una donación a las criaturas POR AMOR... el camino que nos conduce a la cumbre de la perfección... De ahí que el termómetro infalible para conocer el grado de intimidad que tenemos con Dios está dado por el grado de entrega y apertura de corazón a nuestro prójimo: el que no ama a su hermano a quien ve, no puede amar a Dios, a quien no ve (1 Jn. IV, 20).
Habría que recalcar pues, la importancia de una verdadera y completa formación en este sentido DESDE LOS COMIENZOS de toda vida espiritual, en la que esta apertura de corazón ha de ser trabajada y potenciada más allá de las modalidades externas conforme lo pide cada etapa espiritual.
LA CONTEMPLACIÓN DESBORDA EN LA AMISTAD
Y llegamos al último año en la vida de Teresita. Ya muy avanzada en su tuberculosis, intentará acabar su Manuscrito C dirigido a la M. María de Gonzaga. En él nos revelará su último y máximo descubrimiento acerca de la caridad. ¿Acaso faltaba algo más al progreso inmenso que en este sentido se ha realizado en su alma desde aquella bendita noche de Navidad?. Pues sí, con estas últimas páginas, Teresita nos confía un doble legado:
a) Por un lado, logra definir la caridad que de un tiempo a esta parte ha vivido y encarnado: la caridad como amor de amistad.
b) Por otro, nos revela la máxima perfección de la caridad.
a) LA CARIDAD COMO AMOR DE AMISTAD
Escribe Teresita:
"Jesús...en la última cena... les dice (a sus discípulos), con una ternura inexplicable: ‘Un mandamiento nuevo os impongo: que os améis mutua-mente, y que como Yo os he amado, os améis los unos".
Y luego se pregunta: "¿Cómo amó Jesús a sus discípulos?" Y ella misma responde: "Jesús les llama sus amigos" (Ms C, 11vº/12rº).
Lo que Teresita llega a comprender y a intentar describir acerca de la caridad es lo que la Iglesia en toda su Tradición y Teología siempre ha sostenido. Sólo que ella lo vive y después de haberlo experimentado se atreve a describirlo.¡Sí! lo que nos viene a decir es esto: que la caridad fraterna para que sea auténtica ha de ser MUTUA, es decir: ha de suscitar reciprocidad. (15) Ahora comprende como nunca que un amor de pura benevolencia, centrado exclusivamente en las obras, no basta. Unido al amor efectivo ha de ir el amor AFECTIVO. La caridad como virtud sobrenatural no será amor mientras no se dé esa relación DE CORAZÓN con el otro. Esto, que resulta tan evidente en la relación que Teresita tiene con Dios cuando insiste en que "Jesús...no tiene necesidad alguna de nuestras obras, sino solamente de nuestro amor" (Ms B, 1vº), no lo es menos para el Evangelista S. Juan cuando al referirse al amor al prójimo nos exhorta a que amemos con obras y EN VERDAD (I Jn. III, 18). Y es que la caridad -ahora considerada en relación al prójimo- implica, además de ‘querer el bien para el otro’ (lo cual sólo sería benevolencia), algo mucho más profundo, que consiste en volcar todo nuestro ser hacia el otro. Se trata de amar al otro desde ‘su punto de vista’, poniéndonos en el lugar del otro, identificándonos y configurándonos con él. Aquí, la voluntad realiza algo mucho más elevado que un mero obrar, realiza un verdadero acto de afirmación hacia el otro, acogiéndolo GOZOSAMENTE en toda su realidad. (17)
Esta unión de corazón que sólo se puede dar en un amor de amistad, es lo que Teresita vivía en profundidad con algunas de las hermanas de su comunidad y que en su caso son sus mismas hermanas carnales. Las Ultimas Conversaciones rebosan de exclamaciones de amor y acogida hacia su amada M. Inés:
"Es contigo con quien me encuentro más a gusto" (CA 20.8.9). "¡Madrecita mía!...¡Y yo que os amo tanto!" (CA 24.8.3) "¡Me gusta tanto veros!" (CA 31.8.7).
