EXPERIENCIA EUCARÍSTICA DE DIOS EN

SANTA TERESA DE LOS ANDES (*)

 

P. Fr. Guillermo Juárez O.P.

 

 

Un célebre teólogo de la antigüedad cristiana conocido como el Pseudo-Dionisio, decía de cierto amigo suyo llamado Hieroteo, que era docto no sólo porque "aprendía" las cosas divinas sino porque las "padecía", es decir, las vivía con la intensidad propia de la experiencia mística (1).

Esta íntima experiencia de Dios, esta vivencia profunda del amor de Cristo que sacia por completo, reluce extraordinariamente en Santa Teresa de Los Andes. Hemos escogido algunos pasajes de sus escritos que revelan claramente el estado de plenitud de su alma penetrada y transformada por el amor divino. "Cuán bien experimento que El es el único Bien que nos puede satisfacer, el único ideal que nos puede enamorar enteramente. Lo encuentro todo en El. Me gozo hasta lo íntimo de verlo tan hermoso, de sentirme siempre unida a El, ya que Dios es inmenso y está en todas partes. Nadie puede separarme. Su esencia divina es mi vida. Dios en cada momento me sostiene, me alimenta. Todo cuanto veo me habla de su poderío infinito y de su amor. Uniéndome a su Ser Divino me santifico, me perfecciono, me divinizo..." (Carta, 121). "Nada hay que pueda ser un atractivo para el alma que sólo busca a Dios; y yo misma me espanto al considerar esta indiferencia respecto aún de aquello que antes me entusiasmaba. Mi única dicha, por ahora, es sólo vivir con mi Jesús; en El encuentro en grado infinito todo lo que mi alma puede ambicionar" (Carta, 157). "¿Cómo no amarlo hasta el delirio, cómo no despreciarlo todo ante el espectáculo de sus encantos y bellezas infinitas?" (Carta, 130).

El tono de intimidad y confidencia con el que escribe, a la vez que la hace cercana y amiga, nos introduce de inmediato en las profundidades de su vida mística: "En este instante, mi alma se halla bajo el peso infinito de su amor [...]. Estoy sumergida en El. Perdida en su inmensidad. Compenetrada por su sabiduría. Viviendo porque El es mi principio de vida, mi todo" (Carta, 114). "En este instante estoy presa por El. Me tiene encarcelada en el horno del amor. Vivo en El [...]. ¡Qué paz, qué dulzura, qué silencio, qué mar de bellezas encierra este divino Corazón! (Carta, 109).

Si hay algo que, desde el principio, nos ha llamado poderosamente la atención en Teresa, es esta locura de amor por Cristo, nota distintiva de su santidad que ha sido expresamente destacada en el proceso de canonización: "La extraordinaria carga de amor demostrada al Señor por su joven sierva es increíble. El amor fue en realidad la nota esencial y dominante de Juanita desde los primeros años, verdaderamente "loca" de amor a Dios [...]; en el corazón de Juanita debía quemar una llama ferventísima de caridad a juzgar por sus palabras, actitudes y acciones..." (2). Por su parte, el Papa Juan Pablo II decía en la homilía de beatificación, que este amor es "el secreto" de su perfección, "un amor grande a Cristo, por quien se siente fascinada y que la lleva a consagrarse a él para siempre, y a participar en el misterio de su pasión y de su resurrección" (3).

Pues bien, nosotros estamos totalmente persuadidos de que, para Teresa, el lugar privilegiado del encuentro íntimo y vital con Dios fue la Eucaristía. En el momento de la Comunión ella vivió plenamente su amor a Cristo, su deseo de ser toda de El, el gozo místico de su unión esponsal con El. Expresión acabada de ello es el siguiente párrafo escrito en los últimos meses de su vida: "¡Qué cosa más rica es para el alma que ama pasar la vida junto al Sagrario! El, prisionero por su amor, y ella también. Nada los separa. Ninguna preocupación. Sólo deben amarse y perderse la criatura en su Bien infinito. El le abre su Corazón, y allí la hace vivir olvidada de todo lo del mundo, porque le revela sus encantos infinitos, a la vista de los cuales todo lo demás es vanidad. El la estrecha y la une para sí. Y el alma, perdida y enloquecida ante la ternura de todo un Dios, desprecia las criaturas, y sólo quiere vivir sola con el Amor" (Carta, 130).

