SERMÓN IX[1]
Quasi stella matutina in medio nebulae, et quasi luna plena in diebus suis lucet, et quasi sol refulgens, sic iste refulsit in templo dei.
«Éste ha resplandecido en el templo de Dios como una estrella matutina en medio de la niebla, y como una luna llena en sus días, y como un sol radiante» (Eclesiástico 50, 6 y 7).
Ahora me refiero a la última palabra: «templo de Dios». ¿Qué es «Dios» y qué es «templo de Dios»?
Veinticuatro maestros se reunieron con el propósito de hablar sobre lo que era Dios[2]. Se congregaron en determinado momento y cada uno de ellos expresó su opinión; de éstas escojo ahora dos o tres. Uno dijo: Dios es algo en comparación con lo cual todas las cosas mutables y temporales no son nada; y todo cuanto tiene [el] ser, es insignificante ante Él. El segundo dijo: Dios es algo que se halla necesariamente por encima del ser, [algo] que en sí mismo no necesita de nadie y del que necesitan todas las cosas. El tercero dijo: «Dios es un entendimiento que vive únicamente en el conocimiento de sí mismo»[3].
Dejo de lado la primera y la última [opinión] y me refiero a la segunda, de acuerdo con la cual Dios es algo que necesariamente se halla por encima del ser. Lo que tiene ser, tiempo o lugar, no toca a Dios; Él está por encima de ello. [Es cierto que] Dios se halla en todas las criaturas en cuanto tienen el [ser] y, sin embargo, está por encima [de ellas]. Justamente con todo cuanto Él es en todas las criaturas, se halla por encima [de ellas]; aquello que es uno en muchas cosas, debe estar necesariamente por encima de las cosas. Algunos maestros opinaban que el alma se hallaba sólo en el corazón. No es así y hubo grandes maestros que se equivocaban a este respecto. El alma se halla completamente entera e indivisa en el pie, y entera en el ojo y en cualquier miembro. Si tomo un lapso de tiempo, no es el día de hoy ni el de ayer. Pero si tomo el «ahora» [de la eternidad] éste comprende en sí todo el tiempo. El «ahora» en el cual Dios creó el mundo, se halla tan cerca del tiempo actual como el instante en que hablo ahora, y el Día del Juicio se halla tan cerca de ese «ahora» como el día que fue ayer.
Dice un maestro: Dios es algo que obra eternamente, indiviso en sí mismo, [y] que no necesita de la ayuda de nadie ni de herramienta alguna y perdura en sí mismo, no necesita nada, pero todas las cosas necesitan de [este algo] y hacia ello tienden todas las cosas como hacia su última meta. Esta meta no tiene ningún modo definido, se emancipa del modo y se va extendiendo. Dice San Bernardo[4]: Amar a Dios es modo sin modo. Un médico que quiere curar a un enfermo, no tiene ningún modo [determinado] de salud en el sentido de lo sano que quiere hacer al enfermo; pero sí tiene [un] modo con el que lo quiere curar; mas lo sano que lo quiere hacer, no tiene modo determinado: tan sano como él es capaz [de hacerlo]. Para la medida del amor que le debemos tener a Dios, no existe modo [determinado]; debemos amarlo tanto cuanto seamos capaces de hacerlo; esto no tiene modo.
Cada cosa obra dentro de [su] ser; ninguna cosa puede obrar más allá de su ser. El fuego no puede obrar sino en el leño. Dios obra por encima del ser en la dimensión donde Él puede desempeñarse; obra en [el] no-ser. Antes de que hubiera [el] ser, obraba Dios; obraba [el] ser cuando [el] ser aún no existía. Algunos maestros brutos dicen que Dios es un ser puro; Él se halla tan por encima del ser, como el ángel supremo está por encima del mosquito. Si yo dijera de Dios que es un ser, cometería un error tan grande, como si llamara al sol pálido o negro. Dios no es ni esto ni aquello. Y un maestro dice: Quien cree haber llegado a conocer a Dios y quien [al hacerlo], conozca alguna cosa, no conoce a Dios. Pero si he dicho que Dios no es un ser y se halla por encima del ser, esto no significa que le haya negado [el] ser, antes bien lo he enaltecido en Él. Si tomo [el] cobre envuelto en oro, entonces existe ahí y subsiste de una manera más elevada de la que tiene en sí mismo. Dice San Agustín[5]: Dios es sabio sin sabiduría, bueno sin bondad, poderoso sin poder.