Una cosa es amar POR DIOS y otra cosa es amar EN DIOS. Durante sus primeros años de vida religiosa, el amor al prójimo en Teresita, nacía de la única preocupación por alcanzar su santidad personal, la cual es imposible si no se ama al prójimo. Lo amaba porque era NECESARIO para conseguir el fin que deseaba. Pero ahora, Teresita ama al prójimo EN DIOS, lo cual no sólo compromete su voluntad, sino también su afecto y sentimiento. No sólo ama a Jesús en las almas sino que las ama por sí mismas y en sí mismas, ya que cada hombre posee una dignidad inefable por ser creación de Dios y por lo tanto, digna de nuestra veneración y admiración. Este acto de admiración sólo puede realizarse con el corazón, y ciertamente que siempre suscitará admiración. Este acto de admiración sólo puede realizarse con el corazón, y ciertamente que siempre suscitará una respuesta en el otro. Es entonces cuando verdaderamente se da ese AMOR MUTUO que el Señor TANTO nos encomendó. (cfr. Jn. 13, 34-35).
Pero aún hay algo más, no basta amar, hace falta que nos esforcemos en volvernos amables, en ser nosotros mismos objetos del amor y de la simpatía ajena, para despertar el interés en el otro y concederle la posibilidad de que desarrolle esa capacidad de amor que posee y que es precisamente la que lo perfecciona y salva. Pero esta actitud tampoco es algo que pueda ‘fabricarse’, supone experimentar en uno mismo la necesidad que tenemos de los demás. Para ello es esencial la humildad. En el amor de amistad no hay superioridad sino IGUALDAD que se manifiesta en el dejarse ayudar, en un amor que no crea distancia, en fin: en un amor como el de Jesús, que siendo Dios pidió la compañía y el sostén de sus discípulos más íntimos en los momentos de su agonía en Getsemaní, o también cuando se muestra necesitado ante una mujer Samaritana a la que pide agua para beber... Para un amor así es esencial la humildad. El amor de amistad sólo es posible si hay humildad. De ahí el peligro de fomentar un amor espiritual tan ‘desinteresado’ y ‘superior’ en el que solapadamente se infiltre un gran amor propio.
Teresita, que al término de su vida había llegado a la perfección en el amor, nunca se muestra tan indigente y necesitada del amor de sus hermanas, como en sus últimos días. Y se lo confiesa lisa y llanamente a su hermana Inés: "No sé cómo haré en el cielo para arreglármelas sin vos" (CA 300.5.3) y en otra ocasión su corazón desborda de emoción y gratitud hacia quien le había prodigado tanto amor durante su vida: "Lloro porque me siento muy conmovida por todo lo que habéis hecho por mí desde mi infancia. ¡Oh, cuánto os debo!" (CA 6.7.6).
Volviendo pues al Manuscrito C, en el que Teresita nos hace partícipes de las ‘luces’ que recibe acerca de la caridad, escribe:
"antes... comprendía (la caridad), es verdad, pero de una manera imperfecta. No había profundizado estas palabras de Jesús: El segundo mandamiento es semejante al primero: Amarás a tu prójimo como a ti mismo " (Ms C, 11vº).
Es que ese ‘como a ti mismo’ habla de un desdoblamiento de nuestro yo, de una UNIDAD en el amor con el otro, algo que sólo se puede dar en el amor de amistad. (18) En realidad, psicológica y teológicamente hablando, ningún amor es comparable con la verdadera amistad. Esta reúne admirablemente el desinterés y la indigencia en el amor, síntesis de la VERDADERA caridad cristiana. Así nos ama Cristo y así desea Cristo que nos amemos mutuamente.
Más aún: este vínculo de amistad, es el que Jesús quiere que nos una a El. De ahí la pregunta decisiva de Jesús a Pedro cuando al interrogarle por tercera vez si lo amaba, cambia el verbo (agapaô: amor en cuanto es entrega de sí) por el verbo (phileô: amor de amistad). El Señor nos pregunta nuevamente en la figura de Pedro: ¿me amas con amor de amistad? (Jn. XXI, 17) Esto es lo que realmente le importa a Jesús...
