HACIA LA SANTIDAD.

VIVIR SOLO PARA JESÚS

V. Garrido

Jesús es el foco eterno del cual parten todos los rayos de verdad y de luz esparcidos por la tierra, es el manantial infinito de donde brota la corriente de la vida divina que fecunda a las almas.

"En esto se ha demostrado el amor de Dios hacia nosotros, en que envió a su Hijo unigénito al mundo para que por El tengamos la vida" (1).

De ésta participan todas las almas que, "teniendo su raíz y fundamento en la caridad", permanecen unidas a El.

Mas esta caridad que "no busca sus intereses, ni se ensoberbece, ni es ambiciosa", encuentra su centro único en Dios de quien nace y en quien termina todo su constante y ardoroso aspirar. Dios es la cumbre dorada y escondida, desde la cual el amor lanza sus potentes llamaradas sobre la tierra y hacia la cual dirigen sus miradas las almas puras con fuertes deseos y dulces nostalgias de lo divino. Pero nadie subirá a ella, ninguno gozará del suave oreo de las brisas divinas que perfuman las regiones sobrenaturales del espíritu, si no rompe la envoltura de los terrenos apegos que, por delgados que sean, bastan para encender en el alma fuego sensual, inquietarla, hacerla triste... ¡triste!... porque dividido su amor, no puede hallar completo descanso en Dios.

"Tu amado no comparte divisiones; El solo quiere poseer tu corazón. Y si quieres saber cuán suave es el Señor, sé puro y libre interiormente de toda criatura".

Así habla el Kempis, y de este modo lo sella con su pluma Santa Teresita:

"Es menester guardarlo todo para Jesús con celoso cuidado. Todos los instantes de nuestra vida sean para El solo, y sólo de paso nos toquen las criaturas" (2).

Nada más triste que vivir para las criaturas: se desvanecen como una sombra, dejando en el alma angustias y ausencias irreparables; engañan como un ensueño en horas de felicidad, ocultando el dardo de su olvido o el golpe de la traición; son como flores abiertas en el mundo al soplo creador, y sus encantos pronto se marchitan. Las gotas de bellezas con que las esmalta la mano omnipotente y bondadosa de Dios, no tienen suficiente virtualidad para aquietar los ardores vehementes que consumen a las almas enamoradas de El, y por eso no se contentan con la contemplación de los destellos divinos impresos en lo creado, sino que van en busca del mismo sol creador para anegarse, ser consumidas y transformadas en esa hoguera de caridad infinita y eterna.

¡Desgraciada el alma que en la criatura busca la verdad, la belleza, la hermosura para de esta manera poder saciar sus ansias devoradoras de felicidad y de amor! Nunca hallará paz su corazón, creado para gozar de lo infinito; solamente la experimentará cuando en sus fibras ponga Jesús vibraciones de un purísimo y eterno amor. Y Jesús pulsará esta celestial lira cuando se le pague con el oro purificado de un generoso y total desprendimiento, con la entrega sin reservas a su voluntad santísima, eje y móvil únicos de todo nuestro obrar.

De aquí que todas las aspiraciones de las almas perfectas dirijan su trayectoria hacia Dios, fuera del cual no hallan gusto, ni entretenimiento, ni sosiego. Toda su voluntad está sintetizada en este pensamiento:

"Mi única ocupación es amar al Dios que me ha creado" (3).

