SERMÓN LII[1]
Beati pauperes spiritu, quoniam ipsorum est regnum caelorum.
La bienaventuranza abrió su boca de sabiduría y dijo: «Bienaventurados
son los pobres en espíritu, pues de ellos es el reino de los cielos» (Mateo
5, 3).
Todos los ángeles y todos los santos y todo cuanto ha nacido jamás,
deben callarse cuando habla esta Sabiduría del Padre; porque toda la sabiduría
de los ángeles y de todas las criaturas es pura necedad ante la Sabiduría
sin fondo de Dios. Esta ha dicho que los pobres son bienaventurados.
Ahora bien, hay dos clases de pobreza: una es una pobreza exterior y ésta
es buena y muy elogiable en la persona que carga con ella voluntariamente, por
amor de Nuestro Señor Jesucristo, porque Él mismo la soportó en esta
tierra. De esta pobreza no quiero decir más. Pero existe otra pobreza, una
pobreza interior respecto a la cual hay que entender la palabra de Nuestro Señor
cuando dice: «Bienaventurados son los pobres en espíritu».
Ahora os ruego que seáis igualmente [pobres] para [poder] comprender
estas palabras; porque os digo por la verdad eterna: Si no os asemejáis a
esta verdad, de la cual hablaremos ahora, no podréis comprenderme.
Algunas personas me han preguntado qué es la pobreza en sí misma y qué
es un hombre pobre. Daremos, pues, la respuesta.
Dice el obispo Alberto[2]
que un hombre pobre es aquel que no se contenta con todas las cosas
creadas jamás por Dios… y está bien dicho. Mas nosotros lo diremos mejor aún,
concibiendo la pobreza en un sentido más elevado: un hombre pobre es aquel
que no quiere nada y no sabe nada y no tiene nada. De estos tres puntos
hablaremos ahora y os ruego por el amor de Dios que comprendáis esta verdad,
si es que podéis [hacerlo]; y si no la comprendéis, no os preocupéis,
porque hablaré de una verdad tal que sólo unas pocas personas buenas habrán
de comprenderla.
En primer lugar diremos que un hombre pobre es aquel que no quiere nada.
Alguna gente no entiende adecuadamente el sentido de ello. Son esas personas
que se empecinan en conservar su propio yo en sus penitencias y ejercicios
exteriores que esas personas consideran gran cosa. ¡Que Dios se apiade del
escaso conocimiento de la verdad divina en esas personas! A esos hombres se
los llama santos a causa de las apariencias; pero, en su fuero íntimo son
asnos porque no captan el carácter simbólico de la verdad divina. Esas
personas dicen [también] que un hombre pobre es aquel que no quiere nada. Lo
interpretan de la siguiente manera: [dicen] que el hombre ha de vivir de modo
tal que no cumpla nunca, en ningún caso, su voluntad. Más aún: que aspire a
cumplir la queridísima voluntad de Dios. Esos hombres están bien encaminados
porque su intención es buena, por eso hemos de elogiarlos. ¡Que Dios en su
misericordia les dé el reino de los cielos! Mas yo digo, por la verdad
divina, que esos hombres no son pobres ni se parecen a [los] pobres. Son
considerados grandes en la opinión de aquellas personas que no conocen nada
mejor. Mas yo digo que son asnos que nada entienden de la verdad divina. Puede
ser que ellos, gracias a su buena intención, lleguen al reino de los cielos;
pero de la pobreza de que hablaremos ahora, ellos no saben nada.
Si alguien me pregunta, pues, qué es un hombre pobre que no quiere
nada, le contesto y digo así: Mientras el hombre todavía posee la voluntad
de querer cumplir la queridísima voluntad de Dios, semejante hombre no tiene
la pobreza de la cual queremos hablar, pues todavía tiene una voluntad con la
que quiere satisfacer la voluntad de Dios, y esto no es pobreza genuina. Pues,
si el hombre de veras ha de poseer [la] pobreza, debe estar tan libre de su
voluntad creada como lo era antes de ser. Porque os digo por la eterna verdad:
Mientras tenéis la voluntad de cumplir la voluntad de Dios y deseáis
[llegar] a la eternidad y a Dios, no sois pobres; pues un hombre pobre es [sólo]
aquel que no quiere nada ni apetece nada.
