Las Bellezas de la amistad

en la concepción del mundo antiguo

y en la doctrina de los Padres (*)

 

Petre Coman

 

 

Introducción

Nunca en la historia de la humanidad, se ha hecho tanto caso como hoy al valor, a los derechos y a las prospectivas del hombre. Pero el hombre actual está amenazado por un gran precipicio engendrado por el demonio del odio apocalíptico que devora las entrañas del mundo contemporáneo. Esta enfermedad, que es una enfermedad del alma, sólo puede ser curada con una medicina, la única capaz de aniquilar el microbio del odio: el amor por el hombre. Y el amor por el hombre significa, sobre todo, la conquista del hombre por parte de sí mismo. Esta conquista, que implica el dominio y la educación de los instintos primarios, lleva a una purificación integral del alma de todas las miasmas que lo han corroído, y luego a aquella fecundidad de la alegría de vivir para la felicidad de otros.

Uno de los frutos de esta alegría, preparado por el amor por el hombre, es la amistad. Flor rarísima entre los hombres, pero tanto más preciosa... La amistad no es sólo lo fascinante de nuestra vida humana, es también un bien moral (1). La amistad es un trofeo y una distinción, en todos los tiempos y para todos los pueblos. Ella, en fin, es la única cosa humana sobre cuya utilidad concuerdan todos a una voz. Desde las grandes epopeyas del Oriente y de la antigua Grecia hasta los poemas de caballería del Medioevo, en el campo de la poesía; de los grandes profetas a los Sabios de Asia, comenzando por el emperador Salomón hasta Montaigne y La Fontaine, en el campo de la filosofía y de la moral, la amistad ha gozado de gran honor y favor, tanto que puede ser envidiada por cualquier otra virtud.

La amistad está preparada para ser la auxiliar de la virtud, para que la virtud, que por sí sola no puede llegar a su más alto grado, puede hacerlo unida y asociada a otra. Una alianza como ésta brinda a los hombres el medio mejor y más feliz para caminar juntos hacia el bien Supremo. Es la virtud, digo yo, que forma la amistad y la conserva, pues en ella se encuentra la armonía, en ella la estabilidad, en ella la constancia. (2)

Homero, los trágicos y los líricos griegos, Platón, Jenofonte, Aristóteles, los estoicos, los epicúreos, Cicerón, Plutarco, los neoplatónicos, la Sagrada Escritura en ambos testamentos, los Santos Padres, consagran a la amistad libros enteros, o al menos capítulos enteros, tanto en prosa como en verso.

¿Ha merecido la amistad tanta atención y tantos favores de los espíritus más selectos de la humanidad? El aprecio que los hombres han dado a la amistad ha llegado hasta la piedad. La amistad no era sólo una tema literario, sino también un estilo de vida feliz, evocado con lágrimas por todas las generaciones. Congregaciones religiosas, escuelas filosóficas, comunidad eclesiástica y grupos universitarios cristianos han respirado el perfume y la dulzura de una amistad sin igual. Por eso, entre hombres como Cicerón, S. Gregorio el Teólogo y S. Juan Crisóstomo no se encuentran palabras con vuelo suficiente para glorificar la fascinación y las delicias de la amistad. Algunos, dice Cicerón, pueden despreciar las riquezas, otros los puestos políticos u otras cosas maravillosas, pero todos: hombres de estado, sabios, los que se han entregado totalmente a los placeres, están de acuerdo que sin la amistad no existe la vida (3). La amistad, en fin, ronda por la vida de todo hombre, incluso de quienes la rechazan. Un misántropo como Timón de Atenas, que evitaba los hombres porque los odiaba, no pudo resistir el no buscar alguno sobre el cual quería desahogar el veneno de su furor (4). Además ninguno elegiría vivir sin amigos, aunque perdiese todos los otros bienes. Recordemos que un hombre común no podría soportar tal vida (5). En cuanto virtud, la amistad sólo es posible entre los sabios: No hay nada más difícil que hacer perdurar una amistad hasta el último día de la propia vida. Según dice Epicúreo, entre todos los bienes que la sabiduría nos da en orden a la felicidad, el más grande es alcanzar la amistad. Por ella el mundo humano deshumanizado se reordena (6). Sócrates, el prototipo ideal del amigo de los jóvenes estudiantes precristianos, dice en el diálogo de Platón Lysis: "Uno desea tener caballos, otros perros, otro oro, otro honores; yo, en cambio, no me preocupo de estas cosas, pero deseo mucho tener amigos y preferiría más un buen amigo a la codorniz o el gallo mejores que hubiera, y también a un caballo y a un perro, y creo que preferiría tener un amigo más que tener el oro de Darío, y más que al mismo Darío" (7). Siempre deberemos buscar a alguien para amar y por el cual ser amados porque las cosas humanas son pasajeras y frágiles. Caído el afecto y la benevolencia, pierde valor toda alegría de la vida (8).

¿Qué es la amistad? Abundan las definiciones, desde las más simples hasta las más complicadas. Pensamos que la dada por Cicerón sea la más acertada; y dice así: La amistad no es otra cosa que un perfecto acuerdo en todas las cosas divinas y humanas, acompañado de benevolencia y de amor (9).

 

I. La amistad en la cultura greco-latina

1. El origen de la amistad

¿De dónde viene este acuerdo? Por el camino irónico de la demostración dialéctica, Platón presenta la hipótesis según la cual el pobre está obligado a ser amigo del rico, el débil del fuerte para tener ayuda, el enfermo del médico y todo el que no sabe busca y ama al que sabe (10). En realidad, la amistad no es un producto de la necesidad, sino más bien la flor social más bella del amor. Existe en nuestro corazón una fuerza nacida para amar, anterior a la reflexión. Esta fuerza se extiende hacia nuestro prójimo, abraza en una larga efusión a toda la humanidad restringiéndose en los hogares domésticos, y se condensa al máximo en el pequeño círculo de los amigos. Por otra parte, quien no ama no puede ser amigo (11). La esencia de la amistad es, entonces, el amor que no puede ser sustituido por nada. Amamos a los amigos como a nosotros mismos, porque así es nuestra naturaleza. Volvemos sobre el amor de nosotros mismos que es innato; por eso llamamos a los amigos mi otro yo.

