II. DEL HOMBRE NOBLE
(Von dem edein menschen)
Del hombre noble [1]
Nuestro Señor dice en el Evangelio: «Un hombre noble marchó a una tierra lejana para conquistarse un reino y volvió» (Lucas 19, 12). Con estas palabras Nuestro Señor nos enseña lo noblemente creado que es el hombre en su naturaleza, y lo divino que es aquello adonde puede llegar por la gracia, y además, cómo el hombre ha de llegar a ese punto. Estas palabras aluden también a gran parte de las Sagradas Escrituras.
En primer lugar hay que saber —y es bien
evidente— que el hombre reúne en sí dos naturalezas: cuerpo y espíritu.
Por eso se dice en un escrito[2]:
Quien se conoce a sí mismo, conoce a todas las criaturas, porque todas
las criaturas son o cuerpo o espíritu. En consecuencia se afirma en la
Escritura con respecto al hombre que hay en nosotros un hombre exterior y otro interior (Cfr. 2 Cor. 4, 16). Al hombre exterior
pertenece todo cuanto está adherido al alma [pero] envuelto en la carne y
mezclado con ella, y que tiene una cooperación física con cualquier miembro
y dentro de él, como por ejemplo, con el ojo, el oído, la lengua, la mano y
otros por el estilo. Y la Escritura llama a todo esto el hombre viejo, el
hombre terrestre, el hombre exterior, el hombre hostil, un hombre servil.
El
otro hombre, dentro de nosotros, es el hombre interior; a éste lo llama la
Escritura un hombre nuevo, un hombre celestial, un hombre joven, un amigo y un
hombre noble. Y a éste se refiere Nuestro Señor cuando dice que «un hombre
noble marchó a una tierra lejana y se conquistó un reino y volvió».
Debe
saberse además, que San Jerónimo dice[3],
y también los maestros en general
lo hacen, que todo hombre, desde el comienzo de su existencia humana, tiene un
espíritu bueno, [o sea] un ángel y un espíritu malo, [o sea] un diablo. El
ángel bueno da consejos empujando continuamente hacia aquello que es bueno,
que es divino, que es virtud y celestial y eterno. El espíritu malo aconseja
al hombre empujándolo siempre hacia aquello que es temporal y perecedero, y
que es vicioso, malo y diabólico. Este mismo espíritu maligno charla
continuamente con el hombre exterior y por intermedio de él persigue en
secreto [y] en todo momento al hombre interior, de la misma manera que la
serpiente charlaba con la señora Eva y por intermedio de ella con Adán, su
marido. (Cfr. Génesis 3, 1 ss.). El hombre interior, éste es Adán. El varón
en el alma[4]
es el árbol bueno que da sin cesar frutos buenos y del cual habla también
nuestro Señor (Cfr. Mateo 7, 17). Es también el campo en donde Dios ha
sembrado su imagen y semejanza, y donde siembra la buena semilla, la raíz de
toda sabiduría, de todas las artes, de todas las virtudes, de toda bondad, [o
sea la] semilla de la divina naturaleza (2 Pedro 1, 4). Semilla de divina
naturaleza, esto es el Hijo de Dios, la Palabra de Dios (Lucas 8, 11).
El
hombre exterior, éste es el hombre hostil y malo que sembraba y arrojaba
encima la cizaña (Cfr. Mateo 13, 24 ss.). De él dice San Pablo:
Encuentro en mí una cosa que me estorba y que está en contra de lo que
manda Dios y de lo que aconseja Dios y de lo que ha hablado Dios y todavía
sigue hablando en lo más elevado, o sea, en el fondo de mi alma (Cfr. Romanos
7, 23). Y en otra parte dice lamentándose: «¡Oh, desdichado de mí! ¿Quién
me librará de esta carne y de este cuerpo de muerte?» (Romanos 7, 24). Y en
otra parte vuelve a decir que el espíritu del hombre y su carne siempre se
hacen la guerra. La carne aconseja [entregarse a] vicios y malicias; el espíritu
aconseja [que se tenga] amor de Dios, alegría, paz y toda virtud (Cfr. Gal.
5, 17 ss.). Quien le obedece al espíritu y vive de acuerdo con su consejo, a
éste le pertenece la vida eterna (Cfr. Galat. 6, 8). El hombre interior es
aquel de quien dice Nuestro Señor que «un hombre noble marchó a un país
lejano para conquistarse un reino». Éste es el árbol bueno del cual dice
Nuestro Señor que siempre da frutos buenos y nunca malos, porque quiere [la]
bondad y se inclina hacia [la] bondad tal como flota [concentrada] en sí
misma[5]
sin hallarse afectada por esto o aquello. El hombre exterior es el árbol malo
que nunca es capaz de dar frutos buenos (Mateo 7, 18).
