CENTENARIO DE LA MUERTE DE
STA. TERESA DEL NIÑO JESÚS
DE LA SANTA FAZ (1897-1997)
No, no muero, entro a la vida
Sor Mónica María de la Santa Faz
Antología Familiar
Sta Teresa del Niño Jesús y de la Santa Faz no vino "caída del cielo". Su vida se enraíza en una región, una cultura. Con los elementos de la psicología moderna, cada uno sabe qué determinante es la educación que se recibe durante los años iniciales de la vida. Su familia tuvo sobre ella una considerable influencia.
Una familia de la actualidad
Si en cuanto a Teresa conviene luchar contra "las deformaciones pueriles y las rosas dulzonas" que impiden descubrir "el rostro de la infancia maravillosa" (François Mauriac), con respecto a sus padres resueltamente quememos los clichés polvorientos y amarillentos que los fijan en un anticuado siglo XIX del que se olvida el alma. Aun si el contexto socio-cultural cambia según las épocas, aun si la Iglesia, es bien cierto, modifica su manera de rezar y de celebrar, hay realidades que felizmente no cambian.
"Los santos no envejecen jamás", nos recordó el Papa Juan Pablo II durante su viaje a Lisieux en 1980. El ha propuesto al señor y la señora Martin como modelo a todas las familias de la tierra, declarándolos Venerables (el 26 de marzo de 1994), y eso significa qué actual considera su mensaje. En Santa Ana d´Auray, el 20 de septiembre de 1996, el Santo Padre no dejó de referirse a los señores Martin durante su homilía en la jornada para las familias:
"En la humilde fidelidad a los llamados dirigidos por Dios en la vida cotidiana, cada uno da su propia respuesta de fe a la Palabra de Dios. Es lo que hicieron tantas familias de vuestra región. Guardáis, de este modo, el recuerdo ejemplar de los caritativos esposos que fueron (...) Luis y Celia Martin (..)"
Un día -¡lo deseamos ardientemente!- serán beatificados, luego canonizados, juntos; ¡será algo inédito en la historia de la Iglesia!. No nos engañemos: la Iglesia no los honra por haber dado a luz la más grande Santa de los tiempos modernos. Ellos llevaban en sí mismos los gérmenes de la Santidad, de un amor apasionado y absoluto a Dios unido a una auténtica caridad hacia todos. Supieron transmitir magníficamente esta herencia a sus hijos. La menor, Teresa, les debió incuestionablemente lo que llegó a ser.
Datos cronológicos
Luis Martin: Luis Martin nació en Burdeos el 22 de agosto de 1823, durante uno de los desplazamientos de la guarnición militar de su padre. Conservará de ellos un pronunciado gusto por los viajes, pero su temperamento artístico y amante de la precisión lo llevará a elegir la profesión de relojero-joyero.
En 1842 vive una estadía en Rennes. Bretaña conquista su corazón: lo atrae su folklore, sus cantos, que más tarde recordará y alegrarán las veladas familiares.
En 1843, una estadía en Suiza le permite conocer el monasterio del Gran San Bernardo. Después de una breve temporada en Estrasburgo, retornará a aquél para solicitar su admisión, a los 22 años: su alma apasionada por el absoluto se orientaba en forma natural a la vida religiosa.
El superior le aconsejó aprender primeramente latín para seguir los oficios. La Providencia tenía otros designios: Luis realizó algunos cursos en París, sin dejar de estudiar su profesión (de 1847 a 1850), pero finalmente regresó de Alençon para instalarse definitivamente con sus padres.
Allí llevó una existencia calma, solitaria, recogida, distribuyendo su tiempo entre la relojería, la lectura, la caza y sobre todo la pesca. Se había inscripto en un Círculo Católico de jóvenes. Su madre se sentía un poco desolada de no verlo casado, y había advertido en la ciudad la presencia de una joven que irradiaba gran calidad: Celia Guérin. Poco tiempo después, a los 34 años, Luis toma contacto con ella.
Celia Guérin: Celia nació en Orne, el 23 de diciembre de 1831. Su padre era gendarme. Una carta dirigida a su hermano Isidoro, en fecha 26 de marzo de 1894, nos deja entrever un gran dolor:
"Mi infancia, mi juventud, han sido tristes como un sudario, porque, lo sabes, si bien a ti te mimaba, era demasiado severa conmigo; ella, tan buena sin embargo, no me tenía en cuenta, y a causa de ello mi corazón sufrió mucho".
La joven sentía un gran deseo de consagrarse a Dios. La Superiora del convento al cual se presentó, le dijo llanamente que carecía de vocación.