La amistad está ínsita por naturaleza en el que engendra hacia el engendrado, y en el que es engendrado hacia el que lo engendró, y esto no sólo entre los hombres, sino también entre los pájaros y la mayor parte de los animales; y está ínsita entre los animales de la misma especie (12). Así, la amistad resulta un legado surgido de nuestra misma naturaleza, naturaleza estructurada por el amor (13). El amor hace que sintamos la amistad como un legado de nuestros padres. Platón dice que cuando desea o ama a alguno, no podría desearlo o amarlo ni ser su amigo, si no fuera afín a aquél que es amado o en el alma o en alguna característica del alma o en el comportamiento o en el porte exterior (14). Todo lo que está emparentado, cercano por naturaleza, se ama de manera necesaria (15). De allí también la teoría, tan debatida entre los antiguos, de que la amistad no puede existir sino sólo entre los que se asemejan. Los buenos -dice Platón- son semejantes y amigos entre ellos, y los malos, al contrario, ni siquiera son semejantes a ellos mismos, pues son inconstantes e inestables; pero lo que es desemejante y diverso de sí mismo, difícilmente puede ser semejante o amigo de otro. El bueno únicamente es amigo del bueno, pero el malo no entra en amistad verdadera ni con el bueno ni con el malo (16). Pero esta teoría de la amistad entre aquellos que se asemejan es objetada por la teoría de la amistad entre aquellos o aquellas desemejantes. Si la amistad es una característica de los elementos semejantes, tanto más lo es para los contrarios. En efecto, toda cosa desea su contrario, no lo semejante; lo seco desea lo húmedo, lo frío el calor, lo amargo el dulce, etc. El contrario alimenta a su contrario, mientras que lo semejante no aprovecha en nada a su semejante (17). A través del razonamiento dialéctico, Platón llega a afirmar que ni el contrario es amigo del contrario ni el semejante de su semejante (18). La teoría de la semejanza y desemejanza en la amistad no afecta, pues, aunque de a poco y formalmente transmite un juego dialéctico, el principio establecido de que la amistad es la expresión de un legado perteneciente a la naturaleza y especialmente a nuestra naturaleza humana.

Como esta naturaleza impulsa a la amistad con los parientes o con los conciudadanos, significa que ella está determinada en este sentido por una fuerza superior a ella que la hace estructurar con elementos atractivos. Digamos en honor de la antigüedad precristiana, que ella ha visto esto, aunque no lo pudiera explicar por completo, pero tiene el mérito de haberlo señalado. Cicerón afirma que el afecto natural no es suficiente para la amistad. La amistad está más allá de los parientes, pues si en el trato con los parientes puede desaparecer la benevolencia, sin embargo ésta no puede ser eliminada de la amistad. Homero y Platón sostienen que Dios es quien hace amigos a todos los hombres (19). Sin embargo estos dos griegos llegan sólo a intuir en parte la verdad, la gran verdad cristiana, que la amistad tiene su fuente en Dios, porque Dios es amor (20), y la amistad significa integración en Dios.

 

2. La virtud como marco de la amistad

Como fruto de la naturaleza estructurada del amor, la amistad se eleva al rango de una especial fuerza moral. Ella es el producto de la virtud y es una virtud. Amistad en el sentido más alto es la de los virtuosos, dice Aristóteles (21). La amistad es la hija y la compañera de la virtud. La virtud procura y conserva la amistad, dice Cicerón (22). De ningún modo puede existir la amistad sin la virtud (23). No hay nada tan absurdo como alegrarse de cosas vanas como el honor, la gloria, los palacios, los vestidos y el cuidado del cuerpo, y no alegrarse muchísimo por el alma adornada con las virtudes, tanto como para poder amar o, por decirlo así, intercambiar el amor (24). El valor moral tiene una fuerza tan grande que amamos incluso a quienes no hemos visto y a los enemigos (25). Como fuente de la amistad, el amor no se restringe a un pequeño número de personas, sino que puede extenderse a la multitud (26), porque la virtud no es cruel, despreciativa ni orgullosa. Ella vela sobre todas las naciones y las aconseja provechosamente, porque las ama. No se puede negar que la amistad se fortifica con la gratitud y con la certeza de la honestidad (27). Así es como la amistad se fundamenta a través de las obras de la virtud, a la cual se acerca y a la cual se une en una sola alma.

 

3. Los criterios de la amistad

No es fácil tener un amigo o verdaderos amigos. Los filósofos moralistas de la antigüedad y los hombres de la Iglesia han tratado de establecer algunos criterios al respecto.

Siendo la amistad un acto libre y selectivo, debemos prestar mucha atención en la elección de los amigos. Ellos no tienen ninguna marca o señal por la cual puedan ser reconocidos. Por tanto no debemos apurarnos demasiado con una amistad. Son dignos de amistad, dice Cicerón, sólo los que tienen en sí mismos el motivo para ser amados (28). La característica fundamental de la amistad consiste en la perseverancia. Comúnmente el hombre cuando es feliz, no tiene en cuenta a los amigos, y cuando ellos son infelices, los abandona. El que en ambas situaciones se muestra serio y perseverante como amigo, debemos juzgarlo como perteneciente a ese género de hombres extremadamente raro y casi divino -señala Cicerón- (29). El dinero, los honores, el poder y las riquezas dañan y a veces comprometen la amistad. La argumentación de los que están poseídos por la gloria y los intereses mundanos, es que han dejado la amistad por una causa más grande (30). La perseverancia en la amistad se consolida cuando los amigos encuentran gozo en la imparcialidad y la justicia, y cuando uno afrontará todo por el otro, y no pedirá al otro nada que no sea honesto y recto (31). La amistad se revela colaboradora de la virtud y no compañera de los vicios. Si la virtud no puede llegar a la cima si no es acompañada por la amistad, la amistad por su parte debe ser un feliz viaje hacia el bien supremo de la naturaleza. En fin, siempre en el ámbito de las características, entra también la obligación de conservar inmaculado el honor del amigo.

Otro criterio en la amistad es la buena fe o sinceridad (32). El amigo no debe agradarse en las acusaciones contra su amigo, y creer los malos juicios respecto de él. La amistad no simula nada (33). Los amigos tienen todo en común, salvo la esposa. Los amigos célebres de la antigüedad pagana y cristiana dicen, en general, que tenían en común la casa, el alimento, las mismas costumbres, los mismos caminos (34). Luchaban juntos en la guerra, estudiaban juntos, continuaban juntos su trabajo en la vida.

