LA SIMPLICIDAD EN LA UNIÓN CON DIOS

P. Fr. Mario José Petit de Murat O.P.

 

Hay tres clases de advenimiento, pero hoy vamos a hablar de nuestro advenimiento a Dios, no del advenimiento de Dios a nosotros, que siempre se realiza. Somos nosotros los que debemos ir a Dios. ¿Cuándo nos rendiremos? Estamos lejos de Dios y de nosotros en la medida en que estamos volcados en la criatura.

Dejémonos absorber por Dios. Dios nos ama con un amor tan ardiente, es tan grande el desbordamiento de su amor hacia nosotros, que ha sacrificado para salvarnos su Hijo único, el objeto de sus complacencias. Nos está llamando, en cada día, en cada momento, nos está nombrando y diciendo: "Hijo mío, que puedo hacer por ti que no haya hecho?". Y el Hijo , lacerado, deshecho, desde lo alto de la Cruz, exclama: "Sed tengo!", de qué? "De ti, criatura!, tengo sed de tu amor!" Es tan grande ese amor, que Dios se ha puesto a nuestro pies, se hizo esclavo nuestro para atraernos a Sí. Abrámonos a El . El verdadero advenimiento se cumple cuando nos abrimos a Dios, que ansía venir a nosotros y hacer en nosotros su morada. La criatura tiene que cesar a la voz del Padre que dice: "No temas, quiero acogerte, te amo".

Dejemos las cavilaciones."Basta a cada día su propio afán". El futuro viene día a día. Una gracia de hoy es dispositiva para otra del día de mañana. Seamos avaros de nuestro tiempo, y no digo de nuestros días: de nuestros minutos. Cada minuto es una invitación de Dios. Nos damos a nuestros días el tremendo valor que tienen porque los vemos venir a nosotros tan fácilmente. Vienen con tanta facilidad porque son dones de Dios, pero en cada uno de ellos estamos forjando la eternidad.

Nuestra vida es un arco ojival. Hemos de ser como los arcos de las Catedrales góticas: dos líneas curvas que se quiebran en cruz en un abrazo para abrirse hacia arriba abarcando el cielo indefinidamente, formando por dos voluntades: la de Dios y la nuestra.

La realidad no es más que el presente. No hagáis, dejad hacer, abrios como una corola y dejad derramarse al Señor. "Bienaventurados los pobres de espíritu", no sólo en el sentido material sino también en el espiritual, es decir, aquellos que no se atan a sus propios gustos y criterios, sino que en una gran pobreza y desnudez se aprestan a recibirlo todo del Señor, sus gracias y sus dones.

A las madres, no pensar si este hijo será esto o aquello en el futuro, sino formar esa alma cada día, cada minuto y ponerla a disposición de Dios.

Amar el silencio, pues allí habla Dios a la criatura. Marta es el prototipo de las que esperan el advenimiento de Cristo y que dicen ¿vendrá? ¿ya vino? María es el ejemplo de nuestro advenimiento al Señor, ella le sale al encuentro, va a buscarlo , y luego a sus pies, lo escucha en silencio.

"Echa en el Señor tus cuidados y El te curará". Gran sencillez. En cuanto notamos una imperfección o una falla, arrojarnos en su misericordia; el fuego de su amor consumirá nuestro pecado. Reposar en Dios que nos ampara, que nos cuida, que tiene más cuidado de nosotros que nosotros mismos. Hay que ocuparse de las cosas pero no preocuparse, para ello ponerse en la presencia de Dios en el silencio.

