SERMÓN LIII[1]

Misit Dominus manum suam et tetigit os meum et dixit mihi etc.

Ecce constitui te super gentes et regna.

«El Señor extendió su mano y tocó mi boca y me habló» (Jeremías 1, 9 ss.).

Cuando predico suelo hablar del desasimiento y del hecho de que el hombre se libre de sí mismo y de todas las cosas. En segundo término [suelo decir] que uno debe ser in-formado otra vez en el bien simple que es Dios. En tercer término, que uno recuerde la gran nobleza que Dios ha puesto en el alma para que el hombre, gracias a ella, llegue hasta Dios de manera milagrosa. En cuarto término [me refiero] a la pureza de la natura divina… el resplandor que hay en la naturaleza divina, es cosa inefable. Dios es un Verbo, un Verbo no enunciado.

Dice Agustín[2]: «Toda la Escritura es inútil. Si se dice que Dios es un Verbo, se lo enuncia; [mas] si se dice que Dios no está enunciado, entonces es inefable». Pero resulta que Él es algo; ¿quién puede enunciar este Verbo? No lo hace nadie fuera de quien es este Verbo. Dios es un Verbo que se enuncia a sí mismo. Donde se halla Dios, allí enuncia este Verbo; donde no está, no habla. Dios se ha enunciado y se halla sin enunciar. El Padre es una obra enunciativa y el Hijo es un enunciamiento operante[3]. Lo que hay en mi fuero íntimo, sale de mí; aun cuando lo pienso solamente, mi palabra lo revela y, sin embargo, permanece dentro de mí. Igualmente, el Padre enuncia al Hijo, sin hablar, y Este, no obstante, permanece en Él. También he dicho varias veces que la salida de Dios es su entrada. En la misma medida en que yo me hallo cerca de Dios, Él se enuncia a sí mismo en mi fuero íntimo. Todas las criaturas racionales, cuanto más salen de sí mismas en sus obras, tanto más entran en sí mismas. No es así en las criaturas corpóreas: cuanto más obran, tanto más salen de sí mismas. Todas las criaturas quieren enunciar a Dios en todas sus obras; hablan todas lo más aproximadamente que pueden, mas a Él no lo saben enunciar. Quiéranlo o no, gústeles o no: todas quieren enunciar a Dios y Él, sin embargo, permanece sin ser enunciado.

David dice: «Su nombre es el Señor» (Salmo 67, 5). «Señor» significa lo mismo que la superposición de un señorío; «siervo» implica una sujeción[4]. Algunos nombres son propios de Dios y se hallan desprendidos de todas las otras cosas, como «Dios». «Dios», este nombre es el nombre más propio de Dios, como «hombre» es el nombre del ser humano. Un hombre siempre es un ser humano, por estúpido o sabio que sea. Séneca dice[5]: «Es ruin el hombre que no llega más allá del hombre»… Algunos nombres tienen un apego [accidental] a Dios, como «paternidad» y «filiación»[6]. Donde se habla de «padre» se sobreentiende «hijo». No puede haber ningún padre que no tenga hijo, y ningún hijo que no tenga padre; pero ambos contienen en sí, más allá del tiempo, un solo ser eterno… En tercer lugar: algunos nombres significan una elevación hacia Dios y [al mismo tiempo] una vuelta hacia el tiempo. También en la Escritura se menciona a Dios con muchos nombres. Digo yo: Cuando alguien conoce algo en Dios y le pone un nombre, esto no es Dios. Dios se halla por encima de [los] nombres y de [la] naturaleza. Leemos que un hombre bueno imploraba a Dios en sus rezos queriendo darle un nombre. Entonces dijo un hermano: «¡Cállate, estás deshonrando a Dios!» No sabemos encontrar ningún nombre que le podamos dar a Dios. Mas, nos está permitido [usar] los nombres con los cuales lo han llamado los santos a quienes Dios ha santificado para ello en sus corazones, inundándolos con divina luz. Y para ello debemos aprender en primer lugar cómo hemos de rogar a Dios. Debemos decir: «Señor; te imploramos y te alabamos con los mismos nombres que Tú has santificado así en los corazones de tus santos, inundándolos con tu luz»… En segundo lugar hemos de aprender a no dar ningún nombre a Dios como si pensáramos que al hacerlo lo hubiésemos alabado y ensalzado suficientemente; porque Dios se halla «por encima de nombres» y es inefable.

