Purificación de la bienaventurada

Virgen María

 

 

S. Antonio de Padua

 

 

Exordio

 

1.- "Como el incienso fragante en los días del verano;

 como el fuego esplendente y como el incienso que quema en el fuego" (Ecli. 50, 8-9).

Dice Cristo en el Eclesiástico: "Yo soy como el río Diorix; y como un acueducto salí del paraíso (jardín)" (24, 41). Diorix (canal de derivación) se interpreta "medicina de la generación", y simboliza a Jesucristo, que es la mejor medicina de la generación humana, corrupta en Adán.

Jesucristo, como canal de riego y corriente de agua, salió del jardín, o sea, del vientre virginal, porque, desde el momento que asumió la carne de la Virgen, llegó a ser para nosotros, por el agua del bautismo, como un río con respecto a la fe; como canal de riego (Diorix), con respecto a la pasión, en la que derramó su sangre, con la cual sanó nuestras heridas; y como acueducto con respecto a la infusión de las gracias. Por medio de El, como por un acueducto, el Padre nos infunde la gracia. Por esto, al final de toda oración, decimos: "Por Jesucristo nuestro Señor".

Dice el Génesis: "El Señor Dios, desde el principio, plantó un jardín de delicias, en el cual puso al hombre para que lo cultivara y lo custodiara" (2, 8-15). Pero el hombre lo cultivó mal y mal lo custodió. Por ende fue necesario que el Señor Dios plantara otro jardín, mucho mejor, o sea, la bienaventurada María, al cual regresaran los desterrados del primero. Y en este nuevo jardín fue puesto el segundo Adán, que lo cultivó y lo custodió.

Obró en ella cosas grandes, como ella lo reconoce: "El Todopoderoso obró en mí grandes cosas y su nombre es santo" (Lc. 1, 49). Lo que nosotros decimos "santo", los griegos dicen agion, lo que literalmente significa sin tierra (a, sin; ge, tierra), porque los que se hallan consagrados al nombre de Dios, deben tener una conducta más celestial que terrenal. Custodió el jardín, porque lo conservó en toda su integridad; lo cultivó, mientras lo fecundó; y lo custodió, porque no violó la flor.

Al principio, la tierra, maldita en la obra de Adán, produjo espinas y abrojos después de la fatiga. En cambio, nuestra tierra, o sea, la bienaventurada Virgen, sin trabajo humano, produjo el Fruto bendito, a quien hoy ofreció a Dios Padre en el templo. Por esto decimos: "Como incienso fragante en los días de verano".

 

2.- El incienso, en latín thus, deriva de tundo, moler, porque hay que molerlo. Por esto algunos escriben tus sin hache. Otros sostienen que deriva del griego Theós, Dios, a quien se ofrece, y escriben thus con hache.

La bienaventurada Virgen dice en el Eclesiástico: "Como olíbano (incienso) no cortado llené de perfume mi habitación" (24, 21). El olíbano es un grandioso árbol de la Arabia, que produce un jugo aromático y toma su nombre de un monte de la Arabia. En efecto, el monte donde se recogen los inciensos, es llamado Líbano (olíbano). Los inciensos se cosechan dos veces por año, en el otoño y en la primavera.

El olíbano no cortado es figura de la Bienaventurada María, que jamás fue herida por algún hierro de la concupiscencia. Ella con el amor "aroma" el alma, en la cual habita, o sea, la colma con el perfume de las virtudes. De esa emanación, la habitación (el alma) respira el perfume de la humildad y de la castidad.

La bienaventurada María, que por el candor de su vida es llamada Líbano, que se interpreta "blancura", emanó de sí misma el incienso perfumado, o sea, la humanidad de Jesucristo, de cuyo aroma se llenó todo el mundo.

En la doble recolección del incienso está simbolizada la doble oblación de Cristo. Ante todo, lo ofreció su Madre, según las prescripciones de Moisés; y después Cristo se ofreció a sí mismo en sacrificio a Dios Padre, para la reconciliación del género humano.