Pero la centralidad de la Eucaristía en la vida espiritual de Teresa, no fue sólo el resultado final de un proceso, el fruto maduro de su santidad; se trata, más bien, de una característica que está presente de una manera determinante en todos los momentos de su vida, en todas las etapas de su camino de perfección. Su experiencia eucarística fue, por tanto, un rasgo que cualificó por completo su espiritualidad.

Esta convicción no se basa exclusivamente en nuestra propia investigación sobre la espiritualidad de la santa. En una encantadora entrevista a su prima, la hna. Anita Rücker Solar, que convivió muchos años con la santa, le preguntábamos qué es lo que más destacaría de la espiritualidad de Teresa, y ella nos respondió: "Yo diría que el amor especial de la Juanita fue la Santa Eucaristía" (4). Hemos tenido, además, la oportunidad de conversar varias veces con el padre Francisco Lyon Subercaseaux, primo de la santa y testigo en el proceso de canonización, quien coincide plenamente con nosotros en ese punto.

Siempre nos ha asombrado la fascinación que la Eucaristía ejercía sobre Teresa en los primeros años de su vida consciente. Ella misma lo consigna en su diario: "Me acuerdo que mi mamá con mi tía Juanita nos llevaban a Misa y siempre nos explicaban todo; y yo, en la misma, cuando llegaba la comunión, me encendía de deseos de recibir a Nuestro Señor . Pedía a mi mamá este favor, pero gracias a Dios que no me encontró preparada para este sublime acto" (Diario 3). Lo que retraía a doña Lucía de darle el permiso para hacer la primera comunión, no era tanto su falta de preparación, como su corta edad: "Me acuerdo que mi mamá y mi tía Juanita me sentaban en la mesa y me preguntaban acerca de la Eucaristía. Yo contestaba a sus preguntas; pero, como me veían muy chica, no me dejaban hacerla" (Ibíd.).

A pesar de la negativa de su madre, su deseo no se vio disminuido, sino que aumentaba cada vez más. En verdad, esta insistencia era completamente excepcional: "Cada día pedía permiso a mi mamá para hacer mi primera comunión [...]. Me parecía, querida Madre, que ese día no llegaría jamás y lloraba de deseos de recibir a Nuestro Señor" (Diario 5).

Fue, también, extraordinaria la preparación de Teresa para recibir la comunión, sobre todo si consideramos que tenía apenas nueve años: "Un año me preparé para hacerlo. Durante este tiempo la Virgen me ayudó a limpiar mi corazón de toda imperfección. En el mes del Sagrado Corazón, yo modifiqué mi carácter por completo. Tanto que mi mamá estaba feliz de verme prepararme tan bien a mi Primera Comunión" (Ibíd.). Su expectativa había crecido tanto que, al llegar el día de la Comunión, mientras su madre la preparaba para ir a la Iglesia, ella permanecía totalmente absorta: "Mi mamá me vistió y me puso el vestido. me peinó. Todo me lo hizo ella, pero yo no pensaba en nada. Para todo estaba indiferente, menos mi alma para Dios" (Diario 6).

Esta solícita preparación contribuyó a que Teresa pudiera vivir la Primera Comunión como el momento más feliz de su vida: "El día de mi Primera Comunión fue un día sin nubes para mí [...]. El 11 de septiembre de 1910 [...] año de felicidad y del recuerdo más puro que tendré en toda mi vida [...]" (Ibíd.). Este primer encuentro con Jesús en la Eucaristía no fue sólo un suceso especialmente emotivo; Teresa tuvo en su Primera Comunión una auténtica experiencia mística y un anticipo del desposorio eterno hacia el que se sentía atraída irresistiblemente: "No es para describir lo que pasó por mi alma con Jesús. Le pedí mil veces que me llevara, y sentía su voz querida por primera vez [...]. Y por primera vez sentí una paz deliciosa [...]. Pasó ese día tan feliz que será el único en mi vida [...]. Pero Jesús, desde este primer abrazo no me soltó y me tomó para sí [...]. Desde ese día la tierra para mí no tenía atractivo. Yo quería morir y le pedía a Jesús que el ocho de diciembre me llevara" (Ibíd.).

También en el tiempo que siguió a la Primera Comunión se notó un cambio radical, una verdadera transformación en su forma de actuar. Su hermano Lucho lo resaltaba en el proceso de canonización: "Se notó un cambio en la conducta de Juanita, que hasta entonces había dejado entrever algunos defectillos: tenía un carácter un tanto iracundo y le costaba obedecer. El contacto cotidiano con el Señor en la comunión la transformó. Su carácter se tornó suave y servicial" (5).

