MADUREZ PSICOLÓGICA Y SANTIDAD:

EL CASO DE TERESA DE LISIEUX

 

 

Lic. Ernesto Alonso

CIC - Conicet

 

 

Prólogo

Este año se celebra el primer centenario del tránsito a la Casa del Padre de Santa Teresa del Niño Jesús y de la Santa Faz, en el siglo María Francisca Teresa Martín. Nacida en Alençón, Francia, el 2 de enero de 1873 y muerta a los veinticuatro años de edad, en el Carmelo de Lisieux el 30 de septiembre de 1897. Teresita provocó un auténtico "huracán de gloria" -según la famosa expresión de Pío XI- y esto al poco tiempo de su muerte, particularmente a causa de la publicación de sus Manuscritos autobiográficos, más conocidos como Historia de una alma. Mi propósito no es ofrecer un retrato espiritual de la santa, que otros han hecho ya y harán mucho mejor, ni trazar tampoco las líneas de su espiritualidad, esto es su conocido Caminito espiritual; doctrina que, por lo demás, habrá de gozar del máximo reconocimiento público por su excelencia, solidez, profundidad y originalidad si se quiere, cuando su autora fuera proclamada Doctora de la Iglesia Universal por el Papa Juan Pablo II durante la Jornada Misionera Mundial el pasado 19 de octubre.

Mi intención es un poco más modesta y tiene que ver con algo más profano, aunque no menos importante según me parece. Me propongo esbozar un perfil psicológico de Teresita cuyo fin es precisar algunas relaciones entre los conceptos que encabezan este trabajo.

Ahora bien, proponerse hablar de la psicología de Santa Teresita de Lisieux puede parecer una empresa temeraria, además de ambiciosa. En efecto ¿cómo atreverse a sondear el alma de una joven carmelita armado con conceptos, teorías y modos de ver psicológicos -naturales diría- que aparentemente poco tienen que ver con el fenómeno de la santidad? Por otra parte ¿qué ha de entenderse por "psicología"?. Es un término de una amplitud enorme que sugiere una pluralidad de cosas, muchas de ellas contradictorias. En esta ocasión me voy a referir a un aspecto del perfil de Teresita cuando digo que voy a tratar de la psicología de santa Teresita. En primer término, no voy a considerar aquí como psicología un estudio de la inteligencia de la santa, es decir no me propongo examinar si Teresita fue un genio intelectual o algo parecido, habida cuenta de un despertar notablemente precoz de su inteligencia. Tampoco entiendo por psicología aquí una investigación de la afectividad de Teresa, aunque he de aludir indirectamente al desarrollo de sus afectos y emociones. Quiero referirme a su personalidad, y más precisamente voy a intentar mostrar cómo Teresita es un caso maravilloso de personalidad madura, bien lograda.

 

Santa Teresita: un caso de personalidad madura

A continuación voy a presentar algunos rasgos o caracteres de aquello que define o configura a una personalidad como madura. Para tal fin, me permitiré glosar algunas ideas del notable psicólogo personalista norteamericano Gordon W. Allport (1). Sin embargo, y antes de presentar la teoría psicológica correspondiente, concédaseme una observación preliminar.

Una de las ideas madres que ha inspirado estas líneas sobre Teresita no es sino aquella vieja tesis de la filosofía y teología escolásticas que reza más o menos así: la gracia supone la naturaleza. En el sentido filosófico-teológico estricto quiere decir que lo sobrenatural no subsiste en sí mismo, sino en otro; lo sobrenatural no es por tanto substancia, sino accidente sobrenatural. El orden sobrenatural requiere una naturaleza creada en que pueda sustentarse y actuar (2). El ordo caritatis no puede instalarse en un alma que impugne deliberadamente el ordo iustitiae. El hombre injusto jamás puede ejercitar la donación que supone el amor de caridad. O dicho con palabras más cercanas a la intención de este trabajo: no puede existir vida sobrenatural en un alma en pecado mortal. En efecto, la santidad supone y exige un hombre moralmente íntegro, pleno, en posesión de sus fuerzas, aptitudes y tendencias en aquel punto de inflexión que conduce a la armonía interior (3). Mas aún, el santo puede ser un enfermo, aunque la santidad supone un despliegue de la vida de la gracia, un grado de madurez psicológico; una cierta responsabilidad moral. La neurosis como enfermedad de la personalidad es un obstáculo psicológico contra la santidad pero no insalvable. Me doy cuenta de que es ésta una afirmación dura y difícil de aceptar para ciertas escuelas de psicología que creyendo que todos los hombres sin excepción somos más o menos neuróticos no habría dificultad alguna en admitir que seamos más o menos santos. Por el contrario, el santo ha de ser por fuerza un hombre sano. La santidad supone en todos los órdenes y niveles, una notable capacidad de autodeterminación, un auténtico ejercicio de la libertad de elegir según la capacidad de cada persona y son estas condiciones más o menos vedadas a las personas mentalmente enfermas o con serios desajustes en su personalidad.

