LA LITURGIA DE LAS ORDENACIONES
EN LAS IGLESIAS ORIENTALES
Mons. Andrés Sapelak
Ob. de los Ucranianos en Argentina.
Hoy en día se habla con insistencia de la crisis del sacerdocio, el cual es el centro vital de la Iglesia de Cristo, instituido para la renovación del Sacrificio de la Cruz en la celebración Eucarística y para ejercer el magisterio auténtico e infalible de la Verdad revelada por Dios a la humanidad.
La crisis del sacerdocio está íntimamente relacionada con el concepto que se tenga de la Eucaristía: si ésta en lugar de interpretarse como la renovación real del Sacrificio de la Cruz se considera como una comida recordatoria de la Ultima Cena, según ciertas expresiones actuales y ceremonias ambiguas, entonces al sacerdocio le faltaría su elemento constitutivo y esencial, que es el obrar en la Persona de Cristo Resucitado la renovación misteriosa del Sacrificio de la Cruz en la celebración Eucarística y la actuación personal de Cristo en los demás Sacramentos. De esta concepción ambigua de la Eucaristía proviene la crisis de sacerdotes y el consiguiente abandono de su sacerdocio y de las sublimes obligaciones vinculadas con la Eucaristía, entre ellas el celibato sacerdotal.
La crisis del sacerdocio, provocada por el concepto de la Eucaristía vaciada de su elemento esencial -Cristo realmente presente-, se extiende a los fieles, causando en ellos un debilitamiento general en la fe, porque sin el cambio misterioso del pan y del vino, en el Cuerpo y la Sangre de Jesucristo, durante la Santa Misa, la Iglesia sería privada de la presencia real de Jesucristo Resucitado, que actúa mediante el ministerio de sus sacerdotes redimiendo y santificando a los hombres. En la Iglesia, sin Cristo vivo y real, todo el culto litúrgico aparecería como un lejano recuerdo de Cristo Dios, que se haría presente espiritualmente entre sus hermanos, unidos, sí, en El y con El en la oración común y en la caridad, pero sin poseerlo en su Persona en el banquete celestial de la Eucaristía.
Por eso se necesita hoy, más que nunca, una adecuada catequesis general sobre la Eucaristía y el sacerdocio ministerial, inseparable de aquélla. Tal catequesis la encontramos más completa y más exhaustiva en la liturgia de las ordenaciones, con las cuales la Iglesia consagra a los ministros de la Eucaristía, en sus diferentes grados hasta el orden del Episcopado, que es la plenitud del sacramento del sacerdocio.
Una incomparable fuente de las más antiguas y auténticas formulaciones teológicas sobre el sacerdocio, nos ofrece la liturgia de las ordenaciones en las Iglesias Orientales, especialmente las del rito bizantino, con sus oraciones de profundos conceptos teológicos y sus expresivas ceremonias, propias de cada orden sagrado según su relación más o menos directa con la Eucaristía: lector-cantor, subdiácono, diácono, presbítero y Obispo.
Órdenes Menores
Dos son las órdenes menores en las Iglesias Orientales bizantinas: lector-cantor y subdiaconado. Estas dos ordenaciones el Obispo las realiza antes de la celebración de la Misa y fuera del presbiterio, el cual es el lugar reservado para el altar del Sacrificio Eucarístico. Lo hace en medio del templo, que es el lugar reservado a los fieles. Estas dos circunstancias, del tiempo y del lugar, destacan elocuentemente que las dos órdenes no tienen relación directa con la celebración Eucarística, sino que los elegidos ejercen en la Iglesia el ministerio de las lecturas bíblicas y del canto sagrado y siguen permaneciendo en la categoría de los fieles. Los subdiáconos tienen acceso al presbiterio, separado de los fieles por el Iconóstasis, pero solamente para acompañar al Obispo durante la celebración Eucarística y para cuidar la limpieza y el decoro del altar.
