La liturgia:
ocio festivo y anticipo del cielo
P. Fr. Armando O. Díaz, O.P.
El título de esta reflexión se refiere a saber qué es la liturgia y qué importancia tiene la misma en la vida del cristiano.
La respuesta es fundamental, en cuanto no se trata de una actividad cualquiera en la vida del hombre; es algo más que tomar una taza de café; es un bien del espíritu que abarca la totalidad del ser del hombre, por la cual se alaba y se adora a Dios; hace a la salvación de las almas, porque nos coloca al alcance de los grandes tesoros traídos por Cristo a la tierra. Y así como el deber esencial del hombre es, sin duda alguna, orientar hacia Dios su persona y su propia vida, así la liturgia es el auxilio sobrenatural que tiene el hombre para rendir el culto debido a Dios.
La liturgia, obra de Dios, obra Divina y Santa sirve para alabar a Dios de la manera como El lo hace a sí mismo. En este sentido, observa bellamente S. Agustín, que "Para que Dios sea alabado perfectamente por el hombre, Dios se alabó a sí mismo; y porque se dignó alabarse a sí mismo, por lo mismo, encontró el hombre el modo de alabarle" (Sal. 144, n. 1).
Ahora bien, plantear qué es la liturgia parece una pérdida de tiempo, en medio de esta sociedad que cada día se seculariza más, en la que hay una caída de las costumbres morales y de la verdadera escala de valores. Para el hombre utilitarista moderno, la liturgia es algo inútil, es decir, no usable y no rentable.
Lo útil -observamos- dice razón de medio, de instrumento, que me sirve para alcanzar otra cosa. En este sentido la liturgia es "inútil". "La liturgia no se alinea entre las cosas "útiles", porque descansa en sí misma, en el culto que da a Dios. Lo útil, por esencia, se ordena a algo ulterior. El culto sagrado no tiene ‘utilidad’ pero sí ‘sentido’, como las flores silvestres de las sierras que para nada ‘sirven’ y que sin embargo están bañadas de significación, aunque pasen desapercibidas a los ojos de los hombre curiosos" (1).
La liturgia no es "útil" en cuanto que el que participa descansa en ella; no es medio para otra cosa. En este sentido, observa Romano Guardini, que acercarse a la liturgia es abandonarse en Dios, es entrar en la intimidad con El.
"La liturgia no conoce fin "útil" o al menos no sabría ser comprendida y captada desde el solo punto de vista del fin "útil". No es un medio que se emplea para alcanzar un objeto determinado. Es en sí misma, hasta cierto grado al menos, su propio fin. Según el sentimiento de la Iglesia, no debe ser considerada como etapa, como camino hacia un fin situado fuera de sí misma, sino como mundo de vida que se afirma en sí mismo.
En verdad, hay una primera y capital razón por la que la liturgia no puede conocer fin útil, es que su razón de ser es Dios, no el hombre. En la liturgia el hombre dirige su mirada no sobre sí mismo, sino sobre Dios. No piensa en formarse ni en perfeccionarse; su mirada entera está vuelta hacia el esplendor de Dios. Para el alma, el sentido completo de la liturgia es estar delante de Dios, desahogarse libremente en su presencia, vivir en el mundo sagrado de las realidades, de las verdades, de los misterios y de los signos divinos, vivir de la vida de Dios que es a la vez su propia, verdadera y profunda vida por sí misma" (2).
Y para mejor orden, dividiremos el trabajo en cuatro partes: a. ¿qué es la liturgia?; b. La liturgia y el ocio; c. lo festivo y la liturgia; d. la liturgia como anticipo del cielo.
a. ¿Qué es la liturgia?
Recurrimos a la palabra, porque es signo exterior del verbo mental y devela el ser de las cosas; así la palabra liturgia nos está indicando inicialmente lo que ella es. El término liturgia, del griego leiton ergon = obra, función o ministerio público social, etimológicamente significa oficio o servicio público, o del pueblo. En este sentido lo empleaban los griegos para designar cualquier servicio civil o militar que los ciudadanos estaban obligados a prestar al Estado, o cualquier función pública que desempeñaban en interés del bien común. Para los egipcios, además de este mismo significado, tenía el de oficio cúltico referido sobre todo al culto de los dioses.
Según esto, entre los griegos, la contribución de guerra, los impuestos públicos, el servicio militar y otras cargas estatales eran considerados como actos litúrgicos, funciones litúrgicas. Por lo mismo, los ciudadanos que cumplían cargos públicos, aunque sólo fuera organizar o dirigir festejos populares oficiales, eran llamados "liturgos", es decir, servidores, funcionarios públicos. Y llamaban "aliturgesia" a la exención de cargas o gabelas públicas.
La palabra liturgia va a pasar al ámbito sobrenatural. En el cristianismo alude al culto religioso público, el culto oficial hecho por la Iglesia; se refiere a lo cultual, a la adoración de Dios.
En cuanto a la definición de liturgia, citaremos la expresada por el Papa Pío XII en la Encíclica Mediator Dei :
"Es el culto público que nuestro Redentor tributa al Padre como Cabeza de la Iglesia, y el que la sociedad de los fieles tributa a su fundador, y por medio de El al Padre eterno"; o más breve: "Es el culto público integral del Cuerpo Místico de Jesucristo, es decir, de la Cabeza y de sus miembros" (nº 20).
