LAS IMÁGENES DE LOS SALMOS
COMO CAUCE DE LA ORACIÓN
Inés de Cassagne
Un flujo inusual y desconcertante
El cristiano que ora con la Liturgia de las horas en la Iglesia hace una experiencia que es la que he querido destacar de entrada con el título que le ha dado a esta exposición y que trataré de ilustrar someramente en ella: un cauce preestablecido se le impone, así como un río al navegante, que al mismo tiempo es un don y una norma obligada. Gran cosa es que el río se le ofrezca al navegante como ruta para llegar a puerto, pero esto sucederá siempre y cuando él se pliegue a sus características y condiciones. En el caso de la oración litúrgica, el orante constata que es llevado por un flujo poderoso, variado y hondo de imágenes al que debe adecuarse y acomodarse, bien distinto a los caminos habituales a los que está acostumbrado.
El hombre común, el hombre de la ciudad, está programado para pensar racionalísticamente y para actuar buscando fines prácticos. Esto ahoga la capacidad natural de ver, contemplar y ser conmovido del corazón humano. Aún al creyente le cuesta captar las parábolas del Evangelio y los símbolos del culto. Está habituado a que se le digan qué gestos y movimientos ha de hacer durante la celebración eucarística y a que se le den resúmenes previos de las lecturas bíblicas así como explicaciones posteriores de las mismas. Incluso hay escritos preparados para ello, que utilizan los que están encargados de guiar a la asamblea del pueblo. ¿Por qué se procede así? ¿No es acaso porque los responsables de la Pastoral desconfían precisamente de la capacidad de ver, oír, contemplar y ser conmovidos por el lenguaje predominantemente simbólico de dichos textos y gestos culturales? Y tienen razón, ya que es esto lo que se reprime en nuestro mundo racionalista y práctico. Pero al hacerlo ¿no se pierde justamente la oportunidad de rectificar esta situación despertando esa capacidad que no está muerta sino tan sólo aletargada?
Despertar la capacidad aletargada
Allí quedan, desperdiciadas, esas imágenes ricas, variadas, profundas y tan poderosamente vivientes que podrían resonar con lo que es rico, variado, profundo y poderosamente viviente en el alma humana. Esto es ahogado precisamente, y reemplazado entonces por otras imágenes, artificiales y perversas, que la corrompen en los medios de comunicación masiva. Imágenes falsas, que impiden al hombre encontrarse consigo mismo, sustituyen peligrosamente a las imágenes verídicas y elementa les que la liturgia ofrece para encauzar la oración y, mediante ella, la existencia humana.
Mi propuesta es despertar esa capacidad aletargada del ser humano alentando a los fieles a dejarse conducir por la liturgia ,de la Iglesia, a animarse a entrar en el cauce de la Liturgia de las Horas, a permitirse ser arrastrados al principio por ese flujo potente de imágenes de los salmos, insertado en el marco de antífonas, responsorios y lecturas que, como una brújula, les señalan su dirección y su destino: insertarse en la acción redentora de Jesucristo, con el misterio Pascual que sacramentalmente la actualiza haciendo morir al "hombre viejo" y formando constantemente al "hombre nuevo".
Puede atemorizar al principio el ser arrastrado por ese caudal inusual y desconcertante, pero de a poco se descubre que no nos arrastra, que no es temible, sino que nos lleva como el río al navegante, y que en su travesía nos va mostrando paisajes esenciales para la comprensión de nuestra condición de hijos de Dios, pecadores pero redimidos.
Hacer comprensible al pueblo lo incomprensible
T.S. Eliot afirma que "la misión del poeta es hacer comprensible al pueblo lo incomprensible". Pero ésta es con mayor razón la misión de los salmos, cuyo poeta es el Espíritu Santo.
La gracia inaudita de la salvación está canalizada en la vida sacramental de la Iglesia, ella misma el primer sacramento, y esta vida es la que alienta el Espíritu Santo, autor de los Salmos y vivificador de nuestro espíritu con sus dones, que aumentan nuestras facultades naturales de ver, inteligir, comprender y responder al amor de Dios.
No podemos desconfiar de los dones derramados por El en los bautizados y confirmados. Hay en nosotros gérmenes vivientes de sabiduría como para animarnos a saborear la sabiduría de los salmos; de entendimiento para penetrar en su sentido; de consejo para sacarles provecho existencial; de ciencia, para relacionarnos con lo que aprendemos por experiencia; de prudencia, para ser capaces de orientarnos por ellos; de Temor de Dios, para no escandalizarnos de sus revelaciones atrevidas acerca de nuestra condición ni de sus exigencias increíbles, sino más bien para respetarlas como palabras sagradas e inspiradas que merecen humilde devoción.
La humildad es la puerta
Animarse a navegar con las imágenes de los salmos es animarse a lo que humilla y a lo que exalta, a visualizar la miseria y la grandeza que encierra el corazón humano, a comprender la sublime dignidad que nos fue acordada y que rechazamos constantemente, pero que constantemente se nos vuelve a ofrecer por el camino de la humildad, de la Cruz.
