INEFABLE BELLEZA!

 

¡INEFABLE BELLEZA!

¿Cómo cantarte hoy,

cómo decir tu grandeza?

 

Por los montes y los valles,

por las llanuras y estepas,

vamos de camino, peregrinos...

 

¡Inefable Belleza!

Tu resplandor, tus reflejos,

nuestro camino hoy siembran

de delicadas luces,

de armonías secretas,

que el ojo no puede ver

ni el oído descubrir...,

sólo el alma peregrina acierta,

a la suprema luz de tu gracia,

en la serena penumbra verlas.

 

¡Eres tú, eres Tú, más que Belleza!

En la soledad de este gran desierto,

en el silencio de la noche quieta,

yo te alabo, te bendigo, te adoro,

canto tus maravillas tan inmensas...

No se si mis sentidos te descubren

como a las cosas que son pasajeras.

Sólo se que Tú tanto me conoces

cuanto mi pobre soledad penetras:

así me regalas tus propios ojos

para que en Tu Luz yo también te vea;

y en el divino esplendor de tus rayos,

a TI misma para que yo te quiera.

Y es que tu Amor es, para mí, tan grande

que todo se me da con tu Presencia.

En el perfume de esas flores,

en la quietud de la pureza,

todo acallado y sosegado,

mi deseo y mi amor te encuentran.

Ese Amor que no es mío

sino que Tú me lo entregas:

dándome lo que me pides,

regalándome que te quiera.

 

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Deseo ardientemente la soledad...

¡y la tengo!

Soledad no vana

sino atención a sólo Dios.

 

Pero no es posible atender a solo Dios

si El mismo no se nos da y sólo como El quiere...

En esto, cotidianamente, imitamos el SI del Huerto.

Y no hay mayor soledad que ésta...

 

P.Fr. Alberto E. Justo, Lo que no tiene Nombre. Ensayos de Supervivencia espiri- tual, Bs. As. 1994, pp. 52,53- 44