Cristo, verdadero Dios y verdadero Hombre, es el Sumo Sacerdote y Restaurador de todas las cosas, une la tierra con el cielo, el tiempo con la eternidad y la creatura con el Creador. Es -además- quien vuelve a nombrar todas las cosas, como Nuevo Adán, retornándolas a su belleza original. Sólo El nos enseña el verdadero culto, la única liturgia, sea la terrena como la celestial. Y el sol de la liturgia lo ocupa su Santo Sacrificio, es decir, la Misa, dado que contiene la totalidad del Misterio de Cristo en su fuente misma: la Pasión y la Resurrección. En la cruz y en la Misa oficia el mismo Sacerdote y se ofrece la misma Víctima. Cristo es el "Único Liturgo, el Único Sacerdote que después de haber desarrollado en esta tierra su liturgia en homenaje al Padre, ahora, gloriosamente desde el cielo, como Único Liturgo, en el Único Santuario, continúa la Única Liturgia de alabanza al Padre. La liturgia, la terrena y la celestial, son una misma realidad: sólo difieren en el modo. El sacerdote visible es, en la tierra, el sacramento del Sumo Sacerdote. Cristo es el Único Liturgo en los cielos y el Único Liturgo del culto terrestre" (3).
Cristo extiende su obra, de manera especial en la Iglesia, que es su Cuerpo Místico, en la Iglesia que es el Cristo total, el Cristo propagado y difundido en sus miembros. Cristo está siembre presente en su Iglesia, sobre todo en la acción litúrgica. "Está presente en el sacrificio de la Misa, sea en la persona del ministro, ‘ofreciéndose ahora por ministerio de los sacerdotes el mismo que entonces se ofreció en la cruz’ (4), sea, sobre todo, bajo las especies eucarísticas. Está presente con su virtud en los sacramentos de modo que, cuando alguien bautiza, es Cristo quien bautiza (5). Está presente en su palabra, pues cuando se lee en la Iglesia la Sagrada Escritura, es El quien habla. Está presente, por último, cuando la Iglesia suplica y canta salmos, el mismo que prometió: Donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos (Mt. 18, 20)" (6).
La liturgia es descripta también como "el ejercicio del sacerdocio de Cristo gracias al cual se significa y realiza, por medio de signos sensibles, la santificación del hombre, al mismo tiempo que el Cuerpo Místico de Cristo -Cabeza y miembros- ofrece el culto público integral" (Sacrosanctum Concilium, nº 7). Cada acto litúrgico es "una acción sagrada por excelencia, cuya eficacia no puede ser igualada por ninguna otra acción en la Iglesia" (ibid.). Aunque "la liturgia no agota toda la actividad de la Iglesia" (nº 9), sin embargo "constituye la meta a la cual tiende toda su acción y al mismo tiempo la fuente de donde ella extrae toda su fuerza" (nº 10). Y para que la liturgia obtenga la totalidad de sus frutos no basta evitar los obstáculos que la entorpecen, sino que es necesario que el cristiano cultive intensamente la vida espiritual mediante la meditación, la oración, la ascesis, el ejercicio de las virtudes, etc. (cfr. nº 11-13).
Si la liturgia es la acción por excelencia de la Iglesia, es decir, sacra, en cuanto manifiesta lo Divino, debemos por lo tanto acercarnos con temor reverencial. Sin este estremecimiento sacro no se vislumbra el gran misterio de lo litúrgico. Debemos, al igual que Moisés, descalzarnos, quitarnos las sandalias, ya que es Dios quien se manifiesta (cfr. Ef. 3, 4).
Hay otros conceptos de la liturgia que nos aproximan a la grandeza de lo que ella es:
- "Es la manifestación pública de la indefectible santidad de la Iglesia, y uno de los más preclaros signos de su Divino origen;
- "es el clamor que brota de su corazón hacia el Padre movido por el Espíritu Santo;
- "es la perfecta alabanza y la adoración en espíritu y verdad, que Cristo y por Cristo tributa a Dios todo honor y gloria;
- "es el instrumento siempre eficaz para purificar y santificar a los hombres;
- "es el método pedagógico más apto y universal con que la Iglesia enseña y forma a sus hijos;
- "es la luminosa y deliciosa contemplación de todo el tesoro de la Revelación;
- "es no sólo una forma muy eficaz del apostolado de la acción, sino también el método más amplio y seguro del apostolado de la oración;
- "finalmente, es un anticipo de la eterna alabanza celeste, con la cual constituye un culto único y a la cual tiende incesantemente como a su término" (7).
La liturgia es un Misterio. El Misterio litúrgico tiene relación con el Misterio Divino, o mejor dicho es una manifestación de ese Misterio. Entendemos por Misterio no solamente lo oculto, lo escondido, sino lo que trasciende al hombre. Es lo insondable, es una verdad sobreeminente. El Misterio como tal no es enemigo de la inteligencia, sino su corolario. Dejar el Misterio es dejar lo que trasciende al hombre, al cual se lo puede definir como: "el que posee la sed de lo Absoluto, la sed de Dios". La idea de Misterio es "la que conserva al hombre sano. El Misterio es la salud del espíritu y su negación es la locura" (8).
