SERMÓN LV[1]
Maria Magdalena venit ad monumentum etc.
«María Magdalena llegó al sepulcro» y buscaba a Nuestro Señor
Jesucristo y «se acercó y miró adentro. Vio a dos ángeles» al lado del
sepulcro, y «ellos dijeron: “Mujer, ¿a quién buscas?” —“A Jesús de
Nazareth”. —“Ha resucitado, no está aquí”». Y ella se calló y no
les contestó «y miró hacia atrás y hacia adelante y por encima del hombro
y vio a Jesús y Él dijo: “Mujer ¿a quién estás buscando?” —“Oh señor,
si lo has llevado, muéstrame dónde lo has puesto, lo quiero sacar de ahí”.
Y Él dijo: “¡María!”» Y como ella a menudo había oído que Él
pronunciara esta palabra con gran ternura, lo reconoció y se echó a sus pies
y quiso tocarlo. Y Él dio un paso hacia atrás «y dijo: “¡No me toques! Aún
no he llegado a mi Padre”» (Cfr. Juan 20, 1 y 11 a 17; Marcos 16, 6).
¿Por qué dijo: «Aún no he llegado a mi Padre»? ¡Si nunca se alejó
del Padre! Él quiso decir: «Todavía no he resucitado de veras dentro de ti»…
¿Por qué dijo ella: «Muéstrame adónde lo has llevado; lo sacaré de ahí»?
Si él lo hubiera llevado a la casa del juez ¿ella lo habría retirado también
de allí? «Ah sí», dijo un maestro[2],
«ella lo habría retirado del castillo del juez».
Ahora se podría preguntar por qué ella se acercaba tanto siendo mujer,
mientras los varones —uno que amaba a Dios y el otro que era amado por
Dios— sentían miedo. Y aquel maestro dice[3]:
«La razón era que ella no podía perder nada porque se había entregado a Él;
y como era suya, no sentía miedo». Es como si yo hubiera regalado mi capote
a una persona y alguien quisiera quitárselo, entonces no sería obligación mía
impedírselo ya que pertenecía a quien [se lo había dado], según he
afirmado varias veces. Ella no sintió miedo por tres razones: primero, porque
pertenecía a Él. Segundo, porque se hallaba muy alejada de la puerta de los
sentidos y estaba ensimismada. Tercero, porque su corazón estaba junto a Él.
Su corazón se hallaba donde estaba Él. Por eso, no tuvo miedo… La segunda
razón por la cual ella se hallaba tan cerca —[así] explica el maestro[4]—
era la siguiente: ella anhelaba que vinieran a matarla para que su alma
—ya que no podía encontrar a Dios con vida en ninguna parte— hallara a
Dios en algún lugar… La tercera razón por la cual estaba tan cerca, era
esta: como ella sabía bien que nadie podía ir al cielo antes de que Él
mismo hubiera ascendido, y como su alma debía tener algún sostén, entonces,
si hubieran venido a matarla, [habrían cumplido] su deseo para que su alma se
hallara en el sepulcro y su cuerpo cerca de la tumba: [es decir] su alma
adentro y su cuerpo al lado; porque abrigaba la esperanza de que Dios [= la
divinidad de Cristo] hubiera atravesado la humanidad [de Cristo] y que [de esa
manera] algo divino hubiera permanecido en el sepulcro. Es como si yo hubiera
tenido una manzana en la mano durante algún tiempo; cuando yo soltara [la
fruta], algo de ella —tanto como un aroma— perduraría en [la mano]. Así
abrigaba ella la esperanza de que algo divino hubiera permanecido en la
tumba… La cuarta razón por la cual se hallaba muy cerca del sepulcro era la
siguiente: como ella dos veces había perdido a Dios, vivo en la cruz y muerto
en el sepulcro, temía que si ella se alejara del sepulcro, perdería también
la tumba. Pues, si hubiera perdido [también] la tumba, ya no tendría
absolutamente nada.