El Obispo confiere las órdenes menores imponiendo las manos sobre la cabeza del ordenando, arrodillado ante él, imposición que equivale a una bendición. Antes de ordenar al lector-cantor, le corta los cabellos en forma de cruz como signo de consagración a Dios. Al imponerle las manos el Obispo reza: "Dios todopoderoso, elige a tu siervo N.N. y santifícalo y dígnate que, con toda sabiduría e inteligencia, él pueda cumplir la lectura y la enseñanza de tus divinas palabras. Consérvalo en una vida inmaculada...". Luego el Obispo le entrega el libro de las Epístolas, del cual lee un trozo como primer ejercicio de su nuevo ministerio. Acto seguido recibe de las manos del Obispo la vestidura de su orden, que es el alba, símbolo de la pureza de conciencia y de vida. De rodillas recibe las recomendaciones que el Obispo le hace mediante las oraciones litúrgicas. Finalmente el Obispo agradece a Dios el don de un nuevo servidor de la Iglesia, y los fieles manifiestan su aprecio al nuevo ministro con el canto del "Axios" que significa "Es digno". (1)
Al ordenar al subdiácono el Obispo lo hace antes de la Misa y también en medio del templo, es decir, fuera del presbiterio.
El ordenando, revestido del alba, recibe el "zonio" (cinturón o ceñidor) y el Obispo, imponiéndole la mano reza: "Señor, Dios nuestro que distribuyes con el único y el mismo Espíritu Santo tus dones a cada uno, según su elección y que donas a tu Iglesia diferentes funciones y grados para el ejercicio de tus santos Sacramentos..., conservándolo ejemplar en todo y dale el amor a la belleza de tu templo, la diligencia en la vigilancia de las puertas de tu santa iglesia y en el encender el candelabro de tu santa morada..." (2).
En estas oraciones están enumeradas las atribuciones específicas del subdiácono, de las cuales la más importante es la de ayudar al Obispo durante las celebraciones pontificales, especialmente administrarle el lavabo antes y después del Sacrificio Eucarístico. Por eso el Obispo le entrega, al ordenarlo, el recipiente con el agua juntamente con la toalla. Luego inaugura el ejercicio de su ministerio administrando el lavabo al Obispo antes de iniciar la Santa Misa.
Ordenes Mayores
Son tres: el diaconado, el presbiterado y el episcopado y están íntimamente relacionados con el Sacrificio Eucarístico. Se las administra delante del altar y durante la celebración de la Santa Misa.
También en las Iglesias Orientales a las órdenes mayores se accede gradualmente y a través de las órdenes menores, con períodos de preparación.
Para subrayar que el orden del diaconado no está instituido para ofrecer el Santo Sacrificio de la Misa, sino para ayudar al Obispo y a los sacerdotes durante la celebración Eucarística, la ordenación del diácono tiene lugar después del Canon o Anáfora, antes de la Comunión. Puede hacerse también en la Misa llamada de los "Dones Presantificados", en la cual no hay consagración eucarística y que se celebra en determinados días de la cuaresma.
En cambio el orden del presbiterado se administra inmediatamente antes del ofertorio de la Misa, para que el presbítero, recién ordenado, pueda celebrar el Sacrificio Divino juntamente con el Obispo y los demás sacerdotes presentes. En cambio, el episcopado se administra antes de la lectura de la Epístola, casi al comienzo de la Misa. Con esto se pone en evidencia que el nuevo Obispo, además de ofrecer el Sacrificio Eucarístico, puede también ordenar al presbítero y al diácono, en el curso de esa misma celebración Eucarística.
La consagración del Obispo debe hacerse en una festividad litúrgica, con la presencia de numerosos fieles. Según las antiguas tradiciones orientales, las ordenaciones mayores se confieren a un solo candidato a la vez. No así las órdenes menores, que pueden administrarse a más de un candidato a la vez.