Por lo demás, en la Sagrada Escritura, el amor que existe entre el Padre y el Hijo es el de amistad: El Padre ama ( : philei) al Hijo (Jn. V, 20). Este verbo : phileô, en su significación Joánica más profunda, trasciende todo tipo de relación ya que no sólo se predica entre amigos, sino incluso entre padre e hijo, entre casados, entre hermanos, etc, Su característica es que es un amor basado en la igualdad e identificación que crea la plena comunión: Yo y el Padre somos UNO (Jn. X, 30) Yo estoy identificado con el Padre y el Padre conmigo.(Jn. X, 38) Tan sublime es el amor de amistad perfecto, que es precisamente el que relaciona recíprocamente a las Tres Personas de la Santísima Trinidad.
Puesto que en el amor de amistad se da esta unidad con el otro, se puede entender entonces el alcance de las palabras de Teresita cuando escribe:
"ahora comprendo que la caridad perfecta consiste en soportar los defectos de los demás, en no escandalizarse de sus debilidades, en sacar edificación de los menores actos de virtud que se les ve practicar" (Ms C, 12rº).
Cuando se da un amor así, los defectos ajenos ya no escandalizan sino que DUELEN, se los siente como parte del propio ser. Esto es lo que N. Sta. Madre tanto deseaba en sus hijas: "cuando viéremos alguna falta en alguna, sentirla como si fuera en nosotras..." (V Moradas 3, 11) No nos podemos detener en N. Sta. Madre, sólo diremos de paso que cuando trata del ‘amor perfecto’ en su Camino de Perfección (C. 6ss...Códice del Escorial), se apoya en la antigua distinción escolástica en la que "amor perfecto" a diferencia del "imperfecto", no es otra cosa que amor amicitiae (amor de amistad). Un estudio profundo de todas las propiedades de este amor de amistad perfecto en N. Sta. Madre, nos lleva a concluir que en este punto, una vez más, la coincidencia entre N. Sta. Madre y S. Teresita es absoluta.
b) LA PERFECCIÓN MÁXIMA DE LA CARIDAD
El amor de amistad, reflejo del amor que Dios nos tiene, es único, irrepetible y personalísimo. Estas cualidades constituyen su misma esencia. Y la grandeza incomparable de este amor estriba en que es LIBRE para amar a todos y cada uno con una intensidad única y total. Este amor es el más LIBRE de todos, pues no se encuentra atado a los límites de UN solo amor, sino que está ABIERTO a todos. No es excluyente. Esta magnanimidad es determinante cuando se trata de un amor de amistad VERDADERO.
Ahora bien, lo que Teresita llega a descubrir es que está llamada a amar a TODAS sus hermanas, con este mismo amor de amistad con que ama a sus hermanas carnales:
"pero sobre todo, comprendí que la caridad... debe...alegrar, no sólo a los que me son más queridos, sino a todos los que están en la casa, sin exceptuar a nadie" (Ms C, 12rº).
Teresita, en su deseo de amar a TODAS sus hermanas, no intenta disminuir ni un solo ápice el amor que siente por quienes le son más queridas (la predilección en el amor es participación del Amor que Dios nos tiene), sino de abrazar a todas sus hermanas -sin excepción- con la alegría de este mismo amor:
"Comprendí que la caridad no ha de quedar encerrada en el fondo del corazón. Nadie, dijo Jesús, enciende una candela para ponerla debajo del celemín, sino que la pone sobre el candelero para que alumbre a todos los que están en la casa " (Ms C, 12rº).
La grandeza que encierra el amor de amistad verdadero entre dos almas consiste en que es precisamente el instrumento que Dios escoge en nuestras vidas para revelarnos la hermosura que hay escondida en todos los demás hombres que nos rodean. Ciertamente que no tiene nada de excluyente, ya que cuanto más hondo es este amor, más nos capacita para contemplar y admirar la belleza en todos nuestros prójimos, impulsándonos a un amor sin límites hacia ellos. Esta es la fuerza que recibió Teresita de las relaciones profundas que tuvo con algunas de sus hermanas, cuando escribe a la M. María de Gonzaga: "Madre amadísima, con esta ternura (con que amo a mis hermanas carnales), os amo a vos, (y) amo a mis hermanas" (Ms C, 9rº).