Ahora se podría preguntar por qué estaba parada [ahí] y no se
sentaba. Si hubiera estado cerca de Él lo mismo sentada que parada. Hay
quienes piensan que si estuvieran en un campo llano [y] extenso, donde no
existiese nada para estorbar la vista, ellos verían tan lejos sentados como
parados. Pero, las cosas no son como se imaginan. María estaba de pie para
poder mirar más lejos en torno suyo por si hubiese acaso un arbusto por
debajo del cual estuviera escondido Dios para que ella lo buscara allí… Por
otra parte, interiormente estaba tan orientada, con todas sus potencias, hacia
Dios, que exteriormente permanecía de pie… En tercer lugar: ella se hallaba
enteramente invadida por el dolor. Pues bien, hay personas que, cuando se les
muere su querido superior[5],
se sienten invadidos por el dolor [de modo] que no son capaces de mantenerse
de pie y les hace falta sentarse. [Pero] como su dolor [= el de María
Magdalena] se refería a Dios y se fundaba en la constancia, ella no
necesitaba hacerlo [= sentarse]… En cuarto término, estaba de pie para
poder aprehender a Dios con mayor rapidez en caso de que lo viera. Algunas
veces he dicho que el hombre, estando de pie, es más susceptible de Dios. Mas
ahora digo otra cosa: Uno, cuando está sentado con verdadera humildad, recibe
más que cuando está de pie, así como dije anteayer que el cielo no puede
operar sino en el fondo de la tierra. Así también Dios no puede obrar sino
en el fondo de la humildad; pues, cuanto más hondo en la humildad, tanto más
susceptible de Dios. Dicen nuestros maestros:
Si alguien tomara una copa y la colocara por debajo de la tierra, aquélla
podría recibir más que si se hallara sobre la tierra; aun cuando fuera tan
poco que uno apenas lo percibiera, sin embargo, algo sería. Cuanto más es
hundido el hombre en el fondo de la verdadera humildad, tanto más se hunde en
el fondo del ser divino.
Un maestro dice[6]:
Señor ¿qué es lo que has pensado al eludir por tanto tiempo a esa mujer; cuál
era su culpa o qué hizo? Desde aquella vez que tú le perdonaras sus pecados,
no hizo nada sino amarte (Cfr. Lucas 7, 47). [Mas] si hubiera hecho algo, perdónaselo
en tu bondad… Si ella amaba tu cuerpo, sabía, sin embargo, muy bien que la
divinidad se hallaba presente. Señor, apelo a tu verdad divina, de que le
dijiste que nunca le serías quitado. Tienes razón porque nunca abandonaste
su corazón y dijiste: «A quien te ama, lo amarás a tu vez, y te revelarás
a quien se levanta temprano» (Cfr. Prov. 8, 17). Pues bien, San Gregorio dice: Si Dios [= Cristo] [todavía] hubiera sido mortal y
si hubiera tenido que rehuirla tanto tiempo, se le habría destrozado
completamente el corazón [a Cristo].
Ahora se plantea el interrogante de ¿por qué ella no vio al Señor
cuando se hallaba tan cerca de ella? Acaso podría ser que el llanto hubiera
perturbado su vista de modo que no podía verlo con suficiente rapidez.
Segundo: que el amor la había cegado de manera que no creía que Él se
encontrara tan cerca de ella. Tercero: ella miraba continuamente hacia más
allá de donde Él se encontraba; por eso no lo vio. Buscaba un cadáver y
encontró a [dos] ángeles vivos. Un «ángel» significa lo mismo que un «mensajero»,
y un «mensajero» lo mismo que «alguien que ha sido enviado»[7].
Así notamos que el Hijo ha sido enviado y el Espíritu Santo también; mas
ellos son iguales. Es, empero, la cualidad de Dios —como dice un maestro[8]— que nada se le
iguala. Ella buscaba lo que era igual y encontró lo desigual: «Uno a la
cabecera, otro a los pies» (Juan 20, 12). Mas, el maestro dice[9]:
El ser uno es la cualidad de Dios. Como ella buscaba allí a uno y encontró a
dos no hubo consuelo para ella, según he dicho varias veces. Nuestro Señor
dice: «En esto consiste la vida eterna, en que conozcan a ti, un solo Dios
verdadero» (Juan 17, 3).
Que Dios nos ayude para que lo busquemos así y lo encontremos también.
Amén.
[1] Atribución: «S.ermo magistri Eghardi». Quint (t. II p. 574) indica que el sermón sólo alude en forma libre al texto de la Escritura y aprovecha ampliamente la homilía del Seudo-Orígenes sobre el mismo tema. Según uno de los encabezamientos estaba destinado «al día de María Magdalena» y está tomado del Evangelio del jueves de la semana de Pascua de Resurrección.
[2] Cfr. Pseudo-Origenes, «Maria stabat ad monumentum foris plorans».
[3] Ibídem.
[4] Ibídem.
[5] Literalmente «houbet» = «cabeza, jefe», etcétera. Quint (t. II p. 580 5. n. 2) opina que sólo se puede tratar del superior o la superiora de una comunidad, por ejemplo, un abad o una abadesa. Según una variante se podría tratar también de un «querido amigo».
[6] Cfr. Pseudo-Origenes, 1. c.
[7] Véase Isidorus Hispalensis, Etymologiae VII c. 5 n. 1 s.
[8]
Cfr. Maimonides, Dux neutrorum 1
c. 51.
[9] Ibídem.