LA SIMPLICIDAD DE LA VIDA CRISTIANA
LIBRO II: LA SIMPLICIDAD DEL CORAZÓN
Fr. Gerónimo Savonarola O.P.
Es necesario para nosotros entender las cosas espirituales a través de las corporales. Vemos que en las cosas naturales, el conocimiento se produce a través de esto: que la forma se eleva por sobre la materia, por lo tanto, aunque las plantas estén animadas, como su alma está demasiado inmersa en la materia, no pueden elevarse a ningún conocimiento. Más aún, los animales más imperfectos, semejantes a las plantas, como aquellos que están adheridos a las piedras y a la tierra -como las ostras y moluscos- tienen un conocimiento más imperfecto. Pero los animales más perfectos tienen tanto más perfecto el conocimiento sensitivo, cuanto su forma está más por encima de la materia. Y como el alma intelectiva está más elevada sobre la materia que el alma de los otros animales, como la potencia intelectiva no está unida a un órgano corporal, por eso es que el hombre tiene un conocimiento más noble que todos los animales, es decir, el conocimiento del intelecto. Y puesto que su intelecto no puede, como lo muestra la experiencia, conocer sin los sentidos (por eso es que aquél que desde su nacimiento carece de algún sentido carece también de la ciencia de aquellas cosas que se aprenden con ése sentido; como un ciego que no puede juzgar respecto de los colores) se sigue que el intelecto no pueda conocer ninguna cosa sino mediante las cosas corporales y sensibles. Por eso probamos experimentalmente que, cuando las cosas espirituales son propuestas por medio de semejanzas con las cosas corporales, los hombres las entienden mucho mejor y se fijan más firmemente en la memoria; y en ella se gozan los hombres como en algo adecuado a ellos. Por eso la Sagrada Escritura usa las semejanzas y las parábolas, porque Dios provee a cada criatura según la condición de la naturaleza de cada una. Comencemos entonces por las cosas corporales, para que a través de ellas podamos comprender más fácilmente las cosas espirituales.
La simplicidad de las cosas se dice de muchas maneras. En las cosas corporales, aquellas que nos son más conocidas decimos que son cuerpos simples, que no están compuestos por elementos; pero las que están compuestas de elementos decimos que son cuerpos mixtos o compuestos. Los elementos y los cuerpos celestes decimos que son cuerpos simples; sin embargo como están ellos compuestos de materia y de forma, en comparación con ellos, llamamos "simples" a las formas de las cosas naturales, es decir, no compuestas de materia y de forma. De este modo entonces, llamamos sustancias simples a las sustancias angélicas. Pero como ellas tienen alguna composición, es decir, de esencia y de existencia, de accidentes y de sujeto, las podemos llamar sustancias compuestas. Y porque el accidente y el ser de la sustancia creada no se compone de la esencia y del ser, ni del accidente y del sujeto, porque si no procederíamos hasta el infinito, sin embargo son simples como aquellos que no están compuestos por ninguna cosa; tampoco tienen una simplicidad íntegra y total, porque están en composición con otras cosas. Pero, siendo Dios su propio ser, y ese ser no es diferente de su propia sustancia, y no habiendo en el ningún accidente ni entrando en composición con ninguna cosa sino siendo lo que es en Dios y siendo Dios, sólo Dios es verdadera y absolutamente simple.
En las cosas simples, cuanto más simples son, son más perfectas: porque "perfecto" se dice a lo que está perfectamente hecho; y cada cosa decimos que está hecha cuando tiene primero el ser que sigue a la forma. La perfección, por lo tanto, está de parte de la forma, porque la materia es cierta cosa imperfecta, que se hace perfecta por la forma. Entonces, cuanto alguna cosa tiene más de forma, tanto tiene más de perfección. Pero las cosas más simples tienen más de forma, por lo tanto son más perfectas. Vemos sensiblemente que los elementos más simples son también los más activos, y la acción sigue a la forma, por eso las cosas más simples tienen más forma que las cosas más densas, y consecuentemente se sigue que ellas son más perfectas. Por eso el agua es más perfecta que la tierra y el aire más que el agua y el fuego más que el aire y los cuerpos celestes más que los elementos. También entre los ángeles, los superiores son más perfectos y más simples; y Dios que es sumamente simple, es perfectísimo.