He aquí la puerta para entrar en el cauce de oración y vida que son las imágenes de los salmos en la liturgia: la humildad. Así como Cristo, nuestro Maestro, se dejó hacer voluntariamente en la Cruz: así nosotros, sus discípulos, voluntariamente no hemos de querer decir ni hablar con nuestras propias palabras, sino aceptar repetir las palabras inspiradas. No pretender entender ni explicar los salmos, sino recitarlos y dejar que nos penetren íntimamente, muy de a poco. No interpretarlos, sino dejar que ellos, lentamente, vayan interpretando y aclarando lo que sentimos, vivimos, anhelamos y padecemos.
La humildad cristiana es la puerta, puesto que Cristo humilde lo declara: "Yo soy la puerta; quien entre por mí, se salvará; entrará y saldrá y hallará pasto" (Juan 10,9). Con El hacemos "camino" en los salmos, que hablan de El, que también se dice "el Camino". Y El es la "Verdad y la Vida" que en los salmos nos hablará y vivificará. Y puesto que San Agustín nos indica que El habla a veces como "Cabeza" y a veces como "Cuerpo" de la Iglesia, y nosotros somos miembros de El, encontraremos en los salmos resonancia: resuenan en ellos lo que nos pasa y lo que el Señor hace que nos pase por su gracia.
La resonancia entrañable de los salmos
Este entrañable poder de resonancia que poseen los salmos se debe a que las imágenes concentran una hondura significativa y vivencial que no poseen las nociones conceptuales. Justamente el primer paso de humildad en la oración litúrgica consiste en desprendernos de la rigidez y confortabilidad a que dichas nociones nos tienen acostumbrados -y atados-. No son "ideas claras y distintas" las que hemos de pedirles, sino recibir en sus imágenes atisbos de un sentido universal que todo lo abarca y que al mismo tiempo se diversifica en múltiples niveles concretos. Acceder al lenguaje en imágenes implica "envivenciarlas", es decir, permitirles entrar en nuestra intimidad hasta que nos empapen e iluminen. Sólo así ellas aclaran lo que presentimos, sospechamos e intuimos, así como lo que se nos oculta pero que sale a relucir, gracias a ellas, a la manera de la reminiscencia platónica: algo que es anterior a nuestra conciencia, algo que nos viene de origen, algo heredado y transmitido, y que repercute hondamente en nuestra conducta y tendencias.
Imágenes de la caída
Así por ejemplo el hecho de la caída. No basta que nos cuenten el relato del Génesis ni que oigamos la catequesis que nos explica nuestra condición de "hombres caídos". Mas al orar con los salmos esto se nos vuelve patente tal como lo experimentamos en múltiples aspectos de nuestra conducta y sentir, y en momentos diferentes a lo largo de nuestra vida. El salmo 68 nos hace clamar:
"Dios mío, sálvame,
que me llega el agua al cuello.
Me estoy hundiendo en un cieno profundo
y no puedo hacer pie.
He entrado en la hondura del agua,
me arrastra la corriente.
Estoy agotado de gritar,
tengo ronca la garganta;
se me nublan los ojos
de tanto aguardar a mi Dios..."
Pero la imagen del pantano y la de la corriente sin fondo que me arrastra corresponde a una vivencia que a veces he padecido agudamente: una sensación de resbalar ineluctable, algo que me empuja irremediablemente y me hunde, y mi impotencia para luchar contra ello. El salmo me confirma esta vivencia radical y me impide olvidarla cuando ha pasado y vuelvo a sentirme cómoda y segura en una existencia aburguesada de éxito y bienestar. Me saca de esta seguridad superficial e ilusoria, y me remite a la verdadera salvación. Esto último ocurre cuando me doy cuenta que el clamor de este salmo no sólo refleja mi propio clamor -que tal vez ha cesado-, sino también el de todos los hombres y en especial el clamor de Cristo en su Pasión. Pues el cauce de la oración me lleva en seguida ante su presencia y oigo su voz que se lamenta:
"Más que los cabellos de mi cabeza
son los que me odian sin razón;
más duros que mis huesos
los que me atacan injustamente:
¿Es que voy a devolver
lo que no he robado?..."
Aquí el salmo pone ante mis ojos la imagen de alguien amable y justo pero que es objeto de odio y de injusticia y que es tratado como a un ladrón al que se le exige la restitución. Entonces uno esta imagen con las anteriores. Y no es mi lógica que lo hace, sino las imágenes mismas que se comunican entre sí y con mi propia vivencia. Así advierto que es el Señor quien había clamado al principio resbalando y hundiéndose conmigo, incluso hasta un punto al que yo misma no hubiera creído que pudiera caer, hasta ese punto en el cual, si llegara a comprenderlo, me sentiría radicalmente odiosa, injusta y ladrona. No se si lo comprendo del todo, pero sí me siento de pronto como ha de haberse sentido el buen ladrón al pie de la Cruz. Lo estoy contemplando a Jesús crucificado y entiendo que El está padeciendo lo que me correspondería padecer a mí y que con ello va a devolver lo que yo he robado. Es tal su amor por mí, que lo oigo confesar lo que yo misma debiera confesar:
"Dios mío, tú conoces mi ignorancia,
no se te ocultan mis delitos..."
