SERMÓN XL[1]
Permaneced en mí.
Nuestro Señor Jesucristo dice en el Evangelio: «¡Permaneced en mí!»
(Juan 15, 4), y en la Epístola se enuncia otra palabra: «Bienaventurado es
el varón que mora en la sabiduría» (Eclesiástico 14, 22). Y estas dos
palabras coinciden: la palabra de Cristo: «¡Permaneced en mí!» y la
palabra de la Epístola: «Bienaventurado es el varón que mora en la sabiduría».
Ahora prestad atención [para saber] qué es lo que debe tener el hombre
que ha de morar en Él, quiere decir, en Dios. Debe tener tres cosas. La
primera: que haya renunciado a sí mismo y a todas las cosas y que ya no quede
apegado a las cosas que afectan a los sentidos interiormente[2]
y que no se detenga tampoco frente a ninguna criatura que se halle en el
tiempo o en la eternidad… La segunda es que no ame ni este bien ni aquél,
sino que ame el Bien del cual fluye todo bien, ya que no es placentera ni
apetecible ninguna cosa sino en la medida en la que Dios se halla dentro de
ella. Por eso no ha de amarse ningún bien sino en cuanto se ama en él a
Dios; y por ende, no se debe amar a Dios ni por su reino de los cielos ni por
ninguna cosa, sino que hay que amarlo por la bondad que es Él en sí mismo.
Porque, quien lo ama por otra cosa, no mora en Él sino en aquello por lo cual
lo ama. Por eso: si queréis permanecer en Él, no lo améis por nada fuera de
Él mismo… La tercera [cosa] consiste en que no debe tomar a Dios en cuanto
es bueno o justo, sino que lo ha de aprehender en la sustancia pura [y]
desnuda en la cual Él mismo se concibe con pureza. Pues, [la] bondad y [la]
justicia son vestimentas de Dios porque lo arropan. Por eso, separad de Dios
todo cuanto lo está vistiendo y tomadlo desnudo en el vestuario donde se
halla de-velado y desarropado en sí mismo. Entonces, permaneceréis en Él.
Quien de tal modo permanece en Él, posee cinco cosas. La primera: que
entre él y Dios no hay diferencia, sino que son uno. Los ángeles son muchos,
sin número, porque no constituyen ningún «número individual», ya que
carecen de número; esto se debe a su gran simpleza. Las tres personas en Dios
son tres sin número, pero constituyen una multiplicidad. Mas, entre el hombre
y Dios no sólo no existe ninguna diferencia, sino que no hay tampoco una
multiplicidad; ahí no hay sino uno… La segunda [cosa] consiste en que él
está obteniendo su bienaventuranza allí en la pureza donde la toma Dios
mismo, y halla en ella su apoyo… La tercera [cosa] es que posee un saber
junto con el saber divino y un obrar junto con el obrar divino y un
conocimiento junto con el conocimiento divino… La cuarta es que Dios nace
todo el tiempo en ese hombre. ¿Cómo nace Dios todo el tiempo en ese hombre?
¡Observad lo siguiente! Cuando el hombre desnuda y de-vela la imagen divina
que Dios ha creado en él por naturaleza, entonces la imagen de Dios llega a
revelarse en él. Pues en el nacimiento se conoce la revelación de Dios;
porque el que el Hijo se llame nacido del Padre, se debe a que el Padre le
revela su secreto al modo paternal. Y por eso, cuanto más y cuanto más
claramente el hombre desnuda en sí la imagen de Dios, tanto más claramente
nace Dios en él. Y entonces el nacimiento de Dios se debe concebir siempre de
acuerdo con el hecho de que el Padre de-vela la imagen pura y resplandece en
ella… La quinta [cosa] es que el hombre nace todo el tiempo en Dios. ¿Cómo
nace el hombre todo el tiempo en Dios? ¡Observad lo siguiente! Por el
desnudamiento de la imagen en el hombre, éste se va asemejando a Dios, porque
por la imagen el hombre es semejante a la imagen divina que es Dios en su
pureza de acuerdo con su esencia. Y cuanto más se desnuda el hombre, tanto más
se asemeja a Dios, y cuanto más se asemeja a Dios, tanto más se une con Él.