Cuando yo me hallaba aún en mi causa primigenia, no tenía Dios alguno
y era la causa de mí mismo; no quería nada ni apetecía nada porque era un
ser libre y un conocedor de mí mismo en el gozo de la verdad. Entonces me
quería a mí mismo sin querer otra cosa; lo que yo quería lo era, y lo que
era lo quería, y entonces me mantenía libre de Dios y de todas las cosas.
Mas cuando, por libre decisión, salí y recibí mi ser de criatura, entonces
tuve un Dios; porque antes de que fueran las criaturas, Dios [aún] no era «Dios»;
mas, era lo que era. Pero, cuando las criaturas llegaron a ser, recibiendo su
ser creado, Dios no era «Dios» en sí mismo, sino que era «Dios» en las
criaturas[3].
Ahora diremos que Dios en cuanto es «Dios», no es la meta perfecta de
la criatura. Porque tan elevado rango de ser lo ocupa [también] la criatura más
humilde en Dios. Y si sucediera que una mosca tuviese entendimiento y buscase
racionalmente el abismo eterno del ser divino, del cual ha provenido, diríamos
que Dios, por más que fuera «Dios», no podría satisfacer ni contentar a
esa mosca. Por eso le pedimos a Dios que nos despojemos de «Dios» y
aprehendamos la Verdad, gozándola eternamente allá donde los ángeles
supremos y la mosca y el alma son iguales, allá donde yo estaba y quería
[ser] lo que era y era lo que quería [ser]. Por ende decimos: Si el hombre ha
de ser pobre en voluntad, debe querer y apetecer tan poco como quería y
apetecía cuando no era. Y de esta manera es pobre el hombre que no quiere.
Por otra parte es un hombre pobre el que no sabe. En alguna oportunidad
dijimos que el hombre debía vivir de tal modo que no vivía ni para sí mismo
ni para la verdad ni para Dios. Mas ahora decimos otra cosa, agregando que el
hombre, que ha de poseer esta pobreza, debe vivir de modo tal que ni siquiera
sepa que no vive ni para sí mismo ni para la verdad ni para Dios; antes bien
ha de estar tan despojado de todo saber que no sabe ni conoce ni siente que
Dios vive en él; más aún: debe estar vacío de todo conocimiento que en él
tenga vida. Pues, cuando el hombre se mantenía [aún] en el eterno ser
divino, no vivía en él ninguna otra cosa: antes bien, lo que vivía, era él
mismo. Por lo tanto decimos que el hombre ha de mantenerse tan libre de su
propio saber, como [lo] hacía cuando no era, y que deje obrar a Dios lo que
Él quiera, y que el hombre se mantenga libre.
Todo cuanto ha procedido alguna vez de Dios, está orientado hacia un
obrar puro. Mas la obra propia del hombre consiste en el amar y conocer. Ahora
surge la pregunta de cuál es la cosa en que reside antes que nada la
bienaventuranza. Varios maestros dijeron
que reside en el conocer, algunos dicen que reside en el amar; otros afirman
que reside en el conocer y en el amar, y éstos ya aciertan más. Pero
nosotros decimos que no reside ni en el conocer ni en el amar; más aún: hay
algo en el alma de lo cual fluyen el conocer y el amar; ello mismo no conoce
ni ama como lo hacen las potencias del alma. Quien llega a conocer este [algo]
conoce en qué reside [la] bienaventuranza. Este [algo] no tiene ni antes ni
después y no está a la espera de ninguna cosa adicional porque no puede ni
ganar ni perder. Por eso se halla privado también del saber de que Dios obra
en él; antes bien: es lo mismo que disfruta de sí mismo a la manera de Dios.
