EXPERIENCIA CONTEMPLATIVA
EN
SANTA TERESA DE LOS ANDES
P. Fr. Marco Antonio Foschiatti O.P.
Introducción
El hombre es una nada capaz de Dios; somos seres finitos que poseemos la capacidad y el deseo de lo Infinito.
Todo hombre siente dentro de sí una tensión hacia lo Eterno, lo Inmutable, hacia Dios. Experimenta en su corazón, a veces sin saberlo, una gran nostalgia por la Verdad Eterna, por la Belleza imperecedera, por el Bien pleno y beatificante.
Somos sedientos de Alguien que dé sentido a nuestra existencia; somos unos sedientos de Dios y, a la vez, este Dios está sediento de nosotros, "tiene sed de nuestro amor".
Dios es el principio y la fuente del Ser: en Él existimos; Dios es nuestro fin último, nuestro Centro Vital. Alejados de este centro de Vida, vivimos desorbitados, en desorden, sin llegar a realizarnos, sin alcanzar nuestra plenitud; de ahí la gran angustia que domina al hombre de nuestro tiempo, aparentemente satisfecho con sus logros.
Dios es alegría: es el único capaz de saciar al hombre, porque su amor es infinito. La creación es como un desbordamiento de este amor divino que desea comunicarse. Y de ese plan de amor surge la creatura humana, a imagen y semejanza de Dios, capaz de conocer, de amar, de decidir, de entrar en comunión.
El hombre es el compendio del universo, un resumen de toda la obra divina, un Mikro-cosmos que posee el ser como los minerales, vive como los vegetales, siente como los animales y conoce y ama como los ángeles. Pero este plan maravilloso de Dios no queda aquí; la Trinidad quiere hacer partícipe al hombre de su propia vida. Desea elevar al hombre a la condición de hijo adoptivo suyo: también quiere derramar su Amor divino en el hombre, para que pueda responderle y entrar en comunión con El. El Amor increado suscitará en el hombre una respuesta de puro amor al Misterio del Dios que le llama a vivir en su intimidad. Dios quiere hacer del hombre un "Mikro-Theos".
Toda esta obra de elevación del hombre a la experiencia mística, a la unión con Dios, sólo se lleva a cabo por Cristo, con El y en El. Somos hijos de Dios en la medida en que participamos en la divina filiación de Jesús. Porque en Dios sólo hay un Hijo, solamente injertados en Cristo y en su Misterio Pascual, somos hijos en el Hijo. El Padre desea que seamos cristos vivos, sólo quiere ver en nosotros a su Hijo amado, en quien tiene todas sus complacencias.
Ser conformes a Cristo, a su vida y muerte, para poder ser glorificados con El: he ahí la voluntad de Dios sobre nosotros, nuestra gran vocación.
Esta identificación personal con Cristo se lleva a cabo, sobre todo, en el sacramento de la Eucaristía y en la oración contemplativa. En la oración contemplamos a Cristo y sus misterios para imitarlo, para asociarnos a su plan redentor; en la Eucaristía, Cristo nos une a El y nos concede la plenitud de su gracia para que podamos vivir constantemente en El, y El en nosotros.
La Eucaristía y la oración obrarán nuestra "transfiguración" en Jesús y nos impulsarán a compartir su obra salvadora por la humanidad, su Cruz.
Dios-Caridad quiere establecer, como ya dijimos, un diálogo entrañable con el hombre. La oración es un diálogo de amor, una respuesta libre del hombre, llena de adoración y gratitud, de arrepentimiento y confianza.
La vida de oración y el sacramento de la Eucaristía nos permitirán llegar a un encuentro experimental y vital con Cristo, a la experiencia contemplativa, que es un destello de luz eterna, un pregusto del cielo, un goce fruitivo de Dios.
Estamos llamados a vivir en plenitud nuestra vocación de hijos de Dios, y ésta encuentra su culmen, aquí en la tierra, en la experiencia contemplativa, en el sapere Deum.
Pero para llegar a la experiencia contemplativa hay que emprender el camino de la cruz, de la renuncia a todo amor desordenado, de la adhesión plena al querer divino.
En este camino ascético hay que tener presente las palabras del Señor a una santa: "Hazte capacidad y Yo me volveré torrente". Tenemos que estar dispuestos a "padecer" la acción del Espíritu, que con su amor purificará y abrasará lo más profundo de nuestro ser; fuego divino que al principio purgará en el dolor y el amor el alma, pero que luego se convertirá en cauterio suave que enjugará toda lágrima.
El fin de este trabajo es estudiar en Santa Teresa de los Andes, (Juanita Fernández Solar), estos pasos progresivos hacia la plena configuración con Jesús y su Misterio Pascual, hacia la luz contemplativa.
En Juanita se refleja con gran limpidez y hermosura, esa unión entrañable con Jesús -por medio de la Eucaristía y la oración-, unión que la llevará a ser víctima de amor por Dios y la Iglesia.
Este trabajo estará dividido en dos partes:
a) Experiencia transformativa en la Eucaristía. En base a textos de Teresa analizo su unión transformativa con Cristo, su oración y su inmolación junto al Sagrario,
b) "Per lucem ad Crucem - Per Crucem ad LUCEM. En esta parte encuadro la vida de Teresa en tres momentos: Tabor, Calvario y Resurrección. Analizo también, brevemente, el desarrollo de su oración en estos momentos, las purificaciones pasivas y reparadoras que sufrió, la intensidad de su experiencia mística.
I - Experiencia transformativa en la Eucaristía
El día de mi primera comunión fue un día sin nubes para mí. (...) No es para describir lo que pasó por mi alma con Jesús. Le pedí mil veces que me llevara, y sentía su voz querida por primera vez (...) Jesús, desde este primer abrazo, no me soltó y me tomó para sí (D. 6).
El día de su primera comunión, 11 de Septiembre de 1910, Juanita recibe sensiblemente una fuerte experiencia de Dios, una unión entrañable con Jesús, que irá creciendo en amor y en intensidad a través de los años.
Jesús la toma para sí, se la reserva exclusivamente para El. Su voluntad es que sea hostia unida a El para la redención.
Quisiera hacer comprender a las almas que la Eucaristía es un cielo, puesto que el cielo no es sino un sagrario sin puertas, una Eucaristía sin velos, una comunión sin términos (C. 112).
Desde su primera comunión, toda la vida de Juanita y su desarrollo espiritual, gira en torno a la Eucaristía. Su vida contemplativa hallará su fuente y su consumación en la Sagrada Comunión.
En el Carmelo, el Espíritu Santo le hará penetrar en el Misterio eucarístico, le manifestará la grandeza del amor que encierra, el misterio del anonadamiento de Cristo. Y este conocimiento infuso le daba tanto amor que no podía resistir; la abundancia de tanta luz y caridad la hacían desfallecer. Se lo dice al P. Cea:
Hace 6 días, estando en la acción de gracias después de la comunión, sentí un amor tan grande por N. Señor que me parecía que mi corazón no podía resistir; (...) ...de repente se me vino a la mente el anonadamiento de Dios bajo la forma de pan, y me dió tanto amor que no pude resistir; y mi alma, con una fuerza horrible, tendía a Dios. Después sentí esa suavidad, la que me inundó de paz y me convenció que era Dios (C. 122).
Teresa contemplaba en la Eucaristía todo el compendio del amor divino en favor del hombre.
La Eucaristía se hace presente y celebra los grandes misterios de nuestra fe: la Encarnación y la Redención.
Jesús, el Hijo de Dios vivo, no sólo se anonada por amor nuestro haciéndose hombre en María Virgen; no sólo se humilla hasta una muerte de Cruz, derramando hasta la última gota de sangre de su Corazón Divino por nosotros, sino que en la Eucaristía este amor rebasa toda medida: se hace alimento para poder unirse con cada persona -de manera íntima y particular- y comunicarle los frutos de la redención y transformarla por el amor.
¿Cómo no morirnos de amor al ver que a todo un Dios no le basta ya el hacerse niño, sujetarse a nuestras miserias, tener hambre, sed, sueño, cansancio, siendo Dios; no le basta el pasar por un pobre artesano, sino que se humilla hasta la muerte de cruz -muerte de un criminal en aquel tiempo- (...) Quiere más en su infinito amor, y cuando el hombre prepara su muerte, El se hace nuestro alimento para darnos vida. Un Dios alimento (...) pan de sus criaturas.
¿No es para hacernos morir de amor? (...) Miren a Jesús anonadado en el pesebre, en la cruz, en el sagrario. De allí nos dice cuánto nos ha amado." (C. 151).
