SERMÓN XXXI[1]
Ecce ego mitto angelum meum etc.
«Mirad, Yo envío a mi ángel delante de tu rostro para que prepare tu
camino. En seguida será sacrificado en su templo. ¿Quién conoce el día de
su llegada? Es como un fuego que une [todo] con su aliento» (Mal. 3,1 ss.).
Se dice, pues: «En seguida será sacrificado en su templo aquel a quien
esperamos». El alma ha de Sacrificarse con todo cuanto es y cuanto tiene, ya
sean flaquezas, ya sean virtudes: todo esto, lo ha de subir y sacrificar,
junto con el Hijo, al Padre celestial. Cuanto amor puede ofrecer el Padre, de
tanto amor es merecedor el Hijo. El Padre no ama ninguna cosa a excepción de
su Hijo y de todo cuanto encuentra en su Hijo. Por eso, el alma debe elevarse
con toda su fuerza y sacrificarse en el Hijo al Padre; y así será amada con
el Hijo por el Padre.
Ahora bien, Él dice: «Mirad,
envío a mi ángel». Cuando se dice: «Mirad», se entienden tres cosas: una
que es grande, u otra que es maravillosa o una tercera que es extraordinaria.
«Mirad, envío a mi ángel para que prepare» y purifique al alma a fin de
que pueda recibir la luz divina. La luz divina se halla, en todo momento,
firmemente insertada en la luz del ángel, y la luz del ángel le resultaría
molesta al alma y no le gustaría, si dentro de aquélla no estuviera
escondida la luz divina. Dios se esconde en la luz angelical y se cubre con
ella esperando continuamente el instante en el que pueda arrastrarse hacia
fuera para entregarse al alma. He dicho también en otras ocasiones: Si
alguien me preguntara qué es lo que hace Dios en el cielo, diría: Engendra a
su Hijo y lo engendra completamente nuevo y lozano, y al hacerlo siente un
deleite tal que no hace sino realizar esa obra. Por eso dice: «Mirad, Yo».
Aquel que dice «Yo» tiene que hacer la obra de la mejor manera imaginable.
Nadie puede pronunciar esta palabra, en sentido propio, sino el Padre. La obra
le es tan propia que nadie sino el Padre es capaz de realizarla. En esta obra
Dios opera todas sus obras y de ella penden el Espíritu Santo y todas las
criaturas, porque Dios realiza la obra, que es su nacimiento, en el alma; su
nacimiento es su obra y el nacimiento es el Hijo. Esta obra la opera Dios en
el fondo más íntimo del alma y tan a escondidas que no lo saben ni los ángeles
ni los santos, y el alma no puede contribuir con nada sino sólo sufrirlo;
pertenece únicamente a Dios. Por eso dice con propiedad el Padre: «Yo envío
a mi ángel». Ahora digo yo: No lo queremos, esto
no nos basta. Dice Orígenes[2]:
«María Magdalena buscaba a Nuestro Señor; buscaba a un muerto y encontró
a dos ángeles vivos (Cfr. Juan 20, lis.) y no le bastó. Tenía razón porque
buscaba a Dios».
¿Qué es un ángel? Dionisio habla
del principado sacro de los ángeles[3]
donde hay orden divino y obra divina y sabiduría divina y similitud divina o
verdad divina en la medida de lo posible. ¿Qué es [el] orden divino? Del
poder divino prorrumpe la sabiduría y de los dos prorrumpe el amor, éste es
el fuego; porque [la] sabiduría y [la] verdad y [el] poder y el amor, [o sea]
el fuego, se hallan en la periferia del ser que es un ser sobre-flotante, puro
sin naturaleza. Es esta su naturaleza [de Dios]: carecer de naturaleza[4].
Quien desea reflexionar sobre [la] bondad o [la] sabiduría o [el] poder,
encubre [el] ser y lo oscurece con el pensamiento. Un solo pensamiento añadido
encubre [el] ser. Éste es, pues, el orden divino. Donde Dios encuentra en el
alma [una] similitud respecto a ese orden, ahí el Padre engendra a su Hijo.