Hay una segunda tesis que conviene recordar y en cierto modo conciliar con esta que acabo de mencionar. Y es esta: la gracia perfecciona a la naturaleza. Lo sobrenatural no es algo que se añada de forma extrínseca a la naturaleza, sino que constituye con ella una unión intrínseca y orgánica. Penetra en la esencia y la fuerza de la naturaleza perfeccionándola, o bien dentro del orden creado, o bien elevándola al orden divino del ser y del obrar. Los Padres de la Iglesia y los teólogos comparan lo sobrenatural con el fuego que encandece el hierro o con el vástago fértil de exquisita planta, injertado en un patrón silvestre (4). Es decir, la gracia no sólo eleva el alma a Dios, no sólo coloca a la criatura en una altura imposible de alcanzar con las solas fuerzas naturales, sino que también ordena, arregla y sana a la misma naturaleza herida por el pecado. Es verdad que quien no practica la justicia difícilmente será un hombre caritativo; del mismo modo, quien no es buen hombre así a secas, es decir, honesto, decente, veraz, nunca será un buen cristiano. Mas es verdad también que la vida sobrenatural en el alma va de poco a poco mejorando aquellas inclinaciones torcidas, aquellas malas tendencias, los hábitos desquiciados; va enderezando lo que está torcido, llenando lo que está vacío, abajando lo que está muy alto; en breve, la gracia va perfilando en nosotros nuestro mejor hombre y nuestra mejor mujer. Porque la gracia no sólo nos da la vida divina, la misma vida de la Trinidad en el alma sino que cura lo que en nosotros humanamente está dañado. Estas dos tesis deben conciliarse para entender el alma de un santo y en particular de santa Teresita. Fue santa ella porque la gracia echó buenas raíces en un humus humano saludable, aunque la base psicológica haya gozado en ocasiones de un equilibrio precario. Pero también la gracia en grado admirable contribuyó a dotar de armonía a ese humus, a esa base psicológica humana hecha de historia personal y disposiciones de personalidad.

Gordon Allport observa que, "no es fácil describir la riqueza distintiva y la coherencia de una personalidad completamente madura. Hay tantos modos de desarrollo como individuos en crecimiento y en cada caso el producto final es único. Pero si se buscasen criterios generales para distinguir una personalidad completamente desarrollada de otra inmadura, existen tres características diferenciadoras que parecen indispensables y universales (5).

En primer término, la persona madura tiene generalmente una variedad de intereses autónomos, esto es, puede entregarse al trabajo, a la contemplación, a la recreación o a la lealtad para con los otros con una competencia igualmente equilibrada. Participa con calor y vigor en toda empresa que ha adquirido valor para él. Por el contrario, el egocentrismo es exactamente lo opuesto a la madurez. En efecto, la característica del hombre maduro consiste en aquella capacidad para olvidarse de sí mismo en el esfuerzo por alcanzar objetivos no referidos en primera instancia al yo. Toda vida parece deficiente e inmadura a menos que esté dirigida hacia afuera, a menos que esté absorbida en causas y objetivos superiores al egoísmo y la vanidad. Nuestro autor denomina extensión del yo a este primer requisito para la madurez. Dice al respecto que "una vez que se ha alcanzado una orientación objetiva definida, los placeres y penas del momento, los reveses y derrotas y el impulso de autojustificación pasan a un segundo plano que de ningún modo oscurecen los objetivos elegidos. Estos objetivos elegidos representan una extensión del yo..." (6).