En la primera oblación fue thus, incienso, de Theós, Dios, o sea, ofrecido a Dios. En la segunda fue tus, incienso, de tundo, moler, porque fue molido por nuestros pecados. Y entonces fue "el incienso fragante en los días de verano", o sea, en el arrreciar de la persecución hebrea.

En este sermón vamos a ofrecer algunas reflexiones sobre la primera oblación, en alabanza de la gloriosa Virgen.

 

I.- La primera oblación de Cristo

3.- En el libro de los jueces, donde se habla de Débora, se lee: ¡Bendita sea entre las mujeres Jael la mujer de Heber, el quenita! ¡Sea bendita en su tienda! Al que pedía agua, ella le dio leche, y le ofreció manteca en taza de príncipes. Extendió su mano izquierda a la estaca de la tienda, y la derecha al martillo de los herreros. Golpeó a Sísara, buscando en la cabeza el lugar de la herida, y traspasó profundamente la sien (5, 24-26). Y el otro, pasando del sueño a la muerte, yació inmóvil y murió. Jael se interpreta "cierva", y es figura de la bienaventurada María. A este propósito consulta el sermón del III domingo de Cuaresma, sobre el evangelio: "Una mujer levantó la voz: "¡Feliz el vientre que te llevó...!".

Dijo estas cosas la mujer de Heber, el quenita. Heber se interpreta "partícipe" y quenita "posesión"; y es figura de Jesucristo, el cual, partícipe de nuestra naturaleza, dice con Salomón: "El Señor me poseyó en el inicio de sus caminos" (Pr. 8, 22).

Los caminos del Señor son sus obras, en cuyos comienzos poseyó la sabiduría, porque, al principio de la creación, que estaba por nacer, tuvo al Hijo, para poner en orden con El todas las cosas.

Otra versión suena así: "El Señor me creó como principio de sus caminos en su obra". Es lo que se lee de la encarnación del Señor: "Dios me creó según la carne". La carne conoce a Dios; la gloria indica al Padre; la criatura reconoce al Señor; el amor conoce al Padre, o sea el principio, o también en el principio de sus caminos, como El mismo dice: "Yo soy el camino", que guía a la Iglesia a la Vida.

"En su obra", que debía se redimida, fue creado de una Virgen. Su carne fue en función de su obra; y su divinidad existió antes que su obra.

La bienaventurada María fue llamada su esposa, porque El reposó en su tálamo y de ella recibió la carne. "¡Sea, pues bendita en su tienda!". Y ella dijo: "¡Todas las generaciones me proclamarán feliz!".

En su tienda fue bendecida, porque en ella reposó aquel que la creó. En su alabanza, que está por encima de toda alabanza, todo argumento se agota; y en su alabanza toda lengua balbucea, porque la materia es inagotable. Y porque la devoción anhela decir algo de ella, por poco que fuere, vamos a proponer algunas consideraciones sobre la "tienda", como tanteando.

 

II.- La Virgen María, tienda de Cristo.

4.- "¡Bendita sea Jael en su tienda!". El Señor habló a Moisés, diciendo: "Así edificarás la tienda del testimonio: emplearás diez cortinados de lino fino retorcido, de jacinto, de púrpura y de escarlata teñida dos veces, y diversamente bordados. Harás once toldos de piel de cabra, para cubrir el techo de la tienda. Harás también otra cubierta con pieles de carnero teñidas de rojo; y sobre ésta, de nuevo otra cubierta con pieles de jacinto. Harás también unos bastidores de madera de setín (acacia), dispuestos verticalmente" (Ex. 26, 1 y 7, y 14-15).