Pero lo grave es cuando se seculariza y se profana el ámbito de la liturgia. Hoy la liturgia, en ciertas celebraciones, ha dejado
de ser un Misterio para convertirse en un show, un campo de experimentación conforme a los caprichos del celebrante. Escuchemos al Card. Ratzinger, que se lamenta de tal situación:
"Hay lugares donde los fieles que se preparan para asistir por ejemplo a la Santa Misa, se preguntan "de qué modo, en aquel día, se desencadenará la ‘creatividad’ del celebrante". Y añade: "La liturgia no es un show, un espectáculo que precisa directores geniales y actores de talento. La liturgia no vive de sorpresas ‘simpáticas’, de hallazgos ‘cautivantes’, sino de repeticiones solemnes. No debe expresar la actualidad efímera sino el misterio de lo Sacro. Muchos han pensado y dicho que la liturgia debía ser ‘hecha’ por toda la comunidad, para ser de veras suya. Es una visión que ha llevado a medir su ‘éxito’ en términos de eficacia espectacular, de un entretenimiento. De este modo se ha acabado por diluir el proprium litúrgico, que no deriva de lo que nosotros hacemos, sino del hecho de que aquí acaece Algo que todos nosotros juntos no podemos propiamente hacer" (9).
Estos experimentos sensibleros y desacralisantes, que renuncian a "las repeticiones solemnes" y al "Misterio de lo sacro", no se detienen. Basta citar otro texto importante de la Sagrada Congregación para los sacramentos y el Culto Divino, la cual manifiesta una seria preocupación por tales desvíos.
"No obstante, estos aspectos positivos y alentadores [en la liturgia] no pueden esconder la preocupación con que se observan los más variados y frecuentes abusos, que son señalados desde las diversas partes del mundo católico: confusión de las funciones, especialmente por lo que se refiere al ministerio sacerdotal y a la función de los seglares (recitación indiscriminada y común de la plegaria eucarística, homilías hechas por seglares, seglares que distribuyen la comunión mientras los sacerdotes se eximen); creciente pérdida del sentido de lo sagrado (abandono de los ornamentos, eucaristías celebradas fuera de las Iglesias sin verdadera necesidad, falta de reverencia y respeto al Santísimo Sacramento, etc.); desconocimiento del carácter eclesial de la liturgia (uso de textos privados, proliferación de plegarias eucarísticas no aprobadas, instrumentalización de los textos litúrgicos para finalidades sociopolíticas).
En estos casos nos hallamos ante una verdadera falsificación de la liturgia católica: "incurre en falsedad el que, de parte de la Iglesia, ofrece a Dios un culto contrario a la forma que, con autoridad divina, la Iglesia misma ha instituido y continúa observando" (Sto. Tomás, II.II, q. 93, a.1).
Ahora bien, todo esto no puede dar buenos frutos. Las consecuencias son -y no pueden menos de serlo- la resquebradura de la unidad de fe y de culto en la Iglesia, la inseguridad doctrinal, el escándalo y la perplejidad del Pueblo de Dios, y casi inevitablemente las reacciones violentas" (10).
Esta exigencia de la Iglesia no es gratuita ni casual, sino que tiene un sentido de defensa de lo sacro. Si lo sacro se pervierte, se destruye un bien inmenso, ya que la corrupción de lo óptimo es lo pésimo. No se puede jugar con los bienes divinos, ni mucho menos con las almas depositarias de tales bienes. De ahí que:
"Los fieles tienen derecho a una liturgia verdadera, que es tal cuando es la deseada y establecida por la Iglesia, la cual ha previsto también las eventuales posibilidades de adaptación, requeridas por exigencias pastorales en los distintos lugares o por los distintos grupos de personas.
Experiencias, cambios, creatividad indebidos desorientan a los fieles. Además, el uso de textos no autorizados hace que venga a faltar el nexo necesario entre la lex orandi y la lex credendi. A este respecto hay que recordar la advertencia del Concilio Vaticano II: "Nadie, aunque sea sacerdote, añada, quite o cambie cosa alguna por iniciativa propia en la liturgia" (Sacr. Conc., nº 22). Pablo VI ha recordado que "quien se aprovecha de la reforma para darse a experiencias arbitrarias, dispersa energías y ofende el sentido eclesial (Pablo VI, 23-8-1973)" (11).
b. La liturgia y el ocio
Dios catequiza y enseña principalmente a través de los ejemplos bíblicos, a través de aquellos modelos virtuosos que se constituyen en arquetipos de todo católico. Veamos el ejemplo de Zaqueo, publicano y pecador al igual que todos nosotros, que sin embargo se convirtió y siguió al Señor. La Sagrada Escritura dice acerca de él que cuando se enteró del paso de Nuestro Señor, buscó verlo.
"Entrando, atravesó Jericó. Había allí un hombre llamado Zaqueo, jefe de publicanos y rico. Se esforzaba por ver a Jesús, pero a causa de la muchedumbre no podía, porque era de poca estatura. Corriendo adelante, se subió a un sicómoro para verle, pues había de pasar por allí. Cuando llegó a aquel sitio, levantó los ojos Jesús y le dijo: Zaqueo, baja pronto, porque hoy me hospedaré en tu casa. El bajó a toda prisa y le recibió con alegría. Viéndolo, todos murmuraban de que hubiera entrado a alojarse en casa de un hombre pecador. Zaqueo, en pie, dijo al Señor: Señor, doy la mitad de mis bienes a los pobres, y si a alguien he defraudado en algo, le devuelvo el cuádruplo. Díjole Jesús: Hoy ha venido la salud a tu casa, por cuanto éste es también hijo de Abraham; pues el Hijo del hombre ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido" (Lc. 19, 1-10).
En Zaqueo se dan tres gestos: primero, busca subir a un árbol para mirar y contemplar al Señor; segundo, lo recibe en su casa con alegría; tercero, le queda el gozo de la presencia del Señor. Estos gestos nos ayudan a explicitar el misterio de lo litúrgico.