El ha tomado a su cargo lo que es mío. Con su pasión redime mi pecado, y por eso mi caída ya no es irreparable. El está asegurando mi esperanza al orar así al que hubiera podido condenarme:
"Que por mi causa no queden defraudados
los que esperan en Ti, Señor de los ejércitos...
Mi oración se dirige a ti, Dios mío, el día de tu favor:
que me escuche tu gran bondad,
que tu fidelidad me ayude:
arráncame del cieno, que no me hunda;
líbrame de los que me aborrecen y de las aguas sin fondo.
Que no me arrastre la corriente,
que no me trague el torbellino,
que no se cierre la poza sobre mí..."
De nuevo el salmo ha vuelto a traer la imagen desesperante, pero esta vez no me desespera porque Jesús está conmigo: juntos arrastramos esta caída, y orando con El tengo la certeza de que seré rescatado.
Siguiendo el cauce del salmo, otras imágenes se me presentan para que yo penetre todavía más profundamente en los sentimientos del Señor que me rescata. El me da ahora acompañarlo a mi vez en lo que ya no es vivencia mía, sino suya exclusivamente: su afrenta, su vergüenza y su deshonra inmerecidas, que El quiso padecer para rescatarme. El me está sustituyendo, el está pidiendo al Padre el rescate por mí, y gracias al salmo hace que yo lo contemple y me conmueva y me avergüence de mi habitual indiferencia ante tamaña prueba de amor. Oigo, pues, su voz:
"Acércate a mí, rescátame,
líbrame de mis enemigos.
Estás viendo mi afrenta, mi vergüenza y mi deshonra;
a tu vista están los que me acosan.
La afrenta me destroza el corazón, y desfallezco.
Espero compasión, y no la hay,
consoladores, y no los encuentro.
En mi comida me echaron hiel,
para mi sed me dieron vinagre..."
La voz del Señor reclamando al Padre se vuelve un reclamo para mí, que me penetra requiriendo mi respuesta. Y puesto que con El me he hundido y con El me he lamentado, con El voy a levantarme y entonaré la acción de gracias:
"Yo soy un pobre malherido:
Dios mío, tu salvación me levante.
Alabaré el nombre del Señor con cantos,
proclamaré su grandeza con acción de gracias...
Miradlo los humildes y alegraos,
buscad al Señor y revivirá vuestro corazón.
Pues el Señor escucha a sus pobres,
no desprecia a los cautivos.
Alábenlo el cielo y la tierra,
las aguas y cuanto bulle en ellas.
El Señor salvará a Sión,
reconstruirá las ciudades de Judá
y las habitará en posesión.
La estirpe de sus siervos la heredará,
los que aman su nombre vivirán en ella".
Sentir "dramático" que es un "servicio público"
No hubiera sido posible llegar a este desenlace gozoso sin habernos embarcado en el salmo acogiendo una a una las imágenes que nos ofrece y que encuentran eco en nuestra propia experiencia. Hemos partido de la angustia que nos es conocida y hemos arribado a un alivio que no hubiéramos tenido a no ser por la gracia.
Esto es lo que nos ha hecho vivir dramáticamente esta oración que jamás se nos hubiera ocurrido hacer por cuenta propia. Entregándonos a este cauce prefijado, nos ha sucedido algo semejante a lo que ocurre en el teatro: se nos ha entregado roles, que hemos asumido como lo hacen los actores; y lo que hemos dicho y actuado según estos roles que creó el Espíritu Santo, animados asimismo nosotros por El, ha despertado nuestra conciencia de pecadores y la ha profundizado, pero también ella se ha orientado, hasta coincidir con la conciencia de ser redimidos. Hemos dialogado con el Señor y hemos entrado en sus sentimientos al tomar en algunos momentos su papel. Y El, en los penúltimos versículos, nos llama "cautivos", pero al mismo tiempo "pobres" y "humildes"; y percibimos que hemos dejado de ser "cautivos" en la medida en que nos hemos sentido "pobres" -necesitados de ayuda- y "humildes" -aceptándola-..
Esta representación dramática por la que hemos conocido la gracia de la Redención íntimamente, es algo más que una mera representación: a ella se le suma algo de lo que llamamos eficacia sacramental. El salmo, en efecto, está insertado en la liturgia del día viernes, que actualiza lo ocurrido el Viernes Santo y por lo tanto nos lleva místicamente allí: a compartir el drama de la Cruz, el combate de la pasión hasta la muerte que es victoria sobre la muerte. A este conocimiento vivo y sacramental se refieren los últimos versículos del salmo. Ellos hablan de la Iglesia y del bautismo. Es verdad: metiéndonos con Cristo en la hondura del agua hemos participado de su muerte salvífica, y ahora las aguas han dejado de ser terroríficas. Con ellas, al salir de ellas, alabamos su acción bautismal en la Iglesia, pues ella es la Sión reconstruida en que el Señor "habita" y con El nosotros, sus "siervos" y "herederos".