El segundo requisito de la madurez es un factor curiosamente sutil que complementa al anterior. Podemos llamarlo auto-objetivación, escribe Allport. "Se trata de ese peculiar desprendimiento que muestra la persona madura cuando examina sus propias pretensiones en relación con sus habilidades, sus objetivos presentes en relación con los objetivos posibles para él, sus propias dotes en comparación con las dotes de los demás y su opinión sobre sí mismo en relación con la opinión que los otros tienen sobre él" (7). Esta capacidad de auto-objetivación supone una comprensión de sí mismo que bien puede llamarse introvisión y está ligada de modo complejo y sutil con el sentido del humor. Es difícil poner en duda, en efecto, que el humor es una posesión casi invariable de una personalidad madura.

Un rasgo de humor de Teresita. Cuenta su madre en una carta:

"Teresita me preguntaba el otro día si iría al Cielo. Le contesté que sí, a condición de que fuese muy buena. Ella replicó: ‘Sí, pero si no fuera buena iría al infierno. Sé muy bien lo que haría entonces: volar a ti que estarías en el Cielo. ¿Cómo se las arreglará Dios para atraparme?. Tu me apretarías fuertemente entre tus brazos'. Leí en sus ojos -continúa su madre- que estaba positivamente convencida de que nada podría hacerle Dios si se escondía entre los brazos de su madre" (8).

Hasta aquí la madre de Teresa. Y uno piensa que además de la inocencia infantil que se trasluce en los deseos y pensamientos de Teresita, hay que tener un gran sentido de la confianza y un notable sentido del humor para tomarse el infierno en solfa como lo hace esta niña de no más de 3 años. Y sobre todo en aquellos tiempos de espiritualidad profundamente rigorista.

Por último, y como existe una suerte de antítesis entre la capacidad de entregarse vigorosamente y la capacidad de contemplarse a sí mismo quizás con aire divertido, la personalidad madura debe incluir un tercer factor, un factor integrador, cual es, una filosofía unificadora de la vida. Tal filosofía no es necesariamente algo articulado, por lo menos, no en palabras. Lo que sí está claro de acuerdo a esta teoría que venimos siguiendo es que toda personalidad madura actúa, medita, vive y ríe de acuerdo con alguna concepción abarcadora de la existencia, desarrollada de acuerdo con sus propios requerimientos y que le muestra a esa persona su lugar entre las cosas. Filosofía unificadora es sinónimo de concepción unitaria de la vida, es decir, articulación del orden axiológico en torno a un valor central que ordena, jerarquiza y dirige todas las decisiones e intenciones presentes en la complejidad de la vida (9).

En verdad, no resultaría difícil poner en evidencia y a la luz de lo que acabo de exponer que Santa Teresita fue una personalidad extraordinariamente madura. Las tres notas podrían reconocerse en ella sin grandes dificultades. Fue, en efecto, una personalidad totalmente desprendida muy lejos del egocentrismo, y entiendo desprendimiento aquí en un sentido más bien psicológico que moral. En una ocasión cuando Leonia, siendo ya adolescente, regaló sus juguetes a Celina y Teresita, sus hermanas menores, Celina se conformó con elegir un pequeño mazo de presillas; sin embargo, Teresita, al mismo tiempo que se apropiaba de la cesta, dijo a Leonia aquellas palabras, "Yo escojo todo" (10). Tales palabras no han de interpretarse como un gesto de egoísmo infantil sino más bien como el preanuncio de su vocación a la entrega total y a la grandeza: al grande amor, al grande sufrimiento y al Dios Grande. Yo escojo todo fue un desprecio a las pequeñeces del egoísmo, a la tendencia miserable de reducir todo a lo "mío" y "tuyo", fue un rechazo a parcelar lo inconmensurable. Fue, por fin, una continuación perfecta aunque oscura para aquella niña, del todo y la nada de San Juan de la Cruz.