Otro acontecimiento que señala un cambio significativo en la vida de una adolescente es la fiesta de los quince años. Teresa consideraba que esta es la etapa más riesgosa para la vida de una joven, de manera que el paso por ella constituye un peligroso desafío: "Estos quince años, que para una chiquilla es la edad más peligrosa, es la entrada en el mar tempestuoso del mundo" (Diario 10). Sin embargo, se sentía segura y feliz porque Jesús es su dueño, el capitán que conducía su vida: "Jesús ha tomado el mando de mi barquilla y la ha retirado del encuentro de las otras naves. Me ha mantenido solitaria con El. Por eso, mi corazón conociendo a este Capitán, ha caído en el anzuelo del amor, y aquí me tiene cautiva en él ¡Oh!, cuánto amo esta prisión y a este Rey Poderoso que me tiene cautiva, a este Capitán que, en medio de los oleajes del océano, no ha permitido que naufrague" (Ibíd.).

Ahora bien, fue justamente en la Eucaristía donde Teresa encontró a ese capitán que la alimentaba y guiaba: "Jesús me alimenta cotidianamente con su Carne adorable y, junto con este manjar, escucho una voz dulce y suave como los ecos armoniosos de los ángeles del cielo. Esta es la voz que me guía, que suelta las velas del barco de mi alma para que no sucumba y para que no se hunda. Siempre siento esa voz querida que es la de mi Amado, la voz de Jesús en el fondo del alma mía; y en mis penas, en mis tentaciones, es El mi Consolador, El es mi Capitán" (Ibíd.).

De ahí en más, aunque no le faltaron momentos de sequedad y falta de fervor (6), toda su adolescencia estuvo marcada por esta intensa experiencia del amor de Dios en la Eucaristía: "Me pasa que cuando hablan de la Eucaristía siento algo tan extraño en mí, que no puedo pensar ni hacer nada. Como que me paralizo y creo que si en ese instante me vinieran ímpetus de amor no los podría resistir. ¡Jesús mío, me anonado ante tu amor! (Diario 42).

A esta época habría que referir el testimonio de su primo Francisco Javier Domínguez sobre el carácter extraordinario de su vida eucarística: "Excepcional fue su devoción al Santísimo Sacramento. Parecía absorta en Dios, durante la Santa Misa y en la exposición del Santísimo" (7). Los hermosos recuerdos sobre su devoción eucarística, que la hermana Anita Rücker Solar compartió con nosotros, pertenecen también a este período de su vida: "En la capilla daba gusto verla cómo se unía a nuestro Señor. Para ir a la capilla nos ponían siempre en la fila de a dos. Y entonces a mí, porque era del mismo tamaño que ella, me ponían a su lado, y así yo la veía en la capilla. Una vez yo la moví para ver si se movía... ¡perdida en el Señor! Tenía una gran devoción a la Eucaristía" (8).

Queremos, por último, presentar un pequeño fragmento de su diario que nos permite ver cómo vivía Teresa a los 18 años el momento místico de unión con Cristo como una comunión espiritual: "Vengo saliendo de mi meditación [...]; comulgué espiritualmente y N. Señor me dijo que quería que viviera con El en una comunión perpetua, porque me amaba mucho [...]. Después me dijo que la Sma. Trinidad estaba en mi alma; que la adorara. Inmediatamente quedé muy recogida, la contemplaba y me parecía estaba llena de luz. Mi alma estaba anonadada. Veía su Grandeza infinita y cómo bajaba para unirse a mí, nada miserable [...]. Entonces, en lo íntimo de mi alma, de una manera rápida, me hizo comprender el amor que lo hacía salir de sí mismo para buscarme; pero, esto fue sin palabras, y me encendió en el amor de Dios" (Diario 51).