La amistad se distingue por la dulzura de palabras y buenas costumbres (35). Debe vencer la tristeza (melancolía) y la severidad. Cicerón recomienda que la amistad sea desenvuelta, ágil, agradable, pronta en la complacencia y dúctil (36). Es importantísimo en la amistad ponerse a la par del que es inferior. Los inferiores, por otra parte, no deben dolerse por ser superados por sus amigos en las actividades, la buena suerte o la dignidad (37). Es hermoso que quienes se han distinguido por su virtud, talento o riquezas las compartan con su prójimo. Si los amigos más dotados deben considerarse iguales a los menos dotados, estos últimos no deben amargarse por ser superados en lo que respecta a dones, bienes o funciones (38).

Entre una amistad vieja y una nueva, no debemos dudar: es preferible la antigua antes que la nueva. En la amistad no hay hastío como en otras cosas. Una amistad vieja es como un vino viejo: muy dulce.

No abandones a un viejo amigo, porque el nuevo no es igual a aquél. Vino nuevo, amigo nuevo; cuando sea añejo, lo beberás con placer (39). Por lo tanto es necesario que la amistad se consolide con el tiempo y que los amigos coman muchos sacos de sal juntos -como dice un proverbio- para que sea perfecta (40). Evidentemente que las nuevas amistades no deben ser rechazadas si inspiran esperanzas de buenos frutos. Pero las viejas amistades deben ser conservadas. La antigüedad y la costumbre tienen una gran fuerza en la amistad.

La antigüedad pagana es unánime en recomendar un número limitado de amigos. La entera especie humana forma una sociedad, es cierto, pero la amistad no puede existir sino sólo entre dos o pocas personas (41). No es posible ser amigo de muchos con perfecta amistad, nota Aristóteles (42). Las amistades más famosas, contadas por los poetas, existieron entre dos personas sólo (43), y la historia legendaria ya conoce tales amistades como la de Teseo y Piritoo, Aquiles y Patroclo, Oreste y Pilade, Fintia y Damone.

Aunque el punto de vista del cristianismo difiera en lo que respecta al número de amigos, en la práctica no se aleja sustancialmente de los paganos. También la tradición literaria cristiana conoce toda una serie de nobles amigos: Jesús y el Apóstol Juan, el Apóstol Pablo y Tito, Ignacio y Policarpio, Clemente y Trigene, Trigene y Gregorio Taumaturgo, Atanasio y Antonio, Basilio Magno y Gregorio el Teólogo, etc.

La verdadera amistad es ilimitada y eterna, proclama Cicerón (44), y en ella no hay nada de falso, nada de simulado, sino verdad y sinceridad (45). Sin embargo existe una impureza que devora a la amistad: la adulación. Es mejor tener enemigos que amigos dulzones. Los primeros dicen la verdad, pero los segundos no. A un amigo se debe decir siempre la verdad, ciertamente que con afecto y cautela (46).

No puede existir la amistad allí donde donde uno no quiere escuchar la verdad, y el otro está pronto para mentir (47).

El cristianismo condena con severidad al adulador. S. Juan Crisóstomo dice: "Llamo amigo mío no sólo al que me alaba, sino también al que me reproche para corregir mis errores. Sobre todo este último me parece que es mi amigo y que me ama. No puede ser amigo, de verdad, el que alaba todas las acciones, sin discernimiento, tanto las buenas como las malas. Pues dice la Escritura: más verdaderas son las heridas del amigo, que falsos son los besos de un enemigo. (48)

 

4. Los límites de la amistad

La estabilidad de la amistad constituye ante todo un problema, respecto al límite de la misma amistad: ¿hasta dónde puede extenderse la amistad? Cicerón enumera tres opiniones, que luego critica: 1) experimentamos hacia el amigo los mismos sentimientos que experimentamos hacia nosotros mismos; 2) nuestro afecto por los amigos debe corresponder en modo igual y constante a su afecto por nosotros; 3) cada uno sea estimado por los amigos tanto cuanto se estima a sí mismo (49). La primera opinión no puede sostenerse, dice Cicerón, porque nosotros hacemos frecuentemente por nuestros amigos tantas cosas que no hacemos por nosotros mismos. Es cierto, pues, que amamos a los amigos más que a nosotros mismos. La segunda opinión parece tonta y mezquina, porque una verdadera amistad no hace cálculos; para no dar más de cuanto había recibido. La tercera parece aún más criticable, porque tener en la relación con los amigos la misma actitud que ellos tienen por nosotros no es signo de amistad. Pues en algunos el ánimo está demasiado acobardado y sin esperanza de poder mejorar la propia suerte.

Por eso no se abdica de un amigo como tampoco de sí mismo, sino antes bien se debe hacer toda tentativa, y brindarse para sobrellevar el ánimo abatido del amigo y llevarlo a una esperanza mejor.

Los tiranos, los vanidosos y los grandes ricos no pueden tener verdaderos amigos, porque su psicología los orienta, comunmente, hacia otros objetivos en la vida. Los tiranos son adulados fingidamente y solamente por un período de tiempo. Apenas caen, se muestra cuánto habían sido amados por los amigos. Los ricos, en general, son despreciativos y soberbios: con el dinero ellos consiguen caballos, bellos vestidos, vasos preciosos, siervos, pero no consiguen amigos, que constituyen el ornamento más precioso y más bello de la vida (51). A los amigos pedimos cosas honestas y por ellos hacemos cosas honestas (52). Sin embargo algunos amigos buscan entre ellos cosas vergonzosas o injustas, que llevan a la disolución de la amistad; es necesario que esto no lleve al odio.

 

5. Los efectos de la amistad

Los frutos de la amistad son numerosos y ricos. Veamos algunos de ellos.

La verdadera amistad es, bajo la óptica social, una fuerza equilibrante, de la cual podrán tener ejemplo todos los ciudadanos no integrados en la dulce cadena de la amistad. Hemos ya notado la reflexión de Cicerón, que la vida sin amistad no es vida. ¿Qué cosa puede ser más dulce que el tener con quién poder hablar de todo como contigo mismo?

La amistad es portadora de grandes y numerosas ventajas, tanto para la vida de los individuos, cuanto para la comunidad, y también para toda la humanidad. Sin la fuerza de la amistad, es decir de la atracción de los elementos y de las almas, no existe civilización. Los palacios, la ciudad y todas las obras que transforman el mundo, no se pueden concebir al margen de la amistad. Todo lo que es constructivo es fruto de la amistad, todo lo que es negativo es fruto del odio. Así los elementos de todo el universo se atraen por la amistad y se rechazan por la discordia. La amistad redobla nuestras alegrías, y disminuye a la mitad nuestras tristezas, nos libera del peso de los pensamientos; fortalece a los débiles, mantiene la paz en la ciudad, resucita los muertos; según Empédocles, sin ella el universo se reduciría a polvo (53). Los antiguos sostienen unánimemente que el amigo es una imagen de nosotros mismos, como un duplicado fiel de nuestro propio yo (54). Bajo este aspecto el amigo es nuestra segunda luz (55). Un amigo verdadero no deja jamás al amigo expuesto a un peligro, sino que interviene para ayudarlo e incluso para ocupar su lugar. Se conoce el caso de Orestes y Pilade (56).

