LAS LAMENTACIONES DE ADÁN

 

Starets Silvano (+1938) Monje del Monte Athos

 

Adán, padre de toda la humanidad, conoció en el Paraíso la dulzura del amor de Dios; también sufrió amargamente cuando, a causa de su pecado fue arrojado del jardín del Edén y perdió el Amor de Dios. Se lamentaba con grandes gemidos, y sus sollozos llenaban todo el vasto desierto, porque su alma era atormentada por este pensamiento: "He ofendido al Dios que amo". No sentía tanto el Paraíso y su belleza como el haber perdido el amor de Dios, que insaciablemente y a cada instante, atrae el alma hacia El. De la misma manera toda alma que ha conocido a Dios por el Espíritu Santo, pero que luego ha perdido la gracia, pasa por los tormentos de Adán. El alma está enferma y experimenta un doloroso arrepentimiento por haber afligido a su muy amado Señor.

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Adán languidece sobre la tierra y solloza amargamente.

La tierra no le era dulce,

y él suspiraba ante Dios clamando:

"Mi alma languidece ante el Señor, y yo busco con lágrimas. ¿Cómo no habría de buscarlo?

Cuando estaba con El, mi alma estaba alegre y serena,

y el Enemigo no tenía acceso hasta mí;

pero ahora el espíritu malvado ha adquirido poder sobre mí, agita y hace sufrir mi alma.

Es por esto que mi alma desea al Señor hasta morir;

mi espíritu se lanza hacia Dios,

y nada sobre la tierra me puede alegrar. Nada puede consolar mi alma,

pero ella desea de nuevo ver al Señor, y ser colmada por El. No

puedo olvidarlo un solo instante,

y mi alma languidece ante El;

mi pena es tan grande que lloro y gimo:

"Ten piedad de mí, oh Dios, ten piedad de tu creatura caída".

 

* * *

 

Así se lamentaba Adán,

y las lágrimas caían de su rostro sobre el pecho y hasta la tierra, y todo el desierto resonaba con sus gemidos.

Los animales y los pájaros mueren de dolor,

pero Adán lloraba porque, a causa de su pecado

todos habían perdido la paz y el amor.

Grande era la angustia de Adán cuando fue arrojado del Paraíso;

pero cuando vio a Abel muerto por su hermano Caín,

se redobló su sufrimiento;

el alma abatida de dolor se lamentaba y pensaba:

"De mí saldrán y se multiplicarán pueblos enteros;

todos ellos sufrirán; vivirán en la enemistad

y se matarán los unos a los otros".

Este dolor era inmenso como el mar,

y sólo lo puede comprender aquél cuya alma ha conocido al Señor

y sabe cómo El nos ama.

 

* * *

 

Yo también he perdido la gracia

y a una voz grito con Adán:

"Sé misericordioso conmigo, Señor.

Dame un espíritu de humildad y de amor".

¡Oh amor del Señor! Quien te ha conocido,

te busca sin descanso día y noche grita:

"Yo te deseo Señor y te busco con lágrimas.

¿Como podría no buscarte?

Tu me has dado el conocerte por el Espíritu Santo,

y este conocimiento divino impulsa a mi alma a buscarte llorando".

 

Adán lloraba:

"No hay dulzura para mí en el desierto.

No la hay en las altas montañas, ni en las praderas,

ni en las forestas, ni en el canto de los pájaros;

nada me es dulce. Mi alma está en una profunda aflicción, porque he ofendido a mi Dios.

Y si el Señor me colocara de nuevo en el Paraíso,

incluso allí sufriría y lloraría:

¿Por qué he ofendido al Dios que amo?"

 

* * *

 

Arrojado al Paraíso, Adán sufría en su alma,

y en su dolor, vertía abundantes lágrimas.

De la misma manera, toda alma que ha conocido al Señor languidece ante El y clama:

"¿Dónde estás Señor? ¿dónde estás luz mía?

¿Por qué me has escondido tu rostro?

Después de largo tiempo mi alma no te ve;

ella aspira a TI y Te busca llorando.

¿Dónde está mi Señor?

¿Por qué mi alma no lo ve más?

¿Qué es lo que Le impide vivir en mí?

Esto: yo no tengo la humildad de Cristo, ni el amor a los enemigos"

 

* * *

 

Dios es Amor infinito, Amor imposible de describir.

Adán marcha sobre la tierra y llora a causa de los males sin número de su corazón,

pero sus pensamientos están absorbidos en Dios;

y cuando su cuerpo estaba al borde de sus fuerzas y no podía derramar más lágrimas,

también entonces su espíritu quedaba vuelto hacia Dios,

pues él no podía olvidar el Paraíso y su belleza;

pero más que todo, Adán amaba a Dios,

y este amor le daba fuerza para lanzarse hacia El.