La puerta de la entrada en Dios es la fe. Aceptar todo lo que fue revelado de manera viviente. La fe no tiene imágenes. ¡Sé, Señor, que estás aquí, sé, Señor, que me estás amando en este instante! Las verdades de la fe son intuitivas, no discursivas. ¡Estás aquí, Señor! y ya no se dijo más. En la medida que yo quiero verlo, desaparece la fe. Entrar en el olvido de sí. El medio que nos une a Dios es la inteligencia vivificada con la fe (no la sensibilidad). Basta que nos desapeguemos de una cosa para que esa cosa se nos dé. No estemos entregados a nuestra sensibilidad. Vivamos de fe. La noche de la pura fe está representada en la Noche en que nació el Niño. Los animales dormían, por eso los pastores escucharon el canto de los ángeles (los animales representan nuestra sensibilidad), nuestra parte animal; cuando ésta calla, el espíritu domina y se oye la voz de los ángeles).

Somos una porción del Verbo y tenemos que ser verbo. Tenemos que ser una gema, un resplandor de Cristo. Es una falsa humildad pensar que no somos más que un poco de barro. Somos barro, sí, pero injertados en Cristo, y con Cristo hemos de ir al Padre.

¡Cómo se simplifica nuestra vida cuando aflojamos nuestros nervios en tensión para descansar en Dios! Acallemos nuestra imaginación, no tratemos de comprender cada acontecimiento de nuestra vida. Sabemos que es nuestro Padre quien los envía. Entreguémonos a El totalmente con nuestro ser: "He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según su palabra".

La esperanza es la virtud que nos entrega la omnipotencia divina. "El amado te apoyó con su siniestra y te abrazó con su diestra". La siniestra representa la Humanidad de Cristo, con ella nos apoyó; y la diestra la divinidad de Dios, con ella nos abraza. Cristo nos sostiene y Dios nos abraza con su divinidad.

Jesús no duerme, jamás temamos, no dudemos. Jesús vela. La Iglesia es eso: Cristo erigido y velando. La visitación de Dios es para darnos su gozo inextinguible, no ya el gozo de los ángeles, sino el mismo gozo de Dios.

La manera de vencer no es la huída. No temer al mundo sino despreciarlo y vencerlo "consagrados a la Verdad". Tener sed apasionada por la verdad. El que tenga necesidad de la sabiduría, demándela a Dios con humildad.

El venir de Dios a nosotros es para provocarnos a ir a El. Tenemos que responder todos los días, desde el despertar ir a Dios, advenimiento de nosotros a Dios. Poco importa lo que sienta, basta el querer de mi voluntad. Mirar a Dios por encima de mí y del mar de cosas que influyen en la sensibilidad (identificar siempre sensibilidad y nervios con animalidad). Triunfan los que todo lo esperan y esperan contra toda esperanza. Cuando nada nos turba ya somos hijos de Dios. Entregarnos totalmente a El. Esta entrega en sus brazos dará a nuestras almas una paz que nada podrá alterar y una alegría profunda, una alegría sin orillas, honda y verdadera, a pesar de los sufrimientos que vinieren. ¿Qué me importa lo que pase si estoy unido a mi Dios y El me ama con tan intenso amor?

Los medios más inmediatos para unirse a Dios son la fe y la Esperanza, pero por la Caridad, estamos ya en Dios. "Dios es Caridad". El que está en Caridad, en Dios permanece y Dios permanece en él. La Caridad tiene tres aspectos: respecto a Dios, respecto al prójimo, respecto a nosotros mismos.

La paternidad de Dios es la que da razón de ser a la primera. Dios es Padre y vivimos en su paternidad. La misericordia de Dios nos precede y nos sigue. Es una ingratitud, la más grande, el sentirnos huérfanos y solos. El homenaje que traspasa a Dios es el homenaje de sus hijos, de sentirse verdaderamente hijos, y de confiar plenamente en El.

En este mundo no hay penas de castigo sino penas de mejoramiento. "Porque te amo te reprendo y te castigo", dice el Apocalipsis. Dios no habla con palabras sino con las cosas y los sucesos.

Pero es necesario que amemos al Padre y aprendamos a ir a El. Si sólo conocemos y amamos a Jesús, nos quedamos en la mitad del camino. Tenemos que ir al Padre. Cristo vive sólo en razón del Padre y toda su vida es un sólo impulso a El. Cuando nos detenemos en el Corazón de Jesús, en Cristo, estamos defraudando a Cristo porque El ha venido no para atraernos a Sí como último término, sino como Mediador, para unirnos al Padre: "Hijo mío -nos está diciendo- nombra al Padre!"