En relación a este paso, dice la Historia Escolástica (Comestor): "La tienda era la casa dedicada a Dios, cuadrangular y oblonga, cerrada por tres paredes; a norte, a sur y a oeste. El acceso se abría libre al oriente, para que el sol, al despuntar, la iluminara con sus rayos. Su longitud era de treinta codos, la latitud de diez, la altura de diez. En la pared meridional se erguían también veinte tablas de madera setín: cada una era larga diez codos, ancha un codo y medio y gruesa cuatro dedos. Estaban unidas entre sí como ensambladas, de modo que no hubiera ni hendiduras ni desniveles en la pared. Eran doradas por ambas caras; cada una estaba colocada en dos bases de plata; y en los agujeros estaban enfilados los quicios de oro. Con el mismo sistema estaba construida la pared septentrional. En cambio, hacia occidente había siete tablas en todo semejante a las otras y colocadas en las bases, con el mismo sistema. Sobre las tablas (bastidores) erigidas con tal orden fue colocado el techo, formado por las cuatro antedichas cubiertas, o sea, cortinados, telas de lana de cabra y pieles teñidas de rojo y de jacinto".

La tienda simboliza a la bienaventurada María, en la cual Cristo se armó con la coraza de justicia y con el yelmo de la salvación, para derrotar los poderes del aire. Sobre el significado de estas armas, consulta el sermón del domingo III de Cuaresma, sobre el evangelio: "Cuando un hombre fuerte y bien armado...".

La Virgen es la casa dedicada a Dios, consagrada con la unción del Espíritu Santo, cuadrangular por las cuatro virtudes principales, oblonga por la perseverancia final y cerrada con tres paredes de virtud contra el septentrión, el mediodía y el occidente. En el septentrión se designa la tentación del diablo, en el mediodía la falsedad del mundo y en el occidente el ocaso del pecado.

Fue una pared cerrada al septentrión. A propósito se lee en el Génesis: "Ella te aplastará la cabeza, y tú acecharás su calcañar" (Gn. 3, 15). La bienaventurada María aplastó la cabeza, o sea, la raíz de la sugestión diabólica, cuando emitió el voto de virginidad. Pero el diablo acechó su calcañar, cuando al fin hizo capturar y crucificar por los judíos a su Hijo (Glosa).

Fue una pared cerrada al mediodía. Dice Lucas: "El ángel entró en su casa y le dijo: "Ave, llena de gracia, el Señor está contigo..." (1, 28). Estaba dentro y estaba cerrada aquella a la cual el ángel entró. Porque estaba dentro, mereció ser bendecida. Los que estaban fuera, no fueron reputados dignos del saludo del Angel ni que se les dijera: "¡Ave!"; sino, más bien, como dice Amós: "A todos los que están fuera, se les dirá: "Vae!, vae! ¡Ay!,¡Ay!" (5, 16). No agrada a Dios el saludo que sólo es exterior.

Se lee en Mateo que el Señor reprende a los que quieren ser saludados en las plazas. El que está fuera, en la plaza o en público, no merece ser saludado por Dios o por el ángel, que aman el secreto. Al enviar en misión a los apóstoles, el Señor les dice: "A nadie saluden por el camino", sino que "en cualquier casa donde entren, digan: "¡La paz sea a esta casa! (Lc. 10, 4-5); o sea, mandó saludar no a los que están por el camino ni tampoco a los que trabajan fuera en el campo, sino a los que están en casa. Los que se hallan fuera, están privados del saludo divino.

 

5.- Fue una pared cerrada al occidente. En el libro del Éxodo se dice que Moisés permaneció escondido durante tres meses. Como ya no se podía tenerlo oculto, su madre tomó una canasta de juncos y la embreó con betún y pez, colocó adentro al niño y lo puso en un carrizal de la orilla del río (Ex. 2, 2-3).

Vamos a analizar qué signifiquen Moisés y los tres meses, la canasta de juncos, el betún y la pez, y el río.

