LA AMISTAD SANTA
P Fr. Armando Díaz O.P.
"Si, pues, fuisteis resucitados con Cristo, buscad las cosas que son de arriba, donde Cristo está sentado a la diestra de Dios. Pensad en las cosas del cielo" (Col. 3, 1-2)
La amistad santa no es la que simplemente me ayuda a crecer en lo propio, sino que, además, sirve para dar Gloria a Dios.
No basta tener amigos sino que es necesario que sean buenos amigos. Plantearse la calidad en medio del Reino de la cantidad, es cuestionar a nuestra sociedad en los valores decadentes que la rigen. Hoy casi todo se nivela hacia abajo, en lo mediocre, en el camino ancho de la perdición. Es necesario, por lo tanto, sacudir el letargo en el que nos encontramos.
La perfección que nos exige Nuestro Señor, es del camino estrecho de la santidad, del cumplimiento de su Voluntad Divina, en definitiva: La Cruz. Los santos, cuando nos aconsejan, llevan a Dios. Escuchemos a S. Juan de la Cruz: "El alma que quiere que Dios se le entregue todo se ha de entregar toda, sin dejar nada para sí" (Dichos de luz y amor, n.127). "Ame mucho los trabajos y téngalos en poco por caer en gracia al Esposo, que por ella no dudó morir" (ibíd. n.93). Ahora, entremos en tema.
I. La amistad (aproximación)
Hoy en día hay muchas cosas buenas que están en peligro de ser manoseadas y bastardeadas, una de ellas es la verdadera amistad. Los reductivismos ideológicos, los relativismos, la mentalidad permisiva y el consumismo, llevan a interpretar la amistad como un amiguismo sin trabas morales, o la amistad del consenso, del número, de la cantidad, sin referencia a la calidad y a las normas morales permanentes.
Debemos retornar de nuevo a la mirada del hombre simple, del que se asombra y del que observa las cosas en lo que realmente son. Es volver a tener el oído "atento al ser de las cosas" (1), al misterio del ser.
Hay un hecho innegable que se encuentra en la base de la experiencia humana, y es aquello que San Agustín describe con palabras perpetuas: "Nada me parece más dulce, nada más grato, nada más provechoso que amar y ser amado" (Confesiones, II, 2 y III, 1).
"Amar y ser amado". Si es altamente gozoso amar, ¡cuánto más ser amado! En lo profundo del corazón humano se encuentra esta doble necesidad de la que ningún hombre está exento y en la que todos los seres humanos estamos incluidos; una necesidad que indica indigencia y carencia, sea del que ama como del que es amado. Esta experiencia traduce aquello de que el hombre es un ser sociable por naturaleza, un zoóm politikón. La sociabilidad del hombre no es arbitraria o pactada, es de orden natural. El que eventualmente alguien viva fuera de la sociedad no anula su natural condición de ser sociable. El hombre insociable, incivil, o es un ser degradado o una "especie de Dios". Santo Tomás observa:
"Si sucede que alguno no puede convivir civilmente en sociedad por su perversidad, es inferior al hombre, es como una bestia. Pero si no necesita de nadie, siendo autosuficiente y bastándose sin integrarse en sociedad, es superior al hombre, es como un Dios" (In I Politicorum, lec. I, n. 39).
La relación con el otro, la vida social de cada hombre, no es fruto ni está dada por un "mero instinto gregario, como los animales, sino que realiza su sociabilidad connatural de modo racional, por el gusto de convivir, para cubrir de mil modos sus necesidades materiales y espirituales, y superar las insuficiencias individuales, y para vivir virtuosamente" (2). La sociabilidad está inscripta en lo profundo del ser humano como una gran exigencia que le sirve para superar la propia indigencia y ayudar a los demás en el crecimiento virtuoso.
"El hombre es naturalmente animal civil -observa Sto. Tomás-, por eso los hombres apetecen vivir en sociedad y no solitarios, aunque uno no necesite de los demás para vivir. Sin embargo, la vida social trae consigo, además, gran utilidad en cuanto a dos cosas. Primero, en cuanto a vivir bien, para lo cual cada uno aporta su parte, como vemos que en cualquier comunidad uno sirve en un oficio, otro en otro, y así todos se complementan para vivir bien, que es precisamente el objetivo máximo de la ciudad y de la república, respecto de todos y de cada uno. La segunda ventaja de la vida en sociedad es referente al simple hecho de vivir, en cuanto que uno puede ayudar a otro que convive con él a sostener la vida y a evitar los peligros de muerte. Por eso los hombres se reúnen en sociedad y mantienen la república en orden al simple hecho de vivir, que es en sí apetecible aun prescindiendo de ulteriores comodidades" (In III Politicorum, lect. 5, n. 387).
"Al principio se instituyó (la ciudad) para vivir, es decir, para que los hombres encontrasen cómo vivir suficientemente; pero su propio ser exige no sólo que vivan, sino que vivan bien, en el sentido de que las leyes cívicas ordenan la vida de los hombres a vivir virtuosamente" (Ibídem, lect. 1, n. 31).
La vida sociable es para vivir bien, y vivir bien no es lo que comunmente se considera de manera mundana, sin problemas, lleno de confort, sino virtuosamente. La virtud no elimina lo agradable de la vida, sino que lo somete a los bienes del espíritu, y el espíritu a Dios.
Y la comunicación de los hombres entre sí se da, de manera especial, por un medio privilegiado de comunicación: la palabra. La palabra humana, signo exterior del verbo mental, es el medio adecuado para transmitir ideas, enseñanzas, y dialogar con los demás en la verdad y alabar a Dios. La palabra es propia del hombre, ya que los animales no la poseen; sirve para perfeccionar la dimensión social.
"Esto mismo se hecha de ver claramente por el fenómeno de la palabra, que es propia del hombre, por medio de la cual cada hombre puede comunicar totalmente su pensamiento a los demás. Los demás animales se comunican sus pasiones en general, como el perro su ira ladrando, y los demás sus pasiones de diversos modos. Por consiguiente el hombre es más comunicativo que cualquier animal, incluso que los gregarios como la grulla, la hormiga y la abeja. Por eso dice Salomón en Eccle. 4,9: Más valen dos que uno solo, porque logran mejor fruto de su trabajo" (Sto. Tomás, El Régimen Político, L. I, n.5).
Pero hay dos peligros que van en contra de la vida social del hombre: 1. el individualismo y 2. la masificación.
1. El individualismo
Esta actitud del individualismo tiene como raíz el vicio capital del egoísmo. El egoísmo, que es centrarse en sí mismo rechazando a los demás, conduce a la muerte social.
Un gesto de egoísmo y de desprecio del otro lo encontramos en el comienzo de la creación, cuando nuestros primeros padres pecaron, alejándose de Dios y echándose la culpa uno a otro; otro caso es el de Caín, quien luego de matar a su hermano Abel, evade lo hecho, diciendo: "¿soy yo acaso el guarda de mi hermano?" Dios interviene para hacerle tomar conciencia a Caín de su terrible crimen. Escuchemos al Papa Juan Pablo II analizando tal situación:
"Después del delito, Dios interviene para vengar al asesinado. Caín, frente a Dios, que le pregunta sobre el paradero de Abel, lejos de sentirse avergonzado y excusarse, elude la pregunta con arrogancia ‘No sé. ¿Soy yo acaso el guarda de mi hermano?’ (Gen. 4, 9). ‘No sé’. Con la mentira Caín trata de ocultar su delito. Así ha sucedido con frecuencia y sigue sucediendo cuando las ideologías más diversas sirven para justificar y encubrir los atentados más atroces contra las personas. ‘¿Soy yo acaso el guarda de mi hermano?’ Caín no quiere pensar en su hermano y rechaza asumir aquella responsabilidad que cada hombre tiene en relación con los demás. Esto hace pensar espontáneamente en las tendencias actuales de ausencia de responsabilidad del hombre hacia sus semejantes, cuyos síntomas son, entre otros, la falta de solidaridad con los miembros más débiles de la sociedad -es decir, ancianos, enfermos, inmigrantes y niños- y la indiferencia que con frecuencia se observa en la relación entre los pueblos, incluso cuando están en juego valores fundamentales como la supervivencia, la libertad y la paz" (Juan Pablo II, Evangelium Vitae, n. 8).
El individualismo es el resultado de una mentalidad liberal que desprecia el bien común, convirtiendo la libertad en libertinaje, donde cada uno es ley para sí mismo, y en donde se relativiza la verdad y toda norma moral absoluta. El individualismo conduce a aquella idea errónea que tenía Sartre, quien consideraba a los demás como "infierno". Por lo tanto, la experiencia demuestra que no saber amar al otro, como a sí mismo, ni a Dios, es como anticipar el infierno.
