LAS BENDICIONES PRESENTES
(Septuagésima)
Cardenal John Henry Newman
"Tengo cuanto necesito, y me sobra " (Flp. 4, 18).
Esta es la confesión de San Pablo respecto a su condición temporal, aún en medio de sus pruebas. Esas pruebas trajeron con ellas beneficios espirituales; pero aún cuando estaban relacionadas a este mundo, sintió que tenía causa para el regocijo y el agradecimiento, a pesar de las angustias, sufrimientos, arduos trabajos, y abnegaciones (self-denials=negaciones de sí mismo). No contempló esta vida con amargura, no se quejó de ella malhumoradamente, ni rechazó disfrutarla. No era un hombre amargo (soured=agrio), a causa de sus pruebas -como frecuentemente lo son los hijos de los hombres; pero sintió, que si tenía problemas en este mundo, tenía también bendiciones, las que no rechazó, sino que las estimó con gran importancia. "Tengo cuanto necesito, y me sobra", dice. Y, en otra parte nos dice, que "todo lo que Dios ha creado ‘es bueno’ ", y que "la piedad (godliness=santidad) es provechosa para todo, pues tiene la promesa de la vida, de la presente y de la futura" (1 Tim. 4, 8).
La tristeza no es un estado (condición) Cristiana, y el arrepentimiento no es real (auténtico), si no tiene en él amor. El auto-castigo no es aceptable, si no está endulzado por la fe y la alegría. Debemos vivir a la luz del sol, aún cuando estamos angustiados; debemos vivir en la presencia de Dios, no debemos encerrarnos en nuestros corazones, aún cuando recordamos nuestros pecados pasados.
Estos pensamientos son adecuados en este día, en que por primera vez, alcanzamos a ver -por así decirlo- los Cuarenta Días de Cuaresma. Si Dios nos concede la gracia del arrepentimiento, eso está bien; si nos da la capacidad de depurar (chasten=castigar,corregir, purificar) el corazón y el cuerpo, a El sea la alabanza. Por esa razón, mientras así lo hacemos, no debemos cesar de regocijarnos en El. Durante toda la Cuaresma debemos regocijarnos, mientras nos afligimos. Aunque "muchos son llamados, pero pocos los escogidos"; aunque todos corran en la carrera del estadio, "uno solo recibe el premio"; aunque debamos "correr de manera que lo consigamos"; aunque debamos ser "sobrios (moderados) en todo", y "golpear nuestro cuerpo y esclavizarlo, no sea que nosotros mismos resultemos descalificados"; pero todo esto lo podemos hacer sólo por medio de Dios, y tan sólo podemos estar alegres mientras El esté con nosotros. Sólo Su ausencia es causa de angustia. Se dice sobre los Tres Jóvenes Santos, que de pie en medio del fuego recordaban todas las obras de Dios y se regocijaban en ellas, y cantando clamaban que el Señor fuera alabado y bendito, y lo magnificaban por siempre, por el sol y la luna, los astros del firmamento, las noches y los días, lluvias y rocío, rayos y nubes, montes y colinas, todo lo que germina sobre la tierra, mares y ríos, aves del aire, fieras y ganados, y los hijos de los hombres. Nosotros no tenemos ninguna prueba como la de ellos; ningún temible suspenso como el suyo, cuando entraron al horno feroz y ardiente; por lo general y como máximo intentamos lo que conocemos: comenzamos lo que pensamos que podemos soportar y llevar a cabo. No podemos dar ejemplo de esa gran fe ni igualar su regocijo; pero podemos imitarlos tanto como para contemplar en toda su extensión este mundo bello y perfecto, que Dios hizo "muy bueno", mientras a su vez lloramos por la maldad que Adán introdujo en él; para estar en comunión con lo que vemos en él, mientras buscamos a Aquel que es invisible; para admirarlo, absteniéndonos del mundo; para reconocer el amor de Dios, lamentando Su ira; para confesar que, por muchos que sean nuestros pecados, Su gracia es más grande. Nuestros pecados son más numerosos que los cabellos de nuestra cabeza, y no obstante El los ha contado todos. El cuenta nuestros pecados, pero así como los cuenta, así también puede perdonar; pues ese cálculo, por grande que sea, llega a un fin, pero Sus mercedes no fallan, porque los méritos de Su Hijo son infinitos.
