SERMÓN XXIV[1]
Dice San Pablo: «Acoged en vosotros, introducid en vuestro fuero íntimo a Cristo».
Dice San Pablo: «Acoged en vosotros, introducid en vuestro fuero íntimo[2] a Cristo)» (Cfr. Romanos 13, 14).
Al desasirse el hombre de sí mismo, acoge a Cristo, Dios, bienaventuranza, beatitud y santidad. Si un muchacho contara cosas extrañas, se las creerían; San Pablo, en cambio, promete grandes cosas y apenas se las creéis. En caso de que te despojes, te promete [que encontrarás a]. Dios, [la] bienaventuranza y [la] santidad. Es sorprendente: si el hombre se ve obligado a desasirse, entonces, al hacerlo él introduce en su fuero íntimo a Cristo y [la] santidad y [la] bienaventuranza, y es muy grande. El profeta se maravilla de dos cosas. En primer lugar, de lo que opera Dios con las estrellas, con la luna y el sol. En segundo lugar, su asombro se refiere al alma: de que Dios hiciera y siga haciendo cosas tan grandes con ella y por medio de ella, porque hace cuanto puede por amor de ella. Hace muchas cosas grandes a causa de ella y se dedica completamente a ella y esto se debe a la grandeza con que fue creada (Cfr. Salmo 8, 2ss.). ¡Fijaos pues, en lo grande que la ha hecho! Compongo una letra según la imagen que corresponde a la letra dentro de mí, en mi alma, pero no según mi alma. Lo mismo sucede con Dios. Dios ha creado todas las cosas en general, según la imagen de todas las cosas [vale decir: las ideas], la que abarca dentro de sí, y no según Él mismo. A algunas las ha hecho en especial según algo que emana de Él, como ser [la] bondad, [la] sabiduría y cuanto se enuncia de Dios[3]. Pero al alma no la ha creado sólo según la imagen que se halla dentro de Él, ni según aquello que de Él emana [y] se enuncia de Él, sino que la ha hecho según Él mismo, ah sí, de acuerdo con todo cuanto Él es según su naturaleza, su esencia y su obra emanante e inmanente[4] (inneblîbend), y según el fondo donde permanece en sí mismo, donde está engendrando a su Hijo unigénito, del cual sale floreciendo el Espíritu Santo: según esta obra emanante [e] inmanente Dios ha creado al alma.
Es como un principio natural en todas las cosas que las superiores fluyen en las inferiores, en tanto que las inferiores se hallan dirigidas hacia las superiores. Porque las superiores nunca reciben de las inferiores, sino que las inferiores reciben de las superiores. Como Dios se halla por encima del alma, Dios es en todo momento El que fluye en el alma sin poder escapársele nunca. El alma sí se le escapa, mas, mientras el hombre se mantiene por debajo de Dios recibe el influjo pura e inmediatamente y no se halla por debajo de ninguna otra cosa: ni del miedo ni del amor ni de la pena ni de cosa alguna que no sea Dios. Pues bien, sométete del todo a Dios, entonces recibirás el influjo divino total y puramente. ¿Cómo recibe el alma de Dios? El alma no recibe nada de Dios como cosa extraña, tal como el aire recibe [la] luz del sol, pues aquél recibe sobre la base de la extrañeza. Pero el alma no recibe a Dios sobre la base de la extrañeza, ni como [si se hallara] por debajo de Dios, porque aquello que se encuentra por debajo de otro, tiene carácter de extraño y alejado. Dicen los maestros que el alma recibe como luz de la luz porque ahí no hay ni extrañeza ni lejanía.
Hay un algo en el alma[5], donde Dios se halla en su desnudez, y los maestros[6] dicen que es innominado y no tiene nombre propio. Es y, sin embargo, no tiene ser propio porque no es ni esto ni aquello, ni acá ni allá, porque lo que es, lo es en Otro [= el ser divino] y Aquello [= lo Otro] en éste; ya que cuanto es, lo es en Aquello y Aquello en él. Porque Aquello fluye en éste [= «un algo»] y éste en Aquello y ahí [= en este algo en el alma] —opina él [San Pablo]—: ¡Ubicaos en Dios, en [la] bienaventuranza! Porque ahí adentro el alma recoge toda su vida y ser, y ahí bebe su vida y ser; ya que éste se halla totalmente en Dios y lo demás [propio del alma] acá afuera, y por ello el alma se encuentra todo el tiempo en Dios en cuanto a este [algo], a no ser que lo lleve hacia fuera o lo extinga dentro de sí.