"Decidme vosotros, padres y maestros, -plantea el Starets Sózima- ¿qué es el infierno? Yo creo que es el dolor de no poder amar. Dentro del ser infinito, fuera del tiempo y del espacio, una única vez le es dada la naturaleza espiritual, al aparecer sobre la tierra, la posibilidad de decirse a sí mismo: existo y amo" (Dostoievski, Los Hermanos Karamazov).
El infierno, privación de la visión de Dios, puede anticiparse en la tierra. Todo hombre, hecho para amar y ser amado, que no cumple verdadera y santamente con este designio anticipa el infierno; en cambio quien ama virtuosamente anticipa el cielo.
El verdadero amor conduce a padecer por el otro; contrariamente, quien no busca sufrir por el otro, en realidad no quiere amar: se sufre en la medida que se ama. Al respecto, hay una observación profunda de Pieper:
"Se puede leer en La Imitación de Cristo, de Tomás de Kempis, y, cómo no, también en el ya tantas veces citado libro sobre el amor de C. S. Lewis: Ponte a amar y verás tu corazón empezar a sufrir y quizá a destrozarse. Si quieres librarte de ello, no debes entregar a nadie tu corazón, ni siquiera a un animal. Sólo a un amante le puede suceder que no llegue a poseer o que pierda lo que ama, y esto significa comenzar a ser desgraciado, en esa nueva vivencia puede tratarse de algo nuevo que se pierde, de algo futuro a lo que no se llega y causa la desesperación, o bien incluso de algo que martiriza en el recuerdo. La incapacidad de sufrir proviene de la incapacidad de amar" (3).
Este sufrimiento nacido del amor, es el único que por eso mismo es fecundo.
2. La masificación
Otro peligro es la masificación, que tiende a absolutizar a la comunidad en detrimento de lo personal. Hoy pesa en los ambientes la dictadura del número, la tiranía de lo democrático, el raiting, la opinión, el consenso y el rebaño.
Desaparece cada vez más el ámbito de lo privado, de lo íntimo. Gana terreno lo público sobre lo personal. Romano Guardini describe este hecho de manera precisa:
"Lo público interviene cada vez más despiadadamente en la vida personal, de tal modo que el dominio privado desaparece a ojos vistas. Los límites de la vida personal se vuelven como de cristal y las personas se mueven detrás como peces en el acuario, que se pueden observar en todo lo que hacen y en todas partes. Ya es un símbolo que la casa moderna renuncie por completo a la pared; el hombre, al vivir dentro, vive directamente fuera, y piensa que así se hace libre. En realidad hecha a perder el mundo interior. Y como si eso no fuera bastante, el mundo exterior se mete dentro de modo aún más expreso. En efecto, conocemos estas viviendas en que nunca hay silencio porque siempre atruena la radio, o el televisor mete dentro el sensacionalismo del acontecer del mundo, en las horas en que el hombre debería estar consigo mismo" (4).
La manipulación de las personas y la instrumentalización destructiva están a la orden del día; van desde el manejo del embrión humano, con medios inmorales y anticientíficos, hasta el final de la vida: la eutanasia. Las personas cada día pierden más la capacidad de elegir por sí mismas; se llega al fenónemo de la masificación, que en el fondo son despersonalizaciones, claudicaciones personales. Pero estas masas de seres no carecen de líderes, al contrario, los poseen. Son líderes que encaminan hacia sus caprichos y tiranías a las masas. El hombre masa:
"debe ser considerado como una enfermedad psíquica que ha penetrado hasta la médula más íntima del pensar y querer y que determina el comportamiento con relación a todas las preguntas de la vida. Para el observador superficial, hacia afuera se presenta como indiferencia e ignorancia.
Pero quien mira más profundo y penetra hacia las raíces de la enfermedad, señala clara y nítidamente el bacilo del hombre-masa que ha traído ya mucha desolación y degeneración psíquica y que ha asumido el carácter de una epidemia. Delega en la masa todos los derechos de la personalidad, especialmente el desarrollo y la obligación de la decisión y la responsabilidad personales. Dicho con más precisión, los delega en el exponente de la masa, en el líder o el dictador, o como queramos llamar al hombre-señor u ordenador de la masa. Este sabe movilizar las masas caóticas y utilizarlas como instrumentos dóciles y juega con ellas según su beneplácito. En lugar de esto, oportunamente se ofrece pan y circo, ‘panem et circenses’.
El hombre degradado, en esta forma, de su dignidad a una pieza de máquina, ya no piensa personalmente. Ya no lo puede, ya no lo quiere. Deja que otros piensen en su lugar: su diario, la radio, la televisión, la masa. Para esto sus sentidos están despiertos, sumamente despiertos, están ansiosos, están hambrientos; todo su interés pertenece a aquello que puede ser recibido por los sentidos, los ojos, los oídos, las manos. Todo lo demás, para él tiene poca o ninguna importancia.
El actuar del hombre moderno medio es determinado por la eterna movilidad e intranquilidad de la máquina, de la cual él mismo parece ser una pieza. Casi se quiere decir, ya no actúa autónomamente desde un centro personal y sobre la base de decisiones pensadas; él es actuado. "Homo non agit, sed agitur" (El hombre no actúa sino que es actuado). Por eso, todo tipo de trabajo, con el tiempo, pierde su carácter de participación en la actividad creadora de Dios. Se transforma en una empresa sin alma, y quiere ser rodeado constantemente por el bullicio ruidoso, como música de fondo, que permanentemente lo excita. En esto, norma y principio de selección es el ritmo de vida de la masa. Ella, que por su parte es dirigida por el hombre-señor, determina lo que es bueno y malo, lo que es hermoso y feo, lo que es digno de ser amado y digno de ser despreciado. En esto, ni la conciencia ni menos aún los principios metafísicos juegan papel alguno. En la masa, y solamente en ella, uno se siente bien y feliz. Soledad, estar solo, silencio, tranquilidad son las cruces más grandes, son una carga insoportable de la que se huye como de la peste, la muerte o el diablo. El crimen más horrible, consiste en llamar la atención en alguna forma y en algún momento; es decir ser distinto, pensar distinto, actuar distinto, que la masa -aunque sólo sea en algo- o sobrepasarla, aunque fuera sólo por un poco" (5).
El nivel de destrucción actualmente no tiene límites. Prima, en los que destruyen, el cinismo y la crueldad: dos características que engloba bastante esta mentalidad. La destrucción del ser humano tiene un nombre: la cultura de la muerte; la cultura de la muerte es una cultura anticultura, dado que no cultiva en el hombre las verdaderas dimensiones. La cultura de la muerte siembra el caos, atenta contra la vida natural y la vida sobrenatural. Aunque el mal siempre tiene un responsable, alguien que personalmente lo ejecuta, sin embargo, ahora se da "un complot contra la vida". Escuchemos al Papa Juan Pablo II, quien nos habla acerca de esta realidad:
"En efecto, si muchos y graves aspectos de la actual problemática social pueden explicar en cierto modo el clima de extendida incertidumbre moral y atenuar a veces en las personas la responsabilidad objetiva, no es menos cierto que estamos frente a una realidad más amplia, que se puede considerar como una verdadera y auténtica estructura de pecado, caracterizada por la difusión de una cultura contraria a la solidaridad, que en muchos casos se configura como verdadera "cultura de muerte". Esta estructura está activamente promovida por fuertes corrientes culturales, económicas y políticas, portadoras de una concepción de la sociedad basada en la eficiencia. Mirando las cosas desde este punto de vista, se puede hablar, en cierto sentido, de una guerra de los poderosos contra los débiles. La vida que exigiría más acogida, amor y cuidado es tenida por inútil, o considerada como un peso insoportable y, por tanto, despreciada de muchos modos. Quien, con su enfermedad, con su minusvalidez o, más simplemente, con su misma presencia pone en discusión el bienestar y el estilo de vida de los más aventajados, tiende a ser visto como un enemigo del que hay que defenderse o a quien eliminar. Se desencadena así una especie de "conjura contra la vida", que afecta no sólo a las personas concretas en sus relaciones individuales, familiares o de grupo, sino que va más allá llegando a perjudicar y alterar, a nivel mundial, las relaciones entre los pueblos y los Estados" (Evangelium Vitae, nº 12).
II. El Orden Divino
Delante de la amistad se encuentran dos peligros: uno por defecto, otro por exceso.
