SERMÓN XLVII[1]
Spiritus Domini replevit orbem terrarum etc.
«El Espíritu del Señor ha llenado la órbita de la tierra» (Sab. 1,
7).
Dice un maestro[2]:
Todas las criaturas llevan en sí un distintivo de naturaleza divina, de
la cual se derraman de manera tal que querrían obrar según la naturaleza
divina de que han fluido. Las criaturas se derraman de dos modos. El primer
modo de derramamiento se realiza en su raíz, así como el árbol surge de las
raíces. El otro modo de derramamiento se realiza de una manera unitiva.
Mirad, así [también] el derramamiento de la naturaleza divina, se opera de,
dos modos. Un derramamiento es el del Hijo desde el Padre: se realiza al modo
de un nacimiento. El otro derramamiento se hace de modo unitivo en el Espíritu
Santo; este derrame se da por el amor del Padre y del Hijo: éste es el Espíritu
Santo, pues ambos se aman mutuamente en Él. Mirad, tal hecho lo prueban todas
las criaturas [en el sentido] de que han emanado, fluyendo de la naturaleza
divina, y en sus obras llevan un rasgo de ello. A este respecto dice un maestro
griego[3]
que Dios contiene a todas las criaturas como si fuera por medio de una rienda
a fin de que obren a su semejanza. Por eso, la naturaleza opera en todo
momento con miras a lo más elevado que es capaz de hacer. La naturaleza no
querría producir sólo al hijo, y si le fuera posible, produciría al padre.
Y por ende, si la naturaleza obrara de manera atemporal, no tendría defectos
contingentes. A esto se refiere un maestro
griego cuando dice[4]: Como la naturaleza obra
en el tiempo y en el espacio, se distinguen el hijo y el padre. Dice un maestro[5]:
Un carpintero que construye una casa, la tiene prefigurada en su fuero íntimo;
y si la madera obedeciera suficientemente a su voluntad, [la casa] existiría
tan rápido como él quisiera; y si no hubiera materia, no habría más
diferencia que la [existente] entre el engendrar y lo nacido inmediatamente.
Mirad, en Dios no es así, ya que en Él no hay ni tiempo ni espacio; por eso,
ellos [= el Padre y el Hijo] son uno en Dios y [allí] no hay otra distinción
que [la existente] entre el derramar y el derramamiento.
«El Espíritu del Señor.» ¿Por qué se llama «Señor»?… A fin de
que nos llene. ¿Por qué se llama «Espíritu»?… A fin de que nos una
consigo. [El] señorío se conoce por tres cosas. Una consiste en que él [=
el señor] es rico. Es rico aquello que lo tiene todo sin insuficiencia
alguna. Soy un hombre y soy rico, pero por eso no soy otro [= segundo] hombre.
Si yo fuera todos los hombres, no sería, empero, un ángel. Mas, si yo fuera
ángel y hombre, no sería, sin embargo, todos los ángeles. Por eso, nada es
verdaderamente rico, a excepción de Dios que mantiene encerradas en sí, con
simplicidad, todas las cosas. De ahí que pueda dar en todo momento: éste es
el otro aspecto de la riqueza. Dice un maestro[6]
que Dios se ofrece a todas las criaturas para que cada una tome cuanto
quiera. Yo digo que Dios se me brinda como al más elevado de los ángeles, y
si yo estuviera tan dispuesto como éste, recibiría lo mismo que él. Os he
dicho también varias veces que Dios desde la eternidad se ha comportado como
si se esforzara por hacerse agradable al alma. El tercer aspecto de la riqueza
consiste en que se da sin esperar reciprocidad; pues quien da algo por alguna
cosa, no es completamente rico. Por eso, la riqueza de Dios se demuestra por
el hecho de que da gratuitamente todos sus dones. De ahí que dice el profeta:
«Yo le dije a mi Señor: Tú eres mi Dios porque no necesitas de mis
bienes» (Salmo 15, 2). Sólo Él es «Señor» y «Espíritu». Digo que es
«Espíritu»: nuestra bienaventuranza consiste en que nos aúna consigo. Lo más
noble que opera Dios en todas las criaturas es [el] ser. Mi padre, si bien me
da mi naturaleza, no me da mi ser; a éste lo produce exclusivamente Dios. Por
ello, todas las cosas que existen, tienen un placer razonable por su ser.
Observad por lo tanto que —como ya he dicho en varias ocasiones sin que se
me haya interpretado correctamente— Judas en el infierno no querría ser
otro que en el reino de los cielos. ¿Por qué? Pues, si hubiera de ser
distinto, debería aniquilarse en lo que es en esencia. Esto no puede suceder,
porque [el] ser no reniega de sí mismo. El ser del alma es susceptible del
influjo de la luz divina, mas no tan pura ni clara como Dios puede darla, sino
en una envoltura. Es cierto que se ve la luz del sol ahí donde se irradia
sobre un árbol u otra cosa, pero no se la puede aprehender dentro del [sol].
