SERMÓN L[1]

Eratis enim aliquando tenebrae.

Dice San Pablo: «Anteriormente erais tinieblas, pero ahora [sois] una luz en Dios» (Efesios 5, 8).

Los profetas, que ambulaban en la luz, conocieron y hallaron la verdad secreta bajo el influjo del Espíritu Santo. A veces fueron movidos a dirigirse hacia fuera y a hablar de las cosas conocidas por ellos para salvación nuestra, a fin de que nos enseñaran a conocer a Dios. Otra vez les sucedió que enmudecieron, de modo que no podían hablar y esto se debía a tres razones.

Primero: el bien que conocían y veían en Dios era tan grande y tan oculto que no podía configurarse en su conocimiento; porque todo cuanto podía configurarse era tan desigual a lo que veían en Dios y era tan falso frente a la verdad que se callaban y no querían mentir… La segunda razón: todo cuanto veían en Dios era tan grande y noble que no eran capaces de tomar de ello ni [una] imagen ni [una] forma para hablar [de lo visto]… La tercera razón porque enmudecieron, consistía en que miraban dentro de la verdad oculta y encontraban el arcano en Dios, que no sabían expresar con palabras. Pero algunas veces sucedió que se dirigieron hacia fuera y hablaron; mas, por la disimilitud [en comparación con] la verdad, echaban mano de la materia burda y pretendían enseñarnos a conocer a Dios por medio de las cosas inferiores de la criatura.

Ahora bien, Pablo dice: «Anteriormente erais tinieblas, pero ahora [sois] una luz en Dios». «Aliquando» [anteriormente]. Para quien sabe interpretar plenamente esta palabra, ella significa lo mismo que «en algún momento» y se refiere a[l] tiempo que nos impide [llegar a] la luz, porque a Dios nada le repugna tanto como el tiempo; [y] no sólo el tiempo, se refiere también al apego al tiempo; tampoco se refiere sólo al apego al tiempo, sino también al [hecho de] rozar el tiempo. [Y] no sólo al [hecho de] rozar el tiempo, sino también a un aroma y un gusto del tiempo… así como en el lugar donde se hallaba una manzana, persiste un olor, así debes entender el roce del tiempo. Los más destacados de nuestros maestros dicen[2] que el firmamento corpóreo y el sol y también los astros tienen que ver tan poco con el tiempo que lo rozan meramente. Yo, en este contexto, me refiero finalmente al hecho de que el alma está creada muy por encima del cielo y que ella, en su punto más alto y puro, nada tiene que ver con el tiempo. Ya me he referido varias veces a la obra en Dios y al nacimiento en el cual el Padre engendra a su Hijo unigénito, y de esta emanación florece el Espíritu Santo, de modo que el Espíritu [va emanando] de ambos, y en esta emanación se origina el alma emanando [a su vez]; y la imagen de la divinidad se halla estampada en el alma, y en la emanación y en el reflujo de las tres personas, el alma refluye también y es otra vez in-formada en su primera imagen sin imagen.

En esto piensa Pablo cuando dice: «Pero ahora una luz en Dios». No dice «sois una luz», sino «pero ahora una luz en Dios». Él quiere decir lo que yo también he dicho varias veces: Quien ha de conocer las cosas, debe conocerlas en su causa[3]. Los maestros dicen que las cosas penden de su nacimiento de modo que allí miran lo más acendradamente en [el interior del] ser. Pues, allí donde el Padre engendra al Hijo, allí hay un «ahora» presente. Desde el nacimiento eterno, donde el Padre engendra a su Hijo, el alma ha emanado en su ser, y la imagen de la divinidad está estampada en el [alma].

En el colegio discutían, y algunos maestros dijeron que Dios había estampado la imagen en el alma como quien pinta un cuadro en una pared y éste se esfuma. Contra esta [opinión] hubo protestas. Otros maestros se expresaron mejor y dijeron que Dios había estampado la imagen en el alma como perdurable, como una idea perdurable en el [alma]… como, por ejemplo, yo tengo hoy [determinada] voluntad y mañana tengo la misma idea y preservo la imagen [= representación volitiva] por medio de mi influencia representante[4]. Y conforme a ello dijeron que las obras divinas son perfectas. Pues, si el carpintero fuera perfecto en su obra, no necesitaría de la materia; porque, tan pronto como pensara en la casa, ella estaría hecha. Así son las obras en Dios: tan pronto como las piensa, las obras están hechas en un «ahora» presente. Entonces intervino el quinto maestro[5] y él se expresó mejor que todos, diciendo: Allí no hay [devenir], sino que se trata de un «ahora», un devenir sin devenir, un ser nuevo sin renovación, y el devenir es su ser [de Dios]. En Dios hay una sutileza tal que ninguna renovación puede entrar. Igualmente, hay en el alma una sutileza tan acendrada y tan tierna que ahí tampoco puede entrar ninguna renovación; porque todo cuanto hay en Dios, es un «ahora» presente sin renovación.

Querría haber hablado de cuatro cosas: de la sutileza de Dios y de la sutileza del alma y de la obra en Dios y de la obra del alma. Ahora, no lo haré.




[1] El texto bíblico fue tomado de la Epístola del tercer domingo de cuaresma.

[2] Otro pasaje en latín del propio Eckhart (In Gen. I n. 73) remite a Augustinus, Confess. 1. XII (c. 9 n. 9.).

[3] Quint explica (t. II p. 457 s. n. 1) que falta «sois» ya que contiene un elemento de cambio mientras en la «luz en Dios» no hay devenir ni contacto con el tiempo. «Sólo en el nunc, el eterno “ahora” de su nacimiento eterno, se puede conocer a las cosas como [son] en su causa».

[4] Quint (t. II p. 459 n. 1): «quiere decir que yo, mediante la influencia, continuamente representante, o sea, conscientización, convierto la idea en constante, nunca “perecedera”».

[5] Véase Sermón XLVII: Avicenna.