DISTINCIÓN ENTRE AMOR FILIAL
Y DE AMISTAD
EN SANTA CATALINA DE SIENA
Fr. Jorge Alberto Molina O.P.
Introducción
Catalina de Siena habla del amor teniendo en cuenta el proceso
de crecimiento del alma, que por la bondad de Dios, es atraída y elevada hacia
Él mediante un camino de perfección.
En este itinerario, Catalina enseña sobre distintos estadios del alma que se
suceden y se superan uno a otro. Se trata de los distintos amores, por los
cuales es necesario caminar para el encuentro con Dios.
Conviene tener presente que la santa considera en sus obras cuatro tipos de
amor. Los distingue en: amor mercenario, amor de amigo, amor de hijo y amor
divino. Es, sin duda, una escala de valores que indica la relación del hombre
con Dios y que abarca todo un proceso de conversión y de aceptación de Dios
que permite adentrarse en la vida de la gracia.
En efecto, entre el amor mercenario y el amor divino hay una diferencia abismal
que refiere dos polos opuestos. Uno, donde la vida se presenta con amor mezquino
fundado en un egoísmo que casi prescinde de Dios y otro, donde precisamente
Dios lo es todo para la vida.
Sin embargo, es entre estos dos amores donde radica esencialmente el modo por el
cual se anima y se fortalece el alma, para avanzar por el camino desde una vida
vacía de Dios, presente en el amor propio, a una vida en
la que Dios lo abarca todo, manifiesto en el amor divino. Es decir, en el amor
de amigo y en el amor de hijo.
El amor de amigo
Desarrollar el concepto de amor en Catalina es considerar el
camino de ascenso a la plenitud de la gracia. Es ir al encuentro de Dios y vivir
en él, una vez que él ha habitado en nosotros. Es la experiencia de una vida
de perfección fundada en el amor donde las virtudes echan raíces en el alma
mediante el ejercicio de la caridad.
Si bien la amistad con Dios es un don precioso y que en sí mismo nos planifica,
para Catalina, el camino de nuestra vida espiritual no termina allí. Ella
dispone al alma hacia una meta de mayor plenitud, es decir, al estado de un amor
más perfecto, viviendo ya en este mundo y anticipadamente el gozo eterno
vivenciado en la caridad.
Pero vayamos a la idea de amistad que propone y manifiesta la santa por medio de
sus escritos. La primera característica que presenta es la correspondencia. En
efecto, por el amor, por una cierta intimidad propia de la relación de amistad
se vislumbra la fidelidad al amado por parte del amante. Hay una búsqueda de
correspondencia en aquel a quien se ama. Es en el otro en quien se pone la
confianza y a quien se revela la intimidad del corazón.
Si entre dos amigos se da una perfecta comunión que comprende todas las facetas
de sus vidas, para mantener esta relación en auténtica amistad, es preciso que
haya entre ambos un acuerdo común que sincronice los sentimientos y afectos que
son recíprocos.
En el caso concreto de la amistad con Dios, el acuerdo por parte de él es la
raíz y el fundamento de la relación amistosa. Es sin embargo, el hombre quien
debe responder a este llamado de amor y de participación de bienes.
Esto es lo que el Señor Jesús, quiso comunicar a sus apóstoles. En el
mandamiento del amor, está contenido el núcleo central de la revelación en la
que se manifiesta el amor del Padre al Hijo y la respuesta
del Hijo al Padre. Es este amor unido en el Espíritu Santo el fundamento del
amor de Cristo a sus discípulos por el cual llega a trasmitirles todo lo que
sabe del Padre (1), porque ellos son sus amigos y porque lo son se hacen
partícipes del conocimiento de la voluntad de Dios.
Esta es la correspondencia mutua con la cual se da el amor de amigo. Es la base
del amor de amistad. Por lo tanto, no se da la amistad sin la otra persona con
quien establecerla, no se da el amor de amigo sin el amigo.
Se trata pues, de la manifestación de Dios en la unión de Cristo con quien se
encuentra en condición de amistad. Por consiguiente, el llegar a ser amigo es
el paso del alma de un estado de imperfección al de perfección y que se ha
dado mediante el camino de la virtud, partiendo de la renuncia que el alma ha
hecho de su amor propio.