Teresita estuvo también muy bien dotada para el conocimiento de sí misma; más aún, y a pesar de su período de llanto continuo y extremada sensibilidad, sabía reírse de sí misma. La capacidad de reírse de uno mismo, en el cristiano, está estrechamente vinculada al sentimiento profundo de vivir de acuerdo con la Voluntad de Dios. Quien sabe y vive todo con la convicción de que Dios dirige todo, no puede más que saber reírse de sí mismo cuando fracasa, cuando las humillaciones le hacen "besar la tierra", porque un cristiano verdaderamente enamorado sabe que su Padre está en el fracaso y en las humillaciones también. Por último, poseedora desde la temprana aurora de su razón de una visión profundamente unitaria de la existencia, con un sólo Objetivo e ideal en su horizonte. Leyendo sus Manuscritos y sus Cartas con absoluta evidencia se da cuenta uno de que Teresita tuvo una intencionalidad y direccionalidad manifiestas en su vida. Y es un caso notable de madurez precoz, si puede decirse así, pues desde los dos años de edad abrigaba en su corazón el deseo de ser religiosa, de consagrarse enteramente a Dios (11). Recuerda también Teresa que desde la edad de tres años, comienza a no negar a Dios nada de lo que le pedía. Ahora bien, si no fuera por este "enorme adelanto en formular su plan de vida", a edad tan temprana, no se explicaría el hecho de que quisiese abrazar la vida austera y contemplativa del Carmelo a una edad en que otras jóvenes apenas comienzan a conocerse a sí mismas y a esbozar tímidamente sus proyectos de vida. Teresita fue ciertamente una niña precoz en este sentido, "maduró mucho antes que el resto, decisiones, fines y objetivos definitivos para su vida". (12)

Otro aspecto en este sentido es el sello del sufrimiento. Y me refiero aquí a la insistencia de Teresita en mantenerse en el objetivo que se había trazado, es decir su ingreso en el Carmelo a una edad que no era la permitido. Insistencia dulce y fuerte a la vez, mantenida con una perseverancia extraordinaria e inasequible al desaliento profundo, es decir a aquel que quita la paz del fondo del corazón entregado a Dios. Y cómo no recordar a este respecto el largo y penoso proceso de marchas y contramarchas que Teresa hubo de pasar para ingresar finalmente al Carmelo. (13)

 

Neurosis y Santidad

¿Fue Santa Teresita una mujer neurótica?. Esta es la objeción que han puesto algunos autores que recientemente han revisado la historia de Teresita y la de su familia (14). Pero yo me he formulado esta pregunta en atención a lo que Teresa misma ha escrito en el Manuscrito dedicado a la Madre Inés de Jesús. En la edición de las Obras Completas citada en este trabajo hay un apartado intitulado Después de la gracia de Navidad (Cap. V) donde Teresita relata aquello que ha venido a conocerse como la gracia de Navidad. ¿En qué consistió eso?. Dice allí la santa:

"Verdaderamente mi extremada sensibilidad me hacía insoportable. Si me acontecía disgustar involuntariamente a alguna persona querida, en vez de hacerme fuerte y no llorar, lloraba como una Magdalena, lo cual aumentaba mi falta en lugar de disminuirla. Y cuando empezaba a consolarme de la falta en sí misma, lloraba por haber llorado... Eran inútiles todos los razonamientos: no conseguía corregir tan feo defecto".

Y añade a continuación:

"No sé cómo podía mecerme en la dulce ilusión de entrar en el Carmelo sin haber salido aún de los pañales de la infancia... Era necesario que Dios obrase un pequeño milagro para hacerme crecer en un momento. Y el milagro lo realizó el día inolvidable de Navidad... "La noche en que El se hace débil y paciente por mi amor, a mí me hizo fuerte y valerosa. Me revistió de sus armas... Aquella noche, la fuente de mis lágrimas se secó y en adelante sólo volvió a manar alguna que otra vez y con dificultad..."... "Fue el 25 de diciembre de 1886 cuando se me concedió la gracia de salir de la infancia; en otras palabras, la gracia de mi completa conversión". (15)

La sensibilidad extrema suele ser un rasgo de las personalidades melancólicas, que puede hacerse patológico y convertirse o bien en una neurosis de tipo neurasténica, o bien en una neurosis depresiva. La depresión, en general, es "una enfermedad en la que destaca una tristeza profunda, desproporcionada a la situación" (16) Desde otro punto de vista bien puede decirse que "las personas afectadas por este tipo de neurosis presentan un desaliento crónico, no se sienten capaces de afrontar las dificultades comunes de la vida ordinaria y, en consecuencia, atemorizadas, tienden a retirarse de la lucha por la vida (17). En ocasiones, la depresión es una respuesta anormal, en intensidad o duración, a conflictos, disgustos o tragedias. En este caso se habla de una depresión exógena o reactiva. La sintomatología puede sobrevenir a una persona que fue emocionalmente normal hasta ese momento -es decir hasta el momento del conflicto, disgusto o tragedia- o sobre una disposición anómala del carácter, esto es, el carácter melancólico. Uno de los rasgos típicos del cuadro clínico de la neurosis depresiva radica en la debilidad del ánimo. En efecto, el enfermo está triste, llora o desea hacerlo, siente intensa angustia y desconsuelo. Mas aún, canaliza la debilidad, la desconfianza y el abatimiento a través del llanto. Por esto quizás algunos psiquiatras -como Vallejo- Nágera, por ejemplo- aseveran que la depresión no es una enfermedad mental, sino más bien enfermedad del estado de ánimo, de la afectividad. Por último, y a diferencia de los neurasténicos, los depresivos no son orgullosos, pero si muy frágiles y extremadamente delicados.