Vamos, entonces en este día, a meditar sobre un pensamiento, que será una obligación conservarlo durante toda la Cuaresma: el pensamiento de las bendiciones y mercedes que componen nuestra vida presente. San Pablo dijo que él tenía cuanto necesitaba, y le sobraba, y lo dijo en días de persecución. Seguramente sólo si tenemos corazones y ojos religiosos, también nosotros debemos confesar que nuestras bendiciones diarias y de cada hora en esta vida, no son menos que las suyas. Vamos a referirnos a algunas de ellas.
1. Primero, deberíamos bendecir y alabar a Dios por tener el don de la vida. Con esto doy a entender, no meramente por el hecho de que vivimos, sino por esas bendiciones incluidas en la idea de nuestro vivir. El ha hecho la vida en la mera naturaleza para denotar la existencia de ciertas bendiciones que en sí mismas son una felicidad, y que hacen que la vida a pesar de todos los males, y salvo en raros casos, sólo pueda ser deseable. No podemos vivir sin los medios de vida (al menos los elementales); Sin los medios de vida moriríamos; y los medios de vida son medios de placer. Podría haber sido arreglado de tal manera que la vida pudiera no haber estado sustentada sin el uso de medios que fueron indiferentes, ni agradables, ni dolorosos. O bien por medios que fueran dolorosos, como en el caso de un mal o una enfermedad, en el que verdaderamente comprobamos que no es posible preservarla sin remedios dolorosos. Ahora supongamos que las maneras ordinarias para preservarla hubieran sido lo que son ahora, pero sólo que extraordinarias: que el alimento fuera medicina y las heridas y golpes hubieran dado salud y fortaleza. Pero no es así. Por el contrario, la vida se basa en cosas agradables, pues está sustentada por bendiciones. Y, mas aún, el Evangelio, por una concesión solemne, nos garantiza estas cosas. Después del Diluvio, Dios Todopoderoso condescendió prometer que no habría nunca más otro diluvio; que el tiempo de siembra y de cosecha no fracasarían. Ratificó la estabilidad de la naturaleza por Su propia Palabra, y por esa Palabra se mantiene. Y de igual manera El nos ha garantizado, de un modo especial en el Evangelio, esa ley de la naturaleza por la que los dones buenos y agradables estén incluidos en nuestra idea de la vida, y la vida se hace una bendición. Si El así lo deseara, podría sustentarnos, a nosotros, los Cristianos, no solo con pan, sino con toda palabra que salga de Su boca. Pero no lo ha hecho así. Nos ha dado en prenda de Su amor esos medios ordinarios de sustento que naturalmente nos gustan: "nos dará pan; nuestra agua será segura"; "todas estas cosas se os darán por añadidura". Pero por cierto El no nos ha prometido lo que el mundo llama sus grandes premios; no nos ha prometido esos bienes, así llamados, y cuya bondad depende de la imaginación; no nos ha prometido enormes estados, magníficos dominios, casas como palacios, muebles suntuosos, administradores y siervos, carruajes y caballos, rango, nombre, reputación, popularidad, poder, la deferencia de los otros, la indulgencia para nuestros deseos, lujos, goces sensuales. Estos, por el contrario, nos lo niega; y, además, declara que, plausibles y tentadores como son, en verdad son maldad. Pero sin embargo ha prometido que Su regla será: que esto será así cumplido para nosotros por Su providencia ordinaria; que la vida no será una carga para nosotros, sino una bendición, y que tendrá mas de consuelo que de aflicción. Y dándonos todo esto, nos ruega que estemos satisfechos con ello, que confesemos "tener cuanto necesitamos" teniendo tanto: que "nos sobra" cuando tenemos lo suficiente; nos promete alimento, vestido, y vivienda; y nos ruega que "mientras tengamos comida y vestido, estemos contentos con eso". (1Tim. 6, 8). Nos ruega que estemos contentos con esos dones, y además despreocupados acerca de ellos; tranquilos, seguros y confiados, porque El los ha prometido; nos ruega estar seguros que todo eso tendremos, y que no estemos descontentos porque no sea más. Tal es Su misericordiosa consideración por nosotros; no nos separa de este mundo, a pesar de que nos llama a salir de él; no rechaza nuestra vieja naturaleza cuando nos da una nueva; no hace más que redimirla de la maldición, y purificarla de la infección que vino por medio de Adán, y de la cual nada es Suya. El bendice la creación especialmente para nuestro uso, aunque seamos regenerados.
