El Padre Marie-Etienne Vayssière, O.P.

(1864-1940)

 

Paul-Laurent Carle, O.P.

 

Toussaint Vayssière, nacido en una familia de aldeanos en Quercy, Saint-Cèrè, y bautizado el 29 de octubre de 1864, pierde muy pronto a su madre y a su hermana, luego a su padre (que era carpintero), y vive adoptado en casa de una tía. Recibe una sólida educación catequística y hace una ferviente primera comunión a los doce años, el domingo de la Pasión, en fecha 26 de marzo de 1876 (cada año festejaba este aniversario y el de su bautismo). Hacia los diez años siente en sí el llamado al sacerdocio. Su educación en el seminario menor, luego en el seminario mayor de Cahors, revela en ese temperamento ardiente, aun violento, un corazón fervoroso y una inteligencia excepcional.

La lectura de Santo Domingo de Lacordaire le comunica entonces el virus de la vocación dominicana. La figura de Santo Domingo lo fascinará para siempre: será el Padre amado cuyo recuerdo ya no lo abandonará.

 

Primeros años dominicanos

Entra en el noviciado de Toulouse en 1887, no sin antes, en un primer impulso, presa de pánico, haber huido a toda velocidad delante de la entrada del convento. Toma los hábitos el 3 de agosto, fecha del descubrimiento de las reliquias de Saint-Etienne. A ello se debe sin duda que recibe el nombre de Fray Marie-Etienne. Como estudiante en San Maximino, encuentra allí una vida muy austera: vigilia perpetua, ayuno desde el 14 de septiembre hasta Pascuas, levantarse todos los días en medio de la noche para maitines; las expulsiones de 1880, y luego en 1905, reafirman disciplinas y observancias, y suscitan en los religiosos una mentalidad de pioneros obligados sin cesar a volver a partir de cero. Ello inducía excesivos ardores de neófito, que van a producir en el joven dominicano un problema mental duradero, el de toda su vida. El, que se hizo dominicano para predicar, deberá permanecer mudo (aunque sin embargo no hay que exagerar, ya que después de su muerte se encontró un importante legajo de sermones e instrucciones dados a monjas o a sus hermanos como Provincial). El apasionado por los estudios teológicos debe renunciar a ellos para siempre. Se le prohíbe prácticamente la lectura, salvo veinte minutos como máximo. Es así que más tarde leerá con pasión a Catalina de Siena, Luis de Granada, Chardon, los autores espirituales dominicanos o San Juan de la Cruz, Teresa de Ávila y La historia de un alma.

Su Padre formador, el P. Colchen, gran penitente (se decía que a veces se flagelaba durante una hora por día), pero de una gran bondad, no había percibido al comienzo la gravedad de esa repercusión cerebral. Pero, seguro de su gran valor religioso, insiste para que, a pesar de los estudios incompletos, el hermano sea ordenado sacerdote ad missam. Se le confiere el Orden en la capilla episcopal del obispo de Fréjus el sábado 19 de septiembre de 1891... Ese "bueno para nada", de acuerdo a su confidencia, es asignado al convento de Biarritz. En ese convento de San José, donde el confesionario no se vacía en todo el día, se le prohíbe al principio todo ministerio, aun el de confesor. Empero esta inacción no dura. Muy pronto se le confía ese ministerio de misericordia, donde va desde entonces a dar lo mejor de sí mismo.

 

