SERMON XXVI[1]
Mulier, venit hora et nunc est, quando veri adoratores adorabunt patrem in spiritu et veritate.
Así está escrito en el Evangelio de San
Juan. Del largo relato saco una palabrita. Dijo Nuestro Señor: «Mujer,
llegará la hora y ha llegado ahora, cuando los verdaderos adoradores adorarán
al Padre en espíritu y en verdad y a tales [adoradores] busca el Padre»
(Juan 4, 23).
Ahora fijaos en la primera palabrita que dice: «Llegará la hora y ha
llegado ahora». Quien quiere adorar al Padre tiene que trasladarse con su
deseo y su confianza en la eternidad. Hay una parte suprema del alma[2]
que se yergue por encima del tiempo y no sabe nada del tiempo ni del cuerpo.
Todo cuanto sucedió alguna vez hace mil años, el día que fue hace mil años,
en la eternidad no se halla más lejos que esta hora en la que vivo ahora, o
el día que habrá de llegar en mil años, o en el tiempo más lejano que
puedas contar, [todo esto] en la eternidad no queda más lejos que esta hora
en la que vivo.
Pues bien, dice Él: «que los verdaderos adoradores adorarán al Padre
en espíritu y en verdad». ¿Qué es la verdad? [La] verdad es tan noble que,
si fuera posible que Dios se apartara de la verdad, yo querría seguir a la
verdad y abandonar a Dios; porque Dios es la Verdad y todo cuanto se halla en
el tiempo y todo cuanto fue creado alguna vez por Dios, no es la Verdad.
Ahora dice: «Adorarán al Padre». ¡Ay, cuántos hay que adoran un
zapato o una vaca u otra criatura y se preocupan por ellos; es gente muy
tonta! Tan pronto como imploras a Dios por amor de las criaturas, solicitas tu
propio perjuicio porque la criatura, en cuanto tal, lleva en sí amargura y
perjuicio y mal y molestia. Y por
eso le sirve bien a la gente que tenga molestias y amarguras. ¿Por qué? Las
han solicitado.
He dicho a veces: Quien busca a Dios y busca alguna cosa junto con Dios,
no encuentra a Dios; en cambio, aquel que busca sólo a Dios, de veras,
encuentra a Dios y no halla nunca a Dios solo, porque todo cuanto Dios es
capaz de hacer, lo halla [junto] con Dios. Si buscas a Dios y lo buscas a
causa de tu propio provecho y de tu propia bienaventuranza, por cierto, no
buscas a Dios. Por eso dice que los verdaderos adoradores adoran al Padre y lo
dice muy bien. Si alguien dijera a un hombre bueno: «¿Por qué buscas a
Dios?» —«Porque es Dios». «¿Por qué buscas a la verdad?» —«Porque
es la verdad». «¿Por qué buscas a la justicia?» —«Porque es la
justicia»: semejantes personas están bien encaminadas. Todas las cosas que
se encuentran en el tiempo, tienen un porqué. Es como si alguien preguntara a
un hombre: «¿Por qué comes?» —«Para tener fuerza». «¿Por qué
duermes?» —«Con el mismo fin»; y así son todas las cosas que se hallan
en el tiempo. Pero quien preguntara a un hombre bueno: «¿Por qué amas a
Dios?» —«No lo sé, por amor de Dios». «¿Por qué amas la verdad?» —«Por
amor de la verdad». «¿Por qué amas la justicia?» —«Por amor de la
justicia». «¿Por qué amas la bondad?» —«Por amor de la bondad». «¿Por
qué vives?» —«¡De veras, no lo sé! Me gusta vivir».
Dice un maestro: Quien una
sola vez es tocado por la verdad, por la justicia y por la bondad, no podrá
apartarse nunca más de ellas por un solo instante aunque dependieran de ello
todas las penas del infierno. Además dice: Cuando un hombre es tocado por
estas tres —la verdad, la justicia y la bondad— a semejante hombre le
resulta tan imposible apartarse de estas tres como le resulta imposible a Dios
apartarse de su divinidad.
Dice un maestro[3]
que el bien tiene tres ramas. La primera rama es [la] utilidad, la segunda
rama es [el] gozo, la tercera rama es [la] honestidad. Por eso dice: «adorarán
al Padre». ¿Por qué dice: «al Padre»? Si buscas al Padre, o sea a Dios
solo, encuentras junto con Dios todo cuanto Él puede realizar. Es una verdad
cierta y una verdad necesaria y una verdad confirmada por escrito, y aunque no
estuviera escrito, sin embargo, sería verdadero: Si Dios poseyera aún más,
no podría escondértelo y debería revelártelo y Él te lo da; yo he dicho a
veces: Te lo da y te lo da al modo de un nacimiento.
Dicen los maestros[4]
que el alma tiene dos rostros, y el rostro superior contempla a Dios en
todo momento y el inferior mira un poco hacia abajo y guía a los sentidos; y
el rostro superior es lo más elevado del alma, se mantiene en [la] eternidad
y no tiene nada que ver con el tiempo y no sabe nada ni del tiempo ni del
cuerpo. Y he dicho algunas veces que en este [rostro] yace encubierto algo así
como la fuente de todo bien y como una luz resplandeciente que alumbra en todo
momento, y como un fuego ardiente que arde todo el tiempo y el fuego no es
otra cosa que el Espíritu Santo.