Así llegamos al corto tiempo de la vida de Teresa en el Carmelo del Espíritu Santo, tiempo de madurez en el que vivió los momentos más intensos de su experiencia de Dios. Esta madurez se expresaba especialmente en su vida eucarística. Fiel testimonio de ello son los siguientes fragmentos de sus cartas: "Yo cada vez soy más feliz de ser toda de N. Señor. En El lo encuentro todo: belleza, sabiduría, bondad, amor sin límites. El es mi paz. No se imaginan cómo, cuando llego al coro, me parece encontrarlo tal como lo encontraba M. Magdalena en Betania. Tan presente está a mi alma Jesús en el sagrario que no envidio a los que vivieron con El en la tierra" (Carta 151). "Aprovechemos para enriquecernos el momento de la comunión. Bañémonos en esa fuente de santidad y pidámosle el mundo entero de las almas, porque no nos sabrá decir que no. Porque su Corazón está latiendo amorosamente y al unísono del nuestro; de modo que todos nuestros deseos son de El, y El es todopoderoso. ¡Qué identificación tan grande! Somos en esos momentos otro Dios. Para mí esos momentos son cielo sin nada de destierro. ¿Qué puedo desear ya si todo un Dios es mío?" (Carta 113). "Si cada mañana al comulgar nos preparáramos un poco mejor, ¡cómo nos aprovecharíamos de nuestra comunión...!, ¡cómo pasaríamos el día entero en éxtasis de amor para con ese Dios inmenso, majestuoso, hecho alimento de nuestras almas! En el cielo, hermanita, los ángeles lo contemplan faz a faz, pero nosotros los hombres lo poseemos cada uno, nos identificamos con El. En esos momentos en que mi alma está unida a Dios, cesa todo para mí. Me faltan palabras, hermanita, para expresar la dicha divina que experimento. Siento al Infinito, al Eterno, al Santo todopoderoso, al sapientísimo Dios unido con la nada pecadora. Entonces adoro y más amo. Entonces es cuando el alma se siente pura. Está en la fuente de la santidad" (Carta 114) (9).

Por supuesto que no todo fue luz y gozo en este anhelado tiempo de su vida en el Carmen. A los momentos de encuentro dichoso con Cristo en la Eucaristía les sucedían, con frecuencias, horribles tentaciones y pruebas: "No todo ha sido goce. La cruz ha sido bien pesada [...]. Después me vinieron una dudas tan horribles contra la fe, que tuve la tentación de no comulgar y después, cuando tenía en mi lengua la Sagrada Forma, la quería arrojar, porque creía no estaba ni existía allí N. Señor. Ya no sabía lo que me pasaba y le conté a nuestra Madre, quien me aseguró no había consentido. Con lo que quedé más tranquila y me dijo que despreciara el pensamiento y así desapareció la tentación (Diario 56) (10).

Mediante estas purificaciones, el Espíritu Santo disponía el corazón de Teresa para que pudiera vivir con mayor plenitud sus encuentros místicos con el Señor en la Eucaristía. Estos encuentros fueron alcanzando tal grado de intensidad que, con frecuencia, afectaban su misma salud física. Con una notable simplicidad de espíritu comentaba al padre Julián Cea las conmociones que provocaban en ella estas experiencias: "Hacen 6 días, estando en la acción de gracias después de la comunión, sentí un amor tan grande por N. Señor que me parecía que mi corazón no podía resistir; y al mismo tiempo -créame, Rdo. Padre, que no sé decirle lo que me pasó, pues quedé como atontada- he pasado todos estos días como si no estuviera en mí. Hago las cosas, pero sin darme cuenta [...]. Creo que pasaron dos días sin poder hacer nada. En estos propósitos estaba, cuando de repente se me vino a la mente el anonadamiento de Dios bajo la forma de pan, y me dio tanto amor que no pude resistir; y mi alma, con una fuerza horrible, tendía a Dios" (Carta 122).

Apenas podemos vislumbrar la vehemencia con la que Teresa "padecía" las cosas divinas en las experiencias eucarísticas de los últimos meses de su vida. La hna. M. Angélica Teresa dejaba por escrito, unas semanas después de su muerte, un hermoso testimonio de su última adoración eucarística: "Al llegar la Semana Santa, debió estar ya muy mal, según se puede colegir, y sin embargo, abrazó todas las penitencias con rigor extraordinario, y no dio a su cuerpo angelical ni el más mínimo alivio [...]. El Jueves Santo pasó casi todo el día y la noche, hasta la una de la mañana, en el coro, adorando a Jesús Sacramentado. Y hubiera permanecido allí toda la noche si se le hubiese permitido. Lo que pasó ese día entre su alma y Dios no se sabe; pero sí, que se la vio en un recogimiento o contemplación profunda, como absorta, de manera que, al llamarla en la noche para que se fuera a reposar, se le conoció la violencia que tuvo que hacerse para volver en sí" (11).