He aquí finalmente por qué a esta oración que hemos hecho "en" la Iglesia se la llama "liturgia": porque es una obra o servicio que ella maternalmente hace a sus hijos; es una "obra" o "servicio público", un servicio al pueblo cristiano que "no sabe orar como corresponde", según dice San Pablo, pero al que esta Madre le da unirse a los "gritos inenarrables" de la oración del Espíritu Santo. Este es un servicio de conversión y de educación. La liturgia, y en ella los salmos, obran como canales de la gracia que nos va haciendo más y más cristianos.
"Renovaos por la transformación de la mente" y "tened los mismos sentimientos de Cristo"
En gran medida, la eficacia transformadora y modeladora de los salmos reside en sus imágenes. Muchos de ellos discurren entre imágenes del "hombre viejo" e imágenes del "hombre nuevo", y este flujo o movimiento nos empuja y ayuda a realizar lo que indica San Pablo: "Renovaos por la transformación de la mente" (Ef. 4, 23) y "Tened los mismos sentimientos de Cristo" (Filip. 2, 5).
Es dejándonos llevar por este movimiento, que discurre entre lo que somos y lo que debemos ser como cristianos, que vamos consiguiendo de a poco cambiar nuestra mente mundana y ver la realidad con los ojos de la fe. De a poco, día a día, se produce insensiblemente esta conversión interior: tanto más necesaria cuanto que no es fácil arrancarnos el influjo mundano y secularizador que nos acribilla desde los medios masivos de comunicación.
Es común que al despertarnos encendamos la radio; poco después leemos el diario entero; y quizás al terminar nuestra jornada recargada de inquietudes prácticas nos ponemos a mirar la televisión. Ahora bien, si nos limitamos a estas informaciones y a estos comentarios, es claro que nos quedamos esclavos del mundo: de su óptica superficial y estrecha de la realidad, si no es también de las fantasías y quimeras con las que nos engaña, muchas de ellas asimismo "carnales" y hasta "demoníacas". ¿En qué quedará entonces nuestra renuncia a "Satanás, sus obras y sus pompas"?
Pero entonces no hay que olvidar que además de las noticias restringidas del diario está la "Buena Noticia" y que a esta Buena Noticia tienden los otros comentarios que existen además de los comentarios superficiales de lo que pasa: los comentarios profundos y ricos de la vida que hace el Espíritu Santo en toda la Escritura, y en nuestro caso, en los salmos. A ellos debemos someternos para liberarnos de aquel otro triste sometimiento con su repetición monótona de frases hechas e imitación servil de consignas y falsos modelos humanos.
"La Verdad os hará libres", dice Jesús, mas esta Verdad de la que habla es El mismo. Si es que Jesús habla en los salmos, como lo indica San Agustín, conviene volvernos a ellos para escucharlo. Jesús, nuestra Cabeza, está allí, pues, pensando, meditando y reflexionando, y comunicándonos estos pensamientos, meditaciones y reflexiones a nosotros, los miembros de su Cuerpo.
A imagen del "árbol" y del "jardinero"
No obstante, esto sucede en los salmos sin que ellos soslayen los pensamientos y reflexiones que le surgen al "hombre viejo" y que por cierto persisten en el cristiano. En este fundamental realismo consiste su eficacia educativa y modeladora. Los salmos calan a fondo en la psicología humana y por ello no se ciñen a proponernos reglas o ideales, sino que nos hacen reconocernos además tal cuales somos.
Muchos salmos nos hacen partir de esta realidad básica, describiéndola en sus múltiples manifestaciones. Nos hacen tomar conciencia así de las tendencias que aún obran en nuestra naturaleza caída y de las atracciones que todavía ejerce el mundo sobre nosotros. Pero el discurrir del salmo nos lleva insensiblemente a descubrir su falacia y su peligro destructivo, para introducirnos en los pensamientos de Cristo y acogerlos.
Este proceso no es mágico sino vital, no es instantáneo sino largo y a ello se presta justamente ese canal temporal del salmo que tiene en cuenta nuestra condición de seres temporales, necesitados de tiempo para ir convirtiéndonos. Nuevamente aparece aquí la virtud básica de la humildad.
No es sólo con lecciones éticas ni con fórmulas teológicas con que nos convertimos. Si bien éstas pueden sernos útiles para apartarnos del error y aquéllas para discernir el buen camino del malo, no basta esta orientación inicial. Hemos de someter al trabajo del jardinero nuestra tierra pues ella, aparte de semilla y buena tierra, requiere arrancar malas hierbas, poda, así como la acción sostenida del agua y del sol a lo largo del ciclo anual, y año tras año.
De este modo trabaja la Liturgia de las horas: como un tenaz y paciente jardinero. Nosotros somos la tierra, necesitada de ese trabajo. Y ella misma nos hace reconocerlo. Por ejemplo en el salmo 64, en que nos hace decirlo y agradecerle a Dios;
"Tú cuidas de la tierra, la riegas
y la enriqueces sin medida;
la acequia de Dios va llena de agua:
preparas los trigales,
riegas los surcos, igualas los terrones,
tu llovizna los deja mullidos;
bendices sus brotes,
coronas el año con tus bienes,
las rodadas de tu carro rezuman abundancia;
rezuman los pastos del páramo
y las colinas se orlan de alegría;
los valles se visten de mieses
que aclaman y cantan".