Nos dice una oración colecta del Domingo vigésimo sexto durante el año: "Concédenos, Señor todopoderoso, que de tal manera saciemos nuestra hambre y nuestra sed en estos sacramentos, que nos transformemos en lo que hemos recibido".
Juanita vivió en cada comunión esa creciente transformación en Jesús. En la Eucaristía nosotros no asimilamos este alimento espiritual sino que somos asimilados por El. Cuando nos alimentamos, en la vida corporal de cada día, asimilamos el alimento material y lo transformamos en nosotros; en cambio el alimento eucarístico en vez de éste transformarse en el que lo recibe, transforma en sí al que lo recibe dignamente y con gran apertura de corazón.
Uno de los fines principales de la Eucaristía es transformar de tal manera al hombre que éste pueda decir: Vivo yo, mas no yo, sino que Cristo vive en mí (S. Pablo).
Muchos santos y místicos experimentaron ese alto estado de unión con Dios, llamado unión transformativa, donde el alma se halla de tal modo penetrada por el amor divino como el hierro sumergido en una caldera de fuego: el hierro no pierde su naturaleza pero se halla completamente identificado con el fuego, resplandeciente como él. De la misma manera sucede con el alma en la unión transformativa: penetrada por la hermosura divina el alma refleja las perfecciones de la Trinidad.
Veamos algunos ejemplos de esta unión transformativa en algunos santos, para poder luego analizar la experiencia de Teresa de los Andes.
En San Francisco de Asís podemos identificar su unión transformativa cristocéntrica en el episodio de la impresión de las llagas, en el Monte Alvernia. Francisco deseaba experimentar todo el amor que Jesús había manifestado por la humanidad en su Cruz; por otra parte deseaba padecer el mismo dolor del Redentor, asemejarse a su Cruz.
Francisco se convierte -según sus discípulos- en un Cristo viviente; todo su ser, después de esta unión, irradiaba a Jesús. En Santa Catalina de Siena esta unión transformativa se da como un cambio de corazones entre ella y Jesús. Jesús toma su corazón y le dona en cambio el suyo. Catalina vivirá con el Corazón de Jesús, como un signo externo de la completa identificación con Jesús.
En Santa Teresa de Ávila, Cristo se le aparece y se desposa con ella. Su corazón es herido también con el misterioso dardo de fuego, haciéndola morir a sí misma para vivir totalmente del amor divino. Experiencia que en Teresa de Ávila se da con todo el colorido propio de sus visiones.
En Teresita del Niño Jesús esta experiencia se verifica luego de su entrega al Amor misericordioso: Teresita, rezando el Vía Crucis, se sintió sumergida y herida en el amor divino.
En Sor Isabel de la Trinidad esta unión transformativa adquiere un tono más interior; vive su experiencia en el centro de su alma, en la intimidad con la Santísima Trinidad.
En Santa Teresa de los Andes la unión transformativa se da -como caso muy particular en ella- en la Sagrada Comunión. Silenciosamente, sin visiones ni revelaciones extraordinarias, su alma se perdía en Jesús, se adhería a El por el amor. La Eucaristía será, para Teresa de los Andes, el misterio de amor que la transforma en Jesús, ya que es propio del amor transformar al amante en el Amado.
En la Eucaristía Jesús comunicaba a Teresa todo lo que El es; Cristo la suplantaba, inundaba por completo su persona; conformaba de tal manera a Teresa, que su joven vida era solamente una irradiación de Cristo Crucificado. Jesús en la comunión, gracias a su entrega fiel, tomaba totalmente a Juanita y le entregaba -incluso sensiblemente- lo infinito de su amor.
Veamos algunos textos de cartas de Santa Teresa, en donde podemos analizar esta realidad transformante y unitiva de la comunión en su experiencia contemplativa.
Aprovechemos para enriquecernos en el momento de la comunión. Bañémonos en esa fuente de santidad y pidámosle el mundo entero de las almas (...) su Corazón está latiendo al unísono del nuestro (...) ¡Qué identificación tan grande! Somos en esos momentos otro Dios. Para mí esos momentos son cielo sin nada de destierro. ¿Qué puedo desear ya si todo un Dios es mío? (C. 113).
Si cada mañana al comulgar nos preparáramos un poco mejor ¡cómo nos aprovecharíamos de nuestra comunión...! ¡Cómo pasaríamos el día entero en éxtasis de amor para con ese Dios inmenso, majestuoso, hecho alimento de nuestras almas! En el cielo, hermanita, los ángeles lo contemplan faz a faz, pero nosotros los hombres lo poseemos cada uno, nos identificamos con El. En esos momentos en que mi alma está unida a Dios, cesa todo para mí. Me faltan palabras para expresar la dicha que experimento. Siento al Infinito, al Eterno, al Santo todopoderoso, al sapientísimo Dios unido con la nada pecadora (...). Entonces es cuando el alma se siente pura. Está en la fuente de la santidad. (C. 114).
¿Temes acaso que el abismo de la grandeza de Dios y el de tu nada jamás podrán unirse? Existe en El el Amor; y esta pasión lo hizo encarnarse para que, viendo un Hombre-Dios, no temieran acercarse a El (...) Esta pasión hízolo convertirse en pan, para poder asimilar y hacer desaparecer nuestra nada en su Ser infinito (C. 138).
En la Eucaristía está, vive ese Jesús entre nosotros; ese Dios que lloró, gimió y se compadeció de nuestras miserias. Ese pan tiene un corazón divino con las ternuras de pastor, de padre, de madre, y de esposo y de Dios (...) Escuchémosle, pues El dijo que es la "Verdad". Mirémosle pues es El la fisonomía del Padre. Amémosle, que es el amor dándose a sus criaturas. El viene a nuestra alma para que desaparezca en El, para endiosarla. ¿Qué unión, por grande que sea, puede ser comparada a ésta? Yo como Jesús. El es mi alimento. Soy asimilada por El. (C. 141).
Pero ante esta realidad transformante de la Eucaristía tenemos que cooperar también activamente nosotros. Hay que hacerse capacidad, arrojar de sí todo lo malo... atraer a Dios por el deseo del amor.
Cuanto más deseamos a Jesús; cuanta más hambre tenemos de El, tanto mas nos sacia infinitamente. El deseo de la comunión aumenta la medida de nuestro amor, dilata enormemente el corazón...
A Juanita la vemos, con empeño y seriedad, preparándose para ser una digna morada de Jesús. Comienza de pequeñita a sentir verdadera "hambre" por la Comunión; deseaba ardientemente recibir a Jesús. Y empieza a tratar de modificar su carácter, para prepararse a la primera comunión, tarea en la que se esforzará a lo largo de su vida. Desde niña Juanita siente el deseo de la perfección, pero no por amor propio, sino para agradar a Dios "pareciéndose y asemejándose en todo a Jesús".
La Sagrada Eucaristía no es sólo un sacramento que tiene como fin el alimentar la vida de la gracia y de configurarnos con Cristo, sino que es también un sacrificio. Jesús en la Hostia es alimento para nosotros y es hostia sacrificada para el Padre.
En la Santa Misa no sólo se actualiza la institución de la última Cena sino que también se renueva el sacrificio de la Cruz de Cristo.
Participar de la Misa es ponerse en íntimo contacto con la Cruz; es ofrecer la víctima que devuelve la gracia a los hombres, la víctima que reconcilia a los hombres con el Padre: Jesús Salvador.
Jesús ofreciéndose como "Hostia" al Padre, sigue comunicando a los hombres la gracia infinita de su Sangre redentora, que renueva y santifica el universo.
Pero Jesús, después de la Santa Misa, continúa en el Sagrario ofreciéndose como víctima; esta allí inmolado y glorioso a la vez; en el Sagrario continúa su diálogo de intercesión por nosotros al Padre, sigue presentándole su cuerpo inmolado y su sangre derramada por nosotros.
Ante esta realidad, el Sagrario se convierte para los cristianos en el lugar predilecto, después de la Santa Misa, en donde podemos ofrecer a Dios una respuesta digna de amor.
Somos incapaces de devolverle a Dios ni siquiera una mínima parte de todo lo que nos regala. Pero ante nuestra impotencia humana nos refugiamos en nuestro Mediador, nos ponemos junto al Divino Prisionero para que ofrezca por nosotros una adoración perfecta.
Ofrecemos a Dios una gloria infinita y perfecta, cuando mirando al Sagrario decimos, con todo el corazón: "Por Cristo, con El y en El, a Ti Dios Padre omnipotente, en la unidad del Espíritu Santo, todo honor y toda gloria, por los siglos de los siglos".
