SOBRE LA VOLUNTAD DE DIOS Y LA LIBERTAD

Staretz Silvano

Monje del Monte Athos

 

Es un gran bien el abandonarse a la voluntad de Dios. Entonces, sólo el Señor está en el alma; no entra allí ningún otro pensamiento. La oración se vuelve pura, y el corazón experimenta el amor de Dios, aun cuando el cuerpo estuviera sufriendo.

Cuando un alma se abandona enteramente a la voluntad de Dios, el Señor comienza a guiarla. El alma es entonces directamente instruida por Dios, mientras que en otros tiempos lo estaba por maestros y por las Escrituras. Pero es raro que el Maestro del alma sea el mismo Señor, y que El la instruya por la gracia del Espíritu Santo. Poco numerosos son aquellos que lo experimentan: únicamente los que viven según la voluntad de Dios.

El hombre orgulloso no quiere vivir según la voluntad de Dios; porque le gusta dirigirse él mismo. No comprende que no puede dirigirse él mismo por su sola razón, olvidándose de Dios. Yo también, cuando vivía en el mundo y no conocía al Señor y a su Espíritu Santo, no sabía cuánto nos ama, y confiaba en mi propia razón. Pero cuando, por el Espíritu Santo, conocí a nuestro Señor Jesucristo, Hijo de Dios, mi alma se abandonó a Dios. Y desde entonces, acepto todas las pruebas que me llegan y digo: "El Señor me ve; ¿qué he de temer?" Pero, en otros tiempos, no podía vivir así.

Para aquél que se ha abandonado a la voluntad de Dios, le es mucho más fácil vivir, porque hasta en la enfermedad, en la pobreza y en la persecución piensa: "Eso gusta a Dios; y yo debo soportarlo a causa de mis pecados".

Hace muchos años que sufro dolores de cabeza, difíciles de soportar. Pero eso me hace bien, porque, por la enfermedad, el alma se vuelve humilde. Mi alma tiene un deseo ardiente de orar y velar, pero la enfermedad me lo impide, pues el cuerpo enfermo tiene necesidad de calma y reposo. He rogado mucho al Señor para que me cure, pero el Señor no ha escuchado mi plegaria. Es el signo de que esto no me sería útil.

Esto me sucedió una vez, cuando el Señor me escuchó rápidamente y me salvó. Un día de fiesta, servían pescado en el refectorio. Comiendo, tragué una espina que quedó prendida profundamente a mi garganta. Invoqué a San Pantaleón, pidiéndole que me curara, porque los médicos no pueden extraer una espina del pecho. Y en el momento en que pronunciaba la palabra "cúrame", recibí en el alma la respuesta: "sal del refectorio, respira profundamente y la espina saldrá con sangre." Así lo hice; salí, respiré profundamente, tosí y una espina grande salió con sangre. Entonces comprendí que si el Señor no cura mis dolores de cabeza, significa que me es útil sufrir así.

Lo más preciado en el mundo es conocer a Dios y comprender, por lo menos parcialmente, su voluntad.

El alma que ha conocido a Dios debe abandonarse totalmente a la voluntad de Dios, y vivir ante El en el temor y el amor. En el amor, porque el Señor es amor. En el temor, porque hay que cuidar de no ofender a Dios con algún mal pensamiento.

¡Oh Señor, haz que, sostenidos por la gracia del Espíritu Santo, vivamos según tu santa voluntad!

Cuando la gracia está con nosotros, ella fortifica nuestro espíritu; pero cuando la perdemos, descubrimos nuestra debilidad. Vemos que, sin Dios, ni siquiera llegamos a tener un buen pensamiento.

Dios misericordioso, Tú conoces nuestra fragilidad. Te pido me des un espíritu humilde, porque en tu misericordia, otorgas al alma humilde la fuerza de vivir según tu voluntad. Le revelas todos tus misterios; le permites que te conozca y comprenda con qué amor infinito nos amas.

¿Cómo saber si vivimos conforme a la voluntad de Dios?

Veamos un indicio: si la privación de alguna cosa te aflige, es porque no te encuentras enteramente abandonado a la voluntad de Dios, teniendo quizás la impresión de vivir según su voluntad.