Teresita podría haber enfermado, si esa sensibilidad extrema no hubiese desaparecido. Sin embargo, dice la santa: "La obra que yo no había conseguido realizar en diez años, Jesús la consumó en un instante...". "Aquella noche luminosa comenzó el tercer período de mi vida, el más hermoso de todos, el más lleno de gracia del Cielo" (18). Teresita había vuelto a encontrar la fuerza de su alma, perdida a los cuatro años y medio, cuando su madre muriera. Y esta fuerza habría de conservarla ya para siempre. En realidad no es que Teresita haya hablado ella misma de "neurosis" o "rasgos neuróticos". Sólo he querido tomar el texto citado más arriba como un ejemplo privilegiado de lo que significa una encrucijada difícil para una personalidad delicada, extremadamente sensible como lo fue ella. Con todo, Teresa padeció una "extraña enfermedad" en los primeros meses del año 1883 de la que ella misma da cuenta en el Manuscrito dedicado a la Madre Inés de Jesús. Algunos testigos refirieron la presencia de temblores nerviosos, seguidos de crisis de miedo y alucinaciones que se repetían varias veces al día. Casi siempre parecía estar en delirio, pronunciando palabras sin sentido; y sin embargo Teresa está segura de no haberse hallado ni un solo instante privada del uso de la razón. Con frecuencia parecía estar desvanecida, sin poder ejecutar ni el más mínimo movimiento; no obstante, entendía todo cuanto hablaban a su alrededor. En los períodos más críticos tenía crisis motrices durante las cuales Teresa realizaba movimientos rotatorios de todo el cuerpo, de los que habría sido incapaz en estado de salud. Al parecer, la enfermedad se hizo tan grave, que según los cálculos humanos no tenía remedio. La curación, milagrosa, adviene el 13 de mayo de 1883. Las tres hermanas -María, Leonia y Celina- son testigos del cese de la enfermedad. Padecerá algunas crisis más pero no volverán a repetirse ni los delirios ni tampoco los movimientos violentos. Teresa queda débil psicológicamente y toda la familia está en guardia contra cualquier emoción que pueda perjudicar a la niña. Doce años más tarde dirá Teresa, recordando esta enfermedad, que su alma todavía no estaba madura.

Ahora bien, difícilmente pueda interpretarse este hecho de su infancia como un síntoma, un brote de su futura neurosis o de su enajenación. Esta enfermedad no revela, a mi juicio, ninguna forma de neurosis soterrada sino a lo sumo una suerte de trastorno reactivo. Algunos autores hablan de depresión endo-reactiva (19). Y con esto quieren aludir al papel desencadenante que desempeñarían los disgustos -muerte o separación, por ejemplo- en aquellos casos en que la predisposición del individuo puede ser mínima o prácticamente nula. Lo reactivo es ante todo una respuesta, exagerada, de la personalidad individual ante un estímulo procedente del ambiente en el que aquella vive. ¿Cuándo se convierte en patológica tal reacción? Cuando la intensidad y duración de los síntomas sobrepasan claramente la proporción estímulo-reacción. Suelen ser más intensas las reacciones en los casos en que sorprenden al sujeto sin darle tiempo a elaborar defensas psicológicas. La muerte súbita suele ser inesperada. Teresa había padecido la de su madre carnal y de un modo inesperado quizás para ella había perdido a su "segunda madre" en octubre de 1882. Tal vez fue demasiado para una niña tan delicada. Fue una "reacción" ciertamente pero la brevedad de los síntomas no autorizaría a hablar de patología.