La Sainte-Baume

En 1900 se encuentra vacante el cargo de guardián de la gruta votiva de Santa María Magdalena. Allí lo envía provisoriamente el Padre Provincial; permanecerá treinta y dos años. Es un lugar extraordinario, con su microclima, su fauna y su flora especiales, su vasto bosque de hayas ("el haya, rey de los bosque húmedos", decía Chateaubriand), al abrigo de una cadena montañosa calcárea de 12 Km., a más de 1000 metros de altura, dominado, más arriba de la gruta, por la capilla de S. Pilon (994 m). Como la cabellera de María Magdalena, el frondoso bosque desciende hacia la planicie, socavada por sus pozos ahí donde comienza la seca Provenza, con sus eriales, sus asfodelos, su tomillo, su romero, tan fragantes. De ese lugar de peregrinación, importante desde los siglos antiguos, emana espontáneamente una grandeza sagrada. Por un vuelco sorprendente, ahí donde tal vez se ejercía la prostitución sagrada, el cristianismo, con la gruta votiva de santa María Magdalena, instaló el culto de la pecadora arrepentida, la que mucho amó. La leyenda provenzal fue providencial: se pensaba que había venido a evangelizar Marsella en las márgenes de Lazare, y que luego se habría retirado, penitente y contemplativa, a la famosa gruta votiva (1), en espera de "su ascenso al Padre" (Jn. 20, 17). El Padre Vayssière se contentaba con decir: "Si es que ella no ha venido, viene, está aquí!"

El Padre Vayssière llega un día desde Sta. Catalina de Siena, cuando el bosque de hayas y de encinas comienza a reverdecer.. El P. Audriun (+1948), futuro misionero en Brasil, pasaba por la Sainte-Baumé antes de embarcarse para América del Sur en 1903: oye hablar de ese religioso que por su incapacidad y su inutilidad apostólica ha merecido ser relegado a ese lugar. En realidad, aunque una sola vez, en una de sus cartas, él se auto-intitula "eremita", será dominicano, apóstol cien por ciento! Allá arriba, nuestro joven religioso, que entonces tenía 36 años, va a encontrar a su "inseparable" durante treinta y dos años, el hermano Enrique, converso devoto e infatigable, hombre de todo servicio, que ofrecía a los peregrinos un bienvenido tazón de chocolate o un café de garbanzos; que corría de un lado a otro como una laucha; o que echaba pestes en el bosque contra la borrica que cargaba el abastecimiento de la gruta y se negaba a remontar la pendiente: "Arre, inútil, no olvides que eres la borrica de María Magdalena!"; o que, de ser necesario, trabajaba con el Padre cortando la leña que ardería en las chimeneas. La cocina no era su fuerte: sobrecargado de tareas, se limitaba demasiadas veces a pastas o arroz hervido. De noche, un huevo con ensalada. Cuando el Padre de Foucauld (2), antes de embarcar para Argelia, viene a rezar toda la noche en cuatro etapas, el hermano Enrique hace un extra: una tortilla que se hizo célebre en los anales de la gruta.

Entre el sacerdote y el converso se anuda una sólida y fraternal amistad, y una emulación en la vida de oración y el servicio de Sta. María Magdalena. La adaptación a esta vida magdeliana es sin embargo difícil al principio. En los primeros años, en los días de soledad del invierno, más tarde confesará haber contado sin apercibirse las vigas del techo de la sala de estar. Ya al inicio, debió vencer la tentación de bajar diariamente al albergue que había construido Lacordaire, para hacerse de noticias o leer el diario. Pero un día, en la fuente de Nans, una voz interior lo detuvo: "¿Qué haces? Pierdes tu tiempo"... Tú serás un santo!" (3). Esta orden era perentoria. Retorna a la gruta y permanecerá fiel a su misión a la vez contemplativa y apostólica. Su paseo de descanso, rosario en mano, será desde entonces "la alameda de los Padres", un sendero todavía bien trazado al pie de S. Pilon, que habían realizado los padres dominicanos en el siglo XVII.

 

Confesor

El programa del día no cambia: levantarse a las 5 de la mañana, oración de 6,30 a 7,30, luego la misa, celebrada en gran recogimiento. En seguida la mañana transcurrirá muy rápidamente en el epistolario innumerable enviado a peregrinos y penitentes. Luego es el turno de recepción de los peregrinos. Si en invierno no se trata sino de los patrocinios de las aldeas, desde la primavera afluyen una a una todas las parroquias provenzales en diligencias, cabriolés, más tarde autobuses. Como el Padre no puede predicar, son los cofrades dominicanos, sobre todo el Padre Laugier, quienes aseguran la predicación. El Padre Vayssière recibe en la galería, después en el locutorio, y confiesa tanto cuanto es necesario. Y ese joven religioso al que llamaban bueno para nada, muestra en este aspecto una capacidad de escucha, de consejo, de compasión asombrosa, y aun un gran discernimiento (4).

