LA ESTABILIDAD ESPIRITUAL:

¿EVASIÓN O SUPERACIÓN DE SÍ MISMO?

(Iª parte)

 

"Los frutos del espíritu son: caridad, gozo, paz,

 longanimidad, afabilidad, bondad,

fe, mansedumbre, templanza" (Gal. 5, 22-24)

 

P. Fr. Armando Díaz O.P.

 

Lo esencial en toda situación es acercarse y llegar a la raíz de cada problema y acertar en la verdadera solución. Cuando el hombre vive fuera de sí, alejado de su centro vital y existencial pierde su íntima vinculación con Dios; la consecuencia es el vacío de sí mismo y una conversión desordenada a las criaturas. "Así, el hombre totalmente proyectado hacia afuera en la acción, ha perdido completamente el significado de su propio yo, se ha convertido en un locus vaquus" (1).

El vacío de la propia alma y la orfandad delante de Dios se deben solucionar mediante el retorno a la propia identidad y en la configuración del propio ser en Dios. Y una actitud inicial que debe primar como gesto de recuperación es la admiración, que según Clemente de Alejandría es la primera palabra de la filosofía (2). La admiración o el asombro es simplemente la base del filosofar, la primera actitud que todo hombre posee frente al misterio del ser. La admiración, antesala y aurora de la contemplación, se produce cuando nos encontramos delante de una realidad desbordante que nos excede. La admiración es una mezcla de conocimiento y de ignorancia, es decir, se conoce pero no todo lo que la realidad implica. "La admiración es cierto deseo de saber -observa Santo Tomás-. Acontece en el hombre, o porque ve el efecto e ignora la causa o porque la causa de tal efecto excede las facultades del conocer, o la capacidad intelectual del sujeto" (S. Th. I, II, 32-8). La admiración comienza con la certeza de que hay algo por conocer; eso despierta el apetito por saber, origina el gozo de la inteligencia, mejor dicho la esperanza de saber. Se sabe y se ignora, es la docta ignorancia. Se admira quien ama; pero el que está en la apatía, el egoísmo, la mediocridad, pierde su capacidad de admiración.

Hay grados de admiración. En la cumbre de la admiración se encuentra el Misterio insondable de Dios. A Dios lo podemos conocer por el libro de la creación: porque de "la creación del mundo -observa S. Pablo- lo invisible de Dios, su eterno poder y divinidad son conocidos mediante sus obras" (Rom. 1, 20); también por lo que la fe nos descubre al abrirnos los velos sacros del misterio sobrenatural; y de manera perfectísima en el cielo por la visión gloriosa, cuando contemplamos a Dios cara a cara. Pero, sin embargo, Dios -en la tierra- que se manifiesta, se oculta. Hay a la vez una teofanía y un ocultamiento; esa presencia es indivisiblemente ocultamiento, se trata del Deus Absconditus, el Dios escondido (cfr. Is. 43, 1). Es un ocultamiento que revela, que manifiesta, que habla. Es el develamiento del misterio por su Logos, su Verbo, en la grandeza de las tinieblas iluminativas. Ocultamiento no es un término ambiguo, no es hermetismo, sino misterio. En este sentido se encuentran las palabras del Doctor Angélico: "A Dios se venera [también] mediante el silencio, no porque no podamos decir o conocer nada de El, sino porque sabemos que somos incapaces de comprenderlo" (In Boecio, De Trinitate, 2, 1 ad 6).

En cuanto al hombre, obra maestra de Dios, también debemos admirarlo. El hombre, mikrokosmos, síntesis del universo, es también un mikrotheos, reflejo de Dios. Fue creado a imagen y semejanza de Dios (cfr. Gén. 1, 26). Coexisten en la realidad de cada hombre la apertura hacia lo infinito y los límites de la criaturidad. De ahí que la Sagrada Escritura dice:

"Cuando contemplo los cielos, obra de tus manos, la luna y las estrellas que tú has establecido, ¿qué es el hombre para que de él te acuerdes y el hijo del hombre para que de él cuides?" (Sal. 8, 4-5).

Late en el corazón del hombre la gran paradoja: la finitud y la apertura a lo infinito, los límites y el deseo de perfección sin límites. Entrar en el hombre, por tanto, es hacerlo en el ámbito del misterio. No debemos olvidar las palabras de Heráclito: "Camina, camina, por más que avances no llegarás nunca a los confines del alma, ni agotarás todos los senderos; tan profundo es su logos" (3).

Esta actitud admirativa nos sirve de base, de contexto para entrar en el tema de la estabilidad espiritual. Si el hombre no descubre quién es, su grandeza, sus límites y no aspira al fin, que es Dios, no puede pasar de la inestabilidad -fruto de las propias imperfecciones y límites- a la estabilidad, que es efecto de la unión con Dios. Pero hablar acerca de la estabilidad espiritual en estos tiempos parece irrisorio. En esta sociedad tecnicista (donde la técnica no es un medio, sino un fin) o cientificista (cuando la ciencia determina todo, aún a Dios), relativista en la verdad, en la moral y secularista en lo teológico, la estabilidad carece de sentido. Sin embargo, debemos ir contra la corriente de estos desvíos, y recuperar el verdadero valor de las cosas; no debemos sujetarnos a los reductivismos ideológicos, ni a lo que conduce a la inestabilidad. El intento nuestro será un retorno a lo esencial de las cosas, a lo único necesario. En este sentido es importante recuperar la verdadera crítica. La palabra crítica, en griego Krínein: discernir. En sentido original criticar es discernir, juzgar, teniendo en cuenta la realidad de las cosas. La crítica buena es cuando se ataca el error y se defiende la verdad. La mala cuando, al revés, se habla según conjeturas, opiniones dudosas, se ataca la verdad y se defiende del error. Y un elemento fundamental, en la crítica, es revalorizar la palabra.

La palabra: Ella nos entrega un universo, nos conecta con lo real. La palabra es la ontofanía, la expresión del ser, el signo exterior del verbo mental. La palabra va a ser el fruto de esta unión entre la inteligencia y la realidad. Es importante recuperar la palabra, porque si no el mundo de los falsos filósofos "no sabe qué hacer con sus palabras" (4). Se ha perdido el lenguaje de lo real, es decir, "la pérdida del lenguaje de las cosas y con él también la pérdida del lenguaje del hombre" (5). El hombre se ha convertido en un ignorante de las cosas: "Las cosas sencillas entre las que nos movemos han perdido en buena medida su lenguaje. Y nosotros que ya no oímos su palabra, parecemos analfabetos ante el libro de la creación" (6).

En cuanto a la palabra estabilidad, ésta posee varios significados. Estabilidad, del latín stabilitas-atis indica permanencia, duración en el tiempo, firmeza, seguridad en el espacio. El término estable, stabilis-e, quiere decir estar de pie, seguro, sólido. Y stabilis viene del verbo sto - stas - stare : indica lo constante, lo durable, lo firme y permanente. Stare hace referencia a existir o a una cierta permanencia.

De esta análisis etimológico resultan tres aspectos: primero, permanencia en el lugar; segundo, consistencia entitativa, y tercero firmeza en la decisión. Tres aspectos que hacen referencia a la triple armonía del hombre: con las cosas, consigo mismo-los demás y con Dios.

 

1. Lugar

En un orden jerárquico se encuentra en grado inferior la estabilidad del lugar o en el lugar, y por encima de ella se da la estabilidad del alma y en Dios. En cuanto la estabilidad o permanencia en el lugar, ella es fundamental para la vida del hombre.