Pero he hablado de una forma particular de neurosis y en relación a uno de los rasgos de la personalidad de Teresa. Cabe formularse ahora dos preguntas más generales: ¿qué es la neurosis? y ¿cómo se llega a ella?. Observa Torelló que "en la base de la neurosis, se encuentra siempre una personalidad egocéntrica. Y el egocentrismo es un pliegue afectivo-emotivo que impregna toda la personalidad; se trata de un vivir emotivo en torno a uno mismo, una idolatría no-conciente del yo que se siente amenazado. La neurosis consiste en un grave error vital, en un plan de vida equivocado, en una pérdida del sentido de la existencia, en una traición a la íntima vocación religiosa y humana, en una rebelión inconsciente contra las realidades y los valores, en un modo estrecho y erróneo de estar en el mundo. Este error de perspectiva lleva consigo un fuerte egocentrismo y una fuga de la realidad o artificiosidad, por la cual el neurótico es siempre poco auténtico, no es el que demuestra o quiere demostrar ser y la angustia, el miedo, el sentido de inferioridad desencadenan una serie de perturbaciones psíquicas y físicas que facilitan y ‘justifican’ esa fuga de la tarea y de la postura del sujeto en el mundo. El neurótico es un fugitivo que se excusa con su propio sufrimiento e intenta justificarse con su fatalismo pesimista. (20) Se me perdonará una cita tan larga pero creo que valía la pena ofrecer una descripción tan acabada de la neurosis y del neurótico.

Para que el error vital venga a convertirse en una neurosis es preciso una combinación "explosiva" de algunos factores. En primer lugar, una educación equivocada (mezcla de sobreprotección y autoritarismo en dosis extremas). Segundo, una emotividad de carácter egocéntrico fuertemente perturbada por aquella, es decir por la mala educación. Recién mencioné el egocentrismo. Pues bien, egocentrismo, egotelismo y egoísmo son tres términos que en algo se asemejan y en algo no. En algunos casos conviene tomar el término en un sentido moral, como si se tratase de un pecado, es decir una actitud conciente de la voluntad. En otras ocasiones habrá que mentar el sentido psicológico, es decir de estructuración de la personalidad en torno a valores, fines y actitudes que se ordenan y jerarquizan en torno al propio yo. Todos tenemos algo de egoísmo, egocentrismo y egotelismo pero no por eso somos necesariamente neuróticos. Tercero, hace falta para llegar a ser neurótico un conjunto subsiguiente de errores de juicio, es decir una falta de adecuación o ajuste a la realidad, que da como resultado y consecuencia un planteamiento equivocado de la vida. Y aunque el neurótico no es del todo irresponsable, es decir puede haber algo de compromiso voluntario en mantener la orientación egocéntrica de la personalidad; sin embargo, tiene un fuerte atenuante en la responsabilidad de sus actos y no puede ser juzgado con la misma medida con que es juzgado el hombre normal. (21)

Por todas estas razones la neurosis representa una especie de tentación permanente, un serio obstáculo para una vida moral y espiritual sana. Por lo demás, los obstáculos, las tentaciones, los conflictos íntimos, los dolores son para el hombre una ocasión para purificarse y para madurar. Sólo en este sentido la neurosis puede ser considerada como una invitación a la purificación, como una suerte de conciencia dolorosa que obliga siempre al enfermo a volver a la realidad. Volviendo a Teresita hay que afirmar que el hombre auténticamente religioso no es neurótico. El verdadero santo se manifiesta precisamente por el hecho de que no llega a ser neurótico. El psiquiatra Rudolf Allers lo ha expresado muy bien cuando ha dicho que "...la única persona que puede ser totalmente libre respecto de la neurosis es el hombre cuya vida transcurre en entrega auténtica y libre a las obligaciones naturales y sobrenaturales de la vida. En otros términos, más allá de la neurosis no hay más que la santidad." (22) Si se me permitiese reformular esta última idea precisaría que más allá de la neurosis no hay más que la madurez y ésta es el humus indispensable sobre el que se asienta la santidad. Es verdad, por cierto, que un neurótico puede alcanzar formas acabadas de religiosidad, pero a condición de que abandone progresivamente su neurosis.

Teresita habla de salir de la infancia. Una notable psicoanalista ha formulado con bellas palabras esta relación entre neurosis y santidad. "El santo no está atado a su infancia, sino que se caracteriza por una constante disposición a emociones nuevas, gracias a la perfecta juventud de su sensibilidad. En el hombre que ha sublimado sus instintos la afectividad pasa libremente e inunda todo el campo de su conciencia. El santo se ha liberado de su infancia y todos los días festeja los tres años recién cumplidos. Y concluye: el santo es un viajero sin equipaje" (23).