Oh, Adán, yo escribo sobre tu persona;

pero, tú lo ves, mi espíritu es muy débil para comprender tu deseo de Dios,

y cómo tú cargas con el peso de la penitencia.

Oh, Adán, ves cómo yo, tu hijo, sufro en la tierra.

Casi no hay fuego en mí, y la llama de mi amor está pronta a apagarse.

Oh, Adán, cántanos el Canto del Señor,

para que mi alma se estremezca de alegría en el Señor

y se adelante para alabarlo y glorificarlo,

como lo alaban, en los Cielos, los Querubines y Serafines,

y como toda la jerarquía celeste de los ángeles Le canta el himno tres veces santo.

Oh, Adán, nuestro Padre, cántanos el cántico del Señor,

para que toda la tierra lo escuche,

para que todos tus hijos eleven su espíritu hacia Dios,

se regocijen al sonido del canto celestial y olviden sus penas sobre la tierra.

 

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El Espíritu Santo es amor y dulzura para el alma, la inteligencia (intellectus) y el cuerpo. Quien ha conocido a Dios por el Espíritu Santo no puede estar saciado; día y noche le lanza hacia Dios Vivo pues grande es la dulzura del amor divino. Y cuando el alma pierde la gracia, es llorando como busca de nuevo al Espíritu Santo.

Pero el hombre que no ha conocido a Dios por el Espíritu Santo, no Lo puede buscar con lágrimas, y su alma está sin cesar asaltada por las pasiones; su espíritu está preocupado por las cosas de la tierra y no puede llegar a la contemplación, ni conocer a Jesucristo. Es por el Espíritu Santo que se conoce a Jesucristo.

Adán conoce a Dios y al Paraíso; y luego de la caída lo busca llorando.

 

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Oh Adán, nuestro padre, háblanos del Señor a nosotros, tus hijos.

Tu alma conocía a Dios sobre la tierra;

conocía también el Paraíso, su dulzura y su gozo.

Ahora tú estás en los cielos y ves la gloria del Señor.

Dinos cómo Nuestro Señor fue glorificado por su Pasión;

cuéntanos de los cantos que se cantan en los cielos y de su dulzura,

porque son cantados en el Espíritu Santo.

Háblanos de la gloria del Señor;

dinos cuán clemente es y cuánto amó a su creatura.

Háblanos de la Santísima Madre de Dios;

dinos cómo fue magnificada en los cielos,

y cuáles himnos la llaman bienaventurada.

Háblanos del gozo de los Santos;

dinos cómo resplandecen de gracia,

cómo aman al Señor y con qué humildad están delante de Dios.

Oh Adán, consuela y alegra nuestras almas afligidas.

Cuéntanos lo que ves en los Cielos...

¿Por qué guardas silencio?...

Por eso la tierra entera está en el sufrimiento...

¿O es que estás tan absorbido por el amor de Dios

que no puedes acordarte de nosotros?

¿O es que ves a la Madre de Dios en la gloria

y no puedes apartarte de esta visión?

¿Por qué no quieres decirnos con dulzura una palabra de consuelo,

a quienes estamos abrumados,

para hacernos olvidar la amargura de la tierra?

Oh Adán, nuestro padre,

tú ves la postración de tus hijos sobre la tierra.

Entonces, ¿por qué guardas silencio?

 

* * *

 

Y Adán dice:

-Hijos míos, dejadme en paz.

No puedo arrancarme del amor de Dios y hablar con vosotros. Mi alma está herida por el amor del Señor y se regocija por su belleza.

¿Cómo podría acordarme de la tierra?

Los que viven ante el Rostro del Señor

no pueden pensar en las cosas de la tierra.

* * *

Oh Adán, nuestro padre, has abandonado a tus huérfanos.

Por eso estamos hundidos en el sufrimiento aquí, sobre la tierra.

Dinos qué hay que hacer para agradar a Dios.

Mira a tus hijos dispersos por toda la tierra,

dispersos también en los pensamientos del corazón.

Muchos han olvidado a Dios;

ellos viven en las tinieblas y se dirigen hacia el abismo del infierno.

 

* * *

 

No me distraigan.

Yo veo a la Madre de Dios en la gloria,

¿y cómo podría arrancarme de esta visión para hablar con vosotros?

Veo a los Santos profetas y a los Apóstoles;

y todos ellos son semejantes a Nuestro Señor Jesucristo, Hijo de Dios.

Camino a través de los jardines del Paraíso,

y por todas partes veo la gloria del Señor,

porque el Señor está en mí y me ha hecho semejante a El.

El Señor glorifica al hombre y lo hace semejante a El.

 

* * *

 

Oh Adán, nosotros somos tus hijos,

Dinos, a quienes penamos en la tierra,

cómo se puede heredar el Paraíso,

para que nosotros también, como tú, contemplemos la gloria del Señor.

Nuestro corazón desfallece ante el Señor,

mientras tú permaneces en los cielos

y te regocijas de la gloria del Señor.

