LIBER «BENEDICTUS»

 EL LIBRO DE LA CONSOLACIÓN DIVINA

(Daz buoch der goetlichen troestunge)

El libro de la consolación divina[1]

 

Benedictus deus et pater domini notri Iesu Christi etc.

 

San Pablo, el noble apóstol, dice estas palabras: «Bendito sea Dios y el Padre de Nuestro Señor Jesucristo, un Padre de la misericordia y el Dios de toda consolación que nos consuela en todas nuestras tribulaciones» (2 Cor. 1, 3 s.) Hay tres clases de tribulación que afectan y acosan al hombre en este destierro. Una proviene del daño sufrido en los bienes exteriores, otra [del daño] hecho a sus parientes y amigos, [y] la tercera [del daño] que soporta él mismo a causa del menosprecio e infortunio, de dolores físicos y hondos pesares1a.

Por ello he decidido anotar en este libro algunas enseñanzas con las que el hombre puede consolarse en todos sus infortunios, tribulaciones y penas, y este libro se compone de tres partes. En la primera se puede hallar una que otra verdad de la cual y por medio de la cual se deduce qué es lo que puede consolar y consolará conveniente y completamente al hombre en todas sus penas. Luego se encontrarán unos treinta párrafos y enseñanzas, cada una de las cuales permite hallar un consuelo adecuado y total. Luego, en la tercera parte del libro, se encuentran ejemplos de obras y palabras hechas y dichas por personas sabias en medio de sus sufrimientos.

 

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En primer lugar[2] debe saberse que el sabio y la sabiduría, el veraz y la verdad, el justo y la justicia, el bueno y la bondad, se miran mutuamente y se relacionan el uno con el otro de la siguiente manera: la bondad no fue creada ni hecha ni ha nacido; sin embargo, es parturienta y da a luz al bueno, y el bueno, en cuanto es bueno, no fue hecho ni creado y, no obstante, es niño nato e hijo de la bondad. La bondad engendra a sí misma y a todo cuanto es, en la persona del bueno: infunde en el bueno [el] ser, [el]saber, amar y obrar, todos juntos, y el bueno recibe todo su ser, saber, amar y obrar del corazón y fondo más íntimo de la bondad y solamente de ella. [El] bueno y [la] bondad no son sino una sola bondad, completamente unos en todo, a excepción de dar a luz [por una parte] y [por otra] nacer; de todos modos, el dar a luz por parte de la bondad y el nacer en el bueno, constituyen cabalmente un solo ser, una sola vida. Todo cuanto pertenece al bueno, lo recibe tanto de la bondad como en la bondad. Allí existe y vive y mora. Allí se conoce a sí mismo y a todo cuanto conoce, y ama a todo cuanto ama, y coopera con la bondad en la bondad, y la bondad [a su vez realiza] todas sus obras con él y dentro de él, como está escrito y lo dice el Hijo: «El Padre que permanece y mora en mí, hace las obras» (Juan 14, 10). «El Padre obra hasta ahora y yo obro» (Juan 5, 17). «Todo cuanto es del Padre, es mío, y todo cuanto es mío y de lo mío, es de mi Padre: [es] suyo cuando lo da y mío cuando lo tomo» (Juan 17, 10).

Además hay que saber que, cuando decimos «bueno», el nombre o la palabra no significan ni encierran ninguna otra cosa, ni más ni menos, que la mera y pura bondad; mas se trata de una auto-entrega3a. Si decimos «bueno», comprendemos que su bondad le fue dada, infusa, engendrada por la Bondad no nacida. De ahí que dice el Evangelio: «Así como el Padre tiene vida en sí mismo, así dio también al Hijo que tuviese vida en sí mismo» (Juan 5, 26). Él dice: «en sí mismo» y no «por sí mismo» ya que el Padre se la dio.

Todo cuanto acabo de decir pues, del bueno y de la bondad, es igualmente verdadero también con respecto al veraz y a la verdad, al justo y a la justicia, al sabio y a la sabiduría, al Hijo de Dios y a Dios Padre; [es verdadero] para todo cuanto ha nacido de Dios y no tiene padre en esta tierra [y] en lo cual no nace tampoco nada de todo lo creado, de todo cuanto no es Dios, y en lo cual no hay imagen alguna fuera de Dios en su desnudez [y] pureza. Pues, así dice San Juan en su Evangelio: «Les dio poder y capacidad para llegar a ser hijos de Dios a todos cuantos no han nacido ni de la sangre, ni de la voluntad de la carne, ni de la voluntad de varón sino de Dios y solamente de Dios» (Juan 1, 12 s.)

