SERMÓN XXX[1]

Praedica verbum, vigila, in omnibus labora.

Hoy y mañana se lee una palabra con respecto a Santo Domingo, mi patrono, y San Pablo la escribe en la Epístola, y en lengua vulgar reza así: «¡Predica la palabra, enúnciala, sácala afuera, prodúcela y da a luz a la palabra!» (Cfr. 2 Timoteo 4, 2).

Es muy extraño el hecho de que algo emane y, sin embargo, permanezca adentro. El que la palabra emane y, sin embargo, permanezca adentro, es muy extraño; el que todas las criaturas emanen y, sin embargo, permanezcan adentro, es muy extraño; lo que Dios ha dado y ha prometido dar, es muy extraño, y es incomprensible e increíble. Y está bien que así sea; pues, si fuera comprensible y creíble, no estaría bien. Dios se halla en todas las cosas. Cuanto más está dentro de las cosas, tanto más está fuera de las cosas: cuanto más adentro, tanto más afuera, y cuanto más afuera, tanto más adentro. Ya he dicho varias veces que en este instante [nû] Dios crea todo el mundo. Todo lo creado alguna vez por Dios, hace seis mil y más años, cuando hizo el mundo, Dios lo está creando ahora todo junto. Él se halla en todas las cosas pero, en cuanto Dios es divino y Dios es razonable, no se encuentra en ninguna parte con tanta propiedad como en el alma y en el ángel, si quieres, en lo más entrañable del alma y lo más elevado del alma[2]. Y cuando digo: «lo más entrañable» me refiero a lo más elevado, y cuando digo «lo más elevado» me refiero a lo más entrañable del alma. En lo más entrañable y en lo más elevado del alma: ahí los concibo a ambos juntos en uno solo. Allí donde nunca entró el tiempo, en donde nunca cayó el brillo de una imagen, en lo más entrañable y lo más elevado del alma, crea Dios todo este mundo. Todo cuanto creó Dios hace seis mil años, cuando hizo el mundo, y todo cuanto Dios habrá de crear luego de mil años —con tal de que el mundo exista durante todo ese tiempo— lo crea Dios en lo más entrañable y lo más elevado del alma. Todo lo pasado y todo lo presente y todo lo futuro, lo crea Dios en lo más entrañable del alma. Todo cuanto obra Dios en todos los santos, lo obra en lo más entrañable del alma. El Padre engendra a su Hijo en lo más entrañable del alma, y te engendra a ti junto con su Hijo unigénito [y] no [en condición] inferior. Si he de ser hijo, tengo que ser hijo dentro del mismo ser en que Él es Hijo y en ningún otro. Si he de ser hombre, no puedo ser hombre dentro del ser de ningún animal, he de ser hombre dentro del ser de un hombre. Mas, si he de ser este hombre [determinado], he de serlo dentro de esta naturaleza [determinada]. Ahora bien, San Juan dice: «Sois hijos de Dios» (Cfr. 1 Juan 3, 1).

«¡Di la palabra, enúnciala, sácala afuera, prodúcela y da a luz a la palabra!» «¡Enúnciala!» Lo hablado desde fuera hacia dentro, es cosa burda; mas [aquella palabra] se pronuncia adentro. «¡Enúnciala!», esto quiere decir: Date cuenta de que esto se halla dentro de ti. Dice el profeta: «Dios dijo una cosa y yo escuché dos» (Cfr. Salmo 61,12). Es verdad: Dios nunca dijo sino una sola cosa. Su dicho no es sino uno solo. En este único dicho pronuncia a su Hijo y al mismo tiempo al Espíritu Santo y a todas las criaturas y, no obstante, no hay sino un solo dicho en Dios. Mas el profeta dice: «Escuché dos», esto quiere decir, escuché a Dios y a las criaturas. Allí donde Dios las pronuncia [= a las criaturas], allí es Dios; mas aquí [= en esta tierra] es criatura. La gente se imagina que Dios sólo se había hecho hombre allí [en su Encarnación histórica]. No es así, pues Dios [aquí] se ha hecho hombre lo mismo que allí[3], y se hizo hombre a fin de engendrarte a ti como a su Hijo unigénito y no [en condición] inferior.