Algunos maestros de modesta preparación[6] enseñan en el colegio que todos los seres se hallan divididos en diez categorías[7], y afirman que ninguna de ellas corresponde a Dios. Ninguna de estas categorías afecta a Dios, pero tampoco le falta ninguna. La primera, o sea la que posee la mayor cantidad de ser y en la cual todas las cosas reciben su ser, es la substancia; y la última, que contiene la menor cantidad de ser, se llama relación, y en Dios ésta se iguala a lo más grande que posee la mayor cantidad de ser; es que ellas en Dios tienen la misma imagen primigenia. En Dios, las imágenes primigenias de todas las cosas son iguales; pero son las imágenes primigenias de cosas desiguales. El ángel supremo y el alma y el mosquito tienen una y la misma imagen primigenia en Dios. Dios no es ni ser ni bondad. [La] bondad está apegada al ser y no va más allá del ser; pues, si no hubiera ser, no habría bondad, y [el] ser es todavía más acendrado que [la] bondad. Dios no es bueno ni mejor ni óptimo. Quien dijera que Dios era bueno, lo agraviaría tanto como si llamara negro al sol.
Pero Dios mismo dice: «Nadie es bueno sino sólo Dios» (Marcos 10, 18). ¿Qué es bueno? Es bueno aquello que se comunica. Llamamos bueno a un hombre que se comunica y es útil. Por eso dice un maestro pagano: En este sentido un ermitaño no es ni bueno ni malo porque no se comunica ni es útil. [Mas] Dios es lo que más se comunica. Ninguna cosa se comunica a partir de lo propio, porque todas las criaturas no existen por sí mismas. Todo cuanto comunican lo han recibido de otro. Tampoco se dan ellas mismas. El sol da su brillo y, sin embargo, permanece en su lugar; el fuego da su calor y, sin embargo, sigue siendo fuego; pero Dios comunica lo suyo porque Él es por sí mismo lo que es, y en todos los dones que otorga, en primer término se da a sí mismo. Se da como Dios, tal como es en todos sus dones, según sea posible en aquel que desea recibirlo. Dice Santiago: «Todos los dones buenos fluyen desde arriba, provienen del Padre de las luces» (Santiago 1, 17).
Si aprehendemos a Dios en el ser, lo aprehendemos en su antepatio, pues [el] ser es el antepatio en donde mora. Pero ¿dónde se halla en su templo en el cual resplandece [como] santo? El templo de Dios es [el] entendimiento. En ninguna parte mora Dios más propiamente que en su templo, o sea el entendimiento, según dijo otro maestro[8] que Dios es un entendimiento que vive en el conocimiento única y exclusivamente de sí mismo, permaneciendo solo en sí allí donde nada lo ha tocado jamás [a Dios], porque allí se halla solo en su quietud. En el conocimiento de sí mismo Dios se conoce a sí mismo en sí mismo.
Consideremos ahora [el conocimiento] tal como es en el alma que posee una «gotita» de entendimiento, una «chispita», una «rama». Ella [el alma] tiene potencias que obran en el cuerpo. Hay una potencia con cuya ayuda digiere el hombre; ésta obra más de noche que de día; [y] gracias a ella el hombre aumenta de peso y crece. El alma posee además una potencia en el ojo: mediante ella el ojo resulta tan sutil y fino que no acepta las cosas en su rudeza como son en sí mismas; antes tienen que ser cernidas y refinadas al aire y a la luz; esto sucede porque el [ojo] tiene consigo al alma. Otra potencia más se encuentra en el alma, con ella piensa. Esta potencia se imagina dentro de sí las cosas que no se hallan presentes, de modo que conozco las cosas tan bien —y aun mejor— como si las viera con mis ojos —en pleno invierno puedo imaginarme muy bien una rosa—, y con esta potencia opera el alma en [el] no-ser y en este aspecto lo imita a Dios que obra en [el] no-ser.