Nosotros somos ese "páramo" que Dios logra transformar en campo fecundo. Nosotros que, entonces, no hemos de pensar que captamos el sentido de los salmos de una vez por todas, sino entrar una y mil veces en sus surcos para ser trabajados, en sus canales, para ser regados y abrevados. Y que esto se realiza mediante una continua relectura y meditación, ya lo dice el salmo que abre el salterio:
"Dichoso el hombre que no sigue el consejo de los impíos
ni entra por la senda de los pecadores...
Sino que su gozo es la ley del Señor
y medita su ley día y noche.
Será como un árbol ´
plantado al borde de la acequia:
da fruto en su sazón
y no se marchitan sus hojas...
No así los impíos, no así:
serán paja que arrebata el viento..."
Del "hombre viejo" al "hombre nuevo"
Ahora veremos en un ejemplo cómo nos van trabajando los salmos para que lleguemos realmente a dar fruto y no "paja". Es otro salmo que discurre entre nuestra experiencia del "hombre nuevo" y la del "hombre viejo" que constantemente nos tienta. Es el salmo 72, que nos permite reconocer y expresar todas las dificultades que sentimos en nuestro interior para que la vida nueva crezca en nosotros y librarnos especialmente de la atracción que ejerce aún en nosotros la vida mundana. Vuelve aquí la imagen de la caída, la de "resbalar" como en el salmo 68, pero aplicada a esta tentación permanente, y yo diría, tan poderosa para los que empiezan el día oyendo la radio o leyendo el diario. El salmo nos ayuda a resistirla apoyándonos en la gracia que obra en nuestra alma, y por eso empieza con una acción de gracias, continúa con una confesión y acaba con un reiterado alivio y reconocimiento:
"¡Qué bueno es Dios para el justo,
el Señor para los limpios de corazón!
Pero yo por poco doy un mal paso,
casi resbalaron mis pisadas;
porque envidiaba a los perversos,
viendo prosperar a los malvados.
Para ellos no hay sinsabores,
están sanos y engreídos,
no pasan las fatigas humanas
ni sufren como los demás.
Por eso su collar es el orgullo,
y los cubre un vestido de violencia;
de las carnes les rezuma la maldad,
y el corazón les rebosa de malas ideas.
Insultan y hablan mal,
y desde lo alto amenazan con la opresión.
Su boca se atreve con el cielo,
y su lengua recorre la tierra".
Esto es lo que sentimos los cristianos cuando miramos a nuestro alrededor. El mundo nos propone una imagen seductora, que es contraria a la de la Cruz. Es la imagen del hombre exaltado y poderoso, que triunfa mediante su soberbia y arrogancia. Y el salmo nos permite reconocer que, a pesar de que vemos su maldad, lo envidiamos. Pero entonces vamos a oir la voz de Jesús que se filtra imperceptiblemente para consolarnos y decirnos que nos comprende:
"Por eso mi pueblo se vuelve a ellos
y se traga sus palabras..."
Quizás no advertimos esta voz que ha intervenido, pero su efecto lo experimentamos enseguida. Es como si esta voz del Señor nos hubiese alertado, como si, penetrando en nuestra mente, nos hubiese empujado a ver más adentro: a superar la imagen externa y seductora de hombre mundano y calar en su alma necia, de donde procede su prepotente infatuación:
"Ellos dicen: ¿Es que Dios lo va a saber?
¿Se va a enterar el Altísimo?
Así son los malvados:
siempre seguros, acumulan riquezas"
Comprendiendo esto se diluye mi envidia y la reemplaza el examen de conciencia, la reflexión que va a llevarme al cambio. En este punto empiezo a rechazar mi tendencia al "hombre viejo" y a recordar que ya he pasado por el bautismo que me ha limpiado y revestido de Cristo:
"Entonces, ¿para qué he limpiado yo mi corazón
y he lavado en la inocencia mis manos?
Si yo dijera: ‘voy a hablar como ellos’,
renegaría de la estirpe de tus hijos..."
Sin querer, ya estoy hablando con mis Salvador, conmovida por su renovada intervención, y le voy a decir lo que me pasaba con toda humildad y confianza:
"Meditaba yo para entenderlo,
pero me resultaba muy difícil,
hasta que entré en el misterio de Dios
y comprendí el destino de ellos.
Es verdad: los pones en el resbaladero,
los precipitas a la ruina;
de pronto causan horror,
y acaban consumidos de espanto.
Como un sueño al despertar, Señor,
al despertar desprecias sus sombras.
Cuando mi corazón se agriaba
y me punzaba en mi interior,
yo era un necio y un ignorante,
yo era un animal ante ti.
Pero yo siempre estaré contigo,
tú tomas mi mano derecha,
me guías según tus planes
y me llevas a un destino glorioso.