Moisés es Jesucristo, que permaneció escondido durante tres meses, o sea, durante tres períodos: antes de la creación del mundo, desde la creación del mundo hasta Moisés, y desde Moisés hasta la anunciación de la bienaventurada María, que fue como una canasta de juncos, sellada por todas partes con betún y pez.

La canasta es un recipiente de mimbres, delicado y flexible. Y observa que los tres elementos, con que se labra una canasta, simbolizan las tres principales virtudes de la bienaventurada Virgen. En el mimbre se designa la humildad, en el betún la virginidad y en la pez la pobreza.

El mimbre (en latín vimen) debe su nombre a su gran fuerza (vis) de prender. Es de tal naturaleza que, aunque desecado, si es bañado, reverdece; además, si es cortado y plantado en tierra, en seguida hunde las raíces. Esta es la humildad que tiene una fuerza tan grande de arraigo que, aunque despreciada y echada como desecada, con todo, plantada en tierra, hacia la cual se dirige siempre el humilde, hunde más en profundidad sus raíces. En la santa Virgen, como en una canasta, fue escondido Jesucristo y fue expuesto al agua corriente, o sea, a este mundo; pero la hija del rey, o sea, la santa Iglesia, lo adoptó como hijo (Glosa).

El carrizal es un lugar lleno de carrizos; es llamado también cañaveral, o un lugar lleno de espinos. La bienaventurada Virgen fue como rodeada por esta triple vegetación, para que ni la sugestión del diablo, ni la falsedad del mundo, ni el deleite del pecado pudieran tocarla. De esta triple clausura se dice en el Cantar: "Jardín cerrado eres, hermana mía, jardín cerrado y fuente sellada" (4, 12). La dichosa María es llamada hermana de Cristo por la comunión de la carne. Ella fue "jardín cerrado" con el muro de la humildad contra el septentrión; "jardín cerrado" con el muro de la pobreza contra el mediodía; y "fuente sellada" con el muro de la virginidad contra el occidente. Estas son las tablas doradas por dentro y por fuera, ensambladas de manera inseparable, perfectamente niveladas y colocadas en bases de plata, o sea, en la pureza de las intenciones y en la proclamación de la divina alabanza.

 

6.- Sobre el triple cierre y sobre el oriente, de donde la tienda es iluminada, tenemos una concordancia en Ezequiel: "Me volví a la puerta exterior del santuario, que miraba hacia el oriente; y estaba cerrada. El Señor me dijo: "Esta puerta permanecerá cerrada. No será abierta y nadie entrará por ella, porque el Señor Dios de Israel entró por ella, y estará cerrada al príncipe. El mismo príncipe se sentará allí, para comer el pan en la presencia del Señor" (44, 1-3).

La puerta es llamada así, porque por ella se puede sacar o traer algo, y simboliza a la bienaventurada María, por medio de la cual sacamos los tesoros de la gracia. Esta fue la puerta del santuario exterior, no del interior. El santuario interior es la divinidad, el exterior es la humanidad. "El Padre dio la majestad, la Madre la debilidad" (Agustín). El camino de esta puerta fue la humildad, a la cual, según el Profeta, cada uno debe dirigirse.

La humildad de la Virgen se dirigió al oriente, para ser iluminada por sus rayos. Esta puerta nada menos que por tres veces es llamada cerrada, porque la bienaventurada María estuvo cerrada al septentrión, al mediodía y al occidente; y se abrió en la humildad al oriente, o sea, a Jesucristo, que vino del cielo.

Por esto añade: "Ningún hombre pasará por ella", o sea, José no la conocerá. Y "estará cerrada al príncipe", entendiendo con ello al diablo, príncipe de este mundo, a cuyas sugestiones ella estuvo cerrada, porque su mente no se abrió a ninguna tentación, como tampoco su carne conoció contacto de hombre. Sólo el verdadero Príncipe, Jesucristo, puso en ella su morada, aceptando la humillación de la carne, para comer el pan en presencia del Señor, o sea, "para hacer la voluntad del Padre, que lo envió" (Jn. 4, 34).