En el cristianismo, el rol de la amistad como factor multiplicador de la existencia, y su misión ontológica, son puestos en un alto pedestal. En el cristianismo el amigo prefiere hacer el bien, antes que tener el bien. Quiere tener siempre la iniciativa del bien.

 

6. Los géneros de amistad

La historia de la amistad, tan antigua como la humanidad, que tendrá fin a la par de ella, es un encadenamiento de belleza moral y de ejemplo confortante para los hombres de todos los tiempos. En este encadenamiento se distinguen las amistades entre los hombres, entre las mujeres, entre hombres y mujeres, entre personas de diversa edad, entre personas de educación y estrato social diversa, entre superiores e inferiores, entre compañeros, entre maestros y discípulos, entre profesores y estudiantes (57).

La amistad, como la sabiduría, no es un privilegio de clase, edad o riqueza. Ella es un bien universal, con profundas raíces en la naturaleza misma de los hombres. Pero lo admirable no consiste en la universalidad, sino en su cualidad, o sea en su pureza.

La antigüedad pagana ha conocido amistades tan sublimes, que cualquier hombre de nuestro tiempo podría cultivar esa amistad con orgullo. Estas amistades eran ante todo fruto de una atmósfera de alta espiritualidad social que se encontraba en las escuelas filosóficas y literarias de aquel tiempo. Estas escuelas, de modo diverso a las nuestras, eran ante todo asociaciones de amigos, etéreas, que buscaban un enriquecimiento continuo de la vida espiritual y que han hecho tanto por el concepto de la amistad, pero no tanto cuanto habrían podido hacer. Una serie de defectos serios ha impedido que eso se realizara, pero es necesario reconocer que ellas han preparado dignamente el camino al arribo de la amistad cristiana.

 

II. La amistad cristiana

1. En general

El cristianismo constituye la más grande y perfecta escuela de amistad. No una escuela en el sentido antiguo o moderno, sino la más gigantesca palestra de ejercitación del amor. La Iglesia no es, en efecto, más que un estadio para competiciones en el amor, teniendo como objetivo, al fin de la carrera, la salvación. Esto porque el mismo Salvador, habiendo descendido por el amor al Padre hacia el género humano, considera la salvación como un acto sublime de la amistad divina. Después de haber reunido a sus discípulos, creando con ellos un grupo de amigos ideales (58) en representación de toda la humanidad, después de haberles enseñado todos los medios de amistad con Dios y haberles ayudado tantas veces, salvándolos de los disgustos, curando sus familiares, alimentándolos, etc., El sella la amistad con el ejemplo, sacrificando la propia vida por ellos: Nadie tiene un amor más grande que el que da la vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos si hacéis lo que yo os mando. No os llamo siervos, porque el siervo no sabe qué hace su Señor; a vosotros os llamo amigos, porque todo lo que he oído al Padre os lo he dado a conocer (59). Por eso el cristianismo tiene en su base el último acto de la más sublime amistad: la muerte por los amigos. La antigüedad precristiana no ha conocido un ejemplo semejante. Orestes y Pilade deseaban morir el uno por el otro pero, cerca del fin, no lo hicieron. Sócrates expiró en medio de los amigos que lloraban, pero no moría por ellos, sino por sus propias ideas.

La Iglesia primitiva era el horno de la amistad más extraordinaria. Una amistad ardiente, que no conocía obstáculo ni límite. Era una amistad religiosa, una amistad de fe, de perfección, diversa de la amistad profana. La amistad cristiana vivía del ejemplo del Gran Amigo. Todos debían ser como El, todos querían morir como El.

Consideraban los sufrimientos y el martirio como prueba incontestable de amistad, en comparación con Cristo. El cristianismo no habría podido extenderse con tanta rapidez sin esta inmensa red de amistades de estilo nuevo. La transformación fundamental del viejo mundo y las grandiosas creaciones sociales y culturales del cristianismo, desde el principio hasta hoy, son obra de la amistad cristiana.

La amistad cristiana se brinda a todos los hombres, pero en la práctica se manifiesta a veces -según la usanza común- por un lazo entre dos o pocos. El mismo Salvador, que amaba a todos los apóstoles y a todo el mundo con un amor uniforme, mostró un afecto particular por Lázaro y por Juan Evangelista, al cual dejó su Madre en custodia. San Pablo amaba tanto a Tito que, no encontrándolo cuando llega a Tróade, partió entristecido: Llegado a Tróade para anunciar el Evangelio de Cristo, aunque el Señor me abrió la puerta, no tuve paz en el espíritu, porque no encontré a Tito, mi hermano (60). También sus palabras de despedida a los amigos de Cesarea cuando partió para Jerusalén donde debía ser arrestado, están llenas de tristeza (61). Su Carta a los Filipenses, escrita en prisión, emana una dulce fragancia de amistad.

El cristianismo postapostólico está adornado por parejas de amigos célebres, ya recordados: Ignacio y Policarpio, Clemente y Orígenes, Orígenes y Gregorio el Taumaturgo, Eusebio y Pompilio, Atanasio y Antonio, Basilio Magno y Gregorio Nacianceno, Gregorio de Nissa, Basilio Magno y Atanasio, Gregorio Nacianceno y Máximo el Cínico, hasta una época, Jerónimo y Gregorio Nacianzeno, Jerónimo y Agustín, Agustín y Ambrosio, Agustín y sus amigos de las meditaciones filosóficas (Alipio, Trigesio, Evodio, etc.), Paulino de Nola y Nicetas de Remesiana, Juan Crisóstomo y Olimpiada, Cirilo de Alejandría e Isidoro Pelusiota, Ambrosio y Mónica, Jerónimo y sus discípulos: Leta, Paola, Marcela, Demetriade, Furia, etc..

Cada una de estas amistades merecería un estudio particular. Aquí nos limitamos a examinar lo específico y el sabor de algunas de estas amistades entre profesores y estudiantes, entre colegas, entre santos y santas.

 

2. La amistad entre profesores y estudiantes

La amistad entre profesores y estudiantes no es un invento cristiano. Ella fue practicada también antes del cristianismo y es practicada comúnmente en el mundo cristiano. Pero en ningún lugar ha recibido tanta profundidad, tanto fruto y tanto perfume como en el mundo cristiano.

