LA SIMPLICIDAD

Estela Arroyo de Sáenz

 

"Este siglo es un estruendo, una explosión, un tumulto...", decía Ernesto Hello, cuando recién comenzaba el nuestro: ¿qué diría ahora, si presenciara su final? Sorprendente hasta el asombro con sus progresos en cuanto a producción, comodidades, diversiones; pero al mismo tiempo lleno de gente con stress. Caro tributo hemos pagado por lo adquirido: se nos ofrecen tantas cosas, que andamos tras las añadiduras, que nos dispersan y nos hacen olvidar "la única cosa necesaria".

Al recordar las costumbres o diversiones de años atrás, notamos cómo se ha perdido la sencillez, mientras nuestros adolescentes sonríen asombrados. Es que hoy para ellos, todo se ha vuelto complicado, hasta el divertirse. "Sofisticado", parece ser la palabra para elogiar un sistema de refrigeración, de computadoras o de comunicaciones. Y hasta algunas mujeres quieren serlo para tener éxito. Si se reflexiona haciendo balance entre lo ganado y lo perdido, la respuesta dependerá de la escala de valores de cada uno, pero puede ser positiva, si sabemos usar de todo con señorío, sin perder la sencillez.

"Las Escrituras son un abismo, dice Hello, imposible decir cuán profundas y a la vez, cuán sencillas son. Cristo nombra sólo cosas familiares; los lirios del campo, el remiendo en un paño, la moneda perdida, el pastor que cuida las ovejas. Los niños y los ignorantes lo entienden sin asombro, pero cuando esas palabras caen en manos de filósofos o teólogos: ¡ellos tienen el asombro que faltó a los niños, tanta es la profundidad que encierran! Una virtud emana de esas palabras: no sólo son simples, sino que comunican la simplicidad. Tenemos el riesgo de ser aplastados por lo múltiple, lo complicado. Ante Dios hace falta fe, que es un acto simple, y también la simplicidad con la que nos arrodillamos" (1).

En efecto: hoy está de moda ser hermético, usar giros difíciles, para parecer profundo. Se ha dicho de San Francisco de Sales: ¡cuánta profundidad hay bajo su apariencia infantil! Tantos adoptan aire de solemnidad para decir insignificancias, que alguna vez debía suceder lo contrario. El da a conocer profundidades de la fe, con la autoridad de un doctor y de un Santo, pero se expresa con la sencillez de quien cuenta algo a un niño, con comparaciones de la naturaleza. Juan Pablo II nos recordaba hace poco en una alocución, la necesidad de hacernos como niños, lo cual no es infantilismo, ni volubilidad, ni huir de las responsabilidades. Al contrario, se necesita mucha madurez y sobre todo santidad para llegar a la sencillez de la infancia espiritual de Santa Teresita, o al renunciamiento de todas las "añadiduras" en San Francisco, o a la claridad diáfana de la filosofía en Santo Tomás. Es que todos encontramos la sencillez por distintos caminos, a medida que nos acercamos a Dios, porque ya no tenemos el corazón dividido y la vida se simplifica cuando se da a cada cosa su verdadero lugar. " Uno es pobre porque se ha despojado de todo, pero es rico porque al tener poco o nada, lo tiene todo en Dios. Simplicidad, sinceridad, integridad: un solo propósito en la mente, una sola palabra en los labios, un solo amor en el pecho.

Lucidez en la mente, canciones en los labios, flores en el corazón" (2).

¿Cómo llegar a esa sencillez de niños que necesitamos, nada menos que para entrar al reino de los Cielos? (Mt. 18, 3).

En primer lugar, teniendo su inocencia; es decir, un alma sin repliegues donde se esconde el egoísmo o el amor propio, disfrazándose a veces de formas sutiles. Siendo puro de corazón, sin intenciones ocultas, y sin ningún rincón manchado por el pecado, ya que Dios nos espera siempre en el Sacramento de la Penitencia. La humildad es fruto de la sabiduría, y es fuente de serenidad; no importa la propia pequeñez, cuando se es conciente de tener un Padre tan grande y misericordioso. Como marchan confiados los niños de la mano de su padre, sin preguntar a donde se los lleva, así va el cristiano que se siente hijo de Dios, sin temor y alegría, abandonado totalmente a la voluntad de su Padre.

También los niños son fáciles de entusiasmar y para ser como ellos, no debemos permitir que los golpes naturales de la vida dejen huellas negativas; un corazón que ama a Dios, es capaz de entusiasmarse por todo lo que a El se refiere, porque sus cicatrices seguramente lo habrán acercado más a El. Desde su obra en la naturaleza, tan llena de maravillas, hasta su obra aun más grande en las almas santas, y su gracia que transforma cuando otorga Su perdón.

A los niños se les enseña a pedir con humildad: por favor, y también a dar las gracias; no perdamos esa actitud de humildad y agradecimiento, sino que es necesario que crezca día a día.

La confianza y humildad en el pedir, lleva a perder un poco el temor al día de mañana. Los niños son como los lirios del campo, viven de lo inmediato, del momento presente; por eso regalan lo que tienen y no tasan ni miden el tiempo, no tienen apuro. "No tienen el tiempo tasado ni medido, ni avaramente acaparado, sino recibido con tranquilidad, dedicando tiempo para jugar, para dormir, para gozar. No tomándolo como mercadería barata que hay que hacer rendir, sino tomándolo como copa rebosante y plena. El hombre apresurado, aplaza sus encuentros con Dios, cuando todo instante puede hacerlo llegar a los cimientos de la eternidad" (3). Esa facilidad para el entusiasmo de la cual hablábamos, hace también que sepa contentarse con pequeñas cosas para ser feliz; a pesar de los juguetes sofisticados de hoy, siempre nos sorprenderá un niño que se entusiasma con una cajita o algo insignificante, y tal vez quede algún barrio en el que se juegue con una pelota de trapo y mucha ilusión. Y eso nos recuerda las palabras de nuestro Pontífice Juan Pablo II: "para entrar en el reino de los cielos, hay que tener sentimientos grandes, inmensos, universales, pero es necesario saber contentarse con las obligaciones menudas de la jornada, mandadas por la obediencia; recibiendo la voluntad de Dios tal como se manifiesta en el instante que huye, en las alegrías cotidianas que ofrece la Providencia. Es necesario hacer de cada trabajo, aunque oculto y modesto, una obra maestra de amor y perfección." En la medida en que nos acerquemos a Dios, iremos logrando esas alegrías puras y sencillas, sin olvidar lo que decía el Beato Mons. Escribá: "sencillez de niños pero doctrina de teólogos". No sea que se diga de nosotros lo que dijo aquel académico francés ante un joven escritor: "no tiene nada que decir, pero lo dice magníficamente."

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NOTAS

  1. HELLO, Ernesto. Fisonomías de Santos. Ed. Gladium

  2. CABODEVILLA, José María. Cristo Vivo. Ed. BAC.

  3. VON BALTHASAR, Urs. Si no os hacéis como niños...