Ayer estaba sentado en un lugar y dije una palabra que se halla en el Padrenuestro y que reza: «¡Hágase tu voluntad!» (Mateo 6,10). Mas sería mejor: «¡Hágase tuya [la] voluntad!»; para que mi voluntad llegue a ser su voluntad, que yo llegue a ser Él: esto es lo que quiere decir el Padrenuestro. Esta palabra tiene dos significados. Uno es: «¡Duerme frente a todas las cosas!», quiere decir, que no habrás de saber nada ni del tiempo ni de las criaturas ni de las representaciones… Dicen los maestros: Si un hombre dormido profundamente durmiera cien años, no sabría nada de criatura alguna, ni de tiempo ni de imágenes… y entonces podrás percibir qué es lo que Dios obra en ti. Por eso dice el alma en El Libro de Amor: «Duermo y mi corazón está de vigilia» (Cantar de los Cant. 5, 2). Por lo tanto, si todas las criaturas duermen en tu interior, podrás percibir qué es lo que Dios obra dentro de ti.

La palabra[4]: «¡Esfuérzate en todas las cosas!» abarca [a su vez] tres significados. Quiere decir más o menos lo siguiente: ¡Obra tu provecho en todas las cosas!, esto significa: ¡Aprehende a Dios en todas las cosas!, porque Dios se halla en todas las cosas. Dice San Agustín[5]: «Dios creó a todas las cosas [y esto] no en el sentido de que haya hecho que llegaran a ser mientras Él siguiera por su camino, sino que ha permanecido dentro de ellas». La gente se imagina que tiene más cuando tiene las cosas junto con Dios, que en el caso de que tenga a Dios sin las cosas. Pero, en esto se equivocan; porque todas las cosas agregadas a Dios no son más que Dios solo; y si alguien, teniendo al Hijo y junto con Él al Padre, se imaginara que tenía más que en el caso de tener al Hijo sin el Padre, estaría equivocado. Porque el Padre junto con el Hijo no es más que el Hijo solo, y el Hijo con el Padre tampoco es más que el Padre solo. Por eso, toma a Dios en todas las cosas: ésta es una señal de que te ha engendrado como a su Hijo unigénito y no [en condición] inferior.

El segundo significado es el siguiente: ¡Obra tu provecho en todas las cosas! o sea: «¡Amarás a Dios más allá de todas las cosas y a tu prójimo como a ti mismo!» (Cfr. Lucas 10, 27), y éste es un mandamiento [dado] por Dios. Mas, yo digo que no sólo es un mandamiento sino que Dios, también, lo ha regalado y prometido regalarlo. Si prefieres cien marcos tuyos a los de otro, haces mal. Si prefieres una persona a otra, haces mal; y si amas más a tu padre y a tu madre y a ti mismo que a otra persona, haces mal; y si prefieres la bienaventuranza tuya a la de otro, haces mal. «¡Líbreme Dios! ¿Qué estáis diciendo? ¿No he de preferir la bienaventuranza mía a la de otro?» Hay muchas personas letradas que no comprenden tal cosa y les parece muy difícil; mas no es difícil, es fácil. Te mostraré que no es difícil. Mirad: la naturaleza persigue dos finalidades con cada miembro para que opere en el hombre. La primera finalidad que el [miembro] persigue en sus obras, consiste en servir al cuerpo en su totalidad y luego, a cada miembro, por separado, tal como a sí mismo, y no menos que a sí mismo, y en sus obras no se refiere más a sí mismo que a otro miembro. Esto tiene mucha mayor validez para [la esfera de] la gracia. Dios debe ser la regla y el fundamento de tu amor. La intención primaria de tu amor debe dirigirse puramente hacia Dios y luego hacia tu prójimo como a ti mismo y no menos que a ti mismo. Y si amas la bienaventuranza tuya más que la de otro, está mal hecho; pues, si amas la bienaventuranza más en ti que en otro, te amas a ti mismo. Donde te amas a ti, Dios no constituye tu amor puro, y eso está mal hecho. Porque, si amas la bienaventuranza de San Pedro y de San Pablo como en ti mismo, posees la misma bienaventuranza que, también, tienen ellos. Y si amas la bienaventuranza en los ángeles tanto como en ti mismo, y si amas la bienaventuranza de Nuestra Señora tanto como en ti, gozas de la misma bienaventuranza, propiamente dicha, que ella misma; te pertenece lo mismo a ti que a ella. Por eso se dice en El Libro de la Sabiduría: «Lo hizo similar a sus santos» (Eclesiástico 45, 2).