"Todo lo que Dios ha creado", dice el Apóstol, "es bueno, y no se ha de rechazar nada que se reciba con acción de gracias, pues queda santificado por la Palabra de Dios y por la oración". (1Tim. 4, 4-5). El no nos ordena renunciar a la creación, sino que nos asociemos a las porciones más bellas de ella. El nos iguala a las flores con las que ha adornado la tierra, y con las aves que viven solitarias bajo el cielo, y las hace el tipo del Cristiano. Nos niega la magnificencia regia de Salomón, para unirnos a los lirios del campo y a las aves del aire. "No andéis preocupados por nuestra vida, qué comeréis o qué beberéis ni por vuestro cuerpo, con qué os vestiréis. ¿No vale más la vida que el alimento, y el cuerpo mas que el vestido? Mirad las aves del cielo, no siembran, ni cosechan, ni recogen en graneros; y vuestro Padre celestial las alimenta. ¿No valéis vosotros más que ellas... Y del vestido, ¿porqué preocuparos? Observad los lirios del campo, cómo crecen; no se fatigan, ni hilan. Pero yo os digo que ni Salomón, en toda su gloria, se vistió como uno de ellos". (Mt. 6, 25-29).
Sin duda, aquí tenemos una causa de alegría y agradecimiento en todos tiempo, y no menos en ese tiempo cuando, con paciencia (abstención) religiosa, y de acuerdo a la voluntad del Donante (o Dador), no por desagradecimiento sino por prudencia, por un tiempo nos abstenemos más o menos de Sus buenos dones. Entonces, es este tiempo, cuando creemos correcto suspender nuestro uso de los medios de vida, hasta donde no puedan dañar esa vida, que es Su don, y para probar qué agradable es su uso por medio del dolor de su abstención, especialmente ahora, con las semanas que tenemos en perspectiva, en las que se nos demandará probarnos a nosotros mismos, tanto como sea posible, por el hambre, o el frío, o la vigilia, o el retiro (=reclusión, aislamiento), para poder acercarnos más a Dios. Ahora, agradezcamos a Dios que no nos haya puesto en un mundo malvado, o sometido a un amo cruel, sino que nos ha dado un continuo testimonio (recuerdo, memorial) de Sus propias perfecciones en todo lo que se encuentra a nuestro alrededor. ¡Ay! pero será lo contrario después de esta vida con aquellos que Dios aparte de Su vista para siempre. Su mundo será el mal; su vida será la muerte; sus gobernantes serán el demonio y sus ángeles; las llamas de fuego y el lago de azufre será su alimento y bebida; el cielo por arriba de ellos será bronce; su tierra será polvo y cenizas; la sangre de sus venas será como plomo fundido. ¡Temible pensamiento! al que sólo es correcto echarle una rápida mirada. Demos un grito ante él, y sigamos de largo. Es mejor para nosotros regocijarnos de estar aun a la luz de Su rostro, en Su buena tierra, y bajo Su cálido sol. Démosle gracias porque nos da los frutos de la tierra en sus estaciones; porque "saca de la tierra el pan, y el vino que alegra el corazón del hombre, y el aceite para que embellezca su rostro, y el pan que conforte (fortalezca) el corazón del hombre" (Ps. 104, 14-15). Así fue con nuestros padres en la antigüedad, y así es ahora con nosotros. Después que Abraham hubo luchado con los reyes, Melquisedec presentó pan y vino para reponer sus fuerzas. Los Ángeles que le visitaron se hicieron hombres, y comieron del ternero que él aderezó para ellos. Isaac bendijo a Jacob después de la sabrosa carne. Los hermanos de José comieron y bebieron, y estuvieron felices con él. Los setenta ancianos subieron al Monte Sinaí con Moisés, Aarón, Nadab, y Abihú, vieron a Dios, y mas aún, "comieron y bebieron". David, después de su arrepentimiento, pidió que le trajesen de comer, y comió. Cuando Elías se fue para salvar su vida, requirió del Señor que pudiera morir, pero "un Ángel lo tocó y le dijo, ‘Levántate y come’ "; y comió y bebió, una y dos veces, y se volvió a dormir entre las comidas; y cuando se levantó, "con la fuerza de aquella comida caminó cuarenta días y cuarenta noches hasta el Monte de Dios, el Horeb". También San Pablo, después de su conversión y bautismo, "tomó alimento y recobró las fuerzas".
