La
prédica pronunciada en alemán y los tratados escritos en este idioma, tienen
su origen en las actividades de los dominicos y franciscanos. «Desde un
principio formaba parte del programa de las órdenes mendicantes comunicar al
pueblo las doctrinas en las que, hasta ese entonces, estaba iniciado únicamente
el reducido número de teólogos. Hacia ello apunta el lema de los dominicos: contemplata allis tradere [transmitir a otros lo contemplado]. De
este programa derivó la necesidad de hacerse entender por el pueblo en su
idioma. El lenguaje, estirado hasta el extremo, debía a esos esfuerzos un
fomento más allá de sus posibilidades naturales»[1].
Fue
así como los predicadores contribuyeron decisivamente al enriquecimiento del
lenguaje, tanto con la introducción de nuevas voces —cuyo contenido debía
corresponder al de las palabras latinas que les servían de modelo— como con
una mayor flexibilización de la prosa, hasta entonces poco elaborada, para
expresar pensamientos abstractos y vincularlos fluidamente con los habituales «ejemplos»
y anécdotas, tomados de la vida cotidiana. Si esto ya valía para la prédica
corriente en alemán, cuánto más para los sermones de alto vuelo, pronunciados
por predicadores empeñados en acercar sus oyentes a las cumbres místicas. Las
máximas exigencias, a este respecto, surgieron. para quienes, como el Maestro
Eckhart, hacían girar sus exposiciones en primer término alrededor del
entendimiento especulativo, la intuición iluminada cuya base constituía la
concepción de Dios como intellectus purus
(inteligencia pura). Ya en el mero aspecto idiomático, la actividad de esos
escritores místicos dio resultados aún más allá de su cometido inicial. «Ellos
[los escritos de los místicos] fundamentan el lenguaje técnico filosófico»[2].
De
esta manera nace una expresividad muy sui
generis, porque se realiza una incesante lucha con el idioma y contra él
para aprehender lo «inefable», término que en su versión alemana «unsprechelich»
como lo usa Eckhart, se encuentra «por primera vez en la literatura mística»[3]. Lo que se quiere decir no
tolera ser aprisionado dentro de la expresión conceptual y, por otra parte, se
intenta incansablemente encontrar un acceso a la «realidad» sobrenatural,
sentida e intuida. Las pobres palabras son incapaces de llegar a las alturas de
lo trascendental y a la intimidad del Dios inmanente dentro de la propia alma.
«… las palabras tienen gran poder; uno podría obrar milagros con palabras»[4]. El propio Eckhart llega a
dar a la lengua alemana una riqueza poco menos que milagrosa. El maestro, para
quien la Palabra, el Verbo divino, constituye el centro de sus especulaciones,
ha de trabajar también con nunca decreciente afán en la forjadura del único
instrumento que posee para comunicarse con sus oyentes: el idioma. Son dos las
dificultades que tiene que superar: la inmadurez del idioma vulgar y el carácter
del mensaje religioso que elude las posibilidades de la expresión humana. La
segunda dificultad es la que más se evidencia en la tradición mística de
todos los tiempos y todas las regiones del orbe. Con razón señala Quint que ya
la palabra «mística» en sí apunta a un fenómeno pletórico de misterio[5]. Este hecho ¡cuánto más
vale cuando se trata de profundizar en su contenido!
Esas
enormes dificultades dan su cuño característico a la expresión mística en
general, y en especial al vocabulario y estilo de Eckhart. Se ha dicho de él,
acertadamente, que «no cabe duda de que justamente el Maestro Eckhart, el más
espiritual entre los místicos antiguo-alemanes, el pensador más profundo y
osado entre ellos, es no solamente el más poderoso poseedor del idioma, sino
también el máximo creador idiomático para proclamar el saber místico»[6].
Eckhart se parece a un hombre empeñado en continua búsqueda que intenta captar
aun aquello que tan sólo se encuentra en las interminables extensiones del
desierto, o en las cumbres más inhóspitas, aquello que se esconde en la
oscuridad o se ofrece dentro de una luz tan clara que el ojo humano no lo puede
divisar con suficiente nitidez. Avanza a tumbos, pero avanza al fin para sólo
encontrarse con una parte de la verdad. Y aun donde piensa haberla aprehendido,
ella brilla en colores tan fuertes que no caben dentro del espectro de la
expresión humana, sino que reclaman otra definición y otra más sin que éstas
nunca coincidan del todo con lo intuido. Hay que darse cuenta de esa nunca
cesante lucha con la expresión para interpretar en su justo valor no sólo las
peculiaridades del lenguaje eckhartiano sino también su porqué. Unicamente
entonces se revela la razón íntima de sus medios estilísticos: la repetición
que no es simple reiteración sino que obedece al propósito de subrayar lo
dicho y hacerlo resaltar desde varios ángulos dentro de un contexto a veces
levemente cambiado. Son numerosas, también, las acumulaciones mediante las
cuales el predicador trata de aclarar relaciones espirituales e insistir en algún
punto central para él. De deliciosa simpleza y pronunciado valor explicativo
resultan las comparaciones y ejemplos tomados de la realidad cotidiana, de algún
cuento, o también basados en observaciones de la vida animal, vegetal o
mineral, etcétera. Los paralelismos permiten echar una luz más clara sobre lo
dicho y dar explicaciones que facilitan la comprensión. Las hipérboles ofrecen
una vaga idea de la grandeza de las ideas tratadas, y con el oxímoron el
predicador se acerca audazmente a la expresión, al parecer imposible, de hechos
intuidos y contemplados que en realidad sobrepasan el entendimiento humano. A
todo ello se agrega la introducción en el idioma de neo-formaciones,
especialmente de sustantivos abstractos, verbos sustantivados que implican la
existencia de un proceso, de un devenir, etcétera. Pero no viene al caso hablar
de hechos lingüísticos que sólo se refieren al idioma original de Eckhart y
que, en primer lugar, interesan al filólogo[7].
[1] Bizet, J. A., «Die geistesgeschichtliche Bedeutung der deutschen Mystik», en: Deutsche Vierteljahrsschriftfür Literaturwissenschaft und Geistesgeschichte, 1966, p. 315.
[2]
Moser,
Hugo, Deutsche Sprachgeschichte, Stuttgart,
Schwab, 1955, 2ª ed., p. 131.
[3]
Bach,
Adolf, Geschichte der deutschen
Sprache, Heidelberg, Quelle & Meyer, 1956, 6ª ed., p. 143 §
106.
[4]
II,
s. 18, p. 424.
[5]
Quint,
Josef, «Mystik und Sprache», en: Ruh, Altdeutsche
und altniederlüna’ische Mystik, p. 114.
[6]
Quint,
Josef, «Mystik und Sprache», ibídem,
p. 124.
[7] Abundante material se halla en el artículo arriba citado de Quint (pp. 113 a 151) y, ante todo, en la edición crítica de las obras alemanas de Eckhart.