El lugar indica el espacio ocupado por un cuerpo. Lugar es un sitio, un paraje, etc. El hombre al poseer un cuerpo con un alma espiritual, es decir un espíritu encarnado, necesita estar en un lugar concreto en razón de la corporeidad. Lugar -ubi- es un accidente que condiciona al hombre. El accidente, en líneas generales, actualiza secundariamente a la sustancia.

Por estos elementos simples nos damos cuenta que el lugar posee una cierta importancia. No es lo mismo un lugar que otro, no es igual estar en un lugar desagradable que agradable, de silencio o de ruido, inmoral o moralmente bueno. En este sentido, desde el comienzo Dios coloca al hombre, luego de crearlo a su imagen y semejanza, en un lugar topográfico, que "va a ser un lugar de felicidad, con todos los elementos para el placer, la felicidad del hombre" (7): este lugar es el Paraíso. Nuestros protoparentes al ser puestos en el Paraíso, lugar armonioso, debían conversar con Dios y debían retornar todas las cosas hacia El; el paraíso es el lugar, además, "donde Adán y Eva cultivarían la vida sobrenatural de la gracia, como la Iglesia, en la nueva ley, es el lugar donde el cristiano cultiva la vida sobrenatural" (8).

También se encuentra en las religiones primitivas, en el hombre pagano, la necesidad de un lugar adecuado para crecer espiritualmente y para cultivarlo. Aunque ellos subordinaban el lugar al alma. "Has de cambiar de alma, no de clima", observaba Séneca (cfr. Ep. 18, 1).

Esta actitud de cultivar las cosas es lo que va a generar la cultura. La cultura, que viene de cultivar, se da en una triple forma: Interior, la del alma; es la del crecimiento interior, de entrar dentro de sí mismo; exterior, es el cultivo de las cosas, aunque no de cualquier manera: es ordenar las cosas en orden a lo superior (el tener en función del ser); y el cultivo vertical, es el culto, es la capacidad ritual, sacral, religiosa del hombre. El hombre culto es el que adora a Dios Uno y Trino. La cultura en su grado más pleno indica verticalidad, sacralidad, actitud religiosa, hímnica y de alabanza al Creador.

La palabra cultura en cuanto al lugar, a las cosas, dice relación "inescindible con la tierra. Hay que ver todo lo que recibimos de una hierba, todo lo que recibimos del crecimiento de una planta. Más que de los libros, pues, la cultura brota de la tierra, del aroma de la tierra" (9). La cultura ayuda al hombre en su perfección como hombre, de ahí que, "gracias a la cultura el hombre se vuelve pontífice, hacedor de puente, entre el barro y la metafísica. Por eso, como bien observa San Agustín, a diferencia de los animales, el hombre ha sido hecho erguido, porque su vocación es vertical, tenso hacia las alturas, en una suerte de ley de la gravedad invertida, eje y puente entre el cielo y la tierra. Nos elevamos tanto más alto en la medida en que echamos raíces en lo más profundo" (10).

La tarea de cultivar la tierra es la agricultura, la cual representa para el hombre un ejercicio de superioridad y perfeccionamiento sobre las cosas, y a la vez las cosas, la creación visible se ve beneficiada, y elevada hacia lo superior. Tanto el hombre como la tierra obtienen su ventaja recíproca.

"El hombre aprende la misión del labor improbus. La tierra se ve festejada por la mano del hombre y realizada desde el mismo momento que ha podido desarrollar todas sus virtualidades implícitas.

El fruto principal de esta alianza será, tanto para el agricultor como para la tierra, la vigencia de la pax. El vocablo pax hace referencia al estado en que se encuentran dos partes que han puesto fin a una situación de beligerancia. Es por lo tanto, lo opuesto a bellum. Mientras exista la situación del bellum, cada una de las partes -aún cuando se pretenda estar seguro de la victoria- está en una tensión que se mantiene hasta la definición final. Pero obtenida la pax, la tensión desaparece para dar lugar a una situación de firmeza y seguridad. Cuando se produce el pactum ambas partes logran un punto estable de apoyo respecto de sí mismos, puesto que todo lo anterior al pactum era inseguro e inestable." (11)

Así la pax = paz es concordia, armonía, tranquilidad en el orden. La paz va a indicar entonces una especie de alianza entre la tierra y el hombre, es fundir, fijar las raíces en lo profundo de las cosas y elevarlas a las cosas superiores. El hombre es puesto como nexo entre Dios y las criaturas, gozne, bisagra. La misión del hombre es de retornar todo en Dios. El hombre tiene los pies puestos en la tierra y la cabeza orientada hacia el cielo. Es un ser tenso, una flecha hacia lo absoluto.

Analicemos ahora la palabra paz:

"En griego, de acuerdo con Ernout-Meillet, no existe una forma nominal como la latina pax, pero en cambio se tiene un aoristo radical en el "apaz" homérico katépekto, que hace relación a aquello "que se fija en la tierra". Así, en el pasaje de la Ilíada (XI, 378), Alejandro arroja la flecha que "atraviesa el pie (de Diómedes) y se fija en la tierra" (acá se emplea dicho vocablo katépekto). Es decir que la flecha estuvo primero en la tensión del arco, mantenida por el puño; luego, continuó dicha situación de tensión mientras describía su giro en el aire, hasta que finalmente encuentra su pax al quedar fija en la tierra. Del mismo modo, podemos establecer un estado de tensión en el buey que marchando al frente del arado encuentra el terreno desequilibrado; trata entonces de obtener, tanteando en la superficie, el punto seguro, es decir su pax. Y el mismo sentido ocurre con el hombre. Cuando su espíritu está en "tensión", el estado es análogo al bellum, del cual se trata de salir estableciendo un punto seguro en el cual apoyarse. Cuando lo obtenemos, encontramos nuestra catharsis, y desde este punto de vista, la pax en nuestro espíritu.

En la simbiosis de la tarea agrícola, el vocablo hace relación a ese "aseguramiento" y "afirmación" del hombre que encorvado sobre el arado obtiene finalmente la posición erecta y erguida, que le permite sentirse "afincado". Es decir que el agricultor, al final del labor improbus obtiene su pax, siendo que también por el otro lado, la tellus, que estaba femenilmente expectante, al sentirse "realizada", obtiene también la suya." (12)

Pero el hombre no debe solamente cultivar la tierra, sino habitarla. Es propio del hombre habitar, no así de los animales. "El ave hace su nido, la abeja el panal, la hormiga sus laberintos; se aloja en ellos, pero no habita; el hombre, construye su casa como la condición física de su habitar metafísico y, por eso, su casa, si me es permitido expresarme así, es la habitación física de su habitar metafísico ya que el habitar se sigue de su propia naturaleza" (13).

El habitar comporta en el hombre: Primero: conocer. El principio del conocimiento realista es el siguiente: "Las cosas son la medida de nuestro conocer" (Sto. Tomás, De Pot., 7, 10, 99, 5); por tanto para conocer se requiere una adecuación de la inteligencia con las cosas, una adecuación en la que: "el entendimiento penetra hasta la esencia de las cosas" (S. Th. I-II, 31, 5); Segundo: dominarlas, es decir ejercitar un señorío sobre ellas y Tercero: ofrendarlas a Dios en sacrificio de alabanza. El habitar es en el hombre algo más que estar en una casa, exige una actitud del espíritu, un "adentrarse" en lo íntimo de ella, un dominarla y un elevarla a Dios.

"Habitar, no es un mero vivir, si por "vivir" entendiéramos el acto de alojarse somáticamente. En tal caso, en nada se distinguirían el habitar humano del comportamiento animal que no implica una actitud objetiva ni menos una distancia con su situación vital. Habitar, pues, no consiste en un mero comportamiento somático adaptado a las exigencias del entorno físico, como la "casita" del hornero construida con los materiales del mismo y orientada en determinado sentido. Aunque poéticamente -como dice Lugones- se pueda decir que "la casita del hornero - tiene alcoba y tiene sala" en una poiesis específicamente humana, los animales no habitan en sentido estricto. Sólo el hombre habita.