¿No te tengo a ti en el cielo?
Y contigo ¿qué me importa la tierra?
Mi corazón y mi carne se consumen
por Dios, mi lote perpetuo.
Sí: los que se alejan de ti se pierden,
tú destruyes a los que te son infieles.
Para mí lo bueno es estar junto a Dios,
hacer del Señor mi refugio,
y contar todas tus acciones
en las puertas de Sión".
¡Es notable cómo ha cambiado mi perspectiva! Ya no miro con los ojos del "hombre viejo", si bien soy capaz de comprenderlo. Ahora miro a los hombres mundanos, no para envidiarlos sino para horrorizarme pues los veo como los ve Dios. Parecían ser mucho y no son nada: los exitosos son en verdad unos fracasados. Pero verlos a ellos me hace verme a mí como en un espejo: de hecho me estaba acercando a esa nada al envidiarla: ¡qué alivio haberme aparatado de ese "resbaladero"! ¡Qué gracia tan inmensa el que hayas tomado mi mano cuando yo era un necio y un animal al envidiarlos! En el curso del salmo las imágenes han cambiado de signo: la del hombre mundano se ha vuelto negativa y la del cristiano sufrido, positiva. Seguir ese flujo de imágenes me ha permitido verme en una, para rechazarla, y en otra, para acogerla. Pues el salmo me hace vivir agudamente esos dos estados de alma. Es así que me aparto del primero para reencontrarme en el otro y aferrarme a la "roca" que me ofreció su refugio. Esto lo he experimentado también: su presencia salvadora, su voz y su "mano". Entonces, el alejarme del camino de los impíos no será ocasión de que caiga en la peor impiedad: la del orgullo y el desagradecimiento. Anclada queda en mí la convicción a que se ha arribado, la que subraya San Benito en los "Grados de humildad" de su Regla: "Yo soy un animal, un jumento; pero siempre estaré contigo" (cap. VII). ¿Dónde? En Sión, para "cantar tus canciones". Es que ya no podré olvidar tampoco que es en ella -en la Iglesia-, en donde he vivido litúrgicamente esta experiencia de salvación.
En la Iglesia: las imágenes del "rebaño" y del "Pastor"
"Yo soy un burro, pero siempre estoy contigo". Esto solo me diferencia del "necio" que dice que "no hay Dios" o que "Dios no lo va a saber". Pero es una gran diferencia, que me ha otorgado la actitud humilde de "dejarme guiar".
El necio es el que no sabe. Yo, en cambio, como Sócrates, he aprendido y "sé que no sé". Sigo siendo un "asno", pero con mayor razón volveré a aferrarme de tu mano, que he sentido actuar en la liturgia salmódica. Y volveré y volveré a ella para someterme a sus tratamientos que me curan y me van modelando. Me acojo, pues, a esta tabla de salvación que es la Iglesia en la que vivo y recibo este servicio litúrgico vivificante.
¡Y tantos salmos me señalan este don que puedo aprovechar, hablándome del "lote" que me ha tocado, de la "herencia" que me es acordada en la Iglesia! ¡Tantos salmos insisten en que necesito ser ayudado y guiado y que es inserto en ella que se me ayuda y guía! La imagen del "animal" que se me aplicaba individualmente reaparece en la otra imagen colectiva del "rebaño" conducido por su "pastor". Ella es tan importante que la liturgia nos la inculca desde que nos despertamos en los salmos "invitatorios":
"Venid postrémonos por tierra,
bendiciendo al señor, creador nuestro.
Porque El es nuestro Dios y nosotros su pueblo,
el rebaño que El guía..." (Salmo 94).
"Aclama al Señor, tierra entera,
servid al Señor con alegría...
Sabed que el Señor es Dios,
que El nos hizo y somos suyos,
su pueblo y ovejas de su rebaño..." (Salmo 99).
No hay mejor antídoto que estas imágenes reiteradas contra la pretendida autonomía y autosuficiencia que se nos infiltran en el mundo actual secularizado, que nos contagia insidiosamente la ilusión de poder arreglárnoslas solos sin Dios. Y estas imágenes del rebaño y del Pastor resultan un antídoto poderoso porque corresponden a nuestra experiencia auténtica: en verdad que en lo más íntimo nos sabemos débiles, frágiles e impotentes; y en verdad que hemos vivido muchas veces, no sólo la necesidad de ayuda, sino también el que se nos haya ayudado. Y este auxilio nos ha venido en ocasiones, no de alguien con quien contábamos, sino de quien menos lo esperábamos, en momentos en que no lo esperábamos, como al azar... Es sobre esta experiencia que se injerta la enseñanza sobre la Providencia: Sí, ciertamente, hay un Pastor...
Imágenes elementales
Y aquí viene bien recordar lo que señala Romano Guardini al hablar de las "imágenes elementales". Dice que las imágenes que se nos ofrecen en los mitos, en la poesía o en el arte -y por cierto en los salmos- son poderosas en cuanto sacan a relucir imágenes "elementales" o "primitivas" que encuentran eco en nosotros pues tocan algo que recordamos o reconocemos nos viene de origen o que forman parte de nuestro acerbo heredado, muchas de las cuales se hallan grabadas en nuestro inconsciente. Se trata -dice- de una "sabiduría que habla por sí misma, por más que sea desvalorizada por el modo de pensar racionalista".