Zaqueo, atraído por el Señor, busca superar sus propios límites humanos: su baja estatura y la gente que le impedía ver. Pero podríamos preguntarnos por qué Zaqueo va a ver al Señor. Es porque El pasa. Es Dios quien siempre toma la iniciativa; el hombre simplemente responde o no. En las relaciones del hombre con Dios, la iniciativa pertenece a Dios: el impulso del hombre hacia El es ya un efecto de la influencia divina. "Nadie puede venir a Mí si el Padre que me ha enviado no le trae" (Jn. 6, 44). San Pablo observa que "es Dios el que obra en vosotros el querer y el obrar según su beneplácito" (Filp. 2, 13).
Iniciativa divina son todos y cada uno de los gestos de Jesucristo, destinados a repetirse en la liturgia de la Iglesia hasta el fin del mundo. En la liturgia recibimos al Señor. El es quien toma la iniciativa. Debemos, por lo tanto, al igual que Zaqueo, acercarnos, elevarnos por encima de las creaturas para descansar en el Señor. En este sentido la liturgia es un ocio; la liturgia vive en el ocio, no en sentido peyorativo de la palabra, sino en su verdadero significado original. La liturgia es ocio porque es saber oír y descansar en la intimidad de Dios.
Pero antes de seguir, debemos preguntarnos qué entendemos por ocio y cuál es el verdadero ocio, ya que podemos tropezar con dos desviaciones peligrosas: por un lado, el nec-otium, la actividad desmedida, el activismo, el demonio de la agitación. Esas son la característica de la persona volcada y desparramada en lo externo, sin recogimiento ni vida interior. Por otro lado, la otiositas, la ociosidad; es la pereza, o sea la incapacidad o falta de ocio. Pereza es desgano y relajación del espíritu.
El ocio, en cambio, no es de quien nada hace, sino que implica una fecunda conquista. Es lo de Aristóteles: "Estamos no ociosos para tener ocio" (12). El ocio es descanso, es un callar para captar la realidad, un asombrarse del ser de las cosas; es contemplación festiva. Es una actitud del alma, de ahí que "el ocio no se debe solamente a hechos externos, como pausa en el trabajo, tiempo libre, fin de semana, permiso, vacaciones; el ocio es un estado del alma" (13). Sólo hay ocio cuando hay silencio, cuando hay recogimiento interior. El ocio "es una forma de ese callar que es un presupuesto para la percepción de la realidad; sólo oye el que calla, y el que no calla no oye. Ese callar no es un apático silencio ni un mutismo muerto, sino que significa más bien que la capacidad de reacción, que por disposición divina tiene el alma ante el ser, no se expresa en palabras. El ocio es la actitud de la percepción receptiva, de la inmersión intuitiva y contemplativa en el ser" (14).
El ocio no es simplemente negación, ausencia, sino más bien presencia llena de contenido. El ocio "vive de la afirmación. No es simplemente lo mismo que falta de actividad; no es lo mismo que tranquilidad o silencio, ni siquiera interior. Es como el silencio en la conversación de los que se aman" (15).
El verdadero contemplativo es el que goza de Dios en todo lo que El realiza. Así como Dios se complace en sus obras (Gén. 1, 31), también el hombre goza en la creación y en Dios. En este sentido "el ocio humano implica la detención aprobatoria de la mirada interior en la realidad de la creación" (16).
Por esto decimos que la liturgia es ocio, ya que es descansar en el Señor, es aceptar la invitación de El, es hacer silencio para que El nos hable. La S. Escritura nos dice: "Es Yahvé mi pastor; nada me falta. Me hace recostar en verdes pastos y me lleva a frescas aguas" (Sal. 22); o lo de Cristo: "Venid a mí todos los que estáis fatigados y cargados, que yo os aliviaré" (S. Mateo, 11, 28).
En la liturgia nos elevamos de las cosas inferiores a las realidades superiores; entramos en el misterio insondable de Dios y participamos del misterio de la Iglesia, que es a la vez "humana y divina, visible y dotada de elementos invisibles, entregada a la acción y dada a la contemplación, presente en el mundo y, sin embargo, peregrina, y todo esto de suerte que en ella lo humano esté ordenado y subordinado a lo divino, lo visible a lo invisible, la acción a la contemplación, y lo presente a la ciudad futura que buscamos" (17).
c. Lo festivo y la Liturgia
Zaqueo no se quedó simplemente viendo al Señor, sino que bajó del árbol, lo recibió en su casa, hizo una gran fiesta y restituyó lo que no era de él. Si queremos recibir a nuestro Señor debemos imitar a Zaqueo.
Primero. Debemos "bajar", es decir humillarnos. Es el Señor quien nos visita. Y humillarnos es someternos a Dios, es aceptar su grandeza por encima de nuestra pequeñez. Bajar es inmersión profunda en nuestro abismo interior, es separación de las cosas superficiales en la soledad del espíritu mediante el desasimiento de todo cuanto no es Dios.
Segundo. Debemos recibirlo en casa, es decir, en la propia alma, en la celda del corazón. Es decirle, como el buen centurión: "Señor, no soy digno de que entres en mi casa, pero basta una palabra tuya para sanarme". Hospedar al Divino huésped en el santuario del alma es la clave del crecimiento interior.
Tercero. Debemos festejar, pues se trata de las bodas del alma con Dios. Al igual que en las bodas de Caná, pedimos al Señor que convierta el agua en vino, en las tinajas del corazón. Ese vino que se va a convertir en la Sangre preciosa de Cristo, Sangre que dará a beber a todas las almas.