Pero muy pronto el P. Vayssière va a quedar solo, sus cofrades de la Provincia son rudamente expulsados por las leyes de 1905. De ese modo deviene en abate Etienne Vayassière, reviste la sotana, toma el título de vicario de la parroquia vecina de Nans de la cual depende (5). La angustia por el riesgo de que sea confiscada la hospedería, abraza al Padre y al hermano Enrique. El Padre Provincial ha encargado en cierta forma al P. Vayssière, que ha quedado solo, defender los intereses temporales de ese albergue que está por perderse. El P. Vayssière evocará más tarde con emoción esas novenas fervientes hechas en el mismo recinto, a San José, con el hermano Enrique, y la respuesta venida del cielo un 19 de marzo, fiesta del carpintero de Nazaret: un emisario arribado de improviso de Marsella, aportando la seguridad escrita en tiempo y forma de que el albergue quedaría como posesión dominicana a través de un mediador. El Señor Pedone, ex-oficial de marina, iba a asumir la dirección con una entrega sin límites y "manu militari".

A pesar de sus obstáculos para la predicación, se consagra sobreabundantemente como apóstol: los curas de los alrededores le envían sus fieles, sus patrocinios, lo toman como confesor. Se anudan amistades: el santo deán de Auriol, el abate Fouques (6), que más tarde fuera el confesor infatigable de Marsella, y también el canónigo Rastouil, con su marcado acento provenzal, nativo de Roquevaire al pie de Saint-Baume, que trae de Marsella sus "boinas rosadas", confeccionadas de todas clases por su celo pastoral (7), otro hijo muy amado y terciario dominicano, el Padre Bonifay, de Saint-Zacharie, en ese entonces cura de Nans, poseedor de la legendaria locuacidad provenzal, que dejaría un tan profundo recuerdo como cura de Brignoles, y que el P. Vayssière suplantaba cuanto podía durante los cuatro años de la guerra, de 1914 a 1918, en la casa parroquial de Nans. Todavía se recordaban en Nans las noches de adoración en Jueves Santo y la palabra del P. Vayssière sosteniendo la oración común: un testigo -viejo lugareño- confesaba: "Uno no se aburría!" Llegará a ser cura de Plan-d’Aups, cuando un gran desmejoramiento de su salud lo obliga a permanecer, de 1918 a 1926, en la sede de las hermanas de Betania. La cocina de las Hermanas, más sustancial que la del Hno. Enrique, poco a poco va ir reponiéndole una salud suficiente.

 

Betania

También era Betania su campo de apostolado. Se trataba de un enjambre de ochenta a cien monjas, bajo dirección de la priora Madre María Cecilia (8), mitad de ellas reclutadas entre ex-prostitutas. Pero cuando se conocía el régimen de la casa de clausura, los nervios se desequilibraban, y era una apuesta hacerse religiosa contemplativa en esas condiciones. Para intentarlo se necesitaba la locura apostólica del P. Lataste. El P. Vayssière acude a confesarlas semanalmente. Y allí, con perfecta discreción, las escucha y las alienta. Si una u otra tenía la tentación de volver a su vida anterior, la acompañaba rezando con ella una novena de fidelidad: "Soportará, hermanita, hasta la noche, y si aún a la noche está ahí, cantará su Magnificat". y la Hermanita perseveraba (9).