Sólo el hombre habita. Y si habitar es acto propiamente suyo, implica a todo el hombre con la totalidad de su naturaleza que no es puramente espiritual sino corpórea. De ahí que, porque el hombre habita, se vea necesitado de edificar su casa como lugar físico de su habitar. Tener, por eso, habitación o casa física, es la consecuencia del habitar humano" (14).

Y la plenitud del habitar es cuando se funda una ciudad. Fundar no es toparse con las cosas, es un acto superior de la inteligencia y voluntad, que ubica todas las cosas en el Autor de ella; es sacarla de la mudez, de la clausura, asentándola y estableciéndola en lo eterno. Así, por ejemplo, la fundación de Roma se edificó en torno a los dioses. Tomemos la narración que hace Fustel de Coulanges acerca de dicha fundación. Rómulo y Remo:

 "Al depositar en el hoyo un terrón de su antigua patria, habían creído encerrar también las almas de sus antepasados. Esas almas, allí reunidas, debían recibir culto perpetuo y velar sobre sus descendientes. Rómulo elevó en este mismo sitio un altar y encendió fuego. Tal fue el hogar de la ciudad. Alrededor de este hogar debe elevarse la urbe, como la casa se eleva alrededor del hogar doméstico.

Rómulo traza un surco que indica el recinto. También en esto los menores detalles está prefijados por el ritual. El fundador ha de servirse de una reja de cobre; el arado ha de ser arrastrado por un toro blanco y una vaca blanca. Rómulo, cubierta la cabeza y revestido con el traje sacerdotal, sostiene personalmente la mancera del arado y lo dirige entonando preces. Sus compañeros marchan detrás observando un silencio religioso. A medida que la reja levanta terrones de tierrra, se arrojan cuidadosamente en el interior del recinto, para que ninguna partícula de esta tierra sagrada caiga en terreno extranjero (...). Pero, para que se pueda entrar y salir, en la urbe, se interrumpe el surco en varios sitios; Rómulo ha levantado y transportado la reja para esto; los intervalos se llaman portae: son las puertas de la ciudad. Sobre el surco sagrado, o un poco detrás, se elevan enseguida las murallas, que son también sagradas". (15)

Para el hombre antiguo, de manera general, los espacios sagrados no tienen el mismo valor que los espacios profanos, los espacios sagrados indican la presencia de lo Divino. Así, "para el hombre religioso el espacio no es homogéneo, presenta roturas, escisiones: hay porciones de espacio cualitativamente diferente de las otras. Hay un espacio sagrado y, por consiguiente, fuerte y significativo, y hay otros espacios no sagrados" (16).

Ahora, en cuanto al cristianismo, el lugar Sacro ocupa una cierta valoración no menos importante que en el mundo pagano. Cuando Moisés está en el lugar sacro, teofánico, escucha aquellas palabras de parte de Dios: "No te acerques aquí -le dice el Señor a Moisés- quítate el calzado de tus pies, pues el lugar donde te encuentras es una tierra santa" (Ex. 3, 5). Dios que está en todos los lados, es Omnipresente, pero sin embargo lo está de manera especial en ciertos lugares, sea templos, iglesias, etc., y al estar ahí los sacraliza.

También se dan, en el cristianismo, fundaciones. Todas ellas plantadas en la cruz y en el Bautismo. La fundación es reconocer a Cristo como el Señor de todo, el alfa y la omega de todo lo que existe. Los lugares evangelizados por el cristianismo, fueron "bautizados, nombrados ante la gracia, incorporados a la cristiandad", "regenerados por el agua y por el fuego del espíritu" (17).

Nuestro continente de América, cuando fue descubierto y evangelizado, fue bautizado en sus habitantes, elevado a la Vida íntima de Dios. El primer bautismo que se dio en nuestras tierras fue el día de San Mateo (21 de septiembre del año 1496). Escuchemos al Papa Juan Pablo II, recordando este hecho grandioso y primordial para nuestro continente.

"Fue en la fiesta del apóstol san Mateo cuando se pronunciaron por vez primera en suelo americano las palabras de la fórmula sacramental: "Yo te bautizo en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo", otorgando así la filiación divina al indio Guaticaba, a quien se puso por nombre Juan Mateo, y a la gente de su casa y familia.

Cuando en el segundo viaje de Colón doce misioneros acompañaban a fray Bernardo Boyl, la Instrucción real ordenaba al Almirante que "trabajase por atraer a los moradores de aquellas islas a la fe católica". Así, la labor de aquellos primeros evangelizadores se dirigía a que, mediante la predicación y la catequesis, los habitantes de la isla abrazaran la fe y recibieran el bautismo, siendo éste el primer fruto de aquella ingente obra misionera, iniciada por España.

La gracia divina que precede y acompaña las obras de los hombres, por la predicación de los misioneros, llamó a la fe al cacique de los Guarionex, quien, después de un catecumenado de dos años, recibió el sacramento bautismal junto con algunos familiares, dando origen así a la primera comunidad cristiana del nuevo mundo. Se cumplía de ese modo el mandato que los Apóstoles y sus sucesores recibieron de Cristo en el monte de Galilea: "Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo" (Mt. 28 19), mandato que conserva su carácter perentorio hasta el final de los tiempos.

El cacique Guaticaba, incluso antes de recibir el bautismo, acompañaba a los misioneros en sus visitas al interior de la isla haciendo de traductor e intérprete, y al poco tiempo de bautizado recibió la palma del martirio por la fe católica, diciendo mientras le mataban: "Dios naboria daca, Dios naboria daca", que en su lengua significaba: "Yo soy siervo de Dios" (Cf. Hernando Colón, Historia del Almirante, cap. XXV)." (PP. Juan Pablo II, 27/9/96 p. 2).

Y un lugar sacro por antonomasia son las Iglesias; ellas van a ser en la vida católica el corazón que nutre y centraliza la vida cristiana de todos los pueblos incorporados a Cristo. Y junto a las iglesias los hogares católicos, prolongación del templo; son, los hogares, la pequeña Iglesia doméstica, la iglesia en miniatura, las nuevas catedrales de amor. El "hogar (es el) centro de calor en torno al cual se reúne una familia y dentro del cual los hijos crecen en el amor, (por lo tanto) debe seguir constituyendo la primera preocupación de toda programación relativa al medio humano" (Pablo VI, 24,5,76).

La importancia de estar en el hogar es para estabilizarse, afincarse. En este sentido recordemos el rechazo que suscitaba un estilo de habitar que era la estancia a causa de la estabilidad que comportaba. "La estancia -decía un autor- viene de stare, estar, permanecer, es la base primitiva de la colonización española. Así ha permanecido durante tres siglos" (18).

Y, por último, en la vida consagrada la estabilidad del lugar es fundamental. La estabilidad de permanecer en un monasterio y no en otro surge de los votos hechos al Señor: del estado de perfección, que implica someterse siempre a Dios y mantenerse en su Presencia.  "La perfección que procede de un voto -observa Sto. Tomás- muda la condición y el estado, del mismo modo que la libertad y la servidumbre constituyen dos estados diferentes. Porque cuando alguien hace voto de guardar continencia perfecta, pierde la libertad de tomar mujer" (19). Y el Papa Pío XII hablando de S. Benito nos dice que:

"a los que han abrazado su Instituto les manda que: "todo sea común para todos" (Regla, c. 33); y no por fuerza o coacción, sino por resolución generosa y espontánea. Todos, además, se han de obligar a hacer vida estable en el cenobio; de tal manera que sean sus ocupaciones habituales no sólo "la oración y la lectura" (Regla, c. 48), sino también el cultivo de los campos (Regla, c. 48), las artes fabriles y las obras espirituales del apostolado" (20).