Cuarto. Debemos restituir, es decir, convertirnos. Nuestro Señor nos exige un cambio de vida: dejar el pecado y al hombre viejo de las malas inclinaciones, lo que significa quemar dentro de sí los falsos ídolos, adorando exclusivamente a Dios Uno y Trino.
En la liturgia se realiza algo semejante. El alma que vive liturgicamente participa de la fiesta del Señor. Es recibido en la Casa de Dios: la Iglesia. La Iglesia es el lugar donde se realiza la gran fiesta de las bodas entre Dios y las almas. Por eso la Iglesia "quiere cantar con toda la tierra" (18); la Iglesia, "primavera de las almas, primavera del espíritu" (19), es "la Casa de las bodas" (20), "es la Musa de la alegría que habita en la tienda de los justos" (21).
La liturgia, fiesta de las fiestas, es una serie de días de fiesta. En este aspecto se asemeja al juego, por el gozo festivo. "La liturgia, como lo demostró Guardini, se parece al juego de niño. Este cuida con exactitud de todos los detalles: cuánto alzar los brazos, límites del escondite, etc. Con el mismo exacto cariño envuelve el sacerdote a las rúbricas aún en sus menores matices. El culto es el gran juego de Dios. Pero diverge del juego del niño, en cuanto que el sacerdote obra allí con conciencia de adulto, y en esto la liturgia se emparenta al doloroso parto de la creación artística" (22).
La liturgia nos hace revalorizar la fiesta, la cual en nuestra sociedad permisiva ha caído en cualquier actitud sea en la promiscuidad, sea en la frivolidad, etc. Las fiestas humanas son el fiel reflejo de la fiesta Divina. La fiesta es algo más que un día que no se hace nada, sino que tiene un sentido profundo en la existencia del hombre. Una fiesta "no es tan sólo un día en el que no se trabaje" (23); aunque "es eso también, y es el mismo Platón que llama a la fiesta un suspiro, anápula (Leyes, 653, d. 2). Es propio de las fiestas necesariamente el ser un día libre de la preocupación de procurarse por las necesidades de la vida, es decir, libre del trabajo servil" (24). La fiesta no es un día perdido, ni una pausa neutral; es "esencialmente una manifestación de riqueza, no precisamente de dinero, sino de riqueza existencial" (25). Toda verdadera fiesta supone un gozo, una alegría en las cosas buenas, ya que "Ubi caritas gaudet, ibi est festivitas, donde se alegra el amor, allí hay fiesta" (26).
Y la liturgia es la forma más festiva de las fiestas. La fiesta litúrgica ha sido hecha por Dios, al igual que las humanas. "La fiesta es un día que ha hecho Dios" (Platón, Leyes, 652, d.1, 828 a). La fiesta "sin Dios es un absurdo" (27). Celebrar una fiesta significa "ponerse en presencia de la Divinidad" (28).
El culmen de la verdadera fiesta, su plenitud, es comunicarse y ofrecerse a Dios, de ahí que el sacrificio es el alma de la fiesta. Por lo tanto:
"no hay fiesta que no haya hundido sus raíces en el culto. Tanto la Biblia, como Grecia y Roma, conocieron días y épocas de "exclusiva propiedad de los dioses". Y volvemos así a lo dicho al comienzo. El templo es al espacio lo que la fiesta es al tiempo. El templo es un espacio que se transfiere a Dios, se lo hace "in-útil", no se lo cultiva. El culto es un tiempo separado, que no se "usa". Divorciado del culto, el ocio se hace ocioso, mera pausa en el trabajo, aburrimiento, desesperación. Y del culto viene la cultura.
Por esto la fiesta es algo medular en nuestra religión. S. Atanasio, queriendo subrayar la íntima unión de la fiesta con Dios, escribía: "la fiesta es el Señor". Y agregaba que nosotros mismos debíamos hacernos "festivos y solemnes" porque Dios es "el Señor de los tiempos". El cristiano es un peregrino que camina "de fiesta en fiesta" porque "la gracia de la fiesta no se agota en una vez" y "es menester cierta asiduidad". Primero debemos beber y comer en la mesa festiva de la tierra "para que podamos sentarnos en el banquete del cielo" (29).
d. La Liturgia como anticipo del cielo
Zaqueo, después de la visita del Señor, se quedó con el gozo de su presencia; no se contentó con buscarlo, recibirlo, agasajarlo, sino que fue detrás de El para lograr una mayor unión. Toda alma, al igual que Zaqueo, que quiera agradar a Dios ha de seguir buscándolo por un santo deseo. Así la liturgia al unirnos con Dios suscita en el alma un santo deseo de una mayor posesión de Dios. En este sentido observamos:
Primero: al entrar en la Liturgia lo hacemos en el ámbito del Misterio, ya que la Iglesia nos revela por la Vida Litúrgica, lo que "ni el ojo vio ni el oído oyó".
Segundo: la liturgia es como la Escala de Jacob, Escala que toca la tierra y llega al cielo. Toca la tierra, el seno de la Iglesia Militante, pasa por la Iglesia Purgante y llega al cielo, a la Iglesia Triunfante.
Tercero: la liturgia Sacra es el ámbito de la profunda unión con Dios; a Dios lo poseemos por la gracia, por las virtudes y los dones, pero -debemos saber- que El nos supera infinitamente. En este sentido, el Señor es el Gran deseado. Lo dice la S. Escritura: "Hasta que venga el Deseado de los collados eternos" (Gen. 49, 26); "Mis deseos Señor, ante tí están, y no se ocultan mis gemidos" (Sal. 37, 10); o aquello de S. Pablo: "Por ambas partes me siento apretado, pues por un lado deseo morir para estar con Cristo, que es mucho mejor; por otro, quisiera permanecer en la carne, que es más necesario para vosotros" (Fil.1, 23-24). El buen deseo debe primar por encima de los malos deseos, de las pasiones desordenadas; "Andad en espíritu y no deis satisfacción a la concupiscencia de la carne. Porque la carne tiene tendencias contrarias a las del espíritu" (Gal. 5, 16-17).
