SERMÓN XXVIII[1]

Ego elegi vos de mundo.

Estas palabras que acabo de pronunciar en latín, se leen hoy en el santo Evangelio, en la Fiesta de un santo llamado Bernabé[2], y la Escritura dice generalmente que era un apóstol (Cfr. Hechos 13,1,2; y 1 Cor. 9,5 ss.). Y Nuestro Señor dice: «Por entre todo el mundo os he escogido, os he elegido; os he designado por entre todo el mundo y todos los seres creados para que vayáis y deis muchos frutos y que el fruto sea duradero en vosotros» (Cfr. Juan 15,16). Resulta que da mucho placer cuando una cosa da fruto y uno se queda con ese fruto. [Pero] el fruto es duradero para aquel que permanece y mora en el amor. Al final de este Evangelio dice Nuestro Señor: «Amaos los unos a los otros como yo os he amado desde la eternidad, y como mi Padre me ha amado desde la eternidad, así yo os he amado. Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor (Juan 15, 12 y 9 ss.).

Todos los mandamientos de Dios provienen del amor y de la bondad de su naturaleza; si no provinieran del amor, no podrían ser mandamientos de Dios. Pues el mandamiento de Dios es la bondad de su naturaleza, y su naturaleza es su bondad en su mandamiento. Luego, quienquiera que mora en la bondad de su naturaleza, mora en el amor de Dios; y el amor no tiene porqué. Si yo tuviera un amigo y lo amara para que me hiciese el bien y me complaciese del todo, no amaría a mi amigo sino a mí mismo. He de amar a mi amigo a causa de su propia bondad y su propia virtud y por todo cuanto es en sí mismo, entonces amo a mi amigo como se debe, cuando lo amo así como acabo de decir. Exactamente lo mismo sucede con el hombre que se mantiene en el amor de Dios, que no busca nada de lo suyo, ni en Dios ni en sí mismo ni en cualquier cosa que fuera, y que ama a Dios solo por su propia bondad y por la bondad de su naturaleza y por todo cuanto Él es en sí mismo. Y éste es el amor verdadero. [El] amor de las virtudes es una flor y un adorno y una madre de todas las virtudes y de toda perfección y de toda bienaventuranza, porque [este amor] es Dios, ya que Dios es el fruto de las virtudes; Dios fecunda a todas las virtudes, y es un fruto de las virtudes, y este fruto es duradero para el hombre. A un hombre que obrara a causa del fruto, le daría gran placer si este fruto le perdurase. Y si hubiera un hombre poseedor de una viña o de un campo y él lo cediera a su criado para que lo cultivara y le quedaran también los frutos, y si además le diera todo cuanto hacía falta para [su labor], le resultaría muy placentero [al criado] quedarse con los frutos sin [tener] gastos propios. Así constituye también un gran placer para el hombre que vive en medio del fruto de las virtudes, porque no tiene ni disgusto ni confusión ya que ha renunciado a sí mismo y a todas las cosas.

Ahora bien, dice Nuestro Señor: «Todo el que dejare algo por amor de mí, se lo devolveré [dándole] cien veces más y la vida eterna por añadidura» (Cfr. Mateo 19, 29). Mas si lo dejas a causa del céntuplo y de la vida eterna, no has dejado nada; ah sí, aunque dejes [las cosas] por una recompensa cien mil veces más [elevada], no habrás dejado nada. Tienes que dejarte a ti mismo y esto por completo, entonces tu renuncia es buena. Cierta vez me vino a ver un hombre —todavía no hace mucho— y dijo que había renunciado a grandes cosas en cuanto a bienes raíces y posesiones a fin de salvar su alma. Entonces pensé: ¡Ay, cuán poco y qué cosas insignificantes has dejado! No es nada más que ceguera y necedad mientras estás mirando de algún modo las cosas que dejaste. [Mas], cuando hayas renunciado a ti mismo, entonces sí habrás renunciado. El hombre que se ha dejado a sí mismo, es tan puro que el mundo no simpatiza con él.

Dije una vez aquí[3] —todavía no hace mucho—: Quien ama la justicia, de éste cuida la justicia y es abrazado por la justicia y es la justicia. Algún día anoté en mi libro[4]: El hombre justo no sirve ni a Dios ni a las criaturas ya que es libre; y cuanto más cerca se halla de la justicia, tanto más llega a ser la libertad él mismo y tanto más es él la libertad. Todo lo creado, en cuanto tal, no es libre. Mientras hay una cosa cualquiera por encima de mí, que no es Dios mismo, me oprime por pequeña que sea o cualquiera que sea su índole; aunque fueran [el] entendimiento y [el] amor; en cuanto cosa creada, y no Dios mismo, me oprime porque no es libre. El hombre injusto le sirve a la verdad, gústele o displázcale, y le sirve a todo el mundo y a todas las criaturas y es un siervo del pecado.