En el primer caso, por defecto, es la carencia de amistad. Es aquello que observa Sto. Tomás: "La incomunicación rompe las amistades: multas amicitias inappelatio disolvit (VIII Etica, C. 5, n. 1). Y por exceso es el amiguismo, de ahí que la excesiva familiaridad engendra menosprecio de las buenas cosas.
La superación de estos peligros consiste en armonizar el bien propio con el bien común, en orden al Bien Trascendente, que es Dios; en aceptar que la sociabilidad debe servir y ayudar para encauzar las profundas inclinaciones de cada hombre, según el bien común.
Pero la visión social del hombre quedaría incompleta sin el aporte de la Revelación; un aporte que viene a elevar y perfeccionar aquellas verdades que son del orden natural. Según los Padres de la Iglesia, estas verdades son las semillas del Verbo esparcidas en la creación, y, que a la luz del Verbo Total revelado en el cristianismo, alcanzan cierta plenitud.
La Biblia nos dice desde el principio que el hombre ha sido creado por Dios, junto con toda la creación visible e invisible. Ha sido puesto el hombre como el receptáculo de los grandes tesoros del cielo. Nuestros primeros padres fueron creados en estado de justicia original, en una cierta familiaridad y amistad con Dios. Adán conversaba con Dios como un amigo con otro Amigo, era un diálogo en el Paraíso de la creación y en el Paraíso del alma. La unión con Dios, y el ser el hombre creado a imagen y semejanza de El, le da una superioridad frente a todas las cosas, las cuales debe gobernar y administrar como ministro de Dios. Gobernar significa conducir las cosas a su propio fin, a aquello para lo cual han sido creadas. El hombre tenía este mandato divino de someter toda la creación al Creador, y de someterse él mismo al Plan maravilloso de Dios.
"Gobernar el mundo constituye ya para el hombre un cometido grande y lleno de responsabilidad que compromete su libertad a obedecer al Creador: ‘Henchid la tierra y sometedla’ (Gén. 1, 28).
No sólo el mundo, sino también el hombre ha sido confiado a su propio cuidado y responsabilidad. Dios lo ha dejado ‘en manos de su propio albedrío’ (Ecclo. 15, 14), para que buscase a su creador y alcanzase libremente la perfección. Alcanzar significa edificar personalmente en sí mismo esta perfección. En efecto, igual que gobernando el mundo el hombre lo configura según su inteligencia y voluntad, realizando así actos moralmente buenos el hombre confirma, desarrolla y consolida en sí mismo la semejanza con Dios" (Papa Juan Pablo II, Veritatis Splendor, n. 39).
Y Adán, al inicio, es puesto delante de la creación sin tener una ayuda "semejante". Se encontraba solo: "el hombre está solo porque es "diferente" del mundo visible, del mundo de los seres vivientes" (6).
Esta soledad inicial es la "soledad originaria". Una soledad sin la cual "no podemos correctamente (descubrir) las palabras que siguen y constituyen el preludio a la creación de la primera mujer: ‘voy a hacer una ayuda’ " (7).
Adán de la soledad originaria pasa a la unidad originaria. Eva es la ayuda complementaria, la que va a favorecer la comunión y el encuentro entre ambos. "Comunión dice más con mayor precisión, porque indica precisamente esa ayuda que, en cierto sentido, se deriva del hecho mismo de existir como persona ‘junto a una persona’ " (8).
La unidad de nuestros protoparentes, primeros padres, va a ser un reflejo del Modelo Divino. La comunión entre Adán y Eva va a reflejar la comunión entre las Divinas Personas.
"La paternidad y maternidad humana -observa el Papa Juan Pablo II-, aún siendo biológicamente parecidos a las de otros seres de la naturaleza, tienen en sí mismas, de manera esencial y exclusiva, una ‘semejanza’ con Dios, sobre la que se funda la familia, entendida como comunidad de personas unidas en el amor (communio personarum)", y "a la luz del Nuevo Testamento es posible descubrir que el modelo originario de la familia hay que buscarlo en Dios mismo, en el misterio trinitario de la vida. El ‘Nosotros’ divino constituye el modelo eterno del ‘nosotros’ humano; ante todo, de aquel ‘nosotros’ que está formado por el hombre y la mujer, creados a imagen y semejanza divina" (9).
Aunque el hombre está hecho para vivir en unión con otros, de manera especial con Dios, sin embargo la soledad es un medio de perfección. La soledad rectamente entendida no por desprecio de los demás.
"La soledad ... no es la perfección misma, sino un medio de perfección. Por eso dice el abad Moisés que ‘la soledad es estimable con vistas a la pureza del corazón’ como los ayunos y demás cosas parecidas. Y es evidente que la soledad no es un medio apto para la acción, sino para la contemplación, según las palabras de Oseas: ‘la llevaré a la soledad y le hablaré al corazón’ (214)" (S. Tomás, S.Th., II-II, 188, 8).
La soledad virtuosa es la propia del contemplativo. No cualquiera sabe llevar una vida solitaria buena. El verdadero eremita, solitario es aquél que ha hecho una vida común virtuosa. La soledad santa es el fruto acabado, la flor agradable de la vida social. La soledad perfecta es la del solitario que se basta a sí mismo, que es la definición del ser perfecto.
"Sin embargo, hay que tener en cuenta que el solitario debe poder bastarse a sí mismo. Esto supone que "nada le falta", lo cual es la definición del ser perfecto. Por consiguiente, la soledad conviene al contemplativo que ya ha llegado a la perfección. Ahora bien, a la perfección se puede llegar de dos maneras: por sólo don de Dios, como San Juan Bautista, que "fué lleno del Espíritu Santo desde el vientre de su madre", por lo cual, niño aún, "vivía en el desierto". O bien se puede llegar mediante la práctica de la virtud, pues dice San Pablo: "El manjar sólido es para los perfectos, los que en virtud de la costumbre tienen los sentidos ejercitados en discernir lo bueno de lo malo". Pero el hombre puede encontrar una doble ayuda para esta practica en la compañía de los demás: una ayuda para su entendimiento respecto al objeto de la contemplación. Por eso escribe San Jerónimo: "Me agrada que tengas una santa compañía y que no te enseñes a ti mismo". Una segunda ayuda es para los afectos y asegura la represión de los malos afectos mediante el ejemplo y la corrección de los demás, porque, como dice San Gregorio, "¿para qué vale la soledad del cuerpo si falta la soledad del corazón?" Por eso es necesaria la vida social a quienes se ejercitan en la perfección, mientras que la soledad es propia de los que ya la han alcanzado. Así, dice San Jerónimo: "Poca parte tenemos en la vida solitaria, que nunca acabamos de alabar. Pero queremos ver salir del ejercicio de los monasterios soldados formados, a quienes no asusten los duros rudimentos del desierto, porque ya han realizado las pruebas de la convivencia durante mucho tiempo".
Así, pues, hay la misma distancia entre la perfección adquirida y el ejercicio de la perfección que entre la vida solitaria, si se abraza como se debe, y la vida social. Pero, si se abraza la vida solitaria sin previo ejercicio, constituye un grandísimo peligro, a no ser que supla la gracia de Dios lo que en otros se alcanza por el ejercicio, como en el caso de San Antonio y San Benito". (S. Th., II-II, 188, 8).
Pero podríamos objetar y a la vez preguntarnos que si lo propio del hombre es ser un ser sociable, la soledad entonces sería acaso algo contrario a esta disposición del hombre. Santo Tomás lo plantea a la manera de objeción diciendo: "lo que va contra la naturaleza del hombre no puede ser propio de la perfección de la virtud. Pero el hombre ‘es naturalmente un animal social’, como dice el Filósofo. ‘Luego parece que la vida solitaria no es más perfecta que la social’. La respuesta que da Santo Tomás es distinguiendo la falsa de la verdadera soledad.
"Por dos razones puede el hombre buscar la soledad: porque no resiste la compañía de los hombres a causa de la crueldad de su alma, y ésta es conducta de bestias. O la puede buscar para entregarse totalmente a las cosas divinas, y esta razón eleva por encima de la condición humana. Por eso dice el Filósofo que "quien se aparta del trato de los hombres o es un animal o es un Dios", es decir, un hombre divino". (S Th., II-II, 188, 8, ad. 5m).
Y la soledad y armonía original fue alterada por el pecado original, pecado cometido por Adán y Eva: "por un solo hombre el pecado entró en el mundo y por el pecado la muerte" (Rom. 5, 12). Y es Cristo, el nuevo Adán, quien va a restaurar lo que Adán perdió: "puesto que por un hombre viene la muerte, por uno viene la resurrección de los muertos. Y así como todos mueren en Adán, así todos serán vivificados en Cristo" (I Cor. 15, 20).