El santo deseo es fundamental para la vida litúrgica.¿Y qué es el deseo? Deseo, en latín desiderium, desidero, significa apetecer, querer, desear. Sto. Tomás lo define: "motus tendentis in non habitum, movimiento que tiende a lo que no se posee" (S. Th. I-II, 33, 2). Es un movimiento hacia lo amable, y comienzo del amor (cfr. 2. S. d. 26,1, 3). El deseo pertenece a la sensibilidad y a la parte intelectiva; es un simple movimiento hacia la cosa deseada (cfr. S.Th. I-II, 30, 1 ad. 2). Todos los deseos buenos o malos, santos o profanos, son un movimiento hacia la cosa deseada. El deseo está en el comienzo de nuestra vida afectiva que tiende a lo que no se posee. El deseo revela que la persona ama aquello que no posee, sea en el orden natural, como en el orden sobrenatural. En el orden natural no poseer el bien suscita, según Sto. Tomás, un mayor deseo y admiración.
"Cuando el hombre percibe un efecto experimenta el deseo natural de conocer la causa, y de aquí nace la admiración humana. De donde se sigue que si el entendimiento de la criatura racional no lograra alcanzar la causa primera de las cosas, quedaría defraudado un deseo de la naturaleza" (S.Th. I, 12, 1).
Según los teólogos, este deseo natural, que se encuentra en todos los hombres y que no es sobrenatural, inclina la naturaleza hacia el Bien supremo. En la medida que se actualiza por el conocimiento y el amor a Dios, se lo perfecciona; pero para la perfección plena y total se requiere la gracia. El hombre es capax Dei, abierto a lo absoluto, abierto para ser actualizado por la Vida de Dios, Vida Divina que Dios da libre, gratuita y misericordiosamente.
Hay otro deseo, no natural, sino sobrenatural, como movimiento afectivo de la Caridad que tiende a la posesión del Bien Supremo. La Caridad exige amar a Dios por encima de todas las cosas y a todas las cosas por amor de Dios; es un amor que no tiene límites. La medida de amar a Dios es amarlo sin medida. Aunque se lo ame mucho a Dios, siempre queda un gran deseo de amarlo más y más. Dios es infinito.
Toda alma, por lo tanto, llamada a poseer a Dios, debe cultivar un santo deseo. "Desear el cielo es querer a Dios y amarlo con un amor que califican a veces los monjes de impaciente. Cuanto más se agranda el deseo más descansa el alma en Dios; la posesión aumenta en la proporción que lo hace el deseo" (30).
La perfección no consiste solamente en desear a Dios, sino en crecer en la gracia, las virtudes y los dones. Hay que adelantar en la virtud, crecer en el bien. Un autor anónimo del siglo XII expresó muy bien de qué manera se realiza la unión con Dios mediante un santo deseo.
"A todo el que quiera merecer el llegar al umbral de la vida eterna, no pide Dios sino un santo deseo. Dicho de otro modo, si no podemos hacer esfuerzos dignos de la eternidad, corremos ya hacia ella, al menos por el deseo de las realidades eternas, aunque seamos tan míseros, y tan lentos. Se busca alimentarse en la medida que se tiene hambre, descansar en la medida en que se está fatigado; de la misma manera, por el carácter de un santo deseo busca uno a Cristo, se une a El, le ama" (31).
Para Sta. Catalina de Siena, toda alma que busca la honra de Dios debe poseer un ardentísimo deseo de incorporarse a la Vida Divina de Dios.
"Elevándose un alma angustiada por el ardentísimo deseo hacia el honor de Dios y la salvación de las almas... Este deseo hace al alma ejercitarse por algún tiempo en la virtud y le habitúa a vivir en la celda del conocimiento de sí misma para conocer mejor en sí la bondad de Dios. Porque al conocimiento sigue el amor, y, amando, procura seguir la verdad y revestirse de ella. Por ningún otro camino gustará tanto el alma de esta verdad y será por ella iluminada como por medio de la oración humilde y continua, fundada en el conocimiento de sí misma y de Dios, ya que la oración así practicada une al alma con El, haciéndole seguir las huellas de Cristo crucificado y convertiéndole en otro El por el deseo, el afecto y la unión de amor. Esto es lo que parece quiso dar a entender Cristo cuando dijo: Si alguien me ama y guarda mi palabra, yo me manifestaré a El, y será una cosa conmigo, y yo con él " (El Diálogo).
Un deseo que se debe transformar en fuego, por el amor ardiente hacia Dios. El alma se hace fuego con el Fuego, uno con el Uno.
"Este deseo era grande y era continuo; pero creció mucho más habiéndole mostrado la Primera Verdad las necesidades del mundo y en cuántas tempestades y ofensas de Dios andaba envuelta. Y recordaba también una carta que había recibido del Padre de su alma, en la que le manifestaba una pena y un dolor intolerables por la ofensa de Dios, el daño de las almas y la persecución de la Santa Iglesia. Todo esto encendía en ella el fuego del santo deseo. Al dolor de las ofensas se juntaba en ella la alegría por la esperanza de que Dios proveería a tantos males" (El Diálogo).
