SERMÓN XX b[1]
Homo quidam fecit cenam magnam etc.
«Un hombre preparó una cena, un gran banquete nocturno» (Lucas 14, 16). Quien, por la mañana, ofrece una comida, invita a toda clase de gente, pero para la cena se invita a personas destacadas y queridas y amigos muy íntimos. En el día de hoy la Cristiandad celebra el día de la Cena que Nuestro Señor preparó a sus discípulos, sus amigos íntimos, cuando les dio de comer su sagrado Cuerpo. Esto es lo primero. Otro significado de la cena [es el siguiente]: Antes de que se llegue al anochecer debe haber una mañana y un mediodía. La luz divina surge en el alma y crea una mañana y el alma trepa en la luz a la extensión y altura del mediodía; luego sigue el atardecer. Ahora hablaremos en un tercer sentido sobre el atardecer. Cuando baja la luz, anochece; cuando todo el mundo se desprende del alma, entonces anochece [y] así el alma halla su descanso. Pues bien, San Gregorio dice de la cena[2]: Cuando se come por la mañana, sigue más tarde otra comida; pero después de la cena no sigue ninguna otra comida. Cuando el alma prueba la comida en la Cena, y la chispita del alma aprehende la luz divina, entonces ya no le hace falta comida alguna ni busca nada de afuera y se mantiene enteramente dentro de la luz divina. Ahora bien, San Agustín dice[3]: Señor, si te nos quitas, danos otro tú; no encontramos satisfacción en nada que no seas tú, porque no queremos nada fuera de ti. Nuestro Señor se alejó de sus discípulos como Dios y hombre, y se les devolvió como Dios y hombre, pero de otra manera y bajo otra forma. [Es] como allí donde hay una gran reliquia; no se permite que sea tocada o vista descubierta; se la engarza en un cristal o en otra cosa. Así hizo también Nuestro Señor cuando se dio como otro sí mismo. En la Cena Dios se da como comida, con todo cuanto es, a sus queridos amigos. San Agustín[4] se estremeció ante esta comida; entonces le dijo en el espíritu una voz: «Soy una comida para gente mayor; ¡crece y aumenta y cómeme! Tú no me transformas en ti, sino que eres transformado en mí». De la comida y bebida que yo probara hace quince noches, una potencia de mi alma se eligió lo más puro y lo más fino y lo introdujo en mi cuerpo y lo unió con todo cuanto hay dentro de mí de modo que no existe nada tan pequeño que se le pueda poner encima una aguja, que no se haya unido con ello; y es tan propiamente uno conmigo como lo que fue concebido en el seno de mi madre, al principio, cuando se me infundió la vida. La fuerza del Espíritu Santo toma con igual propiedad lo más límpido y lo más fino y lo más elevado, [o sea], la chispita del alma, y lo lleva íntegramente hacia arriba dentro del fuego, [o sea] el amor, tal como diré ahora del árbol: La fuerza del sol elige en la raíz del árbol lo más puro y lo más fino y lo tira todo hacia arriba hasta la rama; allí se convierte en flor. Exactamente de la misma manera, la chispita del alma es llevada arriba en la luz y en el Espíritu Santo, y es levantada de este modo al origen primigenio, y así se hace totalmente una con Dios y tiende completamente hacia lo Uno y es una sola con Dios en un sentido más propio de lo que es la comida con relación a mi cuerpo, ah sí, lo es mucho más en la medida en que es más acendrada y más noble. Por eso se dice: «Una gran cena». Pues bien, dice David: «Señor, cuán grandes y múltiples son la dulzura y la comida que tienes ocultadas para todos aquellos que te temen» (Salmo 30, 20); y a quien reciba con miedo esta comida, nunca le gustará realmente; hay que recibirla con amor. Por eso, un alma amante de Dios vence a Dios para que tenga que entregársele por completo.
Dice, pues, San Lucas: «Un hombre preparó una gran cena». Ese hombre no tenía nombre, ese hombre no tenía rival, ese hombre es Dios. Dios no tiene nombre. Dice un maestro pagano[5] que no hay lengua capaz de pronunciar una palabra acertada sobre Dios a causa de la eminencia y limpidez de su ser. Cuando hablamos del árbol, hacemos enunciados sobre él por medio de las cosas que se hallan por encima del árbol, como el sol que opera en el árbol. Por eso no se puede hablar de Dios en sentido propio, pues por encima de Dios no hay nada y Dios no tiene causa. En segundo lugar, hacemos enunciados sobre las cosas por medio de la igualdad. De ahí que tampoco se pueda hablar de Dios en sentido propio, porque no existe nada igual a Él. En tercer lugar, se hacen enunciados sobre las cosas por medio de sus efectos: cuando se quiere hablar del arte de un maestro, se habla del cuadro creado por él; el cuadro revela el arte del maestro. Todas las criaturas valen demasiado poco como para revelar a Él; son todas [juntas] una nada en comparación con Dios. Por eso, ninguna criatura sabe expresar una sola palabra relativa a Dios en sus creaciones. Por ende dice Dionisio[6]: Todos cuantos pretenden hablar de Dios no tienen razón, porque no dicen nada sobre Él. [Mas] quienes no quieren hablar de Él, tienen razón, porque no hay palabra capaz de expresar a Dios; pero eso sí, Él mismo habla sobre sí en sí mismo. Por eso dice David: «Veremos esta luz en tu luz» (Salmo 35, 10). Lucas dice: «Un hombre». Él es «uno solo» y es un «hombre» y no se iguala a nadie y flota por encima de todo.