2.- De nuevo ¡Qué gran bendición es aquel don, sobre el cual acabo de hablar en el caso de Elías, el don del dormir! Dios Todopoderoso no permite que seamos miserables durante un largo tiempo corrido (=sin interrupción), aun cuando sea El quien nos aflige; sino que divide nuestra prueba en porciones, y nos saca de este mundo una y otra vez, como alumnos de una escuela, para darnos un tiempo de vacaciones en un país desconocido y misterioso.
Todo esto, debemos recordarlo, llevarlo en nuestra mente, al reflexionar sobre esas verdades solemnes y sobrias (sobering=serias, desapasionadas, serenas, apaciguantes) acerca del llamado del Cristiano, sobre el que es necesario insistir con frecuencia. A menudo se dice, y con verdad, que el Cristiano nace para la dificultad (problem=problema), que la angustia (sorrow) es su norma (rule=regla, modelo, etc), y el placer la excepción. Pero cuando esto se dice, es en referencia a los tiempos (seasons=estaciones): tiempo de Adviento, de Navidad, de Cuaresma; San Pablo en su Epístola a Timoteo emplea esta palabra cuando le recomienda: "predica a tiempo y a destiempo,...(in season, out of season)"= pero en este caso, y en muchos otros en que Jesucristo se refiere a ‘tiempo’=en su sentido literal la usa para mantener una cierta formalidad ‘religiosa’, no obstante ‘season’, en esta oportunidad se refiere al tiempo del año Litúrgico de Cuaresma), circunstancias, eventos, cosas que son casuales (adventitious) y adicionales al don de la vida en sí misma. El ‘lote’ (lot) del Cristiano es el de la angustia, pero como la ‘vida’ regenerada en él es la felicidad, así también es el don de la vida natural. Nosotros vivimos, por lo tanto somos felices; ‘sobre’ esta vida nuestra llegan alegrías y angustias; pero en la proporción que seamos los favoritos de Dios, lo que nos llega es la angustia, pero no el goce. No obstante todo lo considerado, el hecho es que vivimos, que Dios respira en nosotros; que existimos en El; que pensamos y actuamos; que tenemos los medios de vida; que tenemos alimento, y sueño y vestido, y una morada (lodge); y que no estamos solos, sino en la iglesia de Dios, que tenemos hermanos por la misma señal de tener un padre que está en el cielo; por todo esto, el regocijarnos es la mera condición de nuestro existir, y todo dolor es poco más que externo, y no logra alcanzar lo más íntimo de nuestro corazón. Hasta aquí todos los hombres están casi a un nivel, exceptuadas los tiempos (season=temporadas) de enfermedad. Aun la salud delicada y la debilidad de la vida no hacen imposible (preclude=prevenir) estos placeres. Y en lo que respecta a la enfermedad, o aún el largo y habitual dolor o enfermedad, el buen Señor puede compensarlos a Su modo por medio de extraordinarias provisiones (supplies) de gracia, como en los primeros tiempos El hacía aun los tormentos de los Cristianos -literalmente- agradables. Aquél que así lo dispuso para que aún la barra de hierro candente se sintiera como un placer para los Mártires después de un breve tiempo, El, no puede fracasar los medios para sostener a sus siervos cuando la vida se torna una carga. Pero, hablando en general, es esto una felicidad, y para todos los rangos. Encumbrados y humildes, ricos y pobres, tienen la misma renovación de fuerzas (recuperación de fuerzas, fortalecimiento) en su peregrinar. El hambre se sacia en los encumbrados como en los humildes, placenteramente, tanto con tosco como con refinado alimento. También el dormir, es igualmente el alivio (comfort=confort) y reabastecimiento de ricos y pobres. Comemos, bebemos, y dormimos, ya sea en la angustia o en el goce (joy), en la ansiedad o en la esperanza. Nuestra vida natural es el tipo de nuestra vida espiritual, y así, en un sentido literal como también en uno más elevado, podemos bendecir a "Aquél que salvó (rescató) nuestra vida de la destrucción, nos coronó de amor y de ternura (misericordia); satisfizo nuestra existencia de bienes (Ver.Ingl.: nuestras bocas con bienes), haciéndonos jóvenes y vigorosos como un águila" (mientras nuestra juventud se renueva como el águila).-