Quizá no hayamos nunca reparado en la amplitud de corazón que poseía Teresita en aquellas palabras que escribe: "Nunca, por la gracia de Jesús, he tratado de atraer hacia mí sus corazones (los de las novicias). He tenido siempre en cuenta que mi misión es llevarles a Dios" (Ms C, 23vº). Teresita no escribe esto para mostrar un rendimiento externo hacia su Priora, a la que sus novicias debían en primer lugar amar. Hay algo mucho más profundo en estas palabras: ella forma a sus novicias para que aprendan a relacionarse con los demás en profundidad y no solamente con ella. Está muy ajeno del corazón de Teresita el querer ‘adueñarse’ de los corazones de sus novicias. Todo lo contrario, quiere que sean LIBRES y sepan descubrir y amar a los demás, comenzando por la misma Priora. Hay aquí una verdadera amplitud y libertad de espíritu en Teresita que revela una vez más la autenticidad de su amor de amistad. Con tales disposiciones, hubiera sido una Priora cabal, fiel a aquel punto de nuestras Constituciones: "La Priora...promueva...la comunicación entre las hermanas, ordenada a avivar su vocación a la alabanza y al amor del Esposo; y fomente la unidad entre todas contra cualquiera ocasión de discordia" (Const.1991 nº 212). Dicho sea de paso que llama poderosamente la atención cómo N. Sta. Madre señala como mayor factor de discordia -o lo que es lo mismo: el enemigo principal que imposibilita el amor de amistad en una comunidad- a la AMBICIÓN ("deseo de ser más, u puntillos" Cfr. Camino de Perfección Códice del Escorial Cap. 11,10-11) (19)
Ahora bien, continuando con el descubrimiento que hace Teresita, comprende algo más: que amar a TODOS con amor de amistad, implica también amar con este amor a los "enemigos".
"Ciertamente, en el Carmelo no hay enemigos, pero, al fin, hay simpatías. Una hermana os atrae, mientras que otra os hace dar un largo rodeo para evitar su encuentro, convirtiéndose así, sin ella saberlo, en tema de persecución. Pues bien, Jesús me dice que a esta hermana hay que amarla..." (Ms C, 15vº).
Teresita llega a vislumbrar con toda claridad, que la perfección de la caridad: ésta consiste en llegar a amar ENTRAÑABLEMENTE a aquellos con los que particularmente no simpatiza. (20) Y aquí las palabras sobran... esto es verdaderamente algo sagrado. Para poder penetrar en algo este misterio, el único camino es la contemplación de Jesucristo Crucificado y sus dulcísimas palabras: Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen (Lc. XXIII, 34). En ellas están encerradas toda la ternura y compasión de un Amor Divino que se abaja hasta el hombre para envolverlo en Su Amor. La compasión es ciertamente un ‘padecer con’ el otro, un ‘sentir con’, un compenetrarse, un identificarse con el otro. N. Sta. Madre se sentía siempre inundada por este amor de amistad que nos tiene el Señor, ‘padeciendo’ nuestra condición con incansable amor hasta elevarnos a El:
"Oh qué buen amigo hacéis, Señor mío, cómo (nos) vais regalando y sufriendo, y ESPERÁIS a que (nos hagamos) a vuestra condición, y tan de mientras... sufrís Vos la (nuestra)!" (Vida 8, 6).
En la compasión, verdaderamente se da una sim-patía (‘sentir con’) sobrenatural, en la que aún perduran la calidez y la ternura.
Es este el culmen de la caridad. Ante esto, no puede uno menos que recordar los ejemplos de tantos santos que amaron DE CORAZÓN a sus enemigos. Como aquel sacerdote de la Compañía de Jesús que después de haber pasado casi toda su vida sacerdotal en una cárcel, objeto de las más horribles y dolorosas torturas, y habiendo sido liberado recién a sus 79 años, caminando por la calle ve casualmente a uno de sus crueles verdugos, y nos confía los sentimientos que le sobrevinieron: "sentí compasión de él, fui a su encuentro y lo abracé" (Testimonio del P. Anton Luli en la celebración del jubileo sacerdotal del Papa Juan Pablo II). El Señor había concedido la corona de la caridad a quien había pasado su vida perdonando en PURA FE.