Decimos, pues, que el hombre debe mantenerse despojado y libre de modo que ni
sepa ni conozca que Dios opera en él: de tal modo el hombre puede poseer [la]
pobreza. Dicen los maestros que Dios
es un ser y un ser racional y conoce todas las cosas. Mas nosotros decimos:
Dios no es ni ser ni racional ni conoce esto o aquello. Por eso, Dios es libre
de todas las cosas y por eso es todas las cosas. Quien ha de ser, pues, pobre
en espíritu, debe ser pobre en cuanto a todo su saber propio, de modo que no
sepa nada de nada, ni de Dios ni de la criatura ni de sí mismo. Por eso hace
falta que el hombre aspire a no poder saber ni conocer nada de las obras
divinas. De tal manera, el hombre puede ser pobre con respecto a su propio
saber.
En tercer lugar es un hombre pobre aquel que no tiene nada. Muchas
personas han dicho que es perfección no poseer nada de las cosas materiales
de esta tierra, y esto es verdad en cierto sentido: cuando uno lo hace a propósito.
Mas éste no es el sentido al cual me refiero yo.
Dije antes que un hombre pobre es aquel que no quiere cumplir la
voluntad de Dios, más aún: que el hombre viva, hallándose tan despojado de
su propia voluntad y de la voluntad de Dios, como estaba cuando no era [todavía].
De esta clase de pobreza decimos que es la pobreza más insigne… En segundo
término dijimos que es un hombre pobre quien nada sabe del obrar de Dios en
su fuero íntimo. Cuando uno se mantiene tan libre del saber y conocer, como
Dios se mantiene libre de todas las cosas, ésta es la pobreza más pura…
Mas la tercera, de la cual hablaremos ahora, es la pobreza extrema: es aquella
en la cual el hombre no tiene nada.
¡Ahora prestad atención con empeño y seriedad! He dicho a menudo —y
también hay grandes maestros que lo
dicen— que el hombre debe estar tan libre de todas las cosas y de todas las
obras, tanto interiores como exteriores, que pueda ser un lugar apropiado para
Dios, en cuyo interior Dios puede obrar. Mas ahora diremos otra cosa. Si
sucede que el hombre se mantenga libre de todas las criaturas y de Dios y de sí
mismo, pero si todavía es propenso a que Dios encuentre un lugar para obrar
en él, entonces decimos: Mientras las cosas andan así con este hombre, él
no es pobre con extrema pobreza. Porque para sus obras Dios no se empeña en
que el hombre tenga en sí mismo un lugar donde Dios pueda obrar; pues es ésta
la pobreza en espíritu: que [el hombre] se mantenga tan libre de Dios y de
todas sus obras que Dios, si quiere obrar en el alma, sea Él mismo el lugar
en el cual quiere obrar… y esto lo hace gustosamente. Pues, cuando encuentra
así de pobre al hombre, Dios está operando su propia obra y el hombre tolera
en su fuero íntimo a Dios, y Dios constituye un lugar propio para sus obras
gracias al hecho de que Él es un Hacedor en sí mismo. Allí, en esa pobreza,
obtiene el hombre [otra vez] el ser eterno que él fue y que es ahora y que ha
de ser eternamente.
Hay una palabra de San Pablo donde
dice: «Por la gracia de Dios soy todo lo que soy» (1 Cor. 15,10). Mas ahora
parece que este [mi] discurso [se mantiene] por encima de [la] gracia y por
encima del ser y por encima del entendimiento y por encima de [la] voluntad y
por encima de todo apetito… ¿cómo puede ser verdad, entonces, la palabra
de San Pablo? A lo cual se contesta que las palabras de San Pablo son verdad:
hacía falta que la gracia de Dios morara en él; porque la gracia de Dios obró
en él de manera que la accidentalidad fuera consumada en la esencialidad.
Cuando la gracia terminó, luego de haber hecho su obra, Pablo seguía siendo
lo que era[4].
Decimos, entonces, que el hombre debe ser tan pobre que no constituya ni
posea ningún lugar en cuyo interior pueda obrar Dios. Donde el hombre
conserva [en sí] un lugar, ahí conserva [una] diferencia. Por eso ruego a
Dios que me libre de «Dios», porque mi ser esencial está por encima de
Dios, en cuanto entendemos a Dios como origen de las criaturas. Pues, en aquel
ser de Dios donde Dios está por encima del ser y de la diferencia, ahí
estuve yo mismo, ahí quise que fuera yo mismo y conocí mi propia voluntad de
crear a este hombre [= a mí]. Por eso soy la causa de mí mismo en cuanto a
mi ser que es eterno, y no en cuanto a mi devenir que es temporal. Y por eso
soy un no-nacido y según mi carácter de no-nacido, no podré morir jamás.