Una vez predispuestas las tablas de las virtudes, se les sobrepone el techo con cortinados, tejidos de lana de cabra y pieles teñidas de rojo y de azul. "Sólo en la Virgen se compendia la vida de todos los santos; sólo ella es capaz de (practicar) todas las virtudes" (Ambrosio).

Observa que la Iglesia de Cristo se divide en militante y triunfante. La Iglesia militante tiene los cortinados y los tejidos de lana de cabra. La Iglesia triunfante tiene las pieles teñidas de rojo y de azul.

En las cortinas, enriquecidas con bordados variopintos, o sea, trabajadas a aguja con delicadeza y fantasía, están figurados todos los justos de la Iglesia militante. En el tejido de lino retorcido están indicados los buenos religiosos, que guardan el candor de la castidad y la abstinencia corporal. En el tejido color jacinto están indicados todos los que abandonan las cosas terrenas y se consagran únicamente a la dulzura de la contemplación.

En la púrpura están señalados los que se crucifican en la memoria de la pasión del Señor; y como absortos delante del Crucifijo y con los ojos de la mente lo contemplan colgando del patíbulo, mientras su costado mana sangre y agua y con la cabeza inclinada exhala el espíritu; y ante este espectáculo se prodigan en lágrimas incontenibles. En la escarlata, teñida dos veces, están denotados los que arden de amor hacia Dios y hacia el prójimo.

En los tejidos de pelo de cabra están figurados los penitentes, que expían en el polvo y en el cilicio las culpas cometidas. Sobre estos tejidos consulta el sermón del domingo de Pascua, hacia el fin.

En las pieles teñidas de rojo están designados los mártires, que "lavaron sus vestiduras en la sangre del Cordero" (Ap. 7, 14). Ellos, triunfando del mundo, llegaron a la Iglesia triunfante ceñidos de laureles. En las pieles teñidas de azul están indicados todos los confesores, cuya patria fue el cielo y, por ende, pasaron de la esperanza a la visión.

La bienaventurada María, mientras vivió en la Iglesia militante, poseyó las virtudes de todos los justos. Por eso dice en el Eclesiástico: "En mi hay toda gracia de camino y de verdad, en mí toda esperanza de vida y de virtud" (24, 25). Tuvo también una inmensa compasión hacia los penitentes. Por esto dijo: "¡No tienen vino!" (Jn. 2, 3). Como si dijera: "Oh Hijo, derrama en los penitentes la gracia de tu amor, porque no tienen el vino de la compunción". En cambio, ahora reina en la gloria, en la que goza del premio de todos los santos, porque está exaltada por encima de los coros de los ángeles. He aquí "una tienda no construida por manos humanas", o sea, que no pertenece a esta creación (Hb. 9, 11); sino que fue construida y consagrada con la gracia del Espíritu Santo.

Con toda razón decimos: "¡Bendita sea Jael en su tienda!". ¡Amén! ¡Amén!

 

III.- Las múltiples oblaciones de la Virgen

7.- Leemos en el libro de los jueces: "Jael, al que le pedía agua le dio leche, y en una copa de príncipes le ofreció manteca" (5, 24). Sísara se interpreta "exclusión del gozo", y es figura del diablo que, excluido del gozo de la vida eterna, intenta con todos los medios, excluir de él a los fieles. A él, que pedía el agua de la concupiscencia, nuestra Jael le dio leche. Fue por divino consejo que el misterio de la encarnación del Señor quedara escondido al diablo.

El diablo, al ver que la bienaventurada María estaba casada, que estaba encinta, que dio a luz a un hijo y que lo amamantó, creyó que estuviera inficionada; y así le pidió el agua de la concupiscencia casi como precio, por creerla contagiada del pecado.