Aquél que vive según la voluntad de Dios no se preocupa por nada. Y si tiene necesidad de alguna cosa, confía su persona, así como esa cosa, en las manos de Dios. Y si no obtiene lo que necesita, permanece tranquilo, como si la tuviera.

El hombre que se ha abandonado a la voluntad de Dios no teme nada: ni la tormenta, ni a los bandidos, ni a nada. Y ante cualquier cosa que pase, él se dice: "Esto le gusta a Dios". Si está enfermo, piensa: "Es el signo de que esta enfermedad me es necesaria, sino Dios no me la hubiera enviado!"

Es así como se mantiene la paz en el alma y en el cuerpo.

Aquél que se preocupa por sí mismo, no puede abandonarse a la voluntad de Dios de tal manera que su alma encuentre la paz en Dios. Pero el alma humilde se abandona a la voluntad de Dios y vive delante de El en el temor y en el amor. En el temor: para no ofender a Dios en nada; en el amor: porque el alma sabe cuánto el Señor nos ama.

La mejor obra es abandonarse a la voluntad de Dios y soportar las pruebas con esperanza. El Señor, viviendo nuestras penas, jamás nos cargará más allá de nuestras fuerzas. Si nuestros sufrimientos nos parecen demasiado pesados, es el signo de que no nos hemos abandonado a la voluntad de Dios.

El alma que se ha abandonado enteramente a la voluntad de Dios, encuentra el reposo en El, porque sabe, por la experiencia y por las Sagradas Escrituras, que el Señor nos ama y vela sobre nuestras almas, haciendo revivir todo por su gracia en la paz y en el amor. Aquél que se ha abandonado a la voluntad de Dios no se aflige por nada, aunque estuviera enfermo, pobre y perseguido. El alma sabe que el Señor cuida de nosotros con ternura. El Espíritu Santo atestigua las obras divinas y el alma Lo conoce. Pero los hombres orgullosos y desobedientes no quieren abandonarse a la voluntad de Dios, pues les gusta realizar su propia voluntad, lo que es pernicioso para el alma.

Abba Poimén ha dicho: "Nuestra voluntad es como un muro de bronce entre Dios y nosotros, impidiéndonos acercarnos a El o contemplar su misericordia".

Siempre debemos pedir al Señor la paz del alma, a fin de poder cumplir los mandamientos del Señor; porque el Señor ama a aquellos que se esfuerzan por cumplir su voluntad, y de esta manera encuentran una gran paz en Dios.

Aquél que cumple la voluntad de Dios está contento de todo, porque la gracia del Señor lo alegra. Pero aquél que está descontento de su suerte, que se queja de su enfermedad o de aquél que lo ha ofendido, que comprenda bien que tiene un espíritu orgulloso que le ha arrebatado la gratitud hacia Dios.

Aunque fuera así, no pierdas coraje, esfuérzate por poner toda tu esperanza en Dios y pídele un espíritu humilde. Y cuando el humilde Espíritu Santo se acerque a ti, comenzarás a amarlo y encontrarás el descanso.

El alma humilde se acuerda siempre de Dios y piensa: "Dios me ha creado; ha sufrido por mí; perdona mis pecados y me consuela; me nutre y me cuida. Entonces, ¿por qué preocuparme, aunque la muerte me amenace?".

El Señor ilumina toda alma que se abandona a la voluntad de Dios, pues El ha dicho: "Invócame el día del dolor, yo te liberaré y tú me glorificarás" (Sal. 49, 15).

Toda alma turbada por alguna cosa debe interrogar al Señor, y el Señor la iluminará. Esto sobre todo en la desgracia y en la confusión. Hay que interrogar más bien al padre espiritual, porque esto es más humilde.

En su bondad, el Señor hace comprender al hombre que hay que soportar las pruebas con gratitud. Durante toda mi vida no murmuré ni una sola vez a causa de mi sufrimiento, acepté todo proveniente de las manos de Dios como un remedio saludable. Siempre he agradecido a Dios, y es por eso que el Señor me ha hecho soportar fácilmente todas las aflicciones.

Todos los hombres sobre la tierra encuentran inevitablemente el sufrimiento, y aunque los sufrimientos que el Señor nos envía no sean grandes, parecen insoportables a los hombres y los aplastan. Esto proviene porque nadie quiere humillar su alma, ni abandonarse a la voluntad de Dios.