Con
respecto a la nobleza del hombre interior, [o sea] el espíritu, y a la
futilidad del hombre exterior, [o sea] la carne, dicen también los maestros
paganos Tulio y Séneca[6] que, a ninguna alma
racional le falta Dios; [la] semilla de Dios está dentro de nosotros. Si el
labrador fuera bueno, sabio e industrioso, la semilla se desarrollaría en
proporción y crecería hacia Dios a quien pertenece, y el fruto se asemejaría
a la naturaleza divina. La semilla de un peral crece para [ser] peral, la del
nogal para [ser] nogal, y la semilla de Dios para [ser] Dios (Cfr. 1 Juan 3,
9). Pero si la semilla buena tiene un labrador tonto y malo, entonces crece la
cizaña y encubre y desplaza la semilla buena de modo que no puede ni salir a
luz ni crecer. Orígenes[7],
un gran maestro, dice sin embargo: Como Dios mismo sembró y colocó y
engendró esta semilla, si bien es posible que sea cubierta y escondida, nunca
podrá ser exterminada ni ahogada en sí misma; echa llamas y brilla, alumbra
y arde y se inclina sin cesar hacia Dios.
El
primer grado del hombre interior y nuevo —como dice San Agustín[8]—
tiene la característica de que el hombre vive según el ejemplo dado por
personas buenas y santas, pero al hacerlo marcha todavía apoyándose en las
sillas y se mantiene cerca de las paredes [y] se refresca aún con leche.
El
segundo grado se caracteriza por el hecho de que ya no mira solamente los
ejemplos exteriores, entre ellos también los hombres buenos, sino que marcha
y corre hacia la enseñanza y el consejo de Dios y de la sabiduría divina, da
la espalda a los hombres y [dirige] la cara hacia Dios, [y] sale a gatas del
regazo materno mientras le sonríe al Padre celestial.
El
tercer grado tiene como característica que el hombre elude cada vez más a la
madre y permanece más y más alejado de su seno; huye de la preocupación, se
saca de encima el miedo de modo que no tendría ganas de proceder mal y pecar
por más que pudiera hacerlo sin escandalizar a todo el mundo; porque, lleno
de recio celo, está relacionado con Dios mediante el amor, hasta que Él lo
traslade y guíe al regocijo y la dulzura y la bienaventuranza donde le
repugna todo cuanto no se asemeja y es ajeno a Él.
La
característica del cuarto grado se da en el hecho de que él crezca cada vez
más, enraizándose en el amor y en Dios de manera que está dispuesto a
cargar con cualquier tribulación, tentación y contrariedad y a soportar el
sufrimiento de buen grado y gustosa, ávida y alegremente.
El
quinto grado se caracteriza por el hecho de que viva por doquiera en paz
consigo mismo, descansando tranquilamente en la riqueza y superabundancia8a
a de la sabiduría suma e inefable.
La
característica del sexto grado consiste en que el hombre, luego de haber sido
desnudado de su propia imagen, ha sido transformado en la imagen de la
eternidad divina y ha logrado un olvido totalmente perfecto de la vida
perecedera y temporal, y ha sido atraído por una imagen divina transformándose
en ella, y [así] ha llegado a ser hijo de Dios. Más allá de esto no existe
grado más sublime y allí hay tranquilidad y bienaventuranza eternas, porque
la meta final del hombre interior y del hombre nuevo es: la vida eterna.
En
cuanto a este noble hombre interior en el cual están impresas y sembradas la
semilla y la imagen de Dios —[es decir], cómo esta semilla y esta imagen de
la naturaleza y esencia divinas, [o sea] el Hijo de Dios, salen a luz y uno
las percibe, pero cómo de vez en cuando se hallan también escondidas— a
esto se refiere el gran maestro Orígenes[9]
con un símil, diciendo que la imagen de Dios, [o sea] el Hijo de Dios,
existe en el fondo del alma cual fuente vívida. Pero cuando alguien le echa
encima tierra, es decir, apetitos terrestres, la estorba y encubre de modo que
nada se conoce o percibe de ella; sin embargo, permanece viva en sí misma y
cuando se le quita la tierra, que desde fuera le fue arrojada encima, [la
fuente] resurge y se la percibe. Y [Orígenes] dice que se alude a esta verdad
en el primer libro de Moisés donde
está escrito que Abraham había excavado en su campo varios pozos de agua
viva y que unos malhechores los llenaron de tierra; pero luego, una vez sacada
la tierra, las fuentes resurgieron vivas (Génesis 26, 14 ss.).