Él entiende bajo «sangre» todo cuanto en el hombre no está sometido a la voluntad humana. Bajo «voluntad de la carne» entiende todo cuanto en el hombre, si bien está sometido a su voluntad, lo hace con resistencia y contrariedad, y se inclina hacia el apetito de la carne y pertenece al alma y al cuerpo juntos y no se halla, propiamente dicho, sólo en el alma; y en consecuencia, las potencias [del alma] se cansan, se debilitan y envejecen. Bajo «voluntad de varón» entiende San Juan las potencias superiores del alma, cuya naturaleza y acción no están mezcladas con la carne, [sino] que se hallan dentro de la pureza del alma, apartadas del tiempo y del espacio, y de todo cuanto mira aún con alguna esperanza o gusto hacia el tiempo y el espacio, [potencias pues], que no tienen nada en común con cosa alguna; en ellas el hombre está configurado a la imagen de Dios, en ellas es de la estirpe y familia de Dios. Y, sin embargo, como no son Dios mismo y fueron creadas en el alma y junto con el alma, deben ser desnudadas de su propia imagen y transformadas solamente en imagen de Dios, naciendo en Dios y de Dios, de modo que Dios solo sea [su] Padre; pues de esta manera son también hijos de Dios y el Hijo unigénito de Dios. Porque soy hijo de todo aquello que me configura y engendra a su imagen y dentro de sí como igual. En cuanto semejante hombre, —hijo de Dios, bueno como hijo de la bondad, justo como hijo de la justicia— es únicamente hijo de ella, [la justicia] es parturienta no nacida y su hijo nato posee la misma esencia única que tiene y es la justicia, y él toma posesión de todo cuanto es propiedad de la justicia y de la verdad.

En toda esta doctrina que se halla escrita en el Santo Evangelio, y que se conoce con certeza a la luz natural del alma racional, el hombre encuentra un verdadero consuelo respecto a cualquier sufrimiento.

Dice San Agustín[3]: Para Dios no hay nada que sea lejano o largo. Si quieres que nada te resulte ni lejano ni largo, vincúlate a Dios, pues entonces mil años son como el día de hoy. De la misma manera digo yo: En Dios no hay ni tristeza ni pena ni infortunio. Si te quieres ver libre de todo infortunio y pena recurre y dirígete solamente a Él con completa integridad. Ciertamente, todas las penas provienen del hecho de que no te dirijas hacia Dios, ni únicamente a Él. Si tú, en cuanto a tu forma y nacimiento, te hallaras únicamente en la justicia, entonces por cierto, ninguna cosa podría darte pena a ti, así como la justicia no [puede afligir] a Dios mismo. Dice Salomón: «Al justo no lo aflige nada de lo que le pueda suceder» (Prov. 12, 21). No dice: «Al hombre justo», ni «al ángel justo», ni a esto ni a aquello. Dice: «Al justo». Lo que de algún modo pertenece al justo, especialmente lo que convierte en suya su justicia y el hecho de que él sea justo, esto es hijo y tiene [un] padre en esta tierra y es criatura y está hecho y creado porque su padre es criatura, hecha o creada. Pero «justo» sin más, no tiene ningún padre hecho o creado, y Dios y la justicia son completamente una sola cosa, y la justicia sola es su padre, por eso no caben en él [es decir, en el justo] ni pena ni infortunio como tampoco pueden caber en Dios. [La] justicia no le puede producir pena, ya que [la] justicia no es nada más que alegría, placer y deleite: además: si [la] justicia le produjera pena al justo, ella misma se produciría esta pena. Ninguna cosa despareja e injusta, ni hecha ni creada, podría apenar al justo porque todo lo creado permanece muy por debajo de él en la misma medida en que [se halla] por debajo de Dios, y no surte ninguna impresión ni influencia en el justo y no engendra a sí misma en aquel cuyo Padre es solo Dios. Por eso, el hombre debe esforzarse mucho por quitarse la imagen de sí mismo y de todas las criaturas, no conociendo a ningún padre fuera de Dios solo; luego, nada lo puede apenar ni afligir, ni Dios ni la criatura, ni lo creado ni lo increado, y todo su ser, vivir, conocer, saber y amar, proviene de Dios y [se halla] en Dios y [es] Dios.

Además, hay que saber otra cosa igualmente consoladora para el hombre en todos sus infortunios. Resulta que el hombre justo y bueno con seguridad se alegra de la obra de la justicia incomparable e, incluso digo, inefablemente más de lo que para él, o hasta para el supremo de los ángeles, son el deleite y la alegría que sienten con respecto a su ser o vida naturales. Por ello, los santos entregaron también alegremente su vida por amor de la justicia.

