JERUSALÉN
Una monja O.P.
Oh Jerusalén!
Qué feliz destino, ciudad santa!
Dichosa tierra santificada por
los pasos del Cordero!
Todo un Cielo contenido
en las murallas milenarias!
Oh Ciudad de Luz!
Diste acogida al que,
sin límites, rebasó por el Amor
tus fronteras naturales!
Eres el agreste y cálido paisaje
de los amargos llantos,
en aquellos que sufren la amargura
del último pecado.
Oh Jerusalén!
Mi corazón te alaba y bendice
la humildad de tu magnánima entrega.
En polvo quiero ya mudar
mi quebrada humanidad para rozar
-siquiera sólo por instantes-
tu destino inefable de mujer,
besada por la acariciadora mirada
del Ungido.
Oh Dulce tierra que cobijas
en tu seno, la Sangre Redentora!
¿Quién podrá ser fiel testigo
de la batalla final,
al consumarse el destino de los pueblos?
-Toda lucha tendrá por escenario
tu corazón predestinado:
mirarás lo sublime de los Cielos
y la tierra se abrirá.
Llegará hasta ti
la negrura abismal del enemigo
pero lo Celeste descenderá a defenderte
y peleará por ti,
su predilecta.
Triunfarás Jerusalén.
Tras el baño de sangre que sobre ti
extenderán los que te amaron.