 

Conclusión

Por último, y para concluir, si se piensa en la unidad que la santidad lleva consigo, en la simplicidad en que consiste, que impulsa a toda la existencia hacia el unum necessarium, lo único necesario del que habla Nuestro Señor y que se manifiesta en las dos notas señaladas por Santo Tomás, es decir la pureza de corazón y la fortaleza; se comprende entonces que la santidad es de hecho incompatible con la neurosis que implica división interna, radical complicación, un egocentrismo que desvía la intención y una enorme inestabilidad emocional no dominada. El santo es simple, ha alcanzado la máxima simplificación en la aceptación plena de la voluntad de Dios; el santo está en el polo opuesto de las "naturalezas complicadas" siempre amenazadas por la neurosis. Para mantenerse firmes ante los conflictos, las dificultades y las tentaciones hay que ser sencillos. (24)

A mi juicio, este episodio que he relatado de Santa Teresita muestra con suficiente claridad que el egocentrismo fue definitivamente derrotado, que su pureza de intención se hizo universal y continuada, que la firmeza interior se aseguró para siempre y que la unidad, la gran simplicidad del místico -todo santo lo es en el fondo- estaba en el camino seguro de conquistarse. Y qué mejores muestras de profunda unidad vital y simplicidad que las palabras con las que la misma Teresa principia su Historia primaveral de una florecilla blanca. Dice textualmente: "Además no se trataba de hacer otra cosa sino de comenzar a cantar lo que he de repetir eternamente: ‘Las misericordias del Señor’ ". Y aquellas otras palabras hacia el final de su Manuscrito: "¡Oh qué dulce es el camino del Amor!. ¡Oh, cómo deseo dedicarme siempre con el más absoluto abandono a cumplir la voluntad de Dios!". (25)

 

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NOTAS

(1) En esta contribución voy a referirme principalmente a su importante obra Personality. A psychological interpretation, que fuera traducida al español con el título Psicología de la Personalidad, Buenos Aires, Paidos, 1970.

(2) Ludwig OTT, Manual de Teología Dogmática, Barcelona, Herder, 1969, p. 174.

(3) Para el tema de la armonía humana puede consultarse con provecho la obra del P. Fr. Armando DIAZ O.P., El hombre visión integral, Santa Fe, Editorial Universidad Católica de Santa Fe, 1995. En el cap. I el autor desarrolla el tema de la triple armonía que se da en el hombre (pp. 13-20).

(4) Ludwig, OTT, op. cit., p. 174.

(5) Las consideraciones que siguen a continuación las tomo de la obra de Gordon W. ALLPORT, ya referida, Psicología de la personalidad, 3ra. ed., Buenos Aires, Paidos, 1970, pp. 231 y ss.

(6) Gordon W. ALLPORT, op. cit., p. 231.

(7) Gordon W. ALLPORT, op. cit., p. 232.

(8) El pasaje de la carta de la Sra. de Martin citado es reportado por la misma Teresa en el Manuscrito dedicado a la Reverenda Madre Inés de Jesús (Manuscrito "A"), pp. 15-16. Este es el primero de los tres Manuscritos Autobiográficos, más conocidos como Historia de un alma. Sigo la versión castellana de las Obras Completas de Santa Teresita del Niño Jesús, a cargo de Fr. Emeterio G. Setién de J.M., OCD, 3ra. ed., Burgos, Monte Carmelo, 1969.

(9) Gordon W. ALLPORT, op. cit., p. 232 y pp. 245-249.

(10) Santa TERESITA DEL NIÑO JESUS, Manuscritos Autobiográficos, Manuscrito "A", pp. 27-28. En: Obras Completas... Luego de haber relatado el hecho, Teresa escribe que ese episodio de la infancia "es el resumen de toda mi vida. Más tarde, cuando se me manifestó la perfección, comprendí que para llegar a ser santa era necesario sufrir mucho, buscar siempre lo más perfecto y olvidarse de sí misma. Comprendí que en la perfección había muchos grados, y que cada alma era libre de responder a las insinuaciones de Nuestro Señor, libre de hacer poco o mucho por El. En una palabra: libre de escoger entre los sacrificios que Jesús pide. Entonces, como en los días de mi infancia, yo exclamé: ‘Dios mío, lo escojo todo’. No quiero ser santa a medias. No me asusta el sufrir por vos. Sólo me asusta una cosa: conservar mi propia voluntad. Tomadla vos, pues yo escojo todo lo que vos queráis" (p. 28).