Por razones didácticas se suele exponer el estudio de las órdenes sagradas comenzando por las menores y llegando a través de las mayores al episcopado. Pero lo lógico sería iniciar la exposición con el orden del episcopado, siendo éste la fuente de todas las demás órdenes, que están subordinadas al ministerio episcopal como su emanación y su prolongación; el Obispo es la plenitud del sacerdote, el sucesor directo de los apóstoles, el centro de la celebración eucarística y de la predicación en la Iglesia local. De modo que sin el Obispo todas las demás órdenes sagradas no tienen la consistencia en su ser y en su obrar sacerdotal. De esta manera el orden del episcopado es el punto de llegada y al mismo tiempo el punto de partida de todas las órdenes sagradas.
El Diaconado
Terminada la Anáfora de la Misa, el subdiácono es presentado al Obispo por el archidiácono, para que lo ordene de diácono, pidiendo al mismo tiempo que rece por él. El Obispo responde: "El Espíritu Santo descenderá sobre él y el poder del Altísimo lo cubrirá con su sombra."
El ordenando recibe entonces el abrazo del Obispo, cuya mano besa con reverencia, y, acompañado por el archidiácono, da tres vueltas alrededor del altar, besando sus cuatro esquinas, mientras los presentes invocan, con el canto, la intercesión de los santos mártires. A continuación el ordenando se hinca ante el altar del Divino Sacrificio con una sola rodilla, para significar que su consagración no es todavía total, como la de los presbíteros; coloca sus manos cruzadas sobre el altar y apoya en él su frente. El Obispo le cubre la cabeza con el omoforion -estolón episcopal- e imponiéndole la mano dice en voz alta: "La gracia divina que siempre cura las debilidades humanas y suple sus deficiencias designa al piadoso subdiácono N.N. para el diaconado. Oremos por él para que la gracia del Espíritu Santo descienda sobre él". El Obispo bendice tres veces la cabeza del ordenado y pronuncia la primera oración de la fórmula consagratoria: "Señor Dios nuestro, que en tu presciencia envías la efusión del Espíritu Santo sobre aquellos que han sido destinados por tu inescrutable poder para ser los ministros y los servidores de tus santos Misterios, Tú, Señor, conserva en toda pureza a este N.N. que te has dignado promover, por mi medio, al ministerio del diaconado, a fin de que guarde el misterio de la fe con una conciencia pura. Otórgale la gracia que concediste a tu primer mártir Esteban, a quien elegiste por primero para la obra de este servicio diaconal. Hazlo digno de dedicarse, según tu beneplácito, al grado que le ha sido dado por tu gracia y hazlo perfecto servidor tuyo..." (3).
Terminada esta oración, el archidiácono recita en voz baja, pero de manera que lo escuchen y puedan contestar los presentes que están en el presbiterio, las oraciones litánicas por el ordenando. Otra vez el Obispo impone la mano sobre la cabeza del ordenando y reza: "Oh Dios, Salvador nuestro, que con tu divina voz has establecido a tus Apóstoles la ley del servicio y elegiste al protomártir Esteban como primero en ejercerla... Tú, Señor, llena a este siervo tuyo N.N. que elegiste para el servicio del diaconado, haciendo descender sobre él tu santo y vivificante Espíritu, de fe firme, de caridad, de fortaleza, y de santidad..., para que libre de toda culpa, permanezca sin confusión ante tu divina presencia y reciba la recompensa por Ti prometida..." (4).
Después de esta oración, que con las precedentes constituye la fórmula de la consagración del orden del diaconado, el Obispo entrega al neodiácono el orarion -estola diaconal-, diciendo: "Axios" -es digno-. Todos los asistentes cantan tres veces: "Axios". El nuevo diácono besa la mano del Obispo que lo abraza y después intercambia el beso con los demás diáconos presentes.