El tercer significado de: ¡Obra tu provecho en todas las cosas! es éste: ¡Amarás a Dios de la misma manera en todas las cosas!; esto quiere decir: Ama a Dios tan gustosamente en [la] pobreza como en [la] riqueza, y tenle tanto amor en [la] enfermedad como en [la] salud; ámalo tanto en [la] tentación como sin tentación y en [el] sufrimiento como sin sufrimiento. Ah sí, cuanto mayor [el] sufrimiento, tanto menor [el] sufrimiento; [es] como dos baldes: cuanto más pesado [es] el uno, tanto más liviano [es] el otro, y cuanto más sacrifica el hombre, tanto más fácil le resulta el sacrificio. A un hombre que ama a Dios, le resultaría tan fácil renunciar a todo este mundo como a un huevo. Cuanto más sacrifica, tanto más fácil le resulta el sacrificio, como [fue con] los apóstoles: cuanto más pesados eran [sus] sufrimientos, con tanta más facilidad los soportaban (Cfr. Hechos 5, 41).

«¡Esfuérzate en todas las cosas!» quiere decir [finalmente]: Donde te encuentras [centrado] en múltiples cosas y en otra parte que no sea el ser desnudo, puro, simple, ahí pon tu empeño, quiere decir: «¡Esfúerzate en todas las cosas!»… «cumpliendo con tu ministerio» (Cfr. 2 Tim. 4, 5). Esto equivale a decir: ¡Levanta tu cabeza!, lo cual tiene dos sentidos. El primero es: Despójate de todo lo tuyo y entrégate a Dios, entonces Dios te pertenecerá tal como se pertenece a sí mismo y Él es Dios para ti como es Dios para sí mismo y nada menos. Aquello que es mío, no lo he obtenido de nadie. Pero, si lo he recibido de alguien, no es mío, sino que pertenece a aquel de quien lo he recibido. El segundo significado es: ¡Levanta tu cabeza!, esto es: ¡Dirige todas tus obras hacia Dios! Hay mucha gente que no lo comprende y no me parece sorprendente; porque el hombre que ha de comprenderlo, debe estar muy apartado de todas las cosas y muy por encima de ellas.

Que Dios nos ayude para que lleguemos a esta perfección. Amén.


 

[1] Atribuciones «magister/bernhardus»; «sermón de Fray Ekhard». En los encabezamientos el sermón se atribuye al día de cualquier Santo. Eckhart se refiere expresamente a la Fiesta de Santo Domingo que, según el antiguo misal de los dominicos, se celebraba el 5 de agosto.

[2] «Lo más entrañable y lo más elevado» = la chispa.

[3] «Aquí» se refiere al nacimiento del Hijo en el alma, «allí» a su nacimiento histórico. Esta observación corresponde sólo a «aquí» y «allí» en las dos últimas oraciones.

[4] «La palabra…» constituye el segundo de los significados mencionados arriba.

[5] Cfr. Augustinus, Confess. 1. IV c. 12 n. 18.