La simplicidad tomada en un sentido espiritual y moral se dice de muchas maneras. Hay una cierta simplicidad necia, por la cual algunos son llamados simples por su ignorancia; y estos son semejantes a los elementos simples. Por eso están seguros de que ni por sí mismos ni aún de otros pueden aprender alguna cosa, incluso aquellas que son por sí mismas muy manifiestas. Estos se asemejan a la tierra, que es toda oscura y no puede ser penetrada por la luz, pero recibe solamente en su superficie la luz del sol. Y así parece que estos tales tienen como los animales brutos sólo un conocimiento sensitivo superficial, no pueden ser penetrados por ninguna luz de enseñanza. Hay otros que pueden ser enseñados e instruidos en ciertos primeros principios mediante algunos ejemplos de las cosas sensibles; y estos son semejantes al agua, la cual recibe hasta el fondo los rayos del sol, aunque no claramente. Otros pueden entender bien algunas cosas más sutiles, cuando les fueran demostradas, pero no son por sí solos capaces de aprenderlas ni de retenerlas firmemente una vez aprendida, y estos son semejantes al aire, que no teniendo por si la luz, sin embargo la reciben claramente y con facilidad pero también fácilmente la pierden. Hay otros que por sí mismos y por otros pueden aprender alguna cosa, pero no con mucha sutileza, como son ciertos estudiantes de mediocre ingenio; y estos se asemejan al fuego, el cual parece que por sí tenga algo de luz, aunque algunos dicen que no resplandece en su propia esfera, y recibe la luz desde afuera, como la luz del sol. Todos estos son llamados "simples" porque fácilmente por la rudeza de su ingenio pueden ser engañados por los hombres astutos.
La simplicidad se dice de otro modo: por repugnancia a la duplicidad (doblez). Como cuando decimos que algunos son "dobles", en cuanto dicen una cosa y hacen otra; y estos son llamados simuladores, cuyos opuestos son llamados "simples", porque el corazón y la palabra y sus hechos concuerdan; estos son semejantes al cielo, el cual aunque tenga innumerables cantidad de estrellas y múltiples virtudes y diversidad de esferas, sin embargo tiene en sí y en cualquier movimiento suyo y virtud tanta conformidad y armonía que en cualquier modo hay en él una cierta simplicidad. Aunque siendo ellos hombres doctísimos y astutos y prudentes para todos, sin embargo son llamados "simples" porqué, quitada de sí toda duplicidad, hay en sus dichos, obras y pensamientos un cierta admirable conformidad, que en este segundo modo es llamada simplicidad.
Simplicidad se dice también de otro modo: por aproximación a esa suma simplicidad que es Dios. Porque cuanto alguno más se acerca a aquello que es lo primero en cualquier género de cosas, tanto más se convierte en él.
Por eso cuanto más uno se aproxima al fuego, tanto más caliente se vuelve. Y decimos que las criaturas se acercan a Dios por asimilación. Por lo tanto cuanto más alguno se asemeja a Dios, tanto más se hace simple. Pero más se asemeja a Dios aquél que tiene su gracia que no la tiene, por eso los que están en gracia de Dios son llamados "simples" y no sólo por su ser íntegro, y uniforme en sus dichos, hechos y pensamientos, sino más bien respecto a su acercamiento a Dios; estos son semejantes a los ángeles y a los santos, quienes cuanto mayor bienaventuranza tienen son tanto más simples. Por eso aquellos que tienen más gracia en esta vida, tienen igualmente mayor simplicidad y perfección.
