SERMÓN XXXIII[1]

Sancti per fidem vicerunt regna.

Dice San Pablo: «Por la fe los santos conquistaron reinos» (Cfr. Hebreos 11, 32 ss.).

Los santos conquistaron cuatro reinos, y nosotros, también, debemos conquistarlos. El primer reino es el mundo; el reino del mundo ha de vencerse por la pobreza del espíritu. El segundo reino es el de nuestra carne; a éste lo debemos vencer por el hambre y la sed. El tercer reino es el del diablo; a él lo tenemos que vencer con lamentos y penas. El cuarto reino es el de Nuestro Señor Jesucristo; a él lo debemos conquistar con la fuerza del amor.

Si el hombre poseyera todo el mundo, debería, sin embargo, pensar que era pobre y extender siempre la mano hacia la puerta de Dios, Nuestro Señor, pidiendo como limosna la gracia de Nuestro Señor, porque la gracia convierte a los [hombres] en hijos de Dios. Por eso dice David: «Señor, todo mi anhelo está delante de ti y detrás de ti» (Salmo 37, 10). San Pablo afirma: «Todo lo tengo por basura a fin de ganar a Nuestro Señor Jesucristo» (Cfr. Filipenses 3, 8). Es imposible que alma alguna esté sin pecado, a no ser que la gracia divina caiga en ella. Es obra de la gracia hacer al alma ágil y dócil para [llevar a cabo] todas las obras divinas, porque la gracia brota de la fuente divina y es un signo de Dios y tiene el mismo sabor que Dios y asemeja el alma a Dios. Cuando esta misma gracia y este sabor se vuelcan en la voluntad, se habla de amor; y cuando la gracia y el sabor se vuelcan en el entendimiento, se lo llama luz de la fe; y cuando esta misma gracia y el sabor se vuelcan en la «iracunda», o sea, la fuerza ascendente, entonces se lo llama esperanza. Tienen el nombre de virtudes teologales porque operan una obra divina en el alma, así como en la fuerza del sol se puede reconocer que realiza obras vivas en la tierra ya que vivifica todas las cosas y las conserva en su ser. Si pereciera la luz, perecerían todas las cosas, [volviendo a su estado anterior] cuando aún no existían. Lo mismo sucede en el alma: donde hay gracia y amor, le resulta fácil al hombre hacer todas las obras divinas, y es segura señal de que allí donde le resulta difícil al hombre hacer obras divinas, no reside la gracia. Por eso dice un maestro[2]: No juzgo a las personas que usan vestimenta buena o comen bien, con tal de que tengan amor. Tampoco me considero más grande cuando llevo una vida dura que cuando compruebo que tengo más amor. Es una gran necedad que algunas personas ayunan y rezan mucho y hacen grandes obras y se mantienen solas todo el tiempo, [pero] no corrigen su comportamiento y están inquietas y son iracundas. Deberían examinar dónde se ven con más flaquezas, y en este punto deberían afanarse por superarlo. Cuando tienen la conducta bien ordenada, cualquier cosa que hagan, es agradable a Dios.

Y de esta manera se conquistan los reinos.


 



[1] En una atribución se dice: «Aquí enseña el Maestro eck’<art> que se deben conquistar cuatro clases de reinos, etc.» Encabezamiento: «Sermo de sanctis». El texto bíblico, en el cual se introduce al principio la palabra Sancti, se halla en el antiguo misal de la Orden de los Predicadores y en el misal romano en la Epístola del Commune plurimorum martyrum.

[2] Quint (t. II p. 154 n. 3) pregunta: «¿Qué maestro?». Considera posible que se trate del pseudo-Bernardus, Tractatus de statu virtutum, pars tertia: De timore et charitate n. 37.