El Padre, a partir de todo su poder, enuncia al Hijo y en Él a todas las cosas. Todas las criaturas son un hablar de Dios. Así como mi boca habla de Dios y lo revela, así lo hace el ser de la piedra, y por la obra se llega a conocer más que por las palabras. La obra realizada por la naturaleza suprema a causa de su poder supremo, no puede ser comprendida por la naturaleza que se halla por debajo de ella. Si obrara lo mismo, ya no se encontraría por debajo de ella: sería igual. Todas las criaturas desean imitar en sus obras el hablar de Dios. Mas, es muy modesto lo que saben revelar. Aun el hecho de que los ángeles supremos asciendan y toquen a Dios, es tan desigual en comparación con aquello que hay en Dios, como el blanco al negro. Es muy disímil[7] lo que han recibido todas las criaturas [juntas], sin embargo, desearían expresar lo máximo de lo que son capaces. Dice el profeta: «Señor, tú dices una cosa y yo entiendo dos» (Salmo 61, 12). Cuando Dios le habla al fuero íntimo del alma, ella y Él son uno solo; mas, tan pronto como esto cae [hacia fuera], es dividido[8]. Cuanto más ascendemos con nuestro conocimiento, tanto más somos uno en Él [el Hijo]. Por ello, el Padre enuncia al Hijo todo el tiempo en la unidad y derrama en Él a todas las criaturas. Estas piden todas entrar otra vez allí de donde emanaron. Toda su vida y su ser, todo esto es un clamor y un volver corriendo hacia aquello de donde salieron.

El profeta dice: «El Señor ha extendido su mano» (Jerem. 1, 9), y [con ello] se refiere al Espíritu Santo. También dice: «Ha tocado mi boca» y luego: «Me ha hablado» (Jeremías 1, 9). La boca del alma es la parte suprema del alma, a este hecho se refiere [el alma] y dice: «Ha puesto su palabra en mi boca» (Jeremías 1, 9)… éste es el beso del alma: ahí se encuentran boca con boca, ahí el Padre engendra a su Hijo en el alma y ahí se le «habla» a ella. Ahora dice: «Observa que hoy te he elegido y te he colocado sobre [el] pueblo y [los] reinos» (Jeremías 1, 10). Dios promete elegirnos «hoy», allí donde no hay nada y donde, sin embargo, existe el «hoy» en la eternidad. «Y te he colocado sobre [el] pueblo»… esto quiere decir sobre todo el mundo; de él debes estar libre… «y sobre [los] reinos»… esto quiere decir: Lo que es más de uno, es demasiado porque debes morir para todas las cosas y ser in-formado otra vez en lo alto donde moraremos en el Espíritu Santo.

Que Dios, el Espíritu Santo, nos ayude a lograrlo. Amén.


 



[1] Atribución: «Fray Eghart». El texto bíblico proviene de la Epístola de la Vigilia del nacimiento de San Juan Bautista (23 de junio).

[2] Cfr. Augustinus, Sermo 117 c. 5 n. 7; y Augustinus, De doctr. christ. 1 c. 6. n. 6.

[3] Según interpretación de Quint (t. II p. 530 n. 1) el Padre es «locutor de la Palabra, o sea, el Hijo» y el Hijo «la Palabra del Padre por la cual todo fue originado y creado». El giro sería conscientemente antitético.

[4] En alto alemán medio se habla de «übersetzunge» y «undersetzunge» de acuerdo con «superpositio» y «subiectio» en latín.

[5] Seneca, Naturales quaestiones I praef. 5.

[6] Cfr. Quint (t. II p. 532 n. 3) Con los nombres de Dios que tienen un «apego» («zuohaften» de «adhaesio» en latín) se piensa en aquellos que indican los accidentes de Dios.

[7] «Es muy disímil [en comparación con lo que hay en Dios]» agrega Quint en su versión al alemán moderno (t. II p. 733).

[8] «Esto (= este Uno) es dividido tan pronto como cae (hacia fuera, o sea, desde lo más íntimo del alma, desde la chispa, a las potencias anímicas y desde allí a las criaturas, por medio de los sentidos)» (Quint, t. II, p. 536 n. 4).