Lo cual entraña una exclusión: la de cualquier amor o apego que no conduzca a Dios. Precisa descarguemos de nosotros todo el peso deprimente de nuestra propia voluntad inmortificada, caprichosa y egoísta, y convirtamos en ideal de nuestra vida los intereses divinos, la gloria de Jesús. De lo contrario resultarán ineficaces nuestras aspiraciones por la santidad: querremos volar sin despegar las alas. Dudar de ello argüiría desconocimiento del amor de Dios y de la pequeñez de nuestro corazón, puesto que ésta es tan grande que, en pegándolo a criatura alguna, poco nos resta para poder ofrecerle a Dios a quien todo lo debemos. Y si "cae de la cumbre de sus grandezas el que admira otra cosa que no es Dios" (4), ¿qué adelanto podremos augurar de aquellas almas que olvidan a Jesús por las cosas terrenas? Podrán adoptar decisiones y sentirse consoladas; podrán tener sensibles fervores que presto pasan y hasta ofrecer sacrificios buscados. No importa; como no fundan sus intereses con los de Dios y sea su gloria única la glorificación de Jesús, no alcanzarán los altos grados de la virtud ni podrán tener, a medida de sus deseos, la escondida y sublime unión divina. Se olvida a Dios cuando se busca a la criatura... Y cuando un alma deja en el olvido a su Dios, comienza a descender, desvirtúa la acción de la gracia, disminuye la pureza de intención y, si bien desea la gloria de Dios Nuestro Señor, no olvida la suya propia. Pretende contentar a Jesús a quien dice amar mucho, pero sin ofrecérselo todo. Y he aquí que la mirada de estas almas no es ya la mirada de la esposa que, embelesada, adora con rendimiento a su divino Esposo, sino la de la criada infiel que quiere complacerse fuera de la presencia de su Señor. ¿Para qué querrán esas miserables reservas de gloria vana y de amor propio que tan cuidadosas se guardan, cual si nunca las hubiesen de perder? Quieren vivir y no piensan que la vida toda está en Jesús; ansían amar y olvidan que sin Dios no hay amor que pueda saciar los deseos, los anhelos, esa sed ardiente de amar que hace brotar dulces y consoladoras lágrimas.

¡Sólo Dios! Tal es el emblema de las almas santas, la gloriosa divisa de las que se disponen a escalar las alturas de la cristiana perfección. Guiadas en su obrar por los resplandores de una fe sobrenatural, en nada se paran, todo lo vencen, trasponen subidos montes de dificultades y avanzan incansables hollando con sus plantas las flores tentadoras de la tierra. Sólo pues, para Dios sean nuestras actividades, constituyéndole centro de nuestro obrar, de nuestro pensar y querer, de suerte que nada logre robarnos nuestros afectos, antes sean todos para Jesús pues "sólo Jesús tiene encantos" (5) y merece ser amado. ¿Por qué no darnos enteramente a quien por nosotros se entregó para consolarnos y fortalecer

nos con cariño más que de madre? ¿Por qué no mirar siempre a Aquel que desde la oculta prisión del Sagrario no cesa de mirarnos? ¿Por qué no amar con locura a Aquel que nos amó con la locura sublime de la cruz?

Hay una necesaria correspondencia y una mutua donación entre Jesús y las almas fieles. A la vida de Jesús en ella responde la vida toda de éstas para Jesús. Por su parte, Dios Nuestro Señor cumple su donación comunicándose secretamente a sus almas escogidas en sus visitas íntimas que, por lo elevado de sus deleites, son más para gozar que para escribir; por sus gracias continuas, con las cuales las purifica y embellece; hácese presente por medio de vivas ansias que las consumen y que en nada creado pueden saciar; por medio de un gozo y felicidad celestiales sobre los falsos goces y mentidas felicidades que el mundo ofrece. Y esta donación que Jesús hace a sus almas fieles de sí mismo, va envuelta en reflejos de potentes atractivos divinos, la acompañan escondidas dulzuras y secretos encantos, se traduce en suaves y fuertes toques interiores por los cuales despiertan las almas a un aumento de vida sobrenatural. Estas almas, en cambio, por su parte, corresponden a la donación de Jesús. ¿De qué manera? Sencilla y fácil: se le dan todas en todo, sacrifican sus gustos, y cual víctimas de expiación, se inmolan en aras de la gloria de Dios.

¡Vivir sólo para Jesús! ¡Bello pensamiento, enseña de santidad, aurora de celeste amor!

¡Para El los afectos, las lágrimas, los cantos, las vidas... las almas! ¡Vivir para Jesús es renunciar a nosotros... alzar su trono de victoria y de glorificación sobre nuestra nada transformada por el amor en Dios!

 

(La Vida Sobrenatural, Salamanca, n.119, 1.10.1930).

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NOTAS

  1. S. Juan, 1a. Epist. 4,9. In hoc apparuit caritas Dei in nobis, quoniam Filium suum unigenitum misit Deus in mundum, ut vivamos per eum.

  2. Espirit. de Sta. Teresita.

  3. Del diario de un alma.

  4. S. CIPRIANO, Lib. de spectaculis.

  5. Esp. 1,7.