Para
esto se presta, acaso, otro símil más: El sol brilla sin cesar; sin embargo,
cuando hay una nube o niebla por entre nosotros y el sol, no percibimos el
brillo. Igualmente, cuando la vista está enferma en sí misma y achacosa o
nublada, el brillo no le resulta perceptible. Además, he expuesto en una que
otra ocasión un símil bien evidente: Cuando un maestro hace una imagen de
madera o de piedra, no hace que la imagen entre en la madera, sino que va
sacando las astillas que tenían escondida y encubierta a la imagen; no le da
nada a la madera, sino que le quita y expurga la cobertura y le saca el moho y
entonces resplandece lo que yacía escondido por debajo. Éste es el tesoro
que yacía escondido en el campo, según dice nuestro Señor en el Evangelio
(Mateo 13, 44).
Dice
San Agustín[10]:
Cuando el alma humana se eleva por completo hacia la eternidad, hacia Dios
solo, resplandece y brilla la imagen de Dios; pero cuando el alma se torna
hacia fuera, aunque sea para el ejercicio exterior de una virtud, esta imagen
se encubre del todo. Y esto sería el significado del hecho de que las mujeres
tienen la cabeza velada, mientras los hombres la tienen descubierta según la
enseñanza de San Pablo (Cfr. 1 Cor.
11, 4 ss.). Por lo tanto: toda parte del alma que se dirige hacia abajo,
recibe de aquello a que se torna un velo, una toca; pero la parte del alma que
es elevada hacia arriba, es desnuda imagen de Dios, el nacimiento de Dios,
descubierto [y] desnudo en el alma desnuda. Con referencia al hombre noble y
de cómo la imagen de Dios, el Hijo de Dios, la semilla de naturaleza divina
dentro de nosotros, nunca es extirpada aun cuando se la encubre, [de todo
esto] habla el rey David en el
Salterio, diciendo: El hombre si bien es atacado por diversas nonadas,
sufrimientos y penas dolorosas, permanece, sin embargo, dentro de la imagen de
Dios y la imagen dentro de él (Cfr. Salmo 4,2 a 7). La luz verdadera brilla
en las tinieblas aun cuando no la notamos (Cfr. Juan 1, 5).
«No
os fijéis —opina El Libro de Amor— en
que soy morena, no obstante soy bella y de hermosa figura, pero el sol me ha
desteñido» (Cantar de los Cant. 1, 5). «El sol» es la luz de este mundo y
significa que aun lo más excelso y lo mejor que ha sido creado y hecho,
encubre y destiñe la imagen de Dios dentro de nosotros. «Quitad la herrumbre
de la plata», dice Salomón, «y
relucirá y brillará el recipiente purísimo» (Proverbios 25, 4), eso es, la
imagen, el Hijo de Dios, dentro del alma. Y esto es lo que quiere decir
Nuestro Señor con estas palabras donde dice que «un hombre noble se marchó»,
pues el hombre debe dejar atrás todas las imágenes y a sí mismo y llegar a
estar muy apartado y ser diferente de todas estas cosas, si realmente quiere y
debe recibir al Hijo y hacerse hijo en el seno y corazón del Padre.
Cualquier
clase de mediación es extraña a Dios. «Yo soy —dice Dios— el primero y
el último» (Apocalipsis 22, 13). [La] distinción no existe ni en la
naturaleza de Dios, ni en las personas de acuerdo con la unidad de la
naturaleza. La naturaleza divina es una sola y cada persona es también una
sola y es lo mismo Uno que es la naturaleza. [La] diferencia entre el ser y la
esencia se entiende como lo Uno y es Uno; [solamente] allí donde ello [es
decir, lo Uno] no permanece dentro de sí, allí recibe, posee y produce
diferencia10a.
Por lo tanto: en lo Uno se encuentra a Dios, y quien ha de hallar a Dios, debe
llegar a ser uno. «Un solo hombre —dice Nuestro Señor— se marchó». En
[la] diferencia no se halla ni [lo] Uno ni [el] ser ni a Dios ni descanso ni
bienaventuranza ni contento. ¡Sé uno para que puedas encontrar a Dios! Y, de
veras, si fueras bien uno, permanecerías también uno en lo diferente, y lo
diferente se te tornaría uno y así no podría estorbarte en absoluto. [Lo]
Uno sigue siendo exactamente uno en mil veces mil piedras como en cuatro
piedras, y mil veces mil es tan seguramente un simple número como cuatro es
un número.