El Hijo de Dios dijo al Padre: "Dame ese barro putrefacto, ese deshecho que es el mundo, y Yo te lo entregaré transformado, convertido en algo precioso". Y Cristo se hundió en nuestra miseria; para levantarnos tomó todo lo nuestro, todo aquello que nosotros despreciábamos, se desposó con nuestros dolores antes que nosotros los padeciéramos, y los convirtió en gracias de redención. Pero todo lo refería al padre: "Yo no hablo sino lo que aprendí del Padre". "¿Felipe, tanto tiempo hace que estoy con vosotros y tú no me has conocido? El que me ha visto ha visto a mi Padre; ¿no crees que Yo soy en el Padre y el Padre en mí?". "Las palabras que Yo os digo, no las digo de Mí mismo sino que el Padre que mora en Mí, hace El mismo sus obras".

"No os dejaré huérfanos, volveré a vosotros, el mundo no me verá más, pero vosotros me volveréis a ver, porque Yo vivo y vosotros viviréis. En aquel día conoceréis que Yo soy en mi Padre y vosotros en Mí, y Yo en vosotros". "Si alguno me ama guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él, y en él haremos morada". "Ya no os llamaré más siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su Señor, sino que os he llamado amigos, porque todo lo que aprendí de mi Padre, os lo he dado a conocer". "Y la vida eterna es que te conozcan a TI, sólo Dios verdadero, y a Jesucristo, Enviado tuyo. Yo te glorifico a TI sobre la tierra completando la obra que me confiaste. Y ahora, Tú, Padre, glorifícame a Mí junto a TI mismo, con aquella gloria que contigo tuve antes que el mundo existiese". "Por ellos ruego, no por el mundo, sino por los que Tú me diste, porque son tuyos. ¡Padre Santo, por tu nombre, guárdalos para que sean uno como nosotros! Santifícalos en la verdad; la verdad es tu palabra. Más no ruego sólo por ellos, sino también por aquellos que mediante la palabra de ellos, crean en Mí, a fin de que todos sean uno, como Tú, Padre, en Mí, y yo en TI, a fin de que también ellos sean en nosotros, para que el mundo crea que Tú eres el que enviaste y los amaste a ellos como me amaste a Mí. Padre, aquellos que Tú me diste quiero que estén conmigo donde Yo esté, para que vean la gloria mía, que Tú me diste, porque me amabas antes de la creación del mundo. Padre Justo, si el mundo no te ha conocido, te conozco Yo, y éstos han conocido que Tú eres el que me enviaste y Yo les hice conocer tu nombre, y se lo haré conocer para que el amor con que me has amado sea en ellos y Yo en ellos".

Cuando logramos salir de nuestros sentidos y entrar en nuestras almas, somos finos y ágiles para seguir los movimientos de Dios y entregarnos a El.

La Caridad respecto al prójimo la conocemos cuando la ira se convierte en lágrimas. Cuando estamos en Cristo no pedimos sino damos, ya no somos mendigos. La Caridad no obra precipitadamente.

La Caridad que consuela en la verdad, aunque ésta sea dolorosa. Esa es la paradoja de Cristo, el haber colocado el gozo sin límites en el dolor.

Mientras veamos a nuestro hermano como a un extraño, todavía no somos lo que Dios quiere que seamos. Seamos todos uno. Cristo se presentó al padre como pecador para pagar por nuestro pecados. Cuando el sacerdote levante la Hostia santa, presentaremos al Señor nuestros pecados y los de nuestros hermanos: ¡Padre, aquí te pago por todos mis pecados! (por los míos y por los de mis hermanos).

"La única ambición legítima es la de ser santos". "¡Hijo, nunca te acostumbres a decir Misa!"