Mirad, lo mismo sucede con los dones divinos; hay que medirlos según [sea]
quien habrá de recibirlos y no de acuerdo con quien los da.
Dice un maestro[7]:
Dios es la medida de todas las cosas, y un hombre, en cuanto alberga en su
fuero íntimo una mayor parte de Dios, tanto más sabio, noble y mejor es que
el otro. Tener más de Dios no es otra cosa que asemejarse más a Dios; cuanto
más semejanza con Dios hay en nuestro interior, tanto más espirituales
somos. Dice un maestro[8]:
Donde terminan los espíritus más bajos, allí comienzan las cosas
corporales más elevadas. Todo esto quiere decir: Como Dios es espíritu, por
eso es más noble la cosa más insignificante que es espíritu, que lo más
elevado que es corpóreo. En consecuencia, el alma es más noble que todas las
cosas corpóreas por nobles que sean. El alma fue creada como en un punto
entre [el] tiempo y [la] eternidad, tocando a ambos. Con las potencias más
elevadas toca la eternidad, pero con las potencias inferiores, el tiempo.
Mirad, de tal manera obra en el tiempo, no según el tiempo sino según la
eternidad. Esto lo tiene de común con los ángeles[9]. Dice un maestro:
El espíritu es un trineo que lleva la vida a todos los miembros a causa
de la gran unión que el alma tiene con el cuerpo. A pesar de que el espíritu
sea racional y realice toda la obra que se efectúa en el cuerpo, no se debe
decir: Mi alma conoce o hace esto o aquello, sino que hace falta expresar: Yo
hago o conozco esto o aquello a causa de la gran unión que hay entre ambos;
porque los dos juntos son un solo hombre. Si una piedra recogiera en sí el
fuego, obraría de acuerdo con la potencia del fuego; mas, cuando el aire
recoge en sí la luz del sol, no aparece ninguna luz fuera del aire
[alumbrado]. Ello se debe a la penetrabilidad que éste tiene para con la luz;
aun cuando en una milla [de espacio] cabe más aire que en media [milla].
Mirad, me atrevo a decir, y es verdad: Debido a la gran unión que tiene el
alma con el cuerpo, el alma es tan perfecta en el miembro más insignificante
como en todo el cuerpo. Con referencia a ello dice Agustín[10]:
Si [ya] es tan grande la unión existente entre cuerpo y alma, es mucho más
grande la unión en la cual [el] espíritu se une con [el] espíritu. Mirad,
por esta razón es «Señor» y «Espíritu», para que nos haga
bienaventurados en la unión con Él.
Hay una pregunta que es difícil de contestar: ¿Cómo es posible que el
alma soporte sin morir cuando Dios la aprieta dentro de sí? Digo: Todo cuanto
Dios le da, se lo da dentro de Él por dos razones: una es que, si le diera
alguna cosa fuera de Él, ella la rechazaría. La otra [es que] ella, por el
hecho de que le dé [algo] dentro de Él [lo] puede recibir y soportar en lo
que es de Él y no de ella: porque lo de Él pertenece a ella. Cuando Él la
ha sacado de lo de ella, lo de Él tiene que pertenecer a ella, y lo de ella
es, en sentido propio, lo de Él. Así es capaz de mantenerse en la unión con
Dios. Este es el «Espíritu del Señor» que ha «llenado la órbita de la
tierra».
Ahora bien, por qué se llama «órbita de la tierra» el alma, y cómo
ha de ser el alma que habrá de ser elegida, eso no ha sido expuesto. Mas, a
este respecto, recordad lo siguiente: así como Él es «Señor» y «Espíritu»,
así nosotros debemos ser «tierra» espiritual y «una órbita» que ha de
ser «llenada» por el «Espíritu del Señor».
Rogamos a Nuestro querido Señor que se nos llene así con este espíritu
que es «Señor» y «Espíritu». Amén.
[1] Atribuciones: «Fray Eghart» y «El Maestro ekhart dice». En un encabezamiento se dice: «En el santo día de Pentecostés». El texto bíblico está tomado del Introito de Pentecostés.
[2] Boethius, De trinitate.
[3]
En las obras latinas de Eckhart se remite a Averroes, Met.
XII com. 18.
[4] Cfr. Aristóteles, Ars reth. I c. 4; De gen. et corr. I t. 51.
[5] En las obras latinas de Eckhart se remite a Avicenna, De an. V c. 1.
[6] Se remite a Alcher de Clairvaux, De spiritu et anima c. 6; y a Dionysius Areopagita, De div. nom. c. 5 f 2.
[7]
Véase Averroes, Met. X com. 7; yThomas, S.
theol. I q. 3 a. 5 ad 2.
[8] Cfr. Dionysius Areopagita, De div. nom. c. 7 § 3.
[9] Quint (t. II p. 405 n. 1) repite lo explicado por él en otra parte: «El alma no tiene en común con los ángeles la eternidad, sino el hecho de que en el tiempo obre con miras a la eternidad».
[10] Se remite a Augustinus, De trin. VIII c. 7.