Un maestro pagano dice[11]
que lo Uno ha nacido del Dios supremo. Es su peculiaridad ser uno con lo Uno.
Quien lo busca por debajo de Dios, se engaña a sí mismo. Y en cuarto término
dice el mismo maestro que esto Uno en el fondo no tiene amistad con nada fuera
de las vírgenes o niñas, según dice San Pablo:
«A vosotras, vírgenes castas, os he desposado y prometido a uno solo»
(2 Cor. 11, 2). Y el hombre debería ser exactamente así porque Nuestro Señor
dice: «Un solo hombre se marchó».
En latín,
«hombre» en el sentido propio de la palabra, significa en una acepción
aquel que con todo cuanto es y cuanto le pertenece, se humilla y se somete
completamente ante Dios, y con la vista levantada hacia arriba, mira a Dios
[y] no a lo suyo de lo cual sabe que está detrás y por debajo de él y a su
lado. Esta es la humildad completa y verdadera; este [su] nombre le proviene
de la tierra. De ello ya no quiero hablar más. Cuando se dice «hombre»,
esta palabra significa también algo que está por encima de la naturaleza,
del tiempo y de todo cuanto se halla dirigido hacia el tiempo o tiene sabor a
él; y lo mismo digo también con referencia al espacio y a la corporeidad.
Además, este «hombre» en cierto modo no tiene ninguna cosa en común con
nada, quiere decir, que no está moldeado ni igualado según este ejemplo o
aquél, y que no sabe nada de nada, de modo que en ninguna parte de él no se
pueda hallar ni percibir nada de nada y que la nada se le haya quitado tan
completamente que se encuentran [en él] únicamente la vida, la esencia, la
verdad y la bondad puras. Quien tiene tal carácter, es un «hombre noble»,
por cierto, no es ni más ni menos.
Existen
todavía otra explicación y enseñanza relativas a lo que Nuestro Señor
llama un «hombre noble». Hay que saber también que aquellos que llegan a
conocer al Dios desnudo, conocen a la vez junto con Él a todas las criaturas;
porque el conocimiento es una luz del alma, y todos los hombres por naturaleza
anhelan tenerlo, pues el conocimiento hasta de las cosas malas es bueno[12].
Ahora bien, dicen los maestros: Cuando
se conoce a la criatura en su ser propio, esto se llama un «conocimiento
vespertino» y en él se ven las criaturas mediante imágenes de múltiples
diferencias; pero, cuando se conoce a las criaturas en Dios, esto se llama y
es un «conocimiento matutinal», y de esta manera se ve a las criaturas sin
diferencia alguna y desnudadas de todas las imágenes y desvestidas de toda
igualdad dentro de lo Uno que es Dios mismo. También éste es el «hombre
noble» del que dice Nuestro Señor: «Un hombre noble se marchó», y es
noble porque es uno solo y conoce a Dios y a la criatura en lo Uno.
Quiero
referirme aún en detalle a otro significado de lo que es el «hombre noble».
Digo: Cuando el hombre, o sea el alma, el espíritu, contempla a Dios,
entonces se concibe y se conoce también como cognoscitivo, es decir, él
conoce que contempla y conoce a Dios. Ahora bien, algunas personas se han
imaginado —y parece muy plausible— que la flor y el núcleo de la
bienaventuranza residen en [ese] conocimiento donde el espíritu conoce el
hecho de conocer a Dios; pues, si yo tuviera todo el gozo imaginable sin saber
que lo tenía ¿para qué me serviría y qué gozo sería para mí? Pero yo
digo con toda certeza que no es así. Unicamente es verdad que el alma sin
esto probablemente no sería bienaventurada, pero la bienaventuranza no reside
en ello; pues lo primero en que reside la bienaventuranza es el hecho de que
el alma contemple a Dios desnudo. Ahí recibe todo su ser y vida y saca todo
cuanto es, del fondo divino y no sabe nada ni del saber ni del amor ni de
cualquier otra cosa. Ella se sosiega entera y exclusivamente en el ser de
Dios, no sabe de nada que no sea el ser y Dios. Mas, cuando sabe y conoce que
contempla, conoce y ama a Dios, este hecho constituye según el orden natural
un éxodo y un retorno[13]
con respecto a lo primero, porque nadie se conoce como blanco fuera de quien
es realmente blanco. Por lo tanto, quien se reconoce Como blanco, se basa en
el ser-blanco y construye sobre él y no saca su conocimiento inmediatamente y
antes de saber el color del mismo, sino que saca el conocimiento y el saber
del color de aquello que en este momento es blanco, y no toma el conocimiento
exclusivamente del color en sí, antes bien, toma el conocimiento y el saber
de lo teñido o de lo blanco y se conoce a sí mismo como blanco. Lo blanco es
algo muy inferior y mucho más externo que el ser-blanco [o sea, la blancura].