Para Santa Teresa el Sagrario era su centro continuo de atención, su centro vital: Que nada me llame la atención en la tierra si no es el Sagrario (D. 42). En varias de sus cartas revela la gran atracción que ejercía sobre Teresa el Sagrario; en muchas de ellas dice que quisiera esta al pie del Sagrario hasta la consumación de los tiempos, compartiendo y amando, reparando y ofreciendo junto a Jesús.
Sor Isabel, centrada en el Misterio de la Inhabitación, pudo decir que había encontrado su cielo en la tierra, "porque el cielo es Dios y Dios está en mi alma...". Santa Teresa, seguidora de Sor Isabel en varios puntos, encontrará su cielo en la tierra en el Sagrario, acompañando a Jesús, en su silenciosa y a veces olvidada inmolación.
¡Qué días de cielo, mi queridísima Madre, hemos pasado junto al Sagrario! Cuando al pie del Tabernáculo tenía la felicidad de encontrarme sola junto a ese Dios infinito y encarcelado por nuestro amor (...) (C. 44).
¡Qué feliz me encuentro en vivir prisionera con el Divino
Prisionero, consolarle con mis lágrimas, ayudarle a salvar almas, rogando y sufriendo! He principiado ya mi eternidad. Todo lo tengo. Sólo me falta el ver a Dios cara a cara... (...); vivamos siempre al pie del sagrario, aunque sea en espíritu, consolando a N. Señor en su agonía. (C. 111).
Teresa se dirigía al Sagrario, ante todo, para compartir el diálogo sacrificial de Jesús al Padre. Jesús en el Sagrario era su amigo íntimo, que comprendía y conocía como nadie sus penas y debilidades. Dios le había concedido la gracia de ser una contemplativa de la Eucaristía; apenas escuchaba hablar de este sacramento se llenaba de ímpetus de amor y de adoración: Me pasa que cuando me hablan de la Eucaristía siento algo tan extraño en mí, que no puedo pensar ni hacer nada. Como que me paralizo y creo que si en ese instante me vinieran ímpetus de amor no los podría resistir. ¡Jesús mío me anonado ante tu amor! ¡Tú, Dios del cielo, de la tierra, de los mares, de los montes, del firmamento tachonado de estrellas; Tú Señor que eres adorado por los ángeles en éxtasis de amor; Tú Jesús-Hombre; Tú Pan! (...) ¿Estás loco, Señor, de amor?. (D. 42).
La Eucaristía es un libro abierto para Teresa: es su Evangelio. De Jesús Hostia toma el ideal para su vida religiosa; comprendía bien que la vida religiosa es ante todo un holocausto, un martirio de amor. Teresa, en la silenciosa contemplación de la Víctima Divina, aprende a ser "hostia" como Jesús para la humanidad. Compañera de Jesús Hostia, inmolada con El, Teresa siente, en esta contemplación eucarística, todo el peso del infinito amor de Dios y de su anonadamiento y, a la vez, sufre al no ver correspondido y agradecido este "Don" de vida eterna. Desea constituirse en adoradora perpetua, en una constante melodía de amor y gratitud junto al sagrario, para amar por los que no aman, para que el sacrificio de Cristo fructifique en los corazones.
La carta 109 es preciosa en este sentido.
Isabel, seamos crucificadas; seamos hostias por el amor. (...)
Jesús es Hostia en el Altar. Se oculta. Aparentemente no ve, no oye, no habla, no se queja la hostia. Del mismo modo, si queremos ser hostias, debemos ocultarnos de las miradas de las criaturas, ocultarnos en Dios, es decir, obrar siempre no por buscar el agrado y acarrearnos las simpatías y el cariño de las criaturas; siempre tener a Dios por testigo y objeto de nuestros actos. La hostia no tiene voluntad. Obedecer sin replicar; obedecer aun en aquello que nos parece contrario a nuestro juicio, acallándolo por Dios. Obedecer a El (...).
La Santa Hostia está en un estrecho copón. Nosotras, hostias, debemos buscar la pobreza, eligiendo lo peor para nosotras sin que los otros se den cuenta. Buscar lo que nos incomoda en todo y por todo.
La Santa Hostia es pura. Nosotras debemos huir del afecto de toda criatura (...) nuestro corazón sólo para El (...).
La Santa Hostia se da a los cristianos. Nosotros debemos darnos por entero, o mejor prestarnos -pues no conviene darse- a cuantos nos rodean. Esto nos hará ser caritativas, pero siempre mirar en el prójimo a Jesús (C. 109).
Teresa vivió fielmente esta entrega que pedía San Pablo a los romanos: "Os exhorto, por la misericordia de Dios, a presentar vuestros cuerpos como hostia viva, santa, agradable a Dios; éste es vuestro culto razonable" (Rm. 12, 1).
Es Jesús en la Eucaristía el que le pide este ofrecimiento victimal que luego consumará en el Carmelo:
Pero hace un año -creo- N. Señor se me reveló un día cuando estaba expuesto, con una caridad infinita. Entonces me hizo comprender su amor no correspondido por los hombres. Me pidió me ofreciera como víctima de amor y expiación y me aseguró que iba a sufrir mucho en mi vida (C. 83).
Teresa vive su entrega victimal a Jesús desde la perspectiva eucarística; Jesús alimentándola con su cuerpo inmolado hizo de Teresa una ofrenda permanente para el Padre: una víctima pura, inmaculada y santa. Teresa une la oblación de su vida al sacrificio eucarístico: Es una tradición muy hermosa, la de algunas órdenes monásticas, de profesar colocando las manos en el altar, significando la relación estrecha que se da entre el ofrecimiento del religioso y el de la Víctima Divina. Ella, a semejanza del mártir San Ignacio de Antioquía, deseaba ser puro trigo, ser triturada por el amor, para poder convertirse en una hostia junto a Jesús, una víctima de caridad.
Quiero que Jesús me triture interiormente para ser hostia pura donde El pueda descansar (...) (C. 145).
En este sentido de inmolación junto a la Eucaristía, en la vida religiosa, es esclarecedor el número 59 de la exhortación Vita Consecrata:
"Al elegir un espacio circunscrito como lugar de vida, las claustrales participan del anonadamiento de Cristo mediante una pobreza radical que se manifiesta en la renuncia no sólo de las cosas, sino también del "espacio", de los contactos externos, de los bienes de la creación. Este modo singular de ofrecer el "cuerpo" las introduce de manera más sensible en el misterio eucarístico. Se ofrecen con Jesús por la salvación del mundo. Su ofrecimiento, además del aspecto de sacrificio y de expiación, adquiere la dimensión de la acción de gracias al Padre, participando en la acción de gracias del Hijo predilecto".
Teresa es hostia por el amor no sólo en su corta vida en el claustro: vivió este holocausto toda su vida. Día a día en la aceptación diaria del deber, en la aceptación plena de la voluntad divina, en la lucha contra el "yo" que muchas veces deseaba imponerse, en el vencer sus rabietas, en su oración constante (aun en medio de las oscuridades).
Teresa es hostia por el amor no sólo en su vida espiritual sino en la exquisita armonía y equilibrio que se da en la Santa entre la naturaleza y la gracia, entre lo divino y lo humano. En Teresa se puede comprobar cómo una experiencia transformativa con Dios no anula, como muchos creen, la humanidad de la persona sino que la experiencia mística hace florecer con toda su hermosura y perfección nuestra naturaleza humana, enriqueciéndola también con una participación inefable de la vida de Dios. En los santos la humanidad encuentra su plenitud y perfección; ellos son las verdaderas personas "normales"; nosotros, mientras no lleguemos a la íntima transformación de nuestra humanidad por Cristo, seremos los "anormales".
Vemos a Teresa sumergirse en la luz contemplativa, desear "triturarse" con penitencias y, a la vez, la vemos alegre, deportista, amante de la naturaleza, rodeada de amigos. Sus cartas están llenas de simpatía y aliento que estimulan a la virtud, con un lenguaje alegre y para nada "cargoso".
Dios es alegría infinita, nos dice Teresa, en un mundo que va perdiendo el sentido de la alegría -hoy todo se ve con pesimismo, aun entre cristianos-. Teresa nos dice que en el volver a Dios, en la conversión del corazón se encuentra el gozo y la paz. Que en la Comunión podremos encontrar nuestro cielo, un pregusto de la felicidad eterna y sobre todo, nuestra configuración con Cristo: en esto está nuestra plena alegría.