En la vida contemplativa, la carmelita, no se encuentra con este tipo de enemigos, y sin embargo también ella está llamada a amar HEROICAMENTE. Es en la vida ordinaria de comunidad, con sus roces e incomprensiones donde la caridad puede alcanzar su más alta cumbre en delicadeza, dulzura y verdadero amor hacia aquellos que son difíciles y tantas veces inaccesibles. Precisamente, el heroísmo de Teresita, en este último año de su vida llega hasta aquí: el amor de amistad con que se siente amada por Jesús la impulsa a abrazar con una ternura inefable a sus hermanas menos atrayentes. La serie de notas que le dirige a Sor María de San José son una verdadera revelación de este amor. Esta hermana era neurasténica y se hacía imposible la convivencia con ella. Teresita, sabiéndola difícil de soportar a causa de su carácter enfermizo, pide -como una gracia- ser destinada a la ropería, como auxiliar de ella. En estas notas, procura confortarla, animarla y corregirla con gran caridad:
"Todo va bien, el niñito (María de San José) es un valiente que merece unas charreteras de oro. Pero que nunca más se rebaje a combatir con piedrezuelas, eso es indigno de él... Su arma debe ser ‘la caridad’ " (Carta 194, año 1897).
A esta hermana, a causa del estado en que se encontraba, le costaba mucho dormir, a lo que prefería quedarse de noche trabajando:
"Velar, ‘hermanito’ bribón? ¡No, mil veces no! En castigo, su hermanito le condena a encerrarse en la prisión del amor, y a dormir como un bienaventurado.., y si no lo hace, el hermanito se afligirá. (¡Sobre todo, nada de velar! ¡Mañana trabajaremos de firme las dos juntas!...)" (Carta 193, año 1897).
Sor María de San José siempre guardaría hacia la Santa, sentimientos de veneración y verdadera gratitud.
¿Y qué decir de lo que le sucede con Sor Teresa de S. Agustín, aquella hermana que tenía "el don de disgustar(la) en todo. Sus modales, sus palabras, su carácter..." (Ms C, 13vº)? Pues bien, ya cerca de su muerte, Teresita recibirá de ella, uno de sus mayores consuelos que la alentarán a padecer los sufrimientos que aún le esperan. Sor Teresa de S. Agustín ha tenido un sueño simbólico y se lo cuenta a Teresita, quien al oírlo exclama:
"¡Qué bello es! No es una quimera, es un sueño, y lo habéis tenido para mí... Si supiérais el bien que me hacéis!... Qué consolador presagio en mi oscura noche!... y Dios me lo envía por medio de vos!" (Recuerdos de una santa amistad, por Sor Teresa de S. Agustín).
Insistía en estas palabras: POR MEDIO DE VOS..., y sus ojos se llenaban de lágrimas. Desde aquel momento, la antipatía natural hacia esa hermana cede y se transforma en una alegría de corazón profunda cada vez que ésta la viene a visitar a la enfermería. Nos lo relata la misma Sor Teresa de S. Agustín:
"Algunos días después de su llegada a la enfermería fui a verla. Tan pronto como se dió cuenta de mi presencia, me tendió los brazos y exclamó con un acento de ternura indecible" "¡Oh, si es mi hermana Sor Teresa de S. Agustín!... ¡Os lo suplico, dejadme sola con ella, la veo tan poco!", (U.C. con Sor Teresa de S. Agustín.
Verdaderamente, AHORA Teresita experimenta un profundo amor de amistad hacia quien durante años le había hecho ejercitar innumerables actos de virtud en su esfuerzo por vencer su antipatía:
"Hasta su muerte, nuestra queridita santa testimonió su reconocimiento y su cariño a la que de tal manera la había consolado, volviendo gustosamente, cuando estaba con nosotras en la intimidad, sobre esta delicadeza de Dios, que tan profundamente le había hablado al corazón..." (Carta de edificación de Sor Teresa de S. Agustín).