Una cosa es la pared y muy otra el fundamento sobre la cual se halla
construida la pared.
Los maestros dicen[14]
que una potencia es aquella mediante la cual ve el ojo, y otra aquella
mediante la cual conoce el hecho de ver. La primera [función], o sea el hecho
de que ve, la toma exclusivamente del color [y] no de aquello que está teñido.
Por ende no interesa si lo teñido es una piedra o un madero, un hombre o un
ángel: lo esencial reside únicamente el hecho de que tenga color.
De la
misma manera, digo yo, que el hombre noble toma y saca su ser, su vida y su
felicidad enteras exclusivamente de Dios, junto a Dios y en Dios, [y] no las
recibe del conocimiento, de la contemplación o del amor de Dios o de otras
cosas por el estilo. Por eso dice Nuestro Señor con entrañable acierto que
ésta es la vida eterna: conocer solamente a Dios como el único Dios
verdadero (Juan 17, 3), mas no: conocer que se conoce a Dios. ¿Cómo podría
ser también que el hombre que no se conoce a sí mismo, se conozca como el
que conoce a Dios? Pues, por cierto, el hombre en absoluto se conoce a sí
mismo y a otras cosas, [mas] eso sí, cuando llega a bienaventurado y es
bienaventurado en la raíz y en el fondo de la bienaventuranza, conoce sólo a
Dios. Pero cuando el alma conoce el hecho de conocer a Dios, adquiere [al
mismo tiempo] el conocimiento de Dios y de sí misma[15].
Pero
resulta que es otra la potencia —según he expuesto— en virtud de la cual
ve el hombre, y otra la potencia gracias a la cual sabe y conoce el hecho de
ver. Es verdad que en este mundo esta potencia dentro de nosotros, por la cual
sabemos y conocemos el hecho de ver, es más noble y elevada que la potencia
gracias a la cual vemos; porque la naturaleza comienza su actuación con lo más
humilde, pero Dios comienza sus obras con lo más perfecto. [La] naturaleza
hace al hombre a partir del niño y la gallina a partir del huevo; mas Dios
hace al hombre antes que al niño y la gallina antes que el huevo. [La]
naturaleza primero calienta y acalora la leña y sólo luego hace surgir el
ser del fuego; pero Dios primero otorga el ser a toda criatura y luego en el
tiempo y, sin embargo, sin tiempo, y cada vez por separado [le da] todo cuanto
es accesorio. Dios da también el Espíritu Santo antes que los dones del Espíritu
Santo.
Así
digo, pues, que no hay bienaventuranza sin que el hombre tenga conciencia y
sepa bien que contempla y conoce a Dios, pero ¡no lo quiera Dios que mi
bienaventuranza dependa de esto! Quien, en cambio, se contenta con ello, que
guarde su secreto, pero me da lástima. En la naturaleza el calor del fuego y
el ser del fuego son muy desparejos y se hallan sorprendentemente alejados el
uno del otro, mas en lo relativo a tiempo y espacio están muy cerca el uno
del otro. La contemplación divina y nuestra contemplación distan
completamente y son del todo desparejos entre sí.
Por
eso Nuestro Señor dice muy acertadamente que «un hombre noble marchó para
conquistarse un reino y volvió». Porque el hombre tiene que ser uno solo en
sí mismo, buscando tal [estado] en su fuero íntimo y en lo Uno y recibiéndolo
dentro de lo Uno, esto quiere decir: contemplar únicamente a Dios, y «volver»
quiere decir: saber y conocer el hecho de que uno conoce a Dios y sabe [de Él][16].