Cristo al encarnarse se hace Hombre sin dejar de ser Dios. El se encarnó en el vientre purísimo de la Virgen María, en este Tálamo Nupcial preparado especialmente para el Rey del Cielo. Entra a la vida de los hombres a través de una familia. Su misión es arrancar a todos los hombres de la esclavitud del pecado, purificarlos con su Preciosa Sangre y divinizarlos con los tesoros que vienen de Su Costado abierto.
Por la misión redentora Nuestro Señor se acercó a los hombres.
"Cristo debió llevar aquel género de vida que más conviniese al fin de la encarnación, por el cual había venido a este mundo. Ahora bien, vino al mundo primeramente a manifestar la verdad, como El mismo dice: ‘Para esto he nacido y para esto he venido al mundo, para dar testimonio de la verdad’ (Jn. 18, 37)... Segundo, vino para librar a los hombres del pecado, conforme lo que dice el Apóstol: ‘Vino Jesucristo a este mundo a salvar a los pecadores’ (I Tim. 1, 15)... En tercer lugar, vino para que ‘por El tengamos acceso a Dios’, según dice el Apóstol. Y así, conversando familiarmente con los hombres, nos diese confianza y nos allegase a sí (Rom. 5, 2)"(S.Th. III, 40, 1).
Pero Nuestro Señor buscaba también algunas veces los lugares solitarios, alejándose de las multitudes. El lo hace para darnos ejemplo.
" ‘El modo de obrar de Cristo fue para nuestra instrucción’. Y por esto, para enseñar a los predicadores que no siempre se han de manifestar en público, el Señor, de tiempo en tiempo, se apartaba de la muchedumbre. Lo cual leemos que lo hizo por tres causas: unas veces, por el descanso corporal. Y así leemos en San Marcos que dijo en cierta ocasión a los discípulos: ‘Venid, retirémonos a un lugar desierto y descansad un poco. Porque eran tantos los que iban y venían, que ni espacio tenían de comer’. Otras veces, la causa era la oración. Por eso se dice en San Lucas: ‘Sucedió en aquellos días que salió al monte a orar y pasó la noche orando a Dios’. Sobre lo cual dice San Ambrosio: ‘Con su ejemplo nos instruye sobre los preceptos de la virtud’. Otras veces, para enseñarnos cómo debemos evitar el favor humano. (Mc. 6, 31; Lc. 6, 12)" (S. Th., II, 40, 2).
II. La amistad: fundamento
La amistad es algo más que un simple afecto, o el estar junto a otros. Se puede estar al lado de alguien pero sin compartir nada; es una unidad circunstancial, de lugar y nada más. La amistad implica unidad de ideales y de comportamientos. Desde este punto de vista se puede definir la amistad como una unidad recíproca desinteresada.
Es unidad. La verdadera amistad no es amontonamiento, ni masificación, sino unidad de mentes y de corazones en la misma Verdad, Bien y Belleza. Es centrarse en lo esencial, en lo único necesario. Es compartir los mismos ideales, la verdadera escala de Valores.
Recíproca. El egoísmo, el individualismo, el amiguismo, etc, son realidades que no deben darse en la amistad. La amistad buena y virtuosa indica y exige un amor mutuo, recíproco. La amistad -según Lewis- es el "menos natural de los amores, el menos instintivo, orgánico, biológico, gregario y necesario... Es algo entre individuos esencialmente; desde el momento en que dos seres son amigos, en cierto grado se han apartado del rebaño" (10). Separarse del rebaño es trascender las masas, la multitud.
Desinteresada. Al amigo se lo busca por lo que él es, para ayudarlo a crecer en la perfección. El amigo verdadero y bueno es el que custodia a su amigo; es como "un ángel de la guarda", que tiene como sólo objetivo el alcanzar el cielo junto con su amigo, y los demás hombres. Amigo es "el guardián del amor, o, como otros quieren, del alma misma. Es necesario, en efecto, que mi amigo sea fiel custodio del mutuo amor y de mi misma alma para poder así guardar los secretos con discreto silencio. Por tanto, la amistad es la virtud que une las almas con el dulce lazo del amor haciendo de muchas una sola" (11).
Pero no hay amor de amistad hacia otro, si antes no hay amor consigo mismo. Quien no sabe amarse a sí mismo, por Dios, no sabe tener amigos, en Dios. La razón es muy simple, el amor de sí es lo más inmediato, y si no sabemos hacerlo en sí mismo -el amarnos-, cuanto menos en los demás. Los antiguos maestros, en este sentido, son terminantes. "Si no sabes amarte a ti mismo -dice S. Agustín-, tampoco sabrás amar a los demás en la verdad" (Sermón 368, PL, 39, 1655).
En la antigüedad, podemos citar el ejemplo de Aristóteles que nos dice: "los signos que caracterizan la verdadera amistad están evidentemente tomados de la forma en que el hombre la practica para consigo mismo" (Etica a Nic. 9, 4, 1166 a.), y también: "La más sublime forma de amistad es la que se parece al amor que uno siente por sí mismo" (Ibíd, 9, 4, 1166, b.).
También Santo Tomás compara y equipara el amor de amistad al amor de sí mismo: "El amigo es querido como la persona para la que se desea algo; de esta misma manera se ama el hombre a sí mismo" (S.Th., I-II, 2, 7, ad.2).
El amor al amigo es como un reflejo del amor a sí mismo; se ama uno a sí mismo como se ama al amigo. La amistad es, por lo tanto, la copia, el reflejo del amor que cada uno posee consigo mismo. El modelo del amor al amigo es el amor de sí mismo en Dios.
Pero el amor de sí no es de amistad, nadie puede ser amigo de sí mismo; es un amor superior. Escuchemos a Sto. Tomás aclarando este aspecto.
"Hacia sí mismo no se siente amistad, sino algo superior... Consigo mismo se vive en unidad, y este ser-uno está por encima del hacerse-uno con otro (unitas est potior unione). Y de la misma forma que el ser uno es lo primero frente al hacerse uno con otro, así también es el amor que se tiene el hombre a sí mismo la forma primigenia y la raíz de la amistad. La amistad que sentimos hacia otro consiste en portarnos con él como con nosotros mismos" (II-II, 25, 4; cfr. 3d. 29; 1, 3 ad. 3; c 6. 3, 153; Quod. 5, 6; Car. 7 ad. 11).
Pero la amistad para que resulte buena y perfecta se la debe fundamentar en orden a Dios, al igual que el amor de sí mismo. Amar al otro por él mismo es quedarnos en una filantropía, que no tiene nada que ver con la verdadera caridad; al igual que amarse a sí mismo sin referencia a Dios es peligroso y muy carnal. Al primero que hay que amar y por encima de sí mismo y más que a nuestras vidas, es a Dios.
El es la Bondad Infinita, y el origen fontal de donde proceden todos los bienes. El amor a Dios sobre todas las cosas es un mandato Divino (cfr. S.Mt. 22, 37, 38).
Y en igualdad de órdenes y de circunstancias el hombre tiene la obligación de amarse a sí mismo más que a su propio prójimo. La razón la dá Sto. Tomás al decir que el orden de la caridad se establece por relación a Dios y a la bienaventuranza eterna, de la que participaremos nosotros directamente (cfr. II-II, 26, 4).
Por lo tanto, saber amarse a sí mismos, y al prójimo, es hacerlo en Dios.
"Nuestro Señor y Salvador nos señaló la regla de oro de la amistad al decir: ‘Amarás a tu prójimo como a ti mismo’ (Mt. 22, 39). Este es el modelo. Te amas a ti mismo, sin duda, si amas a Dios, si eres tal que puedas, según las normas dadas, ser elegido por amigo. Dime: ¿piensas que debes exigirte a tí mismo alguna recompensa por el amor que te tienes? De ningún modo, pues es muy natural amarse cada uno a sí mismo. Así, pues, si tú no transmites a otro este mismo afecto, no podrás amarlo en la misma forma que te amas, porque aquel a quien amas sólo podrá ser como otro "tú", si viertes en él el amor que te tienes a tí mismo. ‘La amistad, dice San Ambrosio, no es un tributo, sino honor y dicha grande. Es una virtud, no un lucro; nace no del dinero, sino del atractivo personal; no de una puja de precios, sino de una competición de benevolencia’ (S. Ambrosio, De Oficiis, III, 22 PL, 16, 182 B)." (12).
IV. La amistad viciosa y la virtuosa
No toda amistad por el hecho de serlo es buena; se deben dar ciertos elementos para que sea buena. Los "peligros son perfectamente reales -dice Lewis-. La amistad (como la veían los antiguos) puede ser una escuela de virtud, pero también (como ellos no lo vieron) una escuela de vicio. Es ambivalente. Hace mejores a los hombres buenos y peores a los hombres malos" (13).