Hemos presentado ese breve recorrido por las diversas etapas de Teresa de Los Andes a los efectos de verificar el lugar central que ocupa la Eucaristía en la experiencia de Dios de Teresa de Los Andes. Su piedad eucarística penetra y modela toda su espiritualidad. Por eso, su vida y sus escritos son un testimonio elocuente de la mutua referencia e íntima conexión que existe entre la Eucarística y la totalidad de la vida cristiana. En efecto, en Teresa vemos reflejada plenamente la enseñada perenne de la Iglesia, según la cual, la Eucaristía es "fuente y cima de toda la vida cristiana" (12), "el corazón y la cumbre de la vida de la iglesia" (13), porque "contiene todo el bien espiritual de la Iglesia, es decir, Cristo mismo, nuestra Pascua" (14).

Teresa no sólo entendió, sino que experimentó místicamente que "la vida en Cristo encuentra su fundamento en el banquete eucarístico" (15). Su unión mística con Cristo Jesús, plenitud de vida e ideal de santidad al que todos aspiramos llegar con el auxilio de la gracia divina, no ha sido otra cosa que el fruto maduro de la experiencia de comunión que iba acrecentando cotidianamente en la Eucaristía, en conformidad con las palabras del Señor: "Quien come mi Carne y bebe mi Sangre, habita en mí y yo en él" (16).

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NOTAS

(*) Santa Teresa de Jesús de "Los Andes" nació en Santiago de Chile, el 13 de julio de 1900. A los 18 años ingresó en el Carmelo de Los Andes (Chile), y murió allí sólo once meses después, el 12 de abril de 1920. Fue canonizada por el Papa Juan Pablo II en Roma, el 21 de marzo de 1993. "En sus breves escritos autobiográficos nos ha dejado el testamento de una santidad sencilla y accesible, centrada en lo esencial del Evangelio: amar, sufrir, orar, servir. El secreto de su vida volcada hacia la santidad está cifrado en una familiaridad con Cristo, presente y amigo, y con la Virgen María, madre cercana y amorosa (...). Este es su mensaje: "Sólo en Dios se encuentra la felicidad, sólo Dios es alegría infinita" (Juan Pablo II, Homilía de su beatificación, 3 de abril de 1987).

(1) "Hierotheus doctus est non solum discens, sed et patiens divina", Severus Antioch. (Dionisio), De Divinis Nominibus, cap. 2.

(2) Relatio et vota Congressus peculiaris super virtutibus, tipografía Guerra, Roma 1985, p. 68.

(3) Juan Pablo II, Homilía de la Beatificación de Teresa de Los Andes en El amor es más fuerte. Santuario Teresa de los Andes, Santiago de Chile, 3.4.87, p. 10.

(4) Entrevista a la hna. Anita Rücker Solar, Domingo 5 de febrero de 1995. El texto de esta entrevista no ha sido publicado, pero está a disposición de los interesados en el Monasterio del Espíritu Santo de Los Andes.

(5) Relatio et vota, p. 7. El P. M. Purroy presenta un testimonio muy semejante del mismo Lucho: "Lo que sé es que, desde la Primera Comunión, se produjo una transformación en mi hermana, de tal modo que comenzó a actuar en una atmósfera espiritual y a dar señales de virtudes que se fueron perfeccionando paulatinamente en grado ascendente: más bondadosa, abnegada, humilde y servicial; parece que comenzó a tomar en serio a Dios. Esto me hace pensar que más de una comunicación directa con el Señor tuvo en la Primera Comunión, y a lo largo de su breve vida" (Teresa de Los Andes vista por su hermano Lucho, ed. Carmelo Teresiano, Santiago 1993).

(6) Cf. Diario 31-33.

(7) Relatio et vota, ps. 8 y 66.

(8) Entrevista..., cf. nota 4

(9) Ciertamente cada uno de estos textos merecería un estudio especial. Consideramos que no es éste el lugar, pero esperamos, Dios mediante, hacerlo más adelante. Otros textos valiosos referidos a lo mismo los podemos encontrar en las cartas 111, 124 y 141.

(10) Cf. Carta 122.

(11) M. Angélica Teresa Díaz Gana, Carta de edificación, ed. Orden del Carmen Descalzo, Santiago de Chile 1995, p. 19. Cf. Relatio et vota, p. 54.

(12) Concilio Vaticano II, LG, 11.

(13) Catecismo de la Iglesia Católica, 1406.

(14) Concilio Vaticano II, PO, 5.

(15) Catecismo de la Iglesia Católica, 1391.

(16) Jn. 6, 56.