(11) Dice Teresa: "Con frecuencia oía decir que, seguramente, Paulina sería religiosa. Sin entender bien lo que era aquello, pensaba: ‘Yo también seré religiosa’. Es éste uno de los primeros recuerdos. Ya nunca cambié de resolución". Santa TERESA DEL NIÑO JESUS, op. cit., p. 17.

(12) Puede consultarse el texto de Mons. Guy GAUCHER, Así era Teresa de Lisieux, 2da. ed., Burgos, Monte Carmelo, 1996, particularmente aquellas páginas dedicadas a comentar el carácter de Teresa cuando niña (pp. 20-27) y aquellas otras dedicadas a La pérdida de su segunda madre (15 de octubre de 1882) (pp. 47-50). Su ‘segunda madre’ es su hermana Paulina, quien fuera más tarde en el Carmelo de Lisieux, la Madre Inés de Jesús.

(13) En el Prólogo al Manuscrito "A", Teresa escribe lo siguiente: "Me encuentro en una época de mi existencia en que puedo echar una mirada sobre el pasado. Mi alma se ha madurado en el crisol de las pruebas exteriores e interiores " [las cursivas son mías]. En nota a pie de página, el comentarista señala que Teresa escribe estas líneas en enero de 1895, después de siete años de vida religiosa, posteriormente a la muerte del Sr. Martin y a todas las angustias que le trajo consigo la enfermedad de su padre. Se refiere también a las dificulta- des de toda especie que halló desde su entrada en el Carmelo (sufrimientos físicos y morales, arideces espirituales y habría que añadir también -aunque no lo diga el comentarista- la tremenda prueba de la noche de la fe un año antes de su muerte).

(14) En particular me refiero al libro de Jacques MAITRE, L’orpheline de la Bérésina, Thérese de Lisieux. Essai de phychanalyse socio-historique, Paris, Editions du Cerf, 1995.

(15) Santa TERESITA DEL NIÑO JESUS, op. cit., pp. 121-122.

(16) Juan Antonio VALLEJO-NÁGERA, Depresión y Manía. Depresión Unipolar. Depresión Bipolar. Psicosis maníaco-depresiva. Reacción depresiva. En: Juan Antonio VALLEJO-NÁGERA, Guía práctica de psicología, 7ma.ed., Madrid, Ediciones Temas de Hoy, 1991, p. 613-614.

(17) Vincenso POLIZZI, Elementi di psicopatologia in funzione del rapporto educativo, Roma, Libreria Ateneo Salesiano (LAS), 1983, p. 29.

(18) Santa TERESITA DEL NIÑO JESUS, op. cit., p. 124. Cabe decir por lo demás que Teresa distingue en la historia de su alma, tres períodos bien definidos. El primero, desde la aurora de su razón hasta la muerte de su madre -agosto de 1877- cuando Teresa contaba cuatro años y medio. El segundo período de su existencia, el más doloroso de los tres, desde 1877 hasta aquella noche luminosa de la Navidad de 1886. Fue su vida en los Buissonnets un período de llanto continuo y sensibilidad enfermiza. El tercer y último período, el más hermoso de todos, desde 1887 hasta su muerte en 1897.

(19) Fernando CLARAMUNT, ¿De dónde vienen los trastornos mentales? ¿Qué significa "endógeno", "exógeno" y "reactivo"?. En: Juan Antonio VALLEJO- NÁGERA, Guía práctica de psicología, 7ma.ed., Madrid, Ediciones Temas de Hoy, pp. 586-587.

(20) Juan Bautista TORELLO, Psicoanálisis y Confesión, 2da. ed., Madrid, Rialp, 1974, pp. 148, 150 y 151.

(21) Juan Bautista TORELLO, op. cit., pp.146 y 150-154.

(22) Rudolf ALLERS, Phychology of Character, p. 326. Citado en Juan Bautista TORELLO, op. cit., p. 159.

(23) Maryse CHOISY, Psicanalisi e Cattollicesimo, Roma, Astrolabio, 1951, p. 191.

(24) Juan Bautista TORELLO, op. cit., p. 160.

(25) Santa TERESITA DEL NIÑO JESÚS, op. cit., pp. 5 y 242 respectivamente.