SERMÓN XXXIX[1]
Iustus in perpetuum vivet et apud dominum est merces eius etc.
En la Epístola de hoy leemos una palabrita, el sabio dice: «El justo vive eternamente» (Sab. 5, 16).
En alguna ocasión expliqué lo que es un hombre justo[2]
mas, ahora digo otra cosa en sentido diferente. Un hombre justo es aquel que
está formado en la justicia y transformado en su imagen. El justo vive en
Dios y Dios en él; pues Dios nace en el justo y el justo en Dios, ya que Dios
nace a causa de cualquier virtud del justo, y cualquier virtud del justo le da
alegría. Y no sólo cualquier virtud del justo sino también cualquier obra
del justo por insignificante que sea, siempre que la haga en justicia, con
ella Dios se alegra y la alegría hasta penetra en Él; porque no queda nada
en su fondo que no reciba cosquillas de alegría. Tal hecho lo deben creer las
personas de mentalidad burda, mientras los iluminados han de saberlo.
El justo no intenta [conseguir] nada con sus obras; pues, quienes
intentan [conseguir] algo con sus obras o también aquellos que obran a causa
de un porqué, son siervos y mercenarios. Por eso, si quieres ser in-formado
en la justicia y transformado en su imagen, no pretendas nada con tus obras y
no te construyas ningún porqué, ni en [el] siglo ni en [la] eternidad ni
[con miras] a una recompensa o a la bienaventuranza o a esto o a aquello;
porque semejantes obras de veras están todas muertas. Ah sí, aun cuando
configuras en tu interior la imagen de Dios, todas las obras que hagas con esa
finalidad, están muertas, y las buenas obras las echas a perder. Y no sólo
echas a perder las buenas obras, sino que cometes también un pecado; pues
procedes exactamente como un jardinero que debía plantar un jardín y luego
talaba los árboles y, para colmo, reclamaba su paga. De la misma manera echas
a perder las obras buenas. Por eso, si quieres vivir y aspiras a que vivan tus
obras, debes estar muerto y aniquilado para todas las cosas. Es propio de la
criatura hacer algo de algo; mas, es propio de Dios hacer algo de nada. Por
eso, si Dios ha de hacer algo en tu interior o contigo, debes haberte
aniquilado antes. Y por ende, entra en tu propio fondo[3] y obra ahí; y las obras
que haces ahí, serán todas vivas. Y por eso dice [= el sabio]: «El justo
vive». Porque obra por ser justo y sus obras viven.
Ahora dice [= el sabio]: «Su recompensa está con el Señor».
[Hablemos] un poco de esto. Cuando dice «con» significa que la recompensa
del justo está allí donde está Dios mismo; pues la bienaventuranza del
justo y la bienaventuranza de Dios son una sola bienaventuranza, ya que el
justo es bienaventurado allí donde lo es Dios. Dice San Juan:
«El Verbo estaba con Dios» (Juan 1, 1). Él [también] dice «con» y
por ello el justo se asemeja a Dios porque Dios es la justicia. Y por lo
tanto: quien está en la justicia, está en Dios y es Dios[4].
Ahora seguiré hablando de la palabra «justo». No dice: «el hombre
justo», ni tampoco: «el ángel justo», sino tan sólo: «el justo». El
Padre engendra a su Hijo como el justo, y al justo como hijo suyo, porque toda
virtud del justo y cualquier obra realizada a causa de la virtud del justo, no
constituyen sino [el hecho] de que el Hijo es engendrado por el Padre. Y por
eso, el Padre no descansa nunca; antes bien, acosa e invita en todo momento
para que nazca en mí su Hijo, según se dice en un Escrito:
«No me callo a causa de Sión ni descanso a causa de Jerusalén, hasta
que se revele el justo y luzca como un relámpago» (Isaías 62, 1). «Sión»
significa el apogeo de la vida y «Jerusalén» el apogeo de la paz[5].
Ah sí, Dios no descansa jamás ni a causa del apogeo de la vida ni a causa
del apogeo de la paz; sino que acosa e incita en todo momento para que se
revele el justo. En el justo no ha de obrar ninguna cosa sino únicamente
Dios. Pues, si algo fuera de ti te impele a obrar, de veras, todas esas obras
están muertas; y aún en el caso de que Dios te estimule desde fuera para que
obres, por cierto, todas esas obras están muertas. Mas, si tus obras han de
vivir, Dios tiene que impelerte en tu interior, en lo más acendrado del alma,
si han de vivir [realmente] porque allí se halla tu vida y sólo allí vives.
Y yo digo: Si una virtud te parece mayor que otra, y si tú la estimas más
que a otra, no la amas tal como es en la justicia, y Dios todavía no obra en
ti. Pues, mientras el hombre aprecia o ama más a determinada virtud, no ama
las virtudes ni las toma como son en la justicia, ni tampoco es justo; porque
el justo toma [o: ama] y obra todas las virtudes en la justicia así como son
la justicia misma.