II. Per lucem ad Crucem - per Crucem ad Lucem
La carmelita sube al Tabor del Carmelo y se reviste de las vestiduras de la penitencia que la asemejan más a Jesús. Y como El, ella quiere transformarse, transfigurarse para ser convertida en Dios. La carmelita sube al Calvario, allí se inmola por las almas. El amor la crucifica, muere para sí misma y para el mundo. Se sepulta, y su sepulcro es el Corazón de Jesús, y de allí resucita, renace a una nueva vida y vive espiritualmente unida al mundo entero (D. 58).
La experiencia contemplativa de Santa Teresa de los Andes, su itinerario espiritual, me parece estar resumido en estas líneas, casi las últimas de su diario espiritual. Descubrimos tres momentos: Tabor, Calvario y Resurrección. En base a estos tres momentos podemos analizar la vida espiritual y la oración de Juanita y su ascención al Monte santo, donde vislumbrará la luz de la Trinidad.
En primer lugar tenemos el Monte Tabor en donde, ante todo, Teresa se ejercita en la "subida" a este monte elevado; subida que siempre implica renuncia, esfuerzo, y docilidad, paciencia y sobre todo, amor fuerte que impulse. Allí en la cima del monte podrá contemplar la hermosura de Dios, fascinarse... Escuchará la voz del Padre que le revela a su Hijo y se sentirá envuelta por la tiniebla luminosa del Espíritu Santo.
Pero la experiencia del Tabor es también preparación para afrontar la Cruz. Teresa, que ha gozado de la intimidad con Jesús envuelta por la luz trinitaria es invitada a descender con Cristo para compartir con El la Cruz (Cf. Vita Consecrata, 14).
Confortada con la gloria de su Esposo, deberá subir con El a la Cruz. Es la exigencia radical del Maestro; Jesús llama a Teresa a seguirlo donde quiera que El vaya: la llama a sufrir y amar.
Descenderá de la luz tabórica a la oscuridad del Calvario, de la experiencia mística al abandono de la Cruz, y de la inmolación en la Cruz pasará a la Luz Eterna; no ya a un destello momentáneo de la eternidad -como es la experiencia contemplativa- sino a la Luz sin horizontes ni fronteras, a la pérdida total en Dios en el cielo.
Vamos a estudiar estos tres momentos en Teresa: Tabor, Calvario y Resurrección, en base a algunos textos suyos más relevantes.
a) Subida al Monte Tabor
"Seis días después, toma Jesús consigo a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan, y los lleva aparte, a un monte alto" (Mt. 17, 1).
Ya vimos cómo Jesús tomó para sí a Juanita en el día de su primera comunión.
Desde ese momento inicia su sequela Christi, su apartamiento con Jesús (ir aparte es dejarse invadir por sólo Dios); comienza también su subida al monte de la Transfiguración, donde en oración con Jesús verá la gloria divina.
"Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame" (Mt. 16, 24). Son palabras de Jesús antes de llevar a algunos de ellos a contemplar la gloria de Dios. Seguir a Cristo implica conformarse enteramente con El, tener a Cristo como único ideal; requiere la constante muerte a nuestro "yo" herido para acoger a Cristo, y sólo El, en el alma. Hay que tomar también la cruz, que serán las humillaciones, dolores, incomprensiones y caídas que sufriremos; cruz que llevada con amor servirá para nuestra salvación y para poder vivir en comunión con Jesús.
Para escalar junto a Jesús el monte Tabor hace falta esfuerzo, lucha contra uno mismo, una creciente comunión con Jesús y sobre todo, el ejercicio del amor -única luz y guía que nos conduce al monte de la contemplación-. Todo esto con una inmensa docilidad: hay que dejarse guiar por Jesús, aunque muchas veces no se comprenda por dónde nos lleva.
Vemos a Teresa practicar en grado heroico todas las virtudes aprendidas de Jesús; en primer lugar la mansedumbre y la paciencia, para hacer frente a sus famosas "rabietas" y enojos que -como ella misma dice- a veces le hervían la sangre. El dominio pleno de sí misma fue fruto de un esfuerzo generoso, de una guerra a muerte al "yo", descentrado de Dios. Bástenos brevemente algunos fragmentos de su diario para comprobar lo heroico de su camino ascético -sobre todo en una adolescente-: Mañana es el día de la Trinidad. ¿Encontrará el Padre la figura de Cristo en mí? ¡Oh, cuánto me falta para parecerme a El! No tengo todavía bastante virtud. Me abato muy luego. Sin embargo soy más humilde o me humillo más y tengo más fe (...)
Hoy me he vencido mucho para no rabiar. Dios mío, Tú me has ayudado. Gracias te doy (...).
Me voy a proponer no nombrar jamás el Yo ni para bueno ni para malo (...). Me he fijado en no nombrarme, en no hablar de mí. Cuesta bastante, pero lo haré por Jesús, para consolarle.
Jesús me pide que sea santa. Que haga con perfección mi deber. Que el deber -me dijo- es la cruz. Y en la Cruz está Jesús. (Cf. D. 23, 24, 34).
Pero es sobre todo el ejercicio constante y sincero del amor el que eleva tan rápido el alma de Teresa a la unión con Dios. Vivir en el amor es vivir adheridos sin reservas al querer divino; es hacer de la voluntad de Dios la propia felicidad:
Creo que en el amor está la santidad. Quiero ser santa. Luego me entregaré al amor, ya que éste purifica, sirve para expiar. El que ama no tiene otra voluntad sino la del amado; luego yo quiero hacer la voluntad de Jesús. El que ama se sacrifica (...) El amor obedece sin réplica. El amor es fiel. El amor no vacila. El amor es lazo de unión de dos almas. Por el amor me fundiré en Jesús (D. 30).
Encadenarla (la voluntad) por Dios, es vivir libre, es vivir de amor... (...); en la cruz está el amor y amando se es feliz. (C. 159).
En el completo abandono al amor de Cristo hallará el secreto de la santidad. El amor de Cristo la transportó -en tan pocos años- al monte donde sólo reina el Amor, sólo Dios. El amor divino la dotó de "alas" inmensas para poder elevarse al Tabor y al Calvario.
Vi al águila remontarse altiva desde la honda quebrada, tendiendo sus negras alas por el etéreo espacio. Vila subir hasta perderse de vista entre las nubes rojizas del horizonte, y contemplé largo rato el rumbo que siguiera en las alturas, envidiando su poderoso vuelo (...) ¿Por qué, me preguntaba, no posee el hombre este don? (...)
Pero reflexionando más seriamente me dije, ¿no es verdad que el hombre posee alas mil veces más potentes (...).
¿No extiende el alma las alas de la inteligencia y emprende su vuelo hacia lo infinito, hasta perderse en el abismo insondable de la grandeza de Dios? (...) Posee el hombre alas incomparablemente más poderosas que el águila caudal, soberana del espacio. ¡Feliz él si sabe desplegarlas y vivir siempre arriba en su atmósfera propia!..." (Cf. comp. "Alas").
Las dos alas, dones del amor divino, que la elevaron fueron -a mi parecer- la Eucaristía y la oración. Fueron dos fuentes inagotables para Teresa. Ya me referí a la vida eucarística de Teresa; hablaré sobre la vida de oración, de coloquio constante y de amistad con el Señor.
Nos dice su hermano Luis, hablando sobre la vida de oración de Teresa: "Toda su vida fué mujer de oración. Veía a Dios en todas las cosas. Como consecuencia de su fe profunda en Dios, vivía con El. Ni un momento se apartaba de la presencia de Dios, su alma estaba de rodillas ante Dios."
Dios crea al hombre capaz de establecer un diálogo íntimo y amigable con El. La razón más alta de nuestra dignidad humana es poder entrar en relación con Dios. Es una vocación altísima que nos diferencia de todas las demás creaturas, ya que sólo el hombre puede responder a su Creador. Pero por el Verbo hecho hombre, por Cristo, este diálogo se eleva a una relación entrañable y verdadera de un hijo para con su Padre; por Cristo el Espíritu puede clamar desde lo hondo de nuestro corazón: ¡Abbá, Padre!.
Juanita, desde pequeña, va a estar unida a este diálogo con Cristo que la llevará al seno trinitario. Diálogo cotidiano y espontáneo, lleno de gratitud, arrepentimiento e inocencia:
Todos los días comulgaba -dice a sus diez años- y hablaba con Jesús largo rato. (D. 6).