Continúa la celebración del Santo Sacrificio en preparación a la Comunión. En el momento de la Comunión el neo-ordenado es el primero entre los diáconos en recibir las Sagradas Especies de manos del Obispo. Y es él, el que canta la letanía de acción de gracias después de la santa Comunión, inaugurando de este modo el canto de las oraciones litánicas, reservadas al diácono tanto en la Santa Misa como en todas las demás funciones litúrgicas.
Las tareas propias del diácono son: leer el Santo Evangelio, cantar las oraciones litánicas y ayudar al Obispo y también al sacerdote en el Sacrificio de la Misa, en la administración de los demás Sacramentos y en todas las funciones litúrgicas.
Durante la celebración Eucarística el diácono ocupa el lugar al lado del celebrante principal para ayudarle en la preparación del pan y del vino para el Santo Sacrificio, en el traslado de las ofrendas al altar, durante la Consagración y en la distribución de la Comunión.
En las demás ceremonias litúrgicas, el diácono se ubica entre los fieles, para presentar a Dios sus oraciones y súplicas litánicas, mientras el celebrante recomienda al Señor, en voz baja, las peticiones del pueblo de Dios.
Pertenece también al diácono incensar el altar; los íconos y a los fieles. En el servicio del altar los diáconos representan simbólicamente a los ángeles, que rodean el trono de Dios.
El Presbiterado
La ordenación sacerdotal se realiza antes del ofertorio, para que el neosacerdote pueda ofrecer el Santo Sacrificio juntamente con el Obispo y los demás sacerdotes concelebrantes.
La ceremonia de la ordenación del presbiterado se desarrolla similar a la del diaconado. Pero el que presenta el ordenando al Obispo es el protopresbítero en lugar del archidiácono.
El ordenando se arrodilla delante del altar con las dos rodillas, para significar que su consagración es mayor que la del diácono. Así hincado, apoya las manos y la cabeza sobre el altar para que el Obispo lo ordene sacerdote de Cristo. El Obispo poniendo la mano sobre la cabeza del ordenando, dice en voz alta: "La gracia divina, que siempre cura las debilidades humanas y suple sus deficiencias, designa al diácono N.N. para el sacerdocio. Oremos por él para que la gracia del Espíritu Santo descienda sobre él...". En la segunda oración el Consagrante pide a Dios que "este hombre de vida inmaculada y fe íntegra, que te has dignado promover, reciba esta grande gracia del Espíritu Santo...". Se rezan las oraciones litánicas por el Obispo y por el ordenando. El Consagrante, teniendo siempre la mano sobre la cabeza del ordenando, dice: "Oh Dios, grande en tu poder e inescrutable en tus designios, admirable en tus planes sobre los hijos de los hombres; Tú, Señor, eleva con tus dones del Espíritu Santo a éste, que te has dignado elevar al grado del sacerdocio, a fin de que sea digno de mantenerse sin reproche ante tu altar, de anunciar el Evangelio de tu Reino, de cumplir el ministerio de tu palabra de verdad, de ofrecerte dones y sacrificios espirituales, de renovar a tu pueblo en el baño de la regeneración, de suerte que él mismo vaya al encuentro de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo, tu Hijo único, en el día de su segundo advenimiento y que reciba de tu inmensa bondad la recompensa de una fiel administración de su orden sacerdotal" (5). Parándose el novel sacerdote recibe de manos del Obispo las vestiduras sacerdotales: la estola, el felonion (casulla) y el misal, mientras los asistentes cantan "Axios". Luego besa la mano del Obispo que lo abraza. También da el beso a los demás sacerdotes concelebrantes, entrando con este gesto en la comunión de amor con ellos. Continuando la celebración del santo Sacrificio, el neosacerdote se coloca al lado derecho del Obispo, que es el lugar privilegiado.