Pero la Virgen, al amamantar al Hijo, lo engañó; y de esa manera lo mató con la estaca de la tienda y con el martillo. En la estaca, que sirve para cerrar la tienda, se indica la virginidad de la bienaventurada María; y en el martillo, que tiene la forma de tau (T), se designa la cruz de Cristo. Jael, pues, o sea, la bienaventurada María, mató al diablo con la estaca de la tienda, o sea, con la virginidad de su cuerpo, y con el martillo, o sea, con la pasión de su Hijo. Por esto se dice en el libro de Judit: "¡Una mujer hebrea, sola, cubrió de vergüenza la casa de Nabucodonosor rey! ¡Miren cómo yace Holofernes, tendido en el suelo y sin cabeza!" (14, 16).

¡Adonai, Señor, Dios grande y admirable, a ti la alabanza, a ti la gloria, porque nos diste la salvación por mano de tu Hija y Madre, la gloriosa Virgen María!

De la cita anterior debemos destacar las palabras: "Y en una copa de príncipes le ofreció manteca". Estas palabras nos sirvieron de ocasión para las exposiciones preliminares. Vamos a analizar, pues, qué signifiquen la copa, los príncipes y la manteca.

En la copa está figurada la humilde condición de los pobres; en los príncipes, los apóstoles; y en la manteca, la humanidad de Jesucristo. En su humilde condición de pobreza -que compartirían también los príncipes, o sea, los apóstoles, ricos en la fe, pero pobres en este mundo-, la bienaventurada María ofreció en el templo la manteca, o sea, al Hijo, al que había engendrado, del cual dice Isaías: "Comerá manteca y miel". En la miel está indicada la divinidad, en la manteca la humanidad. Comió miel y manteca, cuando unió en sí mismo la naturaleza divina y la humana; y por eso "aprendió", o sea, hizo que también nosotros aprendiéramos, "a rechazar el mal y a elegir el bien" (Is. 7, 15).

En su pobreza la Virgen ofreció al Hijo y, con El, la ofrenda de los pobres, o sea, un par de tórtolas o dos pichones de palomas, como está escrito en la ley del Señor: "Cuando una mujer queda embarazada y da a luz un varón, será impura durante siete días" (Lv. 12, 2), a excepción de aquella que dio a luz siendo virgen. Ni el Hijo ni la Madre necesitaban ofrendas para purificarse, pero lo hicieron para que nosotros fuésemos liberados del temor de la ley, o sea, de la prescripción de la ley, que era observada por miedo.

Y sigue la prescripción: "Cuando concluyan los cuarenta días de su purificación, ofrecerá un cordero a la entrada de la tienda. Pero si su mano no halla o no puede ofrecer un cordero, ofrezca dos tórtolas o dos pichones de palomas" (LV 12, 6-8). Esta era la ofrenda de los pobres, que no podían ofrecer un cordero, para que en todo se manifestaran la humildad y la pobreza del Señor. Esta ofrenda la hacen al Señor los que son de veras pobres.

 

8.- Observa que si la tórtola pierde al compañero, estará siempre sin él. Camina solitaria, no bebe agua clara ni sube a una rama verde.

Además, la paloma es simple. Elabora un nido más rústico y pobre que las demás aves; a nadie hiere con las uñas o con el pico; no vive de rapiñas; con el pico nutre a sus pichones con lo que ella misma se nutrió; no se alimenta de cadáveres; jamás ataca a las demás aves, aunque sean más pequeñas; se alimenta sólo de granos; calienta a los pichones ajenos como si fueran propios; reside junto a los ríos, para protegerse del gavilán; nidifica entre las piedras; al sobrevenir una tempestad, se refugia en el nido; se defiende con las alas; vuela en bandadas; su canto es como un gemido; es muy prolífica y nutre a los mellizos.