Orígenes fue un célebre profesor, primero en Alejandría y luego en Cesarea de Palestina. Sus cursos eran famosos y atraían no sólo cristianos sino también paganos y herejes. Su erudición era inmensa, su razonamiento fascinaba, su fe encendía, su palabra encantaba. Cuando S. Gregorio Taumaturgo con su hermano Atenodone, iban de camino hacia Berito (Beirut) para cursar los estudios de derecho, durante el viaje se detuvieron en Jerusalén, donde fueron aconsejados de ir a Cesarea de Palestina. Fueron a escuchar a Orígenes. El mago de la ciencia y de la palabra los hipnotiza; no partieron más para Berito. Permanecieron junto al encantador de las mentes y los corazones. Las impresiones de S. Gregorio respecto al profesor y hombre Orígenes revelan la inmensa fuerza de la amistad, que irradiaba como un milagro de todo el ser del maestro. El día de la admisión al grupo de Orígenes fue, dice Gregorio, el día en el cual por la primera vez apareció en el horizonte el verdadero sol. Prisionero en la trampa como los animales, como los peces en la red o como los pájaros en el lazo, y queriendo escaparse hacia Berito o a casa, no pudo llegar a liberarse de la red de Orígenes (62). El maestro era una síntesis de gracia, persuasión y necesidad (63), y atraía con sus palabras como una fuerza del destino (64). El ha clavado en nosotros la flecha de la amistad, del amor, una flecha no fácil, pero muy eficaz, llena de comprensión y de benevolencia (65). Orígenes se acercaba a los estudiantes no sólo con la palabra, sino también con un gesto ponderado y afectuoso (66).

Lo que provoca admiración en Gregorio es la pasión que lo consumía [struggente] de Orígenes por la filosofía y por los amantes de la filosofía, su sarcasmo sin límites contra la ignorancia y los ignorantes que, con la mente oscurecida como animales, no saben quiénes son, no saben distinguir el bien del mal y no quieren saberlo (67). La idea fundamental de Orígenes era que quien no es filósofo no puede ser devoto (68). Orígenes penetraba en las almas como una chispa, las encendía y las calentaba con el Santo Logos, fascinante por su belleza indescriptible. Pero al mismo tiempo penetraba en las almas también el amor por Orígenes, el intérprete del Logos. Profundamente herido por el amor de Orígenes, Gregorio se unió a su maestro, tanto como el alma de Jonatán estaba ligada al alma de David (I Sam. 18, 1) (69). Orígenes es y será el rey de todos, dice su discípulo (70). Ciertamente el rey de la filosofía cristiana. Orígenes se imponía también a través de su comportamiento ejemplar. Sus acciones anticipaban los consejos verbales. No se limitaba a pronunciar palabras estudiadas, sino que creía que no se debía hablar sino con la conciencia limpia y pronta para poner en práctica esas mismas palabras (71). He aquí porqué Gregorio termina el discurso de despedida dando a su maestro el calificativo de paraíso de delicias (72), y se autocaracteriza como otro Adán que habla desde fuera del paraíso (73).

Estos son los verdaderos lazos entre profesores y estudiantes, como lo entiende la Iglesia: ciencia, devoción, vida ejemplar.

 

3. La amistad entre compañeros de estudio

La amistad entre los compañeros de estudio es una de las que no se olvidan pronto. Los estudiantes cristianos han practicado semejante amistad. Una de las más famosas, que puede representar un modelo ideal y perpetuo entre los estudiantes, es aquella entre S. Basilio Magno y S. Gregorio Nacianceno (74). El inicio de su amistad era anterior a su llegada a Atenas para los estudios. Esta amistad se consolidará en la nueva ciudad universitaria, "Atenas de oro". El inicio de este reforzamiento se da con la intervención de Gregorio ante los estudiantes atenienses para exceptuar a Basilio, que venía a estudiar, del ceremonial de iniciación a la vida académica (75). El segundo momento es el apoyo que Gregorio da a Basilio en una disputa con estudiantes armenios (76). En fin, ambos se confían afecto recíproco. Como en el tiempo de Orígenes, el objeto de su trabajo era la filosofía (77). Éramos ambos el uno para el otro, narra S. Gregorio, teníamos el mismo hogar, la misma vida, la misma naturaleza, mirábamos a un único objetivo y cultivábamos un recíproco afecto siempre más vivo y más seguro (78). Retomando las palabras del poeta Píndaro, Gregorio compara la potencia de su amistad a las columnas de oro de una casa de muros resistentes (79). Las mismas esperanzas los guiaban a alcanzar aquello que más se presta a la envidia, la ciencia; y sin embargo no se envidiaban sino que buscaban emularse (80). Esta competición no miraba a buscar un primado, sino más bien a cederse el puesto el uno al otro (81).

Estos estudiantes amigos tenían un solo objetivo: la virtud y el vivir en vista a la esperanza futura y despegarse [staccarsi] de la tierra antes de la partida (82). Se estimulaban el uno al otro en la virtud y eran regla y balanza para distinguir el bien del mal. No frecuentaban los compañeros frívolos y peleadores, sino los castos y tranquilos. Esto porque sabían que es más fácil contraer el vicio que comunicar la virtud. Para nosotros, proclama Gregorio, la cosa más importante consiste en ser y llamarnos cristianos (83). El nombre de cristianos los hacía sentirse orgullosos, como Gige de su cordero, como Midas de su oro, como Abari de su flecha y como Pegaso de su camino aéreo (84). Los estudiantes Basilio y Gregorio no eran estudiantes sólo de nombre. Entre un trabajo concentrado y entre una vida modelo, ganaron a los ojos de los profesores y de los compañeros una celebridad y un prestigio que traspasaban las fronteras de Grecia. A Gregorio se le hizo la propuesta de enseñar en la escuela donde había sido estudiante. En una palabra, Gregorio y Basilio habían llegado a ser tan célebres, que ni siquiera Oreste y Pilade podrían igualarlos (85).

La controversia origenista creó una enemistad terrible entre los grandes amigos S. Jerónimo y Rufino. Pero, en la vejez, Jerónimo escribe a Rufino pidiéndole pacificarse y perdonarse mutuamente. He errado en mi juventud: ¡corrijámonos en la vejez! Si eres mi hermano, alégrate con mi arrepentimiento. Perdóname haber alabado en mi juventud la erudición y la exégesis de Orígenes, antes de conocer más de cerca la herejía; y también perdonaré yo que tú, hombre de cabellos blancos, hayas escrito una apología de sus libros. Démonos la mano y unamos las almas (86).