 

La Tercera Orden

Ese incapaz, "compenetrado -como él decía- de ser nada", que gustaba de repetir con una total convicción: "ego vir videns paupertatem meam" (10), tuvo una influencia apostólica muy sorprendente. De las aldeas de Provenza que venían en peregrinación, había quienes bajo su dirección se volvían apóstoles, éste encargándose de la catequesis, éste de una escuela libre, éste de un patronazgo. Tomemos el ejemplo de Beausset, sobre la vertiente mediterránea de Sainte Baume, el país de "Portales": gracias al cura, el abate Bouisson, de una fe que transportaba montañas, se desarrolló en la parroquia toda una tercera orden joven y activa, y cada año, en la fiesta de Santo Domingo, la aldea subía al alba, y, ¿qué les parece?, a pie, a rendir adoración al Santísimo Sacramento a lo largo de todo el día. El decía riendo, al hablar de los peregrinos que venían a Sainte Baume: "Es curioso, a todos les digo lo mismo y todos regresan contentos!" Le gustaba recitar, con un amplio gesto que abarcaba el horizonte, el versículo del salmo: "Nuestro auxilio está en el nombre del Señor que hizo el cielo y la tierra". A cada peregrino que venía a consultarlo le devolvía la esperanza, y cada uno regresaba reconfortado.

En 1900 las terceras órdenes eran muy activas en Provenza y estaban sólidamente implantadas en las campiñas, junto a las cofradías de penitentes, ellas también desarrolladas. Los dominicanos se ocupaban activamente. El P. Vayssière, que tanto amaba a Sta. Catalina, la terciaria por excelencia, se entregó con toda su alma. Tanto así que un día, llegado a Marsella, su Provincial le sugirió tomar a su cargo la renovación de la tercera orden. Mientras remontaba a pie hacia la gruta (11) cortando camino, desde el viejo santuario de Ntra. Sra. de la Misericordia (con su estatua romana), en Nans, este hombre que confesaba su estado de sequedad espiritual sintió entonces el alma invadida por una profunda y durable iluminación. Se sentía llamada a fundar, con sus hijas más queridas, una suerte de instituto secular de inspiración dominicana. Por esta intención debía orar y ofrendar con ellas. Esta obsesión por "la obra", como él la llamaba, no debía abandonarlo hasta su muerte. Pero en este plano Dios le pediría un desprendimiento total. El Padre Vayssière carecía totalmente del sentido práctico y organizador que reclama la fundación de un instituto. Debía ser un hijo muy querido, el P. José María Perrin (el dominicano ciego que encontró Simone Weil) el que llevaría a cabo esta tarea. La misma fructificó en 1937 en el Instituto secular "Caritas Christi", llamado a una expansión rápida y aun internacional.

La espiritualidad de Caritas Christi: "Permaneced en mi corazón como yo permanezco en el Amor del Padre", era la misma que inculcaba el P. Vayssière repitiendo sin cesar sus famosos lemas: "Dejaos amar." - "En todas las cosas dadle un crédito sin límites" - "Creed en su amor". Otra iniciativa apostólica importante había sido, en 1908, la peregrinación otoñal dominicana del Rosario a Lourdes, cuya intuición inicial había venido de él... Hacia 1927, con el dinero de su libro "Hoja de Ruta" (12), el P. Tapie, Provincial, le pidió construir cerca de la hospedería una casa de retiro llamada Nazareth del Sagrado Corazón, y le confió la dirección. En verano, se sucedían sin interrupción hombres y mujeres. El P. Vayssière se consagrará a esa tarea, con otros predicadores, hasta su muerte.

 

Provincial

Pero en momentos en el que P. Vayssière, después de haber hecho construir la escalera de 150 gradas que conducía a la gruta y al Camino de la Cruz, meditaba grandiosos proyectos para la peregrinación, sucedió lo inesperado. Ese anciano de 68 años, de salud frecuentemente deficiente, era elegido Provincial de la Provincia de Toulouse. El restó importancia a la situación y aceptó la "Voluntad de Dios", una de las ideas rectoras de su vida tras la lectura en 1922 de un pasaje de Dom Marmion. Hasta el final se sentirá asombrado por ese cargo que le toca en suerte y que pesa sobre sus viejas espaldas, sin que nada lo haya anticipado.