Finalmente, sólo mencionar el heroísmo de delicadeza que vibra en toda la carta que Teresita escribe a la M. María de Gonzaga el 29 de Junio de 1896, al ser elegida Priora RECIÉN después del séptimo escrutinio. Toda esta carta es un verdadero canto de amor hacia quien adoptaba cierta actitud rival para con su propia hermana Inés de Jesús. Aquí, la verdad claramente manifestada y el amor entrañable, se entrelazan admirablemente... Una verdadera revelación del grado de calidad al que llegaba el amor de amistad en S. Teresita.
Como conclusión de todo el proceso interior -que venimos siguiendo- en el alma de Teresita con respecto a sus relaciones con el prójimo, hay en esta misma carta un párrafo iluminador que nos muestra la transformación abisal que se ha obrado en su alma. Ella, tomando la imagen del Buen Pastor, hace como si el Señor mismo se dirigiera a su ‘corderito’ (la M. María de Gonzaga), instruyendo y confortándola, diciéndole que todo su apoyo lo debe poner en primer lugar en Dios para no sentirse luego defraudada por las criaturas como ahora lo siente. Pero al mismo tiempo le recalca:
"Feliz aquel que pone en mí su apoyo... Nótalo bien, corderito, no digo separarse completamente de las criaturas, despreciar su amor, sus agasajos, sino, al contrario, aceptarlos para agradarme a mí, servirse de ellas como de otros tantos peldaños, porque alejarse de las criaturas no serviría más que para una cosa: para caminar y extraviarse en los senderos de la tierra... Para elevarse, es necesario posar el pie sobre los peldaños de las criaturas, y no apegarse a nada ni a nadie más que a mí... ¿Lo comprendes bien, corderito?".
Teresa nos deja aquí su más preciosa enseñanza acerca de la verdadera formación y pedagogía en el amor al prójimo: todo se resume en que hay que aprender a amarlo APASIONADA y DESPRENDIDAMENTE a la vez. Por lo demás, este ideal no es otro del que rebosa el Nuevo Testamento: Por vuestra obediencia a la verdad, habéis purificado vuestras almas para un amor fraternal no fingido, amaos uno a otros INTENSAMENTE y con CORAZÓN PURO (I P. 1, 22).
REFLEXIÓN FINAL
Cuando uno se detiene a contemplar el grado sublime de amor que alcanzó Teresita en esta vida, no puede menos que preguntarse: ¿Y por dónde comenzaré yo?. La respuesta es una sola: POR JESÚS. El es el principio, el medio y el fin de todo este caminar. Sin El, sin una mirada continua dirigida a Su Adorable Persona, sin esa tensión de todo nuestro ser por unirnos cada vez más a Su Santísima Voluntad, sin este DESEO ARDIENTE, nunca podremos salir fuera de nosotros mismo para entregarnos totalmente a El y en El a todos y cada uno de los hombres.
"Un sabio dijo: ‘Dadme una palanca, un punto de apoyo, y levantaré el mundo’. Lo que Arquímedes no pudo lograr... lo lograron los santos en toda su plenitud. El Todopoderoso les dio un punto de apoyo: EL MISMO! EL SOLO! y una palanca: la oración, que quema con fuego de amor, y así levantaron el mundo..." (Ms C, 36vº).
Al amor verdadero de amistad sólo se puede llegar por una intensa vida de oración "que no es otra cosa... sino tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama" (Vida 8, 5). Es por ello indispensable cultivar una vida contemplativa AUTÉNTICA, y con ella, todos aquellos medios propios de nuestro Carisma que la favorecen y que constituyen el camino esencial para todo crecimiento espiritual: el silencio, el recogimiento, la soledad, la clausura, la pobreza... Todo ello es como la tierra fértil donde el amor de amistad puede prender con una fuerza inagotable. Y tal fuerza no sólo abraza los límites de una comunidad sino que de una manera misteriosa los traspasa hasta invadir el universo entero. Esto es lo que sucedió con Teresita, en ella se realiza plenamente la más alta definición que se ha dado sobre la caridad:
LA CARIDAD ES AMISTAD (21)
Febrero, 1997
Centenario de la muerte de S. Teresita del Niño Jesús
DIOS SEA BENDITO