La estabilidad del lugar en el monje se ordena a evitar la curiosidad, la búsqueda de sensaciones inéditas, a vencer el peligroso vicio de la girovagancia -contra el cual alerta S. Benito (Regla, Int.), o la terrible tentación del demonio del mediodía que lleva a la acedia, tedio del corazón, o el buscar lugares menos exigentes y penosos.

Pero la estabilidad del lugar debe reflejar la estabilidad en Dios, de obedecerlo en todo. Es unir la stabilitas loci con la stabilitas cordis. Escuchemos ciertas comparaciones de los Padres del desierto acerca de la estabilidad del lugar, del permanecer en el monasterio hasta la hora de la muerte, en fidelidad a Dios.

"El agua de un estanque permanece unida e inmóvil mientras ninguna perturbación del exterior llegue a turbar la estabilidad del lugar, mas si desde cualquier parte llega a caer una piedra allí, toda el agua se enturbia. La agitación de una de sus partes se extiende al conjunto por ondas circulares porque la piedra arrastrada por su peso se hunde en el fondo, mientras que a su alrededor, por el influjo de las olas que se van formando en círculos concéntricos y se ven rechazadas hasta los bordes del agua por el impulso central, toda la superficie del estanque se encrespa, agitada por ondas circulares de acuerdo con lo que sucede en las profundidades. Así también la serenidad, la tranquilidad del alma ha sido totalmente sacudida por la caída de una sola pasión y afectada en su totalidad por el daño infligido en aquella parte". (Gregorio de Nisa, Tratado de la virginidad XV, 2, SC 119).

"Mira una tinaja de vino durante mucho tiempo en el mismo lugar sin ser removida ¡qué vino transparente, decantado, perfumado y preparado! Pero si se la transporta de aquí para allá prepara un vino turbio, oscuro y que tiene toda la descomposición de las heces.  Compárate a ti mismo con esa tinaja, y haz una experiencia útil: rompe las relaciones con muchos, por temor a que tu espíritu se distraiga y turbe tu modo de hesijía" (Evagrio, Las bases de la vida monástica VIII, PG 40, 1260 C).

"Si vives en un monasterio, no cambies de residencia: eso te sería perjudicial. En efecto si una gallina abandona los huevos que empolla, en vano esperaría los pollitos: así el monje o la virgen dejan enfriar y morir su fe yendo de un lugar a otro"(Sta. Sinclética 6. PG 65, 422-423).

"Como la gallina que no se queda echada sobre los huevos que incuba torna estériles sus obras, del mismo modo el monje que anda de un lado para otro" (Scholion sobre S. Juan Clímaco, PG 88, 756 A).

"Un árbol no puede fructificar si se lo trasplanta demasiado a menudo: así el monje que se traslada de un lugar a otro no puede dar fruto" (Apophtegma 204 editado por F. Nau, Revue de l'Orient chrétien 1907-1913).

"Las plantas que son trasplantadas con demasiada frecuencia ya no prenden" Gregorio el Sinaíta (+ 1346) Sobre la vida contemplativa PG 150, 1316 A).

La perfección, en la vida Monástica, consiste en pasar de la inestabilidad a la estabilidad del lugar en Dios; de la diversidad a la unidad, de lo menos profundo a lo más profundo en El. Retroceder, dispersarse es vivir en la inestabilidad, la inquietud, es descentrarse de Dios.

"Un principiante que pasa de un monasterio a otro se parece a un animal que salta de un lado a otro por miedo al bozal" (Abba Isaías, 3, PG 65, 181 A).

"Un hermano interrogó a un anciano: "Mis pensamientos vagabundean y eso me turba". Respondió el anciano: Quédate en tu celda y tus pensamientos volverán: cuando una asna está atada, su pollino anda de su lado a otro, pero vuelve siempre junto a su madre. Del mismo modo los pensamientos del que permanece pacientemente en su celda por amor de Dios, pueden vagar un poco, pero vuelven siempre junto a él". (Apophtegmata 198, editado por F. Nau, Revue de l'Orient chrétien 1907-1913).

"Por medio del cambio de lugar, el enemigo priva al monje de los frutos de la vida religiosa, a la manera del campesino que trasplanta los árboles a menudo. En efecto, el árbol trasplantado de un terreno a otro, aunque este último sea tan bueno o mejor que el primero, muere fácilmente o se seca por completo si no puede echar raíces, o en el mejor de los casos da frutos agrios o menos buenos que antes.

Si el monje cuyas raíces han penetrado ya profundamente en un terreno se deja persuadir por el enemigo y se deja transportar a un terreno que cree mejor, muere lamentablemente, o bien cediendo a frecuentes cambios es asediado por los problemas del mundo y se vuelve peor que los seculares. En el caso de que todavía conserve en su corazón el deseo de las cosas celestiales, los frutos de perfección que produce no son sin embargo tan dulces y abundantes como antes del cambio.

El vino, por bueno que sea, pierde su dulzura y se vuelve vinagre cuando es trasvasado a menudo de un recipiente a otro aunque estos no tengan fallas". (Beato Pablo Giustiniani, en La Vie érémitique, por Jean Leclerq, Plon 1955- p. 70-71; trad, castellana, Ed. Granamérica, Medellín 1975, p. 76).

Pero no basta con estar en el lugar: se debe vivir santamente en él. Estar en el propio lugar viciosamente, perezosamente, es profanarlo. Se requiere una actitud de estabilidad espiritual, en lo permanente, para que el lugar se convierta en ámbito de adoración a Dios.

"No es el lugar donde se habita lo que importa, sino la manera como se vive allí" (Paladio, Historia Lausíaca, pról.).

"No es el lugar el que procura la virtud, sino que es la virtud lo que hace venerable el lugar". (S. Juan Crisóstomo, PG 88, 921 D).

"Ninguna soledad material puede dar la tranquilidad al espíritu, sin la ayuda de la verdadera soledad, que es interior. No es el tiempo ni el lugar lo que da la perfección. El Señor condenó a los que creen que el sábado santifica al hombre porque el sábado es santo; no es así: es el hombre quien santifica al sábado. De la misma manera el lugar no santifica al hombre: es éste quien santifica el lugar". (Beato Pablo Giustiniani, citado por D. Jean Leclerq, La vida eremítica, Plon, 1955, p. 67 - Trad castellana. Ed. Granamérica, Medellín 1975, p. 72).

El peligro es escaparse de lo que se debe vivir, del compromiso hecho a Dios. En realidad, desde los mismos orígenes del monacato se insistió, incluso entre los anacoretas del desierto, en la estabilidad, en la necesidad que tiene el monje de no cambiar de lugar sin una razón de mucho peso.

"Los ancianos no querían trasladarse de un lugar a otro, salvo por tres motivos: primero, si alguien estaba enfadado con ellos y, pese a sus satisfacciones, no habían logrado aplacarle; segundo, si muchas personas los alababan; tercero, si eran tentados de lujuria" (Verba Seniorum 7, 26).

San Vicente Ferrer observa que hay distintos moradores en distintas habitaciones que en líneas generales se dividen en habitaciones buenas o malas; esto supone dos clases de habitantes (sacerdotes) distintos.

"Hay siete maneras de habitar o de vivir: seis malas y una buena. Habitación vana, habitación falsa, habitación depravada, habitación fiera, habitación sucia, habitación nula, y la séptima, la buena y santa.