Por ejemplo, la imagen del "camino". Ella surge espontáneamente al referirnos a nuestra existencia temporal. La imagen confirma algo que sabemos: hay algo "que hace que se pueda andar, que haya partida y llegada, y que en medio amenace el peligro de extravío". Esta imagen también es constantemente presentada en los salmos, y en conexión con la imagen del "pastor". Todo el salmo 118 se basa en estas dos imágenes inseparables:
"El Señor nos instruirá en sus caminos
y marcharemos por sus sendas..."
Asimismo el salmo 79 en que invocamos:
"Pastor de Israel, escucha,
tú que guías a José como a un rebaño..."
Las imágenes juegan poderosamente en nuestras entrañas donde sabemos que ciertamente es así: que andamos cual ovejas descarriadas, que el camino es incierto y peligroso y que necesitamos un conductor. Es lo que subraya Guardini:
"Lo que encierra (la imagen) no son conceptos científicos, sino el sentir vivo: por eso ahí se abre la existencia ante quien tenga un sentir despierto. Tiene en su mano un medio para orientarse, no en la actuación práctica como en la técnica o la ciencia, sino espiritualmente, con referencia a su sentido y orientación. Adquiere algo de lo que se llama sabiduría".
"Así, la vida humana está penetrada por todas partes por el influjo de tales imágenes. Nosotros, hombres modernos, ya no tenemos conciencia de ello; pero algunas veces se abre paso con fulgor algo de la antigua significación. Por ejemplo, cuando alguien da a alguien un anillo, o le invita a caminar juntos un trecho del camino en un instante cargado de experiencia vital. Entonces ambos perciben un significado que no viene del sentido externo del acontecimiento, sino de más hondo" (1).
Y es precisamente de allí, de lo hondo, que la imagen elemental sale y encuentra eco en lo que nosotros también sabemos en lo más hondo.
"Cor ad cor loquitur"
Esta resonancia es la que hallamos en los salmos. Cuando atendemos a ellas, algo despierta en nosotros. Es más: algo responde en nosotros, convocado por ellas. Esta experiencia tiene que ver con lo que John Henry Newman condensara en su famoso "motto": Cor ad cor loquitur. Nuestro corazón escucha una voz en el corazón de las imágenes, que no sino la voz de Dios en las cosas por El creadas. Es el Logos quien nos habla y encuentra eco en nuestro corazón que El también ha creado. El cielo, el árbol, el camino y todas las creaturas, como dice el salmo 18:
"sin que hablen, sin que pronuncien
sin que resuene su voz,
a toda la tierra alcanza su pregón
y hasta los límites del orbe su lenguaje"
Pero a este mensaje mudo pero elocuente de las imágenes elementales, que toca lo que en nosotros es también elemental, natural, se agrega el mensaje tipológico que Dios les acordó: el referirse como "sombras e imágenes" a las realidades sobrenaturales, en especial a Cristo y su acción redentora.
Desde estos dos planos significativos nos apelan los salmos a transformarnos. Las cosas del mundo, estropeadas por el pecado, recobran su primigenio poder expresivo para hablarnos. Y esta palabra se sobrepotencia al apuntar al Nuevo Adán que las ha regenerado a ellas y que a través de ellas nos llama a regenerarnos a nosotros. Las imágenes juegan entre estos dos planos que se complementan con una fuerza sinfónica de convocatoria.
Pero es Dios el que habla así. La Persona está despertando a mi persona. Un "Yo" me llama "tú"... y entonces se encuentra con mi libertad. Es verdad que soy un "animal", pero en el "rebaño" de la Iglesia, congregado por el buen Pastor, me personalizo por este llamado suyo, susurrado en las imágenes y, aceptando este canal de gracia, me vuelvo capaz de responderle.
¿Cómo sucede esto? Justamente por la fuerza emotiva con que están cargadas estas imágenes, que es capaz de conmoverme. A través de ellas siento su amor, y siento que no puedo sino dar una respuesta de amor. Es decir, la respuesta de una persona.
No es lo mismo que se me explique a Dios con una fórmula del catecismo. Necesariamente esto será insuficiente, pues Dios está allí "definido", mientras que en el salmo está vivo. Allí lo oigo, lo veo, lo toco, siento su aliento y su fuego. Siempre y cuando, por supuesto, esté preparado para ello: que sea capaz de ver, oír, tocar, gustar, tal como también lo señala Guardini en Los sentidos y el conocimiento religioso. Sólo así tendrá lugar lo que dice la Escritura: "Gustad y ved qué bueno es el Señor".