Además, observa que cuando nidifica la paloma y crecen los pichones, el macho va y chupa la tierra salobre y pone lo que chupó en el pico de los pichones, para que se acostumbren al nutrimento. Y si la hembra, por los sufrimientos del parto, retrasa su llegada, el macho la picotea y la empuja con fuerza dentro del nido (Aristóteles).

También los pobres en el espíritu, o sea, los verdaderos penitentes, ya que, pecando mortalmente, perdieron a su compañero, Jesucristo, viven solitarios, en la soledad de la mente y también del cuerpo, alejados del tumulto de las cosas seglares. No beben el agua clara de los goces mundanos, sino el agua turbia del dolor y del llanto. "Mi alma -dice el Señor- está turbada. ¿Y qué diré?" (Jn. 12, 27). No suben a la rama verde de la gloria temporal, de la que habla Ezequiel: "Se llevan la rama a las narices" (8, 17). Los hombres carnales se llevan a las narices la rama de la gloria temporal, para no percibir el hedor del pecado y del infierno.

Los verdaderos penitente son simples, como las palomas. El nido donde moran y hasta el mismo lecho en el que duermen corporalmente, son rústicos y pobres. No ofenden a nadie y, más bien, perdonan al que los ofende. No viven de rapiñas, sino que, más bien, distribuyen sus cosas. Alimentan con la palabra de la predicación a los que les están confiados y con gozo comparten con los demás la gracia que les fue otorgada. No se unen al cadáver, o sea al pecado mortal. Dice el verso (de autor ignoto): "Algunos cadáveres cayeron por la espada y otros de muerte natural". No escandalizan ni al grande ni al pequeño. Se alimentan de puro grano, o sea, con la predicación de la Iglesia, no de los herejes. Se hacen todo a todos y promueven tanto la salvación de los propios como de los ajenos; aman a todos en las entrañas de Jesucristo. Residen junto a los ríos de la Sagrada Escritura, para prever de lejos las tentaciones del diablo, que trama para arrebatarlos; y así previéndolas, pueden defenderse.

"Anidan en los agujeros de las piedras" (Ct. 2, 14), o sea, en la herida del costado de Jesucristo. Y si acomete la tempestad de la tentación de la carne, corren al costado de Cristo, y allí se esconden, diciendo con el Profeta: "¡Sé para mí, Señor, una sólida torre delante del adversario!"; y también: "¡Sé tú, oh Dios, mi protección! (S. 60, 4 y 70, 3). No se defienden con la uña de la venganza, sino con las alas de la humildad y de la paciencia. Dice el Filósofo: "El mejor sistema para vencer es la paciencia" (Publio Siro); y también: "El puerto (refugio) en las desventuras es la paciencia" (Walther). En unión con la Iglesia, con la comunidad de los fieles y junto con ellos, vuelan a las cosas celestiales. Su canto es un gemido. Sus melodías son lágrimas y suspiros. Fecundos por el parto de la buena voluntad, alimentan con mucha diligencia a los pichones mellizos, el amor de Dios y el amor del prójimo.

Considera también que todo penitente debe poseer dos virtudes: la misericordia y la justicia. La misericordia es, por así decirlo, la hembra que cuida de los pichones; y la justicia es el macho. La tierra salobre es la carne de Jesucristo, llena de amargura, de la que el penitente debe chupar la amargura y el sabor salado y debe ponerlos en boca de los pichones, o sea, de sus obras, para que se acostumbren a tal nutrimento y vivan siempre en el dolor y en la amargura, "crucificando sus miembros con sus vicios y concupiscencias" (Ga. 5, 24).

Sin embargo, (no hay que olvidarse que) la discreción es la madre de todas las virtudes y sin ella no se debe ofrecer sacrificio alguno; por ende, si la paloma, o sea, la misericordia, retrasa la venida a sus pichones (buenas obras), por el dolor de su parto, o sea, por su compunción y sus gemidos, la justicia, como el macho, debe corregirla y empujarla con alguna energía dentro del nido, para que alimente a los pequeños (obras buenas) y alimentándolos los cuide. El penitente debe, sí, dolerse de sus pecados, pero con tal que no se sustraiga lo necesario, sin lo cual no se puede vivir.