La habitación vana es la plaza: cuando el presbítero está ociosamente allí. De lo cual debe guardarse mucho el presbítero, porque cuando ha celebrado la Misa no debe estar allí, ya que mirando a las mujeres, caerá en tentación. La habitación falsa es la feria o el mercado. Ya véis cuantas mentiras se dicen allí. De lo cual debe guardarse el presbítero. Tiene que comprar el paraíso con oraciones y sacrificio, con buena vida ejemplar y honestidad. La habitación depravada es la taberna, que hace andar hacia arriba y hacia abajo. Cuando el borracho vuelve a su casa, ¿no va haciendo eso? De lo mismo debe guardarse mucho el presbítero. La habitación fiera, significa que no debe cazar fieras, sino que debe cazar almas, visitando etc.-

La habitación sucia: es ir al burdel, tener concubina. La casa del presbítero, máxime la del que tiene cura de almas debe estar limpia como el cristal. La habitación nula: debe guardarse el presbítero de descansar en casa del infiel. De todas estas habitaciones debe guardarse el presbítero y elegir la séptima, esto es, servir a Dios: levantarse a maitines después de media noche, rezar las horas, hora por hora, etc. Si así lo hace, será buen ejemplo para los demás, de lo que se seguirá mucho bien" (S. Vicente Ferrer, III, 71, 7).

 

2. La estabilidad entitativa y personal

a. Lo entitativo

Entre todos los seres el único Ente absolutamente inmutable es Dios. Lo inmutable es lo que no cambia, no se muda, no perece. Dios, el Increado, siempre es El mismo. Dios es Dios eternamente. Ciertos errores, como de los antropomorfistas (reducir a Dios al hombre), panteístas (identificarlo con las cosas), o de Hegel (en que Dios es un puro devenir), no condicen con lo que realmente Dios es. Las S. Escrituras afirman repetidas veces la inmutabilidad de Dios.

"El consejo de Yahvé permanece por toda la eternidad; los designios de su corazón, por todas las generaciones" (Ps 32, 11).

"Desde el principio fundaste tú la tierra, y obra de tus manos es el cielo. Pero éstos perecerán y Tú permanecerás, mientras todo envejece como un vestido. Los mudarás como se muda un vestido. Pero siempre eres el mismo, y tus días no tienen fin" (Ps. 101, 26-28).

"Porque Yo, Yavé, no me he mudado" (Mal 3, 6).

Dios es Acto puro, no necesita cambiar o progresar para mejorar o perfeccionarse. Dios es absolutamente perfecto.

El hombre, criatura de Dios, posee por un lado una cierta estabilidad y por otro lado hay cambios. El hombre está constituido por dos sustancias que se complementan: el cuerpo y el alma, y también por accidentes. La substancia, es el sub-stare, lo que permanece. La substancia es el ente al que compete existir en sí y no en otro y ser soporte de los accidentes. En cambio el accidente, es aquél ente que puede existir solamente en otro.

Todo hombre es una "realidad subsistente" (S. Th. I, 30, 4). El hombre en cuanto persona posee una realidad subsistente, más allá de la muerte, por ser de naturaleza racional; por ser subsistente existe en "sí mismo", o dicho de manera negativa, no "existe en otro", como el color en una rosa, la estatura en una mujer. Lo que sí nadie puede negar es que en nuestro ser se dan cambios. Cambiamos desde que nacemos hasta que morimos, pero hay cosas que permanecen.

"Ni Ud ni yo, lector, podemos -como Parménides- negar el cambio, que se nos hace evidente: cambiamos desde que nacemos hasta que morimos. Pero usted y yo, frente a una foto de hace diez, quince o veinte años, decimos: "éste soy yo"; cuanto más, si se notan los años por la ausencia del cabello y el color gris de los que quedan, por lo grueso del abdomen y los hombros más cargados, diremos: "¿Quién lo diría? Parezco otro". Ni a Ud. ni a mí se nos ocurriría decir -ni siquiera pensar- "éste es otro que ha ido cambiando y en este momento soy yo". Usted y yo reconocemos a nuestro padre, al que vimos desde niño, cuando éramos adolescentes y ahora vemos, quizá ya anciano y muy cambiado... pero sabemos que es el mismo, por debajo de los cambios; y que el que lo está viendo -usted, yo- también es el mismo, a pesar de haber dejado de ser niño y adolescente. Pero sabemos que, debajo de los cambios de nuestras células, minerales, líquidos, estatura, adiposidad, salud, etc., somos los mismos; que hay algo que nos hace ser la misma realidad antes, ahora y después, mientras vivamos, a pesar de los cambios, afectada por ellos y quizá fuente de ellos, pero que permanece, subsiste, como "lo que" cambia. Yo conozco, quiero, envejezco, actúo: hay cambio, pero también ello quiere decir que hay un ser real, un existente que es sujeto del cambio, afectado por él, pero que es el mismo a pesar del cambio. Cuando una señora le dice a otra: - "¡qué alto está Pepito!", está diciendo dos cosas: a) que hay un Pepito que ella conoció y ahora re-conoce, el mismo; y b) que ha cambiado y ahora está más alto que antes. Esto es, que hay un sujeto y que hay un cambio en él -crecimiento- sin que deje de ser el mismo." (21)

Si el hombre no tuviera esta estabilidad y consistencia entitativa, caeríamos en los planteos existencialistas, historicistas; no habría esencias en los entes creados. Este es el planteo de Hegel. "El idealismo de la filosofía  no consiste en nada más que esto: no reconocer lo finito como verdadero existente" (22).

Si lo finito es lo que no existe, por tanto perece. F. Engels, en Feuerbach y el fin de la filosofía clásica alemana, va a traducir el pensamiento de Hegel en los siguientes términos: "La tesis de la racionalidad de todo lo real, se resuelve, según las reglas de la dialéctica hegeliana, en esta otra: todo lo que existe merece morir". Y el historiador vienés Friedrich Heer sintetiza el rasgo fundamental del hegelianismo: "La filosofía hegeliana no es sino un arte del perecer del ente finito" (23)

Al no valorar Hegel al ente particular cae en la tesis: "El ser es apariencia" (24). Esta tesis luego va a ser sostenida por Sartre: L' être c'est l'apparaître.

Si el ente es apariencia: no tiene ningún valor. Todo esto le viene como anillo al dedo, por ejemplo, a los abortistas, a los nuevos Herodes que destruyen, que matan al niño en el Santuario de la Vida (el vientre de la mujer), convirtiéndolo en un sepulcro, un cementerio.

La solución es valorar las cosas en lo que realmente son, es adecuar la inteligencia a la realidad objetiva. El hombre no es una apariencia, posee un ser real que es síntesis del universo. "El hombre es como el horizonte y el confín de la naturaleza espiritual y de la corporal, de modo que como medianero entre ambas participa de los bienes de orden corporal y los de orden espiritual" (In Lib., De Causis, prop. 2, n. 61). Es un ser real, no una ficción o una apariencia. Escuchemos la brillante síntesis que hace el P. Santiago Ramírez:

"¿Cuál es la verdadera naturaleza del hombre?  Filosóficamente hablando, el hombre es un animal racional: un animal que entiende, que discurre, que razona, que compara, que calcula, que se admira, que se ríe, que habla, que progresa; un  animal que posee un alma racional, es decir, dotada de razón e inteligencia por la cual es capaz de trascender lo singular y particular, lo corpóreo y espacial, lo terreno y temporal a que está ligado por los sentidos, para fijar su mirada en lo universal y trascendente, en lo incorpóreo y espiritual, en lo eterno, celestial y divino.