Y entonces seré capaz de responder al Amor con mi amor. Pues de eso se trata y no de otra cosa. Entonces, si mi libertad se abre a la gracia, si no le doy la espalda y reniego del amor experimentado, podré transformar en amor personal mío el amor de Cristo, el Espíritu de Amor que me ofrece para amarlo en respuesta. Sucederá lo que indica San Pablo: tendré "los mismos sentimientos de Cristo", en otras palabras, respiraré con su Espíritu de Amor, alentaré con El y me iré convirtiendo en otro Cristo: "Cristo que vive en mí", en ti y en todas las ovejas de su rebaño, no ya "meros animales", sino personas cristianas.
La caridad que fluye en el cauce de los salmos
Las imágenes de los salmos son cauce de oración en este sentido. Pues ¿qué es la oración? No algo que yo produzco, sino algo que se produce en mí con mi consentimiento. No algo que sale de mí como de su origen, sino algo que brota en mí como respuesta a la Fuente que le da origen. Dos voces entrañables, la de Dios y la mía, concertadas y aunadas en la caridad que fluye en ese canal dialogal por obra del Espíritu Santo. Dios, que me creó llamándome, me vuelve a llamar para desposarme con su Hijo. En el salmo 44 oigo precisamente este llamado:
"Escucha, hija mía, mira; inclina el oído,
olvida tu pueblo y la casa paterna.
Prendado está el rey de tu belleza,
póstrate ante él, que él es tu Señor..."
Pero este salmo me indica poco después que este desposorio mío con el Señor se realiza en el interior del gran desposorio de Cristo con la Iglesia, pues a ella se refiere lo que dice a continuación:
"A cambio de tus padres tendrán hijos
que nombrarás príncipes por toda la tierra".
Las imágenes se conjugan para expresar este misterio: que yo soy personalmente esposa, pero que lo soy en cuanto miembro de la Iglesia. Ella es la Madre de quien depende que yo nazca, viva y sea capaz de responder al amor nupcial del Señor, como lo indica el salmo 86 con su imagen maternal que se conjuga con la imagen de la "Ciudad de Dios":
"Se dirá de Sión: ‘Uno por uno
todos han nacido en ella:
el Altísimo en persona la ha fundado’.
El Señor escribirá en el registro de los pueblos:
‘Este ha nacido allí’.
Y cantarán mientras danzan:
‘Todas mis fuentes están en TI’."
A uno por uno, es decir personalmente, la Iglesia nos va dando a luz. A uno por uno, nos va modelando pues no tenemos otra fuente de vida y de crecimiento que ella. Cada uno y todos juntos cantamos los salmos en la liturgia de la Iglesia. Esta formación nos es indispensable para responder a la gracia sacramental. La Palabra de Dios se conjuga con los sacramentos. La Eucaristía no es tal, "acción de gracias", sin nuestra respuesta personal y comunitaria. Y para esta respuesta nos educan los salmos con la eficacia viviente de sus imágenes que hallan eco en nuestro corazón. Si ciertamente Dios puede hacer "Hijos suyos de las piedras", es que ablanda y modela nuestros corazones de piedra introduciéndolos día a día, a lo largo de nuestra vida, en este cauce vivificante que nos vuelve capaces de oírle, de conmovernos y de responder a su voz con nuestra voz transformada por el Espíritu Santo.
No digo que Dios no puede modelar a sus hijos de otra manera. Pero ésta es la manera normal, la manera propia de la Iglesia que El quiso fuese la madre de todos.
¿Cómo no aprovecharla? ¿Cómo no proponerla? La Iglesia ofrece este cauce privilegiado que son los salmos repartidos y dosificados según los días de la semana y los tiempos del Año Litúrgico. Allí se encuadran, rindiendo todo su significado por su relación con la historia de la Redención. Los himnos, las antífonas, las lecturas y los responsorios son indicaciones preciosas en este aspecto. Según sea este marco, los mismos salmos aluden en distintos momentos del año a variados significados que están latentes en ellos. Esta riqueza ha de ser señalada a los fieles para que estén despiertos y alertas a su hondura inagotable: tanto para que no se descorazonen si les cuesta penetrarlos cuanto para que no crean haberlos calado con una, dos o más veces que los hayan recitado. Al respecto, creo oportuno terminar con este aviso del Cardenal Newman que, por referirse al Escritura entera, se aplica también a los salmos:
"La Escritura es un refugio en toda aflicción. Pero tengamos cuidado de no usarla sino como corresponde ni pretender tan sólo refugiarnos a su sombra. Usémosla sabiendo cuál es nuestra medida, pues la Escritura es mucho más alta y ancha que nuestras necesidades, y ella vela nuestros sentimientos al mismo tiempo que les da expresión. Ella es sagrada y celestial: los limita y los purifica a la vez que los confirma" (2).
Sólo con esta actitud respetuosa y humilde, los salmos serán el cauce por el que nos atreveremos a la osadía a que nos convocan: despojarnos del hombre "viejo" y revestir el "nuevo" por la "transformación
de la mente" y la internalización de "los sentimientos de Cristo", los cuales no son sino la auténtica caridad que se vive en la Iglesia.
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NOTAS
(1) GUARDINI, Romano, La esencia de la obra de arte, Guardarrama, Madrid 1960.
(2) The carting of friends, Sermons and Discourses 1839-57, Longmans, N. York, 1949