Jesús, a esta confianza plena de Juanita, a su oración fiel, le responde con la gracia "gratis data" de la locución. Juanita, con trece años, se encontraba enferma; sentía un poco de soledad y tristeza y Jesús acude a consolarla; desde su Sagrado Corazón -fuente de todo consuelo- le dice que la quiere unida a El en la Cruz, reparadora junto a la Eucaristía y además le revela su vocación:
Mis ojos llenos de lágrimas se fijaron en un cuadro del Sagrado Corazón y sentí una voz dulce que me decía: ¡Cómo! Yo, Juanita, estoy solo en el altar por tu amor, ¿y tú no aguantas un momento?.
Desde entonces Jesusito me habla. Yo pasaba horas enteras conversando con El. Así es que me gustaba estar sola. Me fué enseñando cómo debía sufrir y no quejarme y de la unión íntima con El; entonces me dijo que me quería para El. Que quería que fuese carmelita (D. 7).
Fue una gracia especial del Señor para disponerla a una vida de mayor unión con El, de intimidad, como dice hermosamente Teresa. Es Jesús el que suavemente la va guiando a la cima de la luz y a la de la inmolación.
Jesús me alimenta cotidianamente con su Carne adorable y, junto con este manjar escucho una voz dulce y suave (...). Esta es la voz que me guía, que suelta las velas del barco de mi alma para que no sucumba, y para que no se hunda. Siempre siento esa voz querida que es la de mi Amado, la voz de Jesús en el fondo del alma mía; y en mis penas, en mis tentaciones, es El mi Consolador, es El mi Capitán. (D. 10).
Teresa es desde niña un modelo de escucha. María Sma., que fue siempre su espejo, le inspiraba sus mismas actitudes: un "hágase" constante a la voluntad de Dios, una disposición de estar en silencio interior.
Y en esta actitud de espera saber clamar: "Habla Señor, que tu sierva escucha". Teresa es toda receptividad a Jesús, a sus inspiraciones, a sus deseos; vive en una escucha interior, se deja penetrar por la voz de Jesús; y esa voz se convierte en ella en abundantes frutos de vida.
La escucha de Jesús sirve como punto de partida para su coloquio; esta actitud de Teresa de estar a los pies de Jesús, recibiendo su palabra, es la parte mejor, "la cosa necesaria", la excelencia de la vida contemplativa, que consiste ante todo, en estar con el Señor, compartir con El, entregar la vida con El...
Todos los días hago mi meditación y veo cuán grande ayuda es para santificarse. Es el espejo del alma. Cuánto se conoce en ella a sí misma (D. 18).
La oración en nuestra santa por obra de la gracia se va simplificando y perfeccionando. Le cuesta la meditación discursiva, metódica; sólo una simple mirada de fe y amor a Jesús la sacian, la estimulan a su imitación...
Me preguntó cómo era mi oración, si estéril o con devoción. Yo le dije que con devoción a veces; pero había períodos en que no podía meditar y me quedaba tranquila con N. Señor (D. 20).
Se dice que donde está la mirada está el corazón. Juanita fijando siempre su mirada interior en Jesús y en María, logra que el corazón -aún en medio de tinieblas y sufrimientos- esté anclado en Dios, fijo en su Amor. Juanita, con esa constante mirada y atención a Jesús, lucha contra el amor propio, que lleva al hombre a encerrarse en sí mismo, centrado en su pequeño "yo". La oración de simple mirada, de carácter infuso, abre el corazón del hombre para que se ocupe totalmente de Dios. Dios mío, Trinidad a quien adoro, ayúdame a olvidarme por completo de mí mismo para establecerme en Tí... (Sor Isabel).
Esta mirada del corazón fija en Dios y en sus misterios -particularmente en la Eucaristía, compendio de los misterios de la salvación- ayuda a Juanita a madurar admirablemente en su razonar; es que la mirada puesta en Dios eleva nuestra capacidad de "ver" las cosas con una luz nueva, con la luz de la Verdad. Esta oración purifica gradualmente al corazón y lo hace "capaz" de ver a Dios en todo.
El contemplativo es el que mira la realidad desde Dios y desde Dios ofrece una respuesta de esperanza. No se queda en el miope mirar de los hombres; descubre en todo la mano de Dios y su voluntad que todo lo dispone para el bien de los que ama.
Citaré algunos pasajes en donde descubrimos, en Teresa, esa oración de simple mirada. A medida que aumenta en Juanita esta mirada amorosa a Jesús, más se enloquece por El y siente la imperiosa necesidad de darse y entregarse con un amor pleno a El. Es un conocimiento que aumenta el amor. Una teología de rodillas...
La contemplación es un don de Dios (...), es una mirada llena de amor a Dios o a Jesús. Dios les descubre, en esa mirada, algunas de sus perfecciones adorables y, al conocerlas, el alma se llena de amor (C. 138).
No te desconsueles con no poder discurrir ni saberle decir nada a N. Señor (...). A mí me pasa muchas veces lo mismo, y no por eso creo que mi oración es mala; pues el fin de la oración es inflamarnos en el amor de nuestro Dios. Si el estar sólo en su presencia, si el mirarle sólo nos basta para amarle, y estamos tan prendadas de su Hermosura que no podemos decirle otra cosa sino que lo amamos, ¿por qué pues hermanita inquietarnos? (C. 109).
Cuando a Dios se conoce; cuando en el silencio de la oración alumbra el alma con un rayo de su hermosura infinita; cuando alumbra el entendimiento con su sabiduría y poderío; cuando inflama la voluntad con su bondad y misericordia, se mira todo lo de la tierra con tristeza.
Y el alma (...) se encuentra desterrada y suspira con ardientes ímpetus por contemplar sin cesar ese horizonte infinito que a medida que se mira se ensancha sin encontrar en Dios límites jamás. (C. 81).
Apenas tengas un momentito libre, sin estudiar, éntrate en tu celdita para hacer compañía a tu Divino Maestro. Míralo con los
ojos de tu alma. Contempla su hermosura. Penetra en su corazón: está lleno de amor por tí (C. 142).
Ya vamos vislumbrando en Teresa la luz de la hermosura de Dios, ese Dios fascinante; ya llegamos a las claridades del Tabor, a la manifestación de la gloria divina que hace experimentar al alma un pregusto de la Vida, que la hace sentir tan unida a Dios que sólo una leve tela los separa de la perfecta y eterna unión.
El secreto de su ascensión tan rápida al Tabor es, como ya dijimos, su entrega al Amor. Nos dice el Cardenal Sodano:
"El ave que se deja caer y llevar por las corrientes de aire nos sugiere el abandono del corazón dócil a las mociones del Espíritu Santo. Juanita Fernández Solar se dejó llevar por el Paráclito, que puede ser viento impetuoso como en Pentecostés, o íntimo susurro de aura. Ese abandono filial es el secreto de su vuelo tan alto en el espacio de la santidad y de la mística." (Homilía en la Misa del 22 de Marzo de 1993, en S. Pedro del Vaticano).
b) En la cima del Monte Santo
"... recibió de Dios Padre honor y gloria cuando la sublime gloria le dirigió esta voz: Este es mi Hijo muy amado en quien me complazco. Nosotros escuchamos esta voz, venida del cielo, estando con él en el monte santo" (2 Pe. 1, 17).
Teresa, escalando heroicamente, impulsada por el viento del amor divino, llega al monte de la contemplación; allí se le revelará la Trinidad.
En su diario, en el verano de 1919, tenemos relatadas con sencillez y precisión, las experiencias místicas de Juanita. Citaré algunos párrafos:
Me dió a entender su grandeza y al propio tiempo mi nada (...) Las perfecciones de Dios se me presentaron una a una: la Bondad, la Sabiduría, la Inmensidad, la misericordia, la Santidad, la Justicia. Hubo un instante en que no supe nada. Me sentía en Dios (D. 49).
N. Señor me dijo quería que viviera con El en una comunión perpetua, me dijo que la Sma. Trinidad estaba en mi alma; que la adorara.
Inmediatamente quedé muy recogida, la contemplaba y me parecía llena de luz (...), en lo íntimo de mi alma me hizo comprender el amor que lo hacía salir de sí mismo para buscarme (...), esto fué sin palabras y me encendió en el amor de Dios (Cf. D. 51).
Ya en el Carmelo estas experiencias contemplativas adquieren una mayor luz, una fruición más elevada. Citaré brevemente algunos textos. Sin embargo, para una mayor comprensión de su vida mística, es necesario una lectura directa y reposada de los mismos:
Hace 8 días que estoy en el Carmelo. Ocho días de cielo. Siento de tal manera el amor divino, que hay momentos creo no voy a resistir (...). He sentido mucho amor divino. En la oración sentí que el Sgdo. Corazón se unía a mi. Y su amor era tanto que sentía todo mi cuerpo abrasado en este amor y estaba sin sentir mi cuerpo.