Ahora digo yo: Si el hombre bueno y justo sufre un daño exterior y permanece inmutable con ecuanimidad y paz en el corazón, entonces es verdad lo que acabo de decir, [a saber], que al justo no lo entristece nada de todo cuanto le sucede. Si él, en cambio, se entristece a causa del daño exterior, de cierto, es sólo equitativo y justo que Dios haya permitido que se dañara a este hombre que pretendía ser justo y se imaginaba serlo mientras tales nonadas todavía podían afligirlo. Si se trata, pues, de la justicia divina, de veras, él no ha de afligirse, sino, al contrario, sentir una alegría mucho mayor de [la que le produce] su propia vida la que da mucha más alegría a todo hombre y que le resulta más valiosa que todo este mundo; pues ¿para qué le serviría al hombre todo este mundo si él no existiera?

La tercera palabra que se puede y debe conocer, es ésta según la cual sólo Dios, de acuerdo con la verdad natural, es el único manantial y la vena fontal de toda bondad, de la verdad esencial y del consuelo, y todo cuanto no es Dios tiene de suyo una amargura natural y desconsuelo y pena, y no agrega nada a la bondad que proviene de Dios y es Dios, sino que ella [la amargura] mengua y encubre y esconde la dulzura, el deleite y el consuelo que da Dios.

Ahora diré además que toda pena proviene del amor de aquello que el daño me ha quitado. Si me apena entonces el daño hecho a las cosas externas, esto es señal cierta de que amo cosas externas y amo, en verdad, [la] pena y [el] desconsuelo. Si amo y busco la pena y el desconsuelo ¿es de extrañar que me afecten las penas? Mi corazón y mi amor otorgan a la criatura la bondad que es propiedad de Dios. Me vuelvo hacia la criatura de la cual proviene, por naturaleza, desconsuelo y doy la espalda a Dios de quien emana todo consuelo. ¿Cómo puede sorprenderme, pues, que sufra penas y esté triste? De veras, es realmente imposible para Dios y todo este mundo que encuentre verdadero consuelo el hombre que lo busca en las criaturas. Mas, quien amara sólo a Dios en la criatura, y a la criatura sólo en Dios, encontraría en todas partes un consuelo verdadero y equitativo. Que baste lo dicho para la primera parte del libro.

 

 



[1] Este tratado fue compuesto para la reina Agnes de Hungría (1280, aproximadamente, hasta 1346). En 1308, el padre de la reina, Albrecht I de Habsburgo, fue asesinado. Si Eckhart se refirió a este hecho, el tratado debe haber sido escrito entre 1308 y 1311. Pero, según Spamer, fue posiblemente «un poco después de 1305 cuando Agnes perdió por la muerte no sólo a su cuñada sino también a su muy querida y única hija Blanche». Otros autores hablan de las postrimerías de 1312 o primavera de 1313 (ó 1314). (Cfr. Quint, tomo V p. 6). En cuanto al texto escribe Quint (V p. 3): «Sorprendería que el texto del Libro de la consolación divina —a pesar de haber sido establecido literalmente como tratado de Eckhart en contraste con los sermones— se conserve en la tradición manuscrita apenas con menos variantes que la mayoría de los sermones alemanes para los cuales el predicador no habrá hecho nada más que esbozos y que conservamos sólo como copias de los oyentes hechas sobre la base de los textos orales».

1a El original dice: «leide des herzen» = «pena (s) del corazón».

[2] «El tema que trata Eckhart aquí, al comienzo de la primera parte del Libro de la consolación divina y que predomina en toda esta parte de enfoque totalmente especulativo, es uno de los temas principales, que vuelve a tratar una y otra vez en las obras alemanas y latinas, a saber, el problema de la relación entre las llamadas perfectiones generales o termini spirituales (esse, unum, verum, bonum, sapientia, iustitia, etcétera) y sus portadores terrestres creados, o sea el hombre bueno, justo, sabio, veraz, en especial la relación de esencia entre la justicia y el justo, etcétera». Conviene tener presente esta explicación de Quint (tomo V p. 62 nota 2).

3a Quint (tomo V p. 472) da una traducción explicativa, diciendo: «pero en este casi, nos referimos a lo bueno en cuanto es la bondad que se entrega [y] engendra».

[3] Augustinus, Enarrationes in Psalmos 36, Sermo 1 n. 3.