Con coraje, Celia se consagró a la confección de hilado (el punto de Alençon). Montó su propia empresa con su hermana María Luisa (antes de que ésta ingresara a la Visitación de Caen con el nombre de sor María Dositea). No era poca tarea dirigir una decena de obreras! Estas ejecutaban los pequeños cuadrados de puntilla y Celia se encargaba de ensamblarlos, remitir la mercadería y distribuir el trabajo.
Un día se cruzó con Luis en el Puente Nuevo de Alençon, y oyó algo como una voz interior que le decía: "He aquí a quien he destinado para ti". Señalemos que, al igual que Luis, Celia tenía una confianza inquebrantable en la santísima Virgen y le oraba con todo fervor en todas las situaciones de su vida.
Los jóvenes se conocieron, y se casaron tres meses más tarde, el 13 de julio de 1858, a medianoche (uso de la época).
"¡Comprendí que el Amor incluía todas las vocaciones (...), en una palabra, que es Eterno!" (Manuscrito B, 3 vº)
Cuando se trata de definir lo que caracterizaba verdaderamente a la familia Martin, se piensa espontáneamente en una palabra: el amor. Un real amor de caridad. No dejemos caer en desuso esta expresión, pues posee una extrema precisión teológica y se recibe de Dios:
"El amor es paciente, servicial y sin envidia. No quiere aparentar ni se hace el importante. No actúa con bajeza, ni busca su propio interés. El amor no se deja llevar por la ira, sino que olvida las ofensas y perdona. Nunca se alegra de algo injusto y siempre le agrada la verdad. El amor disculpa todo; todo lo cree, todo lo espera y todo lo soporta. El amor nunca pasará" (I Cor. 13, 4-8).
He aquí el ideal que vivieron Luis y Celia Martin día a día. Lo transmitieron a sus hijos y cada uno supo renunciar a sí mismo, abandonar la pendiente natural de sus inevitables defectos, por la dicha del otro. No nacieron "santos". Llegaron a la santidad por una orientación constante de toda su vida centrada en lo esencial: Dios en primer lugar. El negocio de relojería permanecía obstinadamente cerrado los domingos, librado a la pérdida de ventas. Sea cual fuere el estado del tiempo, la familia asistía cada mañana a la misa llamada "de los obreros", a las 5.30 horas. Podrían multiplicarse los ejemplos de este tipo.
Subrayemos la particular importancia de la Santísima Virgen en la familia, la cual devenía el principal personaje durante el mes de mayo. Era realmente la Madre y la Reina del hogar. Celia afirmaba: "Tengo motivos para confiar en la Virgen: he recibido de ella favores que sólo yo conozco".
"Qué misterio el Amor de Jesús sobre nuestra familia" (Cartas de Sta. Teresita, 112)
Si el señor y la señora Martin convivieron nueve meses como hermano y hermana al comienzo de su matrimonio, no era para huir de la vida conyugal sino porque tenían un muy alto concepto del sacramento que se habían administrado el uno al otro. Ambos habían soñado con la vida religiosa, connatural a su deseo de absoluto. Cuando por feliz consejo de su confesor decidieron de ser una sola carne, fue como entre Tobías y Sara: en un infinito respeto mutuo habitado por la oración y la intención de dar santos a la Iglesia. Nueve hijos vieron la luz, y ¡qué hijos! Cuatro retornaron muy pronto a la casa del Padre, los cinco restantes abrazaron todos la vocación religiosa.
No se trataba de un amor descarnado. Todas las cartas de la señora Martin reunidas en la "Correspondencia familiar", revelan una mujer a la vez tierna y sensible, enérgica, dotada de un sólido buen sentido y de un humor sano; no se trataba en modo alguno de una persona "santulona", como tampoco lo eran su marido y sus hijas, de las cuales nos refiere con pluma alerta sus travesuras y correrías.
¿No hallamos esos trazos en el carácter de Teresa? Quién sabe si la importancia que concederá a todas las pequeñas cosas cotidianas hechas por amor, no se arraiga directamente en el recuerdo de haber visto a su mamá haciendo maravillas con su punto de Alençon a partir de una nadería: una simple aguja y un hilito de lino blanco... Este encaje es el único en el mundo que no necesita soporte.
Una caridad concreta
Luis se ausenta por un viaje de negocios y su esposa le escribe ya cercano su regreso.
"Me siento tan feliz hoy ante el pensamiento de volver a verte, que no pude trabajar. Tu mujer que te ama más que a su vida".
El 1º de enero de 1863, le dirá a su hermano Isidoro:
"Es un santo mi marido, les deseo a todas las mujeres uno parecido; éste es mi augurio de año nuevo para ellas".