Siendo, pues, precisa o positivamente inmaterial y espiritual el objeto aprehendido por la humana inteligencia, lo es también el mismo acto de aprehender, y por consiguiente la facultad o potencia misma aprehensiva y, por último, la forma o naturaleza de quien es propia dicha facultad, es decir, el alma racional o intelectual. Porque los actos se especifican por sus propios objetos, y las formas o naturalezas por la potencia o capacidad más elevada de ejercer las operaciones más altas sobre los objetos más sublimes. El alma humana es, por consiguiente, positivamente inmaterial y espiritual, subjetivamente independiente del cuerpo en su obrar supremo y específico, que es el entender, y por tanto en su propio ser también, ya que el obrar no puede ser superior al ser del operante.

Luego el alma humana es incorruptible e inmortal: Incorruptible, por ser esencialmente simple e inmaterial: inmortal, por ser espiritual, es decir, independiente del cuerpo en su propio ser, en su propio existir.

Es alma y espíritu al mismo tiempo, informa y anima al cuerpo humano en cuanto alma y forma substancial del mismo, pero lo trasciende en cuanto espíritu. En frase de Santo Tomás, no es una forma sumergida en el cuerpo, sino emergente y trascendente (cf. Q. d. De anima, a.2 c. in fine, et ad 2, 12, 13, 18, 19). Su vida no termina con la muerte del cuerpo. El hombre es mortal; su alma es inmortal" (25).

Y también posee, el hombre, la dignidad de estar creado según Dios. Según la S. Escritura ha sido hecho a imagen y semejanza de Dios (cfr. Gén. 1, 22). El hombre es como un espejo que debe reflejar a Dios. El Papa Juan Pablo II dice:

"La Iglesia posee, gracias al Evangelio, la verdad sobre el hombre. Esta se encuentra en una antropología que la Iglesia no cesa de profundizar y de comunicar. La afirmación primordial de esta antropología es la del hombre como imagen de Dios, irreductible a una simple parcela de la naturaleza, o a un elemento anónimo de la ciudad humana. En este sentido, escribía San Ireneo: 'La gloria del hombre es Dios; pero el receptáculo de toda acción de Dios, de su sabiduría, de su poder, es el hombre' (San Ireneo, Ad. Haereses II, 20, 2-3)" (Discurso a los Obispos del CELAM, Febrero de 1979).

 

b. La estabilidad personal

Así como el obrar sigue al ser, así la estabilidad personal se asienta en la estabilidad entitativa. Todo hombre por ser una persona humana, desde el mismo instante de la concepción, también está llamado a dignificarse en la línea de la propia identidad. La personal "dignificación" o promoción, observa el P. Victorino Rodríguez, es cuando el comportamiento es decoroso y digno de su ser y de sus posibilidades; cuando cumple el precepto de Píndaro: "Llega a ser lo que eres" (= lo que puedes y deber ser). Como dice el refrán: "Más es hacerse noble que nacer noble" (26).

La estabilidad personal se encuentra en la línea de la propia identidad. Sin retorno a lo profundo de sí, a la propia identidad no se crece; sin ubicarse en lo propio, en la línea de la propia potencialidad y capacidad no hay verdadero desenvolvimiento de la propia personalidad.

Los peligros en este nivel son los escapismos, la huída de sí mismo. En cambio la estabilidad comporta un aceptarse a sí, perfeccionarse con la ayuda de Dios y según Dios, en lo propio. Lo contrario, la evasión de sí mismo conduce a la inestabilidad. En este aspecto hay diversos escapismos. Por mencionar algunos: Una vuelta a lo salvaje. Hacer depender la grandeza y nobleza del hombre del estado salvaje, de un estado animalezco, es degradar y rechazar lo que el hombre es. Lo superior del hombre no se explica por lo inferior, lo más no se explica por lo menos.

De ahí que la "hipótesis de una prehistoria que da paso a la Historia por evolución natural y por sucesivos transformismos, es una arbitrariedad antimetafísica y antiteológica, contraria además a muchas conclusiones recientes de las así llamadas ciencias positivas. Constituye sí una forma sutil de antropodeísmo que prescinde del Creador y de la Perfección Inicial, como prescinde de la Caída y de la Redención y por lo tanto, de los hitos sustanciales para entender el puesto, la misión y el destino humano. Pero como todos los intentos antropodeístas están paradójicamente destinados a acabar con el hombre mismo, esta hipótesis prehistórica, termina haciendo del hombre un ser como las piedras, los ríos y los animales, un viviente más, en suma, no distinguible del resto de los entes vivos sino por ciertas gradaciones; un ser fundido con la naturaleza e indiferenciado de ella, un salvaje en el que la sensación y el instinto prevalecen y en quien hasta su misma "religiosidad" no sería sino una reacción defensiva, como dice Bergson, que lo preservaría de "los peligros y los temores de la inteligencia" traduciendo simples instintos biológicos mediante la función fabulatriz.

No negamos que pueda hablarse de un primitivismo en el cual el hombre no hubiera quebrado aún la inmediatez del espíritu con la naturaleza, ni alcanzado la plena conciencia por la mediación del pensamiento reflexivo. Negamos sí que ese hombre fuera esencialmente algo diferente a lo que es hoy, como negamos que deba considerarse a ese estadio el de la originariedad humana; o lo que es más alarmante, que precisamente por considerárselo salvaje pretenda reinvindicárselo como paradigmático.

Lo cierto es que Dios crea al hombre en estado de perfección, "a imagen y semejanza" nos dice la Escritura. Lo crea capaz del diálogo y del pensamiento, capaz de la acción conciente y reflexiva". (27)

Para el P. Petit de Murat, el hombre salvaje es un hombre degradado que ha caído de la normalidad. Escuchémosle.

"El salvaje está estabilizado en una degradación humana. No es un hombre primario, que evolutivamente podría transformarse en hombre racional y culto, porque todos los síntomas son precisamente de que esa naturaleza está asfixiada de tal manera, que no se puede mover ya hacia una cultura futura. No son hombres primarios, sino degradados. Son hombres que han caído de la normalidad. Tiene que haber una obstinación y una violencia a la razón para haberlo llegado a considerar al salvaje un hombre puro, embrionario; el salvaje es un hombre decrépito, es la vejez senil de una sociedad humana. Las dos notas que caracterizan al salvajismo son la fijación de atavismos aberrantes -noten bien las palabras, creo que son justas-, no cualquier atavismo, y una pasividad absoluta como hombre, es decir, extinción de la razón." (28)

 

El hombre maquinizado, esclavizado a la máquina. No es la máquina al servicio del hombre, sino al revés. El hombre, en la verdadera postura, es superior al instrumento no esclavo de él. La maquinización del hombre es someterlo a lo inferior, es degradarlo.

El hombre tecnocrático es el hombre unidimensional, que vive en una sola dimensión: la técnica. El hombre tecnocrático se olvida o descuida o desprecia los otros aspectos en el hombre: la amistad, la patria, la religión, etc. La verdadera perfección consiste en vivir la triple armonía del hombre: las cosas, el cuerpo-alma, los demás; y el alma con Dios, de manera virtuosa. La tecnocracia "se trata, en principio, de un sistema social e ideológico conforme al cual el dominio sobre la sociedad toda se ejerce por los técnicos y según criterios técnicos de funcionalidad, eficacia y racionalidad, dominio que supone la inserción total del individuo en el sistema tecnológico" (29).

La técnica en su justo lugar es buena, siempre y cuando se la subordine a lo moral y a la religión.