Pero aquellos que se han abandonado a la voluntad de Dios, el Señor mismo los conduce por su gracia. Ellos soportan todo con coraje, por amor al Dios que aman, y por el cual estarán eternamente glorificados.

En la tierra no se puede escapar al sufrimiento; pero aquél que se haya abandonado a la voluntad de Dios lo soportará fácilmente. El ve los sufrimientos, pero espera en Dios, y los sufrimientos pasan.

Cuando la Madre de Dios permanecía al pie de la Cruz, su sufrimiento era inconcebiblemente grande, porque ella amaba a su Hijo más de lo que se puede uno imaginar. Y sabemos que cuanto más se ama, más grande es también el sufrimiento. Como ser humano, la Madre de Dios no hubiera podido soportar su dolor, pero se abandonó a la voluntad de Dios, y el Espíritu Santo la reconfortó y le dio la fuerza para soportar este sufrimiento.

Y más tarde, luego de la Ascensión del Señor, ella llegó a ser para todo el pueblo de Dios, un gran consuelo en las aflicciones.

El Señor ha dado el Espíritu Santo sobre la tierra y aquél en quien El vive, siente que lleva el Paraíso en sí.

Quizás dirás tu: "¿Por qué no he de tener yo una gracia tal?" Es porque no te has abandonado a la voluntad de Dios, sino que vives a tu modo.

Observad a aquél que ama su propia voluntad; jamás tiene paz en el alma, y está siempre insatisfecho y descontento. Pero aquél que se ha abandonado enteramente a la voluntad de Dios, recibe el don de la plegaria pura.

Así se abandonó a Dios la Santísima Virgen: "He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra". Y si, de igual modo, dijéramos: "Yo soy tu servidor; hágase tu voluntad", las palabras del Señor, escritas por el Espíritu Santo en el Evangelio, permanecerían en nuestras almas, y el mundo entero se colmaría con el amor de Dios. ¡Cómo sería de maravillosa la vida sobre la tierra! Aunque las palabras del Señor sean escuchadas en el mundo entero después de tantos siglos, los hombres no las comprenden y no quieren aceptarlas. Pero aquél que vive según la voluntad de Dios será glorificado en el Cielo y en la tierra.

El que se ha abandonado a la voluntad de Dios no se ocupa más que de Dios. La gracia divina lo ayuda a permanecer continuamente en la oración. Aunque trabaje o hable, su alma está en Dios; y porque se entrega a la voluntad divina, el Señor cuida de él con solicitud.

Una tradición cuenta que en la ruta hacia Egipto, la Sagrada Familia encontró un bandido y que éste no le hizo ningún daño. Al ver al Niño, dijo que si Dios se había encarnado, no podía ser más bello que ese Niño. Y los dejó seguir en paz.

Es sorprendente que un bandido, que de costumbre, al igual que una bestia feroz, no perdona a nadie, no haya maltratado a la Sagrada Familia. Al ver al Niño y a su dulce Madre, el alma del bandido se enterneció y la gracia divina lo tocó.

Se produjo lo mismo con las bestias feroces que, al ver a los mártires o a los hombres santos, se volvieron apacibles y no les hicieron ningún daño. Hasta los demonios temen al alma humilde y dulce; ella prevalece sobre ellos por la obediencia, el ayuno y la oración.

Otro hecho asombroso: el bandido tuvo piedad de Cristo Niño, pero los grandes sacerdotes y los ancianos lo entregaron a Pilatos para crucificarlo. Y esto es porque no oraron y no pidieron al Señor que los iluminara sobre lo que debían hacer y cómo debían proceder.

De esta manera y muy frecuentemente, los jefes y los otros hombres buscan el bien, pero no saben dónde está; no saben que está en Dios, y que está dado por Dios.

Hay que orar siempre, para que el Señor nos haga comprender lo que debemos hacer. El Señor no nos dejará seguir el mal camino.

Adán no tuvo la sabiduría de interrogar al Señor a propósito del fruto que le daba Eva; así perdió el Paraíso.

David no preguntó al Señor: "¿Está bien que tome la mujer de Urías?" Y cayó en el pecado de asesinato y adulterio.

Fue igual para todos los santos que cometieron pecados; caían en el pecado porque no rezaban al Señor para que los ayudara y los iluminara. San Serafín de Sarov dijo: "Cuando hablaba fundándome en mi propia inteligencia, se producían errores".