El amigo bueno eleva, el malo hunde. "Hay amigos -aconseja las S. Escrituras- que sólo son para ruina, pero los hay más afectos que un hermano" (Prov.18, 24).
Los malos amigos no son verdaderamente amigos, ya que precipitan en el vicio y en el mal.
"No te acompañes del iracundo, ni vayas con el colérico.
Para que aprendas sus manejos y no pongas lazos a tu vida" (Prov. 22, 24-25).
"Porque hay amigos de ocasión, que no son fieles en el día de la tribulación.
Hay amigo que se torna en enemigo, y que descubrirá para vergüenza tuya, tus defectos" (Eclo. 6, 8-9).
En cambio, el amigo bueno es como un puente que eleva a los bienes superiores, a la santidad y al cielo.
"Un amigo fiel es poderoso protector, el que lo encuentra halla un tesoro. Nada vale tanto como un amigo fiel, su precio es incalculable.
Un amigo fiel es remedio saludable; los que temen al Señor lo encontrarán.
El que teme al Señor es fiel a la amistad, y como fiel es él, así lo será su amigo" (Eclo, 6, 14-17).
La clave para no confundirse es discernir entre la buena y la mala amistad: "Si tienes un amigo, ponle a prueba, y no te confíes a él tan fácilmente" (Eclo 6, 7); "No es en la prosperidad cuando se conoce al amigo, ni en la desgracia cuando se oculta el enemigo. En la dicha, hasta el enemigo es amigo; en la desgracia, hasta el amigo se retira" (Eclo 12, 8-9).
Ponerlo a "prueba", es ver cómo se comporta en las diversas circunstancias. Y así como el oro se purifica en el crisol, así las verdaderas y las falsas amistades se las conoce en medio de las pruebas, de las cruces y de las alegrías; de la misma manera ocurre con toda alma delante de Dios: "Pues el oro se prueba en el fuego, y los hombres gratos a Dios, en el crisol de la tribulación" (Eclo 2, 5).
Ahora bien, ¿cuáles son los elementos para descubrir una amistad de otra, la verdadera de la falsa?
1. La Verdad
No hay amistad santa sin verdad. Es la verdad objetiva, la base y el cimiento sobre la que se debe basar toda relación humana, y de manera especial, la amistad. Es la amistad que depende de la Verdad y no al revés, de ahí que Sto. Tomás no vaciló en afirmar que la Verdad es "algo más divino" y más excelente que la amistad (cfr. I Eth. Lect. 6, n. 77). Es la verdad, y no la mentira, el error, quien debe regir las buenas amistades.
La verdad ¿qué es entonces?; en el orden natural, se da verdad cuando hay una adecuación de la inteligencia con el ser de las cosas; hay un intus-legere, un leer dentro, en lo íntimo de las esencias. Es nuestra inteligencia la que es medida por la realidad extramental, y todas las cosas son medidas por Dios: "Las cosas naturales de las cuales nuestro entendimiento recibe la ciencia, miden nuestro entendimiento. Pero ellas son medidas por el entendimiento divino en el cual están todas las cosas creadas, como las artificiales están en el entendimiento del artífice. Así, pues, el entendimiento divino mide y no es medido; pero las cosas naturales miden y son medidas y nuestro entendimiento es medido y no mide a las cosas naturales, sino que mide tan sólo a las cosas artificiales" (Sto. Tomás, De Veritate, 1, 2). Y la Verdad, en el orden sobrenatural, está dada por la fe, virtud por la cual soy llevado a creer lo que Dios me ha revelado. La fe nos abre los Velos Sacros del Misterio. La verdad es un gran bien a poseer:
"El hombre busca naturalmente la verdad -observa el Catecismo-. Está obligado a honrarla y atestiguarla: "Todos los hombres, conforme a su dignidad, por ser personas..., se ven impulsados, por su misma naturaleza, a buscar la verdad, y, además, tienen la obligación moral de hacerlo, sobre todo con respecto a la verdad religiosa. Están obligados también a adherirse a la verdad una vez que la han conocido y a ordenar toda su vida según sus exigencias" (DH 2).
La verdad como rectitud de la acción y de la palabra humana, tiene por nombre veracidad, sinceridad o franqueza. La verdad o veracidad es la virtud que consiste en mostrarse veraz en los propios actos y en decir verdad en sus palabras, evitando la duplicidad, la simulación y la hipocresía." (Catecismo de la Iglesia Católica, nrs. 2467-2468).
La verdad es la base del buen pensar y del buen obrar. La "verdad es la única en ofrecer una base sólida para una "praxis" adecuada" (Juan Pablo II, Puebla, año 1979). La verdad, por lo tanto, como dice un adagio, "engendra amigos, la mentira, enemigos". Cuando dos amigos cultivan la amistad en la verdad crecen. Nuestro Señor que vino a restaurar la amistad del hombre con Dios nos dio a conocer la Verdad. "Vosotros sois mis amigos si hacéis lo que os mando. Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor; pero os digo amigos, porque todo lo que oí de mi Padre os lo he dado a conocer" (Jn. 15, 15).
Ahora detengámonos atentamente en el comentario que hace el Doctor Angélico sobre este texto:
"Cristo muestra cuál es el signo de la amistad, cuando dice: Ya no os llamo siervos. Primero excluye lo que parece ser contrario a la amistad; segundo indica el signo de la verdadera amistad: Los llamo amigos... La amistad se opone a la servidumbre; por eso primero excluye la servidumbre, diciendo: Ya no os llamo siervos, como diciendo: aunque antes fuisteis siervos bajo la ley, ahora sois libres bajo la gracia; (Rom. 8, 15): No recibisteis un espíritu de servidumbre para volver al temor, sino que recibisteis el espíritu de hijos de adopción. Segundo agrega la razón de esto: Porque el siervo no sabe qué haga su Señor: pues el siervo es ajeno al Señor; el siervo no permanece en la casa para siempre (Jn. 8, 35). Y a los extraños no se les confían los secretos; (Prov. 25, 9): No reveles los secretos a extraños, por eso no se revelan los secretos a los siervos. Podrían los discípulos decir: Si cumplimos tus preceptos somos tus amigos, pero cumplir los preceptos es más de servidumbre que de amistad; y esto lo excluye el Señor al decir: Ya no os llamo siervos. Aquí surge una duda, pues los mismos Apóstoles dicen ser Siervos de Cristo: Pablo Apóstol, siervo de Cristo Jesús (Rom. 1, 1), y David: Yo soy tu siervo (Sal. 118, 125), y también aquellos que han de ser introducidos en la vida eterna: Siervo bueno y fiel... entra en el gozo de tu Señor (Mt. 25, 33); ¿qué significa lo que dice el Señor: Ya no os llamo siervos?
También se plantea una duda, pues frecuentemente los señores revelan sus secretos a sus siervos, como el mismo Dios (Amós 3, 7): El Señor no da su palabra, si no revelara sus secretos a sus siervos, los profetas; por tanto no parece verdadero lo que dice Cristo: El siervo no sabe lo que hace su señor.
A todo esto respondo diciendo que, según San Agustín, el ser siervo propiamente surge del temor. Pero hay un doble temor: el temor servil, al cual la caridad excluye (I Jn. 4, 18): En la caridad no hay temor; otro es el temor filial, que es engendrado a partir de la caridad, pues teme perder a aquél que ama; y este es el temor bueno y casto, del cual se dice en el salmo 18, 10: El santo temor del Señor permanece para siempre. Según esto hay dos clases de servidumbre: una que procede del temor filial, y así son siervos todos los justos e hijos de Dios. La otra es la que procede del temor de la pena o castigo, y es contraria al amor; de ésta dijo: Ya no os llamo siervos.
Debemos saber que siervo, propiamente, es quien no es causa de sí mismo, y libre quien es causa de sí mismo. La diferencia entre las acciones de ambos es que el siervo obra por causa de otro, y el libre obra a causa de sí mismo, tanto respecto a la causa final de la obra como a la causa motriz (movente); el libre obra por sí (como fin de sí mismo) y por sí (movido por su propia voluntad a obrar); el siervo obra por el señor (como fin) y por la voluntad del señor (por cierta coacción).
Puede suceder que el siervo obre por otro (como fin) pero por sí (como obrando voluntariamente): ésta es la servidumbre buena, pues se mueve a hacer buenas obras por la caridad; pero no obra por sí como fin, porque la caridad no busca lo suyo propio, sino lo que es de Cristo y de la salvación del prójimo. Los que obran totalmente por otro son siervos malos. Por tanto es evidente que los discípulos eran siervos, pero con la buena servidumbre, que procede del amor.