Según mi carácter de no-nacido he sido eternamente y soy ahora y habré de
ser eternamente. Lo que soy según mi carácter de nacido, habrá de morir y
ser aniquilado, porque es mortal; por eso tiene que perecer con el tiempo.
[Junto] con mi nacimiento [eterno] nacieron todas las cosas y yo fui causa de
mí mismo y de todas las cosas; y si lo hubiera querido no existiría yo ni
existirían todas las cosas; y si yo no existiera no existiría «Dios». Yo
soy la causa de que Dios es «Dios»; si yo no existiera, Dios no sería «Dios»[5].
[Mas] no hace falta saberlo.
Dice un gran maestro que su
traspasar es más noble que su emanar[6],
y es cierto. Cuando emané de Dios, todas las cosas dijeron: Dios es; mas esto
no me puede hacer bienaventurado porque ahí me llego a conocer como criatura.
Pero en el traspaso donde estoy libre de mi propia voluntad y de la voluntad
de Dios y de todas sus obras y del propio Dios, ahí me hallo por encima de
todas las criaturas y no soy ni «Dios» ni criatura, antes bien, soy lo que
era y lo que debo seguir siendo ahora y por siempre jamás. Ahí siento un
impulso[7]
hacia arriba que me ha de llevar por encima de todos los ángeles. En este
impulso se me da una riqueza tal que no me puede satisfacer Dios, con todo
cuanto es como «Dios» y con todas sus obras divinas; porque en este traspaso
obtengo que Dios y yo seamos una sola cosa. Allá soy lo que era y allá no
sufro mengua ni crecimiento, ya que soy una causa inmóvil que mueve todas las
cosas. Allá, Dios no halla lugar alguno en el hombre porque el hombre
consigue con esta pobreza lo que ha sido eternamente y seguirá siendo por
siempre jamás. Allá, Dios es uno con el Espíritu, y ésta es la pobreza
extrema que se pueda hallar.
Quien no comprende este discurso, no debe afligirse en su corazón.
Pues, mientras el hombre no se asemeje a esta verdad, no habrá de comprender
este discurso; porque se trata de una verdad no velada que ha surgido
inmediatamente del corazón de Dios.
Que Dios nos ayude a vivir de modo tal que hagamos esa experiencia por siempre jamás. Amén.
[1] En un encabezamiento se lee: «De la pobreza suma». El texto bíblico corresponde al Evangelio de la Fiesta de todos los Santos (1° de noviembre).
[2] Albertus Magnus, En. in Evang. Matth. 5, 3.
[3] Véase la explicación de Quint (t. II p. 509 n. 22) según la cual lo expresado por Eckhart «se refiere a la existencia pre-natal del hombre como idea en el actus purus del divino fondo existencial, en el que la idea del individuo es consubstancial con la divinidad, y donde, en consecuencia, “yo” tampoco tenía ni conocía a un “Dios”».
[4] Dice Quint (t. II p. 514 n. 51): «El sentido de todo el pasaje sólo puede ser el siguiente: En Pablo la gracia en absoluto era superflua. Su finalidad y efecto consistían en reprimir la accidentalidad, es decir, todo cuanto en Pablo no era esencial y que como accidente terrestre encubría su ser verdadero, liberando así la esencia pura de Pablo. Se entiende que el predicador luego puede decir: y cuando la gracia había hecho su obra, Pablo seguía siendo el que era, pues lo que es Pablo de acuerdo con su esencia pura, lo era tanto antes como después. sólo que esa esencia pura antes estaba encubierta, ensuciada por la accidentalidad».
[5] Para todo este pasaje véase lo dicho en la «Introducción».
[6] No se ha podido establecer de quién se trata… Con «ûzvliezen» = «emanar» se piensa en el nacimiento del hombre en la temporalidad, con «durchbrechen» = «traspasar» en el retorno del alma hacia Dios.
[7] Literalmente se dice: «îndruk» = «impresión».