Si bien “en la amistad verdadera se camina progresando y su fruto es tener la
experiencia de la dulzura de su perfección” (2), Catalina apunta más alto y
progresa aún más llevándonos al amor de hijo.
El amor de hijo
Al hablar del amor filial, Catalina lo expresa y lo eleva a
una mayor perfección. Lo explica mostrando la distinción entre éste y el amor
de amistad. Si éste tiene como sustento la comunidad de sentimientos que se
tiene mediante una mutua correspondencia, aquel se sustenta por medio de los
beneficios recibidos con anterioridad. Es decir, la existencia que da el padre
al hijo. Por eso, a modo de gratitud es el modelo de amor que debemos tener a
quienes nos han hecho o hacen el bien.
Si bien no excluye la correspondencia que se da entre los amigos, no significa
que la exige como en el amor de amistad. No necesita la presencia del otro y
más aún, ni siquiera su misma existencia. En el fondo es esto lo que marca la
perfección en el amor filial. La ausencia de la exigencia en la correspondencia
se mantiene firme en el amante, a pesar del olvido o del desprecio y rechazo del
amado.
Tal es el amor divino que nace de la bondad de Dios. Es un amor que no tiene
razón alguna para amar, y a pesar de que su amor no sea correspondido o
gratificado, no por eso deja de manifestarse. Aunque surja la ingratitud de
parte nuestra no deja de perdonar las ofensas, por puro amor las perdona siempre
fiel en su misericordia.
La mediación de Cristo entre ambos amores
Presentadas las características correspondientes al amor de
amistad y al amor de hijo, es necesario ubicarnos en el contexto de la relación
de amor entre Dios y el hombre y considerar la mediación de Jesucristo en su
obra redentora.
Esta mediación se halla expresada en la doctrina del puente. Catalina explica
lo que significa elevarse a ser hijos por el amor y servir a Dios. Esto es,
olvidándonos del amor propio y perseverando en el ejercicio de las virtudes.
Entonces Dios amará a su creatura con amor paternal correspondiendo al amor con
que es amado (3).
Como ya se ha dicho, para acceder al mayor estado de perfección, el alma va
escalando de un amor a otro, de modo que del amor egoísta, interesado, de
utilidad, avanza al de amigo y de éste al de hijo. Pero ¿cómo avanza el alma
en este ascenso y llega a la meta de la perfección? La respuesta está dada por
lo que Catalina llama la subida a la caridad perfecta.
Primeramente, el alma se encuentra en estado de imperfección condicionada por
un amor servil, amor de utilidad, que espera recompensa y goza en el deleite sin
quitarse la venda del amor propio espiritual. Este es el estado más difícil de
superar, sin embargo, se convierte en soporte del alma que desea ardientemente
despojarse de sí misma y orientarse hacia el corazón de Jesús. Es el lugar
donde primero se detiene el alma, los pies de Cristo
crucificado.
En segundo lugar, superado el primer obstáculo anteriormente mencionado, el
alma, alimentada por la caridad y plantada en la humildad, busca a Dios. Este
estadio es muy importante porque indica ya un avance en la perfección. Pues, el
alma ha llegado a un conocimiento del corazón de Jesús. En éste está
asentado. Por él conoce la verdad.
Aquí se muestra la excelencia del que ha llegado al amor de amigo. Se ha
levantado sobre los pies de la voluntad y alcanzado el secreto del corazón.
Por último, se llega a la cumbre. Aquí el alma llega al amor de hijo. Es la
unión con la voluntad de Dios y es donde se alcanza la finalidad de nuestra
existencia. El fundamento de este amor es el desprendimiento total de nuestro
amor propio; por consiguiente, este progreso en la vida espiritual ayuda a no
amar tanto lo que recibimos de Dios, la recompensa, sino a Dios mismo.
Este estado es el que corresponde a la boca de Cristo crucificado. Es la mesa
donde el alma recibe el alimento de amor, el manjar del misterio de Cristo
crucificado en la mesa de la cruz. Es el lugar también, donde conoce y reconoce
la caridad de Dios y por eso en él encuentra la paz, el gozo y la quietud.