Respecto de la segunda cuestión, diremos que el siervo que no se mueve por sí mismo es como un instrumento; actúa pero no en el motivo (razón) de la obra; participa sólo en la obra.
Pero si el siervo actúa por propia voluntad, es necesario que conozca el motivo (razón) de la obra, y que se le revelen las cosas ocultas, para que pueda saber lo que hace. Los Apóstoles se movían a sí mismos para hacer buenas obras, o sea, por la propia voluntad inclinada por el amor; por eso el Señor les revela sus secretos. Los malos siervos no saben qué hace el Señor: lo que Dios hace en nosotros; pues todo lo bueno que hacemos lo realiza Dios en nosotros. El siervo malo, enceguecido por la soberbia de su corazón, de modo que lo que hace se lo atribuye a sí mismo, no sabe lo que hace su señor.
Luego pone Cristo el signo de la verdadera amistad (por parte de Cristo): Lo que oí a mi Padre os lo di a conocer; el verdadero signo de la amistad es que el amigo revela los secretos del corazón a su amigo. Como es propio de los amigos tener un solo corazón y una sola alma, el amigo no pone fuera de su corazón lo que revela a su amigo: Conversa tus asuntos con tu amigo (Prov. 25, 9). Dios, haciéndonos partícipes de su sabiduría, nos revela sus secretos: Se pone en las almas santas por el mundo, haciendo Profetas y amigos de Dios (Sab. 7, 27).
Dice San Gregorio: Todo lo que da a conocer a sus siervos son los gozos interiores de la caridad y la fiesta de la patria celestial, que imprime cotidianamente en las mentes por la aspiración de su amor, pues cuando amamos las cosas celestiales que oímos, lo amado ya lo conocemos: porque el mismo amor es conocimiento (ipse amor notitia est )".(Sto. Tomás, Com. al Ev. de S. Juan, XV).
La mentira, el error, engendra enemigos.
El error es la privación de la verdad y también su perversión. Querer edificar las relaciones humanas sobre el fundamento del error es como construir sobre arena, es decir en la nada y en el acío. El error, que es la no adecuación de la inteligencia con el ser de las cosas, es un juicio falso. El error es algo contranatura, porque niega lo propio de la inteligencia que es conocer la verdad; y si la inteligencia está privada de ella, genera un engendro que es el error.
El error cuando se lo proyecta en lo social, es la mentira. La mentira es el humo de Satanás; al príncipe de la mentira se le cae la baba por la mentira o mejor aún es la misma baba del demonio.
Y uno de los elementos más dificultosos y graves que hoy existen es que no sólo se ha perdido el sentido del mal, sino que se lo justifica. Se usa de la mentira como cuenta corriente (14), o como un elemento normal en el desarrollo de la persona (15).
La mentira sea leve o grave es siempre algo malo, porque va contra la verdad. La mentira altera la conciencia, la cual es el santuario interior donde se escucha a Dios; atenta contra la demás, ya que en el engaño no hay verdadera relación; va contra Dios que es la Verdad Absoluta y por último profana la palabra que tiene que ser el vehículo de la verdad.
" ‘La mentira consiste en decir falsedad con intención de engañar’ (S. Agustín, mend 4, 5). El Señor denuncia en la mentira una obra diabólica: ‘Vuestro padre es el diablo... porque no hay verdad en él; cuando dice la mentira, dice lo que le sale de dentro, porque es mentiroso y padre de la mentira’ (Jn. 8, 44).
La mentira es la ofensa más directa contra la verdad. Mentir es hablar u obrar contra la verdad para inducir a error al que tiene el derecho de conocerla. Lesionando la relación del hombre con la verdad y el prójimo, la mentira ofende el vínculo fundamental del hombre y de su palabra con el Señor.
La gravedad de la mentira se mide según la naturaleza de la verdad que deforma, según las circunstancias, las intenciones del que la comete, y los daños padecidos por los que resultan perjudicados. Si la mentira en sí solo constituye un pecado venial, sin embargo llega a ser mortal cuando lesiona gravemente las virtudes de la justicia y la caridad.
La mentira es condenable por su misma naturaleza. Es una profanación de la palabra cuyo objeto es comunicar a otros la verdad conocida. La intención deliberada de inducir al prójimo a error mediante palabras contrarias a la verdad constituye una falta contra la justicia y la caridad. La culpabilidad es mayor cuando la intención de engañar corre el riesgo de tener consecuencias funestas para los que son desviados de la verdad.
La mentira, por ser una violación de la virtud de la veracidad, es una verdadera violencia hecha a los demás. Atenta contra ellos en su capacidad de conocer, que es la condición de todo juicio y de toda decisión. Contiene en germen la división de los espíritus y todos los males que ésta suscita. La mentira es funesta para toda sociedad: socava la confianza entre los hombres y rompe el tejido de las relaciones sociales." (Catecismo de la Iglesia Católica, nrs. 2482-6).
2. La Virtud:
No basta conocer la verdad para el logro de la amistad, es necesario también el crecimiento en la virtud.
La amistad propiamente es de hombres virtuosos, de hombres buenos. La verdadera amistad supone comunión de bienes y sólo los que viven en el bien pueden realizarla; de lo contrario son amistades imperfectas, débiles o peligrosas. Son imperfectas o débiles cuando no hay una adhesión profunda al bien y peligrosas cuando se vive en la esclavitud del vicio.
Estrictamente la amistad entre un hombre bueno y uno malo es difícil de darse, porque "la amistad depende de la lealtad y de la constancia" (Aristóteles, G. Ética, Lib. 2 cap. 11). En toda verdadera amistad hay reciprocidad: "la amistad tal como nosotros la definimos, existe solamente donde el amor de amistad es recíproco" (ibíd.). La reciprocidad más profunda se da por el crecimiento en el bien, un crecimiento propio de hombres virtuosos: "la amistad entre hombres virtuosos consiste en amarse uno al otro, y ellos se aman el uno al otro en la medida en que ellos son amables, y ellos son amables en la medida en que son buenos" (ibíd.).
Y el amor entre los amigos puede surgir en base a tres bienes: útil, deleitable y honesto; tres bienes que configuran tres amistades distintas. Cuando la amistad se basa en lo útil dura poco, se basa más en el interés que en la perfección. Cuando es en lo deleitable o en el agrado, dura en la medida del provecho personal: "cuando el provecho es (origen de las amistades) tan pronto como estas cosas faltan la amistad también se acaba con ellos" (ibíd.). La virtud es más que el agrado: "la virtud, de hecho, no procede del agrado, sino que es el agrado el que procede de la virtud" (ibíd.).
La amistad más firme y duradera es la que se basa en el bien honesto, que es el bien que se busca por sí mismo. La amistad más estable es la que se realiza entre hombres buenos, es "la más firme, duradera y constante y la más noble y honesta; es la amistad cuyo fundamento es la virtud y la bondad. La virtud al igual que la amistad que brota de ella es algo inmutable". (ibíd.)
El amor profundo de los amigos es el amor benevolente: benevolente: bene (bien), volere (querer); es decir querer bien al otro en orden de la perfección. Nosotros "nos volvemos a la amistad por el deseo de hacer un beneficio a aquella persona, si ello está en nuestras manos, aquella persona hacia quien hemos sentido esta benevolencia" (ibíd., cap. 12). Lo que sí nada impide que una persona buena busque la amistad de un hombre malo para mejorarlo, ayudarlo y sacarlo del mal: "el hombre bueno podrá ser amigo del hombre malo, ya que él puede ser amigo en la medida que le es agradable" (ibíd., cap. 11).
La amistad por tanto puede tener dos caminos: a. El falso, del vicio; y b. El verdadero, de la virtud.
a. La amistad falsa:
Es la amistad aparente, engañosa que no se orienta al bien ni a la gloria de Dios.
La amistad falsa es la que va por el camino ancho de la perdición, se basa en el vicio y se esclaviza a lo que el demonio le tienta. Por esto "falsamente se atribuye el nombre amigos a quienes viven de mutuo acuerdo en el pecado. Porque el que no ama, no es amigo, y no ama al hombre quien ama la iniquidad: ‘el que ama la iniquidad no ama, sino que odia su alma’ (salmo 10, 5); por otra parte, quien odia su alma no puede amar la de otro" (16).