Toda alma unida a Dios quiere llevar todo hacia Dios, no dejar a ninguna alma fuera de la Obra de Redención de Cristo, que es unirse al corazón traspasado de Cristo, al Gran Sediento de todas las almas.
"La red del deseo los tiene bien tomados, porque el alma, hambrienta de mi honor, no se contenta con pocos, los quiere todos: los buenos, para que la ayuden a recoger su red y para que se conserven y crezcan en perfección; los imperfectos, porque quiere se perfeccionen; los malos, porque desea sean buenos, y los infieles, envueltos en tinieblas, para que vuelvan a la luz del santo bautismo. Los quiere todos, de cualquier estado y condición, porque todos los ve en mí, creados por mi bondad con tanto fuego de amor y reconquistados por la sangre de Cristo crucificado, mi Hijo unigénito. A todos los toma en las redes de su santo deseo. Aunque muchos de ellos se escapan, perdiendo la gracia por sus pecados, infieles, o en estado de pecado mortal, como te he dicho" (El Diálogo, p. IV, 12).
En síntesis, el buen deseo no ha de caer en las cosas inferiores, en las cosas frívolas y pecaminosas. S. Juan de la Cruz, el gran Doctor de la Mística, nos da algunos pensamientos que nos ayudan a buscar sólo a Dios. El nos dice:
"Niega tus deseos y hallarás lo que desea tú corazón ¿Qué sabes tú si tu apetito es según Dios?" (A. 15).
"...hacia el cielo se ha de abrir la boca del deseo, vacía de cualquier otra llenura; y para que así la boca, no abreviada ni apretada con ningún bocado de otro gusto, la tenga bien vacía y abierta hacia aquel que me dice: Abre y dilata tu boca, y yo la llenaré (Sal. 80, 11). De manera que el que busca gusto en alguna cosa, ya no se guarda vacío (para) que Dios le llene de su inefable deleite" (Carta n. 6).
"...porque el alma que desea a Dios, la compañía de ninguna cosa le hace consuelo" (Cant. 35, 3).
"...no se puede llegar a la espesura de sabiduría y riquezas de Dios..., si no es entrando en la espesura del padecer de muchas maneras, poniendo en eso el alma su consolación y deseo" (Cant. 36, 13).
Conclusión.
La liturgia, canto de la Esposa (la Iglesia) en unión con el Divino Esposo (Cristo), es realizada dentro de la Iglesia para el bien de todas las almas. En este sentido la Iglesia, al buscar la Honra de Dios y el bien de todas las almas, está "siempre fuera de moda" (32) y "se enfrenta en todas las épocas con el ahora y toma partido en favor de lo eterno" (33).
La liturgia, en su profundo sentido, no anula lo humano, sino que lo eleva y diviniza. La liturgia es Obra de Dios: Opus Dei, "en la que Dios actúa, El mismo en primer lugar; nosotros por medio de Su acción somos salvados" (34); y sólo así, es "la liturgia participación en el diálogo trinitario entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo".
La liturgia viene de Dios y lleva a Dios; se encuentra en el Misterio insondable de su infinita Sabiduría, Amor y Belleza; de allí que la referencia al "Misterio significa finalmente que el inicio del acontecer litúrgico no está nunca en nosotros mismos. Es la respuesta a una iniciativa de lo alto, a una llamada y a un acto de amor que es misterio. Problemas existen para ser esclarecidos; el misterio todavía no se abre a la explicación, sino solamente cuando se lo acepta en el consentimiento, en el sí, que siguiendo las huellas de la Biblia podemos
llamar, también hoy, con el nombre de obediencia" (35).
Todo hombre al entrar en el Misterio litúrgico entra en la profundidad y en la intimidad insondable de un Dios inefable. Para los antiguos la vida del hombre se daba en tres niveles: la profundidad del océano, la superficie de la tierra y la altura del cielo. En el mar viven los peces en silencio, en la tierra los hombres hablan y en el cielo las aves vuelan y cantan. Del mar es propio el silencio, de la tierra la palabra y del cielo el canto. El hombre participa de los tres: lleva en sí la profundidad del mar, el peso de la tierra y la altura del cielo; por lo tanto son suyas las tres particularidades: el silencio, la palabra y el canto. La verdadera liturgia restituye al hombre su totalidad. Le enseña la profundidad del mar, la extensión de la tierra y la altura del cielo; es decir, el silencio, la palabra, el canto y el vuelo de los ángeles. Sin silencio, sin palabra y sin canto elevado a las alturas no hay liturgia. El hombre litúrgico eleva toda la creación hacia el Autor de todas las cosas, con el auxilio divino. Es en la tierra como un ángel, anticipando los bienes del cielo.
La liturgia sacra, compromete al hombre en su totalidad; de allí que el culto que debe tributar a Dios debe ser interno y externo:
"es externo porque lo pide la naturaleza del hombre compuesto de alma y de cuerpo; porque Dios ha dispuesto que conociéndolo por medio de las cosas visibles seamos llevados al amor de las cosas invisibles; porque todo lo que sale del alma se expresa naturalmente por los sentidos; además, porque el culto divino pertenece, no sólo al individuo, sino también a la colectividad humana, y por consiguiente es necesario que sea social, lo cual es imposible, en el ámbito religioso, sin vínculos y manifestaciones exteriores; y finalmente, porque es un medio que pone particularmente en evidencia la unidad del Cuerpo Místico...