Pero esto no concluye aquí para Catalina. Ella agrega otro estado más elevado
para el alma. Y es aquí, precisamente, donde toma mayor sentido la idea de amor
filial. Esto es porque la culminación de la obra redentora de Jesús culmina
con nuestra adopción filial (4).
En el espíritu que Cristo nos ha comunicado podemos invocar a Dios con la
palabra Padre con la novedad de sentido del Nuevo Testamento. Se trata de la
intimidad del hombre con Dios que no tiene lugar antes de Cristo. Por eso,
Catalina, fuera del ámbito de los escalones del puente, incorpora este cuarto
estado donde el alma se eleva a las alturas celestiales en razón de la
perseverancia en la virtud. Es reposar ya en la verdad misma, saboreando el
manjar mayor del amor y gozando los efectos de la gracia. Es la participación
profunda de la experiencia de amor entre el Padre, el Hijo en la unidad de vida
del Espíritu Santo.
Conclusión
Para concluir, diremos que para este camino de perfección los
modos de amar, tanto el de amigo, como el de hijo no son excluyentes. Si bien se
aprecia en cada uno algunas diferencias, sin embargo, uno le sucede al otro en
cuanto que implica el paso de uno de menor perfección a otro más perfecto.
Ciertamente que cada uno tiene características que le son propias, estas
características son las que hacen que difieran uno de otro. Esto se puede
entender del siguiente modo. Jesús, en su vida terrena, tuvo la misión de
transmitir la Buena Nueva, la presencia del Reino de Dios entre los hombres.
Para esta misión eligió a sus apóstoles para que le sucedieran en su camino.
En su relación de maestro a discípulos, Jesús les comunicó todo lo referente
al Padre. Compartió con ellos la verdad de la revelación. No sólo lo
conocieron a él, sino también, por él lo conocieron al Padre. En esta
relación de intimidad fueron recompensados por el amor de Cristo. La prueba
mayor de este amor fue la de dar su vida. Por eso, así como les entregó la
verdad de Dios, les entregó su vida para que tuvieran vida y la tuvieran en
abundancia.
Este fue un claro signo de amistad. Cristo lo hizo porque eran sus amigos. Por
ellos murió y por todos los hombres de todos los tiempos, presentes y futuros,
para que pudieran acceder a los beneficios de la vida eterna.
Pero ¿qué significó el sacrificio de Jesús en la cruz? Fue el paso de la
muerte a la vida. De una vida de muerte a una vida de gracia. Cristo, el Hijo
unigénito del Padre, por su pasión, muerte y resurrección nos devolvió la
dignidad de nuestra humanidad como hijos adoptivos de su Padre. Por medio de su
sacrificio hemos vuelto al seno del Padre eterno.
Este es el fundamento presentado por Catalina. Ella afirma que por la cruz
redentora, Cristo nos ha recuperado para el Padre como
verdaderos hijos suyos hermanándonos en Cristo. Por eso, no nos limitamos a ser
amigos de su Hijo simplemente por conocer la verdad, sino que nos eleva a la
categoría de hijos, haciéndonos hijos junto con su Hijo unigénito que por
amor obedeció a la voluntad del Padre hasta la muerte.
Por lo tanto, con la vida de la gracia nos adherimos a la vida del Hijo para
también cumplir la voluntad del Dios Padre que nos ama y nos quiere para sí
por los méritos de Cristo en su preciosa sangre derramada.
Jesús es el amigo fiel que nos comunicó la verdad del Padre, pero también es
el Hijo predilecto que uniéndose a nosotros y haciéndonos hermanos, nos
conduce a la plenitud de vida bajo el cuidado amoroso del mismo Padre.
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NOTAS
(1) Jn. 15, 14-15.
(2) Cf. SAN ELREDO DE RIEVAL, Caridad-amistad, Claretiena, Buenos Aires,
1982, pp. 281-282.
(3) Diálogo p. 158.
(4) Rom. 8, 15.