Confía a uno de sus hijos más queridos, el P. M. Vicente Bernadot (13), cuando llega a la capital: "Tengo setenta años y llego por primera vez a París" (14). Se animó sin embargo a viajar en tren, con sus toscos bancos de madera en vagones de 3a. clase de la Cía. del Mediodía, sus estrepitosas locomotoras que escupían vapores cargados de sucio polvo de carbón, y a surcar la Provincia de un convento al otro, sin dejar de visitar a las Hermanas dominicanas de Monteil, de Auch, de Gramond.

Su residencia habitual era el Convento de Saint Lazare en Marsella, de maciza capilla, realizada por el mismo arquitecto de Fourvières. Cuando se encontraba en un atolladero, acudía prontamente a Ntra. Sra. de la Guardia, y entonces se reflotaban las finanzas del Padre ecónomo con la llegada del cheque faltante. En verano, consagraba su jornada a la obra de retiros de Sainte-Baume en Nazareth, pero generalmente pernoctaba en la gruta. El otoño lo encontraba en la peregrinación del Rosario, feliz de reencontrar en la Chapelle a sus hijos (y sus hijas). Era todo para todos. El único espacio de tiempo que se reservaba, intocable, era la semana de retiro anual, del 2 al 11 de febrero. Entonces ya no más correo ni teléfono. Partía en un largo viaje, solo con Dios.

Si bien había sido promovido a Provincial, no tenía ninguna experiencia de gobierno. Se lo eligió para establecer la unidad en una Provincia dividida por los remolinos de la Acción francesa. El aportaría la paz, y al mismo tiempo la firmeza y la paciencia misericordiosa: con él no se podía jugar con la obediencia; sabía dar preceptos formales. Pero a todos les otorgaría una atención paternal y fraternal, en especial a los más jóvenes. A todos los encomendaba largamente en su oración.

Durante su doble período de Provincial (porque fue reelecto cuatro años más tarde), bajo la regencia del P. Philipon (15) mejoró el nivel de estudios. También escogió un Padre Maestro que era un santo, el P. Dausse, ex misionero en Brasil. Con respecto a él, poco dotado para la palabra pero que sabía comunicar a Dios, decía: "Cada día agradezco a Dios haberlo dado como Padre Maestro a la Provincia". Se habían fundado dos nuevos conventos, en Montpellier y en Niza (y en San Pablo, Brasil). En especial, le daba un alma a la Provincia. El no escribiría, como lo hacían los primeros Provinciales (entre ellos el bienaventurado P. Cormier) una circular de espiritualidad al comienzo de cuaresma, mientras se distribuían las predicaciones cuaresmales; pero su amor, su intimidad con Sto. Domingo se transparenta íntegramente en su carta, extraordinaria, escrita en el séptimo centenario de la canonización del santo.

 

Devoto de María

Envejecía visiblemente, y él mismo decía: "sería hora de llevar el caballo al establo". Pero ello no sería posible. En 1939 fue movilizado un número de sus hijos, y el 5 de noviembre perdió un hijo muy querido, el P. Bernardo Geoffroy, profesor de teología positiva en Angélico, un convertido, alma mariana si la hay, que, retomada su condición de aviador durante la "extraña guerra", debía morir en pleno vuelo de reconocimiento, mientras que se había propuesto como reemplazante de un padre de familia de cinco hijos. La derrota de 1940 lo aflige pero permanece en la confianza del Amor de Dios. Una operación de próstata en el hospital San José, de Marsella, lo debilita: su serenidad, su abandono a Dios, su confianza en María son sin reservas, pues tras su retiro anual de 1926 la Virgen tenía un lugar privilegiado en su vida: era como una comunión continua con ella! El, espiritualmente tan árido, y que se veía como excluido de ese Reino que daba por seguro para los otros, había reconocido: "Ella no me deja". Decía de Ella: "Hay que amarla un poco como Jesús la ama, no solamente por el Señor y por El Pueblo de Dios del que es la Madre, sino por Ella misma, gratuitamente. "Escribía: "Jesús es la Vida, el agua que brota hasta la vida eterna; pero para que esta agua brote en nosotros, es preciso que la fuente bendita esté en el fondo de nuestras almas. De ahí el papel, el lugar de María en nuestra vida... Jesús vino a nosotros a través de Ella. El camino seguido por El debe ser el camino nuestro...! Cuanto más unido se está a María, más se comulga con su gracia maternal, esa gracia de vida divina que tiene la misión de comunicarnos y que no es otra que Jesús mismo... No separéis María de Jesús, María y Jesús, de la Santa Trinidad! En la economía de la salvación, es la peña divina... María es un hermoso río que sin reserva y en la plenitud de su cauce corre hacia Dios" (16). A los hijos de su Provincia, a los visitantes a los que permanece siempre atento, les dice: "No vino a buscarme el 15 de agosto, ni el 8 de septiembre, será en el día de Ntra. Sra. de los Siete Dolores!".