Pero ciertos errores provienen de nuestra imperfección y no son pecados; lo vemos hasta en la Madre de Dios. Dice el Evangelio que cuando dejó Jerusalén en compañía de José, pensaba que su Hijo iba en camino con los parientes o con los conocidos. Y no es sino al cabo de tres días de búsqueda que lo encontraron en el Templo de Jerusalén conversando con los doctores (Lc. 2, 44-46).

Sólo el Señor sabe todas las cosas. En cuanto a nosotros, quienquiera que seamos, para evitar cometer errores, nos hace falta pedir a Dios que nos ilumine, e interrogar a nuestro padre espiritual.

El Espíritu divino dirige a cada uno de una manera diferente: hay quien se aleja en la soledad del desierto y allí persevera en la plegaria del corazón; otro intercede ante Dios por los hombres; otro tiene la vocación de apacentar el rebaño de Cristo; a otro se le ha designado para predicar o consolar a los que sufren; otro sirve a su prójimo con su trabajo o su fortuna. Y todos estos, son dones del Espíritu Santo, acordados según diferentes grados: a uno treinta, a otro sesenta, a otro cien (Mc. 4, 20).

Si nos amáramos unos y otros en la simplicidad del corazón, el Señor nos mostraría, por el Espíritu Santo, muchos milagros, y nos revelaría grandes misterios.

Dios es amor insaciable...

Mi espíritu se inmoviliza en Dios, y dejo de escribir...

¡Cómo es claro para mí que el Señor nos dirige! Sin El no podemos tener ni un solo buen pensamiento. Es por eso que debemos abandonarnos humildemente a la voluntad de Dios, a fin de que el Señor pueda guiarnos.

Todos nos atormentamos en la tierra y buscamos la libertad; pero hay pocos que saben en qué consiste la libertad y en dónde se encuentra.

Yo también deseo la libertad y la busco día y noche. He comprendido que está junto a Dios y que Dios la otorga a aquellos que tienen el corazón humilde, a los que se han arrepentido y que han suprimido su propia voluntad para El. A aquél que se arrepiente, el Señor le da la paz y la libertad de amarlo. No hay nada mejor en el mundo que amar a Dios y al prójimo. Es allí donde el alma encuentra paz y alegría.

¡Oh pueblos de toda la tierra!, caigo de rodillas ante vosotros y os suplico con lágrimas en los ojos: "Venid a Cristo, yo conozco su amor por vosotros. Yo lo conozco y es por eso que lo grito sobre toda la tierra. Si se desconoce una cosa, ¿cómo podríamos hablar?".

Preguntarás, quizás: "¿Pero, cómo podemos conocer a Dios?" Yo afirmo que hemos visto al Señor en el Espíritu Santo. Si te humillas, entonces a tí también el Espíritu Santo te revelará a nuestro Señor. Y entonces, tú también querrás anunciarlo en voz alta al mundo entero.

Yo estoy viejo y espero la muerte. Escribo la verdad por amor a los hombres, por los cuales mi alma está en pena. Si pudiera ayudar a salvar aunque fuera a un solo hombre, bendeciría a Dios eternamente. Pero mi corazón sufre por el mundo entero; ruego y derramo lágrimas por él, para que todos los hombres se arrepientan y conozcan a Dios, vivan en el amor y gocen de la libertad en Dios.

Oh vosotros todos, hombres de la tierra, orad y llorad vuestros pecados, para que el Señor os los perdone. Y allí donde está el perdón, reinan también la libertad y el amor.

El Señor no quiere la muerte del pecador, y a aquél que se arrepiente El le otorga el don de la gracia del Espíritu Santo. Ella da la paz al alma y la libertad de estar en Dios con el espíritu y el corazón. Cuando el Espíritu Santo perdona nuestros pecados, el alma recibe la libertad de rogar a Dios con un espíritu puro. Entonces ella contempla libremente a Dios y permanece apacible y alegre en El. Es esa la verdadera libertad. Pero sin Dios, no puede haber libertad, porque nuestros enemigos turban el alma con malos pensamientos.