Dice un maestro[7] que este [algo] se halla en presencia de Dios de manera tal que nunca puede darle la espalda a Dios y Él le resulta siempre presente en su interior. Yo digo que Dios eternamente, sin cesar, ha estado en este [algo], y para que el hombre en él sea uno con Dios, no hace falta [la] gracia, porque [la] gracia es criatura, pero allí la criatura no tiene nada que ver; ya que en el fondo del ser divino, donde las tres personas son un solo ser, ella [el alma] es uno [con Dios] conforme al fondo. Por eso, si quieres, todas las cosas y Dios te pertenecen. Esto quiere decir: Renuncia a ti mismo y a todas las cosas y a todo cuanto eres en ti mismo, y acéptate de acuerdo con lo que eres en Dios.
Dicen los maestros[8] que la naturaleza humana nada tiene que ver con el tiempo y que es completamente intangible y le resulta mucho más entrañable y cercana al hombre de lo que es él para sí mismo. Y por ello, Dios adoptó la naturaleza humana y la unió a su persona. Entonces, la naturaleza humana llegó a ser Dios porque Él adoptó la naturaleza humana pura y no [la de] ningún hombre. Por eso, si tú quieres ser el mismo Cristo y Dios, despójate de todo cuanto el Verbo eterno no aceptó para sí. El Verbo eterno no aceptó para sí a ningún hombre; por eso, despójate de lo que tienes de ser humano y de lo que eres tú y tómate desnudo, de acuerdo con la naturaleza humana, así serás lo mismo en el Verbo eterno que es en Él la naturaleza humana. Porque entre la naturaleza humana tuya y la suya no hay diferencia, es una sola, ya que es en Cristo lo que es en ti. Por eso dije en París que en el hombre justo se cumple lo que dijeron en cualquier momento [con respecto a Cristo] las Sagradas Escrituras y los profetas; porque si tú andas bien, se cumple en ti todo cuanto está dicho en las Alianzas Antigua y Nueva.
¿Cómo has de andar bien? Esto debe comprenderse de dos maneras según la palabra del profeta que dice: «[Al llegar] la plenitud del tiempo, el Hijo fue enviado» (Gálatas 4, 4). [La] «plenitud del tiempo» existe en dos aspectos. Una cosa está «plena» cuando se halla en su punto final, así como el día está «pleno» cuando anochece. Del mismo modo, cuando todo el tiempo se desprende de ti, el tiempo está «pleno». El otro [aspecto] se da cuando el tiempo llega a su fin, es decir, la eternidad; porque entonces todo el tiempo termina, pues allí no hay ni antes ni después. Allí todo cuanto existe, se halla presente y es nuevo, y allí abarcas, en una contemplación presente, aquello que sucedió, y que habrá de suceder, en cualquier momento. Allí no existe ni antes ni después, allí todo está presente; y en esa contemplación presente estoy poseyendo todas las cosas. Esta es «plenitud del tiempo», y así ando bien encaminado y soy verdaderamente el hijo único y Cristo.
Que Dios nos ayude para que lleguemos a esa «plenitud del tiempo». Amén.
[1]
Un encabezamiento
dice: «Para el sexto domingo después de Pentecostés».
El título abreviado no figura en los textos de la edición crítica. Véase nota 1 del Sermón XLVIII.
[2] Eckhart traduce el texto latino «induimini dominum» por «întuot iu Kristum» y para aclarar agrega «inniget iu». «Innigen» significa «recibir en el fuero íntimo, ensimismarse». La idea es —según Quint (t. I p. 414 n. 1)— que Cristo no debe ser puesto exteriormente como envoltura sino que se lo debe acoger en el fuero íntimo.
[3] Se refiere a las «perfecciones generales».
[4] «Inmanente» en el sentido de que permanece en Dios y no sale hacia fuera.
[5] «Algo en el alma». Eckhart se refiere a la «chispita del entendimiento supremo».
[6] Eckhart piensa, entre otros, en Avicena.
[7] Cfr. Augustinus, De trin. XIV c. 7 n. 9, c. 14 n. 18.
[8] Cfr. Thomas, De ente et essentia c. 3.