SERMÓN XIII a[1]
En una visión San Juan vio un corderito de pie.
En una visión San Juan vio un corderito de pie sobre la montaña Sión y con él estaban cuarenta y cuatro[2], que no eran terrestres ni tenían nombre de mujer. Eran todos vírgenes y se hallaban lo más cerca del cordero, y adonde se dirigía el cordero, lo seguían y cantaban todos una canción especial junto con el cordero y llevaban escritos en la frente de su cabeza su nombre y el de su Padre (Cfr. Apocal. 14,1 a4).
Pues bien, dice Juan que vio un corderito de pie sobre la montaña. Yo digo: Juan era, él mismo, la montaña sobre la cual vio al corderito, y quien quiere ver al cordero divino tiene que ser, él mismo, la montaña y llegar a lo más elevado y acendrado de su ser. En segundo lugar, si él dice que vio al corderito sobre la montaña [resulta que]: cualquier cosa que está parada sobre otra, toca con su parte más baja la más alta de la de abajo. Dios toca todas las cosas, mas Él permanece intacto. Por encima de todas las cosas Dios es una permanencia [instan] en Él mismo y su permanencia en sí mismo sostiene a todas las criaturas. Todas las criaturas tienen una parte superior y otra inferior. Esto no lo tiene Dios. Él se halla por encima de todas las cosas y nada lo toca en ninguna parte. Cualquier criatura está buscando siempre fuera de sí, en las otras, aquello que ella no tiene: Dios no procede así. Dios no busca nada fuera de Él. Todo aquello que tienen todas las criaturas, lo tiene Él dentro de sí. Él es el suelo [y] el anillo [=vínculo] de todas las criaturas. Bien es cierto que una es anterior a otra o por lo menos que una nace de otra. Sin embargo, ésta no le entrega su [propio] ser: retiene algo de lo suyo. [Mas] Dios es una simple «permanencia», un «asentamiento» en sí mismo. De acuerdo con la nobleza de su natura, toda criatura se brinda tanto más hacia fuera, cuanto más se asienta en sí misma. Una piedra sencilla, por ejemplo, una toba, no da testimonio de nada fuera de que es una piedra. Mas una piedra preciosa que tiene gran fuerza a causa de su «permanencia», de su «asentamiento» en sí misma, levanta al mismo tiempo la cabeza y mira en su derredor. Dicen los maestros que ninguna criatura tiene tanto «asentamiento» en sí misma como lo tienen el cuerpo y el alma, y eso que nada sale tanto de sí mismo como el alma en su parte superior.
Ahora dice: «Vi el cordero de pie». De ello podemos sacar cuatro enseñanzas buenas. Una: el cordero da comida y vestimenta y lo hace de muy buen grado, esto debe estimular nuestra comprensión de que hemos recibido mucho de Dios y que Él lo da con tanta bondad; nos ha de incitar a que no busquemos en todas nuestras obras nada más que su loa y su gloria. Segundo: el corderito estaba de pie. Nos hace muy bien cuando un amigo se halla de pie junto a su amigo. Dios nos socorre y Él permanece de pie junto a nosotros[3], siempre y sin moverse.
Ahora bien, él dice: Con él estaban muchísimos, cada uno de los cuales tenía escrito en la frente de su cabeza su nombre y el nombre de su Padre. Por lo menos el nombre de Dios debe estar inscrito en nosotros. Hemos de llevar en nuestro interior la imagen de Dios y su luz ha de alumbrar dentro de nosotros si queremos ser «Juan».
[1]
Este sermón se
conoce por un solo manuscrito. Quint considera como posible, si bien no
seguro, que se trate del fragmento de un sermón que Eckhart habría
pronunciado basándose en el mismo texto del Apocalipsis que en el sermón
XIII. En el manuscrito se atribuye a «Fray eghart».
El título abreviado no figura en los textos de la edición crítica. Véase nota 1 del Sermón XLVIII.
[2] El número equivocado se habría originado quizás por la dificultad que significaba para el escriba reproducir el número exacto de los 144.000 elegidos.
[3] Juego de palabras, que no se puede reproducir en castellano, entre «stân» = «estar de pie, encontrarse» y «bîstan» = «socorrer».