Y por ende, el nacimiento del hombre en Dios, siempre se ha de concebir en el
sentido de que el hombre con su imagen está resplandeciendo en la imagen
divina, que es Dios desnudo en su esencia [imagen] con la cual el hombre es
uno. Por lo tanto, la unidad del hombre y de Dios se debe concebir de acuerdo
con la semejanza de la imagen; porque el hombre se parece a Dios con respecto
a la imagen. Y por ello: si se dice que el hombre es uno con Dios y es Dios de
acuerdo con la unidad, se lo percibe según la parte de la imagen, en la cual
se asemeja a Dios, y no según el hecho de que ha sido creado. Pues, si se lo
toma por Dios, no se lo hace según su criaturidad; porque si se lo toma por
Dios no se niega la criaturidad en el sentido de que la negación se considere
como aniquilación de la criaturidad, sino que ha de considerárselo como
enunciado relativo a Dios, con el cual se le quita a Él [la criaturidad].
Pues Cristo que es Dios y hombre, cuando se lo percibe según la humanidad, no
se toma en consideración la divinidad, mas no de modo que se niegue la
divinidad, sólo que ésta no se considera en tal percepción. Y así ha de
comprenderse la palabra de Agustín cuando
dice[3]:
«Lo que ama el hombre, esto es el
hombre. Si ama una piedra, es una piedra, si ama un hombre, es un hombre, si
ama a Dios… ahora no me atrevo a continuar, pues si yo dijera que entonces
sería Dios, podríais lapidarme. Pero os remito a la Escritura». Y por ello,
cuando el hombre en el amor se adecua enteramente a Dios, entonces se le quita
su imagen y se lo in-forma y se lo transforma en imagen dentro de la
uniformidad divina, en la cual es uno con Dios. Todo esto lo posee el hombre
por la permanencia dentro [de Él][4]. Ahora bien, prestad
atención al fruto que da el hombre en ese caso. Es el siguiente: cuando es
uno con Dios, produce junto con Dios a todas las criaturas y trae la
bienaventuranza a todas las criaturas en la medida en que es uno con Él.
La otra palabra, la de la Epístola, dice, pues, así: «Bienaventurado
es el varón que mora en la sabiduría». Como dijo: «en la sabiduría»
[resulta que] sabiduría es un nombre maternal porque un nombre maternal
significa la posesión de un padecimiento, ya que se debe suponer que en Dios
[hay] el obrar y el padecer, pues el Padre está obrando y el Hijo padeciendo;
y esto [último] se debe a la peculiaridad de haber nacido. Como, pues, el
Hijo es la sabiduría nacida eternamente, en la cual todas las cosas se
contienen diferenciadas, él dice: «Bienaventurado es el varón que mora en
la sabiduría».
Dice pues: «Bienaventurado es el varón». He afirmado varias veces que
en el alma existen dos potencias: una es el varón y la otra es la mujer.
Ahora bien, él dice: «Bienaventurado es el varón». La potencia inherente
al alma que se llama el varón, es la potencia más elevada del alma, en la
cual Dios resplandece en su desnudez; porque en esta potencia no entra nada
fuera de Dios y ella se halla todo el tiempo en Dios. Y luego: si el hombre
tomara todas las cosas en esta potencia, no las tomaría en cuanto cosas, sino
de acuerdo con lo que son en Dios. Y por eso, el hombre debería, en cada
momento, morar en esta potencia, porque en ella todas las cosas son iguales. Y
de tal manera, el hombre moraría de igual modo en todas las cosas, tomándolas,
por lo tanto, según el hecho de que todas ellas son iguales en Dios, y
semejante hombre poseería allí todas las cosas; él les quitaría a las
cosas lo más burdo y las tomaría en cuanto son placenteras y apetecibles. De
este modo las posee allí, porque Dios, de acuerdo con su propia naturaleza,
no puede sino darte[5]
allí todo cuanto ha creado jamás, y a sí mismo. Y por eso es bienaventurado
el varón que, en todo momento, mora en esta potencia, porque en todo momento
mora en Dios.
Que nos ayude nuestro querido Señor Jesucristo para que en todo momento
moremos en Dios. Amen.
[1] Según Koch (cfr. Quint t. II 272 n. 1) el sermón fue dado en el día de San Vitalis (28 de abril).
El título no aparece en los textos de la edición crítica. Véase nota 1 del Sermón XLVIII.
[2] El texto parece cuestionable, según lo explica Quint (t. II p. 272 s. n. 3).
[3]
Augustinus, In epist. Ioh. ad Parthos tr. 2 n. 14.
[4] «Permanencia [dentro del Él]»: la palabra usada por Eckhart es «inneblîbene». Según Quint (t. II p. 278 n. 4) la frase que comienza con «todo esto» trae el resumen de las «cinco cosas» tratadas anteriormente.
[5] Uno de los casos típicos en los que Eckhart cambia de la tercera a la segunda persona.