La falsa amistad es la que se basa en las bajas pasiones, es la del hombre viejo del pecado, es en el fondo la amistad carnal. Y aquel que siembra en la carne, siembra en la muerte:
"El que siembra en su carne, de la carne cosechará corrupción; mas el que siembra en el Espíritu, del Espíritu cosechará vida eterna" (Gal 6, 8).
El hombre carnal es aquel que somete el espíritu a los placeres de la carne; de ahí que la amistad carnal es una amistad prostituída por los vicios.
"La amistad carnal comienza por una afición que, a modo de meretriz, se ofrece a cuantos pasan, abandonándose a los caprichos de los oídos y de los ojos, por cuyas puertas penetran en el espíritu las imágenes de la belleza de los cuerpos y de los placeres obscenos" (17).
Esta amistad carnal es la que el mundo propone, es decir, es la que se basa en los valores mundanos y que va contra Dios.
"La amistad mundana, que nace con el deseo de las cosas y bienes temporales, está siempre repleta de falsedad y de astucia. Nada hay cierto en ella, nada constante, nada seguro, porque se muda continuamente como la fortuna, y siempre va tras de la bolsa" (18).
Estas amistades falsas llevan en sí germen de muerte, disolventes internos que la destruyen. Se nutren del veneno de la corrupción. Algunos de estos disolventes son:
Primero. El insulto. "El insulto hiere la buena fama y ahoga la caridad. Es tan grande la malicia de los hombres que todo insulto lanzado por un amigo encolerizado contra su amigo, por lo mismo que viene de quien es conocedor de sus secretos, se divulga como si fuera cierto, aunque no se le preste fe. Son muchos, en efecto, los que gozan tanto de las críticas contra los demás, como en las lisonjas que a ellos mismo se les hacen".
Segundo. El ultraje. "¿Qué cosa hay más criminal que el ultraje? Aun siendo falso hace enrojecer la cara del pobre inocente".
Tercero. La arrogancia. "Nada hay más intolerable que la arrogancia; rechaza el único remedio capaz de restaurar la amistad herida, a saber, la humilde confesión; y hace al hombre procaz en el insulto e insolente en la reprensión".
Cuarto. Revelación de los secretos. "Cuanto a la revelación de las cosas íntimas y secretas, nada hay más vil y detestable. Destruye el amor, la alegría y la dulzura que existía entre los amigos; lo llena todo de indignación y amargura, derramando así por todas partes la hiel del odio y del dolor... ¿Quién es, en efecto, más desgraciado que el que perdió la confianza y cayó en la desesperación?
Quinto. La traición. El último ‘disolvente’ de la amistad es la maniobra traidora, es decir, la maledicencia oculta. Ciertamente, el ardid traidor es herida mortífera de serpiente y de áspid, pues el que difama ocultamente -dice Salomón- es como la serpiente que muerde en silencio" (19).
b. La amistad verdadera.
Es aquella que lleva a Dios y que eleva espiritualmente a los que la practican. Esta amistad santa se la denomina también amistad espiritual, en cuanto lo abarca al hombre en la totalidad y se rige por la voluntad de Dios. La amistad espiritual es la que se conforma al Espíritu Divino.
"La amistad espiritual, única que merece este nombre, no se busca por algún provecho, ni por un motivo extrínseco, sino que nace de la propia dignidad de la naturaleza y del corazón humano, hasta el punto de que ella misma es su propio fruto y recompensa. Por eso dijo el Señor en el Evangelio: Os he destinado para que vayáis y hagáis fruto (Jn. 15, 16), es decir, para que os améis los unos a los otros (Jn. 15, 17). Porque en la verdadera amistad se camina progresando, y el fruto se recoge al experimentar la dulzura de su perfección.
Así pues, la amistad espiritual nace entre los buenos por razón de la semejanza de vida, de costumbres y de ideales, del mutuo sentir sobre las cosas divinas y humanas con benevolencia y caridad. Me parece que esta definición explica suficientemente la naturaleza de la amistad si por caridad entendemos, según nuestra manera de hablar, la exclusión de todo pecado, y por benevolencia expresamos esta facultad de amar que nos conmueve con su dulzura en lo más íntimo de nuestro ser. Allí donde se da tal amistad existe también, sin duda, el mismo querer y no querer tanto más dulce, cuanto es más sincera, y tanto más suave cuanto es más santa" (20).
La amistad espiritual es eco de la amistad con Dios, ya que la relación con Dios es una relación de amistad. Santo Tomás define la caridad como una relación de amistad. Y así como en toda amistad se requiere una cierta reciprocidad en los bienes, esta reciprocidad se da de manera perfecta con respecto a Dios.
"Por consiguiente, existiendo alguna comunicación del hombre con Dios, puesto que nos comunica su bienaventuranza, sobre esta comunicación conviene que se funde alguna amistad. De esta comunicación habla el Apóstol: ‘Fiel es Dios, porque habéis sido llamados a la compañía de su Hijo’ (I Cor. 1, 9). Mas el amor fundado en esta comunicación es la caridad. Luego es evidente que la caridad es una amistad del hombre con Dios" (II.II, q. 23, a. 1).
La amistad de Dios supera a la amistad de todos los amigos humanos, en cuanto que Dios se da a Sí mismo: "El amigo te hace partícipe de sus bienes. Pero Dios da sus cosas y se da a sí mismo. ‘El que aún a su propio Hijo no perdonó, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará con El también todas las cosas’ (Rom. 8, 32). ¿Qué amigo te dará a su propio Hijo y su espíritu como hizo Dios? Da sus cosas. Obsequia dones más dignos, mayores, más numerosos, más permanentes en duración y en tiempo, mejores con relación al fin. Muchas y grandes cosas donó en el pasado, da y no cesa de dar en el presente, pero en el futuro dará muchísimas y mayores" (Sto. Tomás, De dilectione Dei, XI).
Y el amor entre los verdaderos amigos, para que sea santo y espiritual, ha de tener algunas características. Escuchemos a Sto. Tomás.
Primero. Ha de ser verdadero, "como el que nos tenemos a nosotros mismos. Y será así si lo amamos por él y no por nosotros".
Segundo. Ha de ser ordenado, de forma que no lo queramos más que a Dios ni tanto como a Dios, sino exactamente como debemos querernos a nosotros mismos: ‘puso en orden el amor en mí’ (Cant. 2, 4).
Tercero. Ha de ser efectivo. "A ti no solamente te amas, sino que con toda diligencia te procuras el bien y te evitas el mal. Lo propio tienes que hacer con el prójimo. ‘No amemos de palabra y con los labios, sino con obras y de verdad’ (I Jn., 3, 18)".
Cuarto. Debe ser constante, como es constante el que te tienes a ti. ‘El amigo ama en toda ocasión, y el hermano se pone a prueba en la angustia’ (Prov. 17, 17): por tanto, lo mismo en la desgracia que en la prosperidad..."
"Conviene observar en este punto que a mantener la amistad contribuyen dos cosas. Una es la paciencia... La otra es la humildad, que pone el cimiento de la anterior..."
Quinto. Nuestro amor ha de ser limpio y santo, "de manera que no amemos al prójimo para pecar, ya que tampoco a ti debes amarte de esta forma puesto que perderías con ello a Dios. Y se nos ordena: ‘Permaneced en mi amor’ (Jn. 15, 9), amor acerca del cual se dice: ‘Yo soy la madre del amor hermoso’ (Eccli. 24, 24)" (Sto. Tomás, El doble precepto de la caridad y los diez mandamientos de la ley, El amor al prójimo, IV).
3. Regreso al Orden Inicial
La verdadera amistad supone retornar al orden primigenio, es decir, al Paraíso, no ya al Paraíso que se perdió por el pecado del hombre, sino al conquistado por Cristo, el Nuevo Adán, junto a la Nueva Eva, la Virgen María.
El nuevo paraíso es un anticipo de la Patria definitiva, del cielo. Y la amistad santa debe darse en este ámbito paradisíaco. Por esto el amigo "es un paraíso para el hombre" (21) (paradisus homo amicus).
El regreso al paraíso para el logro de la amistad santa posee tres características: a. Volver a Dios; b. Un Paraíso espiritual, y c. Es simbólica.
a. Volver a Dios
La amistad no es únicamente la más alta forma del amor humano: "No es algo divino, es el mismo Dios" (Casiano, Col., XVI, 14). S. Elredo siguiendo a Casiano viene a decir "Amicitia Deus est". La amistad verdadera es un eco de las Relaciones Intratrinitarias, un resplandor y un anticipo del Cielo.