Pero el elemento esencial del culto tiene que ser el interno; efectivamente, es necesario vivir en Cristo, consagrarse completamente a El, para que en El, con El y por El se dé gloria al Padre. La Sagrada Litugia requiere que estos dos elementos estén íntimamente unidos; y no se cansa de repetirlo, cada vez que prescribe un acto del culto externo. Así, por ejemplo, a propósito del ayuno nos exhorta: Para que nuestra abstinencia obre en lo interior lo que exteriormente profesa. De otra suerte, la religión se convierte en un formalismo sin fundamento y sin contenido" (Pío XII, Mediator Dei, nº 16-17).
La liturgia verdadera, finalmente, dada por el Hijo de Dios, es eco de la Trinidad: refleja al Verbo engendrado por el Padre en el eterno silencio y al Espíritu Santo que procede de ambos, a la Palabra hecha Carne y a su retorno y ascenso de alabanza en el Padre con el Espíritu Santo.
La Virgen María es el modelo de alma litúrgica, en quien se encarnó el Verbo de Dios. Es el tálamo nupcial donde el Hijo de Dios se desposó con la humanidad. Es la catedral espiritual: su alma, cual patena, ofrece la Hostia Viviente. Es el nuevo paraíso, dador del Nuevo Adán. Recurramos a Ella, que nos cobija y nos protege, alabándola siempre:
Salve, María, Madre de Dios
tesoro sagrado del universo,
antorcha inextinguible,
corona de la virginidad,
centro de la ortodoxia,
templo indestructible,
tabernáculo de aquel
a quien el mundo no puede contener,
Madre y Virgen.
Gracias a ti, es alabado en el evangelio
aquel que viene en nombre del Señor.
Salve, tú que en el seno virginal
has contenido al excelso.
Gracias a ti
es venerada la cruz
y adorada en toda la tierra;
el cielo exulta,
se alegran los ángeles y los arcángeles,
los demonios son expulsados,
el diablo tentador cae del cielo.
Gracias a ti la humanidad caída
fue elevada hasta el cielo,
y la creación entera, servidora de los ídolos,
se ha convertido al conocimiento de la verdad.
Por ti el santo bautismo
es el óleo de júbilo para los fieles;
por ti se alegran las Iglesias de toda la tierra;
por ti la multitud se recoge en unidad.
¿Qué debo decir todavía?
Por ti la luz, el unigénito Hijo de Dios,
brilló para los que yacían
en las tinieblas y en la sombra de muerte;
por ti los profetas predijeron el futuro;
los apóstoles anunciaron la salvación de las gentes,
los muertos resucitaron...
(San Cirilo de Alejandría)
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NOTAS
(1) P. SÁENZ, A, SJ, Misterio de Cristo y Misterio del Culto, Paulinas, Bs.As., 1964, p. 12.
(2) GUARDINI, R., El Espíritu de la Liturgia, Difusión, Chile, 1943, pp. 81-82.
(3) P. SÁENZ, A., SJ, Op. cit., p. 60.
(4) CONC. TRIND., ses. 22 (17-9-1562), Decr. De SS. Missae sacrif., c. 2.
(5) Cfr. SAN AGUSTÍN, In Io. Evang., tr. 6, c. I, nº 7, PL 35, 1428.
(6) Const. Sacrosanctum Concilium, nº 7.
(7) SAGRADA CONGREGACIÓN DE SEMINARIOS, Doctrina et exemplo, 25-12- 1965.
(8) CHESTERTON, G., Ortodoxia, en Obras completas, Plaza y Janés, Barcelona, 1967. T. I, p. 519.
(9) Card. RATZINGER, J, y MESSORI, V., Informe sobre la fe, BAC, Madrid, 1986, p. 139.
(10) Instrucción Inaestimabile Donum, sobre algunas normas del Culto del Misterio Eucarístico, 3-4-1980.
(11) Ibídem.
(12) ARISTÓTELES, E. N., 10, 7 (1179 b).
(13) PIEPER, J., El ocio y la vida intelectual, Rialp, Madrid, 1983, pp. 44-45.
(14) Ibíd., p. 45.
(15) Ibíd., p. 47.
(16) Ibíd., p. 48.
(17) Sacrosanctum Concilium, nº 2.
(18) SAN AGUSTÍN, Sermo, 33, n. 5.
(19) SAN GREGORIO NACIANZENO, Discurso 44.
(20) SAN GREGORIO MAGNO, Sermo.
(21) SAN HILARIO, In Psal., 149, n 2.
(22) P. SÁENZ, Alfredo, S.J., Misterio de Cristo y Misterio del Culto, op. cit., p. 12.
(23) PIEPER, J., Una Teoría de la Fiesta, Rialp, Madrid, 1974, p. 15.
(24) PIEPER J., ibíd., p. 16.
(25) PIEPER J., ibíd., p. 28.
(26) PIEPER J., ibíd., p. 33.
(27) PIEPER J., ibíd., p. 44.
(28) PIEPER J., ibíd., p. 53.
(29) P. SÁENZ, A., SJ, Las Fiestas del Señor, Paulinas, Bs. As., 1972, p. 8.
(30) LECLERQ, Jean, Cultura y Vida Cristiana, Sígueme, Salamanca 1965, p. 88.
(31) cit. por LECLERQ, Jean, op. cit., p. 89.
(32) GUARDINI, Romano, El sentido de la Iglesia, Estrella de la Mañana, Bs.As., 1993, p.81.
(33) GUARDINI, Romano, op.cit., p. 82.
(34) Card. RATZINGER, J, Liturgia y Música Sacra, en Rev. Gladius, Bs. As., 1987, Año 3, n. 9., p. 11.
(35) Card. RATZINGER, op. cit., p. 13.