Dios se comunica a mi alma de una manera inefable en estos días que estoy en el cenáculo. Ya no es sensible el amor que siento, es mucho más interior. En la oración me sucede como nunca me había pasado: me quedo completamente penetrada de Dios. No puedo reflexionar, sino como que me duermo en Dios. Así siento su grandeza y es tal el gozo que siento en el alma como que es de Dios. Me parece que me encuentro penetrada toda de la divinidad. (Cf. D. 54, 56).
La exhortación Vita Consecrata nos habla de la misión de la vida consagrada de ofrecer al mundo una existencia transfigurada por Cristo, una vida que despierte en el hombre la nostalgia por la Belleza divina, por el Bien eterno. Juanita llegando al Monte Santo, llenándose de Dios, puede ser hoy una viva irradiación de esa existencia transfigurada por Dios y una invitación constante a subir al Tabor, en donde se realiza la unión del hombre con Dios.
El don de sabiduría es el que nos permite ese conocimiento experimental de Dios, conocimiento que ilumina al alma con una luz nueva; el alma aprehende lo divino pero le resulta difícil expresarlo con palabras, es un saber no sabiendo. Saber infuso que trasciende toda ciencia. La contemplación perfecciona la caridad -como ya dijimos-; cuanto más se conoce a Dios más uno se sumerge en su amor y a la vez el amor impulsa a buscarlo, para conocer más su belleza y unirse con El.
Toda contemplación es infusa, regalada por Dios, sin embargo Dios sólo la dona a los que están dispuestos, a los que se vacían de todo en su afecto para buscar sólo su amor. A esta senda de contemplación, a esta experiencia de lo divino, estamos todos llamados de alguna manera, sólo hay que tomarse el trabajo de saber desplegar las velas del barco del alma, saber esperar tanto en las noches como en los días, hasta que sople el viento de Dios y nos impulse hacia El.
En la vida espiritual hay que ser pacientes, esperar la aurora. Me decía una vez un monje que en el monasterio -a manera de comparación- toda su vida consistía en preparar en el interior del corazón pequeñas ramas, leñas y hojas y luego rogar a Dios para que descienda su Fuego, consuma todo el combustible preparado con su sacrificio, y encienda así la Llama de Amor Viva.
¡Hermosa comparación!, que podríamos aplicarla a nuestra carmelita; cuánto esfuerzo, renuncias, búsqueda constante de "ramas" de buenas obras, "leños" de virtudes robustas; cuánto combustible de perseverante amor habrá reunido Juanita durante su subida al Tabor. Llegada al Monte Santo de la contemplación y por su ferviente y continua oración -a imitación del profeta Elías- descendió sobre ella el Fuego luminoso que consumió para Dios su vida inundándola de luz y fuego, pero también de sangre y agua: gozo e inmolación. Porque quien quiere experimentar a Dios -que es Amor-, debe llegar a la fuente y a la cumbre del Amor, que sólo se encuentra en la Cruz: Amar y Sufrir.
Teresa contempla la gloria de Dios no para abstraerse de la realidad humana para olvidarse de la miseria de la tierra, sino para fortalecerse e inundarse de caridad para una completa y decisiva subida a la Cruz con Jesús por la humanidad.
Mi oración es cada vez mas sencilla. Apenas me pongo en oración siento que toda mi alma se sumerge en Dios, y encuentro una paz, una tranquilidad tan grande como me es posible describir. Entonces mi alma percibe ese silencio divino, y cuanto más profunda es esa quietud y recogimiento, más se me revela Dios. Es una noticia muy clara y rápida.
Si tú te das a la oración, conseguirás que Dios se te manifieste y te enamore de El. En la oración nuestra alma lo busca, y si es con ansias de conocerlo y amarlo, Jesús levanta un tanto el velo que lo encubre y muestra su divina Faz radiante de hermosura y suavidad (Cf. C. 116 y 121).
Termino citando la exhortación Vita Consecrata que nos puede iluminar sobre la misión redentora de toda experiencia mística:
"La transfiguración no es sólo revelación de la gloria de Cristo, sino también preparación para afrontar la Cruz. Ella implica un "subir al monte" y un "bajar del monte": los discípulos que han gozado de la intimidad del Maestro, envueltos momentáneamente por el esplendor de la vida trinitaria y de la comunión con Jesús son invitados a descender para vivir con El las exigencias del designio de Dios y emprender con valor el camino de la cruz" (Vita Consecrata, 14).
c) Subida al Calvario
La experiencia mística de Santa Teresa de los Andes está marcada profundamente no sólo por las claridades del Tabor, en donde se le manifiesta la hermosura de Dios, sino que lleva la impronta de la Cruz. Teresa, por un misterioso designio de la providencia, estuvo llamada a compartir, en la oración, la agonía y el abandono de Cristo en su pasión; ella será la que responda a la invitación del Redentor: quédense aquí velando conmigo. Es la fiel compañera de Jesús en su agonía, se compadecerá con El, será hostia adorante junto a El.
También participará del abandono misterioso que Jesús sufrió en la Cruz, abandono que lo hizo clamar, desde el fondo de su Corazón humillado y angustiado: Dios mío ¿porqué me has abandonado?.
Teresa manifiesta esta comunión con el abandono de Jesús en sus sequedades y arideces en experiencias fuertes de oración donde Dios le revelaba su nada criminal, su poca correspondencia y entrega a El. Sufrirá, de manera especial, este abandono de la Cruz en su agonía sin el consuelo de la Madre Angélica, ni la de su mamá. Y también en una prueba horrible -en la que se creía condenada- prueba que acabó por purificar por completo su espíritu, para que pudiera sin resistencias sumergirse eternamente en el seno del Amor.
Analicemos, según sus escritos, algunas de estas experiencias de comunión con Jesús paciente.
Medité en la oración del Huerto. N. Señor me acercó a El. Vi su rostro moribundo. Lo sentí helado. El rogó por mí a su Padre para que al menos yo no lo abandonara y le fuera fiel. Sentí fervor y dolor de ofenderlo (Cf. D. 51).
En el Carmelo tendrá otra experiencia mística con Jesús agonizante:
26 de Mayo de 1919. Hace tres días que estoy sumida en la agonía de N. Señor. Se me representa a cada instante moribundo. Con el rostro en el suelo. (...) Pálido. Demacrado (...). Esta imagen la veo con una viveza tal que me produce una especie de agonía. (...) No se cómo agradecerle al Señor me haga participante de sus sufrimientos y que encuentre consuelo en mí, pecadora miserable (Cf. D. 55).
Según las revelaciones privadas de algunos santos -entre ellos resalta Sta. Margarita María de Alacoque-, en el Huerto de los Olivos es donde internamente Jesús sufrió más inmensamente: Escuchemos el relato de Sta. Margarita María en su diario espiritual, cuando Jesús le pide su compañía mediante la "Hora Santa":
"Estaba un día en oración, considerando atentamente el único objeto de mi amor en el Huerto de los Olivos, inmersa en una profunda tristeza y al experimentar vivamente el deseo de compartir sus angustias, Jesús me dijo amorosamente: Es aquí donde, internamente, he sufrido más que en todo el resto de mi pasión, al verme abandonado de cielo y tierra, cargado con todos los pecados de los hombres (...). Todas las noches del jueves al viernes, te haré partícipe de esta misma tristeza mortal que quise sufrir en el Huerto de los Olivos, y esta tristeza te conducirá, sin que tú lo puedas comprender, a una especie de agonía más dura de soportar que la misma muerte". La experiencia de Teresa es muy semejante a la de Santa Margarita María: ambas están junto al Señor compartiendo y amando. Teresa realiza una oración reparadora.
La reparación tiende a contrarrestar, a hacer frente a la ingratitud y la indiferencia de los hombres hacia Dios. Reparación es sinónimo de inmolación por aquellos que no aman y ofenden a Dios. No debemos perder la visión del pecado, no sólo como un mal individual y social, sino como una ofensa infinita al Sumo Bien, un rechazo a Dios y a su plan para con el hombre.
Triste está en mi alma hasta la muerte, quédense aquí velando conmigo. Es la exclamación del Señor en su abandono. El se sabe infinitamente amado por su Padre y confía plenamente en El, pero a la vez no lo siente cercano, no experimenta su amor como antes. Cristo se sabe inocente, santo y querido por Dios pero se siente como "rechazado" por el peso de nuestros pecados, por un peso infinito que lo hace sudar sangre.