 

4. La amistad entre varón y mujer

Frecuentemente se han formado amistades de una rara pureza y belleza entre los Padres de la Iglesia y mujeres piadosas y nobles de su tiempo. Así S. Juan Crisóstomo mantuvo una intensa correspondencia con la viuda y diaconisa Olimpia, para la cual quería endulzar la tristeza y la amargura en que se encontraba a consecuencia del exilio de su padre espiritual. Diversamente que en el resto de su correspondencia, el gran orador y padre espiritual hace aparecer en las 17 cartas dirigidas a Olimpia un afecto espiritual de rara dulzura (87).

Una buena parte de la correspondencia de S. Jerónimo -y quizá la más interesante- es la que tuvo con mujeres de la alta sociedad romana-cristiana (88), de las cuales algunas lo siguieron a Belén, donde fundaron institutos de vida monástica, otras permanecieron en Roma llevando una vida en familia. De las cartas dirigidas tanto a unas como a otras brota tanta premura por sus almas, tanta gentileza por sus preocupaciones religiosas o profanas, por su educación, por sus cosas, como difícilmente podrá encontrarse en el más ideal de los códigos para la vida de la mujer cristiana de todas las edades y en todas las situaciones. La amistad de Jerónimo con tantas mujeres distintas de su tiempo lo ha conducido a veces a serios disgustos, pero esto ha sido fecundo para la vida cristiana.

 

5. La amistad entre cristianos y paganos

La amistad cristiana era tan elevada que sobrepasaba los confines del cristianismo. Se conocen los lazos entre algunos grandes cristianos y algunos grandes paganos, como entre los Capadocios y Libanio. Algunas cartas de Basilio Magno a Libanio y de Libanio a Basilio Magno contienen tanta bondad y sinceridad que pueden servir como modelo de correspondencia para tantos cristianos. Del mismo modo, las cartas de Sinesio de Cirene hacia la filósofa Ipazia.

En ninguna otra religión o cultura la flor de la amistad ha crecido tan grandiosamente y ha exhalado tanto perfume como en el cristianismo. En sus oraciones a Dios los cristianos piden primero por sus amigos y luego por sí mismos. Aunque la costumbre pidiera que la amistad fuese entre dos o pocas personas, la Iglesia del Salvador creaba millares de amigos y deseaba, tanto como desea hoy, que todos los hombres fueran amigos. ¿No son acaso todos hermanos tuyos, hijos del mismo Padre? ¿Por qué estás solo? ¿Por qué no te vuelves creador de caridad? grita el Patriarca del amor. ¿Por qué limitamos nuestro amor a uno o dos? El pobre que tiene amigos es el más rico de los ricos. Cuánto crecería nuestra fuerza si tuviéramos un millar o dos millares de amigos. Si pensamos cuán difícil es tener un amigo verdadero, ¡qué ideal representa la doctrina cristiana sobre la amistad!

 

6. La amistad como fuerza divina universal

La concepción específica cristiana sobre la amistad, difundida en la mayoría de las obras literarias cristianas y practicada sobre todo por la Iglesia primitiva, ha quedado de manera plástica e ideal en la poesía. El exilio de la amistad (89), del poeta y teólogo Teodoro Prodromo, del siglo XII. Inspirada seguramente en el espectáculo, a veces lamentable, de la corte bizantina, la obra pone el problema del amor y de la enemistad a un alto nivel teológico. Teodoro Prodromo hace de la amistad y del amor no sólo una necesidad ontológica, sino el sentido de la existencia misma.

Estas cosas narra la poesía bajo la forma de diálogo entre la amistad y un forastero. La amistad cuenta que fue repudiada por su marido, el mundo o la vida humana. Ella se muestra llena de lágrimas, dolorida, con los cabellos desgarrados, la mirada hacia el suelo, la tez pálida, los vestidos lacerados, el cinto y el calzado sucios (90).

El marido, o sea el mundo, se ha juntado con la enemistad, impulsado por su sierva, la locura. Ahora ella se vuelve hacia Dios y Padre, porque fue golpeada, pisoteada, insultada y expulsada fuera (91). Ante la insistencia del forastero, la amistad se detiene con él bajo un pino y le cuenta su rol en la existencia. Yo, dice la amistad, estoy desde el principio, en una unión pura con Dios en la Santísima Trinidad (92). Además estoy en relación con las inteligencias incorpóreas de los Querubines, de los Serafines, de los Tronos y de los otros órdenes inmateriales. Yo estoy en ellos y establezco el lazo entre ellos y Dios. Yo enlazo en una sola cadena los otros órdenes celestiales. Toda la creación celestial se mantiene en mi fuerza y en mi custodia (93).

La amistad tiene unida a sí la plenitud cósmica y las creaturas inferiores. Se engañaba Empédocles cuando pretendía que la discordia o la disputa fuesen la ayuda de los seres inferiores (94). La amistad mantiene la armonía inexpugnable del grande y ancho cielo de los astros. Ella mantiene el flujo lleno de vida y hace posible las estaciones del año y todo lo que mantiene la existencia de las creaturas (95).

La misma vida humana es fruto de la amistad; la salud y la belleza son sus obras (96).

La amistad crea la civilización; ha enseñado a los hombres a construir los muros de la ciudad, ha forjado los oficios y las artes.

Yo soy la que concierta los matrimonios; yo dirijo la mujer hacia el varón y el varón hacia la mujer. Todo vive a través de mí y de mi fuerza, y se mantiene por mí (97).

La salvación misma es obra de la amistad: yo -dice la amistad- he convencido a aquél que es Dios, omnipotente, el Sello del Padre, el Gran Logos, luz omniesplendente, naturaleza divina, inteligencia suprema, esencia creadora del tiempo, para descender a la tierra y tomar una naturaleza sufriente, a vestir púrpura carnal, teñida con la sangre virginal y, ¡hay de mí!, a sufrir y morir. ¡Cuánto amor, para realizar algo tan grande! (98)

Este es el rol de la amistad en las cosas celestiales y en las terrenales, y en la obra de nuestra redención. Teodoro Prodromo, que como vimos ha tomado en préstamo tantos elementos de la vieja cultura pagana, tiene el mérito de haber creado con sus bellos versos una concepción auténticamente cristiana y de haber insistido, al final del drama, sobre la amistad. Aunque golpeada y echada al camino, la amistad exclama hacia el fin: Y, sin embargo, yo amo a mi marido; ¿cómo podría no amarlo yo, la amistad? (99)

Es cierto que la amistad se casa con el forastero, que le pone algunas condiciones, pero en el fondo este forastero no es otro que su propio marido, el mundo infeliz, que se atormenta dramáticamente entre la amistad y el odio.