Y todo cuanto acabo de exponer lo dijo ya el profeta Ezequiel cuando expresó que «una recia águila de grandes alas y
de largos miembros llenos de diversas clases de plumas, llegó a la montaña
pura y sacó la médula o el corazón del árbol más alto y arrancó la copa
de su follaje y la llevó hacia abajo» (Ec. 17, 3 s). Lo que Nuestro Señor
llama un hombre noble, el profeta lo enuncia como un águila grande. ¿Quién
sería pues, más noble que aquel que nació, por una parte, de lo más
elevado y de lo óptimo que poseen las criaturas, y por otra parte, del fondo
más entrañable de la naturaleza divina y del desierto de ese [fondo]? «Yo
—dice Nuestro Señor en [el libro] del profeta Oseas—
quiero conducir al alma noble a un desierto y allí hablaré a su corazón»
(Oseas 2, 14), uno con Uno, uno de Uno, uno en Uno y eternamente uno en Uno.
Amén.
[1]
Esta segunda parte del Liber «Benedictus» constituye la primera homilía escrita en alemán
por Eckhart mismo.
El texto del Evangelio (Lucas 19, 12) corresponde al comienzo del texto del 2 de septiembre, Fiesta de San Esteban de Hungría. Se supone que Eckhart habrá predicado la homilía para y ante la reina Agnes de Hungría, acaso el 2 de septiembre. Eckhart predicó sobre el mismo texto bíblico en el sermón XV sin que hubiera mayores semejanzas.
[2] Isaac Israeli, Liber de diffinitionibus.
[3] Hieronymus, In Evangelium secundum Matthaeum 1. III c. 18, 10 a 11. Quint cita además a Petrus Lombardus y Gregorius Magnus.
[4] Eckhart habla con cierta frecuencia del «varón» en el alma que equivale al entendimiento supremo.
[5] «En sí misma» equivaldría a «en su ser más puro».
[6] En sus escritos latinos Eckhart cita: [Cicero] Tullius, 1. III (c. 1 n. 2) De Tusculanis quaestionibus y Seneca, Epistula 74 (en realidad ep. 73).
[7]
Orígenes,
Hom. 13 n. 4 in Genesim.
[8] Cfr. Augustinus, De vera religione c. 26, n. 49.
8a El giro original «in übernutze» podría significar, fuera de «en superabundancia», también «en gozo superabundante», según comprueba Quint (tomo V p. 125 n. 25).
[9] Cfr. nota anterior relativa a Orígenes.
[10] Augustinus, De trinitate XII c. 7 n. 10.
10a Cfr. lo dicho sobre ser y esencia en la p. XLIII de la Introducción. Cabe señalar, empero, que Eckhart en este caso habla de «wesen» y «wesunge». En su versión en alto alemán moderno Quint (t. V p. 501) traduce «Sein» = «ser» y «Wesenheit» = «esencia».
[11]
Cfr.
Ambrosius Theodosius Macrobius, Commentarii
in Somnium Scipionis 1 c. 6 n. 7 a 10.
[12]
Quint trae a colación para esta exposición y las
siguientes: Aristóteles, Met. I
c. 1; Thomas, Summa c. gentiles I
c. 71; Boethius, De differentiis
topicis 1. 2: Augustinus, De
Genesi ad litteram, 1. IV c. 23 n. 40; c. 24 n. 41.
[13] «ûzslac» (trd. por «éxodo») y «widerslac» (trd. por «retorno») en el texto original, correspondería a «exitus» y «reditus» (=reflexión) en Santo Tomás (De verit. q. 2 a. 2 ad 2). Quint (tomo V p. 133 nota 48) explica que «ûzslac» es, según el orden natural, el dirigirse-hacia-fuera del espíritu en dirección al objeto del conocimiento; «widerslac» es el acto de tomar conciencia del primer acto en la reflexión.
[14]
Eckhart cita en In
Exod n. 6 (Obras latinas tomo II) a Aristóteles De anima II y a Thomas, S.
Theol. I q. 78 a. 4 ad 2.
[15] Quint (tomo V p. 135 nota 54) explica el pasaje, diciendo: «Ella [=el alma] no sólo conoce a Dios “desnudo y puro”, sino que conoce los contenidos y definiciones de la esencia de la divinidad vestida; y en este acto de contemplación reflejada en Dios se conoce también a sí misma como conociendo a Dios».
[16] «Resulta evidente, pues, que Eckhart interpreta el “et reverti” del texto de la Escritura como la conscientización de la contemplación divina, a la que considera como ingrediente necesario de la bienaventuranza, pero no como el factor que fundamenta la bienaventuranza» (Quint, tomo V p. 136 nota 60).