Te suplicamos, consuélanos.

 

* * *

 

¿Por qué levantáis la voz hacia mí, hijos míos?

El Señor os ama, El os ha dado los mandamientos.

Cumplidlos, amaos los unos a los otros, y encontraréis la paz en Dios.

En todo momento arrepentíos de vuestros pecados,

para que podáis reencontrar al Señor.

El Señor ha dicho: "Yo amo a los que me aman,

y glorificaré a los que me glorifiquen".

 

* * *

 

Oh Adán, ruega por nosotros, tus hijos.

Nuestra alma está abrumada por tantos males.

Oh Adán, nuestro padre,

tú permaneces en los cielos y contemplas al Señor en la gloria, sentado a la derecha de Dios Padre.

Tú ves los Querubines, los Serafines y todos los Santos;

tú escuchas los cantos celestiales,

y su dulzura hace a tu alma olvidar la tierra.

Pero nosotros, en la tierra, estamos en la aflicción y sedientos de Dios.

No hay casi fuego en nosotros para amar con ardor el Señor. Inspíranos ¿qué debemos hacer para encontrar el Paraíso?

 

* * *

 

Y Adán responde:

No turbéis mi paz, hijos míos,

porque a causa de la dulzura del amor de Dios

no puedo acordarme de la tierra.

 

* * *

 

Oh Adán, nuestras almas desfallecen,

estamos abatidos bajo el peso de nuestras penas.

Dinos una palabra de consuelo.

Cántanos uno de los cantos que escuchas en el cielo,

para que toda la tierra lo escuche y los hombres olviden sus miserias...

Oh Adán, estamos abatidos de tristeza.

 

* * *

No turbéis mi paz. El tiempo de mi sufrimiento ha pasado.

La belleza del Paraíso y la dulzura del Espíritu Santo son tales que no puedo acordarme de la tierra.

Pero esto es lo que os digo:

El Señor os ama, y vivid vosotros también en el amor;

Sed obedientes a toda autoridad,

humillad vuestros corazones, y el Espíritu Santo vivirá en vosotros.

El viene silenciosamente al alma, le da la paz,

y sin palabras, da testimonio de su salvación.

Cantad a Dios con amor y humildad de espíritu

porque es en ello que se regocija el Señor.

 

* * *

 

Oh Adán, nuestro padre, ¿qué debemos hacer?

Cantamos, pero no tenemos ni amor ni humildad.

 

* * *

 

Arrepentíos ante el Señor, y pedid.

El alma a los hombres y les concederá todo.

Yo también me he arrepentido mucho,

y sufrí mucho por haber ofendido al Señor

y por haber perdido, por mi pecado, la paz y el amor sobre la tierra.

Mis lágrimas corrían sobre mi rostro e inundaban mi pecho y la tierra,

y el desierto escuchaba mis gemidos.

Vosotros no podéis comprender mi angustia

ni cómo lloraba por Dios y el Paraíso.

En el Paraíso yo era feliz y gozoso:

el Espíritu de Dios me alegraba, y yo no conocía ningún sufrimiento.

Pero cuando fui arrojado del Paraíso, el frío y el hambre comenzaron a torturarme;

los animales y los pájaros que eran dulces en el Paraíso y que me amaban,

se volvieron salvajes y comenzaron a temerme y huirme.

Me asaltaron los malos pensamientos;

el sol y el viento me quemaron;

la lluvia me mojaba;

las enfermedades y todos los sufrimientos de la tierra me atormentaron.

Pero estaba todo endurecido, y he esperado firmemente en Dios.

Vosotros también, cumplid los trabajos de la penitencia;

amad las aflicciones, agotad vuestros cuerpos,

humilláos y amad a vuestros enemigos,

para que el Espíritu Santo pueda establecer en vosotros su morada,

y entonces conoceréis y encontraréis el Reino de los Cielos.

Pero a mí no me perturbéis:

ahora mi amor por Dios me ha hecho olvidar la tierra y todo lo que en ella hay.

Incluso me he olvidado del Paraíso perdido.

Porque veo la gloria del Señor y la gloria de los Santos.

Ellos también resplandecen con la luz que irradia el rostro de Dios,

semejantes al mismo Señor.

 

* * *

 

Oh Adán, cántanos un canto celestial,

para que toda la tierra pueda escucharlo

y gozar de la paz en el amor de Dios.

Quisiéramos escuchar esos cantos:

son dulces, porque están cantados en el Espíritu Santo.

 

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Adán había perdido el Paraíso terrestre y lo buscaba llorando: "Mi Paraíso, mi Paraíso, mi maravilloso Paraíso". Pero el Señor, por su

amor sobre la Cruz, le abrió otro Paraíso, mejor que el primero, un Paraíso en los cielos donde resplandece la luz de la Santísima Trinidad.

¿Qué daremos al Señor por su amor hacia nosotros?