La vida Cristiana incluye la simplicidad tomada en el segundo y en el tercer modo. Así como nada puede ser o llamarse hombre si no tiene el alma intelectiva, así nadie puede ser o llamarse propiamente cristiano si no está ungido con la unción de la gracia del Espíritu Santo, la cual es la forma del cristiano. Por eso cada cristiano tiene esa simplicidad que hemos explicado en el tercer modo.
Y porque la gracia hace al alma perfecta, mediante las virtudes que proceden de ella, principalmente la caridad, y las virtudes dirigen las potencias a los actos de las virtudes, por eso no puede la doblez, que es el máximo vicio, estar a la vez con la gracia y con la caridad, quienes ordenan todas las fuerzas del alma según los mandamientos de Dios. Por esto se ve claramente que en la vida cristiana se incluye también esa simplicidad que hemos explicado en el segundo modo, y si alguno dice que la gracia está junto con el pecado venial, y que la doblez a veces puede ser pecado venial, respondo que nos referimos a aquella doblez que es propiamente vicio y pecado mortal, pues aquella que es pecado venial es tan poca que se considera como nada. Y sin embargo debemos saber que, aunque tal doblez no sea directamente contraria a la gracia, sin embargo dispone al alma para perderla, y cuanto alguno más tenga de esa gracia tanto menos tendrá en sí esa pequeña doblez, más la odia y la desprecia, porque en cuanto la ama y la sigue no es cristiano, así como el hombre en cuanto blanco no es hombre. Por eso decimos que la vida cristiana, en sí misma, incluye el segundo modo de simplicidad, y excluye y quita de sí todo doblez.
La simplicidad del cristiano no excluye la prudencia, sino que la incluye. Siendo la prudencia una recta razón, un ejemplar y modelo de las cosas realizables (recta ratio agibilium), es decir, de aquello que han de hacer los hombres respecto a la rectitud de la vida y de las cosas humanas; si hablamos de la simplicidad cristiana de aquellos que son tardos de ingenio, como es la simplicidad de algunas mujercitas o niños o de algunos rústicos campesinos, aunque estos no tengan la recta razón en el obrar respecto al gobierno y guía del prójimo, sin embargo tienen por virtud de la gracia de Dios una recta razón en el gobierno y el obrar de lo que respecta a la propia salvación. Pues la gracia de Dios trae consigo todas las virtudes, tanto las teologales como las morales; y las virtudes inclinan las potencias del alma a sus propias acciones, que son las observancia de los mandamientos de Dios. De ahí que por la gracia y las virtudes infusas y el continuo influjo divino estas personas, tanto en el intelecto como en el afecto, son dirigidas a pensar y obrar perfectamente lo que se refiere a la propia salvación. Y aunque no sepan juzgar de estas cosas por los principios de la filosofía, sin embargo saben juzgar de ello por modo de cierta inclinación, porque el justo es la misma regla de las obras justas, y por su propia inclinación, con la ayuda de Dios, se dirige al bien, como está escrito: la simplicidad de los justos los dirige (Prov. 11, 3).
Aquellos cristianos que son de ingenio sagaz, astutos y prudentes en el obrar, sutiles en las ciencias, no por esto diremos que no son simples. Pues sino Dios, que conoce todas las cosas, y ve al que engaña y al que es engañado, no sería simple; como tampoco los ángeles que están llenos de tanta ciencia que a comparación de ellos los hombres no saben nada. La ciencia y la prudencia no quitan la simplicidad, sino que la perfeccionan. Pues los cristianos se llaman simples en cuanto que por la gracia se unen a la suma Trinidad, Dios y simples, y en sus hechos y en sus palabras no pretenden ningún doblez o simulación.
Y como nosotros entendemos las cosas espirituales a través de las corporales, podemos comparar los diversos grados de cristianos con los diversos grados de simplicidad de los cuerpos y de los ángeles. Como cada cristiano tiene en sí la luz de la gracia, no lo comparemos con la tierra, ni con el agua ni con el aire, sino que comenzaremos con el fuego.