Dice un maestro pagano: El alma que ama a Dios, lo toma bajo la envoltura de la bondad —las palabras citadas hasta ahora pertenecen a maestros paganos que no conocieron sino a la luz natural, aún no he llegado a las palabras de los santos maestros que conocieron a una luz mucho más sublime— [pues bien], él dice: El alma que ama a Dios, lo toma bajo la envoltura de la bondad. [El] entendimiento, empero, le quita a Dios la envoltura de la bondad y lo toma desnudo donde está despojado de [la] bondad y del ser y de todos los nombres.
Dije en el colegio que el entendimiento es más noble que la voluntad y ambos, sin embargo, tienen su lugar en esa luz[9]. Entonces, un maestro dijo[10] en otro colegio que la voluntad era más noble que el entendimiento, porque la voluntad toma las cosas tales como son en sí mismas; el entendimiento, [en cambio], toma las cosas tales como son en él mismo. Esto es verdad. Un ojo es más noble en sí mismo que un ojo pintado en una pared. Pero yo digo que [el] entendimiento es más noble que [la] voluntad. [La] voluntad toma a Dios bajo la vestimenta de la bondad. [El] entendimiento toma a Dios desnudo, tal como se halla despojado de la bondad y del ser. La bondad es una vestimenta por debajo de la cual Dios se halla escondido, y la voluntad toma a Dios bajo esa vestimenta de la bondad. Si no hubiera bondad en Dios, mi voluntad no lo querría. Si alguien quisiera vestir a un rey, en el día en que iban a hacerlo rey, y lo vistiera con indumentaria gris, no lo habría vestido bien. Yo no soy bienaventurado porque Dios es bueno. Tampoco quiero pedir nunca que Dios en su bondad me haga bienaventurado, porque Él no sería capaz de hacerlo. Soy bienaventurado únicamente porque Dios es racional y porque yo conozco este hecho. Dice un maestro: Es [el] entendimiento de Dios del que depende enteramente el ser del ángel. Se pregunta ¿dónde se halla muy propiamente dicho la esencia de la imagen: en el espejo o en aquel de quien proviene? Hablando con mayor propiedad: en aquel de quien proviene. La imagen se halla en mí, [sale] de mí y [va] hacia mí. El espejo, mientras se encuentra exactamente enfrente de mi rostro, contiene mi imagen; si el espejo se cayera, la imagen se desvanecería. El ser del ángel depende de que tenga presente el entendimiento divino en el cual se conoce.
«Como una estrella matutina en medio de la niebla.» Ahora me referiré a la palabrita «quasi» que quiere decir «como»; los niños en la escuela la clasifican como «nombre adverbio» (bîwort). He aquí aquello en que pienso en todos mis sermones[11]. Lo más esencial que se puede enunciar de Dios es «Verbo» y «Verdad». Dios se ha llamado Él mismo un «Verbo». San Juan dijo: «Al comienzo era el Verbo» (Juan 1, 1) y al decirlo alude [también] al hecho de que uno debería ser un adverbio junto al Verbo. Tal como la «estrella libre» lleva el nombre de «Venus» del día viernes11a: ella tiene diversos nombres. Cuando antecede al sol y sale antes que éste se la llama: «estrella matutina»; cuando va a la zaga del sol de modo que éste se pone primero, se la llama «estrella vespertina». A veces corre por encima del sol, a veces por debajo. Ante todos los astros ella se mantiene siempre a la misma distancia del sol; nunca se aleja más de él ni se le acerca más, y esto significa que el hombre deseoso de llegar a tal punto, siempre debe estar cerca de Dios y en su presencia, de modo que nada pueda alejarlo de Dios, ni la dicha ni la desdicha, ni criatura alguna.