Después de las primeras Vísperas de esa fiesta, el 14 de septiembre, sonaba la hora de su Pascua hacia el Padre, cuando acababa de expirar su segundo cargo de Provincial. Según su deseo, será inhumado el 16 de septiembre en el pequeño cementerio de Sainte Baume. Los hermanos estudiantes alojados en el albergue (el convento de San Maximino había sido requisado como hospital militar) condujeron su féretro en medio de una asistencia recogida y plena de esperanza. Descansa en ese cementerio campestre, junto al bosque de la gruta: todo allí canta la paz de Dios y la espera segura de la Resurrección".

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NOTAS

(1)La peregrinación magdaleniana es confiada a la Orden de Santo Domingo desde 1295.

(2) Por un voto del P. de Foucauld se encuentra en la gruta una vela encendida permanentemente. Cuatro de sus ex-votos están también en las paredes de la gruta, uno de los cuales corresponde al bautismo del primer tuareg, Ouksem.

(3) Esta palabra interior "tú serás un santo" entendida como una orden expresa venida de Dios, él la había confiado al P. Danilo, entonces joven Guardián de la gruta. Fue una confidencia que se le escapó. Era algo imperioso, como lo fue a los 10 años la otra locución "serás cura", oída cuando era niño corista en San Céré, en el momento de una sepultura. Otra locución le había sido así de perentoria, en el seminario, en ocasión de la lectura de Sto. Domingo: "serás dominicano."

(4) En esos años había en la hospedería un pseudo-estigmatizado de gran renombre, superchería que hizo descubrir el P. Vayssière.

(5) Pero de noche, el Hno. Enrique y él vestían con amor el hábito dominicano que usaban, según la costumbre, al dormir.

(6) Su vida fue escrita hacia 1932 por Henri Bordeaux, "El abate Fouques, el santo de Marsella".

(7) Será obispo de Limoges.

(8) La Madre María Cecilia llegó a superiora general de Betania en Montferrand.

(9) "Tuve la gracia de confesar a los sobrevivientes de esa época, durante mi guardia. Esas hermanitas eran puras como el cristal!".

(10) Lam. 3.1.: "Soy el hombre que ha visto su propia pobreza".

(11) Era la noche del domingo 17 de enero de 1917.

(12) Las palpitantes aventuras en medio de los indígenas, contadas en "Hoja de Ruta", son verídicas y les sucedieron a tal o cual dominicano de la misión de Brasil. Pero, para abreviar, el P. Tapie se las atribuye a él solo!

(13) El P. M. Vincent Bernadot O.P. (+1941), fundador de "La vida espiritual", y luego de las "Editiones du Cerf".

(14) Los tres Provinciales presidían en París las reuniones de la tercera orden.

(15) San Maximino había recibido el refuerzo de los cursos de exégesis del P. J.M. Lagrange, regresado de Jerusalén. Había en ellos excelentes y prometedores alumnos: los Hnos. Gillon, Geoffroy, Labourdette; los dos Padres Nicolás y el P. Gagnebet ya dictaban sus primeros cursos.

(16) Cf. "Con María Madre de Jesús", pp. 131-132.