Luis compartía del mismo modo esos sentimientos, si bien era más parco en expresarse:
"El tiempo me parece largo, avanza lento para estar cerca de ti..."
No nos apresuremos a decir que era un "romántico".
Su profesión lo inclinaba a una extrema precisión y poseía un afinado sentido de los negocios. Debía vigilar su temperamento a veces pronto a la impaciencia. En todo caso, no dudó en realizar actos de caridad bien concretos, tales como hacer ingresar en un centro asistencial a un hombre sin domicilio fijo u ocuparse de un epiléptico en pleno gentío de una estación de trenes, mientras todos lo abandonaban a su suerte. Con respecto a las veladas familiares, las animaba con un brío sin igual: Teresa heredará de él ese gusto por la soledad y las cosas bien hechas. Le deberá su temperamento de comediante, su talento para la mímica que arrancaba carcajadas a sus hermanas Carmelitas en la recreación. La alegría era su rasgo dominante.
El crisol de la prueba
Los dos esposos se sentían muy orgullosos de sus hijos. Demos una vez más la palabra a Celia:
"No me arrepiento de haberme casado. Si hubieras visto hoy las dos niñas mayores, tan bien arregladas que todo el mundo las admiraba..."
Podemos darnos una idea de qué terribles pruebas fueron para los esposos los duelos sucesivos, siendo que habían acogido la vida con tanta generosidad. Celia hablará de "angustias mortales": "Creí que iba a morirme" (24 de febrero de 1870). "En cada nuevo duelo, para mí es como si amara más que a los otros al niño que pierdo" (8 de octubre de 1870).
Un coraje ejemplar
Celia se da sin medida tanto al trabajo cuanto a sus cuidados a la cabecera de su padre o de sus hijos: "No sé cómo resistir, estoy de pie desde las cuatro y media de la mañana hasta las once de la noche" (8 de junio de 1868). Ella misma será abatida por un cáncer que la hará sufrir terriblemente. Su fe nos edifica:
"Si el buen Dios quiere curarme, estaré muy contenta, porque, en el fondo, deseo vivir; me cuesta dejar mi marido y mis hijos. Pero, por otra parte, me digo: si no me curo, es que tal vez pueda serles mas útil que parta".
Esperará el milagro en Lourdes pero ofrecerá todos sus sufrimientos para que su pequeña Leontina -niña de carácter muy difícil- "se vuelva una santa"... Cuando al remontar el tiempo se sabe que Leontina comenzó a hacer milagros hasta el punto de que su comunidad de la Visitación, en Caen, tuvo que colocar su tumba fuera de la clausura...
La desaparición de esta esposa tiernamente querida, será un drama para el señor Martin.
En cuanto a Teresita, sabemos lo que dice en el Manuscrito A: "Desde la muerte de mamá, mi carácter alegre cambió completamente: yo, tan vital, tan expansiva, me volví tímida y dulce, sensible al extremo" (Man. A, 13). Se necesitarán años para que la niña pueda reponerse de ese shoc. Su admiración por sus padres no tenía límites:
"El buen Dios me ha dado un padre y una madre más dignos del Cielo que de la tierra".
Sus hermanas y ella se pondrán de acuerdo para referirse a "padres sin igual".
Una familia profundamente unida
Habría que decir dos palabras de María, Paulina, Leontina y Celina; pero cada una mercería por lo menos un artículo. Señalemos simplemente que no se parecían entre sí y que los celos eran un sentimiento totalmente ajeno. Leontina estaba menos dotada que las otras, pero era objeto de tierna solicitud para sus padres y hermanas. No había dobleces en su alegría por los éxitos de aquéllas.
En la familia Martin se era realmente feliz de vivir juntos. Esta profunda unidad, ¿no se debía a la vida de oración y a la frecuentación de los sacramentos que ayudaron a cada uno a posar una mirada de fe sobre el otro y a vencer sus propios límites?
El primer santuario teresiano
Para concluir, citaremos una bella expresión del P. Zambelli, Rector de la Basílica de Lisieux:
"En Lisieux, el primer santuario teresiano no es la Basílica, ni siquiera el Carmelo. El primer santuario teresiano es la casa familiar de Teresa. Dios la ocupaba enteramente. Un santuario es un lugar donde se ruega a Dios y se lo ama. Este era el caso del solar de Buissonnets, que no es un museo. En la liturgia cantamos: Ubi caritas et amor, Deus ibi est (alí donde hay amor y caridad, Dios está presente)."
Un peregrinaje a Lisieux tiene, pues, una doble meta:
- hacer conocer la vida, el pensamiento, el mensaje de Teresa
- hacer conocer la vida, el pensamiento, el mensaje de esta familia incomparable"