Al comenzar la Anáfora o Canon, el Obispo realiza una ceremonia muy significativa. Ella expresa el poder sagrado que ha recibido el novel sacerdote de ofrecer el Sacrificio Eucarístico y al mismo tiempo indica su dependencia del Obispo en la celebración de la Eucaristía. Según la antigua tradición bizantina, al comenzar la Anáfora, el Obispo toma de la patena una parte del pan sin consagrar y lo pone en la mano del novel sacerdote, diciendo: "Recibe esta prenda y consérvala hasta la venida de nuestro Señor Jesucristo, porque El te ha de reclamar" (6). Esta "prenda" el sacerdote la tiene en la mano y la consagra con las demás hostias de la patena, al mismo tiempo que el Obispo y los demás sacerdotes concelebrantes. Antes de la Comunión deposita esa "prenda" en la patena, junto a las demás Especies consagradas, para recibirla luego de manos del Obispo en la comunión. Esta ceremonia expresa elocuentemente la responsabilidad personal del sacerdote ante Cristo en la celebración de la Eucaristía y su dependencia del Obispo en la administración del misterio Eucarístico. Más tarde se daba la "prenda" al neosacerdote después de la Epíclesis, que la devolvía al Obispo en el momento de la Comunión, colocándola en la patena. El novel sacerdote es el primero en recibir la Eucaristía de manos del Obispo para comulgar con ella. El será el que rezará la oración final de la Misa, llamada "Oración desde el ambón".
Consagración Episcopal
El Obispo, cabeza de la Iglesia local, es quien elige y ordena a sus colaboradores en el ministerio de la Eucaristía y de la Palabra. A su vez, la elección y la consagración del Obispo, en las Iglesias orientales ya sean católicas u ortodoxas, es un derecho reservado al Sínodo de los Obispos, encabezado por el Patriarca o Arzobispo Mayor. El Romano Pontífice recibe después al nuevo Obispo católico, canónicamente elegido y ordenado, en el colegio de los Obispos de la Iglesia Universal.
Hasta el siglo XII eran los fieles los que elegían a los candidatos para la dignidad episcopal. En las iglesias ortodoxas el poder civil tiene todavía gran influencia en la elección de los Obispos con la aprobación del Santo Sínodo. En la Iglesia ortodoxa de Moscú, por ejemplo, era el zar el que nombraba a los Obispos con la aprobación del Santo Sínodo. En la Iglesia ortodoxa de Kiev, eran los Obispos los que escogían y presentaban una terna a su arzobispo, de la cual él elegía a uno de su agrado.
Se distinguen tres momentos en la ordenación episcopal: la elección, la proclamación y la consagración. Solamente esta última tiene carácter estrictamente litúrgico-sacramental. Antes de la consagración se realiza en la iglesia la solemne ceremonia de la proclamación del electo. A éste se le comunica oficialmente, al término de una función religiosa, celebrada por él, su designación al orden episcopal. En la antigua tradición de la Iglesia ortodoxa de Kiev, por ejemplo, los mensajeros del Arzobispo comunicaban al sacerdote su elección con estas palabras: "Su Santidad el Arzobispo y su Santo Sínodo te eligieron Obispo de la Iglesia de N.N.". El electo daba su consentimiento y agradecía al Arzobispo y a su Sínodo la dignidad de que era objeto. Después de la proclamación tenía lugar el primer saludo por parte del colegio de los Obispos. La ceremonia se realizaba en el Palacio del Arzobispo o en la iglesia catedral. El electo hacía tres inclinaciones ante el Arzobispo, que permanecía sentado, besando su mano y su rodilla y recibía de él el abrazo. También los demás Obispos le daban el abrazo fraternal. Luego el electo ocupaba el sillón expresamente preparado para él, pero no en medio de los Obispos por faltarle aún la consagración episcopal. Con esta ceremonia pública el electo era recibido en el colegio episcopal y se ponía bajo la autoridad del Arzobispo (7).
En todas las Iglesias orientales la consagración episcopal la confieren varios Obispos, generalmente no menos de tres.
