SERMÓN EN LA FIESTA

 DE SAN PABLO PRIMER ERMITAÑO

Dionisio el Cartujo

"La llevaré a la soledad, y le hablaré al corazón" (Oseas 2,14).

 

Estas son las palabras de Dios dirigidas al alma contemplativa, a quien Dios omnipotente y benigno separa del estrépito y tumulto del mundo, a fin de que esa misma mente tienda serena hacia El por la contemplación sincera y el amor ferviente. Y así con estas palabras es alabado San Pablo por dos cosas: primero por la excelencia de la vida solitaria; segundo por el coloquio interior de Dios con él. Ya que, como dice Aristóteles, el hombre es naturalmente un animal social, político, entonces la vida solitaria no es humana; por lo cual dice a continuación Aristóteles que el hombre solitario es Dios o bestia, o sea que es divino o es animal. Si vive en soledad según lo que corresponde al solitario y busca la soledad, entonces es un ser divino, ¿y qué es lo que corresponde al solitario? Que habiendo dejado lo exterior y terreno y lo superfluo, se dedica (vacare) siempre a Dios, el único altísimo, simplísimo e incircunscriptible, verdaderamente presente en todos lados; lo alaba, invoca y venera ininterrumpidamente en cuanto se puede en esta vida, y goza al contemplarlo y amarlo. Pero, el que no obra así ni busca hacerlo, merecidamente se lo llama "animal" si permanece en la soledad.

Pablo el primer ermitaño condujo su vida a la divinísima soledad, y el piadosísimo Dios hablaba asiduamente a su corazón, y a toda hora abrazaba con los brazos de la caridad a su alma como esposa amadísima, y la fecundaba, lo iluminaba, la inflamaba y la consolaba. Y ahora debemos tratar por orden las alabanzas, virtudes y excelencias de este varón santísimo.

En primer lugar este Padre feliz es alabado por su infancia santa e inocente; porque como atestigua San Jerónimo, que escribió su vida, cuando Pablo tenía dieciséis años, se introdujo en el desierto, y tenía mansedumbre en su corazón, y amaba mucho a Dios; e ingresó en la soledad a causa de la cruel persecución tiránica del emperador Decio.

En segundo lugar es alabado por su santísima vida eremítica y longeva, porque con corazón infatigable, progresando cotidianamente en la virtud, perseveró en el desierto vasto, silencioso y terrible, hasta cumplir los ciento trece años; y así habitó en el desierto por noventa y siete años aproximadamente, desconocido de todos los hombres. Ved cuánta perseverancia, longanimidad y fortaleza tuvo y cuánta constancia y esperanza en Dios, que moraba intrépido entre las horribles fieras del desierto y las bestias feroces. Además toda su ocupación, noche y día, fue dedicarse (vacare) a Dios, su Creador y Salvador, por la contemplación y el amor fervoroso, admirar y honrar su majestad incomprehensible e inmensa, perseverar en sus alabanzas con mente purísima e implorar sin interrupción su misericordia para si y para los demás, por el bien común de la Iglesia, por los vivos y por los muertos. Y así creció cotidianamente en toda gracia, virtud y santidad de un modo excelente y admirable.

En tercer lugar es alabado por el modo milagroso en que fue conocido por el mundo, pues siendo Pablo de ciento trece años, el Santo Padre Antonio, que habitó en otro desierto noventa años, pensaba que era él el primer ermitaño; entonces le fue revelado por Dios que había en otro desierto interior otro más anciano y mejor. Enseguida Antonio tomó el camino para buscar al que era mejor que él; encontró un animal mezcla de forma humana y equina, llamado centauro. Cuando San Antonio le preguntó dónde moraba el siervo de Dios, el animal le señaló el camino con su derecha. Luego encontró Antonio otro animal, con cuernos en la frente, nariz encorvada y patas de cabra, que entregó a Antonio el fruto de las palmeras; interrogado este animal por Antonio quién o qué fuese respondió: "Soy un mortal, de los que habitan el desierto y los paganos consideran dioses, llamándolos faunos, sátiros e íncubos: te rogamos que pidas por nosotros al Señor de todos, que sabemos vino por la salud del mundo". Dicho esto, se fue el animal como un ave veloz. Finalmente al tercer día, San Antonio, con gran esfuerzo llegó a la cueva en la cual estaba escondido San Pablo, y con grandes y lacrimosas peticiones consiguió que Pablo le abriera la puerta de su cueva.

En cuarto lugar es alabado San Pablo por las muchas maravillas que ocurrieron entre él y San Antonio, pues no bien entró Antonio, se saludaron mutuamente por sus propios nombres besándose el uno al otro. Cuando se sentaron, un cuervo dejó junto a ellos un pan entero, y luego se voló. Dijo Pablo a Antonio: "en verdad es piadoso el Señor, pues durante sesenta años, cada día recibí medio pan por medio de un cuervo, pero ahora, a causa de tu venida, se nos ha dado un pan entero". Entonces se entabló entre ellos una piadosa pelea sobre quién cortaría el pan. Pablo cedía el honor a Antonio, como huésped, y Antonio a Pablo por ser más anciano; al fin, de común acuerdo, cada uno puso la mano sobre el pan, partiéndolo y tomando una parte, y comieron. Dijo Pablo a Antonio: "Hace tiempo que sabía que tú morabas en la soledad, y Cristo me prometió que seríamos compañeros. Y ahora que has venido cuando estoy por morir, si no te es molesto, ve y trae el manto que te dio en obispo Atanasio para que sepultes mi cuerpo envuelto con él". Estupefacto Antonio, al oír hablar de Atanasio y su manto, hizo como se le pidió. Cuando regresó con el manto vio entre la multitud de los ángeles y entre las caras de los profetas y los Apóstoles a Pablo, refulgente con nívea blancura, que ascendía al cielo. San Antonio cayó con el rostro en tierra y dijo entre lágrimas: "¿Por qué me abandonas, Pablo?, ¿tan tarde me conociste y tan pronto me abandonas?". Luego entró en la cueva y vio el cuerpo de San Pablo de rodillas y con las manos elevadas, con la mirada en lo alto; y así su cuerpo exánime mostró cómo había vivido. Habiendo envuelto el cuerpo en el manto, Antonio buscó una pala o una azada con la cual hacer el sepulcro y no la halló; estando así muy triste he aquí que surgieron dos leones del desierto, quedándose junto al cuerpo de Pablo, rugiendo con grandes aullidos y llorando; luego hicieron un sepulcro cavando con sus patas, y yendo hacia Antonio con gran mansedumbre, comenzaron a lamer sus manos y pies. El los bendijo y les mandó retirarse; luego, sepultando el cuerpo de San Pablo, tomó su túnica, y regresando con sus discípulos, les narró todo por orden. En los días solemnes de la Pascua y de Pentecostés, se vestía con la túnica de San Pablo. Esta es la historia de San Pablo el primer ermitaño.

Que tantas virtudes de los Padres nos motiven: seamos iluminados en la fe, fortalecidos en la esperanza, encendidos en el divino amor; ejercitémonos con largueza en las obras de penitencia, y perseveremos virilmente en las buenas obras. Para alabanza y gloria de Dios.