Quienquiera ofrezca tales tórtolas y tales palomas, el sumo sacerdote, Jesucristo, lo purificará de todo flujo de sangre, o sea, de la inmundicia del pecado.

Después de esta breve digresión, volvamos ahora a nuestro argumento y digamos: "Como el incienso fragante en los días de verano".

 

9.-Sigue el libro del Eclesiástico: "Como el fuego esplendente y como el incienso que arde en el fuego". Observa que hoy los fieles llevan "el fuego esplendente" en la candela, que está formada con cera y estopa.

En el fuego está simbolizada la divinidad, en la cera la humanidad, y en la estopa la acerbidad de la pasión del Señor.

Como hoy, la bienaventurada Virgen llevó y ofreció en el templo al Hijo de Dios y suyo; y como símbolo de esa oblación, los fieles hoy llevan y ofrecen el fuego en la candela.

También en esos tres elementos se designa la verdadera penitencia: en el fuego, el ardor de la contrición, que arranca todas las raíces de los vicios; en la cera, la confesión de los pecados: como se derrite la cera en presencia del fuego, así del ardor de la contrición fluye la confesión de la boca del que se confiesa, mientras corren las lágrimas; y en la estopa se indica la severidad de la satisfacción.

En estos tres elementos está Jesús, o sea, la salvación del hombre; y el que les ofrezca a Dios, podrá decir con el justo Simeón: "Ahora, Señor, puedes dejar que tu siervo muera en paz, como lo prometiste, porque mis ojos vieron la salvación, que preparaste delante de todos los pueblos, luz para iluminar a las gentes y gloria de tu pueblo Israel" (Lc. 2, 29-32).

Presta atención que en estos cuatro versículos están simbolizadas las cuatro bienaventuranzas del penitente.

La primera bienaventuranza consiste en el perdón total de los pecados y en la tranquilidad de la conciencia: "Deja que tu siervo vaya en paz".

La segunda bienaventuranza consiste en la separación del alma del cuerpo, cuando podrá ver a aquel en el que creyó y que tanto deseó: "Porque mis ojos vieron tu salvación".

La tercera bienaventuranza será en el examen del último juicio, en el que se dirá: "Entréguenle el fruto de sus manos y que sus obras lo alaben ante las puertas" (de la eternidad) (Pr. 31, 31), "que tú preparaste delante de todos los pueblos".

La cuarta bienaventuranza será en el esplendor de la gloria eterna, en la cual "verá cara a cara y conocerá como es conocido" (1 Cor. 13, 12): "luz para iluminar a las gentes y gloria de tu pueblo Israel".

Con toda razón se dice: "Como el fuego esplendente y como el incienso que arde en el fuego".

Jesucristo resplandeció como fuego ante los pastores en su natividad, ante los tres magos en su manifestación (Epifanía), ante Simeón y Ana que profetizaban en la purificación de su Madre. En cambio, en su pasión, ardió como incienso en el fuego, y de su perfume se llenaron los cielos, la tierra y los infiernos. Los ángeles del cielo se alegran por la redención del género humano, en la tierra, los hombres muertos fueron resucitados y los prisioneros del infierno fueron liberados.

Te suplicamos, oh Señora nuestra y escogida Madre de Dios, que nos purifiques de la sangre de los pecados y que nos guíes al fuego esplendente de la contrición, a la cera de la confesión y a la estopa de la satisfacción, para que así podamos llegar a la luz y a la gloria de la Jerusalén celestial.

Dígnese concedérnoslo aquel Jesús, a quien hoy ofreciste en el templo. A El sean honor y gloria por los siglos de los siglos. ¡Amén! ¡Amén!