El rito de la consagración se desarrolla al comienzo de la Misa, después de la entrada con el libro del Evangelio. Un dignatario del clero presenta al ordenando a su Consagrante principal. El ordenando se coloca delante de una alfombra, en la cual está dibujada un águila con sus alas desplegadas y sus garras afiladas que se yergue por encima de una ciudad con murallas y torres. El águila simboliza al ordenando que, como Obispo, se elevará con su excelsa doctrina evangélica por encima de la ciudad que será su sede y la defenderá de los enemigos, así como el águila defiende su nido.
El electo es conducido sobre la ciudad dibujada en la alfombra. El Celebrante principal le pregunta: "¿Por qué has venido aquí? ¿Qué pides de nosotros?" El contesta: "La imposición de las manos para recibir la gracia episcopal, pues fui canónicamente elegido Obispo de la ciudad de N.N.". "¿Cuál es tu fe?", prosigue interrogando el Obispo consagrante. El electo reza en voz alta el símbolo de la fe. El Consagrante lo bendice diciendo: "Que la gracia del Espíritu Santo sea contigo." El candidato es conducido al medio de la alfombra, cerca de la figura del águila. Entonces le interroga de nuevo: "Exprésanos, de una manera más detallada, cuál es tu profesión de fe sobre las propiedades de las tres Personas de la inefable Divinidad." El ordenando lee en voz alta la segunda profesión de fe. El Consagrante lo bendice diciendo: "Que la gracia del Espíritu sea contigo, te ilumine, te confirme y te instruya todos los días de tu vida." Acto seguido, el electo es conducido hasta la cabeza del águila. El consagrante le dice por tercera vez: "Muéstranos aún más detalladamente cuál es tu fe respecto del Hijo, Verbo personal de Dios, y lo que enseñas sobre las diferentes naturalezas del único Cristo Nuestro Señor." El ordenando lee la tercera profesión de fe, que termina con estas palabras: "En cuanto a la Madre de Dios y Señora nuestra, María, confieso y proclamo que Ella ha engendrado en la carne formal y verdaderamente a una de las Personas de la Santísima Trinidad, a saber, a Cristo nuestro Dios. Que Ella sea mi auxiliadora, mi protección y mi refugio durante todos los días de mi vida. Amén."
Por tercera vez el Consagrante bendice con estas palabras: "La gracia del Espíritu Santo, por medio de mi humildad, te promueve, N.N., sacerdote amado de Dios, Obispo de la ciudad de N.N.".
Terminada la profesión de fe el Consagrante y los demás Obispos se ponen de pie y se canta: "Ad multos annos", en honor de aquel que va a recibir la imposición de las manos. Este es introducido por los Obispos al presbiterio ante el santo altar. El Obispo consagrante toma del altar el libro del Evangelio, lo abre, lo coloca sobre la cabeza del ordenando con el texto hacia ella, mientras los otros Obispos sostienen el Evangelio con sus manos. El Evangelio representa a Cristo que consagra al electo por las manos de los Obispos. El Obispo que preside reza en voz alta: "La gracia divina que siempre sana las debilidades humanas y suple sus deficiencias, designa al sacerdote amadísimo de Dios N.N., como Obispo de la ciudad de N.N., protegida por Dios. Roguemos por él a fin de que descienda sobre él la gracia del Espíritu Santo." Los asistentes cantan tres veces: "Señor ten piedad". El Obispo celebrante bendice al ordenando y poniéndole la mano derecha sobre la cabeza, ora: "Maestro y Señor, Dios nuestro... soberano de todas las cosas, mira a este hombre que ha sido elegido y juzgado digno de ser cargado con el yugo del Evangelio y de la dignidad episcopal; y por la imposición de mis manos, pecador como soy, y de las de mis concelebrantes y Obispos aquí presentes, fortalécelo con la venida, el poder y la gracia de tu Santo Espíritu, de la misma manera que fortaleciste a los Santos Apóstoles y a los Profetas, y del mismo modo que has ungido a los Pontífices. Haz que su pontificado sea irreprensible y adórnalo de una perfecta gravedad, hazlo santo a fin de que sea digno de presentar ante Ti las súplicas por la salvación del pueblo y de ser escuchado por Ti."