El amo envió a sus criados (Lucas 14, 17). San Gregorio dice[7] que estos «criados» son la Orden de los Predicadores. Yo hablo de otro criado, que es el ángel. Por lo demás, queremos hablar de un criado, al cual ya me he referido varias veces, y que es el entendimiento en la periferia del alma donde toca la naturaleza angelical, siendo una imagen de Dios. Dentro de esta luz, el alma se halla unida con los ángeles y [hasta] con aquellos ángeles que han caído al infierno y quienes, sin embargo, han conservado la nobleza de su natura. Ahí se encuentra esta chispita, desnuda, erguida sin sufrimiento alguno, dentro del ser divino. Ella [=el alma] se asemeja también a los ángeles buenos que operan continuamente en Dios, y reciben de Dios y devuelven a Dios todas sus obras, tomando a Dios de Dios en Dios. A estos ángeles buenos se asemeja la chispita del entendimiento que fue creada por Dios sin mediación alguna, [y que es] una luz flotante por encima [de las cosas] y una imagen de la naturaleza divina y [fue] creada por Dios. Esta luz el alma la lleva en sí. Dicen los maestros[8] que en el alma existe una potencia llamada sindéresis, pero no es así. Esta última significa algo así como una cosa que adhiere en todo momento a Dios sin pretender nunca nada malo. [Incluso] en el infierno tiene disposición para el bien; dentro del alma lucha contra todo cuanto no es puro ni divino, e invita sin cesar a [concurrir] a ese banquete.
Por eso dice: «Envió a sus criados para que concurrieran [los invitados]; que todo estaba preparado» (Lucas 14, 17). Nadie necesita preguntar qué es lo que recibe con el Cuerpo de Nuestro Señor. La chispita que se halla dispuesta a recibir el Cuerpo de Nuestro Señor, se encuentra siempre en el ser divino. Dios se entrega todo nuevo al alma en un devenir [continuo]. Él no dice «ha llegado a ser» o «llegará a ser», sino que todo es [siempre] nuevo y fresco como un devenir sin fin.
Por eso dice: «Ahora todo está preparado».
Ahora bien, dice un maestro[9] que por encima del ojo hay una potencia que es más ancha que toda la tierra y más ancha que el cielo. Esta potencia recoge todo cuanto es introducido en la vista y lo lleva todo arriba hasta el alma. Otro maestro le contradice y afirma: No, hermano, no es así. Todo cuanto es introducido en esa potencia por medio de los sentidos, no llega al alma; antes bien, purifica y prepara y conquista al alma para que sea capaz de recibir desnuda la luz del ángel y la luz divina. Por eso dice: «Ahora todo está preparado».
Y no van, esos que fueron invitados. El primero dijo: «He comprado una aldea, no puedo ir» (Lucas 14, 18). Por la aldea se entiende todo cuanto es terrestre. Mientras el alma posee alguna cosa terrestre, no llega a este banquete. El otro dijo: «He comprado cinco yuntas de bueyes, no puedo ir, pues tengo que ir a verlas» (Lucas 14, 19). Las cinco yuntas de bueyes son los cinco sentidos. Cada sentido se halla dividido en dos, son, [pues], cinco yuntas. Mientras el alma siga a los cinco sentidos, nunca llegará a este banquete. El tercero dijo: «Acabo de casarme, no puedo ir» (Lucas 14, 20). Yo lo he dicho varias veces: El varón en el alma es el entendimiento. Cuando el alma con el entendimiento se endereza directamente hacia arriba, hasta Dios, entonces el alma es «varón» y es uno y no dos; mas cuando el alma se dirige hacia abajo, entonces es «mujer». Con un solo pensamiento y una sola mirada hacia abajo, se pone vestimenta de mujer; semejante gente tampoco llega al banquete.
Resulta ahora que Nuestro Señor dice una palabra de mucho peso: «De cierto os digo: Ninguno de ellos probará jamás mi banquete». Luego dijo el Señor: «Salid a las calles angostas y anchas». El alma, cuanto más se ha recogido, tanto más angosta es, y cuanto más angosta, tanto más ancha. «Ahora idos a los cercados y a los caminos anchos». Una parte de las potencias del alma está atada a la vista y a los otros sentidos. Las otras potencias son libres, no están atadas e impedidas por el cuerpo. A ésas, invitadlas todas e invitad a los pobres y a los ciegos y a los tullidos y a los enfermos. Estos, y nadie más, entrarán para [participar de] este banquete (Cfr. Lucas 14, 21 y 23 s). Por eso dice San Lucas: «Un hombre había preparado una gran cena» (Lucas 14, 16). Ese hombre es Dios y no tiene nombre. ¡Que Dios nos ayude para que lleguemos a este banquete! Amén.
[1] Atribución: «Homo quidam fecit cenam magnam Maestro eckart demuestra aquí cómo la recepción del Cuerpo de Nuestro Señor se llama una cena y cómo son los criados que invitan al banquete nocturno y como son las personas que nunca gozarán de la comida».
[2]
Gregorius M., Hom. in Evang. II hom. 36 n. 2.
[3] Cfr. lo dicho en sermón XX a nota 4.
[4]
Augustinus, Confess. 1. VII c. 10 n. 16.
[5] Liber de causis prop. 6.
[6] Cfr. Dionysius Areopagita, De caelesti hierarchia c. 2 T 3.
[7]
Gregorius M., Hom. in Evang. II hom. 36 n. 2.
[8] Cfr. Sermón XX a nota 10.
[9] Aristóteles.