El [texto de la Escritura] dice además: «Como una luna llena en sus días». La luna reina sobre toda la naturaleza húmeda. Ella nunca se halla tan cerca del sol como en el plenilunio cuando recibe su luz inmediatamente del sol. Pero por el hecho de estar más cerca de la tierra que cualquier otro astro, tiene dos desventajas: está pálida y manchada y pierde su luz. Nunca es tan fuerte como cuando está más alejada de la tierra, entonces hace que el mar crezca más; pero cuanto más mengua, es menos capaz de hacerlo. El alma es más fuerte cuanto más elevada se halla sobre las cosas terrestres. Quien no llegara a conocer nada más que las criaturas, no necesitaría reflexionar nunca sobre sermón alguno, pues toda criatura está llena de Dios y es un libro. El hombre que quiere llegar a aquello de lo que acabamos de hablar —y en esto se resume todo el sermón— [este hombre] debe ser como una estrella matutina: [debe estar] siempre presente ante Dios y siempre con [Él], e igualmente cercano y elevado por encima de todas las cosas terrestres, siendo un «adverbio» junto al «Verbo»[12].
Existe una palabra enunciada: ésta es el ángel, el hombre y todas las criaturas. Además hay otra palabra, pensada y enunciada, mediante la cual se hace posible que yo me imagine algo. Mas hay todavía otra palabra no enunciada ni pensada y que nunca sale afuera, sino que se halla eternamente en Aquel que la dice; mora en el Padre que la dice en continuo acto de ser concebida y de permanecer adentro. El entendimiento siempre está actuando hacia dentro. Cuanto más sutil y cuanto más espiritual es una cosa, tanto más poderosamente obra hacia dentro; y cuanto más vigoroso y sutil es el entendimiento, tanto más le es unido y se une con él aquello que [el entendimiento] conoce. Mas no sucede lo mismo con las cosas corporales; cuanto más vigorosas son, tanto más obran hacia fuera. [Pero] la bienaventuranza de Dios reside en el obrar-hacia-dentro del entendimiento, donde el «Verbo» permanece adentro. Ahí, el alma debe ser un «adverbio» y obrar una sola obra con Dios para recibir su bienaventuranza dentro del conocimiento flotante en sí mismo, ese mismo [conocimiento] donde Dios es bienaventuranza.
Que el Padre y el mismo Verbo y el Espíritu Santo nos ayuden para que siempre seamos un «adverbio» de este «Verbo». Amén.
[1] Atribución: Maestro Ekkart.
Según los encabezamientos: «En el día de Santo Domingo».
[2] Eckhart piensa en el Liber XXIV philosophorum del Seudo-Hermes Trimegisto.
[3] Se refiere a la tercera sentencia del Liber que reza: «Deus est, qui solus suo intellectu vivit».
[4] Se remite a Bernardo de Clairvaux, De diligendo Deo c. 1 n. 1 y 6 n. 16.
[5] Cfr. Augustinus, De trinitate 1. V c. 1 n. 2.
[6] Quint opina (tomo I p. 147 nota 3) que se trataría de los «baccalaurii theologiae».
[7] Las diez categorías del ser, de Aristóteles.
[8] En uno de sus escritos latinos dice Eckhart: «ut ait Themistius».
[9] La luz más sublime de los santos maestros a la cual Eckhart se ha referido arriba.
[10] Según Quint (tomo I p. 152 nota 3) Eckhart se refiere posiblemente al general de los franciscanos Gonsalvus Hispanus que polemizó en una Quaestio contra la concepción de Eckhart.
[11] Cfr. Quint (tomo I p. 154 nota 3); «Eckhart dice aquí que en todos sus sermones tiene en vista el “bîwort” y que en todas sus prédicas se entreteje el motivo fundamental según el cual el alma tiene su “emanación” allí donde emana también el Hijo, y según el cual el Padre al enunciar al Hijo, el “Verbo”, enuncia al mismo tiempo también al alma como “bîwort” (adverbio) y que en ello reside toda la nobleza del alma humana, gracias a la cual es capaz de ser una con el Hijo y por ende también con la divinidad».
11a Juego de palabras en alemán: «der vrîe sterne» y «vrîtac» = «día libre». Etimología errónea.
[12] Eckhart distingue tres clases de «palabras»: 1) La palabra enunciada, objetivada fuera de Dios en las criaturas; 2) La palabra humana pensada y representada; 3) El «Verbo» como segunda persona de la divinidad, el que siempre permanece dentro del «Padre, que no es enunciado ni sale del círculo trinitario» (Quint tomo I, p. 157 n. 2).