En la tecnocracia todo es regido al ritmo de la máquina y nada debe superarla; se ahoga, se asfixia al espíritu. Todo es medible por una nueva medida, que no es Dios, sino la fría y calculadora máquina. Se uniforman los gestos, hay abolición de la individualidad y la personalidad, desaparece la intimidad, todo se registra en lo verificable, el número. Pero:

"Pero no es el espíritu sólo lo que está en juego. En su esencia, la tecnología es un método de organizar aspectos de la vida y luego las organizaciones mismas, hasta que se alcanza una totalidad en la cual la organización se auto-perpetúa. El perpetuum mobile es el sueño último detrás de cada máquina y cada tecnólogo. En este punto el error es eliminado, y con él el ser humano que yerra. Notamos aquí el aguzarse de la afinidad entre tecnología e ideología: ambas proponen sistemas herméticamente cerrados y super-sistemas que eliminan como superflua una vida interior independiente. La sociedad no es más el gran animal de Platón, la historia deja de ser un indefinido número de encrucijadas donde la libertad y la imaginación se encuentran en combinaciones no planeadas. Los rasgos de la máquina se copian en la sociedad: uniformidad en la producción, homogeneidad, predictibilidad. La última palabra de la tecnología es simultaneidad, desde que el tiempo, también, es mecanizado: la historia se mueve de acuerdo a porciones planificadas de tiempo; el tiempo debe convertirse en el mismo para todos los hombres." (30)

El hombre despersonalizado: es el hombre masa. Es más fácil moverse según la corriente, adecuarse a los esquemas mundanos, que tener una personalidad sólida, vigorosa, de buenos principios y coherencia religiosa.

Debemos partir, en este sentido, de que la verdad tiene derechos, el error no. Una actitud peligrosa y escandalosa es cuando se empieza a amar menos la verdad, y entonces para justificarse en sus defecciones, se ataca menos el error. El paso posterior de la caída, es cuando empieza el terrible mundo de la justificación y la excusa. Comportarse como los demás en el error y el vicio, es el siguiente paso. La expresión es: "¡Total si los demás lo hacen!".

La actitud del hombre masa consiste en nivelar todo a su mismo nivel, en su chatura, en su mediocridad, y a la vez, de imponerla a los demás. Los hombres-masa no intentan sino ser en cada instante lo que ya son, no se esfuerzan por elevar su nivel cultural y conseguir una madurez ética. "Anhelan escalar la posición de las minorías selectas por lo que tiene de atractiva y noble, pero no quieren seguir el proceso de cultivo del espíritu que late en todo fenómeno de auténtico florecimiento cultural. Este doble juego de las mayorías provoca una subversión social. Lo característico del momento es que el alma vulgar, sabiéndose vulgar, tiene el denuedo de afirmar el derecho de la vulgaridad y lo impone dondequiera. Esta imposición coactiva, incualificada, da lugar al brutal imperio de las masas. La masa arrolla todo lo diferente, egregio, individual, calificado y selecto. Quien no sea como todo el mundo, quien no piense como todo el mundo corre riesgo de ser eliminado. Y claro está que ese 'todo el mundo' no es 'Todo el mundo'. 'Todo el mundo' era, normalmente, la unidad compleja de masa y minorías discrepantes, especiales. Ahora todo el mundo es sólo la masa. Este es el hecho formidable de nuestro tiempo, descrito sin ocultar la brutalidad de su apariencia" (31).

El hombre masa tiene como norma quedarse en lo menos, su nivel es conformar la continua decadencia de los valores sin preocuparse de lo que lo supera, ennoblece y perfecciona. El "hombre masa no siente la decadencia de una cualidad que nunca conoció; se le ha enseñado a abominar de todo cuanto sea resultado de un esfuerzo personal, para aceptar únicamente lo que adviene como resultado de una lucha anónima". (32)

"Una masa gris, ondulante, una masa compacta indiferenciada. Un ejército de criaturas vencidas, doblegadas" (ibíd.). Pero las masas no andan a la deriva como comúnmente se piensa, son dirigidas por las ideologías de turno, por los poderes mundanos. El hombre masa ha roto los vínculos que lo religan por debajo a la realidad sensible y por lo alto a la realidad suprasensible. Es una aglomeración en el hormiguero. La masificación:

"debe ser considerada como una enfermedad psíquica que ha penetrado hasta la médula más íntima del pensar y querer y que determina el comportamiento con relación a todas las preguntas de la vida. Para el observador superficial, hacia afuera se presenta como indiferencia e ignorancia. Pero quien mira más profundo y penetra hacia las raíces de la enfermedad, señala clara y nítidamente el bacilo del hombre-masa que ha traído ya mucha desolación y degeneración psíquica y que ha asumido el carácter de una epidemia. Delega en la masa todos los derechos de la personalidad, especialmente el desarrollo y la obligación de la decisión y la responsabilidad personales. Dicho con más precisión, los delega en el exponente de la masa, en el líder o el dictador, o como queramos llamar al hombre-señor u ordenador de la masa. Este sabe movilizar las masas caóticas y utilizarlas como instrumentos dóciles y juega con ellas según su beneplácito. En lugar de esto, oportunamente se ofrece pan y circo, panem et circenses.

El hombre degradado, en esta forma, de su dignidad a una pieza de máquina, ya no piensa personalmente. Ya no lo puede, ya no lo quiere. Deja que otros piensen en su lugar: su diario, la radio, la televisión, la masa. Para esto sus sentidos están despiertos, sumamente despiertos, están ansiosos, están hambrientos; todo su interés pertenece a aquello que puede ser recibido por los sentidos, los ojos, los oídos, las manos. Todo lo demás, para él tiene poca o ninguna importancia.

El actuar del hombre moderno medio es determinado por la eterna movilidad e intranquilidad de la máquina, de la cual él mismo parece ser una pieza. Casi se quiere decir, ya no actúa autónomamente desde un centro personal y sobre la base de decisiones pensadas; él es actuado. "Homo non agit, sed agitur" (El hombre no actúa, sino que es actuado). Por eso, todo tipo de trabajo, con el tiempo, pierde su carácter de participación en la actividad creadora de Dios. Se transforma en una empresa sin alma, y quiere ser rodeado constantemente por el bullicio ruidoso, como música de fondo, que permanentemente lo excita. En esto, norma y principio de selección, está el ritmo de vida de la masa. Ella, que por su parte es dirigida por el hombre-señor, determina lo que es bueno y malo, lo que es hermoso y feo, lo que es digno de ser amado y digno de ser despreciado. En esto, ni la conciencia ni menos aún los principios metafísicos juegan papel alguno. En la masa, y solamente en ella, uno se siente bien y feliz. Soledad, estar solo, silencio, tranquilidad son las cruces más grandes, son una carga insoportable de la que se huye como de la peste, la muerte o el diablo. El crimen más horrible, consiste en llamar la atención en alguna forma y en algún momento; es decir ser distinto, pensar distinto, actuar distinto que la masa -aunque sólo sea en algo- o sobrepasarla, aunque fuera sólo por un poco". (de Alianza de Amor del P. José Kentenich, p. 125-6) (33).

La salida, para la ubicación personal, y, por consiguiente, la propia estabilidad, es el retorno al interior, ubicarse en lo propio de acuerdo a las exigencias que vienen de Dios. Hay que volver a los principios de la vida espiritual: conocerse a sí mismo, prestar atención a sí mismo, vigilarse a sí mismo, etc. "Bien sabido (es) que sólo lo que posee intimidad tiene rostro" y que, "la vida interior exige un ritmo lento que permite tensar el ánimo hacia las realidades profundas. La prisa excesiva fuerza al hombre a deslizarse errante por la superficie flácida de las cosas vacías de trascendencia" (34). Ir a la interioridad es descender en lo profundo.