Una vez —todavía no hace mucho— se me ocurrió la siguiente idea: El que yo sea hombre, también otro hombre lo tiene en común conmigo; que yo vea y oiga y coma y beba, lo hace también el animal; pero lo que soy yo no le es propio a ningún hombre fuera de mí solo, ni de un ser humano ni de un ángel ni de Dios, a no ser en cuanto soy uno con Él; [esta] es una pureza y una unidad. Todo cuanto obra Dios, lo obra en lo Uno como igual a Él mismo. Dios da lo mismo a todas las cosas y, sin embargo, son muy disímiles en sus obras; pero, esto no obstante, tienden en todas sus obras hacia aquello que es igual a su propio ser. La naturaleza realizó en mi padre la obra de la naturaleza. [Mas] la naturaleza tenía la intención de que yo llegara a ser padre tal como él era padre. Él [mi padre] realiza toda su obra por algo semejante a él mismo y por su propia imagen para que él mismo sea lo obrado; en esto siempre se aspira a [que nazca] un «varón». Sólo allí donde la naturaleza es desviada u obstaculizada de modo que no disponga de su fuerza plena en su actuación, se origina una mujer. Mas, donde la naturaleza renuncia a su obra, ahí Dios empieza a obrar y hacer; porque si no hubiera mujeres, tampoco habría varones. Cuando el niño es concebido en el vientre de la madre, posee constitución, forma y figura; esto lo produce la naturaleza. Así permanece durante cuarenta días y cuarenta noches; pero al cuadragésimo día Dios crea al alma mucho más rápido que en un instante, para que el alma llegue a ser forma y vida para el cuerpo. Así, la obra de la naturaleza lleva hacia fuera todo cuanto la naturaleza puede obrar con lo que a forma, constitución y figura se refiere. La obra de la naturaleza sale por completo hacia fuera; y así como la obra de la naturaleza sale afuera, ella es sustituida por completo en el alma racional. Ahora se trata de una obra de la naturaleza y de una creación divina.

[Mas] en todo lo creado no hay —como ya dije varias veces— ninguna verdad. Hay una cosa que se halla por encima del ser creado del alma [y] a la que no toca ninguna criaturidad que es [una] nada; no la posee ni siquiera el ángel que tiene un ser puro que es acendrado y extenso; hasta él no la toca. Ella es afín a la índole divina, es una sola en sí misma, no tiene nada en común con nada. En cuanto a esta cosa muchos frailes insignes comienzan a cojear. Ella es una tierra extraña y un desierto, y antes que tener un nombre es innominada, y antes que ser conocida es desconocida. Si tú pudieras aniquilarte por un solo instante, digo yo —aunque fuera por un tiempo más breve que un instante—, te pertenecería todo aquello que [esta cosa] es en sí misma. Mientras todavía prestas alguna atención a ti mismo o a una cosa cualquiera, sabes tan poco de lo que es Dios, como sabe mi boca de lo que es el color, y como sabe mi vista de lo que es el gusto: tan poco sabes y conoces tú lo que es Dios.

Pues bien, Platón, el gran fraile, se pone a hablar de grandes cosas[5]. Se refiere a una pureza que no es de este mundo; no existe ni en el mundo ni fuera del mundo, no se encuentra ni en el tiempo ni en la eternidad, no tiene ni exterior ni interior. De esta [pureza] Dios, el eterno Padre, hace emerger la plenitud y el abismo de toda su divinidad. [Todo] esto lo engendra aquí en [la persona de] su Hijo unigénito y [hace] que seamos [cada uno] el mismo hijo. Y su engendrar es [al mismo tiempo] su permanecer adentro, y su permanecer adentro es su dar a luz. Siempre sigue siendo lo uno que brota en sí mismo. Ego, o sea, la palabra «yo», no pertenece a nadie sino a Dios solo, en su unidad. Vos, esta palabra significa lo mismo que «vosotros»: para que todos seáis uno en la unidad, esto quiere decir: las palabras «ego» y «vos», «yo» y «vosotros» apuntan hacia la unidad.

Que Dios nos ayude para que seamos y sigamos siendo esta misma unidad. Amén.




[1] Encabezamiento: «En el día de San Bernabé».

[2] Se refiere al acompañante de San Pablo en sus viajes. Su fiesta se celebra el 11 de junio. Según el misal medieval de los dominicos el texto del Evangelio era el mencionado por Eckhart.

[3] Se refiere al pasaje paralelo en el Sermón XXIX.

[4] No se sabe a qué libro («buoch») o libreta (?) se refiere Eckhart.

[5] Según Quint (tomo II p. 67 n. 1) Eckhart se refería en forma muy vaga a la teoría de las ideas platónicas, o sea, a la idea suprema, el summum bonum que es, a la vez, lo «Uno».