Dice [un pasaje de] un Escrito: «Antes
del mundo creado soy Yo» (Eclesiástico 24, 14). Dice «antes soy Yo», esto
significa: donde el hombre está elevado por encima del tiempo a [la]
eternidad, ahí realiza una sola obra con Dios. Algunas personas preguntan cómo
puede ser que el hombre haga las obras que Dios operó hace mil años y que va
a hacer después de mil años, y no lo comprenden. En [la] eternidad no existe
ni antes ni después. Por eso, lo que sucedió hace mil años y [lo que será]
luego de mil años y [lo que] sucede ahora, no es sino una sola cosa en la
eternidad. Por eso, lo que Dios hizo y creó hace mil años y [lo que] hará y
creará luego de mil años y lo que hace ahora, no es nada más que una sola
obra. Por ende, el hombre que ha sido elevado por encima del tiempo a [la]
eternidad, opera con Dios aquello que Dios hizo hace mil años y [que hará]
luego de mil años. También este hecho es para gente sabia [un asunto] para
saberlo y para las mentes burdas [un asunto] para creer.
Dice San Pablo: «Nos eligió
en la eternidad en el Hijo» (Cfr. Efesios 1, 4). Por eso no debemos descansar
nunca hasta que lleguemos a ser lo que hemos sido en Él en la eternidad (Cfr.
Romanos 8, 29), porque el Padre impele y acosa para que nazcamos en el Hijo y
lleguemos a ser lo mismo que el Hijo. El Padre engendra a su Hijo, y de este
acto de engendrar saca tanta tranquilidad y placer que consume en él toda su
naturaleza. Porque cualquier cosa que hay en Dios lo mueve a engendrar; ah sí,
el Padre es movido a engendrar por su fondo, por su esencia y por su ser.
(Ahora ¡presta atención! Dios nace dentro de nosotros cuando todas las
potencias de nuestra alma, que antes estaban atadas y presas, llegan a ser
desatadas y libres y se realiza en nuestro fuero íntimo un silencio
[desprovisto] de toda intención y nuestra conciencia ya no nos recrimina;
entonces el Padre engendra en nosotros a su Hijo. Cuando esto sucede, debemos
preservarnos desnudos y libres de todas las imágenes y formas, tal como [es]
Dios, y debemos aceptarnos tan desnudos, sin semejanza, como Dios es desnudo y
libre en Él mismo. Cuando el Padre engendra en nosotros a su Hijo, conocemos
al Padre junto con el Hijo, y en los dos, al Espíritu Santo y el espejo de la
Santa Trinidad y en él todas las cosas, como son pura nada en Dios… Ahí no
existen ni número ni cantidad. [El] ser divino no sufre ni actúa; la
naturaleza, en cambio, actúa mas no sufre.)[6]
A veces, se revela una luz en el alma, y el hombre se imagina que es el
Hijo, pero no es sino una luz[7].
Pues, donde el Hijo se revela en el alma, ahí se revela también el amor del
Espíritu Santo. Por eso digo que la naturaleza del Padre consiste en
engendrar al Hijo, y la naturaleza del Hijo en que yo nazca en Él y luego de
Él; y la naturaleza del Espíritu Santo consiste en que yo sea quemado y
completamente fundido en Él y que llegue a ser todo amor. Quien vive así en
el amor, siendo todo amor, éste se imagina que Dios no ama a nadie fuera de
él; y no sabe de nadie que ame o [sea amado] por nadie, fuera de Él.
Algunos profesores opinan que el espíritu consigue su bienaventuranza
en el amor; otros afirman que la obtiene en la contemplación de Dios. Mas yo
digo: No la consigue ni en el amor ni en el conocer ni en el contemplar. Podría
preguntarse, pues: ¿El espíritu no tiene contemplación de Dios en la vida
eterna? ¡Sí y no! En cuanto ha nacido, [ya] no tiene la mirada elevada hacia
Dios ni la contemplación de Él. Pero en cuanto habrá de nacer [aún], tiene
contemplación de Dios. Por eso, la bienaventuranza del espíritu reside allí
donde ha nacido y no donde [todavía] está por nacer, porque vive donde vive
el Padre, es decir, en [la] simpleza y en [la] desnudez del ser. Por eso,
dales la espalda a todas las cosas y tómate puro en [el] ser; porque cuanto
está fuera del ser, es «accidente» y todos los accidentes producen un porqué[8].
Que Dios nos ayude para que «vivamos eternamente». Amén.
[1] En uno de los encabezamientos se dice: «Un sermón de los santos mártires». El texto bíblico se halla en la Epístola del Commune plurimorum martyrum.
[2] Cfr. Sermón VI.
[3] El «grund» del alma, o sea el «fondo» como lo más íntimo del hombre ocupa un lugar muy destacado en la terminología de Tauler. Cfr. Wyser, Paul OP, «Taulers Terminologie vom Seelengrund» (en: Altdeutsche undaltniederländische Mystik, ed. por K. Ruh, Darmstadt 1964, pp. 324 a 352) donde se hallan también valiosas referencias a Eckhart y a los términos usados por él con respecto a Dios y al alma.
[4] En otra versión se dice: «está en Dios y Dios en él».
[5] Cfr. Isidorus Hispalensis, Etymologiae XV c. 1 n. 5.
[6] El texto entre paréntesis aparece solamente en un manuscrito y Quint (t. II p. 263) lo transcribe como versión, pero lo considera una interpolación y por ello lo omite en el texto depurado.
[7] Quint (t. II p. 266 n. 1) supone que se trata de la «chispa», la luz del entendimiento supremo.
[8] Quint (t. II p. 266 n. 1) señala que esta pregunta hecha y contestada por Eckhart se parece a la que trató al final del sermón Del hombre noble. (Véase en Tratados).