 

Conclusiones

La amistad es un milagro entre los hombres. Ella puede dar todas las cosas deseadas por los mortales: honestidad, gloria, tranquilidad del ánimo y alegría. Cuando están estas cosas, la vida es feliz; y sin ellas no puede serlo -proclama Cicerón (100). Parecen privar al mundo del sol -dice el gran orador romano- los que privan a la vida de la amistad, pues no hay nada más dulce que ella dado por los dioses inmortales (101).

Este es el punto de vista del paganismo. El cristianismo profundiza y amplifica este punto de vista eliminando las impurezas de la concepción natural. Quizás en ningún otro punto la espiritualidad pagana se ha acercado tanto al cristianismo, como en la concepción de la amistad. Esto se explica por la revelación natural. Pero el cristianismo no se limita a extender y purificar la concepción pagana. Recomienda como modelo sublime de la amistad al mismo Salvador, el gran Amigo. La amistad ideal del Salvador por Sus hermanos, los hombres, ha marcado un nuevo estilo de vida social en la humanidad: el amor hasta el sacrificio de sí por los propios semejantes. Por todos nuestros semejantes, y no por uno o dos como recomendaban los paganos.

Sin embargo, debemos sentirnos doloridos porque la amistad verdadera sea, a veces, una cenicienta, despreciada y rechazada, como la de la poesía de Teodoro Prodromo. El nombre de la amistad es pronunciada mucho en nuestro tiempo, pero ello no lleva el fruto esperado. La gran mayoría de los amigos lo son sólo formalmente; buscan febrilmente de realizar los propios intereses, y a la primera ocasión se destruyen mutuamente. Evidentemente que los verdaderos amigos son una excepción. Sólo estas excepciones mantienen aún la piedad divina sobre nosotros.

¿Cómo se explica esta carencia de amistad? Si la amistad no es otra cosa que la forma más evolucionada del amor social, la carencia de amistad significa carencia de amor. El amor está ausente hoy entre los hombres, y esta ausencia indica la orientación del mundo hacia la negación de la existencia. El odio entre los hombres de hoy muestra que el proceso de la negación está muy avanzado. ¿Es posible un cambio para bien? ¡Ciertamente! Con la condición de que la amistad retome su lugar de honor en la sociedad humana. La verdadera amistad, por supuesto. La amistad es algo grande y santo. Ella es pureza, abnegación y sacrificio. La amistad no se puede comprar a lo largo de la calle, en el restaurante, etc. No puede ser el objeto de una aventura para disiparse luego con otra aventura. La amistad requiere una esmerada educación, minuciosa, prolongada, comenzando desde la infancia. La educación para la amistad se hace primero en la familia, por parte de los padres, que serán los primeros amigos de los niños, luego en la escuela, donde la colegialidad debe transformarse en amistad. La Iglesia tiene un rol decisivo en la iniciación y formación de la amistad de sus hijos. En ningún otro puesto los cristianos se sienten tan cercanos como bajo la cúpula del amor del Salvador y en el murmullo de la oración comunitaria hacia el mismo Padre de todos.

El deseo de restablecer la amistad entre los hombres, sin embargo, no es suficiente.

Sería necesario pasar a los hechos: gozarse del bien ajeno, sufrir por la desgracia del otro, no ser hipócrita, afirmar lo que se piensa, poner el propio interés después del del amigo, y también a veces sacrificar la vida por los amigos; no envidiar, mas bien amar a aquellos que nos envidian (102). Un amor semejante suprimiría las leyes, las condenas y las cárceles. Es de maravillarse cómo los hombres prefieren la enemistad antes que la amistad, cómo no pueden darse cuenta, después de miles de años, que una significa el progreso de la existencia misma, o sea de la felicidad, en cambio la otra significa precipitarse en la negación. Teodoro Prodromo expresa así el aspecto de la enemistad y de la amistad. La enemistad es una síntesis de Sangre homicida, manos llenas de sangre, rostro pálido, voz severa, llena de indignación, gritos y tumulto... una bacante salvaje (103). La amistad se presenta a sí misma así: tengo un aspecto agraciado y una mirada buena. Por la mayor parte del tiempo sonrío y respiro admiración. ¡Si debo hablar lo hago con dulzura! Cuando abrazo no veo mis manos, cuando camino no me fijo si tengo las piernas. Mi alimento es tanto dulce como salado, y no prefiero el sabroso al dulce. Miro con fervor a los buenos y me quedo lejos de los malos gemelos: la hipocresía y la superficialidad (104).

¿A cuál de los dos personajes seguiremos? ¿Al que difunde el odio y tiene las manos sucias de sangre, o al manso, discreto, y que nos da delicias?

En todo caso, prefiramos los amigos antes que los enemigos. Los amigos son más fieles que la custodia del emperador. Estos vigilan al monarca por temor y por necesidad, pero los amigos lo hacen por amor y benevolencia. El emperador teme a sus guardias, pero el amado tiene más confianza en el amigo que en sí mismo. Los frutos de la amistad son como una lira. Así como las cuerdas de una lira son muchas, pero realizan una sola melodía, así también los que están unidos en un solo pensamiento, cantan el himno melodioso del amor y de la amistad. Porque la amistad es una música sin par. ¡Cantemos todos el himno de la amistad con corazones puros!

 

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NOTAS

(*) Rivista di ascetica e mistica, 1995, 3/4.

(1) DVGAS, L., L‘ amité antique d‘ aprés les moeurs populaires et les théories des philosopheses, tesis para el doctorado en letras, Félix Alcan, París 1894, p. 423.

(2) CICERÓN, La amistad XXIII, 86; Nuovo dizionario di spiritualitá, Paoline, Roma 1979, p. 5.

(3) op. cit., XXIII, 86: Sine amicitia vitam esse nullam.

(4) ibíd., XXIII, 87.

(5) ARISTÓTELES, Etica a Nicómano, VIII, 1, 1155 a.

(6) Amistad, en N.D.S., op. cit.

(7) PLATÓN, Lysis, 211 a.

(8) CICERÓN, op. cit., XXVII, 102.

(9) Ibíd. VI, 20; cfr. DE GUIDI, Amicizia, en Nuovo dizionario di teologia morale, Paoline, Milán, 1990, p. 19.