3.- Ahora, también, considerar las bendiciones que tenemos en hermandad Cristiana. En el principio, la mujer fue hecha para que el hombre no estuviera solo, sino para que pudiera tener una compañera útil para él (help-meet =esposa); y nuestro Señor prometió que todo el que abandonara este mundo y los familiares de este mundo por El, debería "recibir el ciento por uno en el presente, casas, y hermanos, y hermanas, y madres, e hijos, y tierras (lands) con persecuciones". (Mc. 10, 30). Vemos que El menciona los problemas de los Cristianos, los cuales eran su lote ‘como’ Cristianos. No obstante estos no interferían con la ley anterior (precedente) de su misma (mera) naturaleza, de que ellos no debían estar desamparados (desvalidos=sin amigos=friendless). Como el alimento y el vestido son condiciones necesarias para la vida, la sociedad es el adjunto inseparable de esa vida. Dios nos quita el alimento y el vestido cuando El da la gracia, ni quita (retira) la hermandad. El traslada (remove) del mundo para introducir en la Iglesia. La religión sin Iglesia es tan contranatural (unnatural=afectado, falso, inhumano) como la vida sin alimento y vestido. El comenzó en nosotros una nueva vida, pero la edificó sobre los mismos fundamentos (cimientos), y al igual que no nos despojó de nuestro cuerpo cuando nos hizo Cristianos, tampoco lo hizo de los lazos de unión (vínculos, relaciones=‘ties’) sociales. Cristo nos encuentra en el doble tabernáculo, de una casa de carne y una casa de hermanos, y a ambas santifica, no las destruye. Nuestra primera vida está en nosotros mismos; nuestra segunda en nuestros amigos (prójimo). Aquellos a quien El obliga a separarse de sus familiares (kin) cercanos, por amor a El, encuentran a su lado hermanos en el espíritu. Quienes permanecen solitarios por amor a El, para ellos, les hace surgir hijos en el espíritu. ¡Cuánto debiéramos agradecer a Dios por este gran beneficio! Especialmente ahora, cuando muy pronto vamos a recogernos, mas o menos, dentro de nosotros mismos, y a privarnos (refrain) de nuestra relación corriente con los demás, reconozcamos la bendición, ya sea de la santa unión matrimonial, o del afecto familiar, o del amor de los amigos, que El tan generosamente nos otorga (concede=bestows=confiere). El da, El quita, bendito sea Su Nombre. Pero cuando El quita es para dar nuevamente, y retira una bendición para devolverla cuadruplicada. Abraham ofreció a su único hijo, y le fue devuelto por Dios a través de la voz del Ángel. Isaac "tomó a Rebecca, que pasó a ser su mujer, y él la amó. Así se consoló Isaac por la pérdida de su madre". Jacob perdió a José, para volverlo a encontrar como gobernador de Egipto. Job perdió a todos sus hijos, pero su final fue más bendecido que su principio. Y también nosotros, por la misericordia de Dios, ya que seamos jóvenes o viejos, que tengamos muchos amigos o muy pocos, si somos de Cristo, a lo largo de todo nuestro peregrinar encontraremos a aquellos en quienes poder vivir, que nos amarán, y a quienes amaremos, quienes nos asistirán y ayudarán para seguir adelante, y nos consolarán, y cerrarán nuestros ojos. Y porque Su Amor es un don secreto e invisible para el mundo, reúne (binds=une) a aquellos en quienes ese amor vive, y los hace vivir y comprenderse entre sí.