Getsemaní es un misterio; misterio de un Dios que sufre y que pide consuelo y presencia humana. Teresa escucha el llamado del Señor en el Huerto, carga con la angustia misma del Señor, con el misterioso dolor que le produce cada pecado de la humanidad. En este sentido es iluminador lo que nos dice el Catecismo de la Iglesia Católica:
"Debemos considerar como culpables de esta horrible falta (la muerte del Señor) a los que continúan recayendo en sus pecados. Ya que son nuestras malas acciones las que han hecho sufrir a Nuestro Señor Jesucristo el suplicio de la Cruz. Sin ninguna duda los que se sumergen en los desórdenes y en el mal "crucifican por su parte de nuevo al Hijo de Dios y le exponen a pública infamia" (Hb. 6, 6) (...). Cuando renegamos de Él con nuestras malas acciones, ponemos de algún modo sobre El nuestras manos criminales." (n. 598).
Jesús continúa pidiendo nuestra ayuda. Teresa nos enseña cómo podemos ofrecérsela. Ante todo, "viviendo" su Misterio, asociándonos a su inmolación, a su obediencia filial y a su sufrimiento redentor.
"No hay mayor amor que dar la vida por los amigos" (Jn. 15, 13).
Jesús invita a Juanita a ofrecerse por todos, para consolar su Corazón. Como Jesús, víctima divina en la Cruz, ella tendrá que consumar su sacrificio, ofrecer su humanidad para que Jesús "reviva" en ella su pasión: Me mostró su grandeza y mi nada y dijo que me había escogido para víctima. Que subiera con El al Calvario. Que emprenderíamos juntos la conquista de las almas: El, Capitán y yo, soldado. Nuestra arma: la Cruz. La divisa, el amor. Me dijo que sufriera con alegría, con amor. Que todos los días sacara una espina de su Corazón (D. 37).
Quiero ser crucificada. Me dijo que le salvara las almas. Yo le prometí. Que también lo consolara; que se sentía abandonado (...).
Quiero pasar mi vida sufriendo para reparar mis pecados y los de los pecadores. Para que se santifiquen los sacerdotes. No quiero ser feliz yo, sino que Tú seas feliz (D. 34).
La espiritualidad de Teresa presenta este fuerte rasgo de la reparación. Reparación que practicaba, ante todo, dejándose invadir por Dios, no impidiendo su acción santificadora, entregándose a Jesús con la mayor perfección posible para "consolar" al Señor por el continuo abandono de los hombres y el desprecio de su salvación.
Reparación manifestada también en las penitencias voluntarias en las que encontraba un medio para manifestar su amor al Señor y su deseo de compartir su dolor, para redención de la humanidad.
El dolor y la penitencia voluntaria son para Teresa instrumentos de salvación. Su deseo de mortificarse en todo, brota de la caridad inmensa que tenía, caridad que no podía permitir que se condenaran las almas que tanto habían costado a Jesús.
Teresa nos estimula a vivir en la reparación; hoy más que nunca el Corazón de Cristo -que recibe tanta ingratitud a cambio de su amor- nos sigue clamando, como un día en Paray le Monial:
"No recibo más que ofensas y ultrajes; por lo menos ámame tú".
Pasemos ahora a analizar las purificaciones pasivas que sufrió Teresa a lo largo de su vida. Citaré algunos textos:
Abril (1918). Sufro, pero de una manera horrible, el abandono. Jesús me ha abandonado porque soy infiel. Ya no oye mis oraciones y me deja sin su gracia para vencerme, de manera que estoy
desesperada. Jesús mío, ten piedad de mí. Tú sabes que te amo. Madre mía, socórreme en las tinieblas (D. 39).
(14 de un octubre de 1938) ¡Sufrir! Esta palabra es el grito de mi corazón. Pero ahora sufro como nunca. Son penas del alma (...).
No tengo gusto ni por la oración ni por la comunión y, sin embargo, son unos deseos grandes los que siento en mi alma de unirse con El (D. 46).
En el Carmelo, en medio de momentos de luz intensísima, estas purificaciones aumentarán en intensidad:
Me vinieron unas dudas tan horribles contra la fe, que tuve la tentación de no comulgar y después, cuando tenía en mi lengua la sagrada Forma, la quería arrojar, porque creía que no estaba ni existía allí N. Señor (D. 56).
Me siento agobiada por mis miserias y abandonada de Dios; y por fin, la más terrible es la tentación contra la fe: quedo en completa oscuridad, dudando hasta de la existencia de Dios (C. 116).
El estado de mi alma es tal, que no lo puedo definir: un día tinieblas y distracciones, y la voluntad desea amar causándome gran pena de no amar a N. Señor y de no poderlo ver (...) no encuentro ni en Dios ni en las criaturas consuelo y paz (C. 145).
Dios es fuego consumidor. Fuego que embiste y que abraza todo nuestro ser, comunicándole su propio calor y resplandor.
Pero antes el Fuego debe ser un crisol purificador que destruya las escorias y suciedades de nuestra alma, que no podemos liberar con nuestra ascésis y esfuerzo. Es la llamada catarsis pasiva. Que -como ya sabemos- puede ser purificación en los sentidos o, más profundamente en el espíritu. Teresa percibió sensiblemente la acción de este Fuego Divino: Siento interiormente un fuego consumidor, que me consume enteramente (C. 122).
Al alma que ya se ejercita en las virtudes y en la oración, que avanza en el seguimiento de Cristo, Dios la coloca en esa purificación, en una noche. Se siente a oscuras, se imagina a Dios lejano, sordo a su clamor o, lo que es peor sufrimiento, se siente rechazada por Dios en la oración.
Estas purificaciones, según el estado de unión a que Dios quiere llevar a un alma, son dolorosísimas: configuran al alma según Cristo Crucificado. El alma se encuentra sin consuelo de nada ni de nadie. Ya sabe por experiencia que Dios es su todo adorado, el único que la puede satisfacer enteramente y, sin embargo, no encuentra a este Dios amado.
Está herida profundamente por el Amor Divino, una herida que sólo se remedia con la presencia del Amado; pero este Dios se esconde, se aleja, dejando al alma en el sólo penar.
Por otro lado el alma ya ha renunciado a los afectos del mundo y no encuentra consuelo ni descanso en nada del mundo; comprende vivamente que "Sólo Dios basta".
También esta llama purificadora, que es llama de Amor, va sacando del fondo del alma miserias e imperfecciones que antes ésta no percibía. De ahí que nace en el interior de la persona un sincero conocimiento de sí misma, una humildad profunda de "andar en la verdad" de su ser.
Escuchemos una breve catequesis de Teresa, bien experimentada por cierto, sobre las sequedades y pruebas interiores:
Hay otros sufrimientos aún mayores que no sé si los comprenderás. Estos son las sequedades del espíritu, que consisten en verse enteramente abandonada de Dios, en no sentir fervor en la oración (...). Nos apegamos al fervor sensible, a sentir el amor de Dios sensiblemente, y vamos muchas veces a la oración a buscar los consuelos de Dios, pero no a Dios. Esto es imperfección y N. Señor purga a las almas que quiere dándoles estas sequedades, y sólo cuando no les importa sentir o no el fervor sensible, entonces las regala y las consuela. Este es el mayor sufrimiento, pues es del alma: se ve abandonada a sus fuerzas, separada de Dios a quien tanto ama, y cercada de tentaciones, llena de flaquezas (...).
Mas Dios le deja sola aparentemente, pues Dios está a su lado invisiblemente con su gracia, y puede sacar de esta prueba mayor humildad al ver qué poco puede hacer por sí misma, y mayor amor al ver que, a pesar de ser miserable, Dios la ha llamado y amado más que a otras criaturas (C. 65).
Verdaderamente es asombroso el conocimiento claro que tenía Teresa de los caminos de Dios; con qué precisión sabe discernir estados espirituales, a veces oscuros para los mismos sacerdotes.
Esta purificación nos ayuda a tener pureza de intención en la oración; inconscientemente somos atraídos, muchas veces, más por los consuelos de la oración afectiva que por el ejercicio de las virtudes teologales (acto esencial a toda oración). De esta manera la noche en los consuelos y gustos nos hace ejercitar en actos sinceros de fe y caridad, que valen muchísimo más para nuestra santificación y la gloria de Dios, que un ejercicio de estas virtudes en una oración afectiva y relativamente fácil.
El amor une al alma con Dios. La ausencia del Amado mueve a la búsqueda, al ejercicio heroico del amor, clamando, llorando, desfalleciendo por el "Todo adorado" -que se esconde- y en quien encuentra el alma solamente su descanso y su felicidad cumplida.