Los maestros dicen[5]
que dos potencias fluyen desde la parte suprema del alma. Una se llama
voluntad, la otra, entendimiento, y la perfección de estas potencias se da en
la potencia suprema llamada entendimiento: éste no puede descansar nunca. No
tiende hacia Dios, en cuanto Espíritu Santo y en cuanto Hijo: huye del Hijo.
Tampoco tiende hacia Dios en cuanto Dios. ¿Por qué? Porque ahí tiene [un]
nombre. Y si existiesen mil dioses, el [entendimiento] siempre se abriría
paso porque lo quiere [encontrar] allí donde no tiene nombre alguno: quiere
algo más noble, algo mejor de lo que es Dios en cuanto tiene nombre. Entonces
¿qué quiere? No lo sabe; lo quiere en cuanto es Padre. Por eso dice Felipe:
«Señor, haznos ver al Padre, y ya nos basta» (Juan 14, 8). Lo quiere en
cuanto es la médula de donde surge [la] bondad; lo quiere en cuanto es un
grano del cual emana bondad; lo quiere en cuanto es una raíz, una vena, de la
cual brota [la] bondad, y sólo allí es Padre.
Ahora bien, dice Nuestro Señor: «Nadie conoce al Padre, sino el Hijo y
nadie [conoce] al Hijo, sino el Padre» (Mateo 11, 27). En verdad, si hemos de
llegar a conocer al Padre, debemos [cada uno] ser hijo. En alguna oportunidad
pronuncié tres palabritas, comedlas como [si fueran] tres nueces moscadas
picantes y luego tomad un trago. Primero: si queremos [cada uno] ser hijo
debemos tener un padre, porque nadie puede decir que es hijo, a no ser que
tenga un padre, y nadie es padre, a no ser que tenga un hijo. Si el padre ha
muerto, uno dice: «Era mi padre». Si el hijo ha muerto, uno dice: «Era mi
hijo», porque la vida del hijo pende del padre y la vida del padre pende del
hijo; y por eso nadie puede decir: «Soy hijo», a no ser que tenga un padre;
y en verdad es hijo el hombre que hace todas sus obras por amor… Otra cosa
que más que nada convierte al hombre en hijo, es [la] ecuanimidad. Si está
enfermo, que le guste tanto estar enfermo como sano [y] sano como enfermo. Si
se le muere su amigo… ¡[sea] en el nombre de Dios! Si le vacían un ojo…
¡[sea] en el nombre de Dios!… La tercera cosa que debe tener un hijo
consiste en que no puede inclinar su cabeza sobre algo que no sea el Padre. ¡Oh,
cuán noble es esa potencia[6]
que se halla elevada por encima del tiempo, y que se mantiene sin [tener]
lugar! Porque al encontrarse por encima del tiempo, tiene encerrado en sí
todo el tiempo, y es todo el tiempo. Mas, aun cuando fuera poco lo que uno
poseyese de aquello que se halla elevado por encima del tiempo, se habría
enriquecido con gran rapidez; porque lo que se encuentra allende el mar, no
está a mayor distancia de esa potencia que aquello que ahora está presente.
Y por eso dice: «A tales [adoradores] busca el Padre» (Juan 4, 23). ¡Mirad!
Así nos acaricia Dios, así nos implora, y Dios siente ansias hasta que el
alma se aparte y se libere de la criatura, y es una verdad cierta y una verdad
necesaria el que Dios tenga tanta necesidad de buscarnos como si toda su
divinidad dependiera de ello, y en efecto es así. Y Dios no puede prescindir
de nosotros tan poco como nosotros de Él; pues, incluso si pudiéramos
apartarnos de Dios, Dios nunca podría apartarse de nosotros. Digo yo que no
quiero pedirle a Dios que me dé [nada]; tampoco quiero ensalzarlo porque me
ha dado [algo], sino que le quiero pedir que me haga digno de recibir, y
quiero ensalzarlo porque pertenece a su naturaleza y a su ser el que tenga que
dar. Quien quisiera quitarle esto a Dios, le quitaría su propio ser y su
propia vida.
Que nos ayude la Verdad, de la cual acabo de hablar, para que de dicha
manera lleguemos verdaderamente [cada uno] a ser hijo. Amén.
[1] Atribución: S’<er>mo magist <r>i Eg<hart>. Encabezamiento: «El viernes después de media cuaresma, una instrucción de cómo hay que adorar al Padre en espíritu y verdad». El texto de la Sagrada Escritura fue tomado del Evangelio del viernes después del tercer domingo de cuaresma.
[2] Otra vez se trata de la «chispita del alma».
[3] Quint (tomo II p. 28 n. 2) remite para estas tres ramas a: Aristóteles, Ethica Nic. II c. 3; Thomas, In Eth. Nic. II c. 3 lect. 2; Albertus Magnus, De resurr. tr. 4 q. 3 a. 1.
[4] Eckhart piensa tanto en Agustín como en Avicena, según dice en In Genes. II n. 138.
[5] Los maestros son los tomistas quienes, en contraposición a los escotistas, atribuyen al intelecto un rango superior al de la voluntad.
[6] La chispita.