4. Luego, bendigamos y alabemos a Dios por la presente paz de la Iglesia, y la libertad de palabra y acción que El nos ha otorgado (vouchsafed). Hubo tiempos en que ser Cristiano era ser un paria y un criminal, cuando profesar la fe de los Santos nos hubiera sometido al cautiverio y encarcelamiento. Demos gracias a Dios por no tener nada que temer en el presente, sino que podemos servirle celosamente, sin que nadie nos lo prohíba. Por cierto, no gracias al mundo, que nos ha dado esta paz, pero no por amor a la Iglesia o a la Verdad, sino por sus propios principios egoístas e impíos (ungodly=irreligiosos); pero sí gracias grandes a Dios, que ha hecho uso del mundo, y ha vencido su curso de opinión para nuestro beneficio. Tenemos grandes y nobles Iglesias en las que podemos adorar; podemos ir libremente a adorar cuando queramos; podemos disfrutar del consejo de quienes saben más y mejor que nosotros; podemos decirnos lo que pensamos unos a otros; podemos ir de un lado a otro libremente; podemos sostener una relación con quien queramos; podemos escribir lo que deseemos, explicando, defendiendo, recomendando, y expandiendo la verdad, sin sufrimiento ni inconveniencia. Esta es la bendición por la que oramos en nuestras Colectas; y maravillosamente Dios la ha concedido durante muchos ya pasados años. Diariamente rogamos para que Dios quiera "dar paz en nuestro tiempo". Tres veces por semana rogamos para que "esas maldades, que la astucia y sutileza del demonio o del hombre obraron contra nosotros, puedan tener fin"; y para que "no siendo heridos por ninguna persecución, podemos eternamente dar gracias a Dios en Su Santa Iglesia". Anualmente rogamos para que "el curso de este mundo sea ordenado pacíficamente por Su divino gobierno, para que Su Iglesia pueda servirle gozosamente en piadosa tranquilidad"; y para que quiera El "mantener a Su familia, la Iglesia, en continua (contunual) santidad (piedad), y por medio de Su protección esté ella libre de todas las adversidades, y devotamente entregada a servirle con buenas obras, para la gloria de Su Nombre". Todo esto se ha cumplido maravillosamente para nosotros en el presente - ¡alabada sea Su gran misericordia!. Tal vez se preguntarán: ¿no es demasiada prosperidad indeseable para la Iglesia? Lo es. Pero yo estoy hablando, no de la Iglesia, sino de nosotros mismos como individuos: lo que es peligroso para el cuerpo, puede ser una bendición para los miembros separados. Respecto a nosotros mismos, a cada uno, Dios tiene Sus propios castigos secretos, los cuales, si El nos ama, los aplicará cuando los necesitemos; pero si sabemos cómo usar debidamente la bendición, es esto un don grande: que podamos servir a Dios con esa libertad y en esta paz que nos han sido ahora concedidas. Es una gran merced (mercy=misericordia), por cierto, pero que olvidamos porque estamos acostumbrados a ella, la cual muchos profetas y hombres justos de los primeros siglos del Evangelio no la tuvieron. Pero nosotros la hemos tenido desde nuestra juventud. Desde entonces nosotros hemos vivido en paz: sin ninguna persecución, ningún terror, ningún obstáculo para servir a Dios. Lo máximo que hemos tenido que tolerar (=resistir pacientemente), es lo que casi es demasiado insignificante para que un Cristiano mencione: miradas frías, desprecio, el ridículo, de parte de quienes no tienen el corazón para intentar el camino angosto.
5. Y por último, y muy brevemente, recordémonos unos a otros nuestros propios privilegios aquí en este lugar. ¡Qué grande es nuestro privilegio, hermanos míos!, cada uno de nosotros goza el gran privilegio de la Adoración diaria y la Comunión semanal. Este gran privilegio Dios me lo ha dado a mí y a vosotros. Disfrutémoslo mientras lo tengamos. Ninguno de nosotros sabe durante cuánto tiempo puede ser suyo. Tal vez no haya ninguno entre todos nosotros que pueda calcular, sobre este privilegio, su continuación (continuance). Tal vez, o mejor dicho probablemente, esto sea una brillante señal (spot ) en nuestras vidas. Tal vez de ahora en adelante seamos observadores días o años; y luego reflexionemos, cuando todo esté terminado, cuán agradables fueron; qué agradable fue venir día tras día, silenciosa y calmamente, arrodillarnos delante nuestro Hacedor, semana tras semana, para encontrarnos con nuestro Señor y Salvador. ¡Qué tranquilizador será entonces el recuerdo de sus pasados dones!, recordaremos, cómo nos levantábamos temprano en la mañana, y cómo todas las cosas, la luz o la oscuridad, el sol o el aire, el frío o el fresco, salían de El, el Señor de la gloria, que se encontraba sobre nosotros, y descendió a nosotros, y se dio a sí mismo a nosotros, y nos dio leche y miel en abundancia para nuestro sustento, aunque no lo veíamos. Seguramente tenemos cuanto necesitamos, y en abundancia, y nos sobra.