Y una de las características de la amistad es que es un camino de retorno a la felicidad del Paraíso. He aquí algunas imágenes:
Vuelo
La amistad es alas que sirven para volar hacia las alturas. Esto se encuentra en Platón. El amor verdadero entre amigos hace salir alas que ayudan para volar hacia la contemplación de la Verdad (cfr. Fedro, 249, a, 251b, etc.).
Paulino de Nola y San Jerónimo hablan de los amigos que vuelan (cfr. Paulinus ep. XI, 14), uno hacia otro sirviéndose de alas (cfr. Hieronymus Ep. 143, 1).
Éxtasis
La palabra éxtasis etimológicamente significa una especie de salida y permanencia fuera de sí. Y salir fuera de sí para buscar al amigo y amarlo en Dios, es necesario en las amistades para el logro de una cierta reciprocidad.
El crecimiento en la amistad es como un ascenso extático. Dios es la meta, el objetivo. El principal deber de los amigos cristianos, según San Agustín, es conducirse hacia Dios, rapere ad Deum, adhaerere Deo, atraer al amigo allí donde la verdadera amistad se ve coronada con la eterna posesión de Dios.
Rábano Mauro ruega a su amigo que ore por él cuando está en el altar (cfr. Carm. 17, 45-46). En el poema a Fortunato, la amistad es un amor beatus que arrastra las almas hacia Dios:
"Tú, que sujetando todos los corazones con un amor santo, atraes a esos corazones cautivos en pos de ti, ¡Oh Padre amado!. Mas, entre los que han sido colmados de tu dulzura, me ha tocado a mí participar como a nadie de tu amor" (cfr. Carm., III, 22, 3-6).
La verdadera amistad es como un imán que atrae a los amigos hacia Dios.
b. Un Paraíso espiritual
Podríamos preguntarnos ¿en qué consiste este paraíso de la amistad?. Es volver a la realidad ejemplar, al modelo original. Es un retorno al jardín del Edén, a la edad de oro de la santa amistad con Dios.
La amistad es el jardín del Edén. San Ambrosio dice que la benevolencia (amicitia) ha salido del Paraíso y ha llenado el mundo. El amigo es semejante al río del Paraíso y a un jardín florido. "Así como la fuente que regaba el Paraíso extendió sus brazos por el ancho mundo en su cuádruple curso, del mismo modo la fuente de la caridad hace germinar los capullos de las virtudes y se expande en las cuatro corrientes del amor" (Alcuino Ep. 19, 13).
Anticipo del Cielo
El cielo es ver a Dios cara a cara, es la plenitud y la perfección total. En el Cielo Dios es todo en todos. Los bienaventurados gozan de la eterna visión de Dios. Y en la tierra los verdaderamente amigos, que se aman en Dios, anticipan el Cielo. Los amigos buenos se aman para el Cielo, para el Paraíso definitivo. Y entre los amigos el "primus amicus" es Cristo, es el primero ante todo y que da la vida por sus amigos.
Dulzura
Dulzura, paz, tranquilidad, son cualidades atribuídas siempre a la felicidad que proviene de la amistad.
La dulzura de la santa amistad no es la sensiblera o de un sentimentalismo desmedido, la cual pudre espiritualmente, sino la dulzura que proviene por la participación de las cosas superiores.
San Agustín compara la experiencia de la dulzura que proporciona la amistad con la experiencia de Dios: "Deus meus, vita mea, dulcedo mea sancta" (Conf., 1, 4). Fortunato compara el deleitarse con la dulzura de los amigos, que ocupan los huecos de su corazón (Carm., 3, 22a, 5), con la fragancia de las rosas (Carm.,3, 4-9-11) y semejante a la miel (Carm. 3, 2, 5-7; 7, 9, 18, ).
c. Es simbólica
Todo símbolo me lleva a otra realidad superior. Y cuando es un símbolo sacro todo en el está henchido de conceptos de Dios. Arde en fuego divino y humea como el incienso.
Luz
La amistad espiritual es luz, da claridad a los espíritus buenos. La amistad es el sol de la vida de los verdaderos amigos.
Para algunos autores los amigos son como la luz (cfr. Fortunato, De Off. Minis., 1, 167), o como la aurora, como la estrella matutina que siempre aparece con luz nueva (cfr. Alcuino, Ep., 186, 34-35).
Y así como la luz es el esplendor de lo visible, las amistades son como el resplandor de la Luz que viene de lo alto, del Sol de la perfección, que es Dios.
Fuego
El fuego sirve para iluminar y quemar, así las verdaderas amistades, sirven para comunicar bienes (iluminar) y hacer crecer en la caridad (quemar).
Para San Agustín, la amistad es unión ardiente y fructífera. El amor de los amigos, según Alcuino, es como una llama, hace arder los corazones (Ep. 83, 3-4, 7).
Agua
El agua, aplicada como símbolo a la amistad, es como las corrientes que fluyen por el jardín del Paraíso.
La amistad es agua viva que surge de la fuente, del manantial que es Dios. Para San Gregorio Magno las palabras del amigo son descanso para quien se encuentra fatigado, salud para el enfermo, agua para el sediento (cfr. Ep. 1, 26, PL 82, 479 a).
V. Conclusión
La amistad, en síntesis, es un nombre de Dios, que cubre el cielo y la tierra. Los verdaderos y santos amigos son como un resplandor de la amistad con Dios, el Amigo por excelencia.
Toda santa amistad nos debe llevar a la íntima unión con Dios, fuente de todo bien. Toda amistad para serlo realmente debe alimentarse de la Verdad, del Bien y la Belleza. Pidamos, por lo tanto, a la Virgen María, por su intercesión, ya que nos dió, antes que nada, al Primus Amicus -Primer Amigo- Jesucristo: Verdadero Dios y Verdadero Hombre.
oooooooooo
NOTAS
(1) Heráclito, Fragmento, 112, Diels.
(2) P. Rodríguez, V., O.P.: Comentario a Sto. Tomás de Aquino, en El Régimen Político, Fuerza Nueva, Madrid, 1978, p. 23.
(3) Pieper, J., Las Virtudes Fundamentales, Rialp, Madrid, 1976, p. 498.
(4) GUARDINI, R., Meditaciones Teológicas, Cristiandad, Madrid, 1965, pp. 772-3.
(5) Texto del P. KENTENICH, José, Citado por P. FERNANDEZ, M., Jaime, Tu Personalidad, Madurez o masificación, Centro de Difusión de Schoenstatt, Bs.As., 1981, pp. 9-11.
(6) Juan Pablo II, Catequesis de los Miércoles, 10-10-1979.
(7) Ibíd.
(8) Juan Pablo II, 14-11-1979.
(9) Juan Pablo II, Carta a la Familia, 2-2-94.
(10) LEWIS, C, S, Los Cuatro Amores, Colección el Saber y la Cultura, Chile, 1992, p. 72.
(11) SAN ELREDO DE RIEVAUXL, La Amistad Espiritual, Studium, Madrid, 1969, p. 6.
(12) SAN ELREDO DE RIEVAUXL, ibíd.
(13) LEWIS, C,S, op. cit., p. 97.
(14) Hay algunos casos anteriormente, por ejemplo: Lutero: "Una mentira necesaria, decía con motivo de la bigamia de Felipe Hesse, una mentira útil, una mentira piadosa nunca va contra Dios... ¿Qué mal hay en decir una mentira por grande que sea, cuando en ella va la obtención de un gran bien o utilidad para la Iglesia cristiana" (cfr. Lenz, Briefwechsel Landgraf Philips von Hessen mit Bucer, I, 373, 376). Diderot: "La mentira, decía, cuando trae provecho no es un vicio, cuéntase entre las más excelentes virtudes. Sed, pues, virtuosos a más no poder. Es menester mentir como un diablo: no tímidamente, no por un tiempo, sino audazmente, siempre" (citado por ROTTJER, A, A, La Masonería en la Argentina y en el Mundo, Nuevo Orden, Bs.As., 1973. pp. 118-9. Sarmiento: "Si miento, lo hago como don de familia, con la naturalidad y sencillez de la veracidad" (Carta a Rafael García, 28.10.1868).
(15) "Mentir -tanto como decir la verdad- forma parte de un desarrollo y un crecimiento normales" Arnold, Golberg, cit. en La Nación, 28.5.1988, p. 9.
(16) SAN ELREDO, op. cit., p.64
(17) SAN ELREDO, ibíd., p. 65.
(18) SAN ELREDO, ibíd., p. 66.
(19) SAN ELREDO, ibíd., pp. 109-110.
(20) SAN ELREDO, ibíd., p. 67.
(21) Esquematizamos el excelente artículo de FISKE, Adele, PARADISUS HOMO AMICUS, en Cistercium, 191, (1992), pp. 745-780.