Diré la verdad al mundo entero: soy abominable ante Dios. Hubiera desesperado por mi salvación si Dios no me hubiera acordado la gracia del Espíritu Santo. Y el Espíritu Santo me ha enseñado, y es a causa de ello que escribo sin esfuerzo sobre Dios, porque El me insta a escribir.

Tengo compasión de los hombres; lloro y me lamento por ellos. Muchos son los que piensan: "He cometido muchos pecados: maté, robé, fui violento, calumnié, viví en el desorden e hice muchas otras cosas más". Y la vergüenza los retiene y no los conduce al camino de la penitencia. Pero olvidan que todos sus pecados son, ante Dios, como una gota de agua en el mar.

¡Oh mis hermanos de toda la tierra!, arrepentíos entonces, que aun es tiempo. Dios espera con misericordia nuestro arrepentimiento. Y todo el cielo, todos los santos también esperan ese arrepentimiento. Como Dios es Amor, lo mismo en los Santos, el Espíritu Santo es amor. Pide y el Señor te perdonará. Cuando hayas obtenido el perdón de tus pecados, habrá alegría y júbilo en tu alma; la gracia del Espíritu Santo entrará en tu alma y dirás: "Esta es la verdadera libertad, está en Dios y viene de Dios".

La gracia divina no quita la libertad, sino que ayuda a cumplir solamente con los mandamientos de Dios. Adán estaba en gracia, pero su voluntad no estaba abolida. Igualmente los Ángeles permanecen en el Espíritu Santo, pero su libre voluntad no les es quitada.

Muchos hombres no conocen el camino de la salvación; han caído a las tinieblas y no ven la luz de la Verdad. Pero El fue, es y será, y llama con ternura a todos los hombres: "Venid a Mí todos vosotros que penáis y que estáis abrumados; conocedme y os daré la paz y la libertad".

Esta es la verdadera libertad: es estar en Dios. Antes, yo tampoco lo sabía. Hasta los veintisiete años solamente creía en la existencia de Dios, mas no lo conocía. Pero desde que mi alma lo conoce a través del Espíritu Santo, ella se arroja a El con ardor; y ahora, día y noche, lo busco con un corazón ardiente.

El Señor quiere que nos amemos unos a otros. Es en esto que consiste la libertad: en el amor por Dios y por nuestro prójimo. Es allí donde encontramos la libertad y la igualdad. En el orden social, no puede haber igualdad, pero esto no tiene importancia para el alma. Es imposible que cada uno sea rey o príncipe, patriarca o higúmeno o jefe, pero en toda condición se puede amar a Dios y serle agradable, y esto es lo que importa ante todo. Aquél, cuyo amor por Dios sea el más grande sobre la tierra, será la Gloria más grande en el Reino. Aquél que ame con un amor más grande se arrojará a Dios con más fuerza y estará más cerca de El. Cada uno será glorificado en la medida de su amor. He comprendido que el amor puede variar en su intensidad.

El temor de ofender a Dio en alguna cosa -es el primer grado de amor-. Alejar el espíritu puro de los pensamientos pasionales -es el segundo grado de amor-, más grande que el primero. Sentir la presencia de la gracia en el alma -es el tercer grado de amor-, más grande aún.

El cuarto grado -el amor perfecto por Dios- es tener la gracia del Espíritu Santo en cuerpo y alma. Incluso el cuerpo de aquel hombre está santificado, y después de su muerte se transformará en reliquia. Es a ese grado que han llegado los grandes Santos, los Mártires, los Profetas y los santos Ascetas. Aquél que se encuentre en ese grado estará libre de la codicia carnal. Podrá dormir libremente con una joven, sin sentir por ella el menor deseo. El amor de Dios será más fuerte que el amor por la joven, hacia el cual todo el mundo se siente atraído, salvo aquellos que tienen la gracia divina en plenitud, pues la dulzura del Espíritu Santo regenera al hombre por entero y le hace amar a Dios perfectamente. Si el alma se encuentra en la plenitud del amor divino, el mundo no tiene más poder sobre ella. Aunque el hombre viva sobre la tierra con otros hombres, olvidará, en su amor por Dios, todo lo que está en el mundo. Nuestra desgracia es que, a causa del orgullo de nuestro espíritu, no perseveramos en esta gracia y entonces ella abandona el alma. El alma la busca llorando, y lamentándose dice:

"Mi alma languidece detrás del Señor"