Contestado el "Amén" por los asistentes, siguen las oraciones litánicas por el ordenando. El concelebrante, con la mano extendida sobre la cabeza de aquél, continúa: "Señor Dios nuestro, que, no pudiendo la naturaleza humana soportar la esencia de la Divinidad, has establecido conforme a tu plan, maestros para ocupar tu trono y para ofrecerte una víctima y una ofrenda por todo tu pueblo; haz, oh Señor, que este hombre que ha sido constituido dispensador de la gracia episcopal, sea tu imitador, ya que eres el Buen Pastor que has dado la vida por tus ovejas. Haz de él un guía para los ciegos, una luz para los que están en las tinieblas, un preceptor para los ignorantes, un maestro para los niños, una lumbrera en el mundo, a fin de que, habiendo reunido a las almas que le han sido confiadas, se presente sin confusión delante de tu tribunal y reciba la recompensa que has preparado para los que han sufrido por la predicación de tu Evangelio...". Terminada esta oración se retira el Evangelio y se lo coloca en el centro del altar, donde se lo conserva constantemente. Acto seguido se entregarán al nuevo Obispo las vestiduras y las insignias episcopales: la dalmática episcopal, el "omoforion" (el estolón), la cruz, la "panaguía" (medallón de la Virgen) y la mitra. Mientras se reviste los presentes cantan: "Axios". Luego los Obispos abrazan al consagrado y van al trono ubicado detrás del altar. Desde el trono da la paz y bendice para la lectura de la Epístola. Durante la celebración de la Misa el nuevo Obispo ocupa el primer lugar después de su consagrante y juntos darán la comunión a los sacerdotes concelebrantes.
Inmediatamente después de la Misa el nuevo Obispo es entronizado. Para ello se quita los ornamentos propios de la celebración Eucarística y se presenta a su Consagrante para recibir la "mantia" o manto espiscopal, y las demás insignias propias de la investidura episcopal. Así revestido es acompañado al trono, expresamente preparado en medio de los fieles. El Obispo consagrante entrega al novel Pastor el báculo diciéndole: "Recibe este cayado para apacentar el rebaño de Cristo que te ha sido confiado; que sea en tus manos bastón de sustento para los obedientes; en cambio, para los desobedientes e insumisos sírvate de vara de castigo" (8). Tomando posesión del trono episcopal el nuevo Obispo entra en función como Pastor de su grey y como tal imparte a todos los presentes su primera bendición.
Después de la celebración Eucarística se realiza un ágape fraterno que es la conclusión íntima y familiar de la ordenación episcopal. Al término del mismo se hace, como broche de oro, una devota conmemoración de la presencia de la Santísima Virgen en medio de sus hijos, los Obispos. Al final de este ágape fraterno se reparte, entre los Obispos y los sacerdotes, el pan del cual se sacó la ostia para conmemorar en la Misa a la Madre de Dios y que fue llevado devotamente desde la iglesia al comedor. El nuevo Obispo toma con sus manos un pedacito de ese "pan Santo". Lo mismo hacen los demás Obispos. El resto el nuevo Obispo lo distribuye entre todos los presentes. Este pan, que representa a la Virgen, es llamado "Panaguía" (la Todasanta). Con este rito se manifiesta la comunión espiritual con María, invisiblemente presente, como Madre y auxiliadora, en la consagración de sus hijos predilectos, que son los Obispos. Por tal motivo los Obispos bizantinos llevan, en lugar de la cruz pectoral, un medallón con la Virgen, llamado "Panaguía" (la Todasanta), como distintivo de su carácter episcopal.