En efecto, hay algunos cristianos rudos de ingenio, que teniendo la luz de la fe y el ardor de la caridad, se comparan al elemento del fuego, que es cálido y luminoso. Y así como el fuego es más ardiente por el calor que por la luz, así frecuentemente estos simples son más fervorosos por la caridad que por la prudencia y la doctrina.
Otros son ingeniosos y prudentes y doctos en lo que pertenece a la vida activa: estos se asemejan al cielo, que es luminoso, y por su movimiento e influencia gobierna los cuerpos inferiores. Otros son elevados de mente y bien dispuestos para recibir las iluminaciones divinas, dedicados a la vida contemplativa, y que pueden enseñar a los otros, e iluminar a los que se sientan en tinieblas y en sombras de muerte. Estos se asemejan a los ángeles, que son enviados al servicio (ministerio) de los que recibirán la herencia de salvación.
Aunque la simplicidad entendida del primer modo pueda en un sentido convenir a los cristianos, sin embargo se debe considerar su simplicidad en el tercer modo, es decir por la cercanía a Dios por la gracia. Porque el primer modo, si está privado de la gracia, es más bien estulticia o necedad; el segundo, aunque es difícil encontrarlo sin la gracia, sin embargo si fuera así, se llamará una simplicidad imperfecta e informe; porque no se acerca a Dios por la gracia, la cual eleva al alma a la participación de la naturaleza divina, que el sumamente simple. El tercer modo contiene al segundo, porque todo verdadero cristiano expulsa de sí toda doblez; y no deja imperfecto al primero, porque la gracia perfecciona la naturaleza, y dirige a los ignorantes por el camino bueno.
Todo cristiano debe esforzarse por llegar a una perfecta simplicidad. Cada uno debe poner todo su esfuerzo por acercarse a Dios y asemejarse a El todo cuanto sea posible, como dice el Apóstol: "Sed imitadores de Dios como hijos amadísimos". Como la simplicidad cristiana consiste en que el hombre, por medio de la gracia, se asemeje a Dios, y que en sus palabras, pensamientos y obras se vea la unidad, es evidente que todos deben esforzarse para llegar a la perfecta simplicidad. Debemos pensar que hemos adquirido la perfecta simplicidad cuando nos veamos totalmente unidos a Dios, y en cierto sentido, no sepamos ni entendamos nada sino a Dios.
Para hablar de cada una de las potencias del alma, comencemos por la esencia: si alguno está unido a Dios por la gracia de modo que se haga un sólo espíritu con El; si todo lo que con su intelecto conoce o contempla es Dios o es en relación a Dios; si todo lo que la voluntad ama y desea es el mismo Dios o algo amado y deseado por Dios; y de modo semejante que tenga odio por lo que es digno de odio; si la memoria recuerda siempre a Dios y sus beneficios; si la imaginación tiene siempre ante sus ojos al Crucificado y lo que a El se refiere; si a causa de Dios aparta sus ojos de las vanidades, los oídos de las palabras malas, el olfato de los olores lascivos, el gusto del alimento y la bebida superfluos, y el tacto de los placeres venéreos; si se apartan los miembros del cuerpo de todo pecado y se hace lo que dice el Apóstol: Así como disteis vuestros miembros para servir a la inmundicia y a la iniquidad, así entregad vuestros miembros para servir a la justicia y a la santificación; y: Sea que comáis, sea que bebáis, hacedlo todo para gloria de Dios, para que en todo sea glorificado Dios que obra todo en todos, que es bendito por los siglos, amén. Este será llamado en verdad Cristiano, y será en verdad simple como paloma y prudente como serpiente.
Toda la vida cristiana tiende a esto: a purificarse de toda infección terrena, tanto en la parte del intelecto y la voluntad como en la parte sensitiva y de todo el cuerpo, para que el hombre totalmente purificado se convierta en un templo santificado para Dios, y resplandezca como una lámpara en un lugar tenebroso y oscuro para que viendo los hombres sus buenas obras glorifiquen a nuestro Padre que está en los cielos.