El alma, con todo [su] poder, debe penetrar en su luz. Del poder y de la luz
surge un fuego, un amor. Así, el alma tiene que penetrar, con todo su poder,
en el orden divino.
Ahora hablaremos de este orden del alma. Dice un maestro pagano[5]:
la sobre-flotante luz natural del alma es tan pura y tan clara y tan alta que
toca la naturaleza angelical; es tan leal y [por otra parte] tan desleal y
hostil a las potencias inferiores que nunca se infunde en ellas ni alumbra
dentro del alma, a no ser que las potencias inferiores se hallen subordinadas
a las potencias superiores, y las potencias superiores a la suprema Verdad.
Cuando un ejército está ordenado, el criado se subordina al caballero y el
caballero al conde y el conde al duque. Todos quieren que haya paz; por eso
cada uno le ayuda al otro. Del mismo modo, cada potencia debe estar
subordinada a otra y ayudarla en el combate para que haya pura paz y
tranquilidad en el alma. Dicen nuestros maestros[6]:
«La tranquilidad cabal es ser libre de todo movimiento». De esta manera
el alma debe elevarse más allá de sí misma al orden divino. Ahí el Padre
le da el alma a su Hijo unigénito en pura tranquilidad. Éste es, pues, el
primer punto respecto al orden divino.
Pasemos
por alto los otros puntos. Sólo [diré] un poco más sobre el último. Cuando
me referí a los ángeles —que poseen mucha similitud con Dios e iluminación—:
en la iluminación trepan por encima de sí mismos hasta la similitud divina
en la cual continuamente se hallan frente a frente con Dios en la luz divina
con tanta similitud que operan obras divinas. Los ángeles así iluminados y símiles
a Dios, lo obligan a Dios a entrar en su fuero íntimo y se empapan de Él. He
dicho también en otras ocasiones: Si yo estuviera vacío y tuviera un amor
acendrado y similitud, lo haría entrar por completo a Dios en mi fuero íntimo.
Una luz se esparce e ilumina aquello sobre lo cual se esparce. El que a veces
se diga: Éste es un hombre iluminado, no es gran cosa. Pero, cuando [la luz]
dimana e irrumpe en el alma y la asemeja a Dios y la hace deiforme en la
medida de lo posible, iluminándola desde dentro, esto es mucho mejor. En la
iluminación trepa por encima de sí misma en la luz divina. Cuando ella
retorna así a su patria, y se halla unida con Él, es una co-operadora. Fuera
del Padre ninguna criatura opera, sólo Él opera. El alma no debe desistir
nunca hasta que tenga el mismo poder de obrar que Dios. Así opera junto con
el Padre todas sus obras; coopera simple y sabia y amorosamente.
Que Dios nos ayude a cooperar así con Dios. Amen.
[1] Atribuciones: «S.<ermo> m.<agistri> Eghardi»; «así dijo el maestro Ec/kart». Uno de los encabezamientos reza: «Del nacimiento o de la purificación o de los ángeles». El texto de Malaquías que aparece en la Epístola de la Fiesta de la Purificación de la Virgen (2 de febrero) fue modificado por Eckhart según los textos correspondientes en los Evangelios para servir mejor a sus finalidades.
[2] En la edición de las Obras latinas de Eckhart se remite a Origenes, Homilía super: «Maria stabat ad monumentum foris plorans», donde se agrega «Homilia ista non est Origenis ipsius».
[3] Quint señala (t. II p. 119 n. 2) que la doctrina de los ángeles de Dionysius Areopagita se halla expuesta detalladamente en su: De caelesti hierarchia c. 1 § 2.
[4] Quint explica (tomo II p. 120 n. 1) el sentido de este texto de la siguiente manera: «Del poder divino (o sea, el Padre) prorrumpe la sabiduría (o sea, el Hijo) y de los dos prorrumpe el amor (o sea, el Espíritu Santo) […] porque la sabiduría y la verdad y el poder y el amor se hallan en la periferia del ser (es decir, son emanaciones del ser)».
[5]
Se remite a Maimonides, Dux neutrorum III
c. 53.
[6]
Cfr. Aristóteles, Phys. VIII t.
71; y Thomas, S. theol. I q. 10 a.
4 ad 3.