El culto del Altar
El corazón del culto litúrgico en las iglesias orientales es el altar, sobre el cual se ofrece el Sacrificio Eucarístico, acción misteriosa de Cristo Resucitado con la actuación del Espíritu Santo y la participación del hombre, como instrumento visible de la invisible acción divina. Por esto la celebración del Sacrificio del altar ha logrado, en estas Iglesias, un grado altísimo de impresionante solemnidad y de encantadora belleza. El genio artístico oriental, unido a la inspiración divina, alcanzó una expresividad asombrosa en las ceremonias litúrgicas y en las oraciones de aroma patrístico, para que el hombre capte más fácilmente con su inteligencia y su corazón lo que de divino y sobrenatural acontece en los misterios del altar.
En el desarrollo litúrgico de la Misa se injertan las ceremonias de las ordenaciones de los ministros del altar, los cuales son ordenados principalmente para ser instrumentos de Cristo en la renovación del Sacrificio Eucarístico.
También el altar es el centro de las ordenaciones sagradas, que representa al mismo Cristo, el Cual consagra, en las ordenaciones, a los ministros de la Eucaristía. Por eso los ordenandos al diaconato, al presbiterado y al episcopado apoyan su cabeza sobre la persona de Cristo, para recibir de El el Espíritu Santo. Además al ordenando al episcopado se le cubre la cabeza con el Evangelio abierto, conservado siempre sobre el altar, para indicar aún más claramente que por la imposición de las manos de los Obispos es Cristo mismo que lo llama a la sucesión apostólica.
Los ritos y las ceremonias litúrgicas crean una aureola de santidad alrededor del altar, porque sobre él se celebran los "tremendos misterios de Cristo", que son la renovación de la Muerte y de la Resurrección de Jesucristo. Sobre este "tremendo altar", como lo llaman las oraciones litúrgicas orientales, separado de los fieles por el iconóstasis, se conserva siempre el libro del Evangelio, artísticamente adornado y generalmente de gran tamaño, cual sagrario del Verbo de Dios y la Luz de la Verdad. Sobre el altar se conservan también las Especies Eucarísticas y, en algunas iglesias orientales, el santo Crisma.
Detrás del altar está ubicado, en todas las iglesias orientales bizantinas, el trono episcopal, para indicar que el único Sacerdote y Pastor, como Vicario de Cristo, en cada comunidad eclesial, es el Obispo, del cual los sacerdotes son solamente los vicarios y los cooperadores. Por eso los orientales tributan al Obispo una piadosa veneración, casi como un culto.
La acción misteriosa del "Dios temible" -como se expresan algunas oraciones litúrgicas- llena a los ministros y a los fieles de gozo pascual, pero al mismo tiempo los mantiene en un sentimiento de temor, al contemplar la infinita grandeza y santidad de los misterios de Dios, y al considerar su pequeñez de hombres limitados y pecadores. Este doble sentimiento lo expresan las oraciones de acción de gracias después de la Comunión: "llénese nuestra boca de tu alabanza, Señor, para cantar tu gloria, porque nos has admitido a participar de tus santos, perennes y vivificantes misterios; consérvanos en tu santo temor... ya que hemos recibido los divinos, santos, inmaculados, inmortales, celestiales, vivificantes y tremendos misterios de Cristo" (9).
La espiritualidad litúrgica oriental reboza de la misteriosa presencia de Cristo Resucitado, que llena a sus fieles de perenne alegría pascual. Pero al mismo tiempo éstos perciben también la grandeza de la divinidad, ante la cual se inclinan en devota adoración y con saludable temor.
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NOTAS
Libros Pontificales Bizantinos
Ibídem
Ib.
Ib.
Ib.
Ib.
MARUSYN, Miroslav, Dr., Ordinum Pontificalium in Euchologio Kioviensi, saec. XVI, expositio, Romae 1966, pág. 43.
Libros Pontificales Bizantinos