Créame que todo me causa un hastío terrible; que cuando veo que encuentran algo hermoso y se alegran con ello, yo me digo: "No es Jesús. El sólo es hermoso. El sólo puede hacerme gozar". Lo llamo, lo lloro, lo busco dentro de mi alma. Estoy hambrienta de comulgar, pero no se me manifiesta (C. 145).
Sin embargo si el alma es dócil, si se deja llevar por el Señor y María, -recordemos la comparación de la gaviota que se deja llevar- podrá pasar de este desierto a las primeras manifestaciones de oración contemplativa.
Pero después de estas oscuridades Dios se comunica más a mi alma. Ayer ya no sabía dónde estaba, aún después de la oración; y aunque mi pensamiento no está permanentemente en Dios, me siento muy unida a El y, apenas pienso en El, mi alma se siente fuertemente atraída (C. 116).
Teresa sufre estas pruebas no sólo como una purificación sino también como un acto de reparación. Ella se ha ofrecido como víctima, quiere ser crucificada junto a Jesús. Estas tinieblas dolorosas las acepta para que brote la luz en los que no creen, para que la voluntad de los tibios y pocos fervorosos se sienta inclinada a amar a Dios.
Quiero que Jesús me triture interiormente para ser hostia pura donde El pueda descansar. Quiero estar sedienta de amor para que otras almas posean ese amor que esta pobre carmelita tanto desea (C. 145).
La víctima de amor tiene que subir al Calvario (palabras de Teresa en sus últimos días de enfermedad).
La configuración completa con Cristo sólo tendrá lugar, para Teresa y para todo cristiano, en el momento de la muerte. Desde la perspectiva cristiana la muerte es el "gran sacramento" que nos unirá íntimamente con el misterio Pascual; será nuestra "pascua" por excelencia, el paso a la eterna posesión de Dios y al feliz encuentro con el Señor.
La muerte será el mejor acto de expiación por nuestro pecado, el mayor testimonio de amor que podamos dar a Dios; la completa entrega y abandono de nuestro ser en sus manos paternales.
La muerte de Teresa de los Andes es victimal; ella se ha ofrecido a Jesús, para compartir y com-padecer su Muerte, en beneficio de la salvación de los hombres. Bien podía Teresa exclamar con S. Pablo: Lo que deseo es conocerle a El (Cristo), la comunión con sus sufrimientos, la conformidad con su muerte (Flp. 3, 10).
En los primeros días de Marzo, Teresa recibe una revelación del Señor de que moriría dentro de un mes. Teresa se lo comunica al confesor.
El Jueves Santo permanece en adoración ante Jesús Sacramentado casi todo el día; en una contemplación profunda realiza su última adoración eucarística. Pensemos en el diálogo que habrán entablado Jesús, la Víctima del Padre, y Teresa, pronta ya a subir al altar de la inmolación; ¡qué intercambio profundo de corazones! Teresa en esos momentos se habrá sumergido, como nunca, en el misterio de la Cruz que renueva cada Eucaristía. En ese Jueves Santo, como Juan el discípulo amado, Teresa reclina su alma en el Corazón Eucarístico de Cristo, para recibir fuerza y amor para inmolarse con El, para ser "hostia" pura sacrificada por los hombres. Jesús, desde su sacramento de amor, le habrá comunicado a Teresa esas ansias ardientes de la salvación del género humano que consumían su alma.
Pues sólo con ese amor redentor es posible "vivir" el sacramento de la muerte como una ofrenda.
El Viernes Santo -2 de abril de 1920- cae gravemente enferma de tifus para no levantarse más. Citemos algunos párrafos de la carta de edificación, escrita por la Madre Angélica del Smo. Sacramento:
"Su enfermedad fue dolorosísima bajo todos los aspectos. Dado el estado de postración en que estaba, hasta beber un poco de agua le era tormento (...). Jamás se le oyó queja, ni pidió alivio alguno. Aceptaba todo. Nada rechazaba por penoso que fuera".
El 6 de abril, vista su gravedad, hace la profesión religiosa "in artículo mortis".
El 10 de abril tiene lugar la tentación de desesperación que sufrió Teresa, por espacio de una media hora. Teresa trata de alejar de sí al escapulario y al crucifijo mientras exclama: ¡Estoy condenada... por no haber correspondido a las gracias del Señor!
Muchos santos padecieron estas horribles pruebas que tenían como fin el purificar más hondamente su espíritu para la unión divina; incluso muchos las sufrieron como una reparación por los pecados de ciertas personas.
Un ejemplo de esto es la Beata Faustina Kowaslka, beatificada en los últimos años. Esta religiosa, apóstol de la Misericordia divina, sufrió en su vida grandes pruebas de desesperación e incluso de suicidio; el Señor le participaba de los sufrimientos de los agonizantes en pecado para que con su oración pudiera llevarlos a Dios...
Esto no nos debe asustar; Dios no prueba a sus elegidos más allá de sus fuerzas. Y además toda prueba es un crisol purificador, un fuego de amor, que nos sana y nos transfigura en Cristo.
Y pensemos, sobre todo, cuántas almas se habrán convertido y recibido la misericordia divina por su oculto sufrimiento. Pero las tinieblas pronto desaparecen, Teresa recobra la paz del alma, y con gozo exclama: ¡Mi Esposo! Cristo venía a buscar a su virgen prudente que tenía la lámpara encendida; Cristo venía a arrancar al fruto que ya estaba maduro para el cielo.
El 12 de abril en profunda paz, como un ser que se va sumergiendo en Dios, muere santamente. Había culminado su sacrificio, consumaba la eucaristía de su vida.
Per Crucem ad Lucem: a la inmolación le sigue la glorificación.
La vida del cristiano culmina en la Resurrección, en la Vida eterna. Es esta luz eterna la que da sentido al dolor y a la cruz; en Cristo brilla esta esperanza de la feliz Resurrección. Cuando nos vemos sumergidos en la noche del dolor vislumbramos la luz pascual en Cristo muerto y resucitado. Es esta luz la que nos encamina. Es la luz del Amor. Nos dice el Papa Juan Pablo II, el día de la canonización de Teresa:
Luz de Cristo para toda la Iglesia (...) es Sor Teresa de los Andes.
(...) En su joven vida de poco más de 19 años, en sus once meses de carmelita, Dios ha hecho brillar en ella de modo admirable la luz de su Hijo Jesucristo, para que sirva de faro y de guía a un mundo que parece cegarse con el resplandor de lo divino, (...). Ofrece el límpido testimonio de una existencia que proclama a los hombres y mujeres de hoy que en el amar, adorar y servir a Dios están la grandeza y el gozo, la libertad y la realización plena de la criatura humana. La vida de la bienaventurada Teresa grita desde el claustro: ¡Sólo Dios basta!.
La que encontró su cielo en la tierra desposando a Jesús, lo contempla ahora sin velos ni sombras, y desde su inmediata cercanía intercede por quienes buscan la luz de Cristo.
Teresa es glorificada ya el mismo día de su muerte: ¡Ha muerto la santa!, fue la voz popular en los Andes. Desde ese día hasta su canonización -21 de Marzo de 1993- sigue desde el cielo su influjo bienhechor; nos sigue mostrando la posibilidad de llegar a una feliz transfiguración con Jesús, a una existencia cristiforme. Y así, en esta completa identificación con este "ideal infinito", poder hallar el gozo verdadero, la felicidad cumplida, el perderse eternamente en el seno del Amor Divino.
Termino este trabajo citando un canto de las Madres Carmelitas de Auco, que resume bellamente todo lo que quise tratar acerca de la experiencia contemplativa en Teresa:
Teresa de Jesús,
Cristo es tu Ideal.
Es un Ideal Infinito.
Contemplaste la hermosura de Dios
y te fascinaste,
sólo El fue capaz
de enamorarte así.
Nadie pudo separarte de Dios
El era tu vida,
Tu deseo mayor
fue vivir en El sumergida.
Transformarte por amor en Jesús,
y crucificado,
fue la prueba mayor
de tu amor por El, en la tierra.
Teresa de Jesús,
Cristo es tu Ideal.
Es un Ideal Infinito.
Referencias: D: Diario espiritual de Juanita.
C: Epistolario.
Bibliografía:
- Santa Teresa de los Andes, Diario, Cartas,
- Mística Cataliniana, Baldomero Jiménez Duque, en Teología Espiritual Nº 74 (Facultad Teolog. S. Vicente Ferrer).
- Intimidad Divina, P. Gabriel de Santa María Magdalena O.C.D.
- Carta de edificación, Madre Angélica del Smo. Scaramento
- Teresa de los Andes vista por su hermano Luis.