Debemos volver de nuevo a asombrarnos de la hondura de nuestro ser en relación con Dios; hay que admirarse de nuevo de la capacidad del alma. Cada hombre posee una hondura que va más allá de la sonrisa, de la periferia del propio ser. Se debe recuperar la profundidad del alma, que por un lado informa al cuerpo, y por otro lado, está abierta al cielo, abierta a la conversación con los ángeles

buenos y con Dios Uno y Trino. El más perverso error de la psicología decadente es cuando elimina el alma. Escuchemos en este aspecto al P. Castellani, que hace una observación profunda:

"El siglo pasado contempló el intento de una "psicología sin alma". Así se llama el libro de Lange (1828-1875), y así podrían calificarse innumerables investigaciones, algunas muy finas, como las de Mewmann sobre la memoria. Descartaban el alma-substancia, sea por perjuicios filosóficos (positivismo) sea por escrúpulos metodológicos (actualismo); pero tenían una falsa noción de lo que se entiende por sustancia... Hay una dualidad en el alma, puesto que ella puede describirse a sí misma con rabia y con desprecio. Eso es evidente. Yo no voy a decir que hay dos almas (eso fue condenado por el Concilio de Vienne) pero es como si las hubiera. Si el alma no fuera más que bajeza, ni siquiera se daría cuenta de la bajeza; más si se da cuenta, evidentemente hay en ella una alteza. Esa alteza está invisible en las "Memorias del Subterráneo"; pero ella es la que produce todas las memorias del subterráneo. Una nobleza terriblemente lastimada y herida resuelto allí por la herida.

He aquí el célebre "foso" de Santa Teresa, retratada "d'après nature" por un poeta genial. El alma es comparable a un castillo que tiene Siete Moradas (o círculos de habitaciones) y todo ello rodeado por un foso. ¡Qué contraste! Salimos de un subterráneo para ir a un castillo de diamante, a un palacio de cuentos de hadas. Es la parte noble o alta del alma la que se nos manifiesta en las obras de Santa Teresa, la que estaba oculta en la novela de Dostoiewski; aquí en cambio es el foso el que permanece oculto. Pero en cualquier alma existen las dos cosas." (35)

El hombre perfecto es el que alcanza el fin para el cual está creado, es el que mira al cielo sin dejar de darse cuenta que tiene los pies en tierra. Y ahora para graficar esto recurro a la leyenda de Anteo, el hijo de la Tierra, contra el que luchó Hércules, sin poderle dominar, hasta que notó que su adversario recobraba fuerzas cada vez que tocaba el suelo: entonces lo elevó del contacto con el suelo prístino y le ahogó en el aire, fuera de todo lugar. Es una leyenda de profundo sentido, que nos dice que hay un suelo original, antiguo, fuente de energía, y que está en lo hondo, en la libertad interior. (36) El hombre grande es el que descubre su bajeza pero sin ignorar ni olvidar su alteza; lo contrario es el desarraigado, el que ha perdido sus raíces mutiladas.

Cuando la persona se desubica, evade su ser, es como arrancar las raíces de la propia fecundidad. "Seremos como un árbol que por querer alzarse por encima de sí mismo arranca del suelo sus propias raíces, y muere" (37) . Sin embargo ser lo que uno debe ser es el camino que nos lleva a realizarnos en Dios, con su infinita ayuda.

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NOTAS

(1) P. FABRO C., Per un tomismo essenziale, en  Tomismo e pensiero moderno, p. 5.

(2) CLEMENTE DE ALEJANDRÍA, Stromata, II, 9, 45.

(3) Frag. 22 B, 45; Die Fragmente der VORSOKRATIKER, GRIECHISCH, und Deutsch von H. Diels, Berlin, 1951.

(4) P. FABRO, Cornelio, Per un tomismo essenziale, en Tomismo e pensiero moderno, p. 7.

(5) URS VON BALTHASAR, H., Prólogo al libro de KAPELLARI, Egon, Signos Sagrados, Herder, Barcelona, 1990, p. 9.

(6) URS VON BALTHASAR, H., Ibíd., p. 8.

(7) P. Fr. GARCIA VIEYRA, A., O.P., El paraíso, Santa Fe, 1980, p. 14.

(8) P. Fr. GARCIA VIEYRA, A., O.P., ibíd., p. 7.

(9) P. SAENZ, A., S.J., prólogo al libro de Fray Mario José PETIT DE MURAT O.P., Una sabiduría de los tiempos, Cruzamante, Buenos Aires 1995, p. 9.

(10) P. SAENZ, A., S.J., ibíd., p. 9.

(11) DI PIETRO, Alfredo, Homo Conditor, en la Rev. La Ciudad, Fades, Bs. As., 1984, p. 35.

(12) DI PIETRO, Alfredo, ibíd., p. 35.

(13) ALBERTO CATURELLI, Metafísica del habitar humano, en la rev, La Ciudad, Fades, Bs. As., 1984, p. 23.

(14) ALBERTO CATURELLI, ibíd., pp. 21, 22.

(15) DE COULANGES, FUSTEL, La ciudad Antigua, Emecé, Bs.As., 1945, pp.187-9.

(16) ELIADE, Mircea, Lo Sagrado y lo profano, Madrid 1983, p. 25.

(17) CAPONNETTO, Antonio, epílogo del libro del P. Fr. Mario José PETIT DE MURAT O.P. ibíd., p. 105.

(18) SARMIENTO, D. F., Obras Completas, t. XVI, p. 28.

(19) SANTO TOMAS, De Perfectione vitae spirituale, c. 15.

(20) PIO XII, Fulgens Radiatur, n. 20.

(21) RUIZ SANCHEZ, F., Fundamentos y fines en la educación, U.N.Cuyo, Mza, 1970, p. 40.

(22) HEGEL, F., La Lógica, Ed. Mondolfo, p. 136.

(23) HERR, F., Hegel, Franckfurt, Fischer,1955, p. 33

(24) HEGEL, F., op.cit., p.346.

(25) P. Fr. RAMIREZ, S, O.P., Pueblos y Gobernantes al Servicio del Bien Común, Euramérica, Madrid, 1956, p. 14.

(26) Temas Clave de Humanismo cristiano, Speiro, S.A., Madrid, 1984, p. 6.

(27) CAPONNETTO, Los Arquetipos y la Historia, Scholastica, Bs.As., 1991 pp. 76-7.

(28) P. Fr. PETIT DE MURAT O.P., op. cit., p. 53.

(29) MASSINI, Carlos Ignacio, La Revolución tecnocrática, Idearium, Bs. As., 1980, p. 14.

(30) MOLNAR, Thomas, La ideología de la tecnología, en Revista Gladius, Año 13, nº 38, Abril 1997, pp. 78-9.

(31) LOPEZ QUINTAS, Alfonso, La Juventud actual entre el vértigo y el éxtasis, creatividad y Educación, Docencia-Proyecto, Emecé,Bs.As.,1981, pp.116-7.

(32) CALDERÓN BOUCHET, Rubén, Esperanza, Historia y Utopía, Dictio, Bs.As., 1980, p. 328).

(33) Citado por P. Fernández Jaime, Tu Personalidad, Madurez o Masificación, Centro de Difusión Schöenstatt, Bellavista, 18-10-1981 pp. 9-11).

(34) cfr. LOPEZ QUINTAS, Diagnosis del hombre actual, Cristiandad, Madrid, 1966, p. 44.

(35) P. CASTELLANI, L., Psicología humana, Jauja, Mendoza, 1995, pp. 11-16.

(36) GUARDINI, Romano, Preocupación por el hombre, Cristiandad, Madrid, 1965, pp.85-86.

(37) Fr. Mamerto Esquiú, Sermones Patrióticos, Estrada, Bs.As., 1945, p. 83.