(10) PLATÓN, Lysis, 215 d.

(11) Ibíd., 215 b.

(12) ARISTÓTELES, Etica a Nicómano, VIII 1155 a.

(13) PLATÓN, Lysis 221a; cfr. CICERÓN, op.cit., IX, 32: Natura gigni sensum diligendi et benevolentiae caritatem.

(14) Ibíd., 221 e-222 a.

(15) Ibíd., 222 a.

(16) Ibíd., 214 d.

(17) Ibíd., 216 u.

(18) Ibíd., 218 b.

(19) HOMERO, Odisea, XVII, 218; PLATÓN, Gorgias, 510 b; Lysis, 214 a.

(20) I Juan 4, 8.16

(21) ARISTÓTELES, Etica a Nicómano, VIII, 4, 1157 b.

(22) CICERÓN, op. cit., VI, 20; XXVII, 100.

(23) Ibíd., VI, 20.

(24) Ibíd., XIV, 49.

(25) Ibíd., VIII, 28, IX, 29.

(26) Ibíd., XIV, 50.

(27) Ibíd., IX, 29.

(28) Ibíd., XVII, 63; XXI, 79.

(29) Ibíd., XVII, 64.

(30) Ibíd., XVII 63.

(31) Ibíd., XXII, 82.

(32) Ibíd., XVIII, 65.

(33) Ibíd.

(34) Ibíd., XXVII, 103.

(35) Ibíd., XVIII, 66: Suavitas sermonum atque morum.

(36) Ibíd.

(37) Ibíd., XIX, 69.

(38) Ibíd., XX, 71.

(39) Eccli. (Sirácida) 9, 14-15.

(40) CICERÓN, op. cit., XIX, 67.

(41) Ibíd., V, 20.

(42) ARISTÓTELES, op. cit., VIII, 6, 1158 a.

(43) Ibíd., IX, 10, 1171 a.

(44) CICERÓN, op. cit., IX, 32: Verae amicitiae sempiternae sunt.

(45) Ibíd., VIII, 26.

(46) Ibíd., XXIII, 88; XXIV, 89, 90.

(47) Ibíd., XXVI, 98.

(48) Prov., 27, 6.

(49) Cicerón, op. cit., XVI, 56.

(50) Ibíd., XVI, 59.

(51) Ibíd., XV, 54-55.

(52) Ibíd., XIII, 44.

(53) CHARLES, E., Notice sur le dialogue de l‘amitié, p. 3.

(54) CICERÓN, op. cit., VII, 23.

(55) ARISTÓTELES, op. cit., IX, 9, 1169 b, 1170 b.

(56) CICERÓN, op. cit., VII, 24.

(57) ARISTÓTELES, op. cit., VIII, 8, 1158 b.

(58) Con la excepción de Judas, modelo odioso del traidor de los amigos.

(59) Juan 15, 13-15.

(60) 2 Cor. 2, 12-13.

(61) Act. 21, 13.

(62) S. GREGORIO TAUMATURGO, In Origenem oratio panegyrica, PG., X, 1068d - 1069a.

(63) Ibíd., 1069 c.

(64) Ibíd.

(65) Ibíd., PG, X, VI, 1069d-1072a.

(66) Ibíd., 1072 a.

(67) Ibíd., VI, 1069 ab.

(68) Ibíd., 1069 c.

(69) Ibíd., VI, 1072 ab, 1073 a.

(70) Ibíd., VI, 1072 a.

(71) Ibíd., VI, 1081 bc.

(72) Ibíd., VI, XVI, 1069 b.

(73) Ibíd., XVI, 1069 c, d, 1097 a.

(74) Sobre la amistad de los dos Capadocios, leer NARDI, C., Echi dell‘orazione funebre su Basilio Magno di Gregorio Nazianzzeno nel prologo del De Sacerdotio di Giovanni Crisostomo, en Prometheus II, 2 (1976), pp. 175- 184; VISHER, L., Das Problem der Freundshaft bei den Kirchenvätern, Basilius der Grosse, Gregor von Nazianz und Chrysostomus, Theologi- sche Zeitschrift, 9, (1953), pp. 187-197; PELLEGRINO, M., Due amici: Basilio e Gregorio Nazianzeno, en el libro de PIZZOLATO, L.F.; Agostino d‘Ippona, L‘amicizia cristiana, Turín, 1973, pp. III - XXVI; cfr. nota 1, NAR- DI, C., op cit.

(75) S. GREGORIO NACIANZENO, Funebris oratio in Laudem Basilii Magni, or. 43, PG, 36, 515-518.

(76) Ibíd., PG, 36, 518.

(77) Ibíd., 170, 519 c.

(78) Ibíd., 18, 521 bc.

(79) Ibíd., 20, 522.

(80) Ibíd.

(81) Ibíd.

(82) Ibíd., 25, 530.

(83) Ibíd.

(84) Ibíd., 21, 523.

(85) Ibíd., 22, 526. Sobre la vida estudiantil de S. Gregorio y S. Basilio en Atenas, ver también STANISLAS GIET, Sasimes - Une méprise de Saint Basile, Librairie Lecoffre Gabalda et comp., París, 1941, pp. 23-26.

(86) S. JERÓNIMO, Carta contra Rufino, sacerdote de Aquilea, Apología contra Rufino, en S.C. 303, p. 239.

(87) S. JUAN CRISÓSTOMO, Lettres a Olympias, en S.C. 13; pp. 95-215; 13 bis, pp. 106-368.

(88) Ver las cartas dirigidas a Marcela, Paola, Eustaquia, Asella, Furia, Fabiola, Principia virgen, Teodora viuda, Salvina, Sumia, Fretela, etc.

(89) TEODORO PRODROMO, Amicitia exulans, PG, 133, 1321 b-1332.

(90) Ibíd., 1321-1322 b.

(91) Ibíd., 1322 b-1323 a.

(92) Ibíd., 1323 b.

(93) Ibíd., 1323 b-1324 a.

(94) Ibíd., 1324 a.

(95) Ibíd., 1324-1325 ab.

(96) Ibíd., 1325 b.

(97) Ibíd., 1326 b, 1327 a.

(98) Ibíd., 1327 b.

(99) Ibíd., 1329 a.

(100) CICERÓN, La amistad, XXIII, 84.

(101) Ibíd., XIII, 47.

(102) TEODORO PRODROMO, op. cit., PG, 133, 1332 ab.

(103) Ibíd., 1328 b-1329 a.

(104) Ibíd., 1328 ab.